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Un amanecer para recordar

en Orgías

Pilar entreabrió los párpados lentamente. Aún estaba oscuro y le costó adaptar la vista. Las velas se habían consumido y las pocas luces encendidas apenas daban para distinguir algún contorno difuminado.

 

Echada de costado, lo primero que pudo ver, fue un monte de Venus prominente con algo de vello. Un sexo abultado que destacaba sobre un cuerpo macizo y algo entrado en carnes, que muy bien podría haber sido el suyo. De hecho, es como si se estuviera viendo a sí misma descansando, agotada tras un frenesí que habría durado varias horas.

 

No era el único cuerpo. Unas cinco personas se repartían en la cama redonda donde ella ocupaba el centro. Un brazo velludo estaba caído sobre su cintura y notaba el contacto de una verga flácida en sus nalgas.

 

Se incorporó levemente, un poco mareada por el cansancio y el sueño. Sus ojos ya se habían adaptado y recorrió la sala con la mirada. Trataba de escrutar qué había quedado en pie tras la batalla. Faltaba mucha gente, pero aún había unas quince personas repartidas por el local: alrededor suyo en la cama, en los sofás, e incluso en el suelo enmoquetado.

Sentía algo húmedo en las nalgas. Llevó su mano atrás y tras recorrer su culo y cintura la retiró manchada de semen. Notó tirantez en la piel, allí donde el esperma empezaba a secarse. Restos de una noche confusa pero excitante. Buscó una de las toallas que había tiradas alrededor. Imposible identificar si era la que le habían dado al llegar. Toda la tarde arreglándose y la primera sorpresa de novata que se encontró, fue que la dirigieron amablemente a una consigna, donde le ofrecieron una gran toalla y le pidieron que se desvistiese completamente, requisito indispensable para acceder a la fiesta. Dejó sus cosas en la taquilla del vestuario y ataviada simplemente con el paño y sus tacones, volvió a salir. Si esas eran las normas pues… a ella le valían.

Ahora, cogió la que tenía más cercana y se limpió. Por un momento, pensó en cubrirse con ella, pero desechó la idea. Se levantó con lentitud, procurando no tropezar con nadie y se acercó a la barra. Tenía sed. Llenó un vaso con agua y bebió con avidez. Luego, se aproximó a uno de los balcones y aparto un poco la gruesa cortina. La casa estaba situada al fondo de un valle y pudo ver como un resplandor rojizo comenzaba a romper la noche por el otro extremo.

Le apeteció ver amanecer desde el ventanal que había en el piso de arriba, una zona abuhardillada con un jacuzzi que ya había visitado a lo largo de la velada. De todas formas, el programa incluía toque de diana a las ocho y desayuno antes de volver a Madrid, así que había tiempo. Vería nacer el nuevo día y luego se retiraría a la ducha. Un buen baño con agua tibia para espabilar.

Renunció definitivamente a cubrirse y sorteando muebles y personas, alcanzó la escalera de caracol. Se sentía bien caminando desnuda por la estancia. El exhibirse en un espacio público, o en cualquier sitio fuera de su más estricta intimidad, era algo que siempre la estimulaba. Era el primer precepto que había roto de una larga lista. Esa misma velada habían caído al menos un par de ellos, el participar en una orgia y el tener sexo con otras mujeres. Quien sabe, quizás con el tiempo se acostumbrara y llegara a parecerle algo normal. Pero lo de mostrar su desnudez era algo que siempre le provocaba una subida de adrenalina. Fue su primer tabú roto una vez se divorció. Una declaración de principios de lo que debería ser su nueva vida: distinta, excitante e independiente. Al menos en el plano sexual.

Remontó los escalones lamentando que nadie la mirase desde abajo, como hacía unas horas, al subirlos por primera vez. Sus buenos muslos, su gran culo y su sexo abultado y convenientemente depilado, había provocado que la mayoría de la parroquia masculina levantara la vista hacia ella. Estaba claro que no era una modelo ni un bellezón, pero tenía todo lo necesario para atraer a los hombres a sus cuarenta y tres años.

En la planta de arriba, una solitaria pareja dormitaba abrazada en uno de los dos sofás.

La mujer no reparó en su presencia, pero el hombre la saludó con un gesto de la cabeza, que ella correspondió. Luego volvió a cerrar los ojos. Recordó el bullicio alrededor del jacuzzi en pleno apogeo de la fiesta. Ahora, todo estaba tranquilo y casi desierto, a excepción de ella y esos dos. Tomó asiento en el sofá libre, justo enfrente del ventanal. Estaba orientado al amanecer, así que la vista era perfecta y el aire menos denso. Abajo, se dejaba notar una mezcla de aromas compuesta de varitas de sándalo e incienso, perfumes, olor a humanidad, fluidos corporales y alcohol.

