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La Libertad II_08

en Amor filial

LIBRO 2. PENETRACIÓN. CAPÍTULO IV. TERCER DÍA

rendición: pablo

 

 

En realidad no llegué por la noche, sino temprano, después de comer. Bueno, después de comer, hora de casa de mis padres, que suele ser siempre más bien tarde. Entre eso y bajar con el coche a casa de mis tíos, encontrar aparcamiento y subir, pues ellos ya hacía rato que habían terminado de comer, la sobremesa, la siesta y todos los demás extras. Y más aquel día, que mis tíos tenían cierta prisa por salir a su corta escapada de fin de semana. Prisa que, desde luego, no se vio ayudada por mi parsimonia:

-       Ay, Laura, menos mal que llegas porque desde luego tu tío estaba ya de los nervios – me dijo mi tía, recibiéndome en la entrada de la casa con una pequeña bolsa de viaje a sus pies. Les había avisado cuando salí hacia su casa, y debían estar esperando desde entonces, a pesar de que yo había tardado bastante porque no había manera de encontrar sitio para aparcar.

-       Ayyy, lo siento, es que ya sabes que con mis padres… - quise intentar excusarme por el retraso… la verdad que se me había hecho realmente tarde…

-       Bueno, no te preocupes – me dijo mi tía tratando de quitar hierro; no en vano, me había insistido mucho para que yo fuera aquella noche a quedarme con mis primos, por lo que no debía tener la menor intención de reprocharme nada – si en realidad yo tampoco le veo mayor problema, pero ya sabes como se pone Miguel…

-       Ay, ahora le digo yo, tranquila…

-       No, no, si está ya abajo, quita, si se ha bajado a llevar las cosas al coche y está ya esperándome en el garaje…

-       Ah… bueno… - mi tía me dio dos besos apresurados.

-       Nada, que no te tengo que explicar nada, que ya sabes dónde está todo… Mira, ahí está tu primo…

-       ¡Hola prima! Me saludó sonriente Pablo desde el fondo del pasillo, acercándose hacia nosotras.

-       Bueno, te he dejado dinero donde siempre para una pizza, que ya te puedes imaginar que Pablo tiene antojo hoy otra vez. – Mi tía agarró su bolsa y salió por la puerta, sin dejar de hablar… - ¡ah! Y Carlos ha salido, y vete a saber a qué hora vuelve, que la verdad que lleva una semanita… - mi tía cerró la puerta detrás de sí, y todavía me pareció escucharla parlotear mientras bajaba la escalera, mientras un sudor frío me estremecía el cuerpo…

“Carlos ha salido”

¿Pero?

¡Pero qué mierda…!

Joder…

No daba crédito… Pablo ya me estaba cogiendo de los brazos desnudos y dándome un beso en la mejilla desde detrás, cuando yo todavía no había terminado de asumir la traición de su primo mayor. Había ido allí precisamente por él. “Este sábado todo será distinto, verás”, me había dicho. El muy hijoputa. ¿Y qué hacía yo ahora?

Bueno, lo primero fue cruzarle la cara a Pablo, cuando sus manos pasaron de mis brazos desnudos a deslizar por mis costados hacia mis caderas, y de ahí directas hacia mi trasero. Yo llevaba un ligerísimo vestido negro, de tela fina, muy corto y ceñido, con amplio escote y unos mínimos tirantes por la parte superior que dejaban al aire buena parte de mis pechos por arriba y por los lados, evidenciando que no llevaba sujetador. Claro, eso lo evidenciaban también los bultos de mis dos pezones marcándose en el vestido, y separando con ello la tela de su parte superior, dejando así todavía mucha más piel de mis senos a la vista. Naturalmente, iba así vestida para Carlos, y no para su puto hermano. Joder, ¡ya me la había vuelto a jugar otra vez! Sentí la misma sensación de impotencia y rabia que tres semanas atrás. Justamente era aquello lo que había pretendido evitar con mis reiteradas negativas a presentarme allí aquella noche, y no había tardado ni diez segundos en volver a sentirme, otra vez, en aquella mierda.

Pablo se llevó las manos a la cara, poniéndose rojo y lloroso en cuestión de segundos…

-       ¡Joder prima! ¿Pero a qué viene eso?

-       ¿A qué viene? Pero Pablo, ya vamos a empezar otra vez… ¿tan pronto? - ¿tan pronto? Pero ¿yo por qué coño había dicho eso? Como si fuera problema de tardar más o menos…

-       ¿Empezar a qué?

-       Ay Pablo, no me… no podemos… no puedes tocarme así primo…

-       Pero…

-       Mira, vamos a dejarlo ya, vale… no sé… mira, voy a dejar mi bolsa y tengo que ir al baño ahora, ¿te importa?

-       …

Pasé por su lado, casi empujándole mientras me miraba con cara de imbécil. De verdad que no daba crédito. Avancé a grandes zancadas por el pasillo (a punto estuve de resbalar en una de aquellas horribles alfombras de mi tía), lancé mi bolsa a la habitación de Pablo (¿pero de verdad iba a dormir allí a solas con él?) y me encerré en el baño. No sé, pude estar allí metida durante algo más de media hora, dando vueltas alrededor del escaso espacio libre que había entre bañera, inodoro, bidé y lavabo, tratando de pensar, de aclarar mis ideas… Nada de eso era posible, claro, y el calor asfixiante en aquel reducido espacio sin ventilación empezaba a agobiarme. Iba casi desnuda, aquel mínimo vestido… y sin ropa interior. Nada. Tampoco braguitas… quería darle la sorpresa… mi coñito recién arreglado hacía nada, recortado y repasado la noche anterior por Sandra. Le había prometido que me iba a encerrar a follar con Carlos nada más llegar a su casa, y tenía tantas ganas… ¿Pero por qué ese desprecio? Le iba a encantar mi coño, lo sabía, lo había hecho para él… me había visto ya así en alguno de los vídeos que le mandé, pero no se veía demasiado bien, eran videos malos del móvil… ¡Y se había pirado! Joder… de verdad que no entendía nada… ¡Mierda, mierda, mierdaaa! Qué marrón, sola con Pablo… y el tío taaan evidente… No sabía qué hacer para quitármelo de encima, la verdad…

Puf, era tarde, pasaban las siete ya… notaba caer espesas gotas de sudor por todo mi cuerpo, y una incómoda sensación de humedad en la entrepierna. ¿El muy gilipollas me había puesto caliente? Además eso… Bueno, y que venía como venía. Una puta semana esperando a meterme a Carlos entre las piernas, masturbándome de una manera casi adolescente con sus fotos y vídeos. Me había puesto como una perra, total para acabar explotando y chorreando con su hermano. Me senté en el bidé y me limpié el coño, los muslos y las ingles… pufff… qué plasta llevaba… tenía que haberme puesto bragas. Cuando acabé, sin secarme, me aseé las axilas, también muy sudadas, y me eché desodorante, supuse que de Pablo. Madre mía, y ahora olía a chicazo.

Decidí salir un momento de allí a airearme. Sin darle tiempo a responder, le escupí a Pablo que debía bajar un momento a comprar una cosa, que no se moviera de allí y que fuera él mismo eligiendo pizza y película para cenar. Si total, ya sabía lo que iba a haber, mejor empezar a organizar. Quizás así, haciendo la cosa aséptica… no, ni de coña. Mi primo estaba loco. Cogí mi bolso de la entrada, y salí dando un portazo. Mientras bajaba a saltos la escalera, empecé a marcar el número de Sandra en el móvil. Cuando salía por el portal, bajando la cabeza para evitar mostrar mi agitado rostro a un vecino que subía, anulé la marcación antes de llegar a lanzar la llamada. A ver, no tenía sentido hacer aquello. ¿Preguntar a Sandra? Aquella puta loca me diría sin más que me follara a mi primo pequeño. Y si no al señor que me acababa de cruzar en el portal, o que me masturbara en público frotándome con una farola. Total qué más daba. Para ella todo era una experiencia más, una muesca más que marcar en su cabecero para sacar la cuenta total de polvos que se había pegado el último mes. No, yo n podía hacer eso. No así, con Pablo, sin más. Me había costado decidir lo de Carlos y… Había que joderse.

Coño, me había costado precisamente porque tenía miedo de que pasara lo que había acabado pasando. Y por Pablo, claro. Vamos, que no había podido salir peor. Si hubiera podido, me habría escapado de allí corriendo. Que les dieran a todos. Pensé que me parecía que Lorena debía haber vuelto ya de su viaje. Anda que no podía estar yo mucho mejor en ese momento, tan calentita, follando con ella. Avancé un poco y llegué hasta una plaza vecina. Me quedé apoyada en una farola. En esos momentos era cuando lamentaba no fumar, para al menos poder estar allí haciendo algo más que aparentar sujetar esa farola. Afortunadamente, era verano, y a pesar de la hora el día era claro aún, y el implacable calor justificaba sin más lo mínimo de mi vestimenta. Me di cuenta que, allí apoyada en una farola, me miraban absolutamente todos los tíos que pasaban por delante. Pero mirarme de desnudarme, recorrerme las piernas, sopesarme las peras, hinchadas y desbordando mi escote y mis tirantes, clavarse en mi cara, en mis ojos, en mis labios secos e hinchados por el deseo… Hasta los policías de la comisaría cercana me miraban con rostro serio y miradas turbias, empapadas de lujuria. Allí, sola, con aquel vestido y parada junto a la farola, parecía una puta. Sin más. Y lo peor, era que sabía perfectamente que, en aquel estado de excitación sexual, realmente tenía cara de puta.

Tampoco me habría venido mal beber. Necesitaba algo fuerte, pero siempre había sido una bebedora social. En realidad, casi podía decir bebedora sexual. Cuando buscaba pillarme el puntillo, o incluso más, con alcohol o incluso algún tonteo con drogas, era casi siempre con vistas a desinhibirme y poder facilitar el acercamiento sexual indiscriminado o, más allá, estimular la experiencia posterior con la persona o personas elegidas… Vamos, que tampoco me salía entrar a un bar y pedirme un pelotazo, que tan bien me vendría para aclararme las ideas. Puto Pablo. Y Puto Carlos. Joder, que por su culpa estuviera pensando en meterme una copa a esa hora antes de decidirme a enfrentar a mi primo pequeño.

Porque aquello sí estaba claro, tenía que enfrentarme a él. Me gustara o no. Vale. Iba a tener que subir y pasar con él la noche. Carlos llegaría quién sabía a qué hora, ya me había dicho su tía. Pero vamos, si había desaparecido a la hora que sabía de sobra que iba a llegar yo, era ni más ni menos que porque no me quería ver. Seguramente, porque no se atrevía, sin más. Se habría echado para atrás en el último momento. Típico. En fin… no había contado con que eso me pudiera pasar precisamente con él pero, bien mirado, era de lo más normal. En todo caso, era evidente que ya volvería de madrugada. Es más, se aseguraría sin duda de pillarme dormida para evitar cualquier encuentro fortuito, o incluso intencionado por mi parte. Tampoco me costaba imaginar que, al día siguiente, Carlos alargara la noche durmiendo a pierna suelta hasta última hora de la mañana, evitando de ese modo tener que compartir tiempo efectivo conmigo. Que me quería ver. Que iba a ser diferente. Valiente imbécil. Cuándo iba a aprender que todos los putos tíos son iguales… Joder, es que era incapaz de decir que no a una buena polla, no aprendía.

