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Renacer - Parte 1: La piscina

en Sexo con maduras

Este relato es la revisión de un texto que publiqué con anterioridad y que posteriormente eliminé. Esa historia contenía errores gramaticales, ortográficos y argumentales que he intentado corregir en esta nueva versión.

LA PISCINA

Hubo un verano que marcó un antes y un después en mi vida. Fue un punto de inflexión en mi relación de pareja. Ese verano me cambió por completo y también transformó a mi marido y sobre todo a la forma de entender y disfrutar de nuestra sexualidad. Pero antes de empezar, déjenme ponerlo todo en contexto. Por aquel entonces era una mujer de 49 años de Barcelona. Maestra de profesión. Llevaba 25 años casada y tenía dos hijos, uno de 24 y otro de 18. Era una mujer directa, discreta, torpe y educada que había dedicado gran parte de su vida a la familia. Una persona que siempre estaba hablando y que tenía gran facilidad para meter la pata.

A medida que me hacía mayor el trabajo me dejaba cada vez más agotada, el curso escolar se me hacía larguísimo. Por no decir que Barcelona me hartaba. No es que esa bonita ciudad no me gustase, pero me cansaba. Por suerte llegaban los meses de vacaciones y podía desconectar. Así que, como siempre, pasé prácticamente todas esas semanas en el chalet que tenemos en la playa, cerca de Tarragona. Mi marido apenas tuvo unos quince días de vacaciones y solo venía los fines de semana. Mi hijo mayor estaba en Londres buscándose la vida. Por lo que se podría decir que pasé gran parte de ese verano con mi hijo menor en el chalet.

Cada día seguía la misma rutina. De buena mañana, con los primeros rayos de sol, me levantaba y me ponía el bikini debajo y la ropa de deporte encima. Dependiendo de las ganas, salía a correr o andar. Aunque casi siempre me conformaba con andar una hora. Después iba a la playa y, antes de que se llenase de gente, me daba un baño y volvía a casa. Durante el resto de la mañana limpiaba y preparaba la comida que después compartía con mi hijo. Ese era el único momento del día que nos veíamos y charlábamos con tranquilidad. Por la tarde, después de la siesta, bajaba a la pequeña piscina que teníamos en el jardín. Allí tomaba el sol y me bronceaba. Al atardecer salía con mis amigas a tomar algo, al cine o a cenar.

Con mi hijo apenas compartíamos momentos. Se pasaba las mañanas enteras durmiendo. Comíamos juntos y después siempre iba a la playa con los amigos o se los traía a casa para jugar a los videojuegos. Por las noches salían de fiesta casi siempre.

El verano parecía avanzar en la más absoluta normalidad hasta que un día, por la tarde, empezó todo. Estando en la piscina tomando el sol, escuché un ruido detrás de los arbustos que rodeaban la zona del jardín. Me giré y me pareció ver como si algo se moviera. Me levanté de la tumbona y fui detrás de los arbustos. No había nadie pero encontré una colilla humeando en el suelo. Mi hijo y sus amigos estaban jugando a la videoconsola y al menos un par de ellos fumaban. Tenían completamente prohibido fumar dentro, así que cada cierto tiempo alguno salía a fumar fuera. Estaba claro que algún amigo suyo había dado un paseo hasta la parte de atrás de la casa y me había visto tomar el sol. La verdad es que no le di más importancia y, aunque me cabreó ver el cigarrillo en medio del césped, preferí evitarles la bronca. No me gustaba que me vieran como una gruñona.

Lo que tenía que quedar en una anécdota se repetía cada tarde. De repente, no sé si medio paranoica, me sentía observada mientras tomaba el sol o nadaba. No puedo decir que me molestara, no era esa la sensación, era más bien nerviosismo. Incluso podría decir que, con el paso de los días, ese nerviosismo me fue gustando.

Algún amigo de mi hijo me estaba espiando a diario, no había dudas. El problema era que no sabía quién era de todos ellos. Mi imaginación empezó a trabajar de forma espontánea con Manu como protagonista. Manu era un jovencito, dos años mayor que mi hijo, que ni estudiaba ni trabajaba, aunque tampoco lo necesitaba. Era el hijo único de un matrimonio muy adinerado. Iba de playboy perdonavidas y resultaba un tanto insoportable y pedante, pero por otro lado era físicamente irresistible: alto, atractivo, manos enormes, ojos claros, sonrisa perfecta, mirada inquietante...