Solo se oía el suave ronroneo de la bomba que hacia circular el agua en jacuzzi, que inducia a la modorra, pero Pilar se resistía a dormir. Odiaba que la despertaran cuando estaba en sueño profundo. Y apenas quedaba una hora para que todo el mundo empezara a moverse. Ella quería estar ya duchada antes de que hubiera una avalancha hacia los baños. Y también tener tiempo de vestirse y arreglarse adecuadamente. Estaría impecable para el desayuno y lista para partir. Siempre le gustaba ir por delante.

 

Así que mientras llegaba la alborada, siguió repasando y haciendo balance de su nueva experiencia. Era una forma de mantenerse despierta y también de prolongar ese momento especial, relajada y desnuda frente a la ventana.

Jamás hubiera pensado que participaría en una orgía. Hasta hace bien poco, ni siquiera estaba incluido en sus fantasías. Siempre había imaginado el sexo en pareja. El follar para ella estaba asociado a una relación de dos. De casada, cuando fantaseaba con otros hombres, siempre se inventaba un romance. Tenía que haber un motivo para acostarse más allá del propio sexo. Era una forma de aquietar su conciencia y de mantener sus principios. Había que pasar primero por el amor para llegar al sexo. Ahora lo veía como algo infantil y absurdo, pero entonces le servía.

Más adelante, cuando conoció a Paqui, su mentora en temas sexuales en esta nueva y distinta etapa, aprendió que no había un motivo para el sexo.  El sexo era el motivo. Simplemente disfrutar. Usar y tirar. Si venía una relación pues vale, pero no era imprescindible. Mejor todavía: no era necesaria. Ella y Paqui habían salido bastantes escaldadas de sus matrimonios. Descubrió que una vez satisfechas sus ganas de follar, estaba más a gusto con su amiga que con cualquiera de los hombres con los que quedaban los fines de semana.

Como siempre, fue ella la que la incitó a probar cosas nuevas. Paqui ya había estado en esas fiestas en más de una ocasión. Su relato captó la atención de Pilar. Se intercambió mentalmente con su amiga y consideró que la experiencia podría ser como mínimo estimulante. Quizás también divertida.

Ella se encargó de las gestiones. No era complicado que invitaran a una mujer, si algo sobraban en esos eventos en círculos y locales liberales, eran candidatos masculinos. Y más aun yendo de la mano de una veterana conocida. La cita quedó fijada y luego…vino la sorpresa: un día antes, Paqui le dijo que ella no iría.

- ¿Cómo? ¿Tú no vienes? ¿Por qué?

- La primera vez tienes que ir sola. Es una experiencia que tienes que vivir tu misma, de forma independiente.

- Pero yo esperaba que lo hiciésemos juntas, contigo estoy más segura. Yo no sé lo que me voy a encontrar allí ni cómo voy a reaccionar.

- Pues por eso mismo. Ahí está la gracia y el placer. Si puedes refugiarte en mí, no disfrutaras como hay que hacerlo. Es precisamente el miedo a lo desconocido, a sentirte expuesta, a descubrirte en una situación de vulnerabilidad…todo eso hará que disfrutes más. Es como subirse a una montaña rusa la primera vez. Si voy contigo te pegarás a mi como una lapa, trataras de imitarme, me buscarás si tienes algún reparo en vez de lanzarte a experimentar…créeme, es mejor que vayas sola. Eso si quieres vivir de verdad una orgia. Si lo que quieres es solo sexo convencional, pero todos revueltos, para eso mejor nos organizamos nuestra fiesta particular. Una vez hayas captado la esencia del asunto y hayas descubierto por ti misma que es lo que te gusta de una orgia, ya iremos juntas.

Pilar no estaba nada convencida, pero su amiga le aseguró que era un entorno seguro y que no se arrepentiría.

- Pero ¿qué tengo que hacer? ¿Y si la situación se descontrola?

 

- No lo hará no te preocupes. Aquello no es Magaluf. Son gente seria. En un momento de la noche te darán una toalla. Tocará quitarse la ropa. Mientras tengas puesta la toalla nadie te acariciará ni te propondrá nada. Cuando te sientas segura, cuando quieras empezar a participar, solo tienes que quitártela. Es la señal de que estás disponible. Si hay algo que no te apetece hacer o alguien con quien no quieres estar, solo tienes que decir no o ponerte de nuevo la toalla. Nadie rompe estas reglas y si lo hace es inmediatamente expulsado, así que no te preocupes. Si no deseas participar, quédate con tu toalla y limítate a disfrutar del espectáculo.

Como siempre tenía razón. En temas de sexo y hombres le sacaba mucha ventaja. Tuvo que reconocer que el estar sola la hizo estar más sensible, y por tanto, las emociones eran más acusadas. Todo se amplificaba. El morbo, el tacto, el ansia, el placer…la descarga de adrenalina la mantenía excitada y expectante. Se abrió a lo que estaba por llegar, como no lo habría hecho de tener a su amiga al lado.