Pero en resumen, a Carlos le tachaba de la ecuación, evidentemente. Estaba solo Pablo, pero a ése me lo tenía que comer sí o sí. Por un momento, valoré la posibilidad de encerrarme en la habitación de Carlos o de mis tíos, y dejarle a él que hiciera lo que le saliera de la polla. Lo de dormirme en la cama de Carlos tendría su gracia, pero claro, el tonto de él no lo iba a aprovechar. Acabaría durmiendo en el salón, o con Pablo… y a ver cómo explicaba yo eso. Aunque… Bueno, era tontería… ¿Realmente tenía motivos contundente como para decir que no quería estar con Pablo? Aunque solo se lo dijera a él… ¿Realmente se había propasado antes…? Quiero decir, es que… ya, era cierto que yo había aceptado por Carlos sí… pero eso solo lo sabía Carlos. Ni Pablo, ni mi tía ni nadie. Y Pablo, pues estaría pensando quizás que había aceptado por él. Porque quería algo con él. O, en el mejor de los casos, de los dos. Pero, si lo pensaba pues… Pues el domingo anterior Pablo se me había presentado mientras echaba la siesta en la cama de mis padres, me había tocado el coño sin que yo le parara las manos, y me había dicho que era una puta que estaba deseando joder con ellos dos. Así de claro. Y, aunque le había largado de allí, en menos de dos horas le estaba diciendo a mi tía que cambiaba de opinión y que vendría con ellos.

Es que era obvio que Pablo estuviera esperando aquello, tal cual. Pero bueno, que no veníamos de la nada, como tres semanas antes. Que yo ya le había puesto límites. Le habías comido el rabo varias veces Laura, le habías dejado tocarte toda, te habías refregado con él desnuda, cuerpo con cuerpo. Bueno, afortunadamente le acababa de parar los pies de manera muy clara hacía solo un momento. Aquello tenía que haber sido nítido. Vale, era verdad también que, estando él como estaría, no iba a dejar de intentarlo tampoco. Yo ya sabía como era. Pero Laura, que le habías parado ya los dos días del otro fin de semana, y éste pues ya estaba avisado también. Tampoco iba a pasar nada que yo no quisiera. Que podía ser más o menos desagradable, estaba claro, pero la cosa no tenía que ir a más.

Porque, y ésa era otra. ¿Qué pasaba si iba un poco a más? Quiero decir, y fue lo que pensé entonces. ¿Qué pasaba si realmente Sandra tenía razón? Pensar aquello me aterró. No con mi primo, no con su edad. Si Sandra estuviera en mi lugar, ni ella pensaría así. Pero también era verdad que con él, lo nuestro llevábamos ya en el cuerpo, y aquello no nos lo iba a quitar nadie. Quizás con no ir a más, que no iba a ir a más nunca… Lo que tampoco podía hacer era subir y estar ahí con él pero intentando disimular tremenda rallada por lo de su hermano, eso sí que no iba a funcionar.

¿Entonces? ¿Era así de fácil? Subir y… ¿ver qué pasaba? Con los límites muy claros, pero que si había algún roce, pues tampoco iba a hacerle ascos a unos mimitos ¿no? En realidad los necesitaba. Y eso, al revés de lo que me pudiera pasar con el tabaco o el alcohol, sí lo consumía, en cantidades y con perfecta adicción. Total, que si tenía que subir -y tenía que hacerlo- mejor ser realista e ir preparada para lo que iba a pasar. Resumiendo, que subía, e intentaba tranquilizar y frenar a Pablo. Pero si mi primo estaba muy mal, como la vez anterior, pues sin llegar a aquellos límites, pero la mejor manera de calmarle iba a ser darnos unos besitos y tal. Pues hala, ya estaba. Me empecé a mover de vuelta a su casa. Cada vez estaba más nerviosa allí, porque me parecía que no podía pasar mucho más tiempo antes de que algún hombre se decidiera a hacerme una proposición. Y, además, empezaba a ver claro que, en todo caso, lo más seguro para mí iba a ser intentar agilizar las cosas, a ver si conseguía que nos fuéramos a dormir rapidito y poder pasar así la noche sin mayores complicaciones.

Pablo me abrió al telefonillo sin preguntar ni molestarse en contestar siquiera. Cuando llegué arriba, me encontré la puerta de la casa entornada. Pasé. Él estaba en el salón, sentado en el sofá, frente a la tele. Desde el umbral, le pregunté si tenía elegida la pizza, y le invité a llamar. Me contestó que vale sin mirarme, y le dije que iba a cambiarme y ponerme cómoda…

A ponerme bragas, iba. Y a quitarme ese vestido que ahora me resultaba ridículo, allí a solas con Pablo y enseñándolo todo. Aquella noche había planeado dormir en bolas con Carlos, así que ni me molesté en pensar en qué llevaba para dormir. En realidad, es que no tenía planeado ni dormir… Qué gilipollas, me repetí. Total, que como había salido de casa de mis padres, había cogido lo que tenía allí para dormir: un conjunto casi masculino, con unos pantaloncillos que parecían unos bóxer y una camiseta blanca interior, de tirantes gruesos y amplias aberturas por los laterales. Bien, no tenía sujetador que ponerme, y con aquel calor pues ya casi me viera las peras mi primo, la verdad. Cada vez estaba de menos humor para nada. Me desnudé, y rápidamente me puse las braguitas. No eran tanga pero casi, de tipo brasileño me dejaban a la vista prácticamente las dos nalgas, aunque la raja quedaba perfectamente cubierta por una amplia banda, al menos en su parte superior, ya que luego la tela se estrechaba rápidamente para perderse entre mis glúteos. En toco caso, para una visión frontal, tapaban bastante más que muchos bikinis… Negras, casi nuevas, limpísimas… comparado con lo que había llevado tres semanas atrás, era la viva imagen de la castidad. Además, mi coño recortadito evitaba que se me saliera el matojo por los lados o cualquier otra inconveniencia semejante. Me miré en el espejo de la habitación de mi primo: un aspecto bastante respetable. Lo que no se me quitaba era la erección permanente de los pezones… Alargué la cosa hasta lo indecible, para ganar tiempo, mientras terminaba de vestirme con el pantaloncillo y la camiseta. Se me marcaban perfectamente el culo y las peras, pero era lo que había. Por lo menos estaba cómoda, y en general me podía mover sin que se me viera demasiado.

Estaba hasta, quizás, demasiado tapada para mi gusto.

Salí al pasillo. Calma total… Del salón llegaba el rumor de la tela, a un volumen no demasiado elevado. Avancé hacia allí, acostumbrando mi vista a la semipenumbra del pasillo. Fuera todavía era claramente de día, aunque el día avanzaba hacia su fin y en aquella calle estrecha enseguida se notaba cuando el sol empezaba a perder fuerza, incluso en aquella época en que ya nos precipitábamos poco a poco hacia el verano. Mi primo tenía puesta la tele, y la miraba con cara aburrida, sentado despatarrado en el centro del sofá.

-       Ah, prima… cuánto has tardado…

-       Ya, lo siento – me disculpé instintivamente, aunque sin saber realmente por qué tenía que pedirle perdón a aquel mocoso… en cierto modo, era como si mi ira hacia él se hubiera aplacado, y ahora lo veía más como un aliado, como mi pequeño primo querido… sí, al fin y al cabo Carlos había conseguido acumular toda mi ira en su persona, multiplicada por mil.

-       Bueno, he pedido ya la pizza… es pronto quizás… - miré la hora en el reloj de la pared, eran más de las siete… para mi plan, cuanto antes cenáramos y nos fuéramos a dormir, mejor, menos riesgos correría yo…

-       No te preocupes, mientras la traen y tal, se nos hace la hora de cenar seguro…

-       Ya, además me han dicho que tienen mogollón de pedidos ahora, y que seguramente van a tardar más de la cuenta… todavía. Ya sabes que en este sitio suelen ser bastante pesados…

-       Mierda… - se me escapó.

-       Sí… yo también tengo hambre, prima… ven, ¿te sientas aquí a mi lado?

-       … - ¿aquello había sonado tan sexual como me había parecido a mí? ¿o es que yo estaba todavía más salida que él todavía?

-       …a ver la tele, digo. – Pablo parecía haber leído perfectamente mi expresión confundida.

-       Bueno, primo… - tercié yo… no, no me apetecía lo más mínimo apoltronarme en una esquina del sofá, acorralada entre los almohadones y el cuerpo invasivo de Pablo pegado al mío, y tal y como estaba aposentado en todo el medio, no me dejaba ninguna opción… - estoy pensando que igual estamos hasta más cómodos en el suelo…

-       ¿En el suelo?

-       Sí, verás, ayúdame a separar esta mesa.

Empecé a empujar la mesa de centro hacia un lado. Él se puso de pie, y entre los dos la apartamos hasta dejarla casi junto al mueble de la tele. Me acerqué al sofá, y tiré los cojines que había sobre éste al suelo. Me senté allí, con la espalda apoyada en el sofá, dejando disponible el hueco equivalente a más de la mitad del mismo a mi izquierda.

-       Anda, ven aquí… - le dije dando dos palmaditas en el suelo, a mi lado - ¿qué estabas viendo?

-       Bueno… jejeje… no sé si te va a gustar la película, ya sé que este tipo no son precisamente de las que te gustan pero…

-       Anda, da igual, vamos a verla… siéntate anda… - le dije – ven a mi lado. – Añadí, innecesariamente.

Pablo se sentó a mi lado, aunque sin tocarme. Miramos la película. Joder, me iba a ser difícil no pensar en otras cosas… flipaba con los bodrios que le gustaban a mi primo, la verdad… pero bueno, en el fondo es que era todavía un niño. Por primera vez me fijé en su ropa: desde que llegué a su casa había ido vestido con esa indumentaria, que lo mismo podía ser un pijama que ropa para estar por casa. De hecho, me hizo gracia ver que íbamos vestidos básicamente igual, con una camiseta blanca de tirantes anchos y un pantaloncito corto de tela de chándal, gris claro en mi caso, azul marino en el suyo. Tanto mi camiseta como mi pantaloncillo me iban mucho más ceñidos que a él los suyos, de manera que se me marcaban tremendamente las peras sin sujetador y el mismo culo, aunque dado que llevaba esas braguitas brasileñas, apenas se me marcaba su tela sobre las bragas, cuya forma se delineaba libre y nítida en la apretada tela del pantaloncillo. Mis axilas depiladas quedaban perfectamente a la vista de Pablo, con todo el contorno de mis costados por las amplias aberturas laterales de mi camiseta, que dejaban ver perfectamente el nacimiento de mis tetas, mucho más que por el exiguo escote, que tan solo dejaba ver un incipiente inicio de mi canalillo. En cuanto a las perneras de mi pantalón, poco dejaban ver por ahí, ya que quedaban perfectamente colmatadas por mis generosos muslos, por lo demás prácticamente desnudos para la vista. A esas alturas de la casi acabada primavera, yo ya tenía un agradable color tostado en mi normalmente blanca piel… ese año además había podido tomar bastante el sol en casa de mis padres totalmente a solas, lo que equivalía a hacerlo desnuda, por lo que apenas eran visibles diferencias de tonalidad en mi piel que delataran marcas de bikinis o ropa semejante. Apoyada contra la parte baja del sofá, estaba sentada con las piernas abiertas y cruzadas, lo que mucha gente conoce como postura “de indio”. Así sentada, tenía el pecho echado hacia delante, lo que mostraba claramente la forma de mis tetas al natural, tan solo ligeramente aplastadas por la tela de la camiseta. Los pezones no se me habían bajado desde que me cambié, así que en todo momento di por sentado que Pablo tendría una perfecta visón de tan delicados botones, groseramente hinchados y marcando impúdicos sus lujuriosas formas en la tela blanca, algo humedecida quizás por mi sudor, quedando impresos allí como en altorrelieve. Por lo que respectaba a mi entrepierna… bueno, aquel pantalón quizás algo pequeño, me quedaba tan ceñido que, más aún en aquella postura donde mis muslos abiertos tiraban de la tela de la entrepierna, pues aquella prenda y en aquella postura, resulta que me marcaba tremendamente el bollo. Podía notar además la raja abierta por la tela de las bragas y por la costura del pantaloncillo, que se me clavaba dentro. El roce y la situación hacía que aquel leve masaje, y esa pizca de miedo mezclada con excitación, me estuvieran haciendo mojarme ligeramente… lo que, lejos de preocuparme, me tenía más bien peligrosamente emocionada…

