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La maldición de la estudiante

en No Consentido

LA MALDICIÓN DE LA ESTUDIANTE

Maledictio

Nozomi tenía diez años cuando se trasladó, junto a sus padres, de Kioto a Barcelona. La multinacional donde trabajaba su padre estaba creciendo y, interesados en el Mediterráneo, consideraban la Ciudad Condal como la punta de lanza de su expansión. Se dio cuenta de las grandes diferencias culturales entre Japón y España, pero rápidamente se enamoró de la ciudad. Llevaba ya seis años en su nuevo hogar, y se sentía integrada tanto en el colegio internacional donde estudiaba como en la urbe.

Recuerdo que era un viernes y Alice y yo estábamos eufóricas por la llegada del fin de semana. Ese era el primer año que no teníamos que volver a las clases las tardes del viernes, aquello nos parecía fabuloso. No habíamos aún salido del recinto del colegio que mi amiga ya se había puesto la chaqueta de cuero encima del uniforme, obsesionada por endurecer el forzado aspecto de colegiala. Nos moríamos por ir a comer al centro y no queríamos pasar por casa a cambiarnos.

Cogimos el Ferrocarril en la parada de La Bonanova y fuimos directos hasta Plaza Cataluña, dispuestas a mezclarnos con el pintoresco ambiente que ofrecía siempre Las Ramblas. Comimos algo rápido, un kebab en el primer sitio que encontramos, y paseamos por la avenida cogidas de la mano. Recuerdo ese momento como uno de los últimos felices que tuve. Inocente, ajeno a todo lo malo, a todo lo que estaba por venir.

—¡Entremos aquí, vamos! —dijo Alice casi ordenándomelo y arrastrándome con fuerza.

El sitio era uno de aquellos donde una vidente te leía la mano y podías preguntarle sobre tu futuro o pasado previo pago. Como todos, era pequeño y misterioso, con símbolos extraños y decoración recargada. Una mujer castaña y con semblante amable nos esperaba sentada en una silla detrás de una pequeña mesa redonda.

—Hola muchachas, ¿os leo el futuro?

—¿Cuánto vale que nos leas la mano? —preguntó Alice, emocionada.

—¿Queréis algo exhaustivo o más general?

—Lo más barato.

—Quince euros, por ser vosotras —respondió alargando la sonrisa.

—Joder…pues…venga va, ¡yo te invito! —afirmó mi amiga sentándome casi por la fuerza en la pequeña silla libre de la mesa.

—¡Pero Alice! —me resistí yo. Pero para entonces ella ya buscaba en su cartera el dinero y no atendía a razones.

Sin apenas asimilarlo estaba allí dispuesta, sentada incómodamente y extendiendo mi mano para que pudiera manipularla a su antojo la supuesta vidente. Empezó divagando sobre mi pasado, con generalidades, sin nada concreto que pudiera “desenmascararla”. Parecía estar realmente escudriñando algo, me pidió cambiar la mano. Obedecí, y entonces pude ver, perfectamente, como daba un respingo.

—¿Qué pasa? —interrogué asustada.

—No, nada, eso es todo, gracias por venir.

Pensé que aquel era el truco de feria más antiguo del mundo, pero también era joven e inocente, y no quería irme con mal sabor de boca.

—¿Quiere más dinero? —le dije sin maldad.

Ella me miró ofendida, sintiéndose despreciada.

—No.

—Pero ha visto algo, ¿verdad? Por favor…

Vi de reojo a Alice, la observaba con el mismo interés que yo. Finalmente, la mujer resopló, me miró a los ojos y con un gesto me indicó que volviera a prestarle la mano. Observó entonces detenidamente una peca que tenía en la cara interna de la muñeca, palpándola incluso con sus dedos.

—¿Desde cuándo la tienes? —me preguntó.

—No sé… —dije.

—Piensa. Tienes poquísimas pecas, seguro que la habrías visto.

La vidente tenía razón, mi piel era muy blanca, como la leche, pero tenía muy pocas pecas. Al contrario que Alice que sus orígenes irlandeses le han dado piel blanca pero plagada de minúsculas manchitas de todo tipo.

—No lo sé, de verdad —insistí.

Ella me soltó la mano, disgustada. Miraba en todas direcciones y volvía a respirar en una mezcla de paciencia y condescendencia.

—Niña, te han maldecido.

Lo siguiente que recuerdo es confuso. Una mezcla de frío y confusión. Sé que fue Alice la que, nuevamente, me arrastró del brazo hasta la calle para intentar calmarme.

—Tía, tranquila eh, que es una de esas petardas saca pasta. No te lo tomes así.

—Pues ya podría haberme dicho algo agradable encima de que nos ha cobrado —protesté.

—Ni caso, Nozomi.

—¿Y si tiene razón? —seguí yo.

—¡¿Qué sabrá ella?! Vale, muy bien, yo te he metido en esto y yo te saco. Vamos a ir hasta el final de Las Ramblas, el primer sitio que encontremos por allí te invito otra vez. Verás cómo te dice algo completamente distinto. Son todos una banda de listillos.

—¿Seguro?

—Ya lo verás Noz…en un rato nos estaremos riendo de todo esto.

Le hice caso. Nos hicimos un hueco entre las riadas de gente que abarrotaban la calle y al llegar cerca del puerto nos metimos por algunas de sus callejuelas. Nos decantamos por un lugar, más tétrico que acogedor, llamado Meigas. Una vez dentro nos atendió una anciana que parecía sacada de un casting, pensé que solo le faltaba tener un ojo de cristal.

—¿Qué buscáis, rapazas? —Preguntó ella con un marcado acento gallego.

—Mi amiga quiere que le lean la mano —dijo Alice un tanto intimidada.

—Yo no hago eso —fue lo único que dijo la vieja.

—Bueno, la mano, cartas, lo que sea. Necesitamos saber su futuro.

—Seguidme —nos indicó haciéndose paso entre varias cortinas.

Llegamos hasta otra mesa redonda, por un momento pensé que alguna empresa se encargada de suministrarle el material a todas las videntes, hechiceras y curanderas del centro. Sentada de nuevo en una silla, si cabe, más pequeña e incómoda, recibí nuevas instrucciones.

—Escupe aquí —me ordenó entregándome un vaso pequeño.

La miré con preocupación, aunque llevaba tiempo fuera de casa mantenía el pudor típico japonés.

—Vamos angelito, hazlo —me dijo con el tono más amable que fue capaz de poner.

Obedecí y se lo entregué. Entonces escupió ella también y añadió las cenizas de un puro apagado con anterioridad. Lo mezcló todo con su largo dedo de uña aún más larga y metió dentro el ojo para ver de cerca, convirtiéndose casi en un microscopio. Alzó la cabeza enseguida, parecía tenerlo clarísimo.

