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Diario de un Consentidor 124 El Despertar

en Intercambios

Capítulo 124

El tiempo no espera a nadie

Al abrir la puerta de casa me extrañó no ver luz. Las llaves de Mario estaban donde siempre, en el cuenco de madera del aparador. Encendí la lámpara del salón, dejé el bolso y la chaqueta y seguí hacia la alcoba. «¿Mario?», lancé sin ninguna esperanza de obtener respuesta. Me liberé de los tacones y volví con intención de subir al ático, el único lugar donde esperaba encontrarle. «¿Estás ahí?» pregunté a mitad de escalera. Cuando llegué al rellano lo vi en el sofá leyendo en absoluto silencio, ajeno a mi como si no me hubiese escuchado. Me apoyé en el marco de la puerta cruzada de brazos. Tras una estudiada pausa dejó el libro.

—¿Dónde estabas?

Así, a bocajarro. No es propio de él y tomé la mejor decisión, ignorar la provocación y llevarlo a mi terreno.

—Hola cariño, ¿qué tal tu día? Bien amor, y a ti qué tal te ha ido?

Pura comedia. Mantuvo algo de la fingida dignidad con la que me había recibido pero mi pequeña pantomima lo había desarmado. Me acerqué despacio y tomé asiento buscando el contacto. Le debía haber avisado de mi retraso es cierto pero no era para tanto, ¿o sí? Me miró de reojo algo inseguro desvelando la incertidumbre que lo asediaba. Esa era la clave: Vivíamos una etapa en la que no acertaba a prever cuales eran los pasos que estaba por dar, ni en ese momento en que me detuve ahí, pegada a él como tampoco predecía hacia dónde conducía mi vida. Esa era su incertidumbre.

Pobre. Lo besé en la mejilla.

—¿Qué pasa? —protesté bajito cerca del oído dejando una húmeda caricia.

—Te he puesto varios mensajes.

—Lo siento, no he prestado atención al móvil.

No me miraba. A pesar de estar tan cerca, tan pegada a él no me miraba. Mis palabras habían sonado directas en el pómulo y las acabé con un beso. Le estaba buscando, tal vez por eso no me miraba, tal vez por eso hizo un amago para evitarme.

—¿Tan ocupada estabas?

¿Así que me lo quería poner difícil? Me separé muy despacio.

—Si, estaba cumpliendo una promesa que te hice.

Lo desconcerté. Me levanté y fui hasta el ventanal. Descorrí las cortinas. Nada al otro lado, la oscuridad más absoluta.

—¿No tienes calor?

Abrí la mampara de par en par, se me erizó la piel. Me estaba mirando el culo, lo notaba. Di un giro brusco con el cuello y si, me deseaba.

—He pasado la tarde con tu chica.

—Tú eres mi chica.

—No me hagas llamarla la otra. He estado con Graciela.

Soltó el aire de golpe como un bramido.

—Ven aquí.

Eché a andar, me comía con los ojos.

—Voy a cambiarme, ahora te cuento. —dije cuando lo sobrepasaba—. ¿Te subo algo?

—Una cerveza.

—¿Antes de cenar? Venga, vale.

Quería ponerme cómoda, quitarme la ropa de calle, refrescarme, cambiarme de bragas. Diez minutos más tarde subía con dos cervezas y mucho que contar. En el equipo de música sonaba Time waits for no one. Serví las cervezas tarareando y las palabras comenzaron a cobrar sentido, a empaparme como lo hace la lluvia.

«El tiempo no espera a nadie, debemos planear juntos nuestras metas o no tendremos futuro». Miré a Mario, se había acercado a la terraza. «Es como si nos hubiéramos vuelto sordos, ciegos y mudos. Sé que suena cruel», me advertía Freddie, «pero me parece que no escuchamos ni hablamos. La cuestión es que el tiempo se nos acaba, tenemos que construir este mundo juntos o no tendremos futuro porque el tiempo no espera a nadie».

Se dio la vuelta. No sé qué vería en mi cara que le movió a sentarse cerca.  Hice un gesto hacia la voz etérea que fluía desde los altavoces.

«No hace falta que te diga qué salió mal, ya sabes lo que pasó. Aún así me parece que no nos importó lo suficiente, o que no confiamos el uno en el otro. Tengo la impresión de que estamos contra la pared y el tiempo no espera a nadie. Tenemos que creer en nosotros o no habrá futuro. El tiempo no espera a nadie».

Tom Petty vino al rescate porque ni yo quería atravesar la puerta que se había abierto ni Mario dijo una sola palabra. Tal vez no escuchó lo mismo que yo. Le ofrecí el vaso de cerveza y forcé un brindis artificioso.

—¿Y bien?

Necesitaba un pitillo. Me hubiera gustado empezar por mi llegada al gabinete pero sabía que tenía prisa por conocer lo que habíamos hablado Graciela y yo. No volví al sofá, me arrellané en uno de los sillones. Marcando distancia.

—Hemos charlado mucho, la verdad es que nos resulta fácil abrirnos. Dice que quiere hablar contigo.

Se quedó aguardando, lo cierto es que no le estaba dando nada.

—No te puedo decir mucho más, es ella quien debe contarte.

—Me estás preocupando.

Me incorporé.

—A ver Mario, lo único que he hecho ha sido tratar de romper el bloqueo que tenéis. Esa historia sobre que necesitábamos tiempo para nosotros… se lo he quitado de la cabeza ya está, ahora quiere verte.

Esperó en vano a que continuara; sorprendido, tal vez decepcionado.

—¿Y toda la tarde para eso?

—No, hemos hablado de muchas más cosas; de su matrimonio, de su trabajo, de nosotras.

—De vosotras.

—No me irás a decir que te molesta.

—No, claro que no.

No estaba bien, no podía ocultarle que…

—Nos hemos besado.

No supe, no fui capaz de interpretar su mirada lo cual me hizo sentir indefensa.

—La has besado, a Graciela. ¿Cómo ha sido?

—¿Estás enfadado? —Casi no pude ni terminar de preguntarlo, negó enérgicamente con la cabeza—. No sé decirte, desde que la llamé noté algo, parecía querer provocarme. Medio en serio medio en broma hizo varias alusiones que me sorprendieron porque no parecían de ella pero no le di más importancia. —Suspiré, no lo estaba enfocando bien—. Quedamos en Riofrío y allí estuvimos poco más de una hora. Al salir no nos apetecía terminar, le propuse ir a otro lado y me la lleve al Antlayer, es el pub al que voy con Irene.

—¿Pero ese no es un…?

—Si, de lesbianas y no, no se lo advertí, me la jugué. No sé por qué lo hice, me dejé llevar por un impulso. Al poco de llegar se dio cuenta y le expliqué que allí estaríamos tranquilas, nadie nos molestaría. Si Mario, podríamos charlar tranquilamente sin que nadie tratara de darnos conversación o invitarnos a una copa.

—No es una mala coartada para llevártela al huerto.

—No era eso lo que pretendía, solo quería…

—¿Qué, qué pretendías?

—No lo sé, había visto señales toda la tarde, puede que solo fueran bromas inocentes y yo me lo tomé demasiado en serio. Y en la cafetería tal vez le di sentido a miradas, a sonrisas… yo que sé.

—¿Y qué dijo cuando le contaste tu coartada?

—No fue una coartada, joder. Bromeó, le dije que allí no nos molestarían los moscones y ella... sonrió con malicia y preguntó: ¿y las moscas? Le expliqué que entre mujeres es distinto, no hay acoso. ¿Ves? de algún modo me seguía el juego.

Se terminó la cerveza de un trago. No alcanzaba a interpretar su estado de ánimo, se cuidaba mucho de no dejármelo ver, apenas cruzaba la mirada conmigo.

—¿Y cómo llegasteis a besaros?

—Tendría que contarte tantas cosas, puede que todo empezara mucho antes, con sus frases sorprendentes que probablemente solo eran un acto de rebeldía algo ingenuo para la edad que tenemos pero una forma eficaz de decirme «hasta aquí he llegado». Yo no lo vi o no quise verlo y le lancé un guante.

—No te sigo.

—Te lo explico: Cuando la llamé dijo que me estaba esperando, que tú y yo actuamos como el poli bueno y el poli malo, nos enredamos con eso y terminé por decirle que teníamos que vernos. Me preguntó si le estaba pidiendo una cita.

—Vaya.

—Si, vaya. Nunca la he visto así, sus palabras tenían una carga de humor ácido que escondían algo, una forma de defensa tal vez o simple ironía, no lo sé. Creo que trataba de poner las cartas sobre la mesa, en cualquier caso «¿me estás pidiendo una cita?» era una provocación y entré al trapo, vi algo más que una broma y le dije «Sabes que te tengo ganas pero no voy por ahí, tenemos que hablar». Se rió, con esa risa fresca y abierta tan bonita que tiene. Y quedamos.