La vestimenta de Pablo, por su parte, tratándose prácticamente de las mismas prendas, arrojaban en cambio una imagen muy diferente. Si bien la diferencia podía ser más bien en el nivel de sensualidad de su cuerpo revelado bajo aquellas mínimas ropas, había que tener en cuenta que, para su edad tan reducida, la visión de mi primo así vestido no dejaba de sorprenderme por el considerable nivel de sensualidad que transmitía su cuerpo… los antebrazos de músculos ligeramente marcados, el vello ligero, rubio, largo y nada rizado de sus axilas asomando provocador (habrá quien sienta rechazo por el pelo de las axilas, pero a mí siempre me ha gustado disfrutar de un cuerpo velludo y unos sobacos bien poblados…), sus pectorales apenas iniciando su desarrollo tratando de hinchar su camiseta, los dos puntitos de sus casi infantiles pezones apenas despuntando bajo la tela… Bastante menos ceñida que la mía, su camiseta dejaba entrever su pecho desde el escote y por los agujeros de los laterales, con su blanca piel refulgiendo casi más que la inmaculada tela que la cubría. También sus pantaloncillos eran bastante amplios, lo que no quitaba que, con las piernas levantadas, flexionadas y recogidas contra su cuerpo,  se marcara un amplio paquete entre ellas. Puede que aquello pudiera pasar levemente desapercibido si no te fijabas. La típica cosas que tu cerebro sabe que algo no encaja, que hay algún error en las proporciones pero nada tan evidente como para verlo de forma directa. Y, sin embargo, después de haber conocido bien aquella maravilla en plenitud, era inevitable fijar allí la vista y deleitarse con esa forma hinchada, bastante más grande de lo que debiera ser habitual… aunque bien era cierto que las formas de Pablo se mantenían dentro de un orden, dado que en estado de reposo su pene tiende a mantener un tamaño dentro de lo casi normal; cosa que en aquel preciso instante me hizo pensar que, seguramente, no estaba tan “relajado” como cabría pensar. Visualizar en mi mente, aunque fuera de manera tan fugaz, la polla de mi primo, no ayudo a mantener la calma, precisamente. Por lo demás, las amplias perneras de su pantaloncillo, cayendo hacia abajo al tener él sus muslos levantados, dejaban ver sin problema su entrepierna entre las sombras oscuras de la cueva que se formaba entre aquella tela y sus ingles. Afortunadamente, vestía sus acostumbrados slips ajustados… lo que, dada la situación, tampoco era poca cosa.

Pasé un buen rato en aquellas observaciones y pensamientos, consiguiendo mantener al tiempo la banal conversación de mi primo, malamente articulada a base de comentarios sueltos sobre la absurda película. Debíamos llevar más de veinte minutos así cuando, por primera vez, él cambió levemente la postura, sentándose a lo indio como yo, al tiempo que subía sus brazos al asiento del sofá que nos servía de respaldo. Al hacer eso, su mano derecha pasó por encima de mis hombros, quedando apoyada a la altura de mi cuello. Sus dedos, ni estirados ni encogidos, quedaban a penas en contacto con la piel desnuda de mi cuello, plenamente accesible bajo mi pelo recogido con una goma en una coleta doblada, casi como un moño medio desmontado, y la amplia apertura trasera de mi camiseta de tirantes… Pablo mantuvo quieta la mano, tan solo los mínimos movimientos de nuestros cuerpos al articular alguna palabra bastaban para que un minimísimo roce de sus dedos sobre los pelillos diminutos de mi nuca, perlados de infinitesimales gotas de sudor, provocase un contacto electrizante entre ambos, transmitiéndome descargas de electricidad que me llegaban directas al cerebro, provocando que la erección de mis pezones se tornase ya dolorosa, fuertemente marcada ya por una visible marca de humedad, al tiempo que sentía cómo el capuchón de mi clítoris  se abría levemente, lubricadísimo como estaba, para dejar salir a su hipersensible habitante que empezaba a hincharse, goloso y hambriento.

¿De veras… tan poco había bastado para?

Pero, al fin y al cabo, yo había ido a esa casa a follar. Normal que estuviera así. Y si el gilipollas de Carlos no estaba finalmente por labor, después de haberme puesto la miel de su polla en los labios, ¿por qué tenía que quedarme yo con las ganas?

Muy consciente de lo que hacía, me recliné más contra el sofá. Los dedos de Pablo quedaron rodeando mi cuello. Tras un leve instante de titubeo, mi primo empezó a acariciarme. Yo elevé ligeramente la barbilla, y cerré los ojos. Sentí mis pezones hirviendo contra la tela, y gruesos goterones de sudor bajando por la parte delantera de mi cuello hasta enterrarse en mi escote. Aquella postura me hacía sacar pecho, mostrando mis orgullosas tetas de manera abierta a mi primito. Notaba cómo los regueros de sudor me refrescaban los hirvientes pezones, lo que me agradaba, pero sabía que tenía que estar mojando de manera evidente  mi camiseta en el lugar menos indicado para ello. Mientras tanto, entre mis piernas, mi clítoris había terminado de eclosionar mientras Pablo me masajeaba cuidadosamente la nuca, y lo sentía hinchado y endurecido, frotándose implacablemente contra la tela de mis suaves braguitas nuevas, ferozmente aprisionadas contra mi vulva por la apretada costura del estrecho pantaloncillo…

Aquella deliciosa sensación me impidió disimular un gesto de placer, mascullando un gemido a penas entrecortado por mi pudor y girando la cabeza muy lentamente alrededor de mi cuello, con los ojos siempre cerrados y una mueca de placer en mis labios, para conseguir acentuar el contacto con la mano de Pablo. Mi primo se tomó este evidente signo como lo que era, una invitación a ir más adelante. Dejamos de hablar. Yo dejé de mirar la película absurda y, con los ojos cerrados, me centre en sentir su masaje. Supuse que Pablo, con la vía libre otorgada por mis ojos que habían dejado de vigilarle, se estaría entreteniendo en admirar mis ya más que evidentes pezones reventando la tela mojada en sudor de mi camiseta. Sus caricias se habían convertido, como digo, en un abierto masaje, al que yo respondía melosa con un coqueto movimiento de hombros y cuello. Sus dedos recorrían ya mi nuca, ascendiendo por mi cabeza, enredándose en mi cabellera recogida, provocándome unos electrizantes estremecimientos dignos de un suave orgasmo, y bajando luego de nuevo a mi cuello, para desparramarse por fin sobre mis hombros. Me resultaba increíble la manera experta que tenía de tocarme y de masajearme. Pensé que, aquél día, y considerando que llevábamos ya lo nuestro, tan reciente además, que al fin y al cabo resultaba absurdo tratar de disimular aparentando que no me provocaba un considerable placer. Así que me dejé llevar, y acomodé todavía más mi cuello hacia atrás, sacando más pecho aún y tratando de multiplicar las posibilidades de contacto físico con él. Mi boca se entreabrió en un quejido de placer, y mi lengua apareció precisamente allí, humedeciendo mis resecos labios que quedaron brillantes untados de saliva, mientras gemía y me relamía disfrutando de aquella maravillosa sensación. Aquello era ni más ni menos que lo que esperaba cuando decidí subir tras comerme demasiado la cabeza en aquella plaza un rato antes. Necesitaba mimitos, y mi primo Pablo sabía cómo dármelos. Después de lo que había pasado esas últimas tres semanas, sinceramente me parecía absurdo tener el más mínimo remordimiento, hacia mi primo mayor, mis tíos, mis padres o quien coño fuera.

Alargamos aquella deliciosa  toma de contacto, porque los dos estábamos disfrutando enormemente de ella, y supongo que porque ninguno de los dos tenía muy claro cómo continuar. Yo, por mi parte, tampoco pensaba dejar que aquello se me fuera de las manos. Pablo, seguramente, intentaría avanzar lo más lejos que pudiera, pero al menos debía esperar que contara con repetir alguno de los numeritos de la ocasión anterior. Cualquiera de ellos resultaba excesivo en ese momento, tal era mi juicio mientras sus caricias me hacían estremecerme como si me las estuviera dando el más sexual de los hombres en la situación más erótica imaginable. Resumiendo, que me estaba poniendo perra, aunque evitaba reconocerlo. Y es que pocas cosas me hacen bajar las defensas como un buen masaje, y lo de Pablo estaba siendo bastante parecido a un buen masaje, la verdad… dentro de las limitaciones del momento. Pero su mano se afanaba por recorrer lo máximo de mi piel caliente, resbalando lubricada en mi propio sudor, porque el calor en su casa era realmente asfixiante, y su forma de tocar mi cabeza empezaba a ser de todo menos inocente, dados los visibles calambrazos de placer que me provocaba con su hábil y sensitiva manera de apretar las yemas de sus dedos por mi cuero cabelludo.

Llegado el momento yo, que seguía con la boca entreabierta, empecé a emitir unos gemidos que ya estaban más próximos a jadeos que a otra cosa. No me daba mucha cuenta de que lo hacía, o quizás debería decir más bien de que me daba perfecta cuenta pero me daba igual, que no me importaba una mierda, al fin y al cabo, que mi primo Pablo fuera realmente consciente del placer que me estaba dando… joder, que por lo que había pasado ya entre nosotros, él ya sabía de sobra que era capaz de darme placer hasta el orgasmo. Tampoco podíamos negar la evidencia ¿no? Así que mis jadeítos vinieron acompañados de una intensificación del masajeo de mi cuero cabelludo, si bien Pablo pronto volvió a bajar por mi cuello hacia mis hombros, sin duda buscando más de mi piel desnuda… en ese momento él ya se aventuró a meter sus largos dedos bajo los tirantes de mi camiseta, y frotar con firme delicadeza mis hombros y la parte superior de mi espalda.

Aquello había pasado ya de un contacto casual, incluso de un masaje a modo juego… pese a lo limitado del contacto, era un masaje con todas las de la ley y, me atrevería a decir ahora sin temor a meter la pata, un masaje abiertamente erótico, si no por su propio alcance sí al menos por las marcadas intenciones tanto de mi primo como de mí misma… Podía haber parado aquello ahí, pero no lo hice, no; todo lo contrario, más bien. Estiré mi cuello hacia atrás y me forcé a sacar todavía más mi pecho hacia fuera, asegurándome de que la forma de mis tetas y de mis pezones empalmados se proyectaba hacia delante de mí, impulsando con ella el ya revuelto deseo de mi primo… yo seguía con los ojos cerrados, por lo que no podía verle, pero me parecía escuchar su respiración haciéndose poco a poco más agitada. Y ahí fue cuando, siguiendo la delicada curva de mi hombro izquierdo, Pablo me empujó el tirante de ese lado de la camiseta, que deslizó suavemente hacia abajo por mi brazo.

