miprimita.com

Adri

en Hetero: General

No sé cuándo ni por qué tomé la decisión de hacerlo, pero estoy en tu ciudad. He cogido el coche y me he plantado aquí, a pesar de que todo el camino me lo he pasado pensando en darme la vuelta para mi casa mientras conducía. Llego a media tarde, un jueves. La ciudad está animada, así que aprovecho para dar una vuelta, airearme, serenarme. Y coger fuerzas: todavía necesito decidirme. Cuando me quiero dar cuenta, la noche está empezando a oscurecer las calles. Se hace tarde, lo cual significa que debo actuar ya, o habré hecho el viaje para nada. Me pido una copa en una terraza y, mientras la bebo, no paro de pensar en ti. Hasta que, por fin, y obligándome a mí misma a no pensar más, alcanzo a reunir la determinación que me faltaba para escribirte. Un solo mensaje de mail, que es el único medio que hemos tenido siempre para contactarnos:

"Adri, estoy en tu ciudad. Si quieres verme esta noche dímelo, ¿vale? Un besito, L."

 

Sólo cuando le he dado a enviar, caigo en la cuenta de la perfecta tontería que acabo de hacer. Soy una estúpida. Casi nunca miras este correo, siempre tardas una eternidad en contestarme... ¿si sé perfectamente que eso es así, por qué acabo de hacer la tontería que acabo de hacer? Es posible que no leas mi mail hasta pasados dos meses, ¡qué sé yo!... y no quiero pensar lo que me contestarás entonces. Si es que esta vez contestas. Siento una insoportable vergüenza que me hace cabrearme por momentos, mientras juego nerviosa con el móvil. Si iba a hacer esto lo lógico habría sido escribirte con tiempo y ponerme de acuerdo contigo. Ni siquiera sé si tú estás aquí hoy. También es verdad que no me he movido por un impulso lógico. O mejor debería decir que no me he movido por lógica, sino por un impulso. Sencillamente cuando, vete tú a saber por qué, he recordado que hoy era tu cumpleaños, se me han pasado por la cabeza estas ganas locas de verte y, sin más he metido una muda y el neceser en una bolsa y me he subido al coche.

 

Ilusa, abro el correo un par de veces, imaginando absurdamente que habrás contestado... Apuro mi copa y trato de serenarme. Es tarde para volver a mi casa, así que lo mejor será que me busque un hotel para pasar la noche. Quizás por la mañana aproveche para conocer la ciudad, ya que no había estado nunca aquí. Lo que pretendía hacer no tiene ningún sentido, ha sido todo un absurdo. En fin... cuando contestes, si alguna vez lo haces, bastará con ignorar tu mensaje, como has hecho tú tantas veces conmigo. Me hará sentir mal por un momento pero, al fin y al cabo, sé que no significará nada.

 

Dudo si ir a buscar hotel ya o picar algo para cenar primero, aunque tampoco tengo hambre. Sigo nerviosa. Chateo con mis amigas; alguna sabe dónde estoy y pregunta, ávida de noticias... Entre unas cosas y otras, consigo distraerme, jugando con el teléfono. Hasta que, casi por azar, vuelvo a abrir el correo. Hay un mensaje nuevo. De ti:

"claro k quiero! dónde voy???"

 

Apago el teléfono y lo tiro sobre la mesa, mientras trago saliva. Ahora sí que tengo que decidirme. Había acariciado la idea de que fuera el mismo destino el que me librara, directamente, de la decisión de poner freno a la estupidez que estoy haciendo. Poder volver a casa con la sensación de, al menos, haberlo intentado y poder olvidarme de ti y de la incontrolable sensación de deseo que me remueve cada vez que me acuerdo de tu cuerpo. Quizás bloquearte en el correo y borrar tu contacto también, y todos tus correos... Pero no tus fotos, claro.

 

Justo ahora, que ya me había hecho a la idea de que todo era imposible... Pido otra copa, me va a hacer falta. El primer trago me relaja considerablemente. Porque, ¡qué coño! ¿para qué se supone que he venido si no?

 

Recuerdo cuando nos conocimos, hace ahora casi un año. Los dos llegamos a la playa a la vez, con nuestras bicis. Cuando nos acercamos al pequeño aparcabicis situado junto al aparcamiento para las furgonetas, pudimos ver que solamente quedaba un amarre libre... ¡allí que nunca jamás había una puta bici! Me entraron ganas de anticiparme y enganchar primero la mía, pero te vi tan joven que se me hizo duro hacerlo, a sabiendas de que seguramente iba a acabar teniendo que buscar otro sitio a bastante distancia, ya que por allí no había ni una mala farola o barandilla donde candar mi bicicleta. Quizás me iba a tocar hacer todo el largo camino de descenso a la playa hasta encontrar algún rincón en el chiringuito de la entrada.

 

Recuerdo mirarnos a la cara por primera vez, y sonreírnos, tú con esa mueca tuya que todavía parecía que estabas aprendiendo a hacerlo. Y luego escuchar mi pregunta de si pensabas pasar el día entero en la playa, como si no hubiera salido de mi propia boca. Tras tu respuesta afirmativa y tímida, me sorprendió volver a escucharme, flipada, hacerte la propuesta de compartir el amarre, dejando que lo usaras tú para candar yo luego mi bici a la tuya, y ofreciéndote bajar juntos a la playa y pasar juntos el día allí, para que los dos pudiéramos recuperar las bicis al volver. Tu cara de incredulidad absoluta me sorprendió aún más por contraste con tu inmediata aceptación, que fue firme y sin duda.

 

Recuerdo que, sin conseguir tú repetir, pese a intentarlo, aquel torpe amago de sonrisa tuyo, se te abrieron de pronto mucho los ojos mirándome y valorando mi cuerpo de arriba abajo, sin disimulo, con una ligereza que igual pensé que fuera propia de tu edad. No me molestó tampoco, al contrario, recuerdo sentir una punzada de satisfacción por la que no pude reprimir que a mí sí me hizo esbozar una amplia sonrisa que sirvió para relajar el ambiente ya todo el largo camino de descenso.