—Dejaste las cosas muy claras.

—Demasiado. Entregué las torres, la reina y… me quedé en posición de jaque mate.

—Enseñaste tus cartas, si.

—El caso es que en Riofrío hablamos como siempre hemos hecho, abiertamente y pude entenderla. Estuvimos más de una hora sincerándonos pero salí con la sensación de no haber resuelto nada, no nos podíamos separar así, ¿de qué habría servido? La llevaba cogida del brazo, caminábamos despacio, demorando llegar a nuestro destino, el metro, donde nos despediríamos. Me estaba invadiendo una congoja insufrible. Entonces surgió la idea totalmente descabellada lo sé, pero me lancé asumiendo el riesgo: Le propuse ir a un sitio que, le dije, o te encanta o lo aborreces y antes de que dijera nada paré un taxi y nos montamos.

—A veces estás loca, pero te adoro.

—No sé ni de lo que hablamos durante el trayecto porque iba temblando, arrepintiéndome de mi locura y pensando en qué decirle si me reprochaba haberla metido en ese lugar. Me equivoqué, se lo tomó mejor de lo que yo pensaba y mi coartada, como tú la llamas, encajó a la perfección; ni moscones ni moscas.

—Es una mujer increíble.

—Si, lo es. No se sintió incomoda y enseguida continuamos hablando, parecía que nada nos hubiera interrumpido, es más creo que el ambiente, más íntimo, ayudó a profundizar en las revelaciones que nos hicimos. Allí fue donde tomó la decisión de hablar contigo.

—¿Y luego? —dijo rompiendo el silencio. Tomé aire.

—Hoy nos hemos conocido mejor, me ha contado cosas muy personales y yo he tratado de explicarle nuestra forma de vivir y la idea de relación que tenemos con nuestras parejas, aunque le he dicho que es algo que tenéis que hablar vosotros. Me di cuenta de que estoy más unida a Graciela de lo que pensaba y creí ver que ella siente lo mismo. Era el momento de relajar la tensión emocional, hablar de otras cosas. De pronto me volvió a preguntar por qué la había llevado allí y no se me ocurrió nada mejor que contarle cómo lo conocí. Traté de ser sincera, le hablé de Irene, de mi inocencia y mi curiosidad, de mis inseguridades y mis miedos, de mis pudores allí, en aquel mismo lugar al dejarme besar por una mujer y descubrir la emoción arrolladora de sentirme libre, libre de ser quien quería ser sin yo saberlo y sin tener que ocultarme ni avergonzarme, descubrir caricias conocidas, distintas, dulces, más amables. Le conté las dudas del día después, la vergüenza y la irresistible tentación de reincidir. No sé por qué te cuento esto.

—Sigue, por favor.

—Me escuchó entre el asombro y el deseo y creí ver que entendía cada una de las dudas y emociones que le fui transmitiendo. Luego le hablé de mi regreso, ya con el pelo corto, sola, sin el apoyo de la mujer que me protegía y lo indefensa que me sentí siendo el foco de atención de tantos ojos que me miraban como nunca me había sentido mirada por otra mujer.

—¿Y ella, qué te dijo?

—Quería saber qué sentí. Se refería a esa clase de miradas. No supe qué decir, pensé que lo mejor era que lo probase por sí misma y le propuse que fuera hasta la barra y le pidiera fuego a la camarera. Se había estado fijando en nosotras aunque no se había dado cuenta. Dudó pero lo hizo, se levantó y fue con un pitillo en la mano. La tenías que haber visto, con esa figura que tiene, tan esbelta, tan erguida; claro que captó la atención a su paso, es tan guapa. Paola la camarera es muy provocona y no dejó de mirarla a los ojos mientras le encendía el cigarro y decirle yo que sé qué cosas que le hicieron reír. Luego se resistía a contarme lo que había sentido, estaba desconcertada y un punto agitada. Entonces no lo soporté más y la besé. ¿Qué haces?, dijo. Se me cayó el mundo encima y al instante reaccioné, si no se había retirado, seguíamos prácticamente pegadas. Comencé a excusarme y me rebelé, era ahora o nunca, volví a besarla, no dijo nada, tampoco se movió y la besé de nuevo y otra vez y otra. Sentí que se agarraba a mi cintura y comenzaba a devolverme los besos. Casi desfallezco y...

—¿Estás llorando?

—No. Si, es de alegría.

Mi mejor amigo, la persona que mejor me conoce y sabe lo que necesito en cada momento me abrazó y empezó a besarme tal y como le había descrito, una y otra vez, suavemente. No pude contenerme, prorrumpí en sollozos, ¡qué locura!

—Gracias. —le dije rozándole los labios; había soltado toda la tensión acumulada.

—¿Por qué? me robas la chica, deberías pedirme perdón.

—¿Perdón por cumplir otro de tus sueños?¿Cuántas veces nos has imaginado en nuestra cama, di?

Me besó con furia y le respondí con la misma pasión dejando que buscara por debajo de la ropa. No me quedé quieta, yo también quería piel y salvé las barreras, recorrí la llanura de su espalda, bordeé el hombro y crucé por el costado hasta alcanzar su pecho. Deseaba más, bajé y forcé la frontera del pantalón, encontré el botín, potente, jugoso, lo recorrí varias veces y con la palma de la mano abierta arrastré la funda. «Gime, gime pero no abandones mi cuello», pensé. Jugaba con los testículos sintiendo el glande más allá de la muñeca, frotándome contra su fuerte muslo. Empuñé mi preciado bien hasta que no pude más, de un salto me encaramé, me saqué la camisola y le deshice el nudo del pantalón. Nos van a ver, me alertó. Miré al edificio de enfrente, el sobre ático se acababa de iluminar, ¿quién coño subía a esas horas a tender? La luz tenue de la lámpara de pie, las cortinas semicorridas… Me importa una mierda, dije, estoy en mi casa y follo donde y cuando quiero. Y con quien quieres, soltó agarrándose a mis caderas. Eso es, follo con quien me apetece y lo que ahora me pide el cuerpo es echarte un buen polvo, le dije a la cara sabiendo el efecto que le iba a causar. Serás puta. Tú sabrás, ¿lo soy? Arrastré el pantalón y el bóxer hacia las piernas, enfilé el misil y me dejé caer despacio, quería sentirlo bien. Vació los pulmones en medio de un estertor que me supo a gloria. Si, si, me estiré como si me estuvieran empalando y la estaca me llegara a la garganta. ¡Ah! me gusta, joder cómo me gusta, pronuncié arrastrando las palabras a medida que me ensartaba en el mástil. ¿La que más? Ciega, ebria de sexo hice un esfuerzo por seguirle el juego. Sabes que no, pero esta me encanta y además es mía. Puta cabrona, ¿cuál es la mejor dímelo, la de Doménico? Los dedos de Mario se cebaron en mis pezones y me arrancó un grito de dolor, yo me agarré a su cuello para no caer. Venga, dilo de una puta vez. Salif, Dios bendito, Salif, eso que tiene es… Zorra, zorra. Comencé a galopar, a sentir caricias por todo mi cuerpo, azotes que me incendiaban la piel, escuchaba palabras vulgares que sabían a poesía y si dejaba de hablarme le provocaba: Salif, oh si, Salif. Entonces me insultaba, me llamaba guarra, puta, me azotaba sin piedad, yo amenazaba con estrangularle y él me retorcía los pezones hasta hacerme saltar las lágrimas. Y me corrí, me corrí a gritos. Calla, pedía pero apenas le oía, temblaba y gemía en voz alta. No estaba yo para pensar en la cristalera abierta ni en las vecinas que, apoyadas en el muro, habrían dejado de tender la colada para ser espectadoras privilegiadas del espectáculo porno que les estábamos brindando.

—¿Pasó algo más entre vosotras?

Tirados en el sofá, recuperado el aliento, seguía teniendo en la cabeza la misma obsesión. Me incorporé para coger el tabaco. El edificio de enfrente estaba a oscuras.

—Llegó un momento en el que me pidió que parara, temí haberla asustado o algo peor, tal vez se había arrepentido. No era eso, no se sentía cómoda allí en público. Puede que otro día, no sé, ya depende de ella.

Agradecí que no preguntase más. Nos quedamos en silencio, abrazados. Es lo que necesitaba. En situaciones así es cuando me alegro de tener a Mario en mi vida.

—Esto no cambia nada. —tanteé, necesitaba saber qué pensaba.