Embruxada —susurró.

—¿Cómo dice? —pregunté con educación.

—Nada mi niña, marchad de aquí, hoy no tengo el día. No os cobraré.

—Ni siquiera sabemos su tarifa —reivindicó ofendida Alice.

—Sí, sí, puede ser…puede ser…Marchad.

Le agarré una de sus manos con las mías, con ternura. Ella me miró.

—Por favor señora, necesito saber lo que pasa.

—Alguien te ha echado un mal de ojo, meniña.

XVII

Fui yo la que tuve que sacar a Alice del sitio, ya que se enzarzó con ella y comenzó a insultarle en inglés e incluso en gaélico. Tener que calmar a mi amiga hizo que, por lo menos durante un rato, no pensara en lo que me había sucedido.

What the fuck! Puta vieja…

—Alice, ya está, cálmate.

—Deben tener un código la mafia esta, “si vemos a una chica asiática le decimos que está embrujada”, sons of a…

Andábamos de nuevo por la calle principal, rumbo al Metro que nos llevaría a casa. Ella se quejaba sin parar mientras yo reflexionaba.

—Lo siento Noz, ha sido mi culpa.

—No te preocupes, siéntete solo mal si me parte un rayo un día de estos —le dije para sacarle hierro al asunto.

El resto del camino a la estación lo pasamos bromeando, pero lo cierto es que la tarde había sido de todo menos graciosa. Me dije a mí misma que debía olvidarlo todo, que no se podía ir por la vida con absurdas supersticiones, tenía ya dieciséis años. Una vez en el metro este estaba completamente atestado de gente. Empezaba a oscurecer y era viernes, y aquello nunca había dejado de ser Barcelona. Me recordó mis pequeñas estancias en Tokio, cuando íbamos a ver a mis tíos. Allí incluso te empujaban para que cupiera más gente.

Con esfuerzo y empujones acabamos de pie agarradas a una de las barras verticales de seguridad del vagón, éramos tanto que el olor se semejaba más al de una cuadra que a un transporte. Alice y yo nos sonreíamos, incómodas, pero cerca una de la otra. En seis estaciones estaríamos en casa.

Se cerraron al fin las puertas y enseguida nos vimos rodeadas del mismo grupo de chicos, de unos veinte años y dispuestos a salir de marcha. Uno de ellos estaba realmente pegado a mí, pero viendo las circunstancias no le di demasiada importancia. Se agarraba a la misma barra que yo y su cuerpo, con el tren en movimiento, se pegaba más aún al mío. Sus compañeros le observaban divertidos, me di cuenta enseguida.

Noté su entrepierna adherida a mi trasero y tuve la certeza de que era premeditado. Se excusaba con gestos, aludiendo a la gente, pero no era cierto. Su vaquero presionaba deliberadamente contra la faldita de mi uniforme. Llegamos a la primera estación, pero lo poco que se vació el vagón fue rápidamente llenado por nuevos pasajeros, dejándonos en la misma situación.

Advertí entonces como se endurecía su entrepierna, presionándome el bulto contra las nalgas. Tragué saliva, miré a Alice y me di cuenta por su cara de circunstancias que también se había dado cuenta. Ella estaba a su vez rodeada de dos chicos, pero estos parecían dejarla en paz. Fue ganando confianza e incluso de decidió a mover las caderas, restregándome su repugnante erección contra mi cuerpo. Tuve ganas de llorar. Estaba atrapada.

Los amigos reían, apenas disimulaban. Él siguió frotándose, impune. Bajó una de las manos que se agarraban a la barra y la puso en mi cintura. Me faltaba incluso el aire al notarla. Con la mano en la cadera continuó presionándome con su excitado miembro, me pareció incluso oírle gemir. Quise soltarme, defenderme, pero no pude. No supe. Sus dedos se deslizaron hacia abajo, acariciándome la pantorrilla por encima de la tela de la falda. Alice parecía estar a punto de explotar, pro no hizo nada.

Me golpeó entonces con el bulto, pequeños y rítmicos impactos contra mis glúteos mientras me subía de manera casi imperceptible la falda ante la fanfarrona y cómplice mirada de sus amigos. Las estaciones iban pasando, el vagón se vaciaba, pero ellos no abandonaban su sitio aun no estando ya justificado.

Justo llegamos a la estación anterior a la nuestra y percibí entonces que era la suya. Se pusieron en movimiento, pero antes de salir subió de nuevo la mano que recorría mi pierna y me manoseó un pecho entre risas. En cuanto cerraron las puertas me dejé caer lentamente, sentándome en el suelo del tren. Si no llega a ser por Alice habría sido incapaz de bajarme en la parada siguiente.

—Ya está Nozomi, ya está —me decía ya en la calle, agarrándome del brazo y acariciándome el pelo.

Yo andaba casi desmayada, aguantando por no llorar.

—Esos hijos de puta se han ido y nunca más los verás, ¿me oyes?

Me acompañó hasta casa, ella vivía cerca, pero la suya no venía de camino. Hablamos un poco en el portal antes de que subiera. Parecía que íbamos a despedirnos cuando le pregunté:

—¿Y si es por la maldición?

—¡¡¿¿Qué??!! —respondió ella, perpleja.

—Y si esto es por lo que me han dicho las brujas.

Noz, cariño, no digas tonterías. No ha sido tu tarde, eso es todo.

—Ya, pero, ¿y si hay algo más?

—¡Pero no digas tonterías, tía!

—No son tonterías Alice, nunca me había pasado algo así.

—Claro, pero es que…has cambiado preciosa. Hemos cambiado. Nos hemos hecho mayores, ¿sabes?

—Sí, pero a ti no te han hecho nada.

—Normal, ¿quién querría algo con una pelirroja, pecosa e irlandesa como yo? Pero tú…Jo, Nozomi, seamos realistas. Tú pareces sacada de una fantasía.

—¡¿Yo?!

—¡¡Pues claro!! Japonesa, vestida de colegiala, en un metro, ¿qué más quieres? Entra en cualquier página porno del mundo y pon las palabras groped subway, te van a salir infinidad de vídeos protagonizados por primas tuyas.

El argumento era una barbaridad, pero la manera de contarlo que tenía ella hizo incluso reírme.

—Eso no es verdad —dije entre divertida y angustiada.

—Vamos, solo hace falta ver cómo te miran Brendan y Fabrizio, se les debe caer a cachos de tocarse pensando en ti por las noches.

—¡Alice! —le recriminé yo entre carcajadas —. ¡No seas bruta!

—Vale, vale…mira Nozomi, hemos aprendido la lección. Al metro con vaqueros y burka.