Sentí el aire cálido rozando el nacimiento de mi seno, y pronto la mano de Pablo asomando sobre la clavícula, siguiendo la estela de la tela caída. Mis jadeos sordos, ahogados, siguieron sin variar su ritmo. No me moví ni un milímetro de mi posición. Mi primo tenía vía libre… y no la desaprovechó. Su mano bajó resbalando por el nacimiento de mi seno y, ligera y descuidada, penetró bajo la tela. Abrí los ojos estremecida al sentir el contacto de su mano sobre mi pezón erecto. No pude reprimir un gemido cuando mi clítoris saltó entre mis piernas, y su roce contra mis braguitas me hizo por un momento ver las estrellas. Mi primo Pablo me empezó a estrujar la teta, mientras nos mirábamos a los ojos fijamente.

-       Creo que está empezando a hacer demasiado calor aquí, primo…

-       Sí, es cierto… los dos estamos sudando mucho prima…

-       Igual… igual deberíamos parar, ¿no? Aprovechar y traer un ventilador…

-       ¿Quieres un ventilador prima? No sé… también… también podemos quitarnos algo de ropa… tienes la camiseta muy sudada… por…

-       Pablo…

No quería el ventilador… no sabía si quería la ropa…

Le quería a él.

Pasé mi lengua por mi labio superior, luego por el inferior. Finalmente me mordí el labio de abajo y jadeé mientras su mano estrujaba mi teta y retorcía mi pezón. Volví a decir su nombre, aunque esta vez ya no me dejó acabar y me cerró la boca con un beso. Mi primo tenía los labios resecos, pero yo me ocupé de humedecérselos y lubricárselos, acogiéndole y untándole en mis propios labios que tenía bien mojados de haberme repasado la lengua empapada en saliva mientras me dejaba tocar por él, babeando de deseo… y por fin le tenía en mi boca, dándome el mayor morreo que me había dado nunca, olvidando todos los absurdos besos e intentos de comernos la boca con la mínima pretensión adulta de nuestros encuentro de tres semanas atrás. La forma de besarnos en aquel momento no tuvo absolutamente nada que ver con eso. Nos comimos la boca de verdad, con ansia, besándonos y chupándonos con ganas, dejando correr todo el deseo y todas las ganas que habíamos acumulado durante 21 días de reajuste personal y mental. Y ahora, por fin, sentía que no me costaba nada, al revés, que me salía como algo natural el estar allí dejándome agarrar una teta por mi primo y sacando la lengua para chuparle la cara y los labios, para metérsela en su boca y buscar también su lengua y jugar con ella, dentro y fuera de su boca, lamiéndonos lengua a lengua, retorciéndolas como tornillos tratando de enroscarse uno en el otro, lubricados en litros de babas que saltaban alegremente de una boca a otra, chorreando todavía más sobre mi camiseta cada vez más y más mojada.

Pablo estaba de rodillas echado sobre mí, manteniendo el equilibrio con una mano apoyada fuertemente en mi teta, que seguía sobeteando, y la otra haciendo de tercera pata de un inestable trípode que, además, recibía una y otra vez las furiosas embestidas de mi boca. Mientras, yo me mantenía sentada, apoyada en el sofá y tratando de contener mis manos pegadas a mi cuerpo, aunque cada vez más las dejaba escapar para tocar algo de su piel, sus brazos, su cintura asomando bajo su camiseta, su cuerpo tan caliente… Las bocas continuaban mientras con su juego, las lenguas entrenaban movimientos cada vez más obscenos y los labios se apretaban y exploraban hasta doler, envueltos en sonoros jadeos de los dos que acompañaban nuestros lascivos besos. Y seguimos, y seguimos, y seguimos, hasta que uno de los dos, creo que él, se apartó un poco en un momento dado a coger oxígeno y tratar de no caer deshecho de calor…

Pablo estaba en cuclillas frente a mí, los labios enrojecidos y la cara brillante de algo que no era solo sudor. Estiré las piernas, notando mi bollo hinchado y viendo las estrellas con cada milímetro que movía las piernas, y que mi clítoris me devolvía amplificando las sensaciones de su roce contra mis bragas, restregado con la apretada costura del pantaloncillo que cada vez sentía más clavada en mi raja, con los labios mayores de mi vulva a ambos lados de dicha separación, hinchando la tela de la entrepierna del pantalón y amenazando con desbordar sus apretadas perneras. Pablo pasó una pierna entre las mías, quedándose sentado encima de mi muslo izquierdo, empezando a masajear suavemente la carne de su parte superior, desde el medio muslo hasta la ingle, mientras seguía mirando mi pecho colgando fuera de la camiseta ahora, y que yo ya no me molestaba en tratar de ocultar.

- ¿Sigues teniendo calor, prima? No sé, puedo traer el ventilador del cuarto de mis padres si crees que lo necesitas…

- No… Pablo. Déjalo… creo… creo que tienes razón – dije tomando la parte inferior de mi camiseta entre mis dedos – creo que es mejor que nos quitemos las camisetas, como dices… - Pablo abrió la boca en una mueca muda de sorpresa absoluta, mientras yo tiraba de mi camiseta y la sacaba por mi cabeza sin dejar de mirarle.

Aunque me sorprendió un poco, de repente estaba tremendamente contenta de volver a estar otra vez enseñándole abiertamente las peras a mi primo pequeño. El se apresuró a quitarse rápidamente la camiseta también, quedando los dos con el torso al aire y disponibles para el otro. Mi primo estiró las manos y, sin mediar palabra ni pregunta, se aferró a mis tetas empezando a sobármelas con total libertad por primera vez, sabiendo que yo solo no se lo impedía sin que, precisamente, deseaba que hiciera justamente aquello. Me dejé magrear por él, tratando de demostrarle que, aquella vez sí, estaba ni más ni menos que donde deseaba estar. Y Carlitos de podía ir bien a la mierda…

Pablo no se quedó ahí, naturalmente. El instinto sexual de mi primo era salvajemente innato y, si tres semanas antes podía haber tenido dudas sobre lo que debía de hacer en cada momento, aparentemente esas dudas habían desaparecido. De estrujarme las tetas sentado sobre mi muslo, pasó a estrujarme las tetas y comerme la boca, empotrado entre mis piernas. Si mi intención era mantenerme sin mojar las bragas, ya era tarde: noté un cálido chorro, como un goterón de baba espesa y viscosa resbalar entre mis labios menores, hinchados y salidos ya a esas alturas, empapando la tela del centro de mis bragas, lubricando los labios mayores de mi abultado bollo y empapando todo alrededor de mi clítoris para facilitar y hacer aún más intensa la sensación provocada por su frotamiento contra mi ropa interior. El olor a coño caliente me golpeó la cara, y sentí fuertes deseos de tocarme, pero me contuve, aferrándome para ello todavía más al joven cuerpo de mi primo que se había pegado sádicamente al mío, como tratando de meterse en mi boca y arrancarme los pezones de las peras doloridas.

Tanto placer en un beso no era normal, pero es que aquel beso era más que un beso, era todo un ejercicio de penetración y exploración, me estaba follando la boca con la suya y yo le follaba la lengua con la mía… El largo morreo, largo de minutos tras otros minutos y vuelta a empezar, dejó por fin paso en un momento dado a lo que tenía que llegar: siguiendo el rastro de nuestras babas, mi primo cayó sobre mis tetas y, por fin, ¡por fin!, me las comió. Me pareció que acaso llevaba una vida esperando aquél momento. Solté tal bramido que por un momento yo misma pensé que me había corrido, del intenso calor que sentía además entre las piernas. Pablo me mamaba con furia los pezones, dejándome regada de tales cantidades de saliva que la piel empezó a escocerme rápido, pero él mordía primero y luego masajeaba con las manos, untándome su saliva y esparciendo luego más babas con su lengua extendida. Pronto no quedó rincón de la parte superior delantera de mi anotomía que mi pequeño primo no hubiera probado ya.

Mientras tanto, yo no podía evitar abrirme al máximo para él, de tan entregada como estaba. Su pierna izquierda, montada sobre mí, me frotaba la vulva hipersensibilizada por mi desmedida excitación, arrancándome leves grititos en cada roce, que él sin embargo debía estar achacando a su trabajo bucal sobre mis mamas. Al mismo tiempo, con mi pierna izquierda, y a veces también mi vientre y mis manos, podía notar el tronco duro de su sexo empalmado palpitando, luchando por romper la barrera de sus calzoncillos y su pantalón corto, rozando mientras, golpeando mi cuerpo de infinidad de maneras y situaciones. Nuestros cuerpos se buscaban así, tratando de ampliar el nivel de contacto, y acechando mutuamente, de esa manera medio consciente en apariencia, pero en realidad abiertamente intencionada, las partes más sensibles y excitadas de la sexualidad de nuestro compañero…

Entre besos y comidas de tetas, nuestro encuentro amenazaba con desatar por completo la incipiente cabalgada que estábamos empezando a lanzar contra el cuerpo del otro, Pablo siempre medio paso detrás de mí, cuidándose muy mucho de no importunar con su impaciencia mis posibles miedos absurdos que, demasiadas veces ya, le habían impedido alcanzar determinadas mieles que esta vez sí parecían rendidas por completo para él.

Sin embargo, naturalmente, no se deben alargar nunca tanto las cosas que pudieran verse arruinadas por una interrupción repentina. Y, quienes hayáis pasado por ello, sabréis que si iniciáis un encuentro sexual de futuro incierto con alguien con que no tenéis convenientemente amarrado, nunca deberíais pedir pizza antes…

Efectivamente, estábamos en lo mejor, con Pablo lanzado como una hiena contra mi cuerpo, devorando mis tetas y mi boca abierta e inundada de sus babas, embistiéndome a pollazos con tal ímpetu, y frotando y golpeando mi coño y mi salido clítoris de tal manera, que yo ya estaba acercando a él mis manos abiertas en cuenco para recibir la bendición de su miembro en mis palmas sudorosas, cuando el quejido lastimoso del maldito telefonillo resquebrajó la noche inundada hasta entonces solo por nuestros jadeos…

Pablo reaccionó al segundo timbrazo, pero a mí me costó más entender por qué narices se separaba así de mí para levantarse y avanzar a tumbos hacia el pequeño recibidor de la entrada a la casa, y por qué y a quién le escuchaba preguntar con voz ronca que quién era. A partir de ahí, todo sucedió muy rápido. Yo me levanté, torpe y temblorosa por la excitación acumulada y sin resolver, además de la postura retorcida y la presión de haber cargado el peso de mi primo sobre mi muslo durante largo rato. Casi cojeando al principio, trastabillando y apoyándome en los muebles del salón, atravesé yo también el amplio espacio hasta asomarme a la puerta del recibidor. La visión fue escandalosamente lasciva: bajo la fuerte luz de la lámpara de techo que acababa de encender mi primo Pablo en aquel reducido lugar, contrastando con la penumbra del salón, iluminado solo por el resplandor de una televisión a la que hacía mucho que habíamos dejado de hacer caso, me encontré casi de bruces su cuerpo, prácticamente desnudo, brillante de sudor, tan blanca la piel… y, entre sus manos y bajo su expresión sorprendida al verme, su larga tranca, bellísima tal como la recordaba, que mi primito luchaba por dominar y poder volver a guardar dentro de sus pantalones…

-       ¡Joder…! - no pude evitar exclamar… - déjame primito… que te ayudo.

Escuchar aquellas palabras de mi boca me pareció digno de la peor película porno de sexo malo y facilón. Sin embargo, las había dicho, las dije y las cumplí: sin dejar decir a Pablo “esta boca es mía”, le demostré que su boca me pertenecía cerrándosela con la mía mientras me lo comía a besos nuevamente, esta vez por fin yo mucho más activa que él y tomando finalmente la iniciativa que me correspondía por edad, y experiencia, si no también por deseo (al menos esa superioridad sí que debía concedérsela, aunque a duras penas, a mi primo). Sin embargo, no contenta con comerle la boca y frotar mis tetas sobre él, con mi mano izquierda así firmemente el mango alargado que le nacía, duro y caliente, entre las piernas, y empecé a resobarle como si fuéramos un par de salidos en un espectáculo de una despedida de soltera salida de madre.