—¿Debería? Si estáis bien me alegro por vosotras. Y en cuanto a mi…

Le dejé que meditara lo que quería decir, a veces necesita esas largas pausas entre frase y frase para escoger bien las palabras, lo observé mientras vagaba por el techo hilando argumentos.

—Creo que vuestra relación nos estrecha a los tres todavía más. Aunque todavía no he hablado con ella pienso que se debe sentir tan feliz como tú.

Le besé, no puedo tener a nadie mejor a mi lado.

Entre unas cosas y otras se nos había echado la noche encima, decidimos hacer una cena rápida y mientras cocinaba le puse el corriente de las novedades en el gabinete.

—¿Te había ocupado el despacho? ¿pero cómo se le ocurre?

—Están haciendo lo que quieren. Andrés se ha ido retirando y Solís ha desplegado a su gente sin que haya habido una reestructuración explicita.

—Y este chaval se ha creído que podía hacer lo que le viniera en gana.

—Más o menos. La gente está acobardada, no lo entiendo. Si vieras a Paloma, es tan…

—¿Pusilánime?

—Tu siempre tan educado. Al final tuve que tirar de los becarios para poner en orden el despacho. Zanjé el asunto cuando se encontró con que le había sacado de allí, se fue hecho una furia. Poco después me llamó Andrés.

—¿Qué te dijo?

—Me respalda. No me lo ha dicho pero creo que el encontronazo le llegó por boca de Solís, estoy segura de que Iván quiso jugar fuerte.

—Ten cuidado, Solís tiene fama de ser un mal enemigo, ya sabes lo que se publicó sobre el pleito que tuvo en Valencia.

—¿Qué pleito?

—Un asunto feo que se resolvió de una forma un tanto turbia. Salió hasta en los periódicos. Dos becarias lo denunciaron por acoso, más tarde se sumó una psicóloga personal laboral de la universidad, ya sabes cómo va eso. Al final las becarias se retiraron, parece que llegaron a un acuerdo y la doctora se quedó…

—Con el culo al aire.

—Eso es, no aguantó las presiones y renunció, debió de ser insoportable. Ten cuidado.

—Hemos tenido una reunión, tengo a Andrés de mi parte, no le tengo miedo.

….

—Carmen, el doctor Arjona te espera en su despacho.

Eran las seis menos cinco, respiré hondo y me dirigí hacia allí. En la antesala me encontré a Iván. Al verme pareció que le hubieran pinchado con un estilete.

—Andrés, ya ha llegado Carmen … Puedes pasar.

Gruñó para dejar clara su protesta por tener que seguir esperando.

—Andrés, buenas tardes. —Cerré la puerta, se levantó y vino a mi encuentro en silencio; le noté preocupado. Nos sentamos en las butacas y esperé a que tomara la palabra.

—Hace una hora he tenido otra conversación más con mi socio, bastante desagradable por cierto. Me consta que lo que me ha dicho no se ajusta totalmente a la realidad, lo sé porque te conozco bien. No obstante es mi socio y le debo un margen de confianza así que por favor cuéntame con el máximo detalle todo lo que ha sucedido aquí está mañana.

—Una parte ya la sabes. Me he encontrado mi despacho ocupado, lo había vaciado y todas mis cosas estaban almacenadas de cualquier manera en… otro lugar. Contaba con que no tenía autorización para hacer algo así e inmediatamente he puesto orden. Al llegar se ha enfrentado a mi y he tenido que recordarle el nivel que ocupamos cada uno. Supongo que Solís te habrá dicho que he desautorizado en público a su chico.

Hizo un gesto de desagrado por el tono que estaba usando para referirme a Iván y decidí corregirlo.

—Pero eso no es lo más grave. Están pasando cosas de las que no creo que estés informado y me preocupa lo que aún no he podido ver.

Me escuchó, era una cualidad que le honraba, sabía escuchar a su gente y luego hablaba, exponía lo que había sacado en conclusión y lo sacaba a debate. Andrés fue sin duda la persona que mejor me enseñó cómo liderar un equipo.

—¿Has hablado de esto con alguien más aparte de José Luis?

—No he tenido ocasión, quería hacerlo antes contigo.

—Has hecho bien. Vamos a solucionar el tema Iván, lo demás déjamelo a mí.

Estuvo un rato cavilando, me di cuenta de lo preocupado que estaba, luego fue hacia la mesa y habló con su secretaria:

 

—Dile al doctor Salcedo que pase.

 

Regresó pero no hizo intención de sentarse, en lugar de eso se situó a mi lado. Iván abrió la puerta, sin duda nos esperaba sentados a la mesa, el gesto de contrariedad le delató. Intuí que la escena que se encontró le hacía sentirse humillado y supe que de alguna manera esa era la intención. Echó a andar hacia nosotros y Andrés arrancó hacia su mesa lo que le forzó a cambiar el rumbo, de nuevo se sentía desplazado. Todo parecía medido al detalle. Le ofreció asiento con un gesto, Iván mantenía un aire de dignidad herida, se sentó y miró hacia dónde me encontraba antes de hablar.

—Sé que estás al tanto de lo que ha sucedido hoy, entenderás Andrés que no voy a…

—Doctor Arjona. —le enmendó—. Esta mañana he tenido que interrumpir un acto que presidía en la facultad por lo que usted calificó de grave incidente que no admitía demora. Inmediatamente llamé a la doctora Rojas para que me pusiera al corriente. Doctor Salcedo, usted ha ocupado el despacho de la directora del departamento al que estaba adscrito sin tener ninguna autoridad para tomar esa decisión, además he sido informado de que ha estado ejerciendo funciones que en ningún caso le corresponden.

—Eso no es del todo cierto.

—Doctor Salcedo, no tenia ninguna autoridad para ocupar el despacho de su jefe de departamento, además se ha enfrentado a un superior delante del personal. Y en cuanto a la actividad que ha venido desempeñando sin autorización le reitero que la asignación de pacientes es una función que se gestiona en la reunión de jefes de departamento. Por todo ello voy a pasar a la junta un informe de lo sucedido para estudiar si procede la apertura de un expediente disciplinario. De momento queda suspendido de toda actividad hasta que se tomen las…

A medida que escuchaba se había ido crispando. Cuando Andrés terminó se produjo un tenso silencio. Iván se levantó.

—Sabe usted que esto no va a quedar así.

…..

—Antes de salir se detuvo y me lanzó una mirada cargada de odio, fue tan sobreactuado que en mi cabeza me pareció escuchar: «¡Corten, hay que repetir la escena!». No hice ni un gesto pero notó que no me lo creía, estoy segura, y supongo que mi escepticismo le dolió mucho más.

—¡Qué mala eres!

—No soy mala, él se lo ha buscado.

Apagó el fuego y repartió el revuelto de gambas y ajetes en dos platos.

—¿Qué pasa, que el cocinero no tiene derecho a beber? —preguntó  mirando la copa de vino blanco que tenía en la mano.

—Cómo no. —Bebí un sorbo y sin tragarlo me acerqué a mi amor; busqué sus labios, le hice probar el sabor de los míos y lo vertí de mi boca en la suya.—. Para, para, tenemos que cenar.

—Eres mala.

—Solo hago lo que me pides, ¿no querías beber?

Me soltó un azote que casi me hace tirar al suelo el plato que llevaba en las manos.

—Ya te diré luego lo que me quiero beber.

—No seas guarro. A propósito de hacer lo que a uno se le pide.

—A ver…

—¿Cuándo te vas a hacer el análisis?, yo voy mañana a la consulta de Ramiro. No lo dejes pasar. —Insistí al ver el desconcierto en su cara.

…..

—¿Cuándo quieres que vayamos a recoger tu coche?

Llevábamos diez minutos en la carretera y esta era la primera frase que cruzábamos. Había cambiado desde que mencioné el análisis; no es capaz de ocultarme su estado de ánimo y la tensión se mantuvo durante una cena especialmente callada. «¿Te pasa algo?» le pregunté y se excusó con una vaguedad, había tenido un día complicado pero no le creí. No hice intención de hacerle hablar y nos fuimos a la cama habiendo intercambiado unas pocas palabras. Se acabó la noche.

—Podemos dejarlo para el domingo, si te parece. Hacemos una escapada rápida a primera hora, antes de que haya tráfico.

—¿No estarás cansada? Tal vez sería mejor que fuéramos antes. ¿Te recojo a mediodía?

¿Así que eso era lo que le preocupaba?

—Antes de la orgía con los alemanes quieres decir, ¿por si vuelvo destrozaita? ­—dije buscando ponerle humor a algo que podía torcerse.

—Yo no he dicho eso. —rezongó.