 

Chi Iota Sigma

Nozomi pasó el fin de semana pensativa, pero los continuos mensajes de su amiga y las horas hicieron que se fuera relajando, que olvidara poco a poco la tensión pasada. Pensó que una mala tarde la podía tener cualquiera y decidió, obligándose incluso, a pasar página. Estaba dispuesta a afrontar el lunes con energías completamente renovadas.

Al salir de casa me sorprendió ver el cielo nublado, sentir el viento en mi rostro. Habían anunciado sol para toda la semana, pero por alguna razón el planeta decidió retar a los hombres y mujeres del tiempo. Sentí que no iba suficientemente abrigada, vistiendo solo con el uniforme.

Cuando llegué al colegio no localicé a Alice, algo extraño teniendo en cuenta que solía esperarme en la puerta principal. En sustitución a mi amiga aparecieron los anteriormente nombrados Brendan y Fabrizio. Me saludaron amistosamente, como siempre, pero supongo que en mi cabeza aún resonaban las bromas de Alice, produciéndome la sensación de que me miraban de forma extraña. Casi diría lasciva. Me repasaban de arriba abajo con la mirada, o al menos eso me parecía.

Llegó ella alfin, rescatándome de una situación incómoda provocada, seguramente, por mi imaginación.

—Casi no llego, me había olvidado de hacer los deberes de inglés, mi madre está que trina.

—¡Alice!

—¡¿Qué pasa doña perfecta?! —me dijo, bromeando—. No todas tenemos un cerebro asiático y organizado.

Las clases fueron como siempre, pero a mí me parecieron más tediosas de lo habitual. Cuatro horas por la mañana, comida, un poco de descanso, y vuelta a empezar para culminar con dos horas más. Estaba deseando que terminaran, irme a casa y relajarme.

—Nozomi —comenzó el profesor de literatura dejándome una redacción sobre la mesa—. Si quieres quédate un momento al final de clase y lo discutimos.

Me había puesto un cuatro, una nota indigna, o eso me diría mi padre al enterarse. Me estresé. Era mucha la presión que ejercían mis padres con mis estudios. Me dejaban libertad siempre y cuando sacara buenas notas y aquel cuatro era un verdadero problema. Pude ver a la gente recogiendo las cosas, a Alice haciéndome señas y yo diciéndole que la alcanzaría en un rato.

El profesor Roberto López también recogía sus cosas en una bandolera de piel, no fue hasta que el último alumno dejó el aula que me acerqué en su encuentro, con la redacción en una mano y el corazón en un puño.

—Profesor… —dije.

—Sí, sí Nozomi, acércate por favor.

Roberto agarró de nuevo el escrito y lo puso encima de su mesa, estudiándolo.

—La verdad es que me ha sorprendido Nozomi, no parece escrito por ti.

—Profesor, yo…

No sabía cómo excusarme. Él seguía con la vista en el trabajo, moviendo el anticuado bigote como si reflexionara.

—Está lleno de repeticiones, tiene algunas faltas que no se pueden permitir a estas alturas, a veces peca de conciso y otras se hace denso, pesado.

Se sentó en la silla y siguió criticándolo mientras recorría sus labios con el pulgar.

—Mira, ¿ves? —preguntó señalando un párrafo—. Hay maneras mucho mejores de describir a un personaje que con interminables frases y adjetivos, parece la descripción de un producto que vas a comprar por internet.

Yo observaba avergonzada sus indicaciones.

—Aquí, por ejemplo, está lleno de gentilicios que lo único que hacen es ralentizar el ritmo de la narración.

Siguió con sus explicaciones mientras yo le observaba atentamente.

—Acércate por favor, quiero que seas consciente de esto —me dijo poniendo su mano en la espalda y acercándome a la mesa.

Me incliné un poco para verlo mejor, pero para él no fue suficiente. Me agarró de la cadera y, ante mi sorpresa, me sentó en su regazo mientras continuaba con su crítica.

—En este punto de la redacción se nota que no sabes a dónde vas, que improvisas. Debes tenerlo todo claro, introducción, nudo y desenlace, o el texto será mediocre.

No sabía si lo que decía tenía sentido, que me medio obligara a sentarme sobre sus muslos me había dejado completamente descolocada. Y no solo a mí, también a mi falda con la que forcejeaba disimuladamente para bajarla un poco, estaba realmente incómoda. La incomodidad pasó a ser algo peor, perturbador incluso, cuando me pareció notar crecer algo debajo de mí.

Intenté no ponerme nerviosa, me dije a mí misma que era fruto de las recientes malas experiencias, pero él empezó a revolverse un poco sobre el asiento, y con cada movimiento parecía conseguir subir un poco más mi falda hasta que estuve sentada directamente sobre su entrepierna, notando inequívocamente el bulto de su pantalón directamente presionando sobre mis nalgas, separado solo por mis braguitas. Era la segunda vez que me pasaba en tres días.

—¿Lo entiendes, Nozomi? —me preguntó.

No, no entendía nada. No entendía como se atrevía a hacer algo así. Como podía traicionar de esa forma mi confianza. Como era capaz de violentarme hasta ese punto. No entendía qué había hecho yo para merecer eso. Por qué la gente se veía con libertad para acosarme en el tren. La razón por la cual Roberto López podía restregarse contra mí de manera tan impune. No, profesor, no lo entiendo.

—¿Me estás escuchando? —insistió exagerando aún más sus impúdicos movimientos.

—Sí —me obligué a decir.

—¿Sabes qué esto bajará tu nota global de la asignatura, verdad?

No quise contestar, por primera vez en mi vida no me importaban los estudios.

—¿Y bien? ¿Qué podemos hacer? —pronunciaron sus repulsivos labios mientras ponía sus manos en mis descubiertos muslos.

Reuní la fuerza necesaria. Decidí que no iba a permitir que me ultrajasen de esa manera. Me levanté casi de un salto, empujándole incluso, recogí mi mochila y salí a toda prisa del aula diciendo:

—Haga usted lo que quiera.

616

Una vez fuera avancé rápidamente por los pasillos del colegio en busca de salida. Me sorprendió no ver a nadie. Nada de corrillos de alumnos comentando. Ni rastro de Alice esperándome u otros profesores emprendiendo el camino de regreso a casa. Nadie. Cuando llegué a la puerta vi a Jaime, el bedel que habitualmente limpiaba.

—¿Dónde vas con esa cara? —me dijo al ver mi semblante preocupado.

—Nada Jaime, nada.

Intenté hacerme paso hacia el exterior, pero me lo impidió con su cuerpo y colocando la fregona como si fuera un escudo.

—Vamos, ¿qué te pasa, pequeña?

