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La Turista Madura (Segunda Parte)

en Voyerismo

Con juegos así, discretos pero evidentes para nosotros, pasamos un par de días entre los tres. Tanga de hilo, exhibiéndose, su marido fingiendo que no pasaba nada y yo quedándome seco en la oscuridad de mi apartamento. Siempre que Tanga de Hilo estaba tumbada en el césped, o en el suelo o en la hamaca o en cualquier sitio del recinto, yo estaba allí para no perderme ni una sola curva, me había convertido en el Fernando Alonso del complejo de apartamentos. Debo decir, que la programación de las exhibiciones de Tanga de Hilo variaba cada día, eso me obligaba a estar pendiente, como está pendiente un perrete de la llegada de su amo, con la misma ilusión, pero con otro rabo coleando entre las piernas. Tanga de Hilo no estaba ciega y lo notaba, no daba mucho pie a más tampoco, pero me sonreía y era amable cuando la miraba, lo cuál era un clara demostración de aprobación de mi actitud. ¿Y su marido? Creo que cada vez notaba más que me debía estar matando a pajas con las carnes de su mujer, poco a poco, habíamos logrado normalizar ese juego, a veces ante la indiscreta mirada de algunos vecinos del complejo, pero a ninguno de los tres nos importaba, más bien, cada uno disfrutaba con el papel que interpretaba en este teatro de morbo y placer en el que se habían convertido aquella piscina. 

A la hora de la siesta, cuando el sol pegaba fuerte y Tanga de Hilo posiblemente estuviera durmiendo, decidí ir a refrescarme en el agua. Al cruzar la calle, cerca de los apartamentos, había unas rocas dónde solía bañarme desnudo, era un sitio que conocía sobretodo la gente de la zona y rara vez se acercaban turistas. Era una plataforma no muy grande, dónde cómodamente podían estar dos personas, y un poco más apretadas tres. 

Esa tarde se estaba bastante tranquilo, así que decidí ponerme en pelotas y tostarme al sol desnudo. Empecé a leer y me quedé medio dormido, sentía el sol quemarme la piel mientras escuchaba el ruido del mar y el viento chocando contra las rocas, era un momento de paz que se vio interrumpido por la llegada de alguien. Lentamente, sin un gran interés por mi parte, me incorporé despertando de mi veraniego letargo para ver quién era y vi a JL, que ya se había acercado hasta la plataforma dónde estaba tumbado yo. Me miró, se quitó el pantalón quedándose completamente desnudo y me mostró que tenía buen un pollón, proporcionado y completamente afeitado. 

– ¡Vaya! ¿He descubierto tu lugar secreto? – me dijo con una sonrisa pícara en la cara.

– Bueno, no es tan secreto, y los amigos siempre son bienvenidos.

– Me alegra. ¿Te importa que me ponga aquí?

– No, claro que no. – Desplegó su toalla, dejó su móvil y su cartera y tabaco de liar encima y se sentó a mi lado, hubiera preferido que en vez de él fuera Tanga de Hilo la que estuviera desnuda en las rocas, pero como comprobaría en nada, JL, después de Tanga de Hilo, era la mejor compañía que podía tener en esas rocas.   

– En el fondo me alegra haberte encontrado, así podremos hablar tú y yo – dijo mientras sacaba el tabaco para liarse un cigarro. 

– ¿Me dejarías liarme uno? – le pregunté.

– Si, por supuesto. 

– ¿De qué quieres hablar? – le dije desafiante, como si no me diera miedo ningún tipo de conversación.

– De mi mujer. He notado que la miras mucho en la piscina. 

– ¿A tú mujer? – dije sorprendido, aunque esa conversación creo que me la esperaba. 

– Si, de Sara, es normal. Es verdad que ella muchas parece como si se exhibiera. Le gusta provocar, es como un juego. 

– ¿Y a ti no te importa?

– Para nada, es un juego que tenemos en común, yo también disfruto con lo zorrilla que es.

– ¿Zorrilla? Eso no suena muy políticamente correcto.

– A ella le gusta exhibirse y a mi me excita que se exhiba ¿qué tiene de malo?

– Pues supongo que nada, lo decía por como la has llamado, en lo demás, mientras haya un acuerdo mutuo, no hay nada de malo ¿no?. 

– Bueno, llamarla así también es parte del juego. Ahora dime, y se sincero cabroncete, ¿te las has cascado pensando en ella?