Volvimos a caer en el silencio, cada uno recogiendo velas. No era un tema fácil y menos quedando tan poco tiempo para separarnos.

—¿Quieres que lo deje?

Apartó la vista de la carretera lo suficiente para interrogarme.

—Ya habrá otra ocasión, no hay prisa.

—Te arrepentirás. Ambos lo lamentaremos y algún día nos lo echaríamos en cara.

—No va a pasar nada.

—Eso no lo sabes.

—Si tienes dudas lo mejor será que…

—Claro que tengo dudas, ¿acaso tú no las tienes? No, es el momento. No ganamos nada con retrasarlo.

—¿Estás seguro?

—Ya te lo he dicho, no estoy seguro de nada pero… A ver, déjame hablar. Si pudiera volver atrás unos días no te mandaría a por la coca ni te trataría como a una fulana en la habitación de mi hermano. No, jamás repetiría lo que te hice en ese cuarto. Calla, déjame seguir. Pero está hecho y no puedo hacer nada por remediarlo, solo reconocer lo que todo eso nos ha cambiado y tratar de acompañarte en tu camino.

—Eso no es lo que me dijiste el lunes.

—Claro que si, es lo mismo, forma parte de lo que te dije. Lo que pasó, lo que te hice nos ha cambiado. A los dos. Si pudiera corregirlo lo haría. No se puede, punto. Afrontémoslo juntos. Como ya te dije, mañana te esperaré despierto deseando recibirte.

—Pero yo…

—¿Pero tú qué? Me gustas cada vez más, me vuelves loco ¿cómo he de decírtelo? Me trastornas, te quiero de una manera que raya en lo enfermizo. Voy a estar a tu lado hagas lo que hagas. ¿Es lo que querías saber?

Abandonó la palanca de cambios, me cogió la mano y ya no me soltó en todo el camino. Se me salía el corazón por la boca. El silencio salpicado de alguna frase circunstancial nos acompañó hasta la puerta del gabinete. Nos despedimos sin aludir a mi inminente iniciación aunque el beso que nos dimos iba cargado de intenciones.

 

En el camino

Esperaba la llamada, no me cogió de sorpresa. Fue a primera hora y no le pude atender; «Reunida», escribí en un escueto mensaje. Media hora más tarde le devolvía la llamada.

—Perdona, estaba en una reunión.

—No te disculpes, cada uno tenemos nuestras obligaciones. ¿Nos vemos a mediodía en casa?

—Antes de las tres no me va a ser posible.

—Por mi no hay problema. Sigue con tus cosas, no te entretengo más.

Qué distinto al amante tierno al que me tenía acostumbrada. La persona con la que había hablado era mi jefe, amable pero distante.

Poco después me preparaba para salir hacia la consulta cuando me llamó Mario.

—Hola.

—Oye, antes no tuve ocasión. Lo de anoche… no sé,  se me complicó el día y llegué con ganas de desconectar, eso fue todo.

—Bueno, si quieres seguir con eso está bien. Te dejo, estaba a punto de salir, tengo cita con Ramiro, ya te lo dije.

—Espera. Es verdad, tuve un día complicado pero no tanto como para estar así. —Le escuché respirar hondo, no estaba bien—. Tu retraso, que no me llamaras…

—Pero eso lo aclaramos Mario, no sé qué te pasó.

—Cuando me recordaste lo del análisis fue…

—Venga, dilo.

—Creo que hasta ahora no hemos sido plenamente conscientes de los riesgos que estamos corriendo. Anoche me pareció que levantaba un velo de irresponsabilidad que no había querido ver. Estoy asustado, estoy muy asustado, te parecerá absurdo…

—No cariño, lo entiendo. ¿Crees que no lo he pensado? Soy yo la que más nos ha puesto en riesgo.

—No digas eso. Es cosa de los dos. Yo he sabido siempre lo que había aunque no pensase directamente en ello. Juntos siempre Carmen, eso lo he tenido claro desde que te conocí, juntos hasta el final salvo que tú no quieras. Y esta situación para mí no es una excepción. Desde que volviste lo he tenido presente y en ningún momento se me ha pasado por la cabeza desertar. Juntos hasta el final.

Tuve que hacer un enorme esfuerzo por superar la emoción y sacar voz de una garganta arrasada.

—Espera, no sigamos por ahí. No sabemos nada. Sabes que es el típico pensamiento tóxico que nos puede hacer mucho daño.

—Lo sé, lo sé.

—Entonces no dejes que te domine. Lo primero es hacer las pruebas ¿sí?, después actuaremos. Si todo va bien como es de esperar pondremos los medios, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

—Te quiero Mario, no sabes cómo te quiero.

—Lo sé.

Los silencios que cruzan el espacio a través del teléfono viajan cargados de significado. Dejé que el tiempo corriera sintiendo que el pulso recuperaba su ritmo.

—Te llamaba por otra cosa. He hablado con Graciela, hemos estado charlando un buen rato.

—A ver, cuéntame.

—Si quieres quedamos a mediodía y te lo cuento en detalle.

¡Oh Dios!, cómo hubiera querido que esto no pasara…

—Lo siento no puedo.

Tenía que decírselo, los segundos pasan tan deprisa… y Mario esperaba, esperaba. Tal vez porque ya lo imaginaba.

—Tomás, me acaba de llamar, tenemos que preparar lo de mañana, ya sabes. Lo siento.

—No te preocupes, lo entiendo.

—¿De verdad? No sabes la rabia que me da…

—En serio, no importa. —cortó mi disculpa en su tono más desenfadado—. Te cuento. Lo que tú decías: quiere que hablemos. Hemos quedado esta tarde, había pensado cenar con ella si no te parece mal.

—¡No seas tonto!

—Le he dicho que me has contado lo vuestro.

—Hiciste bien, ¿cómo se lo tomó?

—Se sintió aliviada.

—Lo imaginaba, ¿y?

—Le dije lo mismo que a ti: Si estáis bien me alegro por vosotras, creo no hace sino unirnos más.

—¿Y no te dijo nada?

—Que vais a hablar.

No respondí. Mario sabía que yo quería más. Yo sabía que no lo iba a tener.

—Puede que me quede a dormir con ella.

—Mira, yo pensaba quedar con Irene, así aprovecho.

Estaba sucediendo, por primera vez hacíamos planes por separado, yo con mi chica y él con Graciela, no por esperado me asombraba menos la naturalidad con la que afrontábamos el inicio de nuestra nueva etapa.

—Tráetela a casa si quieres. —propuse.

—Esta vez no, más adelante.

—Como quieras, supuse que te apetecería.

—Y me apetece, pero cuando hayáis consolidado vuestra relación. Imagino que tendrás que volver para arreglarte antes de ir a trabajar y no quisiera que se crease una situación embarazosa entre vosotras.

—¿Embarazosa por qué? ¿porque no hemos acabado de hablar sobre lo nuestro? No somos tan enrevesadas pero no te preocupes, puedo arreglarlo para no tener que venir.

—¿Te parecería bien entonces que nos quedemos?

—Te lo dije, para eso están los amigos.

Estaba sonriendo, no necesitaba verlo. Hicimos planes, o los terminamos de perfilar. Yo podía quedarme a dormir con Irene aunque volvería temprano a cambiarme, no quería empezar a llegar tarde al gabinete otra vez. Mario al final declinó la oferta, «quizás la próxima vez». Esta era nuestra nueva realidad.

 

Ramiro

—¿Cómo estás?

—No sé qué decirte, ya no te esperaba.

—¿No me esperabas? Eres mi médico y antes que nada eres mi amigo.

Me conmovió la angustia que descompuso su rostro.

—Vamos Ramiro, aquello ya pasó.

—¿Tú crees? pues para mí sigue muy presente. Cómo fui capaz, y nada menos que contigo. Y lo que más me preocupa: ¿volveré a hacer algo parecido? ¿Y cuándo? ¿Sabes que no he vuelto a quedarme a solas con ninguna paciente?

—Cálmate no eres un pervertido, si lo fueras no pensarías como lo haces ni habrías puesto esa barrera con tus pacientes.

—No lo sé, el caso es que no vivo.

—Deberías plantearte iniciar una terapia; no conmigo, te puedo recomendar a alguien.

—Me lo pensaré, ahora hablemos de ti, ¿cómo estás tú?

—A eso vengo, a que me lo digas.