Y eso que al principio se sintió un poco decepcionada.

Lo que Pilar no esperaba es que entraran tan rápido en situación. Creía que habría un rato de convivencia vestidos, para romper el hielo. Que la ropa iría desapareciendo poco a poco y que se iría creando una atmósfera de complicidad y morbo. Ella era de las que en el sexo, necesitaba ponerse en situación para que su deseo naciera.

Por eso, cuando le dijeron que se desvistiera nada más llegar, se sintió incómoda.  Tenía la impresión de estar en el gimnasio la hora del aqua-gym. No parecía muy seductor el verse allí desprovista de la lencería con la que esperaba atraer la atención de los hombres. No es que Pilar fuera fea o tuviera mal cuerpo. Pero aquello no era la playa y necesitaba una ayuda para sentirse más sexy y segura de sí misma.

 

En cuanto al morbo que esperaba sentir, no acababa de llegar. A pesar de las copas y de la cena fría que les habían servido, la convivencia con el resto de personas había sido más formal que otra cosa. Como si en vez de estar en una orgía, estuvieran en un cóctel social.

 

La parte buena es que Paqui tenía razón: nadie la molestó. Algún intento de conversación, alguna presentación y también alguna proposición para lo que se avecinaba, pero siempre manteniendo las distancias y las buenas formas.

 

La cosa fue mejorando conforme los animadores del evento, propusieron distintos juegos de índole sexual para ir rompiendo el hielo. Las primeras en participar fueron algunas parejas. Se notaba confianza entre ellas y veteranía. Poco a poco fueron arrastrando y contagiando a los demás, a la par que subía el consumo de alcohol. Cada vez había menos gente con la toalla puesta. Las primeras escenas de sexo se produjeron a su alrededor.

 

No obstante, seguía viéndose más como espectadora que como participante. No acaba de encajar allí. No se sentía especialmente excitada, a pesar de algunas de las imágenes que se estaban desarrollando frente a ella. Se paseó por todo el salón y también visitó la parte de arriba.

 

Había temido encontrarse en un ambiente violento y sórdido, pero todo se desarrollaba de una forma más bien formal. Demasiado formal quizás para ella, que al contrario que Paqui, necesitaba algo más para excitarse y lanzarse a follar.

 

A pesar de todo, Pilar no era de piedra. El alcohol también le ayudaba a desinhibirse y al final decidió que ya había visto suficiente y que no tenía sentido permanecer allí con la toalla puesta. Se acercó a dos chicos a los que les había echado el ojo. Uno, pelirrojo y con barba, a medio camino entre hípster y vikingo. El otro moreno y con el pelo corto. Bien afeitado, aunque la sombra de una barba que debía crecer recia y fuerte asomaba a sus mejillas. Ambos cerca de la treintena y con un cuerpo musculado y fibroso. Habituales de gimnasio y bien cuidados. Se movían en pareja y en ese momento “atendían” a una mujer madura, posiblemente de la edad de Pilar. Tuvo que reconocer que la mujer era más guapa y hermosa que ella. Piernas largas y estilizadas. Pelo rubio natural, sedoso y bien peinado. Culo perfecto y vientre plano, también de gimnasio y seguramente con ayuda de una dieta de modelo. No hay nada que la lechuga no consiga…así si se llega bien a los cuarenta, que hija de puta…imposible competir.

Pensó: ¿Qué haría Paqui en esta situación?

No tuvo que quebrarse mucho la cabeza: ella iría directa hacia ellos y se sumaría a la fiesta.

- Pues entonces yo igual, se dijo a sí misma. Todo lo que pueda hacerles esa rubia, se lo hago yo también, y posiblemente mejor. Estará buenísima, pero parece desganada y floja (es lo que tiene comer solo verduras crudas o hervidas)…

- Esa es la actitud…parece que oyó susurrar a su amiga al oído.

Se sentó a su lado, en la moqueta. Ninguno de los tres puso objeción. Se fijó en los “detalles”. Más concretamente en las vergas de los dos tipos. Tamaño normal. Ni pequeñas ni exageradas.

Pilar se quitó la toalla y quedó completamente desnuda frente a ellos. Como siempre, el simple hecho de estar desnuda en público hizo que se excitara, aunque no parecía haber nadie que hubiese reparado en ella.

 

Los chicos se empleaban con la otra mujer en lo que ya eran más que caricias. Cuatro manos recorrían sus rincones más íntimos con una obscena desvergüenza, que a ella parecía ponerla muy cachonda.

 

Uno de ellos, finalmente se introdujo entre sus piernas y sin más preámbulos que colocarse el condón, la penetró. La mujer ahogó un pequeño gruñido (parecía que de satisfacción), y lo recibió dentro sin más contemplaciones. Acomodando sus caderas y elevándolas un poco para facilitarle la follada. En ese momento, el otro se giró hacia Pilar. Tendida de costado, levantó una de las rodillas poniendo la planta del pie en la alfombra y con la mano libre, acarició uno de sus pechos, en una clara invitación a que se acercara.