 

Recuerdo ese largo trecho hablándote yo mucho y tú a mi lado serio, contestando a penas a mi aluvión de preguntas con monosílabos y frases cortas. He olvidado todo lo que hablamos entonces. Solo recuerdo tu edad, acababas de cumplir los 17 hacía nada. Sí recuerdo que aquello me pareció una lástima, ya que en un primer momento me pareciste suficientemente mayor para...

 

Recuerdo pisar por fin la arena, descalzarnos y comenzar a andar juntos, avanzando por la enorme playa, yo sin dejar de contarte cosas intrascendentes sobre mí, tú abriendo apenas la boca pero mostrándote tan visiblemente cómodo de estar conmigo como yo misma lo estaba. Recuerdo acercarnos primero a la orilla para ir recorriendo luego en paralelo al mar mientras nuestros pies se mojaban en el agua fría y revuelta, casi solos, separados de la estrecha banda de arena seca situada mucho más arriba, que era donde se agolpaba la mayoría de la gente al ser la única parte seca después de que un rato antes de llegar nosotros hubiera empezado a bajar la marea. Recuerdo mi turbación según íbamos acercándonos a la mitad de la larga extensión de playa y tu naturalidad cuando me dijiste, poco antes de alcanzar dicho punto, aquello de oye Lau, yo voy a seguir a la parte nudista, ¿vale?

 

Recuerdo haberme sentido idiota por no haber dicho antes aquellas palabras, maldecirme por haber sonado tan poco natural y precipitada cuando te contesté, corriendo y casi tartamudeando, que yo también iba para allí. De nada servía que te dijera ya que me encantaba esa playa precisamente porque podía estar allí desnuda, que llevaba yendo años, que siempre iba a la zona nudista, al final del todo de la playa de hecho, donde más gente desnuda se concentra pero al mismo tiempo la parte más tranquila y agradable de la playa.

 

Recuerdo que aquel nerviosismo que me acompañó después de sentir que había quedado como si quisiera algo contigo (realmente quería algo contigo), no se me pasó en los siguientes metros, que se me hicieron interminables esperando el momento en que te separaras y dijeras que allí te quedabas, y te subieras a la arena seca mientras yo continuaba hasta el mismo final de la playa. Pero aquello no ocurrió, y al final continuamos todo el camino hasta que ya no hubo a donde seguir y empezamos a subir los dos, siempre juntos, hasta llegar a a la arena seca y dejar allí nuestras bolsas, en un hueco entre otras personas, parejas y grupos, aunque a una distancia más que prudente de esos cuerpos desnudos, ya que aquella playa tan grande tenía siempre espacio de sobra para poder mantener una razonable intimidad.

 

Recuerdo aquel momento, pensar que estaba allí, con un chico al que acababa de conocer y al que directamente duplicaba la edad, claramente dispuestos a desnudarnos una delante del otro.Recuerdo no sentir vergüenza sino excitación, y recuerdo vivamente que fue aquélla, sin lugar a dudas, la primera vez en mi vida que te deseé. Tú, con la misma naturalidad y pocas palabras que en todo momento, te quitaste tu camiseta y tus pantalones, quedándote por un momento con tus ajustados calzoncillos Jack Jones tipo boxer delante de mí, marcando un paquete enorme en el que tu miembro se podía apreciar claramente, descolocado, con el bulto de tu polla extendida casi en horizontal hacia tu costado derecho. Supe ya entonces que, más allá de tu edad todavía adolescente, estabas ya extraordinariamente dotado. Comprendí entonces también que la atracción que había sentido por ti desde el primer momento, y que apenas acababa de empezar a asumir que se estaba transformando en deseo, acababa de explotar ya como vivo deseo sexual.

 

Recuerdo pensar que, por mucho que me jodiera, tuve que asumir en ese preciso instante que ni tu polla ni tu cuerpo iban a ser para mí. Que no era ya que te duplicara la edad, cosa que más que importarme me excitaba, sino que tenía bien claro que no podía tener nada con alguien de tu edad; no desde luego considerando que además te acababa de conocer.Sentí un dolor profundo al pensar eso justo cuando tú te despojabas de tus boxer, quedando completamente desnudo frente a mí. Tu cuerpo tremenda y perfectamente joven, fibroso y con la musculatura en desarrollo ya marcándose. Y aquella polla larga, preciosa, perfecta, colgando entre los largos testículos y rodeada de ese delicioso pelo largo, castaño, suave y sedoso que cubría abundantemente tu pubis y tus huevos. Sentí inmediato e irrefrenable deseo de meter ahí mi mano, enredar mis largos dedos en aquel cálido vello y tocarte la polla ya, delante de todo el mundo. No lo hice, claro. Podía tocarte la polla, claro. El problema es que no íbamos a poder hacer nada más, y sabía que aquello nos iba a doler porque los dos queríamos.

 

Recuerdo haberme enamorado instantáneamente de tu polla en aquel momento. Aparentando un falso pudor que no sentía, me di la vuelta para desnudarme. Primero me abrí mis bermudas cortas, color verde caqui, que resbalaron quedando enganchadas en mi culo cubierto apenas por unas bragas grises de encaje. Ahí estaba yo, Adri. Preparada ya para ti. Me quité la camiseta y, rápidamente, desabroché el broche de mi sujetador y me lo quité con celeridad. Sin detenerme, e igual de rápido, metí ambos pulgares por los laterales de mis bragas y las bajé junto con los pantalones. Quise evitar así que pudieras ver fácilmente la mancha de humedad que ya tenía en el fondo de mi ropa íntima, aunque sospeché que quizás habrías llegado a ver ese delgado hilillo de plata que las había mantenido conectadas con mi chocho por un segundo en el momento de desnudarme.