En ese momento pensé que solo quería ser agradable conmigo, consolarme, pero nuevamente me equivoqué.

—No es nada, una mala nota que no me esperaba, déjame pasar por favor.

—Oye, preciosa, no puedo dejarte ir así, ¿no crees?

Su aspecto era más andrajoso incluso de lo habitual, y me sonrió mostrándome una hilera de dientes amarillentos y descolocados. Me puso los pelos de punta.

—Jaime, por favor, no tengo el día.

—¡¿No?! Pues yo sí. Hoy sí tengo el día —dijo tirando la fregona al suelo y acercándose aún más—. Hoy es otro día maravilloso, en este trabajo maravilloso y con este espectacular sueldo.

No tuve tiempo de reaccionar, me agarró por el cuello y me tiró con fuerza al suelo para, seguidamente, abalanzarse sobre mí con todo su peso. Olía a tabaco y alcohol, e intentaba besarme con su nauseabunda boca. Consiguió abrirme las piernas, dejando claro que mis forcejeos eran inútiles, y se colocó entre ellas. De nuevo sentía una erección chocando contra mi sexo, pero esta vez todo era mucho más dramático. Jaime se había conseguido quitar el cinturón y ya se bajaba el pantalón dispuesto a todo.

—¡¡No!! ¡Para! ¡¡Para!! —le supliqué.

Tenía el miembro erecto ya fuera del pantalón y me presionaba como si pretendiese penetrarme por encima de la ropa interior, mientras sus manos me sujetaban y magreaban los pechos por encima de la blusa indistintamente.

—¡Cállate! Putita japonesa. Estoy harto de tu actitud recatada de mierda, ¡chupa pollas!

Siguió agrediéndome, pretendiendo ahora arrancarme las bragas mientras yo me defendía, le golpeaba como podía con las piernas y las manos y gritaba entre lloros.

—¡¡Por favor!! ¡¡Por favor!! ¡No! ¡¡No!!

En la lucha me dio la vuelta, sujetándome de nuevo y bajándome la ropa lo suficiente para poder restregar su miembro por mis glúteos, buscando acomodarse.

—¡¡Estate quieta, puta!! Verás como te gusta que te dé por el culo.

Percibí los primeros intentos de penetrarme analmente, pero pude moverme lo suficiente para impedírselo.

—¡¡¡Estate quieta te digo!!!

Con una mano me agarraba la entrepierna, desnuda, mientras que con la otra me sujetaba la nalga.

—¡¡¡Paraaaa!!!

Me sentí perdida, pero en aquel preciso instante la voz menos esperada se convirtió en mi salvación.

—¡¿Nozomi?! —preguntó un boquiabierto Roberto, observándonos a escasos metros.

El bedel se retiró al instante, vistiéndose apresuradamente mientras farfullaba frases ininteligibles. Aproveche para vestirme de nuevo, adecentarme algo la ropa y salir corriendo, olvidando incluso mi mochila. Salí tan horrorizada del colegio que tuve que andar durante horas para calmarme antes de volver a casa, no tuve ganas ni de llamar a Alice para contarle lo sucedido.

Cailleach

La joven japonesa esta vez no superó tan rápido lo sucedido. Dos encontronazos la misma tarde era demasiado para cualquiera, pero peor incluso para un alma sensible como la de Nozomi. Simuló encontrarse mal y se ausentó del colegio una semana. Sus padres, conociendo lo responsable que era su hija, no sospecharon nada los primeros días. Dieron por hecho que la actitud desganada de la muchacha se debía a algún virus intestinal.

Estuve todo el día en la cama, leyendo y escuchando música. Deprimida como los días anteriores. Mi móvil no paraba de sonar con mensajes de Alice, pero no me apetecía hablar con nadie. Contestaba con escuetos mensajes, insistiendo en que simplemente estaba enferma y no podía recibir visitas. Se acercaba la hora de cenar cuando salí al salón. Mi padre miraba la televisión.

—¿Sigues sin encontrarte mejor? —me preguntó al verme.

—La verdad es que no —contesté sentándome a su lado en el sofá.

No había tenido fuerzas ni para vestirme. Por la mañana, después de la ducha, me había vuelto a poner el pijama, que consistía en un pantalón corto y una camiseta de tirantes.

—Tendremos que llevarte al médico, esto ya no parece una gripe, hija.

Me encogí de hombros por toda respuesta.

—¿Dónde está mamá?

—Viene enseguida. Ha bajado un momento a por unas cosas que necesitaba para la cena.

Notaba preocupación en su voz. Mi padre no era muy expresivo, pero de alguna forma se le entendía todo.

—Hija, ¿seguro que no quieres contarme algo?

Me sorprendió la pregunta, su tono era comprensivo, como si sospechara que había algo más detrás de mi supuesto virus. Me miró fijamente, como interrogándome.

—Ven conmigo, siéntate sobre mí como cuando eras una chiquilla —me indicó.

Yo coloqué mis piernas sobre su regazo, acercándome un poco más. La vergüenza me hizo ser incapaz de mirarle a los ojos.

—¿Ha pasado algo con esa amiga tuya irlandesa? ¿O con algún chico?

—No, para nada —dije yo mirando hacia abajo.

—¿Tienes algún problema?

—No —insistí poco convencida.

Él me agarró por las lumbares y me acomodó aún más, sentándome completamente sobre sus muslos.

—Me lo puedes contar todo, será nuestro secreto.

Me sentí protegida por primera vez en días. Estuve a punto de contárselo todo, de estallar en lloros y confesiones. Intenté no hablar para que no se me entrecortase la voz, meditando aún sobre qué hacer.

—Ya sé que solo soy un anciano, anticuado y padre japonés en un mundo moderno, pero puedes confiar en mí —me dijo haciéndome sonreír.

Parecía un rayo de luz en mi oscura vida, una ayuda para salir del pozo. Pero nuevamente me equivoqué. Estaba a punto de abrazarle y contárselo todo cuando sentí, de manera incuestionable, como se endurecía su entrepierna presionando mi trasero, de idéntica forma que una semana antes había pasado con Roberto López, el profesor de literatura. Mi padre, mi propio padre. Me pareció tan perverso que mis ojos se abrieron como platos y me quedé sin palabras. Pensé que algo tan terrible solo podía ser fruto de una auténtica maldición.

Siguió hablándome, mostrándose lo más comprensivo posible, pero yo ya no lo oía. Lo único en lo que podía pensar era en la descarada erección que le había provocado con tan solo sentarme en mi regazo. Puso una mano encima de mi descubierto muslo y me lo acarició cariñosamente. Maldije que los pantalones del pijama fueran tan cortos y todas las estúpidas modas occidentales.