No sabía que me pasaba, estaba muy descolocada. Echando la mirada atrás, creo que mi deseo sexual había desaparecido hacía muchos años. Después de los dos hijos, con el trabajo, la hipoteca, la familia y la maldita rutina, la vida sexual entre mi marido y yo casi se había esfumado. Apenas lo hacíamos, de una forma mecánica, una vez cada dos o tres semanas. Puedo decir que, en ese sentido, no me sentía demasiado deseada. Aunque eso no quita que me sintiera muy querida por toda mi familia. Creo que simplemente el sexo y el deseo se habían desvanecido. Sabía que le gustaba a mi marido y sabía que me era fiel, pero supongo que esa rutina nos había absorbido. Es cierto también que alguna vez, alguna noche loca, lo habíamos hecho con más pasión de lo habitual. Pero tampoco era nada que no hiciera cualquier otra pareja del mundo. Y de repente, me encontraba imaginándome que un chico, que además era un amigo de mi hijo, me estaba observando mientras tomaba el sol. Creo que podría afirmar que durante esos momentos en la piscina estaba excitada. También es verdad que después, dentro de casa otra vez, me sentía fatal por haberme imaginado cosas como esas. Yo, una mujer de mi edad... Y lo peor de todo, escondiendo esos pensamientos a mi marido.

Por mucho que me sorprendiera, cada tarde sucedía lo mismo. Algún movimiento en un arbusto, alguna colilla en el suelo y yo extrañamente excitada tomando el sol. Hasta que llegó el último día de julio. Al día siguiente, por la mañana, mi hijo y yo teníamos que regresar a Barcelona. Mi marido empezaba vacaciones y nos íbamos una semana a París, los dos solos. Y claro está, bajo ningún concepto iba a dejar a mi hijo tanto tiempo a solas en una casa como esa.

Llegó la hora indicada después de la siesta y decidí bajar a la piscina. Mi hijo y sus amigos llevaban un buen rato jugando a los videojuegos. Ese día, no sé muy bien el motivo, introduje un pequeño cambio. Puse la tumbona justo al otro lado de la piscina, cerca de los arbustos donde cada día se escondía el supuesto mirón. Y ahí estaba yo, tumbada, tostándome bajo el sol, cuando escuché un ruido entre las plantas. "Ha llegado mi admirador", pensé. "Hoy me observarás de cerca". Decidí respirar hondo y relajarme. Me quedé inmóvil, esperando que el sujeto disfrutase de las vistas. Pasados unos minutos me di un baño. Despacio fui a la piscina, me sumergí por completo y volví empapada a la toalla. Me puse las gafas de sol y me tumbé boca a bajo para broncearme la espalda. Apenas un par de minutos después, un ruido y un grito me sobresaltaron. Era la puerta de casa y mi hijo gritando que se iban. El juego había terminado.

Cogí el libro que tenía en el césped y me puse a leer un rato. O al menos a intentarlo. El caso es que esa sensación rara de excitación no me abandonaba. Cada poco rato me descubría a mi misma pensando en otras cosas en lugar de estar leyendo. No estaba concentrada en la lectura, no podía leer con la mente ocupada en otros asuntos. Sentía calor. "A la mierda", pensé. Fue como si el morbo se apoderara de mi y me dejara sin control. Sin reflexionar me quité la parte de arriba del bikini y la tiré al césped. Acababa de decidir hacer topless por primera vez en mi vida. Jamás lo había hecho antes, ni estando sola en casa. Siempre había sido una mujer reservada en este aspecto, pero esa tarde me sentía bien conmigo misma, me sentía atrevida. Quizás, para cualquier otra mujer, una acción tan simple como esa fuera algo habitual, pero en ese momento para mí significó un pequeño acto de reafirmación y osadía. Saqué la crema solar y puse un poco en unos pechos que estaban de un blanco nuclear que podrían haber dejado ciego a cualquiera. El bronceado de mi cuerpo, en contraste con mis pechos blancos, parecía dibujar un bikini perfecto en mi piel. A medida que había madurado me había ido sintiendo más orgullosa de mis pechos. No habían sido nunca grandes, ni mucho menos. Mi marido siempre había dicho que eran del tamaño perfecto. Tampoco tenían esa firmeza de hace treinta años pero habían aguantado con honor el efecto de la gravedad. Y, después de haber dado el pecho a dos niños, habían quedado mucho más blandos pero también había ganado una talla. Allí estaba con mis aureolas pequeñas y rosadas y mis pezones duros y saltones. Recuerdo también que, de jovencita, esos pezones me habían acomplejado mucho porque siempre se marcaban. Nunca me atrevía a ir sin sujetador, ni en casa. Por suerte, con la edad, fui superando esa incomodidad aunque no lo suficiente como, por ejemplo, para hacer topless. Hasta ese día.

Estuve unos minutos tomando el sol, después nadé un poco y volví a tumbarme. No tengo claro cuantos minutos pasé relajada pero un ruido me despertó. Había perdido la noción del tiempo por completo. Miré a mi alrededor. No había nadie.

