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Primera putita Vol. 3 - Bien usada

en Dominación

Continuo la historia con Silvia. Voy a ir contando algunas de las situaciones que vivimos juntos y otras a las que la expuse a lo largo de más o menos un año y medio, que fue lo que duró nuestra relación Amo-Sumisa, aunque en aquella época no lo llamábamos así. Iré soltando las situaciones a medida que me vayan viniendo a la memoria, intentando seguir un orden y poniendo un límite en algún punto porque me apetece empezar con algunas historias de otras putas más recientes.

Antes de empezar quiero agradecer los mensajes que recibí de los lectores, y en especial los de las lectoras. No es por nada muchachos, pero ya habréis visto lo que me mueve. Aprovecho para aclarar, porque me lo han preguntado, que no entreno a chicos sumisos a menos que vengan con una novia o esposa que sea parte del trato. También os cuento que tengo muy poco tiempo por lo que corto rápidamente cualquier trato con chicas que tienen dudas o empiezan con vueltas. Si estás leyendo esto y quieres ser entrenada por mi para sacar la puta que llevas dentro debes saber que te pediré fotos de verificación y que deberás dedicar tiempo a escribir y seguir las rutinas que te ponga. A ver si con esto me ahorro correos que suponen una verdadera pérdida de tiempo. Perdón por los anuncios. Ahora sí, a la historia.

> Primer encuentro después de la follada de la matineé

Tal y como le había dicho el sábado antes de que le abriera la puerta del cuartito de la escalera, la esperé en la esquina de su colegio el martes siguiente cuando se dirigía a su clase de educación física. No quería que nadie me viera por lo que me senté en un portal que tenía unos maceteros que me cubrían toda la cara pero me permitían espiar a través, pensé que así debería ser en los tiempos primitivos cuando se acechaba a una presa, me sentía muy primitivo, animal. La vi venir cuando estaba a unos 200 metros, traía el uniforme oficial de gimnasia (ed. Física) del colegio y se había puesto una diadema que le recogía el pelo. Era una tarde bastante agradable para ser invierno por lo que no tenía ningún abrigo. El conjunto deportivo le quedaba bastante ceñido, un poco rollo Spice Gril deportiva, aunque en esa época las Spice todavía no existían. Cuando estuvo a unos pocos metros de mi, me puse de pie, le chisté como se le chista a un perro (a una perra en este caso) y empecé a caminar alejándome de su colegio por la perpendicular, sin decirle nada, sin mirar atrás. Oí como apuraba el paso detrás de mí para alcanzarme. Cuando me alcanzó ni siquiera me giré para saludarla, estaba muy en el papel que había preparado. Quería llevarlo al extremo, ver cuánto podía sacar de ella, hasta dónde estaba dispuesta a llegar. Estaba probando también y aprendiendo. Aunque me inspiraba un poco en la colección de revistas “Adultos” de mi padre donde había leído historias de dominación y quería poner algunas cosas en práctica, básicamente me dejaba llevar por mi intuición. Me hubiera dolido perder a tremendo hembrón pero la demostración que me había hecho en la Matinée hacía que valiera la pena jugarme cada minuto a todo o nada.

Ella empezó a hablar dubitativa, pero ante mis respuestas parcas y con monosílabos de a poco empezó a lanzar preguntas una tras otra: que por qué no la miraba, que a dónde estábamos yendo, que lo que había pasado el otro día había sido un error, que no quería serle infiel a su novio. La dejé desahogarse un poco y en un momento la corté en seco:

- ¿Cuántas veces te pajeaste pensando en la cojida que te pegué el otro día, puta? - noté cómo empezaba a agitarse, a cambiar el ritmo de la respiración y a subir y bajar frenéticamente la cremallera de su sudadera deportiva.

- No quiero hablar de lo que pasó el otro día, si estoy acá es para dejarte claro que...

- Callate que vos y yo sabemos muy bien para qué estás acá siguiéndome – me detuve y caminé hacia ella despacio, arrinconándola contra la pared de una casa, la tomé del cuello sin hacerle daño pero con firmeza y me acerqué a dos centímetros de su cara - Mirame a los ojos y decime que desde el sábado no te pajeaste ni una sola vez pensando en lo que pasó.

- No me hagas esto

- Esto no es nada comparado con lo que quiero hacerte, Silvia, ahora estás temblando de ganas de que coja, te lo noto en la respiración, en cómo te late la concha - con la otra mano le agarraba fuerte el coño por encima de su pantalón deportivo.