 

El chico (el que tenía barba), se acercó a ella y comenzó a acariciarla. Pilar puso la mano sobre su pene y lo tomó. No le produjo un especial placer, pero sí que le gustó tenerlo entre sus dedos. Rodeó su falo y lo masturbó suavemente, dejando su glande al descubierto.

 

Sin embargo, las caricias de él le resultaban un tanto mecánicas, quizá incluso algo toscas. No acaba de motivarse. Pensó que el simple hecho de estar con un joven bien parecido y fuerte, resultaba suficiente para ponerse cachonda, pero no era así. Giró la cabeza hacia la pareja que estaba junto a ellos. Alargando un poco la mano podría tocarlos. Jadeaban prácticamente en su oído y podía oler el sudor que corría por su piel. Intentó buscar inspiración.

 

El chico moreno le había levantado las piernas sujetándola por los tobillos y la embestía en una pose algo forzada, como de película porno. Parecía más para la galería que para disfrutar ellos mismos.

 

Esperó que su pareja no hiciera lo mismo. Ella sabía que en esa posición no disfrutaría.

 

Su chico se dio cuenta de que Pilar no perdía ojo a los de al lado. Lo interpretó como una invitación a penetrarla. Lo hizo de forma un poco brusca. A pesar de todo, Pilar no estaba lo suficientemente húmeda. Ella se abrió para facilitar la penetración, pero notó ciertas molestias, sobre todo cuando empezó a darle duro.

Los jadeos de sus vecinos se intensificaron. La mujer bajó las piernas y adoptando una postura más cómoda, se llevó la mano al sexo tocándose con furia, como si quisiera forzar el orgasmo antes de que este llegara de forma natural. Tardó unos minutos en conseguirlo.

Cuando llego al clímax, sus muslos se cerraron alrededor de la cintura del chico. Apretó las piernas contra su culo, para evitar que siquiera dándole empellones y para mantener la verga bien dentro de su vagina. Arqueó el cuerpo elevando levemente el culo, a la vez que el movimiento de la mano sobre su sexo se hacía más frenético. El chico se quedó un poco desorientado, sin saber muy bien si tenía que estarse quieto o volver a tomar la iniciativa.

 

Pilar tuvo la impresión, no, más bien tuvo la certeza, de que la mujer usaba al muchacho como un gigantesco consolador. Básicamente lo utilizaba para correrse sin ninguna otra consideración, más allá del morbo de la situación. Cosa que pareció confirmarse cuando ella finalmente dejo de temblar de placer, una vez desaparecieron los últimos coletazos de su orgasmo. Aflojó la presión de las piernas, ladeó la cabeza y su mirada se encontró con la de Pilar. Una mirada de curiosidad, cómo valorando quién era esa mujer que la observaba y qué es lo que esperaba.

 

Ni un gesto de cariño o complicidad con el chico, simplemente se quedó abierta de piernas esperando que él se retirara.

 

Pensó que aquello no acababa de ser muy estimulante. No acababa de encontrar su sitio allí. El muchacho que seguía bombeándola, tampoco acababa de ponérselo fácil. No parecía estar muy atento a las señales que le mandaba e insistía en darle duro, cuando ella aún no había llegado a esa fase. Pedía algo que la motivara. Algo de complicidad. Alguna señal de que alguien pensaba en ella, aún en medio de aquel monumental enredo de cuerpos sudorosos y sexo.

 

Estaba en una orgía, quizás se trataba de eso ¿no? Pero Pilar hubiera esperado algo más, aunque solo fuera un destello de conexión o entendimiento. De exclusividad y atención. No concebía el sexo de otra manera.

 

Pero allí no parecía funcionar la cosa así: más que pequeñas islas donde varias personas se concentraban en conocerse, entenderse y darse placer, aquello era una manifestación colectiva donde todos parecían poseídos por el mismo espíritu; donde no había personas individuales, sino un gigantesco hormiguero donde todos colaboraban a una representación común de sexo y lascivia.

 

El chico parecía impacientarse ante la inercia de Pilar y su única respuesta fue aumentar aún más el ritmo. Ella levantó una mano y la puso sobre su vientre, en un claro gesto que le indicaba que se detuviera. Él la miraba inquisidor:

- Despacio, le dijo ella, es pronto aun.  Pero cuando él obedeció, pasó de sentir molestias a simplemente no sentir nada.