Pasé al cuartito, me desnudé y me puse la bata. Ya en la camilla estaba algo inquieta, Ramiro me ayudó a colocar las piernas en las bases y quedé expuesta, esa fue la sensación que tuve. El primer contacto, aunque esperado, siempre provoca un respingo, luego me relajo y dejo que se haga con mi cuerpo. Es tan diferente siendo lo mismo… unos dedos en mi sexo abriéndose camino, hurgando en mi intimidad, hundiéndose en mi vagina. Parece lo mismo sin embargo no lo es. Una vez escuché a un autista interpretar al piano a Liszt, técnicamente impecable pero le faltaba el alma. Algo así sucede con Ramiro, me toca, penetra en mí sin emoción. Como debe ser.

—Voy a tomar una muestra y acabamos.

En ningún momento se cruzaron nuestras miradas.

—Ahora incorpórate y descúbrete el pecho.

Me senté y dejé caer la bata. Se fijó en los aros y nuestros ojos se cruzaron durante una brevísima fracción de segundo antes de iniciar la exploración.

—¿Te molestan?

—¿Qué?

—Los aros, si te molestan para trabajar.

—Ah no,  no te preocupes —respondió azorado.

—¿Te gustan?

—¿Cómo?

—Vamos no seas tonto, ¿te gustan si o no?

—Yo, no sé. Si, creo que si.

—Crees que si —repetí. Estaba jugando con mi amigo de la infancia, quitándole hierro a la situación, poniéndole en un aprieto como hice tantas veces cuando éramos unos críos. Y por fin se dio cuenta.

—¡Qué cabrona eres! Anda vístete, hemos acabado.

—Todavía no —respondí cambiando el tono—, necesito otra cosa.

—Tú dirás.

—La última vez te pedí un examen que no sueles hacer. Si, eso mismo, recordarás que tenía una irritación.

—Ya pero…

—El sexo anal se ha vuelto habitual y necesito alguien de confianza que me siga y me diga como estoy.

—Carmen, yo no soy...

—Lo sé. No voy a contarle mis prácticas sexuales a un extraño, quiero que te encargues tú. Si necesito un especialista ya me lo dirás. Por favor. —añadí para suavizar la andanada y terminar de convencerle.

Tras una última vacilación terminó por rendirse.

—¿Con qué frecuencia lo practicas?

—No hay un… patrón, digamos... cuatro o cinco veces al mes, puede que más. No siempre… lo hago con la misma persona, supongo que lo debes saber.

Lo estaba aturdiendo, no encontraba la forma de preguntarme algo que le bullía y decidí ayudarle.

—Últimamente han sido varios, más de tres.

—Imagino que tomas, tomáis precauciones.

No le dije la verdad, habíamos asumido tantos riesgos...

—Si claro, aunque también quería pedirte un análisis de enfermedades de transmisión sexual.

Me volví para inclinarme sobre la camilla, esperé confiada en que su conducta sería otra distinta a la que tuvo la primera vez que me examinó. Escuché el látex enfundándose en sus manos, el sonido del gel y luego… me relajé, ayudé a que entrase en mi con la misma facilidad que se lo permito a mis amantes. Por la manera en que se detuvo al franquear sin resistencia el esfínter creo que se sorprendió aunque no dijo nada. Sentí sus dedos explorando, palpando en detalle. La mano izquierda sobre mi lomo y esos dedos como si tuviesen vida propia leyendo huellas en mi interior.

Entonces se quedó quieto, no sé cuánto estuvo ahí, sin salir de mi y me asustó, ¿habría encontrado algo?

—¿Qué sucede?

—No, nada—dijo nervioso como si saliera de un shock; retiró los dedos algo precipitadamente y comenzó a limpiarme atrás con una toallita. ¿Cómo se le ocurría? Me incorporé. ¿Qué haces? deja, ya lo hago yo. Si, sí, claro. Y se apartó. Ahí tienes más. Se fue hacia su mesa sin mirarme. ¿Qué estaba pasando? Me limpié allí mismo, podía haber cogido la bata e ido al cuarto, en realidad no debería habérmela quitado para el examen pero mi única preocupación se centraba en saber qué había encontrado.

—¿Qué pasa?

Dejó de escribir y se quedó inmóvil con el bolígrafo en el aire y la vista clavada en mí. Yo permanecía desnuda quitándome el gel del trasero, ¿cómo no me di cuenta? Salió del trance y volvió a ocuparse en mi expediente.

—Ramiro, ¿algo va mal?

Tiré la toallita y esperé una respuesta limpiándome los dedos. Levantó la vista y dijo:

—¿Por qué no te vistes?

—Claro, es que me estás preocupando.

Al cabo volví ya vestida.

—Todo está en orden, no hay desgarros. Hay una ligera pérdida de tensión muscular en el esfínter. Deberías ejercitarlo...

Seguí escuchando con atención pero estaba nervioso, apenas me miraba. Guardé las recetas que me extendió y dije:

—¿No estás cómodo conmigo? Si es eso lo que te pasa dímelo y busco otro ginecólogo aunque lo lamentaría.

Lanzó el bolígrafo sobre la mesa, cogió aire y se recostó en el sillón.

—No lo puedo controlar, lo intento pero no lo consigo. Me siento atraído por ti, mucho, de una manera... irrefrenable. No consigo verte solo como paciente lo siento, no puedo. Te deseo Carmen y no está bien. Vas a tener que tomar tú la decisión.

Fue como un aldabonazo. Creía haber puesto freno a lo que sucedió meses antes y si bien su conducta era otra la pulsión sexual permanecía viva y podía acabar con nuestra amistad y también con nuestra relación médica. No podía continuar siendo su paciente en esas condiciones.

—¿Cuándo tendrás los resultados?

—Ana te avisa.

—El día que venga a recogerlos te comunicaré mi decisión.

 

Tomás

Llegué puntual, y ansiosa. Pensaba que acudía a una reunión en la que estarían algunas de la otras chicas pero me equivoqué. Me recibió con más afecto del que había puesto en la conversación telefónica; quizás lo prejuzgué y solo estaba ocupado.

—Toma. —Me ofreció un estuche, lo abrí y encontré un anillo que me impresionó. No pude ocultar mi sorpresa, se asemejaba tanto a las esmeraldas de mi madre que no tuve duda; si, era lo que parecía: Una impresionante esmeralda engarzada sobre un anillo de platino.

—¿Es…?

—Si, es lo que crees. Supongo que verías a Lorena, lleva uno… parecido —Movió la cabeza restándole importancia—, y Lauri tiene otro similar. Todas mis chicas llevan uno con el mismo diseño, es el signo que os identifica cuando estáis trabajando. Podría decirse que es la marca de pertenencia. Ahora tu tienes el tuyo, eres una de las mías.

Se detuvo para ver el efecto que me causaba lo que había dicho. «Marca de pertenencia», «eres una de las mías». Me había impactado y sin darme cuenta bajé los ojos, no pude evitar sonreír. Estaba tan nerviosa, ¿qué impresión le estaría dando?

—Me gustaría que lo lucieras también aunque no trabajes. —añadió en un arranque de cariño.

Lo sacó del estuche y me cogió la mano, no podría explicar lo que sentí cuando comenzó a deslizarlo en mi dedo anular. Lo observé concentrado en sellar el compromiso que había contraído con él, era suya y ese anillo lo oficializaba.

Chistó con desagrado.

—Tendrás que llevarlo a la joyería, te queda grande podrías perderlo.

—Si, tiene demasiada holgura. —dije tratando de ocultar la profunda emoción que me azotaba.

—Ve cuanto antes, para el viernes quiero que esté listo.

Había encargado el almuerzo y comimos ultimando detalles para el encuentro con los alemanes; cómo debía comportarme, cuándo hablar y cuándo no, qué cosas le estaban permitidas a Lorena y qué limites debía mantener yo. A medida que lo escuchaba noté que me invadía una creciente emoción. Y entonces, sobre un fondo de tranquila calma se despejaron mis dudas. «Ya está, he llegado». Me sentí puta, más puta de lo que nunca antes me había sentido, estaba viviendo una faceta de la profesión que desconocía, esa que no está relacionada directamente con el sexo.

—¿Lo tienes todo claro?

—Completamente.

—¿Y Mario, también lo tiene claro?

Fue algo imprevisto y reaccioné de inmediato.

—Si, lo hemos hablado a fondo.

—Así es mejor, sé por qué lo estás haciendo pero no sé nada de tu marido. No quiero tener problemas.

—No los tendrás, confía en mi.

—¿Entonces cuento contigo?

—Por supuesto.

—¿Al cien por cien?

—Tienes mi palabra.

—Bien, porque el plan se pospone. No me ha dicho exactamente por qué pero ya sabes, el cliente siempre tiene la razón.

Sonreímos. Qué extraño, debería sentirme aliviada sin embargo noté una vaga traza de frustración.

—¿Cuándo sabrás la fecha con seguridad?

