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El Grado superior

en Amor filial

Capítulo cero. SU AHIJADA ANDREA. Vivía en un vecindario bajo de recursos de Cartagena en un piso humilde y pequeño, construido en un plan de viviendas sociales de los años 70… Saliendo por la puerta nos encontramos con la vista de extensos solares yermos rodeados por algunos vecinos con el mismo tipo de infravivienda. La casa tiene una habitación donde duermen mis padres y otra donde duermo con mis hermanos. Luego hay otra estancia que es cocina y comedor a la vez. Los recuerdos más fuertes que me surgen desde que tengo conciencia son, esa vista que era mi reino, así como jugar con mis hermanos y los niños vecinos en los solares colindantes. Pasaron mis años de niña, donde me conservé virgen a pesar que el sexo era algo de andar por casa escuchando los sonidos de la noche, entre los que se mezclaba el rumor de mis padres hablando en voz baja, los jadeos y el ruido de la cama producido cuando mi padre se follaba a mamá. Lo que en otras partes se consideraban promiscuidad y falta de moral, en aquel contexto social era algo social y familiarmente admitido como natural. Por eso al día siguiente me despertaba sin el mínimo interés por recordar lo que había sucedido. Algunas amigas mías llegaban a tener relaciones sexuales de manera habitual con sus padres…, chicos adolescentes antes de terminar la secundaria ya se habían follado a sus madres incontables veces… y más aún entre hermanos, con los que llegábamos a compartir la misma cama incluso bien entrados en la adolescencia….

Mi hermano Julio me instruyó en todo aquello que desconocía del sexo, él fue también quien me enseñó cómo llamar a nuestros genitales en diferentes nombres, así como a la acción de follar y de cómo acababa el hombre…, besar en los  labios y acariciarte en las zonas erógenas de modo práctico, todo ello sin permutar mi virginidad. Había noches que vigilaba a mis padres viendo como se la metía a mi madre con todo detalle. Y así pasó el tiempo de la inocencia con esa vana información, hasta que finalmente surgió un cambio significante en mi vida. Una beca de la consejería de educación me permitía estudiar un grado superior y mis padres se esforzaron para que yo siguiera adelante en mis estudios y salir de la miseria en la que un E.R.E. nos había metido. Mi padre me envió con mi padrino a Madrid para terminar mis estudios de Grado Medio y Superior. Sobre finales de agosto me dejaron en la estación rumbo a la de Atocha en Madrid, y de ahí a casa de mi padrino Arturo…. Hacía más de ocho años que no le veía, desde que enviudó. Mis padres y mis padrinos se conocían de la mili y se llevaban como hermanos pero los destinos de ambos fueron dispares. Mi padrino era Ingeniero Técnico de una multinacional, mientras que mi padre solo consiguió ser un operario de grúa en Navantia, pero la crisis lo envió al ostracismo y a duras penas encontraba trabajo en obras de corta duración en instalaciones de conducción en las refinerías o en las industrias químicas.

Capítulo uno. LA CASA. Echando la vista atrás, tengo que reconocer que, en un primer momento, no llegué a comprender la magnitud de cómo me iba a cambiar la vida por la llamada de Miguel. Todavía recuerdo que mi viejo amigo me llamó un domingo para pedirme un favor. Afrentado, me explicó que su hija había conseguido una beca para estudiar un grado en la universidad de Politécnica y como andaba bastante corto de dinero, me preguntó que aprovechando que yo vivía en Madrid, si podía ayudarla a buscar un alojamiento económico. – “Tú eres tonto”, le repliqué, recordando que su empresa le había echado hacia más de un año y que aunque no fuera capaz de reconocerlo, le costaba llegar a fin de mes, – “Mi ahijada se queda conmigo y no se hable más. Mi casa es grande y como sabes desde que murió mi mujer, vivo solo.” Aliviado, agradeció mi ofrecimiento, porque eso supondría que no tendría que desembolsar mensualmente el coste del alquiler pero antes de confirmarme nada, me dijo que tendría que hablar con su hija, no fuera a ser que no quisiera. Colgando el teléfono, me di cuenta que hacía más de ocho años que no veía a la cría. <>, pensé por no haberla siquiera llamado por su cumpleaños. <>, mascullé.