EL COBERTIZO

Me levanté y fui a ponerme otra vez la parte de arriba del bikini, pero no estaba en ningún sitio. "Qué raro. ¿Dónde lo he metido? ¿Puedo ser tan despistada como para perder algo estando sola en la piscina? De buen seguro mi marido se echaría unas risas si lo supiera". Recogí la tumbona y la llevé al cobertizo que tenemos en el jardín. Además de ser el sitio donde guardamos las herramientas y el cortacésped, disponemos de un baño con una pequeña lavadora y una ducha. Resulta muy útil para evitar tener que subir al chalet cuando estás en la piscina. Después de tomar el sol siempre me daba una duchita y subía a casa ya vestida. Así iba a hacerlo cuando, por sorpresa, vi una sombra moverse en la ventana del cobertizo. Grité del susto que me pegué y seguidamente escuché un estruendo proviniente de fuera. Fui rápidamente al armario donde guardo ropa y toallas y me puse la primera camiseta que encontré. Salí corriendo y di la vuelta al cobertizo. Allí en el suelo encontré a Jorge, un amigo de mi hijo. Había subido a un cubo para llegar a la ventana y había caído. Estaba tirado en el suelo con un corte enorme en la pierna. Llevaba un bañador verde largo hasta las rodillas y una camiseta azul enorme. También llevaba unas chanclas, que intentaba ponerse sin éxito, y un pequeño bolso de color negro. Recuerdo que mi hijo siempre comentaba sobre él que era un muchacho muy tímido y con muchos complejos provocados por sus constantes problemas de peso.

- Pero por Dios, ¿te has hecho daño?

- No, no, yo... Yo, es que... No, no, estoy bien - dijo intentando levantarse. Le dolía tanto que no pudo.

- Déjame ayudarte - le di una mano y con la otra le agarré el brazo y le ayudé a levantarse. Pesaba una barbaridad. Por poco no nos fuimos al suelo los dos. Era un chico más bien bajito, no creo que me sacase más de un par o tres de centímetros, pero debía pesar 90 Kg como mínimo. Casi no podía ni andar - Ven, entra un segundo en el cobertizo que hay un botiquín de primeros auxilios y te curaré la herida.

- No, no, no hace falta, estoy bien - dijo cuando al apoyar la pierna herida casi volvió a caer.

- Vamos, entra, ven.

Le acompañé dentro y se sentó como pudo en la tumbona. Fui a buscar el botiquín, me arrodillé a su lado y empecé a limpiarle la herida.

- A ver Jorge, ¿me dirás que estabas haciendo? - quería mostrarme indignada y cabreada aunque también me sentía fatal. Había puesto la tumbona al otro lado de la piscina con toda la intención de provocar y esa era una consecuencia directa de mi acto.

- Yo, nada, señora, de verdad.

- ¡Como me llames señora te voy a cortar la otra pierna!

- Ay, lo siento, señora... Digo, ufff, mmmm, perdona. - Respondió tembloroso, nervioso y sudando.

- ¿Pero no os habíais ido?

- Bueno, sí, pero yo...

- ¿Tú qué?

- Yo... Es que... Es que bueno... Estaba espiándola, lo siento mucho, de verdad, no quería, yo, lo siento mucho, no se lo diga a su hijo ni a mi madre.

- Mira, tengo claro que se lo diré como me sigas tratando de usted. - Por suerte apenas conocía a su madre. Me sentía aliviada de que no fuera cualquier otro chico con cuya madre tenía mucho más contacto. Creo que solo había coincidido con sus padres un par de veces.

- Ay sí, perdona, yo, es que... Bueno, de verdad, de verdad, yo, bueno, nosotros, sabes, íbamos a la playa y entonces he hecho como si mi madre me mandara un mensaje. Les he dicho que tenía que irme, que mi madre me había dicho de volver. En realidad lo que he hecho, cuando han girado la esquina, es volver a entrar y bueno... ¡AY!.

- Uy perdona, ¿te duele?

- No, no.

- ¿Y estabas espiándome?

- Sí - asintió ruborizado.

No sabía como debía sentirme. En mi mente había un choque de pensamientos. Por un lado me sentía despreciable. Era una mujer madura, seria y responsable. Era una mujer casada, fiel y respetable. Y había participado, voluntariamente, de un juego con un chico que podría ser mi hijo. De hecho, era un gran amigo de mi hijo. Había tenido pensamientos impuros y mi marido no sabía nada de ello. Pero por otro lado, me sentía deseada de una manera que ni recordaba. Era como si volviera a estar viva. Y a pesar de saber que no era correcto bajo mi prisma ético, la sensación me encantaba.