 

Y entonces sucedió algo que como mínimo la sorprendió

 

El otro, aún mantenía su erección a pesar de tener aún el preservativo puesto. Pilar estaba segura de que no se había corrido. Dejando a la mujer a un lado, se acercó a ellos y puso la mano en el culo de su pareja. No pudo ver hasta donde llegaba la caricia, pero debía ser muy intensa o quizás muy esperada, porque sintió cómo a su amante barbudo lo recorría un estremecimiento y se ponía tenso. Al principio pensó que era por una caricia no deseada pero luego, notó perfectamente cómo su falo adquiría más dureza dentro de su coño.

 

El barbilampiño había conseguido con un solo gesto de la mano, lo que ella no había logrado dejándose penetrar hasta lo más profundo

 

No se detuvo ahí: echándole el brazo por el cuello se encontraron sus bocas y las lenguas jugaron dentro de ellas. Las caricias continuaron más allá, volviéndose cada vez más apremiantes, más bruscas, más profundas… todo esto mientras él aún permanecía dentro de ella.

 

La situación no tardó mucho en resolverse. La verga salió de su vagina y ambos chicos se revolvieron en el suelo, en el espacio que quedaba entre las dos mujeres.

 

La otra, miraba esbozando una sonrisa, con un gesto entre burlón y divertido.

 

- Debo estar poniendo cara de pazguata pensó Pilar.

 

Sintió el deseo levantarse e irse de allí. No quería parecer la novata sorprendida de la reunión. Sin embargo aquello comenzaba a resultarle excitante. Por primera vez, ese hormigueo en su tripa, esa leve sensación en sus pechos y la garganta, qué le indicaba que su cuerpo se preparaba para el sexo…Por algún motivo, la imagen de dos hombres enrollándose le resultaba muy morbosa. Había algo nuevo, excitante y extraño en todo aquello.

 

Y ella parecía la única sorprendida.

 

No podía apartar los ojos de ellos aquellos dos chicos. Se dedicaban caricias, miradas, gestos que ella había esperado recibir. Y no era precisamente dulzura, cariño o delicadeza: no, no era eso lo que se iba a buscar en una orgía…Era pura transgresión, puro deseo, pura lujuria… parecía más una pelea a puño cerrado que un acto sexual.

 

Ambos iguales, ambos atacándose con la misma saña, indistinguibles en su rol, actuando como machos alfa. Tratando de poseer el uno al otro.

 

Cada beso parecía un mordisco; cada caricia simulaba un arañazo; el contacto de los cuerpos velludos aumentaba la turbación de Pilar. Justo en el momento en que ambos falos se tocaron restregándose entre sí, pareció saltar un chispazo que la dejó con la boca abierta. Sentía cierto pudor tanto por observar, como por demostrar su azoramiento ante los demás.

 

Decidió que se iría, pero aún permaneció unos instantes más, viendo como una boca barbuda recorría el vientre y la ingle del otro hombre, hasta perderse en sus piernas. Y como después de unos largos minutos de sexo oral, se sentaba a horcajadas introduciéndose el miembro poco a poco. Mientras el falo desaparecía en el estrecho agujero, el otro pene cabeceó hinchado de sangre en una excitación brutal. No se sabía quién estaba follando a quién.

 

Pilar no estaba al tanto dónde terminaba su turbación y donde comenzaba su excitación, pero el impacto de aquella escena la superó. Decidió levantarse y alejarse. Simplemente no era capaz de procesar todo lo que le ocurría. No podía situarse en la escena, no sabía si era espectadora o protagonista.

 

Así que mientras se aclaraba, optó por la huida.

 

De nuevo interpuso la toalla entre ella y los demás. Se acercó a la barra y pidió un refresco. Tenía la boca seca.

 

Se situó en el rincón que formaban la barra y la pared y allí sentada, sobre un taburete, se dedicó a observar. Aunque más bien, lo que trataba era de tranquilizarse y encontrarse a sí misma. De saber si es éste podía ser su lugar o estaba de más allí.

 

De hecho miraba sin ver. No distinguía rostros ni expresiones. Solo una masa de cuerpos moviéndose de forma asíncrona, aunque pareciendo conformar un solo ballet danzando al son de un coro de gemidos, de jadeos y de risas.

 

Transcurrió un tiempo de esta manera, en un limbo entre la realidad y sus pensamientos, hasta que a su vez, se sintió observada.

 

Una mujer madura, quizás algo mayor que ella, la observaba desde el suelo, tendida en una gruesa alfombra blanca. Estaba recostada de lado, la cabeza apoyada en el vientre de un hombre, también maduro. No estaban solos: dos varones más conformaban el cuadro, flanqueando sus dos extremos. Todos en torno a la cuarentena. Parecían descansar relajados después de un primer asalto, en el que con toda probabilidad, aquella señora había sido la protagonista de un trío. Copas en la mano, gestos distendidos… no parecían tener prisa por continuar. Saboreaban el momento, quizá conscientes de que la expectativa, a veces, es más dulce que lo que está por venir.