Segunda regla de la pizza: si tu pareja al menos se ha acordado de que queríais comer, al menos no hagas tú el gilipollas actuando como una niña salida en el momento menos oportuno… Al segundo o tercer timbrazo, qué sé yo, cuando por fin me di cuenta de que llamaban a la puerta, en realidad a golpes ya en la hoja de madera, Pablo se separó de mí y me miró aterrado, con el falo tieso temblando entre las piernas, con solamente algo menos de la mitad débilmente cubierto por su ropa interior y su pantalón de pijama. Cojonudo… pues buena la había hecho… El pizzero llamaba insistentemente a voces, amenazando con alertar a media escalera… Me acordé de toda su familia... ¿pues no habían tardado más de una hora en traer la puta pizza, y ahora venía el tío con prisa? Mi primo me miró aterrado, con aquel monstruo temblándole contra el abdomen. Me fijé que su glande, más que húmedo, supuraba espesas gotas de líquido que caían formando alargados hilos de plata, como de tela de araña, que se perdían camino al suelo.

-       Joder, Laura puta… mira cómo me has puesto… yo no puedo abrir así… - se quejó, enfadado (y supuse que con razón, al menos aquella vez encajé muy fácilmente sus insultos al constatar la perfecta estupidez que acababa de hacer…), mientras me apretaba un puñado de billetes y monedas contra mi mano izquierda.  – Toma, está justo… yo no puedo abrir así, prima… mírame…

Todavía no sé qué tenía en la cabeza para reaccionar como reaccioné. El puto pizzero voceaba y golpeaba la puerta que parecía que la iba a echar abajo. Supongo que, más atemorizada por una posible molestia inoportuna de algún vecino que, alertado por los gritos pudiera acercarse, o incluso dar aviso a mis tíos, frente a lo cual lo que pudiera pensar aquel insensato pizzero me tocaba francamente mucho el higo, abrí la puerta sin pensármelo dos veces. Y ahí ya no sé yo quién se puso más nervioso. Un chico, no tan joven ni mucho menos, y del que no recuerdo absolutamente ningún otro rasgo más, estiró la caja de pizza hacia mí abriendo los ojos como dos platos. Yo cogí aquella caja y le entregué torpemente los dineros, o quizás fue él quien los cogió torpemente, no sé. Lo cierto es que la mayor parte acabó en el suelo. Yo me agaché, dejé la caja a un lado y traté de recoger lo que había caído, pero ya demasiado nerviosa, terminé por dejar escapar entre los dedos los últimos restos de dinero que me quedaban. Sin embargo, el atontao del pizzero había tenido el mismo impulso, y al agacharnos los dos a la vez nuestras cabezas chocaron, no demasiado violentamente, por suerte. En ese momento, recuerdo que yo me incorporé, y él se incorporó también, mirando él sin disimular mis dos tetas, que se erguían desafiantes hacia él, y mirando yo sin disimular el bulto escandaloso que se había formado en su pantalón. Qué magnífica oportunidad para hacerle pasar y follármelo (recuerdo ahora que el chico sí estaba de buen ver), pensé, si no estuviera deseando follarme a mi pequeño primo. El inoportuno pizzero debió pensar lo mismo, y en el mismo orden, pasando del dinero primero para avanzar directo hacia mí, y agarrándome ambas tetas con una determinación inversamente proporcional al nivel de confianza que yo le había podido haber otorgado hasta entonces, acabar paralizado, estupefacto, horrorizado al ver a mi pequeño primo erguido al otro lado del minúsculo recibidor, con la polla erguida, seguramente más grande que la polla del pobre pizzero y de toda su familia junta. Al ver aquello el pobre hombre ya no debió querer saber mucho más, porque directamente retrocedió, y musitando un balbuceante adiós se giró y se lanzó a por las escaleras deseando abandonar el edificio.

Solo deseo ahora que ese chico no vuelva ni volviera jamás a repartir una pizza allí, cosa en la que confío ciegamente, dado el absurdo nivel de rotación de este tipo de personal que tienen siempre estos negocios de mierda movidos por grandes cadenas, y más aún teniendo en cuenta que estábamos ya casi en época estival, y que seguramente muchos jóvenes liberados de sus estudios dedicarían su poco tiempo libre a perderlo de tan lamentable manera, aporreando puertas de pobres infelices que se verían interrumpidos en mitad de una muy deseada sesión de buen sexo…

Recuperé la maldita caja de pizza del suelo y cogí a mi acojonado primito de la mano, tirando de ambos hacia el salón. Lancé a la pizza sobre la mesa y a mí primo sobre el sofá. Evidentemente, ya no me preocupaba para nada que nuestra postura sobre ese sofá pudiera acentuar lo más mínimo el contacto físico entre mi primo y yo, porque precisamente de eso ya me iba a encargar yo que pasara, y desde luego que lo que no pretendía ya a aquellas alturas era a seguir tirados en el suelo. Mi primito me miraba boquiabierto, seguro que todavía incrédulo ante mi cambio brutal de opinión frente a lo que sin duda había temido cuando le abofeteé nada más llegar, sentado muy quietecito y recto, y aparentando una absurda formalidad absolutamente incompatible con su torso desnudo y sudado y su demencial verga empalmada, que sobresalía, desnuda, rotundamente erótica, del arrugado montón de tela que tenía entre las piernas…

Desaforada por completo, abrí mis piernas y me senté sobre las suyas, refregando fuerte mi culo contra sus muslos y acercando todo lo que pude mi cuerpo a su cuerpo. Me sentía abierta por mi primo y expuesta a él. El pobre Pablo no sabía bien qué hacer con sus manos ni con su boca, así que fui yo quien tomé sus extremidades y las llevé a mis costados desnudos, invitándole a que me tocara y acariciara piel y carnes, retomando de nuevo el camino hacia mis tetas, que ya eran suyas, o emprendiera quizás otras exploraciones más sabrosas si así lo deseaba. Por mi parte, volvía a ser consciente de lo que había atisbado tan solo unos momentos antes, estaba justa y precisamente donde quería estar. Y, en buena medida, con quien quería estar… Mis manos subieron hasta su carita de niño, y atrayéndole hacia mí dulcemente volví a engancharme a él, al cuerpo de mi primo, a la boca de Pablo, comiéndoles labios, lengua y dientes con modales de puta delicada. Mi frotamiento contra él se intensificaba, aunque era un poco vano puesto que lo único que conseguía frotarme con suficiente nitidez física era el culo, ambos glúteos, que habían quedado incluso parcialmente al aire, puesto que tenía básicamente remetidas mis brasileñas en la raja y las perneras de mi apretado pantalón habían conseguido trepar también nalgas arriba, liberando suficiente piel como para poder considerar que estaba enseñando parcialmente el culo. Aquella postura, mi ropa enredada, me hacían sentir intensamente la presión de las costuras del apretadísimo pantaloncillo contra mi vagina abierta, con los labios mayores bien apretados a ambos lados, marcando bollo, y los menores estrujados en torno a la entrada chorreante de mi cueva. El clítoris, por su parte, continuaba enviándome alarmantes latigazos de placer con cada frotamiento. Pese a todo, mi coño, toda mi vulva, no hacía contacto con otra cosa que mis bragas y mis pantalones embutidos en mi raja, dejando el contacto expreso con los muslos abiertos de mi primo para mis nalgas, en buena parte desnudas. Sentía el sudor escurriendo por mi espada y acumulándose en el blanco camino que separaba mis glúteos hasta perderse en las honduras de la embocadura de mi ano, que igual que mi vagina hacía rato que estaba pidiendo guerra.

Bien pensado, quizás no era tan mala cosa seguir evitando ese contacto directo de mi primo con mis partes más explícitamente sexuales, porque me estaba poniendo absolutamente perra a velocidades de urgencia, y por la manera en que le había acorralado y aprisionado contra el sofá me estaba demostrando a mí misma que tenía muy pocas ganas de seguir conteniéndome y continuar con ello perdiendo tan buenas oportunidades de disfrutar de buen sexo en aquella casa. Aquella ansia sexual desmedida por mi parte no era buena, porque me podía hacer acabar llegando a donde de ninguna manera quería llegar, sabiendo que, en última instancia, no iba a ser el pequeño Pablo quien detuviera aquella locura. Aprovecha, Laura, pero con cabeza, trataba de decirme a mí misma, mientras los feroces magreos de mi primo en mis tetas acompañaban la soez manera en la que seguíamos juntando nuestras bocas… ¿quién me habría dicho solo unos meses atrás que acabaría juntando mi boca y mi lengua de una forma tan lasciva y húmeda con mi pequeño primito? Todavía era un niño, sin embargo me estaba dando un placer que pocos hombres son capaces de hacerme alcanzar, ni siquiera de lejos. ¿Podíamos llevar más de una hora besándonos así? Y, sin embargo, me hacía sentir que nunca jamás me cansaría de disfrutar de él, de sus labios y su boca haciéndome suya de tan erótica manera…

Y así, ignorando toda precaución, mi creciente sensación de bienestar y excitación me empujaba a intensificar y profundizar el contacto con mi primo, ese mago del sexo que conseguía fácilmente a su tierna edad lo que la mayoría no alcanzaría jamás. Mis manos apretando su cara y sujetándola tan pegada a la mía que parecía que me lo quería comer entero, su boca, su nariz, sus ojos y orejas, las mejillas, el cuello, todo acababa dentro de mi boca, lamido por mi lengua, chupado por mis labios y regado en mis babas… Al apretarme así más a él, elevándome sobre su cabeza para poder comerle, regarle y succionarle desde una posición elevada y dominante, mi torso se elevó también, quedando absolutamente pegado a su cuerpo, de pronto mis tetas ascendieron, permitiendo que su rostro hiciera ahora el trabajo de magreo sobre mis pechos atormentados, mordiendo con saña unos pezones a esas alturas ya demasiado maltratados. Yo chillaba con gusto de dolor, y le apretaba con fuerza contra mi pecho para que me clavara sus dientes más fuertemente en mis delicados senos, refregando mis tetas en su cara, ahogándole con ellas y aplastando mis pezones en su rostro para sentirle más y más. Las manos libres de Pablo acariciaron por un momento mis costados, limpiaron también mi sudorosa espalda, y por fin fondearon sobre mis nalgas semidesnudas, comprendiendo que era precisamente allí, y no en otro lugar, donde tenían que estar. Pablo me apretaba el culo con sus largos dedos, que se estiraban tirando de mis glúteos hacia fuera, abriendo todavía más mi raja reconcentrada en sudor, restos vaginales y unos calores descomunales.

Peligrosamente empecé a sentir las sensitivas e inteligentes yemas de sus dedos de pianista tratando de estirarse lo suficiente como para alcanzarme la raja del culo, envuelta en sudores. Alternativamente sus exitosas caricias me recorrían tan tierna parte de mi anatomía, toqueteando con delicadeza las inmediaciones de la caliente abertura de mi ano boqueante. Los estertores y convulsiones que, envueltos en grititos y jadeos por mi parte, acompañaban a tan sutiles y provocadoras caricias, me hacían saltar sobre el regazo de mi primo, envolviendo su cara entre mis tetas y rebozando mi vientre mojado contra el tronco de su falo desnudo, que se interponía entre nuestros cuerpos desnudos como una caliente barra con la dureza y temperatura de un metal al rojo. Llevábamos un rato obviando al evidencia de la presencia invasora de su sexo al descubierto y en estado de máxima excitación, o al menos yo la llevaba obviando desde que salté sobre él como una auténtica zorra desesperada. Porque dudaba mucho que con tal nivel de la monstruosa erección que estaba gastando mi primito, él pudiera estar obviando las palpitaciones con las que, a modo de desesperadas llamadas de auxilio, su pene empalmado estaba reclamando un poco de casito.