 

Recuerdo que, al girarme otra vez hacia ti, para mostrarme por fin desnuda ante tus ojos, sentí una sensación muy bonita, de mucha cercanía e intimidad, como si no estuviéramos acaso en un sitio público rodeados de decenas de personas. Es algo siempre que me pasa cuando me desnudo para follar con alguien que deseo. Tus ojos se recrearon en mi cuerpo tanto cómo los míos en el tuyo. Sentí cómo tu mirada me erizaba los pezones y, al bajar lentamente por mi vientre hasta mi coño, cubierto como de costumbre de abundante vello sin rasurar, noté que el clítoris se me estremecía y abandonaba intrépidamente su capuchón. Me acababa de empalmar delante de ti, y noté que tu propia polla, en principio flácida, colgandera, cayendo vertical y alargada entre tus cojones peludos, se hinchaba también y perdía levemente la verticalidad, al tiempo que la alargada piel de tu prepucio, que en estado de relax se estiraba en un pellejo más allá de tu marcado glande, ahora empezaba a retraerse a medida que el capullo tiraba del mismo mientras al ir poco a poco ganado volumen. Joder, era brutal lo cachondos que nos poníamos la una al otro, tan desde el principio.

 

Recuerdo eso, que nos gustamos mucho desde el primer momento. Me llamaste bombón, eso me dijiste la primera vez que me viste desnuda, tienes un bonito cuerpo, bombón, y a mí me tenías loca, y te solté aquello, eso de si te habían dicho alguna vez que tienes un rabo precioso, y tu polla tembló más y temí que te fueras a empalmar realmente allí en medio, y tú pusiste cara de lujuria, o es que igual seguí sin salirte lo de sonreír, y yo también debía estar con cara de salida, y de repente nos reímos, y yo sin saber ya qué hacer y sintiendo que me dolían los pezones de lo duros que se habían puesto, salí corriendo hacia el mar, con las peras botando y ofreciéndote mi culo en todo su esplendor, temblando con la carrera hacia el agua mientras sentía correr a la vez húmedas gotas entre mis muslos que no eran solo sudor...

 

Recuerdo escucharte entrar en el agua a la carrera detrás de mí, mientras yo no me decidía a parar y seguí avanzando chapoteando en el agua, hasta que una enorme ola se levantó frente a mí, y yo me giré para evitarla. Tú venías corriendo justo detrás, las ola me empujó, me levantó en el agua, me lanzó contra ti, que me recibiste en tu cuerpo con los brazos abiertos, nos juntamos, nos abrazamos y nos besamos, mientras nos tocábamos todo, especialmente los sexos, sabiendo que fuera no iba a ser posible entregarnos así mutuamente nuestros sexos empalmados y que aquélla iba a ser la única oportunidad de nuestras vidas para hacerlo. Me sorprendió una vez más la enormidad de tu falo, erecto golpeando entre mis piernas, metiéndose a golpes entre mis muslos mientras me besabas y me apretabas las tetas haciéndome gemir de placer... quería abrirte mi coño para que me follaras ya mismo, pero sabía, los dos sabíamos, que por mucho que quisiéramos no podíamos hacer aquello.

 

Recuerdo decirte, joder Adrián para quién tienes esta polla tan grande, y tú me contestabas que para quién iba a ser sino para mí, y yo que en qué pensabas para tenerla así de dura, que un pollón así como el tuyo no se levanta sin un buen motivo, y tú que de solo ver mi cuerpo de chica experimentada y en pensar en disfrutarlo se te había venido arriba, y joder era bien arriba, porque la tenías grande, larga, había cogido una buena curvatura y al descapullar había dejado al aire un hermoso glande rosado y alargado, y yo confesándome que se me estaba removiendo algo entre las piernas y que me tenías muy húmeda, y tú pidiéndome que te dejara disfrutar de este cuerpo hecho a medida para ti, mientras lo disfrutabas ya tocándome toda, y frotándote contra mí y comiéndome, y yo diciéndote que no podemos follar Adrián, no podemos, tienes que entenderlo, pero agarrándote de la polla con la mano para que no te fueras y para poder sentirte, sintiendo yo a mi vez que me corría de solo decidirme a ese contacto, y diciéndote que eras un niño morboso mientras nos comíamos salvajemente la boca y te pajeaba la polla a lo bestia, tanto que eyaculaste en poco más de un minuto y nuestros cuerpos se vieron rodeados de latiguillos blancos de esperma flotando en el mar, que pronto se vieron diseminados por la fuerza de las olas, quedando algunos pegados a nuestros cuerpos y pegando nuestros cuerpos excitados y manchados de semen licuado y deseo.

 

Recuerdo que volvimos tras tu paja, una vez que conseguimos relajarnos, y a ti se te bajó la trempada de la polla, y salimos del agua y fuimos donde teníamos las cosas, cogiendo nuestras toallas y extendiéndolas juntas para tumbarnos al sol pegados, entrelazados, sin dejar de besarnos ni tocarnos pero tratando de evitar sexos ni tocamientos demasiado explícitos y peligrosos, ya que estábamos rodeados de gente. La diferencia de edad era más que evidente, y muchas miradas se fijaron en nosotros, especialmente varios tíos que me miraban a mí con cada vez menos disimulo detrás de sus gafas de sol, alguno tocándose discretamente el pene o mostrándomelo abriendo bien sus piernas enfiladas a mí. Yo me giraba hacia ellos, dejando que vieran bien mis tetas, mi coño peludo, abriéndome y exhibiendome para ellos como me gusta, pero sin ponerte trabas a que tú me tocaras, me acariciaras, me sobaras las tetas o jugaras con el pelo de mi pubis, acariciando mi raja. Me decías cosas como que te gustaban mis pechos, que te encantaría entretenerme con ellos, y lo hacías, jugar con ellos, y lo hacías, lamerlos y mordisquearlos, y temía que empezaras a hacerlo pero no, no lo hacías pero me decías que querías bajar tu lengua por mi vientre, juguetear en mi ombligo con ella, hasta llegar a mi hermoso y lujuroso coñito, donde tu lengua me haría disfrutar como ningún hombre lo había hecho todavía, flaso, imposible pensaba yo, tantos han pasado y lo han hecho tan bien que no podrá ser cierto, pero te decía no volvamos a eso, por favor, pero sabes que no podemos, y entrelazábamos nuestras piernas, nuestros brazos, nuestras bocas, nuestras lenguas...