- Dejame por favor - me rogaba poco convincentemente.

- Mirá pendeja, te voy a dar otra oportunidad de escaparte y de terminar con esto – la solté y me alejé dos pasos pero seguía mirándola a los ojos -, si no es verdad que te reventaste a pajas pensando en cómo te traté el otro día y no querés seguir este camino, que es el único que me interesa, y que básicamente se trata de me obedezcas sin chistar, si no querés volver a verme, date media vuelta y andá a tu clase de gimnasia; yo voy a seguir caminando hasta la parada del 41, me voy a subir al bondi (autobús), si decidís venir conmigo atenete a las consecuencias – me giré y caminé decidido sin mirar atrás.

Se me dibujó una sonrisa cuando oí que me seguía acelerando el paso.

- Bien, vas a ser una nena buena conmigo entonces, es la decisión correcta – lo dije de nuevo sin mirarla directamente, pero pude notar cómo agachaba la cabeza y me seguía con resignación, como debatiéndose internamente por qué lo hacía, pero sin poder dejar de hacerlo. Un patrón muy común que luego me encontraría en muchas otras sumisas. El autobús estaba casi vacío a esas horas de la tarde y nos sentamos en uno de los asientos de atrás. Empecé a meterle mano diciéndole lo puta que era. Ella cerraba los ojos y se dejaba hacer. Mientras jugaba con los pelos de su púbis empecé a hacerle un breve interrogatorio.

- Con cuantos tipos te acostaste? A mi no me cuentes porque te cojí de parada.

- Con dos, un novio anterior que tuve a los 15 y con Santiago que ya lo conocés.

- ¿Se la chupaste a los dos?

- No, solo a mi novio de ahora.

- ¿Te acabaron en la boca?

- No, nunca, me da asco.

- ¿Cuántos orgasmos podés tener en un polvo?

- Mmmm… la verdad es que nunca acabé con mis novios. Tengo orgasmos cuando me masturbo pero con un chico, el primero fue el otro día con vos.

- Que poco aprovechada estás, la verdad, menos mal que a eso lo vamos a solucionar pronto.

Seguimos la conversación un poco en ese tono, la iba calentando recordándole cómo le había encantado que se la metiera en el culo, que tenía un culo de puta hecho para coger, que iba a aprender a tragar y se iba a volver adicta al semen, y cosas por el estilo. Nos bajamos en la parada a dos cuadras del consultorio de mi padre y fuimos hasta ahí. Ella ya no preguntaba, me seguía expectante, esperando que le bajara la calentura con un polvo.

Tenía tres horas por delante antes de que viniera la señora que limpiaba el departamento y las iba a aprovechar enteras. Ni bien entramos me le tiré encima y le pegué un morreo salvaje, metiéndole los dedos en la boca para que los chupe, magreándole groseramente las tetas y el culo. A la puta le gustaba que la trate como tal. Cuando ya la tenía jadeando le ordené que se quede quieta en un rincón sin mirar hacia atrás. A propósito me quedé esperando su reacción y antes de un minuto volvió la cara a ver qué hacía. Momento que aproveché para cogerla brutalmente de los pelos, ponerla de rodillas y abofetearla diciéndole que cuando yo le decía que se esté quieta ella se iba a estar quieta, que ahora yo era su dueño y su cuerpo me pertenecía y que iba a hacer con ella lo que quisiera y ella me lo iba a agradecer. En ese momento se me ocurrió exigirle que cuando estuviéramos solos se dirigiera a mi como “Señor”.

- ¿Te ha quedado claro puta?

- Si, señor.