 

Parecieron entenderse con la mirada. Pilar confusa y perdida. La otra mujer veterana y tranquila, le sonrió y asintió con la cabeza. Sin acabar de tener muy claro que significaba aquello, Pilar la devolvió la sonrisa y asintió también.

 

Ella se levantó. Con pasos decididos pero sin apresurarse, se acercó y le pregunto:

- ¿Quieres conocer a mis amigos?

 

Pilar ni siquiera llegó a dudar, porque sin esperar contestación, tiró de ella hacia la alfombra.

 

- Creo que esto no lo vas a necesitar… dijo mientras le quitaba la toalla y la dejaba caer a sus pies.

 

No hubo ninguna presentación. Quedó desnuda frente a los tres hombres. Miradas de interés a la par que curiosas, se posaron sobre ella. Miradas que luego fueron transmutándose en deseo.

 

Por primera vez, se sintió atractiva esta noche y eso la hizo sentirse segura.

 

Sintió a la mujer situarse detrás de ella. Sus pechos rosaban su espalda y su pubis prominente sus nalgas. Notó un aliento cargado de alcohol que le susurraba palabras de ánimo:

- Creo que les has gustado… eres hermosa. Tranquila, con nosotros estarás bien…

 

Pilar recibió estos mensajes como una caricia. Y no fue la única. La otra mujer empezó a tocarla con las manos.  Una caricia física y directa. Ya no se trataba de sonidos tranquilizadores y amables, para inspirarle confianza y seguridad, sino un tacto sobre la piel Era la primera vez que otra mujer lo hacía.

 

Primero la cintura y su vientre. Luego una mano fue subiendo hacia sus pechos y se perdió en el canal de ambos, antes de decidirse por el izquierdo. La acarició suavemente para terminar apresando un pezón. La otra mano bajó hacía su entrepierna.

 

Pilar no sintió un placer especial al ser acariciada por otra mujer, pero tampoco rechazo.

 

Simplemente fue algo diferente.

 

Una sensación distinta, nueva. Los dedos no buscaban agarrar, pellizcar o abarcar, más bien parecían sugerir, evitando la caricia directa. Buscando elipsis para acabar llegando a donde querían, sin invadir, con delicadeza.

Al contrario que los hombres, que buscaban conquistar, tomar al asalto, aquellas manos buscaban convencer, persuadir… y al final lo consiguieron. Lograron ser invitadas a la fiesta. Pilar se abrió a aquellas caricias, dejándose hacer, y su cuerpo acabó respondiendo. La vagina se humedeció, los pezones se erizaron adquiriendo dureza y sus pechos se levantaron.

 

El abrazo de la mujer contra su espalda, le permitió descubrir que ella igualmente se excitaba: sus pechos también se endurecieron clavándose en su espalda; el vientre y el pubis se estrellaron contra su culo, en un movimiento ascendente y descendente que le resultaba agradable a ambas. Todo transcurría muy lentamente, a cámara lenta.

Los hombres las observaban, especialmente a ella que quedaba totalmente expuesta. Vio hincharse sus vergas y alcanzar tres erecciones que parecían señalarla. No eran cuerpos jóvenes ni musculados, pero ahora sí que Pilar se sintió protagonista, sí que sintió la conexión. Se sabía deseada. Empezó a mojarse y la caricia íntima que le estaba dedicando su nueva compañera, pasó de ser un agradable cosquilleo, a un espasmo de placer cada vez que le rozaba el clítoris.

Cerró los ojos y se dejó llevar, entreabriéndolos de cuando en cuando para observar a los tres hombres que seguían allí, admirándolas e invitándolas a reunirse con ellos. Uno, incluso se acariciaba sin recato alguno. Algo brillante asomaba a la punta de su verga. Ahora sí. Su imaginación comenzaba a desbocarse. Se imaginaba siendo penetrada por cada una de ellas. Como si le hubiera adivinado el pensamiento, la otra mujer introdujo uno de los dedos en su lubricado coñito. Se removió inquieta y le agarró la mano a su compañera. Estaba a punto de provocarle el orgasmo pero ella no quería llegar. Todavía no.

 

La mujer respetó su decisión e inició un nuevo juego. Ahora le tocaba a pilar dar sus primeros pasos haciendo gozar a otra hembra.

 

La hizo girarse y esta vez, frente a frente, sus pechos y sus sexos se tocaron. Los dos vientres se fundieron en uno solo. Los labios se rozaron en un beso que Pilar no rehuyó.

 

Luego se deshizo el abrazo y se dejó arrastrar en medio de los tres hombres, donde la mujer se tumbó boca arriba y tirando de ella, consiguió que se acomodara entre sus muslos.