Desde que murió María, me había convertido en un ermitaño, encerrado en mi concha y casi sin contacto con el exterior. Aparentemente mi vida seguía igual que antes de su fallecimiento, pero no era así. Para no caer en una depresión me concentré en el trabajo, cortando los lazos que me unían con los demás.  Con cuarenta y dos años e Ingeniero de una multinacional y sin ningún tipo de ataduras, me quedaba mucha vida por delante antes de sentirme un viejo. Por eso cuando esa misma tarde recibí la llamada de Andrea aceptando mi oferta, su tono alegre consiguió sacarme del sopor que me embargaba e ingenuamente llegué a considerar el hecho de ocuparme de ella como una segunda oportunidad de tener en casa lo más cercano a un hijo. La mala salud de mi mujer no nos había permitido tener descendencia, sin hermanos ni sobrinos, solo me quedaba una tía abuela de la que mensualmente me ocupaba de pagar su residencia. Me sentía como un niño en la víspera de Reyes, nervioso e ilusionado… Aunque quedaba una semana, para que la muchacha dejara Cartagena y se mudara a vivir a Madrid, adecenté el cuarto de invitados. Como durante el mes de septiembre, la actividad de la empresa baja considerablemente, decidí tomarme unos días libres coincidiendo con su llegada, de forma que ese lunes, fui a recogerla personalmente a Atocha. No me costó reconocerla a pesar del tiempo transcurrido sin verla. Andrea, aunque se había convertido en una mujer preciosa, seguía teniendo la cara de niña pilla. Al verme,  soltando su equipaje, salió corriendo y se fundió conmigo en un abrazo. – “Padrino, no sabes la ilusión que me hace vivir en Madrid,” me dijo soltándose, – “te juro que no te vas a arrepentir de haberme acogido.” – “Es lo menos que podía hacer,” contesté abrumado por su efusividad, pegando sus duros pezones contra mi pecho. Sin sujetador, sus pitones hacían mella en mí, pero la muchacha haciendo caso omiso a mi creciente incomodidad, me cogió del brazo y me llevó a rastras hasta donde estaban sus maletas.

– “Deja que te ayudo,” le pedí cargándolas. Me sorprendió que por todo equipaje, solo trajera dos pequeñas bolsas de deporte. Si esa chiquilla se iba a quedar un curso, traía poca ropa. Sobre todo al recordar que mi esposa, aunque fuera solo para un fin de semana, se llevaba medio armario. Estuve a punto de hacerle un comentario pero decidí que era mejor respetar su privacidad. Nada más entrar al coche, le expliqué que sabiendo que era su primera vez en Madrid, había preparado un pequeño tour por la ciudad pero si prefería antes podíamos ir a la casa a descansar. – “Padrino,” me contestó. – “Lo que tú prefieras.” Recordé que cuando al igual que ella, llegué a la capital me impresionó ver el Palacio de Oriente, por lo que sin preguntarle y enfilando la autopista me dirigí directamente hacia ese lugar. No hizo falta llegar hasta allí, para que alucinada me fuera señalando los distintos edificios emblemáticos que nos íbamos cruzando. Pegada a la ventana del vehículo, disfrutaba como la niña que era de las novedades que se le abrían al vivir en Madrid. – “¿No te pierdes con tanto carril?” – “No seas paleta, está todo señalizado…” respondí con distensión. Haciendo un puchero y en broma, me soltó… –“Eres malo con tu ahijada.” – “Y peor que puedo ser, si me desobedeces.” Sosteniendo su mirada, seria me contestó… – “Eso, nunca va a ocurrir.” Comprendí inmediatamente que su padre la había aleccionado al respecto. Estaba seguro que, mi buen amigo le había ordenado que me obedeciera porque el ahorro que suponía el no tener que pagar alquiler era esencial para su economía. Para no incomodarla, cambié de tema y le pregunté por su viejo.