- ¿Me habías espiado otras veces?

- Si, llevo todo el verano espiando detrás de los arbustos.

- ¿Así que eras tú? - Mi "yo" atrevida se sintió exultante al saber que era cierto. Tenía la confirmación que un jovencito me estaba espiando. No era Manu, pero era real. Un chico joven me había espiado tomando el sol.

- Sí.

- A ver, voy a vendarte un poco la pierna y si mañana te duele vas al médico, ¿vale? - Y al terminar la frase, subí mi mirada para esperar su muestra de conformidad. Le pillé echando un vistazo al escote enorme que, estando agachada, formaba la vieja y holgada camiseta. Instintivamente puse una mano en mi pecho, como queriendo tapar las vistas. Él apreció mi acto reflejo y bajó la mirada al suelo poniéndose todavía más colorado, si es que era posible. El pobre chico estaba sudando a mares y las manos le temblaban.

- Sí, sí, lo haré - me respondió avergonzado.

- ¿Y por qué me espías? - coño, esa pregunta había salido sin pensar. Qué respuesta esperaba...

- Yo bueno, yo, es que... Bufff... Es que eres tú, muy así, ya sabes. Yo, es que... Bueno, siempre le hacemos bromas a tu hijo sobre lo atractiva que eres, sabes, bueno.

- ¿Yo? JAJAJAJAJA. - me salió una risa sincera, de corazón. La verdad es que hacía décadas que no me veía a mi misma como una mujer capaz de excitar a un hombre y menos a jovencitos. Quizás fuera cierto que todavía conservaba un buen cuerpo. Mi culo era más grande que cuando tenía 20 años. Tenía un poco de barriguita y un poco de celulitis, pero supongo que sí, qué demonios, estaba de buen ver. Estaba teniendo un subidón espectacular de autoestima.

- Pues sí, joder si Manu que se las folla a todas dice que estás buena.

- Oye, ¡ese vocabulario! - Aunque me encantó que dijera eso. Manu también creía que estaba "buena". La adrenalina se disparaba.

- Perdona, lo siento. - Me dijo visiblemente afligido.

- ¿Pero no sabes que hay una cámara en la piscina? - Era cierto que había una cámara que enfocaba a la puerta del jardín que daba a la calle trasera. Pero esa cámara era imposible que enfocara la zona de los arbustos, se veía la piscina y poco más. Como él no lo sabía, jugué con ese detalle para asustarle un poco y que así aprendiera la lección.

- ¿Una cámara? ¿En serio? - Su rostro se apagó al instante.

- Sí, enfoca toda la zona de la piscina. Imagínate que a mi marido le da por repasar la grabación de esta tarde...

- No, no joda, digo, no, lo siento. Yo no... - el chico estaba muy asustado.

- A ver, cálmate, cálmate.

- No es qué, verás...

- ¿Qué tengo que ver?

- Joder que idiota soy - y se pegó un golpe en la frente con la palma de la mano.

- A ver Jorge, tranquilízate por favor.

- Es que no lo entiendes...

- Si no me lo explicas está claro que no lo entenderé.

- Es que pensarás que soy un salido o algo así.

- A ver, cuéntame lo que me tengas que contar, que me estás asustando.

- Es que bueno, yo, cada día te he estado espiando pero hoy, es que estabas tan cerca, que me he excitado mucho. Yo solo espiaba y nada más. Pero hoy... Hoy sabía que no había nadie más en casa... Y estabas tan cerca de los arbustos. Que bueno... Mientras espiaba me... Me hacía una paja.

En ese momento quedé completamente desarmada. No sabía como debía reaccionar. Estaba seria, rígida, paralizada. Todo esto me estaba superando, si no me había superado ya. Él iba hablando, sin mirarme, con la cabeza enfocada al suelo.

- Y entonces ha sido cuando te has quitado el sujetador y me he excitado todavía más. - De repente me vino a la cabeza la imagen de mi misma haciendo topless. El chico había visto como tomaba el sol sin sujetador. Hasta ese instante no había caído en ello. Sentía una gran vergüenza. - Lo siento mucho, en serio, sé que no debería haberlo hecho pero es que te observaba y... Has salido de la piscina mojada, tomando el sol y no podía parar. Y poco después me he dado cuenta de que te habías quedado dormida y estaba tan excitado que he salido de detrás de los arbustos.

- ¿Cómo? ¿Qué has salido de detrás? ¿Pero qué dices? - No podía ser tan estúpido ese chaval.

- Sí, sí, lo siento, lo siento. Me he acercado sin hacer ruido y te he observado de cerca. He visto el bikini en el suelo y lo he cogido y me he vuelto a esconder detrás de los arbustos.