 

Pilar quedó de rodillas, con la cara hundida entre los pechos de la mujer que se los ofreció, juntándolos con las manos y haciendo que las puntas emergieran hacia su cara. Pilar ensayó un tímido beso. Sus labios juguetearon con aquellos dos botones de placer. Rozándolos, rodeándolos y aprisionándolos, y finalmente, atreviéndose a sacar la lengua y lamiéndolos y chupándolos.

 

Tenían un sabor salado, posiblemente restos de sudor de la batalla pasada.  La mujer la empujó hacia abajo con suavidad. Necesitaba otras caricias más íntimas y profundas todavía. Pilar besó su vientre, su monte de Venus y se detuvo al llegar al coño. Una abertura depilada y con los labios salidos e hinchados que se abría para ella. Un olor un poco acre e indefinible, indicaba la presencia de flujos propios o extraños.

 

Una vez más, fueron sus labios los que besaron, acariciaron y presionaron el sexo que se le ofrecía, abierto como fruta madura, sin atreverse está vez a sacar la lengua. 

 

Su pareja femenina reaccionó moviendo las caderas y buscando el contacto. Una mano se posó sobre la cabeza de Pilar, empujándola hacia aquella raja que empezaba a humedecerse.

 

Ella no tenía visión de lo que acontecía a su alrededor, pero un breve vistazo le hizo comprender que eran el centro de atención de los tres hombres que las miraban ensimismados, con el deseo reflejado en sus ojos. Se vio a sí misma tan solo unos minutos antes, observando a los dos chicos darse placer. Recordó como el que la penetraba reaccionó con un latigazo de su verga a la caricia que su amigo le regaló en el culo, cómo parecieron saltar chispas cuando los dos penes se tocaron entre sí y como la impresionó vivamente verlos follar.

 

Ahora creía entender bien a los hombres que las observaban darse placer, con el deseo pintado en la cara. Se sintió expuesta en esa postura, de rodillas, con el culo alzado y ofrecido a la vista de todos, mientras su cara se perdía entre los muslos de la otra mujer. Y eso la hizo mojarse aún más.

Como si hubiese lanzado una bengala, los hombres que las rodeaban entendieron que era hora de ir más allá. Noto una polla en uno de sus muslos. Unas manos los acariciaron por la cara interna, subiendo hacia su sexo. Otras desde atrás, abrían sus nalgas y recorrían su raja en sentido inverso, desde arriba hacia abajo. Todas parecían converger hacia su coñito, que ya palpitaba de deseo.

Unos dedos recios y decididos se aferraron a sus pechos. Reconoció la caricia masculina, tosca y directa, tan diferente de la que había recibido apenas unos minutos antes. Y sin embargo, ahora la recibía con gusto. Estaba preparada. Había despertado. Pudo comprobarlo cuando notó un dedo introduciéndose en su vagina, mojada y abierta. Un latigazo de placer la hizo gritar cuando otro le estimuló el clítoris en una caricia simultánea a aquella penetración.

Permaneció así ofrecida, con el culo en pompa. Sin saber ni importarle de quien era cada mano que la acariciaba, cada pene que se pegaba a su carne, ni cada boca que la besaba. Era la esencia de una orgia. Paqui tenía razón. Tenía que descubrirlo por sí misma y lo había logrado. Nada de tú a tú, nada de sentimientos, nada de cortejo. Solo deseo puro.

Ahora debía abandonarse a las sensaciones. A un acto casi animal, a lo que viene tras el cortejo cuando por fin se desatan los instintos, como tantas veces había visto en la naturaleza. Una vuelta al origen de cuando éramos bestias. Cuando por fin caen las barreras, sin posibilidad de frenarse o de frenar al otro, cuando el macho renuncia a toda contención y se lanza a ese instinto primitivo de derramarse dentro de la de la hembra, aunque sea lo último que haga sin importar nada más. Y donde ella se abandona para recibirle en un acto de frenesí sexual, dónde no importa ni el pasado, ni el futuro, sino solo el acto en sí mismo, el momento que estás viviendo donde no hay nadie ni nada que pueda evitarlo, donde el placer sustituye a cualquier lógica, miedo o prevención que se pueda sentir.

 

Así es como se sentía Pilar a cuatro, ofrecida y abierta como una yegua a la espera de su semental; a la vez aturdida y excitada; temerosa pero a la vez deseando recibirlo en su interior. Cosa que no tardó en suceder. Unas manos se aferraron a sus glúteos y un prepucio estableció contacto con su coñito, buscando la entrada. Se estremeció al notar como la penetraba. Pronto, toda la verga resbaló hacia las profundidades de su vagina, arrancándole un grito de gusto. Levantó la cara, saliendo de entre las piernas de la mujer y se apoyó en su pubis. Empezó a emitir un ronroneo de placer que pronto degeneró en unos jadeos entrecortados e intensos. Aun consciente de que en esa posición ella no había llegado nunca al orgasmo, el placer que sentía, acentuado con el roce y las caricias que la envolvían, sin que pudiera precisar cuántas personas o cuerpos estaban interactuando con ella, la llevaba a un estadio de goce muy próximo al clímax.