– “Está muy jodido. No te ha dicho nada, pero el mes que viene se le acaba el paro y no  sabe que va a hacer.” – “Lo siento”, contesté apesadumbrado. No solo no era un buen padrino sino tampoco un buen amigo. Me traté de disculpar interiormente diciéndome que no sabía de la seriedad de la situación hasta que esa niña me había abierto los ojos y sin caer en que estaba ella presente, llamé a la oficina de la empresa en el Alicante y pedí hablar con el Delegado. – “Manuel,” ordené a mi interlocutor. – “Te va a llamar Miguel Morata. Quiero que le des trabajo, busca donde te puede servir pero contrátalo, es un gran técnico con mucha experiencia….” Tras colgar llamé a mi amigo y tras decirle que su hija había llegado perfectamente, le expliqué que le había concertado una entrevista de trabajo. Miguel, completamente anonadado por la noticia, casi se echa a llorar, se despidió pidiéndome que cuidara de Andrea. – “No te preocupes, lo haré.” Al colgar, la muchacha me miraba con fascinación. En una llamada, había resuelto la mayor de sus preocupaciones y sin que ella tuviese que pedírmelo. Con lágrimas en los ojos,  cogió mi mano y llenándomela de besos, me agradeció lo que estaba haciendo por ella y su familia. – “No te olvides que vosotros sois lo más parecido que tengo a una familia ahora…,”  respondí y buscando romper ese ambiente, le pregunté si tenía hambre. – “Mucha,” me respondió.

Aprovechando que estábamos cerca del barrio de “El Viso” donde vivía, le dije que dejábamos el paseo por Madrid para otro día y que mejor íbamos a casa. Sin poner ningún reparo al cambio de planes, la cría se mantuvo en silencio todo el viaje pero al llegar al chalet, donde iba a pasar un año de su vida, me preguntó… – “¡¿Vives aquí…?!” preguntó sobrecogida por la casa y el lugar. Aunque suene vanidoso, en mi fuero interno me gustó que le hubiese causado tanta impresión y buscando que se sintiera cómoda le solté… – “Como ves me haces un favor, viviendo conmigo. Son demasiados metros para que viva solo un viejo como yo.” – “Tú no eres viejo”, me respondió sonriendo. – “Y a partir de hoy, ya no vives solo.” – “Eso es verdad, ahora tengo una preciosa damisela conmigo”, repliqué devolviéndole el piropo. Encantada por mi respuesta, me dio un beso en la mejilla que duró algo más de lo esperado. Si la casa la había maravillado, cuando vio su cuarto no cupo de gozo. – “Es enorme y la cama parece un campo de futbol, y para mí sola….” – “Ya te acostumbraras, ahora vamos a comer”.

Capítulo dos. LA ROPA. Durante las siguientes semanas, Andrea fue convirtiéndose en una parte primordial de mi vida. Al estar tanto tiempo solo, me había olvidado lo que era compartir mí tiempo con otra persona y aún más cuando esta resultó ser alguien adorable. Extrañamente se levantaba antes que yo, para que al salir de la ducha ya tuviese preparado el desayuno, una costumbre adquirida en casa con tres hombres y dos mujeres de maneras machistas. Por la noche esperaba mi llegada para contarme su día en la universidad y cenar conmigo. Poco a poco, me fui acostumbrando a su compañía y dejó de resultarme raro tener a alguien con quien charlar después del trabajo, compartir cosas tan nimias como emocionarse viendo una película o que llegará cabreada porque un profesor había faltado sin avisar. Tras años de tristeza, en mi casa se volvieron a escuchar risas gracias a ella, llenando las estancias vacías con su presencia. Ese estado idílico dio un giro la noche que le dije que no iba a ir a cenar, porque tenía una fiesta… – “¿Y eso?” – “Un coñazo.” Me han invitado a un evento de presentación de un nuevo producto de la empresa. – “Ya sabes, una reunión en la que a medio centenar de gerifaltes tratan de engañar a otros para aumentar sus beneficios a base de lingotazos de ginebra”, y sin saber que era lo que me iba a acarrear, le pregunté… – “¿quieres acompañarme?” Contestó que sí sin pensar… –“Pero no tengo nada que ponerme.” No comprendo porque le dije que mirara en la habitación que le había servido como vestidor de mi mujer, por si había algo que le quedara. – “¿Seguro que no te molesta que use su ropa?” – “María estaría encantada de que tú la usaras, no en vano eras también su ahijada.” Satisfecha por mi respuesta, corrió al cuarto y durante toda la tarde se pasó probando los cientos de modelitos acumulados durante los años de nuestro matrimonio. No supe más de ella, hasta que toqué a su puerta pidiéndole que se diera prisa porque íbamos a llegar tarde. Al salir de su habitación, me quedé sin habla.