—Cuéntame hija, qué te pasa —siguió él mientras su contaminada mano recorría mi piel y podía sentir su miembro palpitar debajo de mis glúteos.

Intenté engañarme, decirme que eran paranoias mías, pero era demasiado evidente. Ante mi pasividad, su mano siguió magreándome cada vez más animada, deslizándose ante la cara anterior de mi muslo y subiendo hasta acercarse a mi sexo.

—Nozomi, dime algo…

Pero yo no hablé. Ni hablé ni me moví. Ahora al que se le entrecortaba la voz, por la excitación, era a él. Ya no decía nada coherente, solo se repetía una y otra vez mientras me toqueteaba.

—¿Es por el sexo que estás así?

Fue entonces cuando me rozó la entrepierna por encima del pijama y, tal y como había pasado anteriormente, me levanté de un sobresalto. Él me observó, intentando simular sorpresa, pero yo me fui corriendo a encerrarme en mi habitación.

—¡¡Hija!! —fue lo último que oí detrás de mí.

13

Aguanté los lloros, tenía demasiada rabia dentro. Anduve alrededor de la cama un rato hasta que decidí vestirme y salir de casa.

—Hija, ¿a dónde vas a estas horas? —me preguntó mi madre al verme, que había vuelto de la compra y me esperaba, junto a mi padre, en la mesa con la cena hecha.

—A casa de Alice —contesté.

—¿Ahora? Pero si es la hora de cenar.

—Papá me ha dado permiso —informé viendo como ella miraba, desconcertada, a mi avergonzado padre.

Me presenté en casa de mi amiga sin avisar, la cara de su padre al abrirme la puerta expresaba sorpresa parecida a la de mi madre cuando salí de casa.

—Claro, Nozomi, pasa. Está en su habitación.

Entré en el piso y recorriendo el pasillo donde se encontraban todas las habitaciones pude oír a su madre diciendo:

—Estamos a punto de cenar, ¿te quedas con nosotros?

No respondí. Me presenté en su habitación y cerré la puerta detrás de mí. Allí estaba ella, vestida casi de idéntica manera que yo hacía un rato. Con un pantaloncito corto de pijama y una camiseta de tirantes que rellenaba más con su generoso busto. Me miró sorprendida tumbada en su cama, escuchaba esa música gótica que tanto le gustaba,

—¿Noz? ¿Estás bien?

No necesitó más para desarmarme. Me tumbé junto a ella y lloré todo lo acumulado, contándole todo lo que me había ocurrido en la última semana, incluido lo de mi padre de hacía un rato. Ella me escuchó atenta y sin intervenir hasta el final, acariciándome el pelo para tranquilizarme y surtiéndome de pañuelos cuando lo necesitaba.

—Ya ha pasado, ya ha pasado cariño…aquí estás bien.

Yo intentaba recuperar el aliento, la compostura, el control.

—Ha sido una mala semana, pero la magia negra no existe Nozomi, y lo sabes.

—Ya…pero…Alice… —dije entre sollozos—. Es que hoy ha sido mi propio padre.

—Cariño...¿estás segura? Yo te creo eh, pero es que se me hace tan rato. Y has pasado por tanto que…

—Estoy segura —afirmé rotunda.

—Bueno, vale, vale.

Ella siguió acariciándome mi pelo negro y lacio, en contraste con el suyo ondulado y pelirrojo. Bromeó como era habitual pero no consiguió arrancarme una sonrisa hasta que el tiempo pasó. En varias ocasiones llamó a la puerta su madre para que fuéramos a cenar, pero le dijo que estábamos terminando un trabajo importante y que ya iríamos. Más relajada, cotilleé los libros que tenía mi amiga sobre la mesilla de noche. Se amontonaban por toda la habitación, la mayoría juveniles, de vampiros, terror y cosas así. Hasta que uno me llamó la atención, era siniestro, un ensayo, y hablaba de magia negra.

—Cada día lees cosas más raras, tía —le dije curioseándolo.

—¿Ese? Ni lo he abierto, me lo encontré por la calle.

Abrí el libro y pude ver, en la primera página, la etiqueta que ponían en la biblioteca del barrio para saber quién se llevaba los libros. Era un sistema anticuado, como la biblioteca en sí. Alice Kyteler, rezaba.

—Pues aquí pone que es tuyo.

—¿Qué? Ah, sí, sí, ese sí. Lo he confundido con otro. Pero ni me lo he mirado.

Seguí hojeándolo y vi que estaba lleno de frases subrayadas y anotaciones en los bordes, en una letra que solo podía ser la suya. Cada vez me parecía todo más extraño. No todo el libro estaba así, tan solo una parte donde hablaba del mal de ojo. Noté como se me erizaba la piel, mi mente iba a mil por hora. Miré hacia atrás y la vi, lo vi en sus ojos. Su expresión era otra, de odio. Yo lo sabía, y ella sabía que lo sabía.

Ella me había maldecido.

—¿Por qué, Alice?

—¿Por qué? —repreguntó sin disimular—. ¿Por qué no? ¿Tan especial te crees?

—Éramos amigas.

—Sí, claro —continuó—. Mucho. Hasta que te crecieron las tetas y te convertiste en un puto manga erótico, eclipsándolo todo.

—Yo no he eclipsado nada —dije firme.

—Vamos, conmigo no te hagas la mojigata, eh. Todos te miran. Todos en todas partes. No podemos ir a ninguna parte. Todos te quieren follar y tú les dejas fantasear con ello, eres una guarra.

—¡Mentira!

—¡Cállate japo! —dijo mientras subía el volumen de la música—. Le gustas a todo el mundo y todo el mundo te gusta, excepto yo, claro. Te debe parecer horrible una persona como yo, ¿no?

—¿Como tú?

Ella me miró con profundo desprecio antes de seguir:

—No te hagas la estúpida conmigo, sabes perfectamente de qué te hablo.

—¡¡¿¿Pero de qué hablas??!!

Alice se abalanzó sobre mí tirándome sobre la cama e intentó besarme repetidas veces.

—¡¿Qué?! ¡¡¿¿Tanto asco te doy, puta??!!

Siguió restregándome sus labios por los míos mientras me sobaba los pechos por encima de la ropa, casi histérica.

—¡¡Alice!!

—¡Cállate, joder! ¿Quieres que nos oigan mis padres?

Puso entonces la mano en mi entrepierna y me frotó con furia por encima de la ropa, con una fuerza que no le conocía.

—Estás buena incluso sin el uniforme, otaku friki de mierda.

Me metía mano desesperada, como si se hubiera contenido durante demasiado tiempo. Yo forcejeé, pero era más débil, siempre era más débil. Consiguió desabrocharme el pantalón y abrirlo lo suficiente como para bajármelo un poco, mostrando mis bragas.