 

Recuerdo seguir así hasta secarnos, seguir así hablando hasta que nos entró hambre y compartimos la comida y los sándwiches que llevábamos en nuestras bolsas, y nos volvimos al agua donde nos volvimos a besar y a juntar, pero ya no te empalmaste ni yo me me excité tantísimo, aunque estábamos cachondos los dos, llevábamos cachondos todo el día desde que nos desnudamos, y nos volvimos a tumbar juntos al sol, y dormimos entrelazados como dos enamorados y alargamos la tarde deliciosamente unidos hasta que empezó a caer el sol, y la playa empezó a vaciarse y estábamos casi solo, y a punto estuve ya entonces de pedirte fóllame Adrián, pero te pedí que nos marcháramos ya, y me dijiste que sí, que era tarde, y recogimos y nos levantamos, y estiramos el momento caminando desnudos por la playa, remoloneando, yendo despacio, parándonos a besarnos, mirarnos y tocarnos, bajando al agua y volviendo a subir, hasta que llegamos justo antes de donde estaba el chiringuito y ya no pudimos demorar la cosa más y con el último beso nos vestimos. Te invité a algo en el chiringuito, y emprendimos el camino de vuelta, casi sin hablar.

 

Recuerdo llegar arriba, irnos directos a por nuestras bicis, quitar los candados y separarlas y separarnos, sin ya más nada que dos besos intrascendentes en las mejillas. Afortunadamente, tuve los reflejos de apuntarte mi dirección de correo en tu antebrazo. Nos montamos en las bicis y saliste disparado, y yo detrás, y cuando te diste cuenta de que mi camino y el tuyo coincidían, al mirar hacia atrás y verme, aunque a cierta distancia, apretaste el paso y me dejaste por fin atrás, comprendiendo yo cautamente que no estaba en condiciones de comprometer ni mi autoestima ni tu juventud, y seguí a mi ritmo hasta que me desvié sin saber dónde habrías ido, y cuando iba ya por la pista del bosque me tiré a un lado y me escondí entre los árboles, quitándome las bermudas y haciéndome un dedo metiéndome casi una mano entera dentro del coño hasta correrme, y me levanté, recogí y volví a mi casa decidiendo no volver a aquella playa los pocos días que me quedaban allí ese verano.

 

Recuerdo que en el primer correo que recibí de ti días después con el asunto "Para ti laurita" y una fotopolla tremenda que me puso a mil y aproveché para pajearme, leendo también el texto donde repetías que tenía un cuerpo tan bello que seguías creyendo que lo podíamos pasar muy bien, y yo te respondía para contarte cómo aquella noche de la playa acabé metida en la cama de una pareja de amigos con los que compartía habitación en la casa de veraneo donde pasaba aquellos días, obligándoles a follarme durante toda la noche para tratar de quitarme la calentura y esa tremenda sensación de deseo que tu joven cuerpo me había dejado. Y, a partir de ahí, yo te escribía contándote cosas y las ganas que tenía de tu cuerpo y de follarte y explicándote cómo me ponías y tú solo insisitías una y otra vez en que teníamos que vernos y follar porque nuestros cuerpos estaban hechos el uno para el otro, y era verdad y tenías razón pero yo no quería y no tenías edad y... y al fina dejamos de hablar más porque para que, aunque nos habíamos cruzado tantas fotos y tantas cosas calientes que te seguía deseando y yo sabía que a ti te pasaba lo mismo conmigo...

 

Todo eso recuerdo, y comprendo que ya está bien de jugar al gato y al ratón con mi deseo y con el tuyo, y bendigo el momento que recordé que era tu cumpleaños y decidí celebrar contigo tu mayoría de edad con el mejor regalo que se me ocurría para ambos. Así que me tomo el resto de la copa de un trago y, mientras pago y espero la vuelta, escribo a mis amigas:

"creo que le tengooooooo!!!!"

 

Y me lanzo a recorrer las calles vecinas en busca de un hotel adecuado. Ninguno acaba de convencerme, pero las ansias me van comiendo, así que decido no pensármelo mucho más. Cuando me quiero dar cuenta tengo en mis manos la tarjeta de la habitación de un hotel, grande pero tranquilo, algo alejado de la zona más céntrica y movida. Subo a la habitación, lanzo la mochila sobre el sofá, me siento en la cama y vuelvo a escribirte con el teléfono. Esta vez, simplemente te envío el nombre y la dirección del hotel, así como el número de habitación. Dejo el teléfono sobre la cama, y me voy al baño: llevo horas meándome, así que me siento nueva tras pasar por el váter. Abro el grifo del lavabo, me lavo la cara y las manos, y bebo litros de agua, a pesar de que me parece que tiene un sabor algo raro.

 

Vuelvo a la habitación. Miro el móvil, nerviosa. Nada. Lo dejo caer sobre la colcha, enfadada. Reviso el minibar, y me hago con una pequeña botella de ron que me tomo con hielo para hacer tiempo y tratar de no perder los nervios. Estoy excitada y achispada. Y, justo entonces, la pantalla se ilumina y, junto al icono del correo, aparece un pequeño número 1 que me indica que tengo un nuevo mensaje.

"voy estoy cerca llego en 10 minutos"

 

Joder. ¡Joder!

 

Vuelvo al baño. Me quito la camiseta y el sujetador, y me lavo un poco en el lavabo. Me bajo los pantalones, me los quito y, por último, me quito las braguitas, nerviosa, apresurada. Están mojadas y sucias por dentro. Me doy agua entre las piernas, limpiándome por dentro de la raja y por el culo. Cuando termino, me seco bien con la toalla, recojo todo y vuelvo a la habitación. Tiro la camiseta, el sujetador y los pantalones sobre la silla que hay junto a la mesa, a lado de la ventana, y meto las braguitas en la mochila. Miro el móvil. Ha pasado casi un cuarto de hora desde que me enviaste el mail. Me acerco a la puerta. Apoyo la cabeza contra la madera, y escucho. El pasillo está en completo silencio. Abro la puerta, cuidando de no hacer ruido. Casi sin respirar, separo la hoja lo justo como para asomar un ojo fuera. Ni un alma. Empujo la puerta de nuevo a su sitio, cuidando sin embargo de que no quede cerrada. Consigo que se pueda abrir desde fuera con un simple empujón, pero sin que se note que está abierta. Vuelvo a la cama y me tumbo sobre la colcha.