- ¿O sea que te has llevado mi sujetador? ¿Pero por qué? ¿Estás tonto? - Estaba cabreada. Claro que lo estaba. Si había salido de detrás de los arbustos seguro que aparecería en la grabación de la cámara.

- Es que... Estaba muy excitado... No he podido frenarme. He vuelto detrás de los arbustos y he seguido mirando y pajeándome. Olía el bikini y eso me ha excitado todavía más y bueno... Al final estaba tan cachondo que... Que me he corrido, en el bikini.

- ¿Qué? - Mis ojos no podían estar más abiertos. Mi cerebro no podía procesar tantos detalles.

- Lo siento, lo siento, lo siento mucho. - Entonces sacó de su bolso el sujetador, hecho una bola, como queriendo devolvérmelo.

- Por favor, ¡tira esto al suelo! - El chico dejó el sujetador sucio de semen en el suelo, al lado de la tumbona. Se hizo un silencio largo. - Pero hijo, ¿por qué? ¿con la de chicas de tu edad monísimas que hay? ¿no tienes novia?

- ¿Yo? Que va. - Dijo mirando al suelo - Nunca he tenido.

- Ah, ¿eres virgen? - Joder, había soltado la frase sin pensar. Como siempre. Ser tan directa me había traído problemas y hoy parecía ser un día propicio para tener más.

- Yo bueno, yo... Sí - y se ruborizó de una manera increíble.

- Perdona, no tenía porque preguntártelo, eso es algo personal, discúlpame, de verdad. - Por fin había terminado de vendarle la pierna, subí otra vez la mirada para regalarle una sonrisa cariñosa, intentando quitar hierro a esa situación tan embarazosa, cuando volví a pillarle mirándome los pechos gracias al generoso escote que lucía. Creo que me daba todo igual. No me tapé como la vez anterior. Sabía que era inevitable que un chico de esa edad, excitado como debía estar, mirase donde miraba. No quería hacerle sentir más incómodo de lo que ya estaba. Tenía claro que se lo merecía, pero no sabía ser tan dura. Nunca había sabido. Se revolvió nervioso en la tumbona, como si quisiera levantarse.

- ¿Qué te pasa?

- No, nada, nada, si ya está, muchas gracias por ayudarme, tengo que irme. - Hizo el gesto de levantarse pero le dolía demasiado y la tumbona, al estar tan cerca del suelo, le dificultaba la acción.

- Espera que te ayudo. - Intenté agarrarle por un brazo, pero el chico pesaba una barbaridad. Cuando por fin estaba casi de pie, vi como en el bañador se marcaba una erección. Fue algo que no esperaba y me quedé atónita. Fue apenas un segundo pero, al dejar de sujetarle con fuerza, volvió a caer encima de la tumbona. El estruendo fue enorme pero la tumbona aguanto estoicamente.

- Lo siento, disculpa, me han fallado las fuerzas - le dije. Pero estaba claro que Jorge había apreciado cual había sido el motivo real de mi distracción e intentó tapar su erección disimuladamente.

Se estaba generando una situación todavía más desagradable. No sé si pasaron tres o cuatro segundos sin que nadie dijera nada, pero se hicieron eternos.

- Yo... - el chico intentaba decir algo pero no le salía nada.

- Tranquilo hombre, lo que te pasa es normal. - Mi versión comprensiva salía al rescate.

- Bueno yo - tartamudeaba - yo... Sí, bueno, tengo que irme. No sé lo diga a nadie por favor.

- No sé lo diré a nadie, puedes estar tranquilo. Para ti sería una situación incómoda y difícil, pero para mí no lo sería menos.

- Yo.... - mirando al suelo otra vez.

- Mira, no diré nada a nadie, ni tú tampoco digas nada. Esto quedará entre nosotros, ¿vale? - Y asintió con lo más parecido a una cara de alivio que podía ofrecerme. - Yo también fui joven, también tenía amigos de tu edad. Lo que te pasa es normal. Esa... - dije señalando su bañador - esa... Esa cosa es algo instintivo. Pero lo otro, espiarme, eso sí está mal. Y eso sí puedes cambiarlo. No lo volverás a hacer, ¿verdad?

- No - respondió esquivando mi mirada.

Me sentía fatal por el pobre chico. No sabía por qué, o sí. Era él quien me había espiado, el que me había robado el sujetador, el que se había masturbado. Eso estaba mal, se merecía una buena reprimenda por ello. Pero me sentía culpable, muy culpable. El morbo me había llevado a poner la tumbona al lado de los arbustos. Había sido yo la que había empezado toda esa situación.

