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Probadita: Mi grandiosa chica-vaca

en Parodias

Mi grandiosa chica-vaca

[...]

Ella regresó hacia a mí andando en cuatro, e imagino que mi cara no debió verse muy bien para que sus ojos, brillantes como los de ella sola, se cruzaran con mi mirada. No se puso de pie al llegar hasta mí, sino que se detuvo con la cara frente a mis pantalones, ya muy consciente a esta altura de la dureza de mi verga.

—¿Lucerito? —pregunté intentando serenarme, pero ella llevó sus manos a mis pantalones, tal vez demasiado consecuente con lo que estaba pasando ahí.

— ¿Muuu? —me preguntó, resignada a no encontrar el cierre de mis pantalones.

Tuve que respirar un par de veces para que la sangre regresara a mi cerebro y estar seguro de que lo que estaba pasando era lo que ella quería y no lo que solo yo quería creer.

—¿Me quieres, Lucerito? —pregunté casi en un jadeo.

— ¡Muuucho! –exclamó con una gran sonrisa y un sonrojo en su rostro.

Oh, mi grandiosa Lucerito…

Bajé mis pantalones tan rápido como la ansiedad de mis manos me lo permitió, para revelar mi verga dura y venosa al asecho. Los ojos de mi chica-vaca se abrieron con sorpresa, y adiviné en su gesto la torpeza propia de quien no sabe qué hacer. Sus manos se encargaron de rodear mi verga mientras su boca se aventuraba con la lengua hambrienta a lamerme con lujuria. La boca de Lucero estaba húmeda y salivosa, por lo que no tardó en metérsela toda dentro, para que luego mi mano se pusiera sobre su cabeza, entre sus orejas y cuernitos, a fin de guiar el ritmo primerizo de sus lamidas.

—Ah, qué vaquita tan chupona —exclamé mientras la sentía hacerme una mamada celestial. ¡Qué vaca tan lamedora había resultado ser mi Lucerito!

La saqué de su boca ante su cara de asombro, sin permitirle protestar. Ya veía que le gustaba demasiado lamerme. La obligué a darse la vuelta y abrir bien las piernas para ponerme entremedio. Ella obedeció sin chistar, pues confiaba demasiado en mí por lo cercanos que nos habíamos vuelto en las últimas semanas. Le di un par de nalgadas sonoras a ese culo travieso al que le traía ganas, y ella jadeó tras cada una como toda una vaca deseosa. Percibí el desafío que su cola animal me hacía al agitarse con prepotencia delante de mí, por lo que la sujeté con cuidado mientras le dejaba caer encima a esas nalgas los azotes de mi palma hasta dejarlas rojas. Mi chica-vaca gemía como toda una hembra debajo de mí. Usé la misma mano con la que la azotaba para separarle las nalgas y contemplar lo mojado y viscoso de su coñito.

—Este coño quiere verga… —solté al aire, apretando después los dientes, con el pene tieso y listo para enterrárselo a mi chica-vaca.

¿Continuará?