 

Creo que no debió pasar ni un minuto hasta que llamaste a la puerta, pero a mi se me hizo eterno. Los fuertes golpes resonando en la madera cuando llamaste con fuerza me cortaron la respiración. Escuché la puerta moverse del marco. Habías llamado tan contundentemente que aquello bastó para abrirla.

- ¿Laura?

Por primera vez desde el año pasado, escucho tu voz. Suena más grave de lo que me recordaba.

- ¿Adri? Puedes pasar... - te contesto con voz melosa que, por otro lado, no consigue disimular plenamente mi ansia.

Escucho la puerta abrirse del todo, tus pasos sobre la moqueta del suelo, la puerta cerrarse. Unos pasos más. Estás frente a mí.

 

Te mojas los labios al comprobar que estoy desnuda en la cama. Tragas saliva. Nos miramos como si cada uno fuera un mendigo famélico y el otro un gran banquete. Aquí estás, con esa mueca tuya que no sabe ser sonrisa que te conocí hace un año, con esa cara tuya de salido que te he visto en las fotos y que tanto me pone. Nunca había tenido claro cómo iba a dar este paso, cómo conseguiría llevar adelante este momento, cómo iba a hacer para que todo fuera natural... siempre pensé que hablaríamos algo, que tendríamos que hablar algo antes de... Aunque tampoco tenía claro sobre qué podríamos hablar. Porque, en realidad, creo que ninguno de los dos tenía el menor interés en hablar. Afortunadamente, la realidad es siempre más fácil que todas las situaciones que nuestra cabeza pueda imaginar. Ha sido verme desnuda, delante de ti, y sí, ahí está tu cara de pervertido, tu intento de sonrisa, tu brillo en los ojos. Te quitas la camisa y te abres el cinturón. Con dos movimientos de los pies te sacas los zapatos, y dejas caer el vaquero. No ha costado nada, ha sido todo natural, una respuesta casi automática.

 

Es realmente impresionante. El jovencito de la playa y las primeras fotos que me enviaste se ha convertido en todo un hombre. Se te notan las horas de gimnasio: estás alto, estás grande, estás fuerte. Estás buenísimo. Y, como yo, muy, muy caliente. No pierdes el tiempo e, inmediatamente, me envuelves en tus musculosos brazos, mientras tu lengua saquea la boca de tu Lau. Tiro de ti, nos besamos frenéticamente, desesperados por estar más y más cerca el uno del otro. Hasta que, después de casi media hora de morrearnos, te separas, tomando aire, y te pones de pie, tirando de mí.

- Agáchate – me dices.

 

Sin siquiera pensar en replicar, me arrodillo delante de ti, de forma sumisa; y eso me hace sentir rara, normalmente no soy así salvo con quien debo serlo, pero para mi asombro me encuentro deseando seguir en esa posición, humillada, eternamente. Quizás después de todo siempre he querido ser tu esclava. Me quedo embobada mirando tu enormidad dentro de tus boxer negros, totalmente deformados al tenerla completamente arriba... recuerdo el primer recuerdo que tengo de ti desnudo, exactamente así, no tan empalmado pero amenazando, y con unos boxer casi idénticos a los que llevas. Como entonces, tus grandes huevos hinchando toda la parte del paquete, entre tus piernas, mientras el cipote hinchado, duro, se te dispara bajo la tela oscura hasta la cintura y más allá, con la punta levantando el lateral de esa prenda que estoy soñando con quitarte a mordiscos. Muero de deseo...

 

Entonces, con firmeza, tu mano izquierda, de dedos largos y firmes, sudorosos, me toma decidida la cara, tirando de mi barbilla hacia arriba. Tus ojos brillantes se clavan en lo míos. Te relames, viendo como mis ojos se humedecen de deseo por ti:

– Aquí estoy frente a ti, ¿Hay algo que desees hacerme? – Yo asiento, incrédula de que seas capaz de manejar la situación con tanta soltura. Me gusta. Y mucho... – Pues bien, pequeña, hazlo.

 

Eso es todo lo que necesitaba. Tomo tu verga entre mis manos. ¡Por dios, es tan grande que mis manos parecen demasiado pequeñas en comparación, incapaces de rodearlo todo! Eres tú, nuevamente, el que decide que tus calzoncillos ya están sobrando. Te los bajas rápidamente y, cuando te incorporas, la bestia que tienes entre las piernas se bambolea ante mi, amenazando con partirme la cara de un pollazo. Larga, dura, orgullosa. La tienes tan dura que se te pone totalmente perpendicular al cuerpo, completamente levantada. Descapullada y húmeda, con un ácido olor penetrante a sudor, a juventud, a sexo. A deseo.

 

Con las yemas de mis dedos, sigo el camino de las hinchadas venas, bien cargadas de sangre para levantar tan tremendo tronco, hasta que alcanzo el final y puedo masajearte las bolas.

- Tu mano es delicada – me dices con la voz ronca.

No te presto atención, pues en ese momento estoy explorando tu sensible cabeza, justo cuando de ella una pequeñísima gota de placer se te escapa. Atrapo tu mirada, y con una perversa sonrisa me inclino para lamer el semen.

- Hmm… – no puedo evitar gemir, pues tu sabor es pura delicia.

 

Como si fuera una gata hambrienta, lo introduzco completamente en la boca. Apenas comienzo a chupártelo cuando me detienes.

-Con calma pequeña, usa más la lengua y menos los dientes.

Asiento y vuelvo a intentarlo, obediente. Esta vez mi lengua es la encargada de acariciar la dura verga, mientras que mis manos aprietan suavemente los testículos.

- Méteme lo más profundo que puedas – me indicas. Dudo, pero al final te obedezco. La tuya, obviamente, no va a ser de las fáciles. No me asombro al descubrir que la punta de tu verga toca mi campanilla. Tampoco cuando sigue entrando aún más allá. Tú, en cambio, por el grito contenido que se te atraganta en la boca y el leve temblor de tu cuerpo, sí que te has sorprendido. Jamás te habían hecho nada parecido. Pero eso ya lo sabía yo; precisamente para eso he venido, para hacerte todo eso que nadie te había podido hacer jamás...