Andrea estaba impresionante. Enfundada en un coqueto traje de raso rojo, sus formas se mostraban con toda nitidez y por vez primera, me percaté que la niña era una mujer de bandera. – “¿Te gusto?” Por mi expresión bobalicona supo que había acertado en la elección. La muchacha no solo tenía un cuerpo esplendido sino que además al ser más estrecha que mi esposa, el vestido le quedaba muy entallado, dotando a sus pechos de una sensualidad que me había pasado completamente desapercibida. – “Estas maravillosa,” Ruborizado al pensar que se había fijado en la forma tan poco paternal con la que su padrino la había estado contemplando. Ella, lejos de molestarse, sonrió diciendo… – “Pensé que era demasiado sexy para ti. Ya que te gusto así, te prometo que a partir de hoy me vestiré más provocativa.” No supe responderle. Debería haberle dicho que no era apropiado, pero fui incapaz y cogiendo mi abrigo abrí la puerta, cediéndole el paso. – “Por cierto, tú también estas muy guapo.”

El trayecto hasta la fiesta fue muy tenso. No pude dejar de mirar sus piernas de reojo, mientras mentalmente me recriminaba mi comportamiento. Ella, sabiéndose observada, disfrutó de lo lindo provocándome. Con gran descaro, sacó de su pequeño bolso un pintalabios y sensualmente se retocó en el espejo del parasol echándose hacia delante, dejándome disfrutar del marcado escote. Mas excitado de lo que me hubiese gustado reconocer llegué a la fiesta. Mis colegas al verme, se quedaron extrañados que el viudo tan correcto en las formas, llegase acompañado de un bombón semejante. Muchos de los presentes, llevaban tiempo animándome a dar un paso adelante y dejar mi auto impuesta abstinencia atrás. Fue una vieja amiga, la que acercándose, me dijo… – “Podías haberme avisado que volvías a estar en el mercado ¿Me presentas a tu amiguita?” El término tan despectivo con el que se refirió a Andrea, me hizo encabronar pero fue mi acompañante, la que dándose por aludida le respondió… – “Pedro no está en venta y menos para una antigualla como tú”. Alicia se dio la vuelta, indignada, no en vano a sus treinta y cinco años era una mujer de muy buen ver. Al irse, no pude resistir la sonrisa recriminando a mi ahijada de su falta de tacto… – “Te has pasado. Ella no fue ni la mitad de borde que tu”. – “Esa zorrita esa no sabe quién soy yo”, soltó mientras una sonrisa iluminaba su cara…, – “nadie toca a mi hombre y menos en mi presencia”. – “Andrea, cuida esa lengua. No soy tu hombre sino tu padrino.” – “Si, pero ella no lo sabe, así que se joda”. Su desfachatez me puso de buen humor y sin explicar a nadie nuestra relación, fui presentando a la muchacha a mis amigos. El resto de la noche, mi querida ahijada se comportó como una dama sin sacar a relucir su talante, haciendo las delicias de los hombres y provocando celos en sus parejas. Acabada la cena, Andrea, que estaba animada, me pidió que en vez de volver a casa, la sacara a tomar algo. No me pude negar por lo que la llevé a un pub cercano. Allí, quizás producto de las copas, le pregunté porque casi no salía con amigos…, si era acaso porque había dejado un novio en Cartagena…. Ella al escucharme me cogió de la mano, y directamente a los ojos me contestó que no me preocupara… no tenía novio y que si no salía con chicos, era porque todos los conocidos le parecían unos críos. En ese momento no me di cuenta que no tenía nadie esperándola, extrañamente me pareció raro pensarlo. Eran cerca de las cuatro de la mañana cuando llegamos a casa. Al despedirme de ella en la puerta de su cuarto, dándome un beso en la mejilla, me susurró al oído… – “Te quiero mucho, padrino. Hoy ha sido un día muy especial para mí….” Me quedé de piedra, esa tierna despedida escondía un erotismo que no me pasó desapercibido, le respondí confuso que yo también. – “Hasta mañana…” me dijo cerrando la puerta, dejándome solo en mitad del pasillo con mis remordimientos y mala conciencia.