Ante esa pregunta vacilé sobre que contestar. La situación era de lo más particular, dos hombres de diferentes edades desnudos en unas rocas hablando sobre lo «zorrilla» que es la mujer de uno. Podría ser el principio de un buen chiste, esto son una exhibicionista, un candaulista y un voyeur que van… Solo que no era un chiste, era la vida real, y yo solo me preguntaba como de «zorrilla» sería, y hasta dónde llegaba ese juego mutuo del cuál los dos disfrutaban.

– La verdad, bastante.

– ¿Bastante?

– Sí, cada día al menos un par de veces. – Cuando dije eso, empezó a reírse a carcajadas. 

– Me alegro. La sinceridad es el cimiento de la confianza, por eso te voy a enseñar algo que te estimulará con tus pajas. – dijo eso con una medio sonrisa en los labios mientras cogía su móvil, la verdad es que ante esa afirmación sentí incomodidad, pero también algo de excitación.

Mientras daba una calada a su pitillo desbloqueó su móvil y empezó a buscar alguna fotografía que tenía.  Sin muchos preámbulos me enseño una foto del culo de su mujer. Estaba desnudo con unas cenefas bastante horteras de fondo, las baldosas terminaban en una gruesa horizontal azul sobre la cuál se destacaba su cintura de avispa, debía tener las manos levantadas, su culazo era especialmente morboso por las marcas blancas de quién ha tomado el sol en bikini, a mi siempre me había excitado mucho eso, las marcas del bikini, ese limbo entre la piel vestida y desnuda, la persona que te muestra en privado algo que ha tapado en público. La cantidad de texturas que ofrecía ese cuerpo era infinita, su piel era como un mapa que delimitaba claramente a través de una degradado cutáneo una frontera de dos países en guerra, una zona era entre rojiza y tostada, mientras que la otra zona era blanca y pálida, en esa zona, dos lunares destacaban sobre todo lo demás, dos capitales de país esperando a ser mordisqueadas. Finalmente, sus blancos glúteos se unían en una oscura línea que trazaba el final del mundo y de la razón, al menos mi razón, que ya solo pensaba en hundir mi lengua entre esas carnes. Noté que mientras su marido me enseñaba esa foto mi rabo dio un ligero respingo. Él la miró discretamente. 

– ¿Quieres ver más? – me lo preguntó sin darle mucha importancia a lo que pasaba mientras soltaba el humo de su calada. No contesté, era una pregunta retórica y en cualquier caso creo que mi polla hablaba por mi. Era un hombre bastante seguro y deshinibido, y debía tener un catálogo bastante amplio de su mujer en bolas en diferentes posiciones en su móvil porqué tardó un rato en encontrar una foto en concreto. 

– Esta es una de mi favoritas. – Me acerqué con interés a él e incliné mi cabeza para ver más de cerca la pantalla de su móvil, evitando en todo momento el contacto físico directo con su piel. – Mira como tiene el coño: hinchado. – Cuando dijo eso, me giré y le miré fijamente, me sorprendió su descaro, él no apartaba la mirada de su móvil, ese hombre había liberado al Kraken en esa plataforma, después de una pausa prosiguió con su procaz descripción sobre su propia mujer. – Siempre se le pone así cuando va caliente y ese día, la puse muy caliente. Verás chaval, a Sarita, la muy zorra, le calienta que le diga que ponerse, me gusta, porque siempre que se lo pido sonríe, pone una media sonrisa de golfa y luego obedece, ¿sabes a lo que me refiero?. Quería que tuviera el coño muy hinchado para la foto, me pone verla así, así que antes de empezar a posar la azoté un poco con la fusta que tenemos, es muy sumisa y le encanta, primero el culo, un poco más duro, se lo dejé rojo, y luego le dije que se diera la vuelta y se lo pasé por el clítoris, para terminar azotándola más suavemente, se le pusieron rojas las mejillas del calentón, cuando la humillan, no sé que le pasa pero se le desencaja la cara de la excitación, es como si no fuera ella misma y así es como le hice esta foto. 