Sentir tan caliente tronco restregándose fuerte contra mi vientre me hizo constatar violentamente la ineludible hipermasculinidad que mi pequeño primo Pablo ostentaba entre sus piernas, muy a pesar de su reducida edad. Desatada y con el chocho roto de deseo, quedé caída sobre sus piernas, abierta y desparramada ante él, buscando obsesiva su boca con la mía nuevamente y moviendo juguetona torso y peras alternativamente a izquierda y derecha, abofeteando así su tranca con mis tetas empitonadas, arañando la delicada piel blanquecina de su miembro con mis pezones disparados, y tratando al tiempo de buscar acomodo a tan preciado invitado acunándolo en el regazo de mis senos. Cuando, siempre sin dejar de bucear en su boca con mi lengua y dejándome lamer a lengua abierta por él toda mi cara y cuello, noté por la humedad de su caliente y empapado glande en forma de punta de flecha que aquello se encontraba ya confortablemente instalado entre la carnosidad jugosa de mis pechos, abandoné por fin la presión de mis manos sobre la cara de Pablo, bajándolas hasta abarcar mis propias tetas por los lados. Me deleité en mis propias formas, experimentando esa sensación que tanto me excita sentir en mis manos al juguetear con las ternura y esponjosidad de mis globos hinchados y excitados. Separé dolorosamente mi lengua de la suya para poder inclinar la cabeza y tratar de vislumbrar lo que sucedía entre nuestros cuerpos: el sonrosado capullo hinchado de Pablo asomaba eróticamente aprisionado entre mis dos mamas aplastadas y su pecho, fuerte, plano y empapado.

Apretando más si cabe mis manos sobre mis berzas, ensayé una suave cabalgada encima de su cuerpo, viendo cómo su pene duro desaparecía y volvía a aparecer alternativamente entre las montañas sonrosadas de mis tetas. Acuciada por la belleza de aquella imagen, así como por la reacción de mi primito, que gimió como un niño mientras apretaba con fuerza mi culazo rebosante, tirando de él hacia abajo y empujando con determinación tales nalgas portentosas hacia arriba, para acompañar el movimiento masturbatorio de mis senos y mi cuerpo en torno a su rabo empalmado, me dejé llevar insensatamente a hacerle una deseada cubana a mi primo. Desde que mis tetas entraron en contacto varias veces de esa forma y otras parecidas tres semanas atrás, esa imagen me había acompañado y golpeado repetidamente tanto en sueños como en vigilia, haciendo inevitable que, una vez vencida mi resistencia, plenamente rendida y entregada al placer y al destino, me dejara llevar por las ganas locas que tenía de pajear su cuerpo con el mío, y de sentir la dureza de su cipote encerrada entre la blandura de mis pechos. Después de habernos besado sin freno de manera muy guarra y continuada durante bastante más de una hora, no me costó nada juntar saliva en mi boca y escupir un lago de babas sobre mi pecho y el de mi primo, que cayeron por aquél cuenco de carne caliente, descendiendo hacia el sumidero atrancado por su tranca que se perdía en el canalillo de mis tetas, rebosante de su masculinidad. Pablo escupió una cantidad semejante de saliva sobre mí, que bajó quemante por mi cuerpo hasta juntarse con la mía alrededor de su polla y de mis tetas, mientras mi primo volvía a escupirme una cantidad incluso mayor todavía de babas en la cara, para después lanzarse a esparcírmelas por todo el rostro. Yo no dejé de sacar de nuevo mi lengua para seguir jugando tan cerdamente con él, mientras entre los dos movíamos mi cuerpo cada vez más rápido para desatar un implacable bombeo a su polla con mis tetas.

Estuvimos rato así, largo rato, demasiado rato. El impagable sonido de fluido chapoteo que hacía su polla follando mis tetas -donde a la charca formada por nuestro mar de babas mezcladas se unía ya un portentoso chorreo de líquido también baboso y claro, que manaba caliente y preseminal de su glande tenso como la piel de un tambor en pleno redoble- se entremezclaba con le chapoteo cada vez más animal y mas libre de nuestras bocas y lengua. Dios, ¡cómo estaba disfrutando de besarme así con mi primito! Pero todo tiene sus límites, una no es de piedra y hasta el deseo más húmedo termina por secarse cuando la fricción continuada de dos cuerpos casi incandescentes consigue evaporar todo resto de líquidos extendido sobre su superficie. Después de casi media hora guarreando sobre mi primo, el cuerpo empezaba a dolerme, altamente resentido de la desgarradora tensión que tendía a abrirme por mis bajos, estirados y dados de sí en el roce continuado contra mis bragas y pantalones estirados, hasta el punto de empezar a tener casi insensibilizada y adormecida aquella parte de mi anatomía, tan sensitiva normalmente.  También la espalda me atormentaba, los labios me ardían, tenía los ojos enrojecidos de su contacto con la saliva de mi primo y las tetas iban camino de acabar tan desolladas si nos obstinábamos en prolongar mucho más un frotamiento de unos cuerpos que empezaban a quedarse secos, excepto quizás por el sudor que nos untaba a mares. Aún así, también era cierto que nuestros cuerpos calientes evidenciaban ya signos de cansancio insuperable que hacían inviable seguir manteniendo aquella postura y movimientos mucho tiempo más.

Resollando, caí sentada en el mismo rincón del sofá que había despreciado apenas unos momentos antes… La diferencia era que ahora estaba medio desnuda y completamente babeada por mi primo Pablo, que se acariciaba su maltrecho falo empalmado, que había sido generosamente masturbado con mi cuerpo durante toda aquella deliciosa eternidad. Nos miramos, tratando de recomponernos y acompasando nuestras agitas respiraciones al tiempo que nuestras manos se tomaban, se entrelazaban y se acariciaban, demostrando una complicidad que iba más allá del puro sexo físico y de la indecente desnudez que impúdicamente nos unía ya de forma irrevocable. Me pregunté si sería posible que todo acabara así… reponernos, vestirnos, cenarnos la pizza –de repente, estaba hambrienta- e irnos a la cama, cada uno a la suya, sin más. ¡Había sido todo taaan bonito! En serio, pese a haberme negado a ello, todo había ocurrido de una manera natural, razonable, casi lógica y esperable. Y, a pesar de todo, se había conducido por unos límites razonables y se había detenido en un momento moderadamente presentable, al menos si tenemos en cuenta los extremos que habíamos superado tres semanas atrás.

Y así, perdida en tan absurdas esperanzas, deleitándome con las tiernas miradas de mi primo y nuestras delicadas caricias en las manos entrelazadas, me caí súbitamente del guindo al contemplar su pollón estremecerse en violentos estertores sin necesidad alguna de que él acercara si quiera su mano libre a dicho aparato. Comprendí al fin lo evidente: quizás yo sí podía, aunque sabía que aquello me iba a pasar factura, pero mi primo desde luego que no podía quedarse así, y no iba a tardar mucho en decirme que tenía necesidad de descargar…

-       Laura – acabáramos, pensé, aquí está…

-       Dime, Pablo.

-       Quería preguntarte sí… ¿no te importa si me quito el pantalón y me quedo desnudo, verdad? Me molesta horriblemente estando así, y como hace tanto calor…

-       Bueno, primo yo…

-       Verás… en realidad creo que podíamos desnudarnos del todo los dos, ¿no te parece?

-       A ver, primo, estás diciéndome que necesitas terminar la paja para poder quedarte tranquilo, ¿no es así?

-       Bueno, Laura…

-       Pablo, tranquilo… ha pasado lo que ha pasado. Ha vuelto a pasar, más bien. – le dije sonriéndole, y le apreté la mano mientras añadía: -No tienes de qué preocuparte, ha sido todo muy bonito y muy natural, y te aseguro que yo también lo he disfrutado mucho – Pablo me dedicó una preciosa sonrisa al escuchar aquello. – Y eso, que entiendo que tengas que hacértelo ahora… vamos, en realidad, por lo que veo, me queda claro que necesitas bajarte eso de alguna manera… y, al fin y al cabo, creo que te he dado material más que suficiente para masturbarte durante varios días ¿no? Jijiji

-       Bueno, pero entonces… ¿qué dices a lo de desnudarnos?

-       Pablo, imagino que lo harás para pajearte, claro, para poder hacerlo más cómodo y… joder, tampoco te creas que te queda mucho por enseñar ya, que lo tienes todo al aire como quien dice…

-       ¿Entonces no te importa que me despelote del todo?

-       Jajajaja no, primo, no me importa que te desp… - Pablo no me dio oportunidad ni siquiera a terminar la frase, y antes de que me pudiera dar cuenta ya se estaba sacando el pantaloncillo en un rulo con sus slips enrollados ahí también. Por un momento deseé oler aquella prenda caliente, y noté una nueva punzada en el coño, que parecía volver a despertar de su adormecimiento. – Joder Pablo, no pierdes el tiempo…

Traté de disimular entonces que me estaba tragando apresuradamente mis palabras, arrepentida de haberle dicho que ya no tenía nada que enseñar. El cuerpo de mi primito completamente desnudo me reveló nuevamente una belleza irracional y desbordada, que me golpeó con toda la fiereza de un morbo incontestable. Tan niño, y a la vez tan hombre, ese cuerpo ya casi de joven formado me insultaba y me escupía a la cara toda su sexualidad, que era como la sexualidad misma del género masculino encarnada en una única persona, ofrecida en sacrificio para mí y esperando a que yo estirara la mano por fin y la tomara.

-       Caray, primo, no dejas de sorprenderme, la verdad.

-       ¡Jajajaj! ¿Y eso qué significa exactamente, Laura?

-       Pues que estás muy bueno, cabrón, que todo hay que decírtelo…

-       Tú también estás buenísima Laura, ya lo sabes… ¿te desnudas o qué?

-       ¡Pero primo! Jajajaj, hay que ver qué cosas me pides…

-       Es que quiero volver a verte en pelotas Laura.

-       Ya, ¿pero tú no te ibas a ir a masturbarte?

-       Lo haría mejor viéndote desnuda…

-       ¿Viéndome desnuda? ¿Pero qué dices, Pablo? – de repente, aquella soltura excesiva de mi primo me empezó a preocupar, pese a que no pude evitar que todo aquello hiciera que se me volvieran a poner de punta otra vez los pezones. Empezaba a pasárseme el dolor del cuerpo y de las tetas y el deseo asomaba peligrosamente otra vez.

-       Pues eso, lo que acabas de decirme tú… lo de que voy a masturbarme ahora, te estoy diciendo que si no quieres ver cómo me pajeo… y que para mí sería una pasada poder hacerlo mirándote completamente desnuda, primo…

-       Oh, Pablo, joder… oye, mira, a ver cómo te explico yo… es que, a ver, de verdad no sé bien cómo hemos vuelto a acabar metidos en todo esto, y está bien, supongo que es inevitable, tú estás en la edad y yo soy como soy, vale, pero tú tienes que entender también que todo esto tiene que tener ciertos límites… no sé, quizás teníamos que haberlo hablado de alguna manera después de la otra vez, aunque fue todo tan… tan rápido y loco que yo… no sé, Pablo, pero mira, ahora te lo estoy tratando de decir más tranquilamente, así que escucha porque quiero que sí te quede una cosa bien clara, pero mu clara, ¿me oyes? Tú y yo hay muchas cosas que no podemos hacer juntos, primo. Bueno, ya dudo que podamos hacer todo lo que hemos hecho, pero lo hecho, hecho está. No sé, ahora estás aquí, delante de mí, desnudo y empalmado y… ¡waaw! De verdad que no tengo palabras, primo, estás impresionante, y tienes… bueno, tienes una polla que ya querrían muchos hombres adultos… bueno, tienes eso, tienes ganas, tienes cuerpo, tienes una habilidad especial para..