—Vamos, para de resistirte Noz, ¡que soy yo!

Intenté huir, pero volvió a tirarme sobre la cama, agarró el pantalón por los tobillos y consiguió quitármelo y tirarse de nuevo sobre mí.

—Vamos Nozomi, por favor…

—¡¡No!! ¡¡Alice!!

Conseguí darme la vuelta, pero ella me alcanzó por detrás y coló su mano por dentro de mi ropa interior, acariciándome el sexo con los dedos.

—Nozomi joder, confía en mí.

Mientras me toqueteaba restregaba sus partes contra mis nalgas, separadas solo por mis mal puestas bragas y su fino pantalón del pijama. En un nuevo intento por escaparme me agarró con la mano libre del pelo y hundió mi cara contra la almohada con violencia.

—¡Quieta!

Eso me contuvo un rato, tiempo que aprovechó para seguir magreándome los pechos, el culo y el sexo.

—¡Mm! ¡Mmm!

De nuevo me dio la vuelta, abrió mis piernas y se colocó entre ellas, frotando sus partes impúdicas contra las mías.

—¡¡Mmm!! ¡¡Mmm!!

Consiguió meterme la lengua en la boca, entrelazándola con la mía momentáneamente y huyendo justo a tiempo de un intento de mordisco por mi parte.

—Sabes a cerezo, querida —me dijo mientras agarraba mis bragas y conseguía romperlas hasta quitarlas—. Sabía que también te depilabas, dijo al ver mi vello púbico parcialmente rasurado.

Se quitó también su pantalón y continuó restregándose contra mí, esta vez desnudas las dos de cintura para abajo.

—¡¡Mmm!! ¡¡Mmm!! ¡¡Mmmm!!

Consiguió subirme el jersey hasta que se convirtió en una especie de cadenas para mis brazos, cubriéndome la cara e inmovilizándome. Me bajó el sujetador hasta convertirlo en un cinturón y empezó a manosearme los pechos desnudos sin dejar de frotar su sexo contra el mío.

—Qué buena que estás Doraemon, ¡mmm!

Logré deshacerme del jersey, pero ella me agarró las muñecas con una sola mano inmovilizándome de nuevo, me mostró dos dedos de la otra y me los introdujo dentro de la vagina.

—¿Te gusta? ¿Te gusta Nozomi?

Siguió metiéndolos y sacándolos con furor, se notaba que disfrutaba viéndome el rostro de espanto.

—No es una polla, pero no está mal, ¿verdad?

Minutos después me los introdujo hasta lo más hondo, los torció por dentro en forma de gancho y siguió masturbándome.

—Esto te va a encantar…

Yo gemía, pero no por placer, por dolor, por impotencia.

—Al final es mejor que te viole tu mejor amiga que un basurero, ¿no crees?

Su voz ya no era nerviosa, ni alta, era fría y calculadora como la de un torturador. Me soltó las manos, pero estaba demasiado agotada para seguir luchando, había perdido contra aquella tigresa irlandesa con ínfulas de bruja. Mientras siguió toqueteándome se llevó la mano libre a su clítoris y comenzó a estimularlo con movimientos circulares.

—¡¡Mm!! ¡¡Mm!! ¡¡Oh!! ¡¡Ohh!! Como me pones Noz, como me pones joder, ¡¡¡Mmmm!!!

Disfrutaba tanto que le temblaba el labio inferior y parpadeaba compulsivamente, solo detenía los tocamientos para sobarme de nuevo los indefensos pechos.

—¡¡Ahh!! ¡¡Ahh!! ¡¡¡Ah!!! ¡Mmm! ¡¡Mmm!!

Finalmente, me agarró de nuevo las muñecas, colocó su sexo sobre el mío y después de frotarse por menos de dos minutos se corrió, gimiendo desvergonzadamente aun sabiendo que sus padres cenaban a escasos metros de la puerta de su habitación, confiando en que la siniestra música ahogara los gritos de placer.

Se dejó caer entonces sobre la cama, tumbándose a mi lado intentando recuperar el aliento. Me acariciaba con la uña el muslo mientras reunía las fuerzas necesarias. Me dijo:

—Me ha gustado más que cualquier polvo anterior, eres más dulce tú resistiéndose que el resto de putillas sumisas con las que he estado.

Abramelin

Nozomi cambió después de aquella noche. Ya no era la inocente y prudente chica de hacía un par de semanas, su vida entera había dado un vuelco. Estuvo a punto de hundirse, pero sacó fuerzas de lo más profundo de su ser y decidió luchar. Intentó pasar desapercibida unos días, hasta que un jueves se saltó las clases y decidió recorrer Las Ramblas en busca de las videntes. Las encontró, pero estas se negaron a ayudarla. Le contaron que es muy difícil sacar un mal de ojo, que lo debe hacer un experto, y que si se hace mal es realmente peligroso. Recorrió cada sitio hasta que, por fin, en una infecta calle del Raval, alguien pareció comprenderla.

—Lo que me pides es muy complicado, muy peligroso y muy caro —me advirtió el brujo, un tipo de unos cuarenta y muchos años con una impresionante y larga perilla gris.

—No tengo dinero —respondí.

—Jajajaja, no me hagas perder el tiempo, niña.

—Estoy dispuesta a todo.

—Jajajaja. No lo creo, niña. Tu mal de ojo es especial, han atacado tu sexualidad. Revertir algo tan sucio solo se puede hacer de manera sucia.

—¿Cómo se llama usted? —pregunté.

—Llámame Janus.

—De acuerdo, Janus. Es usted vidente entre otras cosas, ¿verdad? Pues solo tiene que mirarme a los ojos para descubrir que estoy dispuesta a todo.

Se acercó a mí, observándome de arriba abajo. Pude notar en mi mejilla incluso el aire que expulsaban sus fosas nasales al respirar. Sonrió y me dijo:

—Sígueme.

Me llevó a otra sala, no muy grande. Me miró de nuevo y me preguntó:

—¿Estás completamente segura? Si interrumpimos lo empezado las consecuencias pueden ser devastadoras.

—Lo estoy —afirmé.

No dijo nada más, rebuscó entre un montón de trastos y trazó un círculo a mi alrededor con un polvo blanco procedente de un bote de cristal.

—¿Qué es eso?

Él alzó la vista ligeramente, como reacio a contestar, pero finalmente dijo:

—Tan solo un poco de sal.

Después agarró otro tarro y manchó el círculo trazado con otra sustancia rojiza.

—¿Y esto?

—Niña, no más preguntas.