Estaba sin palabras. No sabía que contestarle. Me impactó la forma en la que hablaba de su mujer, en cuestión de momentos había pasado de ser un hombre maduro, educado, elegante, a malhablar como un director de cine porno sin estudios. Estábamos los dos en esas rocas, en bolas y con la polla empalmada por culpa de lo guarra que era su mujer. Yo no podía dejar de mirar esa foto, él ya le tenía muy vista y conocía todos sus detalles, pero para mi era un mundo por descubrir. Sara era toda una exhibicionista amateur con pretensiones. Estaba tumbada, sus pesadas tetas caían por el efecto de la gravedad, apoyaba un codo sobre el sofá de IKEA blanco y tenía la otra mano sobre su rodilla que estaba levantada abriendo sus piernas y dejando a la vista su coño, hinchado y rasurado. Era una posición rara, lo cuál la hacía más amateur, lo cuál la hacia más morbosa, no parecía que Tanga de Hilo supiera muy bien que hacia en ese momento y por la historia de JL deducía que era por lo cachonda que estaba. Debo decir que JL tenía gusto, llevaba unas medias grises barrocas con la silicona decorada con unos bordados de un blanco roto, unos tacones brillantes de color negro y el detalle más importante, una cadena dorada en la cintura, me extrañó que lo tuviera, ese detalle de glamour en ese contexto tan cutre y a la vez tan real era seguramente lo más morboso de toda la foto. 

– ¿Has tenido suficiente? – Titubee en mi respuesta.

– ¿De esta foto o de tu mujer en general?

– Sé que de Sarita no te vas a cansar. – Volvió a mirar su móvil y dio otra calada a su pitillo, la última antes de apagarlo y guardarlo la colilla en el paquete. – Te enseñaré la última foto antes de irme – me dijo mientras rebuscaba en su gadget lleno de placer carnal. 

Yo no estaba mentalmente preparado para ver esa foto. Esperaba algo soft, algo erótico, algo limpio, una foto que oliera a bergamota y sándalo, como las dos anteriores. Sin embargo a JL no le bastaba con exhibirla, quería humillar a su mujer y para mi, en ese momento, su juego era bastante incomprensible ¿porqué hacia eso? ¿es que acaso no amaba a esa mujer refinada y dulce?. Él no dijo nada, solo me acercó la pantalla y puso el móvil en mis manos, quería que me deleitara bien. Se levantó, dejando su pollón a la altura de mi cara y se dirigió por las rocas a darse un baño al mar. 

Mi polla estaba durisima y daba pequeños espasmos de la excitación al observar la foto. En primer plano se veía el enorme culo de Tanga de Hilo, sus manos, haciendo presión sobre sus glúteos, estaban abriendo su coño de par en par, estaba mal depilado y mojado, muy mojado. Hice zoom para ver como sus labios vaginales y todo el contorno brillaban por los jugos vaginales, pude ver todos los detalles, hasta como se marcaban los capilares por la presión de sus manos sobre su blanquecina piel. Subí para observar su ano, estaba abierto y rodeado de pelos, muy descuidado. Bajé para deleitarme con sus muslazos, eran dos auténticos trozos de carne madura, exhibidos sin censura ni complejos, se veían pequeñas estrías, y algo de celulitis por encima de la zona de las rodillas. Las dos cosas que terminaban de ponerle el broche de humillación, eran unos tacones brillantes y observando la imagen con atención me fijé en un detalle, su cabeza estaba apoyada sobre la parte superior del sofá, no dejaba de preguntarme si estaría apoyada con su frente o con su boca abierta rozando con sus dientes la fina tela que lo cubría. 

Estaba tan absorto que no me fijé que JL había salido del agua y estaba secándose a mi lado. Ni siquiera había tenido la picardía de pasar la foto para ver más. Mientras yo aprovechaba para memorizar cada detalle de la foto, disfrutando los últimos minutos que me quedaban con el culo de Tanga de Hilo, JL recogía sus cosas para irse al apartamento. 

– ¿Me devuelves mi teléfono? – me lo dijo como si me lo hubiera dejado para hacer una llamada a mi abuela al hospital, y no para ver a su mujer abierta de par en par enseñando sus partes más íntimas. – ¿Me devuelves mi teléfono? – Volvió a repetir, yo le miré como un niño que no quiere devolver un juguete, y caí en que debía hacerlo. 

– Si, toma, gracias, ha sido un placer verlas –

– De nada, ya nos iremos viendo por aquí –

– Eso espero –

Me sonrió con la complicidad de un amigo que te acaba de ayudar cargar la batería de tu coche y se fue al apartamento, a follarse a Tanga de Hilo salvajemente, supongo. Yo me quedé en bolas, con la polla dura como una roca más del paisaje que me rodeaba y repasando en mi cabeza toda la situación y las fotos que acababa de ver. Además de una gran excitación, tenía también muchas preguntas sobre ellos dos, eran una pareja muy extraña, magnética, y reconozco que en ese momento estaba más en una fantasía que en la realidad y no paraba de preguntarme hasta dónde me llevaría la madriguera del conejo de Sara.