—No hagas planes para el próximo viernes.

Hice un cálculo rápido. Íbamos a reunir a la familia en casa. Tenía que adelantarlo. Pensé que todo esto me lo podía haber comunicado por teléfono, ¿qué sentido tenía citarme, para darme el anillo? Me noté excitada.

—¿Algún problema?

—En absoluto.

—Bien, entonces… supongo que tendrás que volver.

¿Desilusión?  No exactamente, sorpresa tal vez. Creía que tendríamos sexo como siempre.

—Si, claro. —Me levanté con la intención de coger el bolso pero antes me alisé el vestido pasándome las manos por las caderas. Se me había subido y hacía unas arrugas...

Me estaba mirando.

—Carmen, esto es trabajo ¿lo entiendes?

—Si, por supuesto.

—No me acuesto con mis chicas cada vez que nos vemos. —Acusé el golpe, lo entendía y se lo hice saber con un gesto breve, algo tenso—. Tú elegiste esto, ¿vas a poder ser una profesional?

Me colgué el bolso al hombro.

—Lo soy, no te preocupes.

—Nos vemos el viernes, se puntual.

Ni un beso, ni una caricia, tampoco me acompañó a la puerta; se quedó sentado listo para seguir con otro asunto.

 

La joyería

Salí a las seis y me acerqué andando a la joyería, un lujoso establecimiento del barrio de Salamanca. Me había dicho que preguntara por el encargado. No me hizo esperar y por el recorrido que me dedicó según se acercaba lo encasillé como el típico baboso cincuentón.

—Buenas tardes, ¿señorita Rojas? ya me ha dicho  el señor Rivas que ha habido un pequeño problema con el encargo que nos hizo.

—Señora Rojas. Si, un problema con la medida. —Me arrepentí de haberlo corregido porque hizo un exagerado aspaviento, enseguida comprendí la situación en la que me había puesto; una joven casada que acepta un obsequio de tal nivel de un hombre mayor que, ahora lo veía, compraba esas mismas joyas para otras mujeres. ¿Cómo no me había mordido la lengua?

—No hay problema, si me hace el favor de acompañarme. —Hizo un gesto indicándome la puerta de la que había salido, al llegar me sobrepasó y la abrió con un gesto servicial. Entramos al despacho y me ofreció asiento a una enorme mesa de caoba.

—Nuestro querido amigo nos ha hecho trabajar a destajo para poder tener esta magnifica joya a tiempo pero sin duda no tomó la medida de esta preciosa mano. ¿Me permite?

Me resultaba empalagosa esa forma tan servil de dirigirse a mi, se la tendí y a la primera dio con la medida adecuada.

—La verdad es que no me extraña que haya variado sus costumbres con usted, este modelo que suele encargarnos para sus… amiguitas no alcanza ni de lejos la calidad de esta magnifica pieza. Dígame querida, ¿qué es lo que le da usted que no le dan las otras?

Encajé la ofensa. De una sola estocada me había catalogado aunque a esas alturas ya estaba inmunizada. Cargué de frialdad la mirada antes de responderle.

—Amistad, confianza, lealtad y además le cuento todo lo que le pueda interesar saber.

Se dejó caer hacia atrás en el respaldo y soltó una risita chillona. Luego me miró sobrado de desprecio. Me recordó a Ismael.

—¿Sabes una cosa?, tú y yo no nos diferenciamos tanto, somos comerciantes, compramos y vendemos, tanto tú como yo tenemos un precio, solo ha sido cuestión de saber cual era nuestra cifra, ¿a que si?

No fui capaz de contestarle, estaba indignada por el trato y sobre todo por la falta de discreción que guardaba hacia Tomás, es lo que me impedía formular un argumento sólido que no me dejara a su merced.

—Nuestro cliente me ha dicho que lo necesitas para mañana mismo y con lo que paga no podemos contrariarle ¿cierto? Mañana a esta hora puedes pasarte a recogerlo preciosa.

Me levanté y di media vuelta, no soportaba seguir allí ni un minuto más.

—Oye.

Me detuve.

—Mira esto.

Tenía en sus manos una bandeja forrada en fieltro negro con diversos juegos de pendientes de una altísima calidad.

—Ninguno baja de cincuenta mil. Elige uno, el que quieras. Vamos, acércate que no muerdo, mañana ven con más tiempo y te los llevas puestos.

Salí de allí incapaz de articular palabra. Ya en la calle, más preocupada por la seguridad de mi amigo que por la humillación a que me había sometido le llamé.

—Ahora no puedo hablar.

—Tomás, tienes un serio problema en la joyería.

—Te llamo en un minuto.

No había dado diez pasos y sonó el móvil.

—Cuéntame.

—El encargado me ha tratado como una puta, me ha ofrecido un muestrario de joyas para que eligiera a cambio de ya sabes qué.

—A ver Carmen, esos son asuntos que tienes que manejar sola, tú verás lo que quieres hacer, en eso te doy carta blanca. Te tengo que dejar.

—No me has entendido —respondí irritada—, no creo que a todas tus chicas les encargues anillos como el mío. Platino y esmeralda ¿me equivoco? ¿Y si en lugar de ser yo hubiera sido la esposa de uno de tus clientes? Me lo ha contado todo, como por ejemplo que le regalas anillos a tus amiguitas. Me ha preguntado qué te doy yo que no te dan las otras para merecer esta joya y por fin ha sacado la bandeja para que escogiera lo que quisiera a cambio de sexo, todo ello con un tono chulesco insoportable. ¿Tienes o no un grave problema de confidencialidad?

—Perdóname, debería haberte escuchado. ¿Dónde estás?

—Saliendo de la joyería.

—Espérame, voy para allá.

Miré alrededor.

—Cafetería La Anglada. No tardes, tengo prisa.

 

La disculpa

—Mateo … Bien, oye una cosa. Si, todo bien escucha. Adolfo, ¿tú tienes plena confianza en él? …. Pues yo no y sintiéndolo mucho voy a tener que dejar de ser cliente de tu joyería.

Le vi desplegar las piezas en el tablero, cómo jugaba sus armas. Sabía que tenía el poder, me lo acababa de contar. Mateo, propietario de la joyería era además su socio en varios negocios a los que le había invitado a participar. Presencié cómo de manera implacable destrozaba al encargado.

—Sabes que estoy pasando una mala racha con Matilde. Si, el asunto de las chicas, el piso si.  Total que estoy yendo al psicólogo, me recomendaron una clínica que funciona muy bien y la verdad es que comienzo a ver las cosas de otra manera. Bueno a lo que vamos, quise tener un detalle con la directora de la clínica y le encargué a Adolfo un anillo como los que solía pedirle pero otra cosa, algo especial, un… anillo de platino con una esmeralda creo recordar. ¡No estoy para bromas Mateo!, me están tratando muy bien y pensé que una joya sería un buen detalle. Disculpado, no te preocupes. El caso es que le quedaba grande y hoy ha ido a que se lo ajustaran y ¡joder, la que me ha organizado el cabrón! ¿Que no me ponga así? La ha tratado de puta, de puta como te lo cuento. Le ha soltado que yo le regalo anillos como ese a mis amiguitas, ¡a mis amiguitas, la madre que lo parió!, le ha dicho que a saber lo que me hace ella para que el suyo sea tan caro. Pues créetelo. ¡Joder, esas cosas a mi psicóloga no se las cuento, coño!. Y luego, ojito, le ha ofrecido joyas, tus joyas para se acostase con él.

Me miró guiñándome un ojo y durante un rato estuvo escuchando las explicaciones de su amigo.

—Con disculpas no se arreglan las cosas Mateo, ¿te das cuenta de la que me ha podido liar?

Siguió callado el mal trago de su socio, gesticulando exageradamente para hacerme reír.

—Haz lo que creas conveniente, desde luego yo no vuelvo a tratar con ese tipo …. Lo dudo mucho, no creo que la doctora Rojas quiera volver a pisar la joyería.

Poco después colgó y se quedó mirándome.

—Quería presentarte sus disculpas personalmente.

—No tengo ningún interés.

—Lo siento, tenía que haberte prestado atención.

—¿Sueles tomar las decisiones sin escuchar a tu gente, o solo cuando son mujeres? No, seguro que solo te pasa si la mujer es una puta. «Es cosa tuya, tienes carta blanca». ¡Por Dios!

—Para por favor, no sabes cuánto lo lamento, no pretendía menospreciarte.

No estaba tan enfadada como trataba de aparentar. Bebí un sorbo y le dije algo que llevaba pensando mucho tiempo.