- Te llevaré a casa en coche, no llegarás a ningún sitio así.

- No es necesario.

- A ver, si no puedes ni levantarte, no llegarás ni a la esquina. - No respondió, solo suspiró sabiendo que no podía oponerse.

Valoré acompañarle así como estaba, pero lo descarté al instante. Iba con una camiseta vieja, sin sujetador, con las braguitas del bikini y unos pelos que daban miedo. Además, tenía que ir a comprar, la nevera estaba vacía y pronto cerrarían.

- Me doy una ducha rápida, me visto y te llevo a casa. Y nada de esto ha sucedido. ¿De acuerdo? - Él asintió sin añadir nada.

Fui al armario a coger una toalla limpia, un vestido y ropa interior. Al girarme con todo en las manos, me fijé otra vez en la situación surrealista. Corpulento y pesado, allí estaba él, tumbado de una forma visiblemente incómoda. Sus ojos seguían recorriéndome y por mucho que lo intentara, no había forma de disimular esa erección. Sabía que era inevitable para él. Sabía que Jorge no podía controlarlo.

- Relájate aquí en la tumbona. Haz lo que quieras mientras me ducho, pero no intentes levantarte.

Entonces vi que en el suelo había quedado el botiquín, mi toalla mojada y el sujetador sucio. Dejé la ropa y la toalla limpia encima de la mesa de las herramientas y fui a por ello. Guardé el botiquín en el armario y llevé la toalla sucia y el sujetador al baño. Lo puse todo en la lavadora y, ya que estaba casi llena y a continuación iba a la ducha, me quité la camiseta y las braguitas del bikini y las puse también dentro. Seleccioné el programa económico y la puse en marcha. A continuación entré en la ducha. Intenté ducharme lo más rápido posible mientras en mi mente se sucedían imágenes de todo lo que había pasado esa tarde. No paraba de dar vueltas al mismo tema, a Jorge, a su masturbación, a su erección, a su edad, al sujetador pringoso de semen, a cómo se lo explicaría a mi marido, a imaginarme como reaccionaría. Estaba terminando de ducharme. Un poquito de acondicionador en el cabello y habría terminado. Me enjuagué deprisa. Lista. Con los ojos cerrados, mientras apagaba el grifo, alargué la mano y... ¡no! No podía ser. Con los nervios había olvidado la toalla limpia en la mesa de las herramientas. Alargué la mano tanto como podía con los ojos todavía cerrados, recorriendo la pared, esperando encontrar una toalla colgada. Pero mis dedos no encontraron nada. Además toda la ropa sucia estaba en la lavadora, en funcionamiento. "¿Cómo puedo ser tan despistada? ¿Por qué siempre me pasan estas cosas? Ahora tendré que salir desnuda a coger la toalla, lo que faltaba." Me di la vuelta para salir de la ducha cuando vi que la puerta del baño estaba abierta. ¡NO! Con la mente tan ocupada no había cerrado la puerta, nunca la cerraba porque estaba siempre sola, pero hoy... Levanté la vista, esperando que nada fuera real cuando vi a Jorge tumbado donde le había dejado. Estaba con la camiseta medio levantada y el bañador bajado hasta sus rodillas. Una enorme barriga peluda asomaba mientras se estaba masturbando a un ritmo frenético. Su mano estrujaba un pene que no parecía demasiado grande pero sí muy oscuro y peludo. Sus ojos recorrían mi cuerpo desnudo.

- ¿Pero que coño haces? - De forma instintiva traté de tapar mis pechos con un brazo y mi sexo con la otra mano. Salí corriendo del baño hasta llegar a la toalla. Envolví con ella mi cuerpo tan fuerte como pude, como si con ello pudiera hacer que todo lo anterior no hubiera sucedido. Me giré hacia Jorge - ¿Pero qué te pasa? ¿No puedes controlarte o qué? - El chico se quedó paralizado, con la mano en su pene y con cara de sorprendido.

- Yo... Me habías dicho que me relajara y que hiciera lo que quisiera y te has puesto a ducharte con la puerta abierta. ¿No se suponía que tenía que hacer lo que hago?

- Joder, ¡no! ¡claro que no! - Que habilidad tenía para confundir a todo el mundo, con mi torpeza no podía dejar de generar momentos desconcertantes con extrema facilidad. - Te he dicho que te relajaras porque estabas muy nervioso. Te he dicho que hicieras lo que quisieras, pero pensaba en cosas como mirar el móvil o algo así. Y joder, joder, joder, con el nerviosismo que llevo y las prisas me he olvidado la toalla en la mesa y no he pensado que tenía que cerrar la puerta. Siempre estoy sola aquí, nunca la había cerrado y al poner la lavadora... Estaba tan ocupada en mis pensamientos que ¡no he cerrado la puerta!