Le puse una venda en los ojos y le ordené que se pusiera de pie en el centro de la sala y que quitara la ropa lentamente según le iba indicando. Me recosté en uno de los sofás. “Sacate la campera” (sudadera con cremallera), empecé. Ella tenía los ojos vendados pero dirigía la mirada al suelo y seguía mis indicaciones como si fuera una niña tímida. Debajo de la sudadera deportiva tenía un polo blanco de mangas largas, también con el escudo del colegio a la altura de la teta izquierda. El volumen de su pecho era tal que la camiseta se le acortaba por delante, dejando un espacio entre su barriga plana y el fin de la tela. Estaba tentado de meter mis manos por debajo pero quería seguir disfrutando del espectáculo. “Sacate el pantalón”, continué. Ella empezó. con un gesto automático, sacándose una zapatilla ayudándose con la otra. “El pantalón, no las zapatillas, puta. Volvetela a poner”. “Perdón”, me dijo sin levantar la cabeza. Estaba muy apenada y yo me volvía loco de excitación, en ese momento me desabroché el cinturón y me saqué la polla que la tenía ya a reventar. Ella notó algo porque su actitud cambió ligeramente, soltándose un poco más. Se volvió a poner la zapatilla y se fue quitando el pantalón deportivo. Yo la tenía de frente así que le pedí que diera una vuelta completa. “Más lento puta, quiero ver bien lo que es mío”. “Si señor, perdón”, su respuesta y actitud me confirmaban que estaba perdiendo la timidez y se estaba excitando. Tenía un tanga blanco que se perdía entre los hermosos cachetes redondos de su culo. “Ponete de espaldas a mi, y subite bien las medias hasta arriba”. Los calcetines deportivos que llevaba eran bastante largos, blancos y con una línea azul que le quedaba justo por debajo de la rodilla. Al agacharse para subirlos, me enseñaba el inicio del negro de su ano y la empanadilla de su vulva que ya estaba empezando a chorrear. Estaba despampanante con ese tanga y en zapatillas, y los calcetines acababan de coronar una imagen de colegiala sexy brutal. Me felicitaba internacionalmente por haberle dicho que se dejara las zapatillas. “La parte de arriba”. Se quitó el polo estando de espaldas a mi y pude ver que llevaba un sujetador deportivo negro. “Date la vuelta puta, y a partir de hoy siempre que nos veamos, salvo que te diga lo contrario vas a llevar ropa interior conjuntada, que sea la última vez”, estaba hermosa pero quería hacerla sentir mal porque eso aumentaba tanto mi excitación como la de ella. El sujetador deportivo le aplastaba un poco el pecho pero igual se notaba que eran enormes. Debía ser un 95 o 100. “Dale, sacatelo, mostrame esas tetas que te morís de ganas de que te meta la pija en el medio, no?”. Asentía con la cabeza y con todo su ser: “Sí , señor me encantaría hacerle una paja con mis tetas”. En tetas y con tanguita, zapatillas y calcetines era una estampa para hooters. Le pedí que saltara, quería ver cómo desafiaban la ley de gravedad esas tetazas de 17 años con pezones mirando al cielo. La hice pellizcarse los pezones hasta ponerlos bien rojos y arrancarle varios gemidos de placer-dolor. “Fuera tanga, trolita”. Se lo sacó ayudándose de sus dos pulgares y se quedó erguida de frente, ahora si, desafiante. “Abrí más las piernas, así”, me levanté con la picha en la mano y le abrí las piernas con unos golpecitos de mi pie en sus zapatillas. Aproveché para frotarle mi polla contra su culo y ella hizo un ademán como echándose hacia atrás. “Estate quieta, puta. Te voy a coger cuándo y cómo quiera”. Cogí un puñado de pelos de su pubis y se lo arranqué. “Esa concha peluda te la vas a depilar esta semana, la próxima vez que te vea quiero que tengas solo una franja fina de pelo, tipo Chaplin”. Tenía, en efecto, el coño demasiado peludo. Sus labios se adivinaban húmedos por debajo de esa mata de pelos. Le ordené que se pusiera contra la pared, de espaldas, con las manos apoyadas en la pared y las piernas abiertas, “volvemos a cómo estábamos el otro día”, le dije. Desde esa posición podía deleitarme admirando el culo que tenía a mi disposición.

Empecé a frotar su clítoris con mis dedos anular y mayor, mientras con el pulgar le trabajaba alternativamente el punto G, el perineo y el agujero del culo. Silvia se retorcía de placer y gemía como una gatita. Alternaba mis manos en viajes de su sexo a su boca, haciéndole saborear sus propios jugos. Al poco me dediqué decididamente a ablandarle el culo metiéndole un par de dedos lubricados con zumo de vulva. También llevaba los dedos de su culo a su boca y de vuelta a su culo, anunciándoselo para que no le quedaran dudas. “Así putita, chupá bien estos dedos para lubricarte mejor el orto. ¿Te gusta chuparme los dedos que te acabo de sacar del culo no?”. “Me encanta”, me decía entregada. “Hasta que no empieces a tomar la pastila voy a tener que cogerte solo por el orto. No tardes mucho porque por ahí me acostumbro y ya no quiero cogerte por la concha nunca, ¿si?”. Ella se limitaba a contestar lo que pensaba que yo quería escuchar: “Si esta, semana pido turno en el ginecólogo, igual puede cogerme el culo cuando quiera Señor”.