—Dime una cosa. ¿Por qué te complicas la vida con nosotras? ¿Te merece la pena? ¿No tienes suficiente con tus negocios y tu vida para que tengas que ponerlo en riesgo por unas…?

Me escudriñó calculando qué contar y qué callar, teníamos confianza pero no sé hasta qué punto. Inicié una excusa, no tenía derecho a inmiscuirme en su vida; total, yo ya no era la amiga que fui. «Cállate», me detuvo.

—No te equivoques. Que hayas escogido este camino y yo haya decidido estar ahí no nos aleja de los amigos que seguimos siendo. Necesitas explorar esa vía y aunque no esté de acuerdo prefiero que lo hagas conmigo a que la recorras sola o a saber con quién. ¿Quieres ser una de mis chicas? adelante pero eso no me va a impedir seguir viéndote como mi amiga porque te necesito en ese papel y creo que tú a mí también.

Me ahogué, hubiera necesitado la intimidad de nuestro refugio para abrazarle pero tuve que contenerme.

—Amigos si, amigos sobre todas las cosas. —dije con un hilo de voz—. Algún día acabaré con esto lo sé, estoy segura y entonces sé que te seguiré teniendo a mi lado.

—Pero no confundas los tiempos. Este mediodía eras una de mis putas, no puedes cambiar de registro a tu antojo.

—Yo no…

—¿Crees que no me gusta el vestido que llevas, tan ceñido? A lo mejor piensas que no me apetecía subírtelo hasta la cintura, bajarte las bragas y tumbarte sobre la mesa. ¿Por eso fue lo de menearte y pasarte las manos por las caderas?

—Te juro que no pretendía...

—Te hubiera separado las nalgas y te la habría clavado de un golpe, no lo dudes. Me tenías enfermo. Pero tu coño no va a gobernar mi cabeza, nunca. Cuando entres por esa puerta como mi amiga puedes hacer lo que quieras pero cuando vengas como puta no te tomes ni una licencia.

—No volverá a suceder.

 —Y menos delante de las chicas. Eres especial, ellas ya lo saben, a estas alturas Lorena ya se habrá encargado de ponerlas al día. Pero por muy especial que te considere yo tengo el mando y en un grupo como éste la jerarquía es vital y debe quedar bien definida, nunca lo olvides.

¿Acertaría alguna vez a interpretar mi papel en la vida que iniciaba con Tomás? Tendría que dejarme llevar de la intuición.

—Ahora voy a responderte: Los negocios son despiadados Carmen, nunca sé si va a fallar lo que hasta ayer era un voto de confianza, un trato preferente o una palabra dada. Tengo que estar alerta las veinticuatro horas del día y utilizar todos los recursos a mi disposición para afianzar los acuerdos conseguidos. Las chicas sois un medio poderoso que utilizo en algunos negocios para llevarlos a buen puerto, sois una herramienta de la que otros no disponen y tú supones un salto cualitativo muy importante. No solo eres un cuerpo, no sólo eres sexo, tienes cabeza y me vas a proporcionar un apoyo que ninguna de ellas están capacitadas para darme. ¿Lo ves ahora?

No alcanzaba a entender la importancia que me otorgaba. Tomas captó mi  incredulidad y continuó:

—Voy a lograr mucho con tu participación en la cena con los alemanes, no es solo que me traduzcas sus conversaciones, con tu experiencia de psicóloga puedes obtener información valiosa que nos ayude a elaborar una estrategia. —Se llevó la servilleta a la boca y tuve la oportunidad de pensarlo—. Carmen, siempre voy un paso por delante, ya estoy viendo lo que tú y yo podemos hacer en el futuro. Eres algo más que una mujer brutalmente seductora, nos complementamos, ambos somos inteligentes, ágiles tomando decisiones, nos entendemos, tu experiencia y la mía junto a tu tremenda sensualidad nos va a permitir manejar cualquier negociación a nuestro antojo, podemos ser imbatibles.

No estaba segura de que me gustase lo que estaba planteando, era una perversión rastrera de mi profesión. ¿Acaso era mejor que bajarme las bragas o comerme una polla?

—No sé si te acabo de entender ¿pretendes que manipule a tus clientes mientras babean metiéndome mano? No sé si me gusta.

Le mudó el gesto, me di cuenta demasiado tarde de que le había ofendido.

—¿Qué te pasa? —preguntó, nunca le había visto tan crispado—, quieres probar este mundo, eres tú quien lo ha pedido. Te ofrezco hacerlo usando todo el bagaje que posees, ¿qué más quieres?  A menos que te conformes con poner el coño como las demás, tú decides.

—Lo siento.

—Mira niña, todavía estás a tiempo de pensártelo mejor, no me lo hagas perder a mi.

Por mi cabeza se cruzó la idea de que estaba a punto de perderlo y me asaltó un pavor insufrible.

—No Tomás, no hay nada que pensar.

Me miraba con un desconfianza que jamás le había visto. «Perdóname por favor», escuché decir a una mujer completamente angustiada. El tiempo se detuvo hasta que sentí una caricia en la mejilla. La dureza que lo había vuelto irreconocible fue desapareciendo, regresó el hombre tierno y cariñoso que me sirvió de refugio cuando más lo necesitaba. Me prometí no volver a provocar algo así.

—Anda vete, mañana hablamos.

Ya en la calle me detuve, no podía irme sin calmar la angustia que me quemaba por dentro. Tomás me vio entrar, tapó el móvil con la mano y me interrogó con la mirada.

—Lo siento mucho, no entiendo qué me ha pasado.

Me sonrió con esa dulzura suya propia del amigo.

—No sé de qué hablas. Vete ya, pesada.

 

El despertar

 

Dormí mal. El desencuentro me persiguió toda la mañana. ¿Qué es lo que había provocado el ataque de pánico? A media mañana encontré un hueco en el que traté de analizar lo ocurrido. Cogí la grabadora y empecé a hablar, frases sueltas, ideas, lo que fuera; más tarde lo escucharía para sacar conclusiones.

«Ayer mientras estaba reunida con Tomás tuve un episodio de insight que me permitió…»

Detuve la grabadora, no me gustaba el enfoque, le estaba dando un estilo técnico que no era lo que pretendía, no iba a redactar un informe para un historial clínico, me resultaba frío. ¿Cuál era el objetivo? Si quisiera contarle a Mario lo que había sucedido probablemente comenzaría con algo así: «¿Sabes? ayer cuando estaba con Tomás y me estaba contando lo que tenía que hacer en la cena de los alemanes, de pronto empecé a entenderlo todo, fue…», tal vez dejaría de hablar, le miraría a los ojos y diría «Eureka». Sería suficiente para entendernos, él sabría que he descubierto algo importante, la raíz del problema porque Eureka es nuestra clave. No pretendía redactar un documento clínico ni Mario estaba ahí; solo yo hablándome a mi misma. Quería hacer algo mas íntimo sin dejar de ahondar en la psicología de mi mente, algo más personal. Nada de insight, nada de Eureka.

Rebobiné la grabadora y pulsé REC.

«Ayer, mientras recibía instrucciones de Tomás, experimenté algo que podría definir como un despertar. Ya sé quien soy, lo que soy. No he necesitado pasar por un acto sexual posiblemente traumático para resolver la incógnita que arrastro desde la semana pasada. ¿Soy puta o padezco un trastorno mental cuyo origen y diagnóstico está por determinar? Ahora lo sé, ha bastado sumergirme en el contexto adecuado con la persona adecuada y que esa persona me trate y me vea como una más del grupo para que haya descubierto la solución a mi dilema: Soy puta, soy una puta. Esta frase que me acompaña desde hace varios meses es más que una idea en mi mente. Me sentí naturalmente integrada en el contexto sobre el que mi mentor me estaba formando, así de fácil, y todo fluyó con sencillez. Soy puta. Él hablaba sobre lo que debía o no debía hacer o decir y yo sentía cómo, capa a capa, se iban ajustando las experiencias que he vivido los últimos días: La terapia de Mario, la práctica que hicimos en la sierra, mi juego con el taxista, mi franqueza con Lorena, la difícil relación con Ismael… capas que fueron cayendo una sobre otra mientras lo escuchaba. Y lo supe sí, lo supe con certeza: Soy una puta. No es solo que lo sepa, es que lo entiendo, lo percibo como parte de mi. Todavía tengo que entender por qué me fui de allí envuelta en una profunda serenidad, ¿qué significa? Posiblemente sea la reacción a tanta tensión acumulada que ha quedado disuelta tras resolver el dilema.».

Dejé de grabar, encendí un cigarrillo y me acerqué a la ventana. Estaba excitada. Tal vez debía haber grabado lo defraudada que me sentí por no haber tenido sexo con él y lo que esto supuso. ¿Estaba dando una versión un tanto triunfalista de mi despertar? Ya era tarde para corregir, eso formaba parte de la revisión de la grabación. Cerré la ventana y continué.

