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Baño discapacitados

en Erotismo y Amor

Tocaba fiesta de empleados por Navidad. El restaurante contratado era amplio, lujoso y bien ubicado. Todos tenían ganas de ese encuentro. Había sido un año duro de trabajo, objetivos, cambios, despidos y demasiadas expectativas sin ninguna motivación. Había llegado el momento de disfrutar, bailar, charlar con algunos compañeros que rara vez coincidían en estos saraos y, en conmemoración de un compañero muy querido, que se jubilaba, todos se prometieron que esa noche sería especial.

 

La cena exquisita. Variada y con premio estrella Michelín. Con los postres, y, para amenizar la cena, una serie de regalitos personalizados llegaron junto con el café. La música hizo el resto. Mientras los camareros, rápidamente, habilitaban la sala para poder pasar a los bailes y barra libre, los asistentes aprovechaban para retocarse, despedirse de algunos, charlar a la espera de turno etc etc

 

Al cabo de unas horas, todos estaban entregados. Algunos, dándolo todo en la pista. Otros, lo mismo en la barra, con bebidas de todos los colores. Unos buscando calor debajo de unas faldas, otras moviendo el culo ante imposibles inalcanzables.....

 

Heyyyy, ¡que llevo toda la noche esperando para bailar contigo! - apareció Esteban riendo.

Heyyyy, sí claro, esperándome...¿tendrás cara? Pues no me he movido de aquí, así que, ahora es tu momento. - le guiñó un ojo y le sacó la lengua. Ella sabía que él odiaba bailar.

¿Has visto a Mengu por aquí? - preguntó mirando alrededor.

No, ¿por?

Nada. Me dijo que contaba conmigo para llevarle a casa después. Tapu tampoco está, así que se habrán ido juntos.

Asegúrate de todas formas.

Sí, voy. - y se marchó mal siguiendo el ritmo del tema que sonaba. Bárbara no pudo evitar reírse mientras le veía partir.

 

A Bárbara siempre le había atraído, a su manera. No era un adonis, pero su cara de pillo, su sonrisa tan bonita, su dulce carácter y compañerismo, habían hecho que le viera su “puntito”. Ella siempre intentó hacer caso a los buenos refranes españoles. Siempre tan sabios. Con él, lo intentó una vez y, aunque no duró demasiado tiempo, se tenían mucho cariño y respeto.

 

La noche seguía regalándoles momentos inolvidables. Poco a poco, los invitados iban abandonando la fiesta. Curiosamente, siempre quedan los mismos. Solteros, divorciados sin niños en esa fecha, los bailongos, los borrachuzos que aprovechan estos saraos, para “pegarse la fiesta de su vida” y aquellos que, por esa noche, van a encontrar refugio en brazos deseados.

Bárbara, no para de bailar y de pedir al pincha canción tras canción. Esteban llega y le coge de la mano.

 

¿Qué pasa?- pregunta sorprendida.

Nada. Anda, vamos a pedir una copa. - Bárbara lo agradece pues sueña con beberse una botella entera de agua.

¿Dónde has estado? -pregunta ella entre sorbo y sorbo desesperados.

Por ahí, saludando.

¡¿Tres horas?! -Y se rió.

 

Lo que Bárbara desconocía es que, Esteban, había encontrado un sitio semi escondido y con plena visión de la pista. Se había tirado mucho tiempo, mucho, observándola bailar. Ella tenía algo que él no podía olvidar. Su manera de bailar. La encontraba libre, natural. Ausente en su mundo de música. Sus pasos eran sensuales, sexys, su ritmo envidiable (lógico para él, claro). Siempre le había encantado verla bailar y lo mejor de todo es que, ella, ajena a todos sus pensamientos, siempre bailaba como si no la miraran. Le gustaba esa parte de ella. Le daba igual lo que pensaran de ella. Siempre segura, dulce, divertida, cariñosa...el que no apreciara a esa mujer, era simplemente, un loco.

 

Había observado a su amiga y ex pareja, durante rato. Observó cómo algún compañero moscón, se acercaba creyendo tener alguna posibilidad. Sonreía y pensaba: “ Sí ya, claro”. Observó hasta qué punto a ella le daba igual bailar sola que acompañada. Tendía a animar a sus compañeros de pista. Saltaba, cantaba, levantaba los brazos, les sonreía...todo, para que tuvieran buen ambiente bailando. Si de repente, se encontraba en un lado de la pista sola, le daba igual. “ Ella a su rollo, dí que sí, nena”, pensaba. Ella, en su trance musical, y él, partido de la risa. Parecía que viera una película de zombies y una bailarina “a su rollo”. A lo largo de los años, él fue testigo de muchas situaciones en las que, había vivido de cerca a esa mujer y, sin duda, pondría la mano en el fuego por ella con los ojos cerrados. Sabía que era única, honesta, leal, sincera y justa.

Y lo que más claro tenía, es que ella, no era para él. Desgraciadamente.