El hombre intensificó las embestidas y finalmente, pudo sentir como se corría, aumentando su propia excitación a un nivel ya insoportable. Casi lloró de angustia al notar el vacío que provocó la retirada de la verga de su vagina. Ahora le tocaba a ella, no podía aguantar ni un minuto más. Se giró y se tumbó boca arriba, apoyando la cabeza en el pubis femenino a modo de almohada. Inmediatamente unas manos de mujer aferraron sus pechos, incidiendo en una caricia metódica e intensa sobre sus pezones. Se sintió pletórica. Era algo nuevo, diferente, distinto a la caricia de un hombre. Su coño emitía flujo sin cesar, podía notar como se mojaba continuamente.

Esta vez no esperó a que alguien se decidiera a tomarla. Hizo una seña a otro de los dos hombres que aun las rondaban. Se abrió de piernas y su mano desplegó los labios húmedos de su sexo, en una orden más que clara que lo reclamaba dentro de ella inmediatamente.

Sus manos rodearon la cadera masculina apenas se sintió empalada y forzaron un ritmo duro y contundente a la follada. Era como manejar un semental, haciendo presión y tirando de las riendas para que corriera más. De eso se trataba para Pilar, de desbocarlo. No era el chico guapo y joven que la había penetrado antes, pero por alguna razón, ahora sí que disfrutaba, ahora sí que había encontrado el sentido a todo lo que la rodeaba. Ya sabía lo que buscaba y el papel que quería jugar, en aquel templo del deseo obsceno en que se había convertido aquel salón. Aquello no era una pose, ni un juego, esos hombres, así como la mujer que la abrazaba desde atrás, formaban tan parte de ella y su placer como sus propios dedos cuando se masturbaba. Se sentía deseada y protagonista, en perfecta comunión su placer con el de ellos, formando un todo indivisible.

Y estaba llegando al clímax…una sensación de ahogo le subió por la garganta, anticipando un orgasmo distinto y brutal. Un cosquilleo en medio del agudo placer, que se fue transformando en convulsiones de su vientre, sus piernas y luego, de todo el cuerpo. Los sentidos sobrepasados, la consciencia desapareciendo y las imágenes emborronándose, mientras agonizaba de gusto. Pinchazos de placer que aún continuaban cuando el amante sacó la verga de su interior y quitándose el condón, comenzó a rociarla con chorros de caliente esperma que caían sobre su pubis, su vientre y sus muslos. Ese fue el culmen, aunque todavía la noche fue larga. Ya no se separaron los cinco. Formaron su pequeño reducto aislado de todo lo que sucedía alrededor. Acariciaron, volvieron a gozar, intercambiaron posturas, más olor a flujo y semen, más sensaciones difíciles de identificar y más combinaciones, todo sin urgencia ni prisas, sin forzar, sin necesidad de hacer poses para el resto ni demostrar nada a nadie.  

Hasta que el sueño llego como una suave niebla, rodeándolos y sumiéndolos en un sopor preñado de ensueños y sensaciones.

Y ahora estaba allí, mirando el amanecer, cansada pero satisfecha. Sonrió ante la perspectiva de volver a encontrarse con Paqui y contarle todo con detalle. Recreándose. Haciendo planes para una próxima experiencia juntas. Se imaginó a su amiga como uno más de los cuerpos entrelazados. Pensó que sucedería si decidían tocarse, acariciarse. Se sintió turbada….y le gustó. Ellas dos enrolladas… ¿es que la excitación ante la transgresión y el morbo no tenían fin?

¡Ojala no lo tuviera! Siempre un nuevo reto, siempre una sorpresa… ¿Qué más podía pedir?

Separó un poco las piernas e inconscientemente se llevó la mano al sexo. Volvía a humedecerse. Apenas rozó su clítoris sensible e hinchado aun y un calambre la recorrió. Apenas había tocado por primera vez a una mujer y ya estaba pensando en montárselo con su amiga.

De repente, una sombra se movió a su lado. Giró la cabeza y vio al hombre que la había saludado antes de pie, junto a ella. Tras él, su pareja continuaba dormitando en el otro sofá.

Su miembro estaba erecto y la miraba de una forma que no dejaba lugar a dudas. Supuso que llevaría rato observándola. Se quedó allí, inmóvil, esperando su permiso para avanzar, en una muda petición de conformidad.

¿Por qué no? Pensó pilar. Aún quedaba tiempo y a ella le apetecía. Se recostó en el diván y abrió sus muslos. Luego le hizo un gesto de “ven” con el dedo. Vio el brillo de sus ojos y la sonrisa de satisfacción en su boca, y eso le gustó.

El primer rayo de sol ya lamía el suelo de tarima… Iba a ser un amanecer para recordar…

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