Ya era hora de que aprovechara bien esa boca grande con labios carnosos y dientes blancos y perfectos. Más allá de que me hubiera limpiado la polla la vez anterior después de que le follara el culo, tenía que enseñarle a chupar como dios manda. La hice arrodillarse y tuvo el ademán de meterse mi polla en la boca pero no la dejé. Le di una bofetada. “¿Quién te dio permiso para chupármela? Me lo vas a tener que pedir por favor. Lo primero que quiero es que te acostumbres al olor de tu macho”. Le empecé a frotar la polla por la cara y le hacía respirar hondo, lo cual se notaba que la empezaba a desesperar. “A partir de ahora vas a soñar con esta pija, vas a seguir cogiendo con tu novio pero siempre con forro y por la concha, pero vas a vivir pensando en que esta pija mía es lo único importante para vos. La pija de tu dueño es lo único importante para vos”. “Sí, es lo único importante para mí Señor, por favor, ¿me deja metérmela en la boca?”. Me la agarré de la base y empecé a abofetearla con el rabo. Se la ponía en los labios pero cuando abría la boca le metía dos dedos y la abofeteaba con la mano. Realmente estaba desesperada por chupármela, parecía mentira que fuera una niñata con muy poca experiencia. Cuando por fin le dejé que se la metiera empezó a lamerla y chuparla como una posesa, pero sin control, pasándome los dientes y sin metérsela toda. Un puto desastre vamos. Así que volvimos a las bofetadas y empecé un trabajo minucioso, con ella de rodillas, os lo recuerdo, con los ojos vendados, le hice poner sus manos en la espalda y empecé a empujar con mi polla en su boca mientras la cogía del pelo y su nuca me hacía tope contra la pared. A pesar de tener la boca grande no sabía abrirla bien y no podía meter ni media polla sin que tuviera arcadas. “Te vas a acostumbrar a abrir bien la boca, a no usar los dientes y a tragártela toda, hasta los huevos”. La trabajé durante varios minutos, yendo cada vez más al fondo, hasta casi ahogarla. Cuando ya no daba más y empezaba a golpear con la mano la pared la sacaba de golpe para verla jadear y babear. Todo me confirmaba que era una puta divina y sumisa, a pesar de estar ahogándose de polla no hacía ademán de empujarme hacia atrás, aguantaba, aprendía. Cuando logré que entre casi toda le ordené que me pajeara con una mano y me lamiera bien toda la polla, desde la punta hasta los huevos incluidos. Con las pajas se notaba que llevaba mejor el ritmo, habría hecho ya unas cuantas. “Así puta, chúpame bien los huevos que te vas a tragar todo”. Cuanto peor le hablaba, más suspiraba la perra de pura excitación. Ya con el camino allanado, volví a decirle que deje las manos atrás y empecé a follarle la boca como un salvaje, comprobando que había aprendido rápido y que había llegado el momento de que su glotis conociera a mi semen. Me descargué gritando como un gorila en celo, clavándosela hasta el fondo de la garganta mientras le sostenía la cabeza con las dos manos. Fue una buena descarga, llevaba varios días sin masturbarme preparando una buena lefada para mi puta. Aunque tragó sin más remedio, un poco se cayó al suelo y sobre sus tetas. “Muy bien putita, muy bien. Vas a ser una tira gomas profesional. Ahora vas comerte todo lo que se cayó fuera de tu boca. Ésta va a ser tu golosina favorita, tu nuevo dulce de leche”.  