-       ¿Eso significa que te desnudas? – su sonrisa volvió a golpearme.

-       ¡Joder, Pablo! ¡Escucha! Ya, no puede ser… Te he dicho que lo que ha pasado, pasado está, pero tú y yo no podemos hacer cualquier cosa el uno frente al otro… ya hemos hecho demasiado, pero tú no puedes verme nunca masturbándome ni yo voy a verte a ti… ni me vas a ver desnuda ni vamos a hacer nada más esta noche, ¿está claro?

-       Ya nos vimos.

-       ¿Qué?

-       Desnudos…

-       Bueno, ya, pero…

-       Y hasta masturbándonos, aunque fue raro y no pude…

-       ¡Pablo, ya! De verdad… ya te expliqué… si fueras un poco más mayor por lo menos…

-       Ya, como Carlos ¿no? – Pablo se garró la verga tiesa con una mano, y temí que fuera a atizarse la paja así sin más.

-       No hay nada con Carlos, Pablo ¿no lo ves? Si he estado toda la noche contigo y… joder, ya ves… ¡Bueno Pablo, ya está bien! Tenemos que acabar todo esto de una vez… ¿Me has entendido? Necesito que me digas que me he explicado bien…

-       Joder, tía… sí, ya te vale… me lo has dejado claro… ¡vaya bronca que me has pegado!

-       Pero Pablo, no lo veas así, por favor…

-       Vale, ya… Laura, si es que solo quería… que lo que te estaba pidiendo tampoco era para tanto… - otra vez aquella fragilidad que tanto me descontrolaba… mi primito… que solo era un niño…

-       …

-       … - ¿y ahora qué? Me pregunté.

-       Necesito masturbarme prima…

-       …

-       ¿De verdad que no tienes calor? – sin saber bien cómo, de repente me vi sacándome el pantaloncillo de manera ágil y rápida, casi visto y no visto. Tuve al menos los reflejos de mantener mis braguitas… Tenía tapado todo lo que tenía que tener tapado, pero aún así la imagen de conjunto ascendió varios grados de temperatura, sin lugar a ninguna duda. – Bieeennn… Mejor, así, ¿verdad, prima?…

-       Bien…

-       Pero…

-       ¿Pero qué?

-       ¿Y las bragas?

-       Joder Pablo, no me estarás pidiendo que me quite las bragas también, ¿verdad?

-       Es que me vendrían bien para la paja…

-       Pablo, pero ya te he dicho que yo no puedo quedarme ahí desnuda para que te desnudes, eso…

-       No, pero no me estaba refiriendo a eso ahora…

-       ¿Eh? ¿Y entonces? ¿Qué quieres decir? A ver, Pablo, que yo también he pasado por tu edad, y más, joder mucho más sí, que justamente ése es el problema pero, también estos días sí, y eso no es razón tampoco para que me pidas lo que me estás pidiendo que haga. Y…

-       No, Laura… pero no es eso… te entiendo, pero… mira, lo de tus bragas, déjame explicarte…

-       ¿Pero lo de mis bragas qué, Pablo? ¿Es que no te das cuenta de que…?

-       Que no, Laura, que no te estoy diciendo eso ahora, es que no me dejas hablar…

-       ¿Pero qué quieres decir?

-       Joder, Laura, pero calla y escucha, por favor…

-       Primo, tenemos que replantearnos muy seriamente esto, porque…

-       A ver, Laura, ¡que no te estoy pidiendo eso joder!, si me escucharas de una puta vez podría decirte que te las estoy pidiendo solamente para olerlas mientras me pa…

-       ¡¡¡Olerlas!!! Joder, Pablo, pero córtate un pelo ¿no? – dije, exagerando mi reacción minutos después de que yo misma hubiese deseado llevarme a la cara su calzoncillo caliente…

-       Pero Laura, tienes que entenderlo, es que… es que tus bragas tienen ese olor que… joder, es que me pone tan bruto, Laura, ya sabes… el olor de tu coño… de tus corridas, si es que es algo que solamente está ahí y solo con eso se me pone como una piedra prima, solo con oler tus corridas en esa tela… - yo estaba roja como un tomate. En parte también por la excitación, claro.

-       Tío, mi olor… el olor de mis flujos… el olor de mis corridas… ¿pero cómo puede estar diciéndome algo así, primo?

-       Laura, si tú ya sabes… el otro fin de semana… yo… Carlos… tus bragas, tu camisón… si nos los dejaste aquí – sí, los dejé, y jugué también con vuestros calzoncillos, me masturbé con ellos e hice que cada uno de vosotros os masturbaseis también con el de vuestro hermano… no sabéis nada, pequen. ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽nte ancha tambia con su mano derecha, con su desbordante longitud y su punta de flechauyos, ni tu hermana, ni Guille..ños cerdos, pensé.

-       Pero a ver, dime, ¿cuántas veces te has corrido con mis bragas o mi camisón desde ese fin de semana? – De repente, me estaban entrando ganas de jugar…

-       Pues, no sé… dos veces al día quizás… a veces tres…

-       ¿Quéeee? Ajajajaj -  ¡no daba crédito! Llevaba pajeándose en continuo dos y tres veces al día, ya serían más el puto cerdo, durante tres semanas  consecutivas y todavía estaba echo un semental con necesidad de descargar como si llevara un mes sin hacerlo… Había que joderse… ¿De verdad iba a desaprovechar aquella maravilla? – Pero a ver, Pablo, ¿por qué? Dime por qué haces eso, quiero entenderte bien… - quería provocarle, quería que me lo dijera y me lo reconociera todo…

-       No lo sé, Laura – me dolió por un omento verle así de compungido, pero quería seguir adelante con aquello, me excitaba escucharle hablar así de mí – solo se que ese olor de tu coño es completamente irresistible - ¡BUUUM! Escuchar algo así de tu primo pequeño es, sencillamente, celestial. Es empezar a oler tus bragas y casi puedo correrme directamente, sin apenas tocarme… incluso los días que lo he hecho más de tres veces - ¡¡toma!!, pensé, ése es mi primito – y eso que están ya viejas y resecas, y casi huelen más a mi semen seco o al de Carlos… - joder, claro, que el otro cerdo también participaría del festín, más allá de la corrida de la segunda noche, aunque ésa acabó casi entera en la cara de su hermanito, pero bueno… - todavía las recuerdo al principio, olían fresco y casi caliente, olían de maravilla Laura, es una pasada hacerlo con unas así, por eso te pedía para poder probar ahora…

-       ¿Una pasada? Joder, Pablito… yo… no sé que decir, la verdad… - mi leve tartamudeo era apenas fingido, porque realmente lo que me contaba mi primo era muy superior a cualquier cosa que pudiera esperar…

-       Mira Laura, yo entiendo que te resulte incómodo, que tengas que hacer de prima mayor y todo eso, pero aquí estamos los dos igual de salidos con esto y los dos tenemos las mismas ganas, ya te has visto, hoy y las otras veces, y mira, si tú no tienes ganas, pues lo siento porque yo sí, igual ahora esto no te resulta cómodo pero no puedo evitarlo, y estoy tratando de ser todo lo sincero posible contigo, cuando te he dicho que me gustaría tanto que me vieras hacerme una paja, pues es que es verdad, ahora eso me encantaría, simplemente que estuvieras ahí conmigo mientras me corro…joder, si has estado a punto de sacarme la leche con tus tetas, prima… tampoco sería pedir tanto ¿no?

-       Pero escucha, Pablo, todo esto no es hablar por hablar… simplemente intento dejar las cosas claras y… - maldita sea, estaba demasiado caliente, y la determinación de mi primito estaba empezando a hacerme dudar… ¿y si tenía razón? Al fin y al cabo, lo que pedía no era para tanto, y en cierto modo lo habíamos hecho ya, aunque no de una manera tan abierta y directa, claro. – Yo… yo no entiendo cómo hemos sido capaces de llegar a todo esto Pablo, yo… - el nerviosismo que tiñó mi voz en aquella última frase, no era ya apenas fingido. Empezaba a ponerme nerviosa de veras, frente a la firme determinación de Pablo.

-       Pues lo siento, Laura. Pero así son las cosas.

-       …

-       …

-       Joder, primo, no sé… vale que no soy yo quién para decirte cosas sobre tu sexualidad y tal, pero tienes que entender que estas cosas me afectan a mí, y que bueno, tenemos un montón de gente alrededor que…

-       No tienen por qué enterarse.

-       ¿Qué?

-       Que no tienen que enterarse. Anda que no habrás hecho tú cosas antes de… bueno, ya sabes, lo que pasó hace tres semanas…

-       Bueno sí, Pablo, claro… solo faltaba que encima…

-       Pues eso… y ni yo ni Carlos tenemos ni idea de lo que haces. Ni mis padres supongo, y seguro que ni los tuyos, ni tu hermana, ni Guille…

-       ¡Para, para! – joder… esa mención a Guille, mi cuñadito… que mal me venía, la verdad… ciertamente nadie tenía ni idea de mis jueguecitos con él, claro… Pobre de mí. Pero precisamente por eso me había tirado años antes de decidirme a follármelo.

-       No sé, prima… ya solo como siga aquí hablando contigo así, con tus tremendas peras al aire, voy a acabar corriéndome sin tocarme siquiera, tan solo sujetándome así la polla – me la mostró, agitándola fuertemente agarrada con su mano derecha, con su desbordante longitud y su forma de punta de flecha con la base generosamente ancha también.

-       ¿Sin tocarte? ¿Pero solo así de estar conmigo medio en bolas, hablando sin más?

-       Hablando sin más no, Laura. Hablando de sexo…

-       Ya, pero… joder, sí que te pones a tono, primo.

-       Te lo juro, Laura, no te lo puedes ni imaginar…

-       Bueno, en algo tienes razón… si te diese estas bragas ahora, y lo que quieres es oler mis corridas, ibas a poder darte un buen atracón con ellas porque están empapadas…

-       ¡Laura! ¿De verdad?

-       A ver, primo, despacio, jajajaj… no me has hecho correrme con tan poco, claro… pero me has dejado muy mojada, sí…

-       Uffff Laura… solo pensarlo me pone… - su polla tembló.

-       Eh, para, ¡para! Ajajjaja… no me digas que te vas a correr de verdad…

-       Es que… Laura… mira…

-       A ver, dime… ¿qué hay ahora?

-       No sé… te estaba diciendo antes que me gustaría que me vieras pajearme, ¿verdad?

-       Sí…

-       Pues… no sé… realmente lo que yo quiero… lo que necesito… necesito ver cómo te haces una paja… lo necesito, Laura, te lo digo de verdad… no puedo seguir a diario con esas bragas viejas tuyas, pero es que, después de hoy, tampoco me valdría oler tu coño en unas bragas calientes y muy mojadas cada día, e imaginándolo solo… necesito verlo… necesito ver cómo disfrutas y juegas con él… te lo pido por favor, prima…

-       Pero… no… no, Pablo, sabes que eso no puede ser, por supuesto que no… de verdad, primo… no es por ti… ni por mí, claro, ten por seguro que no importaría, al revés, me encantaría, me sentiría muy caliente de poder hacer eso… y más, pero… sabes que no está bien, tienes que entender eso… yo no podría… es que dudo que pudiese ni correrme, no podría dejar de pensar en nuestros padres, primo…lo siento, no debemos hacerlo…

-       Vale, vale, prima… lo entiendo, es como dices tú, es demasiado, demasiado fuerte… tendrías… como remordimientos ¿no?