- Bien – dices con la voz ahogada – ahora traga. – Sin poder contenerte, me sujetas de la nuca y comienzas a embestir contra ella. Naturalmente, no es la primera vez que paso por algo así, y estaba preparada para ello, convencida de que antes o después lo acabarías haciendo. Afortunadamente porque, de no ser así, podías haberme partido la tráquea... pero tu verga entra limpia en mi boca y en mi garganta, por lo que no me cuesta permitirte de buen agrado que me folles la boca. ¡Es delicioso!

 

Colocando mis manos en tus caderas, comienzo a seguir el ritmo de tus embestidas. Apenas han pasado unos minutos cuando te tensas y, con un movimiento brusco, sales de mí pero, con determinación, tomo tu enorme polla y vuelvo a metérmela en la boca, justo a tiempo para recibir toda la leche. Suavemente lo succiono hasta dejarte completamente seco.

 

Me separo de ti, relamiéndome aún y limpiándome el semen que rebosa a borbotones de mis labios, pringándome entera. Pero, como esperaba, tú no has acabado aún conmigo... Me atrapas contra el suelo, te sientas a horcajadas sobre mis caderas atrapándome las manos. Nunca pensé que tuvieras cuerpo suficiente aún como para hacerme eso, pero eres realmente grande y fuerte. Además, estoy en un dilema: una parte de mí quiere destrozarte a base de ser yo la que te folle sin contemplaciones, para darte la lección que todo jovencito debería tener; otra parte está asombrada por tu osadía... y una más quiere ser sometida por ti...

 

Con una lujuriosa sonrisa, me echas sobre tu hombro, como si no pesara nada e, ignorando mis protestas, me dejas caer sobre la cama y me amarras de las muñecas al cabecero, aprovechando el cinturón de tu pantalón que has recogido del suelo. Esto sí que no podía imaginarlo, que fueras capaz siquiera de pensar en hacerme algo así... ¡Y te aseguro que no puede complacerme más!

 

Me has colocado en una posición nada ventajosa para mi, dejándome con el culo al aire. Pero para ti sí mi cuerpo que queda francamente a tu favor... Al principio pienso que sólo me follarás, pero al ver que tardas en tocarme, ya no estoy tan segura. Noto un ruido suave, que no puede ser otra cosa que tu nariz olisqueando. Siento tu aliento caliente en mi coño, en mi culo. Me estás oliendo. Por un momento, me pongo nerviosa.

-Joder, suéltame – no me esmero en quejarme, en el fondo estoy más que encantada de que me uses y juegues así conmigo. Me has atado demasiado fuerte, mis muñecas empiezan a perder sensibilidad, cuando vuelvo a notarte... No te puedo ver, pero puedo escucharte moviéndote a mi alrededor.

-¿Qué estas haciendo? – Nuevamente me ignoras – ¡Joder, dime qué coño estás haciendo! - El silencio es tu única respuesta. Siendo sincera conmigo misma, acepto que lo único que me molesta es que me ignores; no siento miedo por lo que sea que estés planeando. Es más, me siento excitada al pensar en los juegos que puedes estar planeando. Esto promete mucho más de lo que imaginaba...

 

Tu mano comienza a acariciar mi espalda, prendiendo en mí un voraz fuego. Comienzo a retorcerme, cuando de la nada una tela húmeda de sudor me ciega. Me acabas de vendar los ojos con tu camisa.

- ¡No te atrevas! - te digo, más por continuar el protocolo de las quejas que por otra cosa. Tu inesperada osadía me está poniendo a mil. Imagino tu excitación ahora, tu sensación de poder y de deseo al tenerme atada, sometida a ti, a cuatro patas sobre la cama, sólo para tus ojos. Toda tuya. No puedo moverme ni puedo ver lo que me harás. Pero te imagino con tu carita de pervertido, más salido que nunca, completamente cachondo y con una enorme sonrisa lobuna, mientras me azotas el culo con la palma abierta de tu mano. Demasiado fuerte como para no haber deseado hacerlo con todas tus fuerzas. Noto como me mojo irremediablemente con cada golpe, de lo cachonda que me pone. Después, acaricias mis generosas nalgas groseramente, antes de inclinarte para tomar un pezón entre tus dedos. Los tengo completamente disparados y duros como rocas. Un gruñido sale de mi garganta, que se convierte en grito cuando noto cómo me pellizcas el pezón sin compasión.

- ¿Qué haces? – Pregunto, y tu única respuesta son un par de azotes más. Imagino que se te ha debido de ir la cabeza con la peli esa de las cincuenta sombras... en fin, si tu supieras lo mucho que ha gozado este cuerpo con cosas mucho peores... Siento otro pinchazo en el otro pezón. Vas tirando de uno y otro, hinchados, ardientes, como si fuera un animal y me estuvieras ordeñando. Juegas con mi cuerpo lo que quieres, tanto que pierdo la noción del tiempo, no sé cuánto ha pasado. Mis muñecas ya están completamente insensibles; las rodillas, aunque apoyadas en el suave colchón, me arden; la ceguera en la que me tienes empieza a molestarme, y lo que más me frustra es que me has excitado para dejarme así… ¡no sé por cuánto tiempo! Me has dejado los pezones tan machacados que ya ni los siento, y muero porque me folles de una puta vez. Alucino con lo que estás siendo capaz de aguantar con el calentón tan brutal que traías, por mucho que te hayas corrido ya una vez.