«Por la tarde, cuando volví a verlo me rebelé absurdamente, provoqué su enfado y el temor irracional a perderlo me llevó a suplicar su perdón de una forma humillante. No lo entiendo, ¿por qué reaccioné así? No tiene sentido que me indignase más por usar mis conocimientos que mi cuerpo, tiene que haber algo. Tal vez… tal vez me resisto a asociar mis dos facetas, una la mujer casada, la psicóloga y otra la puta. Quizás las intento mantener aisladas e independientes, como si una no supiese de la existencia de la otra, puede ser… y por eso me rebelé a su propuesta. Entonces… la idea de usar mi faceta de psicóloga desde mi rol de puta indignó a una parte de mí y la hizo estallar. Es… absurdo pero no deja de ser una teoría a tener en cuenta. Luego está mi reacción ante su enfado. Veo a una niña asustada ante el adulto que la reprende. No me gusta, no me resulta fácil llegar a esta conclusión, no quiero aceptarlo pero es así. Otra vez aparece la figura del hombre maduro que se impone con fuerza sobre una mujer que… sobre una mujer en franca regresión, más allá de la adolescencia».

Paré la grabadora, estaba a punto de hiperventilar. Me levanté y encendí un cigarrillo. Una niña asustada, ¿por qué? No debía detenerme a pensar en lo que había dicho o estropearía la sesión. Aplasté el cigarro y me dispuse a continuar.

«Tiene que haber algo más que me hace aferrarme a Tomás, algo que me condujo al pánico. En el fondo sé lo que es, me cuesta aceptarlo pero lo sé».

Encendí otro pitillo, necesitaba calmarme. Una profunda calada, otra más. Miedo, un profundo miedo me retuvo en la ventana sin poder desprenderme y volver a la grabadora. ¿Miedo a qué? ¿Qué es lo que he dicho? No recuerdo.

No, ya no vale, maldije, he perdido el hilo, tengo que volver a empezar.

«Ayer desperté si, por fin se acabaron las dudas, sé quién soy, ya sé lo que soy y el camino emprendido deja de ser un trabajo de laboratorio. Lo que me angustia es perder la oportunidad de hacer mi camino de la mano de una persona fiable, un hombre experimentado, seguro y que me va a guiar sin ponerme en riesgo. Jamás me encontraré en mejor situación para iniciarme. Ese ha sido el principal motivo de mi pánico, tengo que aceptar…»

La puerta se abrió bruscamente y apareció Iván. Un reflejo instintivo me hizo guardar la grabadora en el cajón.

—Tengo que hablar contigo. —dijo sin esperar y se coló dentro cerrando la puerta.

—Ahora no, estoy ocupada.

—Será sólo un minuto.

Me irritaba tanto, tanto…

—He dicho que no, luego te aviso.

—Mi jefe quiere verte.

—¿Otra vez? —Sonrío con suficiencia y se sentó frente a mí.

—¿Hablas del viejo ese al que se la chupas? No mujer, me refiero a Solís, el que corta el bacalao por si no te has enterado todavía. Quiere verte esta tarde.

No me inmuté, era lo que esperaba, hacerme saltar y no le iba a dar el gusto. Permanecí en silencio como si no lo hubiera escuchado.

—¿Te crees que puedes tomarte unas vacaciones de dos meses por tus santos ovarios y aparecer de repente y hacer lo que te sale del coño? Ya me he enterado cómo te ganaste este puesto, follándote al doctor Huete. Y ahora eres la protegida del viejo, vaya carrera que llevas. Pero se te acaba el chollo, zorra.

Estaba haciendo un gran esfuerzo por no delatar la tensión que me dominaba, soy muy buena jugadora de farol, como Mario, y mantuve mi mejor cara de póker. Lamenté no haber dejado la grabadora encendida.

Pero eso Iván no lo sabía.

—Imagino que tendrás pruebas de todo lo que acabas de decir, en caso contrario el que lo va a pasar mal vas a ser tú, doctor Salcedo. Por difamación.

—Te has buscado un mal enemigo puta. Si no acaba contigo Solís te voy a hacer la vida imposible.

Sonreí, siempre funciona. Declaro un full sin llevar cartas pero mi rostro dice que sí, que llevo jugada, no muevo un músculo de la cara, no parpadeo y rara vez pierdo. Abrí el cajón sin dejar de mirarle y cogí la grabadora tanteando para pulsar el botón de grabar antes de sacarla y ponerla sobre la mesa. Iván vio el piloto rojo intermitente y palideció.

—Te vuelvo a hacer la pregunta Salcedo. Me acabas de acusar de acostarme con el doctor Arjona y con el doctor Huete para conseguir el cargo de directora de departamento. ¿Tienes pruebas?

Estaba congestionado, la ira le cegó. Contaba con ello.

—No tenías ningún derecho a grabarme sin mi consentimiento.

—No me estás contestando. ¿Tienes alguna prueba?, porque si no estás difamando.

La ira, la ira. Plantó las manos sobre la mesa haciendo saltar los objetos.

—Venga ya, todo el mundo sabe que es verdad lo que he dicho.

—¿Eso es un sí?

—Eres una zorra.

Apagué la grabadora, era hora de jugar mis cartas.

—Te tengo.

—Ni de coña me voy a creer que vayas a usar esa grabación. Si caigo yo caes tú y tu jefe. No vas a montar un escándalo.

—No me pongas a prueba Iván. Si tan seguro estás de que soy capaz de follarme a mi jefe para lograr un ascenso no te arriesgues a probar lo que puedo hacer para hundirte si me tocas los cojones. ¿Tú te crees que no tengo donde irme con un puesto igual o mejor? Mírame imbécil.

Le vi vacilar y supe que había ganado, lo he visto tantas veces. Es el momento en el que el farol cuela.

—Eres una puta. —Se levantó y salió dando un portazo.

Empecé a temblar sin control, a llorar como pocas veces he llorado. Rogué porque a nadie se le ocurriera entrar por esa puerta. No podían verme así, nadie, nadie.

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Diario de un Consentidor 109 Viernes de pasiones 2

Diario de un Consentidor 108 Viernes de Pasiones 1

Diario de un Consentidor 107 - Sexo, mentiras y...

Diario de un Consentidor 106 - Es mi momento

Diario de un Consentidor 105 - Sanación

Diario de un Consentidor 104 La impúdica verdad

Diario de un Consentidor 103 - Salté de la cornisa

Diario de un Consentidor 102 - Carmen fuma

Diario de un Consentidor 101 El regreso (2)

Diario de un Consentidor 100 El regreso (1)

Diario de un Consentidor - 99 Juntando las piezas

Diario de un Consentidor 98 - Tiempo de cambios

Diario de un Consentidor 97 - Virando a Ítaca

Diario de un Consentidor 96 Vidas paralelas

Diario de un Consentidor 95 El largo y tortuoso...

Diario de un Consentidor 94 - Agité la botella

Diario de un Consentidor 93 Un punto de inflexión

Diario de un Consentidor 92 - Cicatrices

Diario de un Consentidor 91 - La búsqueda

Diario de un Consentidor 90 - La profecía cumplida

Diario de un Consentidor 89 - Confesión

Diario de un Consentidor 88 - El principio del fin

Diario de un Consentidor 87 Lejos, cada vez más...

Diario de un Consentidor 86 - Desesperadamente

Diario de un Consentidor 85 - Mea culpa

Diario de un Consentidor - 84 Ruleta rusa

Diario de un Consentidor - 83 Entre mujeres

Diario de un Consentidor -82 Caída Libre

Diario de un Consentidor - 81 Cristales rotos

Diario de un Consentidor 80 - Sobre el Dolor

Diario de un Consentidor 79 Decepciones, ilusiones

Diario de un Consentidor 78 Despertar en otra cama

Diario de un Consentidor (77) - Descubierta

Diario de un Consentidor (76) - Carmentxu

Diario de un Consentidor 75 - Fundido en negro

Diario de un Consentidor (74) - Ausencia

Diario de un consentidor (73) Una mala in-decisión

Diario de un Consentidor (72) - Cosas que nunca...

Diario de un Consentidor (71) - De vuelta a casa

Diario de un Consentidor (70)

Diario de un Consentidor (69)

Diario de un Consentidor (68)

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Diario de un Consentidor (24b) - Reflexiones

Diario de un Consentidor (22)

Diario de un Consentidor (21)

Diario de un Consentidor (20)

Diario de un Consentidor (19: La prueba)

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