En mis primeros años de exploración psico-intuitiva de la dominación, pensaba que la mejor forma de volver loca a una mujer era siendo capaz de provocarle muchos orgasmos. El tema del edging y la denegación del orgasmo no lo perfeccionaría hasta dentro de muchos años más tarde. Así que, una vez que hube descargado mis pelotas en su boca y para aprovechar el tiempo hasta que volviera a empalarme, me propuse darle un poco de placer a la puta que tenía entre manos. Cuando acabó de limpiar la lefa del suelo le indiqué que me siguiera a cuatro patas. La quería guiar tirándole suavemente del pelo, para lo cual tuve primero que quitarle la venda de los ojos y la diadema. Le dije que se hiciera una cola alta de caballo, volví a colocarle la venda en los ojos y la llevé gateando a cuatro patas como una buena perrita hasta la habitación de al lado donde estaba el escritorio, la biblioteca y la cama-diván. La hice acostarse mirando hacia arriba en el diván y le pedí que se cogiera cada rodilla con una mano, mientras yo me dedicaba unos instantes a ponerle unas cuerdas con nudos marineros. Empecé por sujetarle cada pierna de forma que el talón quedara pegado al muslo, en algo parecido a lo que, años después aprendería, se llama “frog” o “rana”. Después pasé a sujetarle los brazos, fijando cada mano a un extremo del diván de modo que quedaba en una cruz, o más bien en una Y. Los coños prietos y limpios son una fruta maravillosa. Ya en aquella época había desarrollado una técnica bastante potente de comida de coños. La verdad es que tengo una lengua larga e incansable que, trabajando adecuadamente en círculos, ochos y de lado a lado, es capaz de arrancarle a las vulvas de mis sumisas orgasmos a borbotones. Así que, dejando de lado mis remilgos por los pelos que tenía, me empeñé en lamer lo que se me ofrecía sin resistencia posible. Fui follándole el coño con mi lengua, y acompañando con mis dedos en un masaje del punto G, del perineo y del ano. “¡Cómo te gusta que te chupe el culo puta!”. Cada vez que la sentía estremecerse y temblar de placer, reafirmaba mi poder sobre ella con frases como esa a la vez que le daba bofetadas en el coño o en las nalgas para bajarle el calentón. No quería que se corriera fácil. La fui cociendo a fuego lento, tensándola y excitándola hasta volverla loca. Me pedía por favor que se la metiera. Cuando me decidí a llevarla hasta el final fue apoteósico. Tenía los dedos índice y mayor de mi mano derecha dentro de su culo y con la lengua le trabajaba el clítoris sin compasión, lamiendo, golpeando, jugueteando. Vi que el ritmo era el adecuado, su respiración me lo anticipaba. Aceleré la follada de culo que le estaba pegando con mis dedos, procurando elongar la pared que separa la vagina del recto. Mi boca abarcaba desde su pubis a su vagina (me molestaban sus pelos) y mi lengua se relamía frotando su clítoris hinchado. Ella empezó a temblar y a gritar como una loca y estuvimos así durante varios minutos, con pequeños valles de intensidad y en seguida retomando los temblores. Acababa de descubrir que no sólo podía tener orgasmos sino que podía tener uno atrás de otro. Acabó exhausta, pero no me importó.

La desaté, le quité la venda de los ojos y la puse a 4 patas sobre el sillón. Me había excitado de nuevo y quería recordarle que hasta que no tomara la pastilla, solo iba a recibir mi polla en su boca y en su culo. No me costó nada metérsela de un golpe en el ojete. Estaba eso muy lubricado y trabajado. Igual pegó un grito de dolor, pero cuando la agarré del pelo con fuerza pude notar como echaba el culo para atrás, queriendo que la empale. Le pegué una cogida fuerte, intensa. Dándole golpes en las nalgas con fuerza, con mucha fuerza. Cuando sentí que iba a acabar me tiré encima de ella y empujé con fuerza mientras la besaba desde atrás. Esa vez la saqué sin mierda, por lo que no fue necesario limpiarla para metérsela de nuevo en la boca y que acabe de ordeñarme. “Las últimas gotas siempre son para tu boca, gatita. Vas a volverte adicta a mi leche”. Me levanté y me puse a contemplar la situación. Ella no tenía fuerzas ni para moverse, se quedó tirada boca abajo en el diván, con las rodillas algo recogidas, las medias y las zapatillas deportivas todavía puestas. Del agujero de su culo, caía un ligero chorro de semen y sus nalgas estaban completamente rojas y llenas de marcas de manos. “Estás hermosa”, le dije antes de acostarme a su lado, por detrás y dedicarme un buen rato a acariciarla, mientras reforzaba nuestro vínculo con palabras. “Me encanta que conmigo seas una puta obediente Silvia. Vas a hacer todo lo que te pida. Sos mi juguete favorito, el que más quiero y quiero usarte y disfrutarte. Lo vamos a pasar muy bien juntos, amor. Acordate que a partir de ahora a tu novio te lo vas a coger con forro y por la concha nada más. Con él vas a ser una monjita paranoica que no quiere quedarse embarazada. Conmigo, vas a ser lo que yo quiera que seas. Mi musa, mi muñeca, mi puta.”

Hasta aquí por hoy. Quería contaros ya varias de las situaciones hipermorbosas a las que expuse a Silvia pero, como suele pasarme cuando me pongo a recordar, mis dedos toman el mando y la historia va saliendo con más detalles de los que creía guardar. Es un placer revivir estos momentos al contarlos. Espero que también hayáis disfrutado al leerlos. Hasta la próxima entrega.