- Yo, ufff, lo siento otra vez. - Liberó su pene y se subió los pantalones como pudo.

EL PARKING

Cogí la ropa y fui al baño. Cerré la puerta de golpe. Me quedé quieta delante del espejo. Ni mi marido iba a creerse que podía ser tan torpe. Jorge había visto como me duchaba, de espaldas todo el rato, es verdad, pero al fin y al cabo... Me había visto completamente desnuda al darme la vuelta. No solo había visto mis pechos sino también mi culo y mi sexo, ¡había visto los pelos de mi pubis! No podía ser real todo aquello. Me quité la toalla y permanecí desnuda observando mi cuerpo. Un joven había estado sintiendo deseo sexual observando ese cuerpo, se había masturbado deseando tener sexo conmigo. Frené mis pensamientos y volví a la realidad. Me vestí rápidamente. Me puse el sujetador blanco y las braguitas a juego. Encima solo un vestido de hilo también blanco hasta las rodillas, muy veraniego y fresquito. Me peiné como pude, me miré una última vez al espejo y fui a abrir la puerta. Tenía que salir del baño y encontrarme a Jorge cara a cara. La vergüenza me comía por dentro. Daba igual, tenía que acompañarle a casa. Salí y le dije que nos íbamos. No levantó la mirada. Le ayudé a incorporarse y fuimos despacio al garaje. Se sentó, con cara de dolor, en el asiento del copiloto del coche.

Salimos del garaje y fuimos hacia su casa. Estaba relativamente cerca, a unos diez minutos andando y también a unos diez minutos en coche, por culpa de los malditos semáforos. Durante el trayecto no abrió la boca. Seguía sudado y sonrojado mientras, pensativo, miraba por la ventanilla. Pude aparcar delante de la puerta del bloque de pisos donde vivía. Bajé y di la vuelta al coche, abrí la puerta y le ayudé, lo mejor que pude, a que saliera. Le acompañé dentro del portal, hasta el ascensor.

- Gracias, puedo seguir solo. - Tímido y sin mirarme entró en el ascensor. Di media vuelta sin decir nada y salí del edificio.

Me senté en el coche y respiré profundamente. Deseaba que todo aquello no hubiese sucedido. Pero a la vez me seguía sintiendo extrañamente excitada. Era la misma sensación que había tenido durante los días anteriores en el jardín pero multiplicada por mil. Arranqué el coche y me dirigí de vuelta a casa. Los pensamientos y las imágenes se acumulaban en mi mente cada vez más deprisa. Era como si no pudiera controlarme, como si mi cuerpo me pidiera sentir. Era como descubrir nuevas sensaciones de forma constante. Sentía que no podía demorarlo más. A medio camino, vi la entrada del centro comercial donde hacíamos la compra. Sin pensarlo ni meditarlo un segundo, entré con el coche en el parking y aparqué en la esquina más alejada y solitaria. No había nada, ni otro coche ni nadie, como mínimo a cincuenta metros de donde estaba. Apagué el coche. Mi respiración estaba acelerada. Puse las manos encima de mis pechos, encima del vestido. Me sentía un diosa. Bajé una mano, subí un poquito mi vestido y puse los dedos encima de mis braguitas. Estaba empapada. Empecé a acariciarme suavemente. Sentía el calor de mi sexo. Desatada, me sentía desatada. Miré otra vez a mi alrededor, no había nadie. Recliné el asiento y me tumbé. Me quité las bragas y las dejé en el asiento del copiloto. Puse las piernas encima del salpicadero, a lado y lado del volante. Me desabroché dos botones de la parte de arriba del vestido y me quité el sujetador dejándolo al lado de mis braguitas. Empecé a acariciar mis pechos desnudos con las manos. Los manoseaba, los acariciaba enteros. Los sentía cada vez más grandes y firmes en mis manos. Fui centrándome en los pezones, cada vez más duros. Tiraba de ellos delicadamente, los pellizcaba, jugaba con ellos. Puse una mano otra vez en mi sexo. Empecé a acariciarme suavemente los labios vaginales. Uf, mi coño goteaba, literalmente.