Capítulo tres. EL COCHE. Esa noche me costó conciliar el sueño, no dejé de darle vueltas a la fascinación recién descubierta que sentía por mi ahijada. El hecho que durmiera a escasos metros no ayudó a sacar de mi mente la visión de su cuerpo. Como si fuera una pesadilla, me imaginé besando los pechos que sentí punzantes mientras mi mano recorría su cuerpo. Era como si un adolescente se hubiera adueñado de mi cuerpo, escena tras escena me vi haciéndole el amor mientras ella gemía de placer diciendo mi nombre. Por mucho que intenté apartar la imagen de sus piernas abrazando mi cuerpo mientras mi cipote campeaba libremente en su interior. No conseguí evitar liberar mi lujuria corriéndome exasperado pensando en ella a cuatro patas como una perrita. Aunque físicamente no me hubiese acostado con Andrea, cada poro de mi cuerpo había gozado amándola, cada uno de mis nervios había sentido el placer de penetrarla, mientras mi consciente me recriminaba haberlo hecho. No era la diferencia de edad de veintidós años que nos separaban, sino una barrera tan grande como el hecho que hasta hacía escasas horas, había visto a esa niña como una hija y no como mujer.

Ni siquiera la ducha matinal pudo aliviar la ignominia que sentía al haber gozado pensando en ella. Traté de convencerme esa mañana, que dicha atracción habría desaparecido…, y el supuesto interés en mí apreciado en Andrea, era solo producto de mi imaginación. Con esos pensamientos bajé a desayunar. Nada más entrar a la cocina, mis temores se hicieron realidad, al ver a mi ahijada preparándome el café. La muchacha llevaba puesto uno de los camisones de María de tela, casi transparente que dejaba traslucir la desnudez de su cuerpo. Sin anunciar mi llegada, parado en la puerta, me quedé observando obscenamente su trasero perfectamente contorneado. Ni un gramo de grasa cubría ninguna parte de su anatomía. Era maravillosa. Andrea, al darse la vuelta y verme en la entrada me saludó como sabiendo que estaba ahí. Pero todavía hoy no sé si le contesté, mis ojos se habían quedado prendados en sus pechos. El delgado tul que los envolvía y no conseguía cubrirlos, dejaban ver la perfección de sus pezones. La caricia de mi mirada no le pasó inadvertida pero, en vez de ruborizarse por mi examen, se acercó y pegándose a mí me dio un casto beso.

Ese beso infantil que al sentir su aroma, hizo que mi hombría se irguiera sin pudor. Tratando que no notara mi apetito, me senté en la mesa mientras ella me traía el café. <>, me dije, tratando de calmarme, <> Intento que resultó infructuoso porque, la muchacha obviando que estaba casi desnuda, se sentó enfrente y empezó a darme conversación. Su voz juvenil tenía un tono desconocido para mí. Andrea estaba coqueteando conmigo. Incapaz de prestar atención a sus palabras, me concentré involuntariamente en las rosadas aureolas de sus tetas, su dueña al notarlo lejos de taparse, parecía disfrutar de mi atención, y con sus pezones ya erizados, me miraba retadora. No me podía creer lo que estaba pasando, esa cría se estaba excitando sin ningún pudor exhibiéndose ante mis ojos. En un momento dado y cuando ya no sabía en qué postura ponerme, para que ella no notara los efectos que estaba produciendo bajo mi pantalón, me preguntó si podía llevarla a la peluquería. – “Tenía pensado ir a correr, ¿Por qué no coges el coche?” Le contesté buscando una escapatoria. Necesitaba alejarme de ella, aunque solo fuera un par de horas. – “De acuerdo”, me contestó. – “No te lo he dicho pero quiero cambiarme un poco el look. Estoy segura que te gustará lo que tengo planeado”.