 

Al fin, oigo de nuevo tu voz, rasposa, seca:

- ¿Cómo estás? - No esperas mi respuesta. Me vuelves a azotar el culo con la mano. Estoy aún pensando si contestarte, cuando al instante siguiente siento de nuevo tu aliento pegado a mi coño mojado... esta vez sí que estoy húmeda de verdad, puedo notar como el moco espeso me desborda por los labios y me chorrea por los muslos. Toda la habitación está envuelta en el pringoso olor de mi coño. Esta vez tú no resistes más, te mueres por probarme... noto la punta de tu lengua, afilada, caliente, meterse en mi raja y recorrerme de abajo a arriba, separando mis labios, que se desbordan empapados a ambos lados de mi vulva, recogiendo mis fluidos en tu boca mientras me abres separando mis nalgas con tus fuertes y ávidas manos. Deslizas tu lengua por mi interior muy despacio, sólo la puntita, lo justo para ir limpiando mi sexo, aunque nada más pasar tú, noto cómo en seguida me vuelvo a encharcar y a gotear... abandonas lo más negro, lo más oscuro, el agujero de mi vagina que se hunde en lo más profundo de mi cuerpo, y sigues recorriendo muy despacio los pliegues de mis labios y continúas por la raja húmeda de sudor que separa mis nalgas, hasta llegar al agujero de mi culo, donde clavas con deleite la punta de tu afilada y babeante lengua... Me doy cuenta de que me estoy ahogando, llevo un rato conteniendo la respiración para no gritar, y me falta el aliento. Estoy convencida de que me vas a follar ya, o a comerme el coño como si fueras un auténtico animal devorando a su presa. O, al menos, eso es lo que deseo que hagas....

 

Pero otra vez vuelves a sorprenderme. Te siento deslizarte por debajo de mi cuerpo. ¡Joder!, sentir tu duro cuerpo entre mis piernas me hace mojarme, todavía más, al instante. Me siento chorreando como un grifo abierto.

- Déjame ver esos preciosos y enormes pezones tuyos, Laurita. - Eres un cabrón. Me los has dejado tan sensibles que, con solo el rozar de tus dedos, me haces correrme. Increíble, absolutamente increíble... jamás te hubiera pensado capaz de algo semejante. Tú lo notas, y aprovechas tu momento de mayor ventaja para desatarme, tomándome por las muñecas y soltando tu cinturón apretado. Desfallecida, al instante caigo sobre ti, convulsionando de placer, mientras sigues estrujando fuerte mis tetas y pezones, aún doloridos e hipersensibles. Quiero gritarte, pero no puedo hacerlo por la forma en que me estás masajeando las tetas. Tu húmeda boca toma posesión de uno de mis pechos y tu lengua comienza a juguetear, lamer y apretar mi pezón.

 

Tú ríes cuando sientes mi cuerpo aflojarse… soy consciente de que mi cara es incapaz de ocultar el placer que estoy recibiendo. El placer y el ansia. El deseo máximo. Mi monte de Venus está goteante, esperando impaciente que le atiendas. Lentamente separas los pliegues de mi coño y hundes tres de tus largos dedos en el estrecho canal de tu vencida Laurita. Gimo al sentir la invasión, desesperada por volver a acabar, y para ello comienzo a frotarme contra tus dedos, mientras tú sigues lamiendo mi pezón, que siento brutalmente hinchado: la erección de mis pezones demuestra la excitación tan descomunal que siento... tu lengua no deja de lamerlo, apretarlo…

 

Oigo tu respiración, pero no puedo verte, por lo que intento quitarme la venda de los ojos, pero no me lo permites.

- No puedes quitártela – dices deteniendo las caricias – si te la quitas pararé todo, y lo único que conseguiremos los dos será una ducha fría. - No te creo, pero tampoco me dejas opción. Haces un movimiento rápido con tu fuertes brazos girándonos a ambos, dejándome atrapada entre el colchón y tu duro y pesado cuerpo musculado.

- Rodea mi cintura con tus piernas, - me ordenas. Perdida en el placer, obedezco sin replicar. -¿Sientes lo duro que estoy? – Mi respuesta es un suave gemido. Te aprieto más entre mis piernas y te atraigo más hacia mí, pues en esa posición puedo sentir tu erección golpeando mi clítoris.

– Vamos, ¡fóllame! – digo molesta al sentirte inmóvil.

- Olvídate de eso y concéntrate en sentir. - Nuevamente me dejas sin opción a reaccionar cuando me abres mis húmedos labios vaginales, dejando que la punta de tu verga se hunda en mi coño hirviendo. Sólo la punta. No puedo más que jadear en busca de aire al sentir como la punta de tu polla me penetra.

- ¿Puedes sentirme? – Asiento – Imagina que estoy ya profundamente enterrado en ti, imagina que llevamos toda nuestra vida juntos, follando como deseas...

 

Si en algún momento había odiado la venda que me tiene ciega, eso ya ha pasado, pues ahora la amo. Al no poder verte, sólo me queda la opción de hacer lo que me pides. Pensar en ti. En ti follándome a mí, desde siempre, para siempre, eternamente. Y, ¡bendita imaginación!: apenas una embestida y vuelvo a correrme.

-Eso es, preciosa – me animas, mientras ¡por fin! te pones en movimiento embistiendo con toda tu verga en lo más profundo de mí, una y otra vez, con toda la fiereza de que eres capaz. Estoy tan abierta y mojada que me abres como un cuchillo caliente clavándose en un trozo de mantequilla.

 

Cuando mi cuerpo deja de estremecerse después de varios orgasmos encadenados, te incorporas de la cama y, aún sin quitarme la venda de los ojos, me ayudas a arrodillarme.

- ¿Estas muy cansada? – todavía convulsionando, en estado orgásmico, logro menear la cabeza "no sueñes con parar ahora, cabrón" pienso para mí. – Bien, me alegro porque, como comprenderás, tenemos que disfrutar como nunca de esta noche tan especial para nosotros... Siento la cama hundirse a mi lado y al instante siguiente tus fuertes manos acarician mis muslos. Tomas mis manos entre las tuyas y las llevas a mis tetas. Me sorprendo.

- Prefiero que tú las acaricies – te confieso. Tú ríes, satisfecho. – Yo también lo prefiero así, pero ahora te enseñaré otra cosa, cariño.

 

Siento que bajas de la cama. Estoy a punto de hablar: quiero recuperar al menos parte de la iniciativa, no entiendo cómo has conseguido dejarme totalmente sometida a tu voluntad... aunque reconozco que me complace enormemente que esté siendo así.  Pero no he llegado más que a separar mis labios resecos cuando noto algo duro y suave deslizarse entre mis tetas.