Estuve un buen rato acariciándome muy despacio, saboreando cada milímetro de mis labios y mi clítoris. Cerré los ojos y mi imaginación me llevó de vuelta al cobertizo. Imágenes morbosas se sucedían unas tras otras. Veía a Jorge desnudo en la tumbona, con el pene erecto. Me veía desnuda y mojada andando lentamente hacia él. Me sentaba despacio encima de él. Le acariciaba con ternura el pelo mientras mis pechos quedaban frente a sus ojos. Cogía su pene durito con un mano y empezaba a frotarlo contra mis mojados labios vaginales. Era la primera vez que ese chico sentía ese placer. Él miraba seducido mis pechos. Me sentía atractiva y deseada. Con delicadeza empezaba a meterme su pene dentro de mi sexo. Sentía como el calor de su polla iba entrando en mi interior. Sus ojos de deseo me excitaban. La tenía toda dentro de mí. Empezaba a cabalgar encima de él mientras mis pechos se balanceaban delante de su cara. Mis pezones rozaban su rostro. Agarrando sus manos, me las ponía en mi culo. Él me estrujaba el culo mientras yo seguía cabalgando de forma sensual. Cogía un pecho con mi propia mano y se lo ponía en su boca. Me chupaba el pezón, me lo lamía, succionaba, mordía. Dios mío, no podía más. Ese placer era indescriptible. Giraba mi cabeza y ahí veía a Manu de pie, apoyado en la mesa de herramientas, desnudo. Su cuerpo era perfecto. Tenía un pene enorme y se masturbaba observando como tenía sexo con Jorge. Mi imaginación estaba descontrolada. Jorge me mordía los pezones cuando me decía que eyacularía. Llenaba mi sexo de su semen. Yo era su primera mujer. Él me deseaba tanto como para correrse, para llenarme.

Y de repente, un ruido. Estaba tan sudada que una de mis piernas había resbalado y había pegado contra el cambio de marchas. Volví a la realidad. Me dolía el golpe que acababa de darme en el tobillo pero no podía parar. Puse otra vez la pierna en alto. Poco a poco empecé a meter un dedo dentro de mi y después otro. Tenía dos dedos penetrándome mientras pegaba la palma de la mano a mi clítoris. Estaba salida. ¡Sí! ¡Sí! Un orgasmo inundó mi cuerpo. Grité de placer sin poder evitarlo. Increíble. Sentí como mis piernas se desvanecían y mi mente se apagaba. Y así fue como tuve el primer gran orgasmo de mi vida, a mis 49 años. Analicé otra vez mi vida. Había disfrutado de las relaciones sexuales con mi marido, había sentido placer. Disfrutaba cuando lo hacíamos y me encantaba el placer que sentía cuando veía que él se corría por y para mí. Pero aquello había sido algo distinto, algo indescriptible.

Pasaron unos minutos hasta que no desperté del letargo. Miré alrededor, seguía sola. Subí el asiento y... Joder, estaba mojadísimo. Estaba sudada de arriba a abajo. Me ahogaba del calor que sentía. Abrí la puerta, salí, me puse de pie y respiré aire fresco, aunque en ese parking oscuro y sucio no hubiese demasiado. Llevaba el vestido desabrochado, con los pechos fuera, y sin bragas. Me sentía como si estuviera drogada y extasiada. Nunca me hubiera imaginado así, ni por un solo segundo. Miré dentro del coche. Se veía la pequeña mancha de humedad que había quedado en el asiento. Di la vuelta al coche, abrí la puerta del copiloto. Me puse las bragas, el sujetador y me abroché el vestido. Busqué un trapo en la guantera. Saqué uno, volví a dar la vuelta. Froté un poco el asiento para intentar secar la mancha. ¡Madre mía! Olía a sexo, el coche olía a sexo. Arranqué y regresé a casa con las ventanillas bajadas. Teníamos que volver a Barcelona con ese coche y olía a noche de pasión. Había ido al centro comercial y volvía sin la compra. Pero, en realidad, no me importaba.

Llegué a casa, abrí la puerta del garaje y todo cambió. Fue entrar y todas esas sensaciones de excitación, morbo y lujuria se convirtieron en vergüenza y culpabilidad. ¿Cómo podía haber hecho algo así? Si Jorge era niño. Si era un amigo de mi hijo. Si mi marido no sabía nada de todo eso. Me había masturbado gracias a pensamientos impuros. Al cabo de unos minutos estaba llorando a solas en la cocina. No puede cenar. Pasé una noche horrorosa en la que apenas pude dormir. Me sentía sucia. Esa madrugada me duché tres veces. Había hecho una locura. Nunca creí que podría llegar a ser una persona así, infiel. Sabía que tenía que contárselo a mi marido, no podría vivir ocultando lo ocurrido. Eso lo tenía claro. Pero me aterraba su posible reacción. No quería perderle, no quería echar mi vida por los suelos.

Estaba hundida y todos los posibles desenlaces que visualizaba eran terribles. No era capaz de imaginarme lo que de verdad iba a ocurrir. Y es que ese suceso sería el detonante de una serie de grandes cambios en muchos aspectos de mi vida. Pero eso, eso quizás es otra historia.