 

Se sentaron un rato para echar un “vistazo al patio”, y comentar jugadas. Rieron, brindaron por ellos. Charlaron de todo y de nada. Estaban relajados. Hubo silencios. Más silencios. Miradas. Miradas que evocaban un tiempo ya vivido. Ya amado. Miradas anhelando besos y caricias. Labios que, sin esperar más, se encuentran. Se encontraron y no querían separarse. Suaves, tersos, carnosos, húmedos y juguetones. Lentamente, sus labios se abren un poco para dejar entrar aire y que, sigilosamente, sus lenguas se busquen. Y así continúan. Dejando que la lengua de él, entre ahora con descaro y permiso concedido. Mientras sus lenguas chocan y recorren algunas zonas erógenas, las manos recorren otras. El tono va subiendo. Las respiraciones agitadas, se entremezclan. Pequeños y delicados mordiscos adornan el cuello de la bailarina. Sus pechos endurecen, su coño se humedece. Su cuerpo va pidiendo más. Sus manos confirman que, él, también está deseando lo mismo. Pero inevitablemente, a ella le parece que él podría soportar un poquito más y, con su mano diestra, empieza a tocar su pene. Sobre el pantalón, deja que su mano, suba y baje, presionando en puntos concretos y acariciando sus huevos a la vez que sube. Los dedos clavan suavemente las uñas. El gemido de placer que suelta su compañero, termina de convencerla de que, ahora, la que no aguanta más es ella.

 

Ven -dijo él tendiéndole su mano.

¿Dónde?

Ssshhh, secreto. -y ella le siguió.

 

Bárbara no se lo podía creer. ¡Era! ¿Cómo era posible que aún lo recordara?.....Hace mucho tiempo, en una de sus conversaciones calenturientas, ella le había confesado que tenía muchas ganas de hacerlo en “el baño de minusválidos”. Tenía una gran carga erótica. Así lo veía ella, y su mente fantasiosa. Y ahí estaban. En ese baño tan amplio. Tan cómodo. Tan......sexual.

 

Bárbara quiso agradecerle la sorpresa. Le puso de espaldas al espejo. Sabía la jugada a seguir. Estaba dándole tiempo a él. Le quitó los pantalones. Despacio. En cierto modo, le gustaba ponerle nervioso. Desconcertarle le ponía muchísimo. Su lado dócil y generoso gritaba: “¡Qué cabrona eres! No ves que está que se muere de gusto!”. Su lado guerrero y sucio: “ Espera. Aguántale ahí. Que sufra un poquito más”.

Comienza lamiendo sus labios. Su lado más porno aflora poco a poco. Le mira fijamente a sus ojos. Le insinúa con la mirada que, se prepare. Él lo capta. Espera paciente pero por dentro es un volcán en erupción.

 

Mientras ella lame sus labios, sus manos se encargan de que todo siga a punto. Ella le gira para que, ahora, se vea él, de perfil en el espejo, con su bailarina a sus pies, de rodilla. Él observa la imagen reflejada. Con tan sólo, dos movimientos de ojo, la tiene de rodillas mirándole suciamente y con el otro movimiento, una escena pornográfica en el reflejo.

Uno de los puntos eróticos del baño, era el espejo. Tenía una inclinación que permitía ver la imagen desde un ángulo diferente a lo acostumbrado. Era un primer plano. Muy sexual.

 

Su bailarina se lo pone cada vez más difícil. Su boca caliente, hace que olvide todo. Su mente en blanco, negro, rojo....la lengua arropa la parte trasera de su polla. Su labio superior le protege, y se desliza a placer por todo su sexo duro, firme, caliente. De repente, esa lengua juega con su punta. Haciendo círculos. Libre y encantada de chuparla. Cuando sale, ve que se dirige a su escroto. “Uummm siiiiii” “Chúpamelos. Lame todo lo que quieras”.

Su bailarina se entrega a la faena. No sólo el espejo tenía protagonismo en ese baño. Y a Bárbara no se le iban de la cabeza. Las barras. Esas barras de sujeción en los laterales del váter. Esas barras que se subían y bajaban. Siempre había imaginado que las piernas encajarían a la perfección para controlar las envestidas y sus manos se sujetarían a la pequeña barrita que las unía.

 

Estaba ella en esos pensamientos cuando él, la levanta. La coge en brazos y la sienta en el potro, de sus siguientes fantasías. Encaja sus pies, con los tacones de punta puestos, en las barras. Ella sonríe, conocedora de lo que va a disfrutar. Sin mediar palabra, él raja las medias justo en la entrepierna. Le quita el top escotado. No lleva sujetador. Dejándola desnuda de cintura para arriba. Sus medias puestas, sus tacones y su corta falda negra. Mueve hacia un lado su tanga y le enviste a placer. Para dentro. Fuera. Dentro. Fuera. Le mete su dedo índice en la boca. Ella se lo chupa como si no hubiera un ayer, un hoy ni un mañana. Su ritmo se acelera. La imagen de tenerla ahí, entregada, gozando, follando, con sus piernas abiertas, sus pechos duros, su cabeza de lado.....no podía más. Ella le pide que le ponga de espaldas. De pie. Se inclina. Agarra las barras con ambas manos. Pone su culo en pompa. Los tacones ayudan a acortar altura y, como un buen rejoneador, le clava la puntilla final.

 

Unos minutos más tarde, salieron entre risas, complicidad, besos y una sensación de que habían sido muy malos y traviesos.

Llegan al salón y.....

Oyeeee, ¿Dónde estabais? - preguntó uno, que no veía nada del ciego que llevaba.

Hablando con Ventas –controlaron sus risas y dejaron al susodicho con una expresión de incomprensión absoluta.

¡¡¿Os vais?!! - gritó, levantando su brazo y tirando la mitad de su bebida aguada.

Síiiii. Se me han roto las medias –Sonrieron. Se despidieron en la distancia de él y desaparecieron.