- Frota tus preciosa tetazas contra mí, Laurita. - Te obedezco sin rechistar. Con lentitud, comienzo a masajearte la verga con mis pechos.  Te escucho jadear hondamente frente a mí. Sé lo que quieres, así que aprieto más mis tetas, empiezo a soltar baba en mi canalillo para lubricarlo  y continúo con el masaje: no te has corrido al follarme, y ahora me muero por sentir toda tu leche caliente sobre mi cuerpo... Al rato, tú colocas tus manos sobre las mías y juntos conseguimos un ritmo deliciosamente perverso. Extasiada, acelero el ritmo y escucho un largo gemido brotar de lo hondo de tu masculino cuerpo.  Sonrío feliz, sabiendo que soy la causa de tu placer.

- Córrete. ¡Córrete!, déjame sentir tu leche entre mis tetas...

 

Mientras sigo frotándote, estiras y retuerces mis pezones estirados, los aprietas fuerte, ruges, y entonces siento un cálido líquido en mi boca, en mis mejillas, entre mis tetas y, sin poder remediarlo, mientras los borbotones de esperma me empapan cálidamente la piel, mojo la cama de placer y éxtasis entre tremendas convulsiones. Torpemente me quitas de la cara la venda que me has hecho con tu camisa. Estás sudoroso y tienes la cara de un demente mirándome. Tu polla, aun palpitante y totalmente empalmada, sigue escupiendo los últimos goterones de lefa espesa.

- Mírate, ¡mírate preciosa! pareces toda una zorra… - ríes mientras me ves mirar alucinada mis tetas regadas por completo con tu semen, que esparzo golosa por todo mi cuerpo… siento el pringue resbalando por mi cara, así que saco la lengua y me relamo. Tengo la cara también empapada de ti, y así vuelvo a probar tu sabor más íntimo, y eso me pone tan cachonda que me vuelvo a encender al momento. Tú también sigues con ganas de mí, se te nota en cómo me miras relamer los restos de lefa que me quedan por manos y cara. Con tus manos me acaricias las mejillas, la boca y la barbilla para acabar de limpiarme. Al hacerlo, tu polla dura me golpea en la barbilla, volviendo a mancharme, porque todavía goteas.

- Estás muy cachondo mi amor…

- Sí, Laurita… mira como me pones, joder…

- Quiero que me vuelvas a follar… quiero follar contigo toda la noche, una y otra vez, quiero que te corras dentro de mí…

 

No me dejas acabar y te agachas para comerme la boca con fiereza, mientras me agarras la cara entre tus manos, apretando como si me quisieras reventar el cráneo. Tu lengua me recorre toda la cara, me taladra, me empapa otra vez la cara de ti, siento tu saliva ácida quemando mi piel mientras a mordiscos tratas de arrancarme los labios. Mientras lo haces, tu enorme rabo tieso se golpea una y otra vez contra nuestros cuerpos, y me haces notar las continuas embestidas de tu capullo desnudo, caliente y mojado.

- Primero tendrás que limpiármela - me dices echándote súbitamente para atrás. Me has dejado con la boca abierta en medio de un beso. Siento tus babas mezcladas con la mías resbalando desde mi boca sobre mis tetas y muslos, justo antes de que me vuelvas a meter medio rabo dentro. Te paro con las manos, pero sigues empujando, y yo sigo sentada y tu de pie, en clara ventaja física frente a mí, así que te vuelvo a dejar entrar. Me cabalgas de nuevo a tu antojo, aferrándome la cabeza y embistiéndome sin piedad una y otra vez mientras me llamas puta hasta correrte. Sólo cuando te estás doblando de placer en medio de otra extraordinaria eyaculación puedo separarte lo justo como para recibir tu fruto en la boca y no directamente en la garganta. El semen me empieza a escapar por las comisuras de los labios, incapaz de aguantarlo todo dentro. El sonido de mi boca mamándote sin parar en medio de tu corrida es tan excitante… Te miro a la cara mientras te sigues corriendo en mi boca, alucinando de ver la punta de tu polla deformando mis mejillas, mientras no dejo de lamer y chupar, ni de masturbarte y masajearte las bolas en todo momento.

 

Sólo al cabo de mucho rato te dejo escapar por fin. Te he relamido el rabo de tal manera que está totalmente limpio y brillante. La sigues teniendo totalmente arriba, pero se te nota cansado, resoplando. Tu última corrida ha sido muy intensa. Tiro de ti e, incapaz de reaccionar, caes sobre la cama. Yo me aparto justo a tiempo para no quedar debajo tuyo y, cuando te revuelves para quedar tumbado boca arriba sobre el colchón, te encuentras conmigo sentada sobre tu abdomen. Estoy muy abierta, y el contacto con tu musculado torso y tus abdominales me pone súper caliente. Puedes sentir mi humedad esparciéndose sobre tu cuerpo a medida que restriego la vulva por encima tuyo. Siento tu polla dura en mi culo, en mi espalda, y echo las manos atrás para agarrártela y frotarla contra mí, masturbándote por detrás. Tú te dejas hacer, y me miras complacido cuando te digo:

- Ahora voy a ser yo la que te folle, mi niño, quiero sentirte bien dentro, quiero que te corras dentro de mí, quiero cabalgarte y hacer de ti un verdadero hombre… - sonríes mientras me ves elevarme, buscando tu sexo con las manos y colocándolo apuntando a mi entrada, frotarme sobre ti contoneando las caderas, abrirme para ti e ir bajando poco a poco para empalarme en tu lanza, arqueando la espalda y gritando de puro placer… Totalmente clavada en ti, me inclino sobre tu cara, cubriéndote con mi pelo negro y comiéndote a besos. Antes de empezar a follarte, te digo entre gemidos:

- Y, cuando acabe de follarte, quiero que me vuelvas a tomar una y otra vez Adri, quiero que sigamos follando toda la noche hasta caer rendidos, hasta que ninguno de los dos pueda más. Esta noche quiero dormirme en tus brazos, quiero pasar la noche entera contigo dentro de mí…

 

Mi cuerpo empieza a moverse y los dos empezamos a gritar…

 

La noche es larga, y los dos acabaremos cumpliendo en ella nuestros deseos más oscuros.