-       Sí… bueno, no… yo qué sé…

-       Bien. Pues entonces, eso… ¡mírame tú a mí!

-       ¿Qué te mire yo? ¿Pero vuelves a eso?

-       Prima, es que a mí no me da ningún remordimiento, y te aseguro que teniéndote a ti delante voy a pensar en tu coño y en tus tetas seguro, nunca en nuestros padres… Vamos tía, quiero que me mires mientras me hago una paja, si a saber a cuántos tíos se las has hecho ya… - me dieron ganas de cruzarle la cara por ese comentario que no venía a cuento – bueno, incluido a mí, prima… - en eso tenía razón…

-       Ya… bueno, es verdad que si es así, realmente yo no haría nada malo ¿no?

-       No tendrías que hacer nada prima, ni bueno… ni malo.

-       …

-       ¿Quieres hacerlo aquí? – Pablo aprovechó mi silencio.

-       Pablo…

-       Mejor vamos a mi habitación, ¿no? Para no manchar nada… - maldito Pablo… ¿tenía que ser tan perfectamente gráfico?

Bueno, si todavía pensaba que debería haber cortado todo aquello antes de que se me fuera totalmente de las manos, seguramente ya era demasiado tarde. Sin saber casi cómo me había dejado liar por aquel niñato salido, ese macaco desnudo y brutalmente empalmado que daba saltos de alegría por el pasillo rumbo a su habitación. Aunque lo mío tenía delito también, avanzando pesadamente tras él, pero llena de excitación, con los pezoncillos siempre duros y mi alegre clítoris dando saltos de alegría al saber que continuaba la fiesta dentro de mis braguitas brasileñas negras… mi única y exigua vestimenta en aquellos momentos.

Cuando entré en su habitación, Pablo estaba sentado en la segunda cama de su habitación, al fondo y junto a la ventana, justo donde tres semanas antes me había dado aquel delicioso masaje. Nuevamente estábamos allí, él desnudo y yo en braguitas… Francamente, no sabía bien qué hacer…

-       Vamos, prima, pasa y siéntate…

-       Vale, pero casi me pongo aquí, ¿vale? En tu cama… prefiero darte espacio, primo – dije sentándome en su cama, situada junto a la puerta, justo en la otra esquina de la habitación que donde estaba él. De esa manera quedábamos enfrentados el uno a la otra, pero separados.

-       Sí, claro, como quieras… tú ponte como estés más cómoda…

-       Bueno, si en realidad es por…

-       Ya, si entiendo… quieres tener tu espacio porque seguramente tú también vas a tener ganas de hacerlo cuando me veas, claro…

-       ¿Qué voy a tener ganas de qué? ¿De masturbarme?

-       ¡Pero claro! – me soltó rápidamente – a eso me refiero… ¿qué si no? En fin, si seguro que si no la haces ahora vas a tener que ir corriendo luego al baño a desahogarte, y ahí ni siquiera vas a estar cómoda pensando que yo pueda estar espiando tus gemidos mientras te corres pensando en mí…

-       ¡Oye tú! ¿Pero qué te hace pensar a ti que yo me pueda correr pensando en tu polla? Sabes que so no es así, y…

-       Bueno, Laura… realmente eres tú la que sabes que eso no es así. Y yo ni siquiera había dicho que te corrieras pensando en mi polla, decía que te corres pensando en mí, que no es lo mismo. Pero vamos, mejor me lo pones, que no entiendo por qué vas a perder la oportunidad de pajearte mientras miras mi polla en acción, en lugar de encerrarte ahí en el baño para conseguir correrte recordando lo que vas a ver ahora, Laura…

-       Pero, joder Pablo, ¿esto a qué viene? ¿No te estás pasando un poco?

-       Pues tú me dirás, no pretenderás que piense ahora que no estás tan caliente como yo…

-       Pablo, tío…

-       Y tampoco me vas a decir que te vas a quedar sin correrte después de todo esto ¿no?

-       Bueno, pero es que una cosa es…

-       Ya, ya… ¿y que vas a hacer? ¿Acaso te vas a hacer el dedo pensando en Carlos?

-       Hostia Pablo, no… ¿Pero todo esto a qué viene? ¿Dónde quieres llegar a parar, primo?

-       Quiero llegar a parar a que quiero verte también, Laura.

-       ¿Verme? ¿verme haciéndome la paja? ¿De… verdad?

-       ¡Pues claro, prima! Igual que tú… ¿o a caso crees que yo soy diferente a ti?

-       No… pero yo… ¡oye, Pablo! ¡pero si eras tú el que se quería masturbar delante de mí!

-       Bueno sí, pero no negarás que tú tienes ganas de verlo también… - serás cabrón, pensé… pero lo cierto es que no podía apartar la vista de su polla dura…

-       Mira cómo me miras la polla prima, si es que te la estás comiendo con los ojos, joder… - “puta”, me dije… le ha faltado llamarme puta…

-       Pero Pablo, eso es ni más ni menos que lo que querías tú, ¿no? ¿por qué me vienes ahora con esto y…?

-       Sí, claro que quiero Laura… y eso es precisamente lo que no entiendo, que tú no quieras enseñármelo también a mí… joder, si tienes buen cuerpo, prima – uffff ¿de verdad acababa de decirme eso Pablo en aquel tono condescendiente? – y oye, te da lo mismo frotarte contra mí, te da lo mismo tocarme la polla, hacerme una cubana, besarme… y hasta comerme el rabo el otro día, joder… ¿y ahora con esta tontería de enseñar tu cuerpo vas y te echas para atrás? Laura, que te lo estoy pidiendo por favor, y llevo ya un montón de rato… ¿pero por qué te pones así? ¿De verdad te da tanto corte que tu primito te vea? -  ¿Corte? ¿Estaba diciendo corte después de todo lo que llevábamos encima? ¿Pero aquel mocoso era idiota o qué?

-       Pero… pero qué dices, Pablo…cómo me va a dar… corte… no, primo, lo que pasa es que.. es que.. Pablo…

-       Ya, que no está bien, ¿no? ¡Anda ya Laura! ¿y entonces por qué sí está bien que tú me veas a mí? ¿Eso sí puede ser? Tú te lo puedes pasar bien conmigo, pero ahora resulta que si yo te pido algo a ti…

-       Pablo, no… para, por favor, no es eso…

-       Si casi te corres hace un momento encima de mis piernas, ¡cacho puta! – allí estaba… - lo que te pasa es que eres una egoísta, Laura, que solo piensas en ti… - maldito – Bueno, eso y que te da corte, claro…

-       ¡Que no, joder! - me había cabreado que me llamara puta… supuse que más por haberlo esperado que por otra cosa… quizás, muy en el fondo, por vislumbrar que mi primo, en el fondo, era consciente de que, efectivamente, lo era. Pero, también y más importante, absurdamente quizás pero me cabreaba muchísimo que me dijera que me daba corte. ¿Cómo me podía decir eso después de todo lo que habíamos hecho? Era ridículo… - que no es eso, ¡cómo me va a dar corte!

-       Reconócelo de un puta vez, prima… - otra vez la palabrita…

-       No seas ridículo…

-       Te da corte…

-       ¡Y una mierda! – dije cerrando la puerta de un portazo – Cierra esas cortinas, anda… vas a ver ahora el corte que me da. – Pablo obedeció al momento, con una pícara sonrisa en su cara, que sin embargo ni siquiera fue suficiente como para que yo entendiera entonces la hábil manera en que él había jugado conmigo.

-       Bueno primito… pues cuando acabemos con esto vas a venir a decirme lo cortada que soy ¿te parece? Porque… para empezar ¿has visto unas tetas además de estas alguna vez en tu corta vida, Pablito?

-       ¿Tetas? ¿Tetas… de verdad, dices? – ahora mi primo era quien parecía cortado, jijiji – no… no, claro…

-       ¿Y también llegaste a ver mi coñito hace tres semanas verdad, Pablito?

-       Bueno, Laura, sí… - Mi primo empezó a acariciarse la verga, siempre tiesa, al ver que yo me agarraba y me estrujaba las peras.

-       ¿Y dejarte ver todo eso te parece ser una cortada?

-       Ay, prima, yo…

-       Solo espero que no manches mucho, primo… porque luego lo vas a tener que limpiar – dije, intentando parece severa. Me estiré, de pie frente a él, mostrándole libremente mi cuerpo cubierto todavía solamente por las bragas. Las piernas desnudas, bronceadas, el torso brillante de sudor, las tetas apretadas entre mis manos, con los pezones duros asomando entre los huecos de mis dedos. Sentía las bragas muy mojadas en la entrepierna y en buena parte del frontal, aunque por su color negro no se notaba lo más mínimo, de manera que únicamente podía resultar algo exagerada la forma de mis labios abiertos, levemente marcada gracias a la elevada humedad de la tela. También mi abultado monte de venus, que como siempre hacía que se me marcara paquete, o algo digamos parecido a eso, haciendo una burda analogía, si bien aquello no era nada anormal sino simplemente mi pura anatomía, siendo aquello también fácilmente visible cuando iba en bikini, sin necesidad siquiera de estar excitada.

-       Joder, cómo estás, prima…

-       Tú tampoco estás nada mal, Pablito… y más todavía para tu edad – no pude evitar piropearle, justo antes de voltearme para quedarme dándole la espalda. Quería darle esa visión de mi culo, que sabía que tanto le gustaba, antes de empezar. Notaba toda la parte trasera de mis brasileñas completamente metidas en mi raja, bien escondidas entre mis por aquel entonces todavía apretados y firmes glúteos… - aunque tampoco habrás visto entonces muchos culitos como éste, primito – le dije riendo mientras me propinaba a mí misma un sonoro azote en mi nalga derecha, asegurándome de que me quedaba bien marcada la huella roja de mi mano. Tiré hacia arriba de los laterales de mis bragas, asegurándome que toda la tela que no quedaba metida en mi raja se subía por completo por encima de los glúteos - ¿te parezco ya suficientemente atrevida, Pablo? – le dije riendo, mirándoles por encima del hombro. Las caricias cada vez menos suaves que realizaba sobre su polla, me revelaban un nivel de atrevimiento por mi parte la verdad ya bastante digno.

-       Bastante… bastante atrevida, prima.

-       Estupendo – seguí riendo - ¿preparado entonces? – mi interrogación era retórica. Para entonces Pablo había empezado ya a masturbarse abiertamente, por y para mí.

-       Sí, sí… por supuesto prima… - las arrastradas palabras de Pablo se vieron acompañadas por el incipiente sonido a chapoteo de su masturbación…

No quise martirizarle más. Y, por otro lado, me apetecía pajearme. Sin más. Aunque también exhibirme para él… jijiji. Lenta y delicadamente, metí mis dedos pulgares bajo los laterales de las braguitas, inclinándome lentamente en dirección contraria a Pablo, sacando mi culo en pompa hacia su cara, hasta alcanzar una postura en ángulo recto respecto a mis piernas. Moví golosamente mi culito, sabiendo que en esa postura mi primo seria capaz de ver perfectamente mi coñito asomando entre los glúteos de mi culo, separados y abiertos para dejar salir a mi bollo hinchado, cuyos labios mayores notaba claramente montados a ambos lados de la tira mojada de las bragas.

 

[continúa…]