Siguió con el ritual, añadiendo por lo menos tres sustancias más al cada vez más grueso círculo, susurrando palabras para mí del todo ininteligibles. Se incorporó de nuevo y muy serio me ordenó:

—Desnúdate lentamente, sin que ninguna parte de tu cuerpo salga del círculo.

Desde el principio supe que antes o después se me pediría algo así, pero no por estar más preparada dejé de sentir miedo. Mi corazón se aceleró momentáneamente, pero fui capaz de mantener la compostura. Con cuidado, me desabroché lentamente la blusa y. siguiendo sus indicaciones, la lancé fuera del contorno sin que mi cuerpo sobresaliera en ningún momento. Él me estudiaba con detenimiento. Hice lo mismo con la falda del uniforme, quedándome solo con mi conjunto de ropa interior blanca y buscando la aprobación en su rostro.

—Sigue —fue lo único que dijo él.

Supuse y temí esa respuesta a partes iguales. Dudé, pero me convencí de que si mi estriptis, si excitar con mi desnudez a aquel desaliñado brujo iba a terminar con mi maldición, debía intentarlo. Me desabroché el sujetador y lo tiré cerca de él, en señal de protesta, y luego me deshice de mis braguitas de manera algo patosa por los nervios. El hechicero de bajos fondos casi se relamió con las vistas.

—¿Y ahora? —pregunté con miedo de que nuevamente me hiciera callar.

Janus sacó una pluma de ave del bolsillo y se acercó para restregármela por todo el cuerpo. Por la cara, por el pelo, por los pechos, el vientre, las piernas, el sexo…

Dijo algo de nuevo en un idioma extraño y la quemó delante de mí. Después de eso sacó un nuevo tarro con un pequeño pincel y comenzó a pintar extraños símbolos sobre mi cuerpo con una habilidad pasmosa. Parecía sangre de algún tipo, pero nunca supe de qué se trataba. Con mi cuerpo completamente decorado, mis pezones se endurecieron por el frio y la adrenalina, y pude ver como aquello le satisfizo. Muy cerca de mí y sin previo aviso, acercó sus grandes y poderosas manos y las dejó encima de mis pechos, primero solo eso, pero luego comenzó a acariciarlos sin pudor.

—Janus…

—Niña, basta.

Magreó con cierta delicadeza mi busto unos segundos, repasando mis erectos pezones con la uña crecida de su pulgar, para después deslizar sus manos hacia abajo y hacer lo mismo con mis nalgas. Se recreó aún más en mis glúteos, se notaba que estaba disfrutando. Avanzó más en sus tocamientos e incluso me acarició el sexo desnudo e indefenso, yo seguí impasible. Reconozco que nunca pensé que llegase tan lejos.

—Para romper algo sucio hay que hacer algo sucio —repitió.

Siguió manoseándome a su antojo, sin ningún orden en particular, los senos, el culo, la entrepierna, y decidió liberar una vigorosa erección que había permanecida escondida dentro del pantalón.

—Janus, por favor…

No contestó. Con sumo cuidado, me dio la vuelta, me puso ligeramente en pompa y abrió mis piernas ligeramente.

—Recuerda que no puedes salirte del círculo —dijo mientras restregaba su pringoso falo por mis nalgas.

Se acomodó detrás, colocó el glande en la entrada de mi vagina desde esta posición y, sin previo aviso, me penetró lentamente. Mi cuerpo cedió con facilidad, ante mi sorpresa, a pesar de no estar en absoluto excitada.

—¡Mmm!

—¡Au! ¡Ah! —me quejé yo.

—No te preocupes, niña, será muy rápido.

Me agarró de las caderas para ayudarse y asegurándose de que mantenía el equilibrio empezó a moverse dentro de mí, entrando en mi anatomía hasta el punto de sentir sus testículos contra mi trasero.

—¡¡Mmm!! ¡¡Mm!! ¡¡¡Mm!!!

Me tembló todo el cuerpo, mordí mi labio inferior para no gritar. Resistí.

Sus embestidas fueron aumentando el ritmo y la fuerza, una de sus manos había soltado mi cadera para magrearme los pechos mientras seguía follándome.

—¡¡Mm!! ¡¡Mmm!! ¡¡Oh!! ¡¡Ohhh!! Buena chica. ¡Buena chica!

Si su miembro ya me pareció grande la primera vez que lo vi, sentirlo dentro de mí era casi insoportable, estaba completamente ensartada por aquel pedazo de carne.

—¡¡Ahh!! ¡¡Ohh!! ¡¡Ohhh!! ¡¡¡¡Ohhhhh!!!!

De nuevo, sin ningún aviso, eyaculó. Abnegándome con su fluido caliente. Descansó unos segundos antes de salir de mi cuerpo, y sufrió un pequeño desmayo al hacerlo. Me di la vuelta y lo observé en el suelo, su cara estaba completamente desencajada.

—Vete, niña, ¡vete!

—Janus, ¿qué te pasa? —le pregunté mientras me vestía a toda prisa, entendiendo que ya no necesitaba permanecer dentro del círculo.

—Ya lo he hecho, ¡lárgate! ¡Rápido!

—¿Me has quitado el mal de ojo? —insistí subiéndome ya la falda.

—Eso no se puede hacer desaparecer —dijo realmente enfermo—. Lo he revertido.

Vestida al fin, me dispuse a irme, pero antes de abandonar el establecimiento, antes de dejar aquel cuartucho donde había sido ultrajada, le miré fijamente y le dije:

—Si me has engañado, te mataré.

26

Sabía que encontraría a Alice en el baño del colegio, solía esconderse allí para fumar entre clases. Observar su rostro de sorpresa al verme aparecer con Fabrizio y Brendan fue, realmente, gratificante.

—¿Qué coño hacéis aquí? Vosotros dos no podéis estar en el vestuario de chicas, atontaos. ¿Y tú? ¿Volvemos a ser amigas, Nozomi? —dijo entre calada y calada.

—Claro que somos amigas —respondí—. Por eso he pensado que necesitabas mi ayuda.

—¿Tú ayuda? ¿Para qué?

—Alice, Alice, Alice…No te preocupes, ya les he dicho que en realidad eres mucho más tímida de lo que aparentas. Tranquila, saben perfectamente lo que quieres y están completamente dispuestos a satisfacerte.

Ella sintió miedo por primera vez, estoy segura de eso. Tiró el cigarro al suelo y lo apagó pisándolo con el zapato. Brendan y Fabrizio se acercaron lentamente a ella, con los ojos saltones de excitación.

—¿De qué coño va esto, Noz?

—Lo sabes perfectamente —respondí—. No te preocupes, saben lo que te pone de verdad.

