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Angel

en Confesiones

Me desvirgué a los 18 con mi novia, con quien llevaba algunos años saliendo. Hablo del coito “normal”, pues analmente ya habíamos tenido experiencia previa, por aquello de no arriesgar posibles embarazos. Sorprendentemente a ella no le disgustaba. A mí, pues no hace falta decirlo ...

Habían habido infidelidades por su parte, pero éramos jóvenes y yo tolerante. El problema es que el día del desvirgamiento, al finalizar el acto, hizo un comentario que me dejó pasmado: “por fin podré hacerlo con otros …”. Y al poco me dejó. Lo pasé realmente mal durante mucho tiempo.

Pero la vida da muchas vueltas, y 30 años después recibí un mensaje por la típica red social que todos tenemos. “Te veo bien”, decía simplemente. No sabía quién era y preguntando me confesó que era mi ex. Me buscó aquel verano por las redes. Descubrí más tarde que su marido estaba con sus hijas de vacaciones y ella se quedó sola trabajando. Se debió sentir sola …

Quedamos a la salida de su trabajo. Cuando la vi salir, lo primero que pensé fue “qué hija de puta, qué buena que está”. Realmente quedé impactado. Ella, como si nada, me dio dos besos, que si se alegraba mucho de volverme a ver, que qué tal mi vida … Me invitó a su casa, explicando que estaba sola. Y allí fuimos.

Llevaba un vestido veraniego con vuelo y unos zuecos. Al llegar, nos sentamos en el sofá y se quitó el calzado. Cuando llevábamos un rato hablando de las típicas tonterias me preguntó si me podía dar un beso. Evidentemente dije que sí. Pero su beso fue un morreo en toda regla, sentándose a horcajadas encima de mí.

Al poco de aquel intenso beso, me vi con una erección de caballo y los pantalones me apretaban. La levanté un segundo para quitármelos y ella aprovechó para quitarse el vestido. Su piel era suave, bronceada y olía como yo recordaba. Sus pechos, pequeños pero firmes y bien formados, quedaban a la altura de mi boca y no pude contenerme de besarlos, lamerlos, chuparlos, … Sus diminutas braguitas negras estaban totalmente empapadas. Ella jadeaba y yo, medio mareado de la excitación y la sorpresa, me quité los calzoncillos. Ella sus braguitas. Pude ver el curioso arreglo de su vello púbico. Depilado, pero con una línea central de vello largo y liso. Inmediatamente me cogió el pene y se lo apuntó a la entrada de su sexo sorprendentemente super húmedo. Ni que decir tiene que cuando bajó su cuerpo y mi miembro se clavó en su interior, la locura se apoderó de mí. Me espabilé cuando ella empezó a subir y bajar de manera descontrolada.

¡Dios! Era una diosa del sexo. Nuestros cuerpos chocaban con un sonido que inundaba el comedor cuando ella sugirió ir a la cama, a su dormitorio. Y aquello fue brutal. Dominado por la locura de aquella mujer que nunca dejé de amar, empecé a empujarla con mis caderas. Por un momento me preocupaba el sonido de la cama chocando en la pared, por los vecinos, pero al ver su cara y sus ojos entornados no pude más que empujar más y más fuerte. “¡cabrón! ¡joder!” me decía. He de decir que se le escapó una vez el nombre de su marido, y se disculpó, pero a mí no me importó. Solo me entró envidia de aquel hombre, que podía disfrutar cuando quisiera de aquella hembra. Me sorprendí a mí mismo de la capacidad de aguante antes de correrme y de la fuerza de la erección. Pero era lo que aquella mujer me provocó.

Tras escuchar el grito de su orgasmo, sentí con mi pene una lubricación extra en su interior. Acto seguido, saqué mi verga y gritando me corrí en su vientre y tetas mientras la miraba a los ojos. Esos ojos que siempre me han enloquecido.

Con toda naturalidad, empezó a fregarse mi semen en su cuerpo, mi polla y testículos, con una sonrisa maléfica, mordisqueándose la punta da la lengua con sus dientes y labios.

Tras un descanso y algunas caricias suyas, mi pene estaba listo de nuevo. Y su sexo otra vez húmedo. Esta vez la puse de espaldas, tumbada en la cama y empecé a cabalgarla como si no hubiera un mañana. “!Qué bien me cabalgas, cabrón!” decía mientras jadeábamos. Cuando le confesé que no podía más me dijo que me corriera fuera y volviera dentro, que ella no estaba todavía. Pero resistí y se corrió.

Resistí, sí, pero calculé que por poco tiempo. Así que aprovechando la posición, saqué mi miembro, separé sus nalgas con las manos, y sin previo aviso se la clavé en el culo. Por venganza, creo yo. Gritó de dolor y me insultó. Hijo de puta, o algo así. Cuatro movimientos en aquel irresistible agujero estrechito e inundé su culo con mi leche. Fue como recordaba. Casi me desmallo de placer.

Me vengué y ella, aunque cabreada, tuvo que aceptarlo. Por el daño que me hizo tiempo atrás.

Tuvimos algún encuentro furtivo más. Su casa, en mi trabajo cuando no había nadie, en el coche, … pero con el tiempo ella prefirió desaparecer de nuevo. Lástima. Nunca la olvidé y nunca la olvidaré.