El italiano fue el primero en abalanzarse sobre ella, metro setenta y siete de estatura y más de setenta kilos arremetiendo contra la irlandesa. La aprisionó entre su musculado cuerpo y la puerta de una de las duchas, besándola por el cuello y la cara mientras intentaba meterle mano.

—¡¿Qué haces?! ¡Gilipollas!

El americano se acariciaba por encima del pantalón la entrepierna, excitado con la escena y deseando intervenir. Fabrizió siguió con los tocamientos, colando su mano por dentro de la falda para poder agarrarle el sexo por encima de la ropa interior.

—Oh Alice, qué ganas te tenía —dijo mientras la sobaba.

Ella se resistía, pero luchar contra el napolitano no era lo mismo que luchar contra mí.

Fuck you, asshole! —dijo Alice propinándole un fuerte bofetón.

Fabrizio se detuvo un segundo, pero enseguida contraatacó agarrándole la blusa y abriéndola con un fuerte tirón, descubriendo su generoso busto cubierto solo por el sujetador. Terminó de abrir la prenda y se cebó ahora con sus pechos, manoseándolos por encima del sostén.

—¡Qué buena que estás, Alice!

Yo miraba sin remordimientos la escena. Coloqué mi mano sobre el hombro de Brendan, invitándole a unirse a la fiesta. No se lo pensó, mientras que su compañero jugaba con aquellas tetas irlandesas él se abalanzó sobre los muslos, manoseándolos junto a las nalgas y la entrepierna. Se convirtieron rápidamente en un sándwich sexual donde Alice ejercía de fiambre.

Let go of me, motherfuckers!

Con tanto forcejeo cayeron los tres al suelo, siguiendo allí los tocamientos. Yo seguí disfrutando mientras vigilaba que nadie más pudiera entrar en los vestuarios, algo improbable teniendo en cuenta que la siguiente clase ya había comenzado. Fabrizio consiguió quitarle la blusa del todo y también el sujetador, mostrando sus generosos y pecosos pechos. Ambos, al verlos, se lanzaron sobre ellos a mordisquearlos y manosearlos, excitadísimos.

—¡Nozomi, por favor, páralos! ¡¡Haz que paren!!

—Vamos querida amiga, ya me lo agradecerás después.

Ella les golpeaba sin parar, pero no daba ningún resultado. Fue el americano el que no pudo aguantar más, se tumbó encima librándose de su compañero y se colocó entre sus piernas, restregando su erección contra la entrepierna de la irlandesa. Consiguió romperle las bragas, pude ver el indefenso pubis de Alice rasurado en forma de sensual triangulito. Se desabrochó el pantalón e intentó penetrarla sin éxito. Ella conseguiómoverse lo suficiente para que no pudiera consumar.

—Sal, cabrón, ¡¡sal!!

El italiano le agarró los brazos inmovilizándola, ayudando solidariamente a un excitadísimo amigo. Brendan lo logró al fin, colocó el glande en la entrada de su cueva y la penetró de un fortísimo empujón.

—¡¡Ahh!! ¡¡Ahh!! ¡¡Ahhhh!! ¡¡¡Joder!!! —se quejó ella.

Cuanto más se resistía más excitado parecía estar el estadounidense, que la embestía desesperado contra el suelo.

Andiamo amico, in fretta! —le suplicó Fabrizio, que seguía sosteniendo a Alice por las muñecas.

Brendan siguió las acometidas, gimiendo como un animal salvaje y mordisqueando los pechos de Alice en una postura casi digna de un contorsionista.

—Mmm!! Mmmm!! Ohhhh!!!! You’re hot Alice, mmm!!

Alice ya no se resistía, agotada y dolorida se había dejado vencer. El estadounidense se corrió al fin ante la atenta mirada de su compañero, llenando a mi ex amiga con su simiente antes de retirarse y hacerse a un lado obedientemente. La irlandesa me miró con odio, esperando lo que tenía claro que iba a ser el segundo round. Fabrizio no se hizo esperar, le dio la vuelta poniéndola boca abajo y se bajó los pantalones y el bóxer hasta las rodillas, acomodándose detrás de ella. La falda de la aprendiz de bruja hacía ahora de cinturón, completamente descolocada y siendo la única prenda que conservaba.

—Qué buena que estás, bellísima —le dijo—. Para mí espero que me hayas guardado algo especial.

No lo dijo por decir, le agarró de las caderas y restregó su erecto miembro por la raja de la agotada irlandesa, acomodando después la punta del falo para intentar penetrarla analmente.

—Ni lo sueñes, wanker! —dijo Alice resistiéndose por última vez.

Pero Fabrizio era más fuerte, estaba menos cansado y demasiado excitado para perder la batalla, siguió insistiendo hasta que consiguió metérsela por aquel deseado agujero hasta la mitad del conducto, gimiendo y aullando como un lobo.

—¡¡Mmm!! ¡Alice! ¡¡Ohh!! ¡¡Ohhh!!

La irlandesa también gimió, de dolor y de rabia mientras, con una fortísima acometida, el italiano la penetraba hasta lo más profundo.

—¡¡Ohh!! ¡¡Ohh!! ¡¡Ohhhh!!

Brendan se colocó a mi lado. A pesar de haber descargado ya parecía estar excitándose de nuevo. Puso su mano sobre mi muslo y me lo acarició con delicadeza sin dejar de disfrutar de la escena. Se la retiré con autoridad y le dije:

—Ni lo sueñes, vaquero.

Obedeció. Frustrado, siguió mirando lo que su amigo hacía, quizás maldiciendo no haber disfrutado también del imponente culo de nuestra amiga.

—¡¡Mmm!! ¡¡Mm!! ¡¡¡Mmmm!!!

La expresión de Alice era de sufrimiento mientras que nuestro compañero aceleraba la frecuencia y fuerza de las embestidas, pude ver incluso como sus nalgas se enrojecían por los golpes de los muslos del napolitano al rebotar contra ellas.

—¡¡Ohh!! ¡¡Ohhhh!! ¡¡¡Ah!!! ¡¡¡Ahh!!!

Fabrizio no aguantó más, al igual que su amigo estaba demasiado caliente para durar demasiado. Le agarró ambos pechos a Alice desde detrás y se corrió entre visibles espasmos mientras los estrujaba. Segundos después salió de sus entrañas para vestirse de nuevo. Ambos estudiantes se fueron sin despedirse, como si de repente fueran conscientes de lo que habían hecho. La irlandesa permanecía en el suelo, completamente desnuda si no fuera por la maltrecha falda que no tapaba nada. Me acerqué a ella, agarré un cigarro y un mechero del suelo y le dije mientras lo encendía:

—Eso es lo que pasa cuando se juega a las brujas, puta.