No me vi con fuerzas de decirle que difícilmente nada podía mejorar su melena morena y en vez de ello, salí huyendo de su presencia. Rápidamente, subí a mi cuarto y poniéndome ropa de deporte, salí de la casa sin despedirme. Cogiendo Serrano en dirección al Retiro, empecé a trotar, buscando que el ejercicio consiguiera reducir mi desasosiego. Las calles se sucedían sin pausa y el sudor me cubría por entero pero en nada había conseguido aminorar mi estado. <>, medité, evitando reconocer que esa cría me tenía subyugado. Sin darme cuenta, habían transcurrido dos horas cuando volviendo del paseo, enfilé la calle de casa. En la puerta, estaba aparcado mi “mercedes”. <>, pensé al verlo pero en cuanto abrí la verja, caí en mi error, Andrea se había llevado el coche de mi mujer. En ese momento, no le di importancia, no en vano, llevaba sin moverse al menos seis meses y le venía bien que alguien lo condujera. Agotado por el esfuerzo, cogí una cerveza de la nevera y puse la música de offspring a todo volumen… sonaba “The Kids Aren't Alright, y me recosté intentando poner orden en mi cabeza. No sé cuánto tiempo tardé en que el sopor me venciera y me quedase dormido. Me desperté cerca de la una con hambre, al acercarme a la cocina escuché ruido y comprendí que mi ahijada había regresado y estaba cocinando. Hasta mí llegó el olor de un guiso exquisito. Como si un fantasma de mi pasado, vi a María enfrascada entre cazuelas. <>, pensé alucinado. Andrea se dio la vuelta mostrándome su nuevo look. No solo se hizo con el armario de María, sino que se rizó el pelo parecido al de ella cuando la conocí… – “Buenos tardes, bello durmiente. ¿Qué te parece?, ¿estoy guapa?,” me soltó con una sonrisa en sus labios. Parecía entusiasmada por el cambio.

Comportándose como una modelo de pasarela, se paseó por la cocina para que admirara su corte. – “Estás preciosa pero… tu corte de pelo anterior también era precioso, ahora pareces un poco mayor…” contesté sin mentir pero perdiendo nuevamente una oportunidad de preguntarle a que se debía esa transformación y porque había elegido a mi mujer como espejo. – “Gracias, pero quería cambiar y cuando vi la foto de María contigo de cuando erais novios me gustó ese corte….” Y con la inconsciencia que da la juventud, prosiguió diciendo… – “Ayer, me sentó fatal oír a una maruja que le dijera a su marido que parecía tu hija.” – “No comprendo porque te enfadas, soy veinte años mayor que tú. Es lógico que la gente piense que eres mi hija.” – “Pero, ¡No lo soy!”, contestó enfadada casi gritándome a la vez que me pidió que me sentara a comer, dando por terminada la conversación. Masticando mis ganas de decirle que su comportamiento me parecía absurdo, me puse a comer. La comida estaba buenísima y eso hizo que paulatinamente me fuera tranquilizando, lo que me permitió que la pudiese observar con un ojo crítico. Realmente, tenía que reconocer la nueva imagen de Andrea dulcificaba sus facciones y eso le hacía todavía más irresistible. Era tanto o más sexi de lo que fue María, y sin duda más atractiva. Ahora que la veía con nuevos ojos, era incontestable que Andrea provocaría a su paso la admiración de todo aquel que se cruzase con ella, realmente con 18 añitos estaba fascinante. –“Por cierto, Padrino”, me dijo acercándose excesivamente a mí– “Hueles muy mal, deberías ducharte y ponerte ese perfume que conjuga tan bien con tu aroma natural….” Ese gesto casi infantil me hizo recordar la niña que llevaba en su interior mi ahijada y, con un acto que juro que fue reflejo, le di un pequeño azote en su trasero apretando su nalga.

Acababa de darle la nalgada cuando interiormente ya me había arrepentido. Mí supuesta víctima me miró extrañada pero, al segundo, riendo me soltó… – “Si cada vez que me meto contigo, me das un azote. Voy a hacerlo más a menudo”. Más tranquilo al escuchar de sus labios que no se había sentido ofendida, más bien todo lo contrario. En la ducha bajo el agua recapacité sobre lo ocurrido y comprendí que de todas formas debía de tener cuidado porque lo quisiera reconocer o no, esa nena estaba flirteando conmigo y eso no era ni moral ni lógico. Todavía desnudo, mirándome al espejo, me dije que la culpa era mía por llevar tanto tiempo de abstinencia, que debía salir más y conocer a una mujer de mi edad. Seguía afeitándome cuando de improviso se abrió la puerta y apareció la muchacha. – “Perdón”, se disculpó por haber entrado sin llamar y pillarme en pelotas. Aún sorprendido por esa incursión en mi privacidad, no dudé en girarme sin ánimo de ocultar mi desnudez, porque la chica ni siquiera se movió para preguntarle que quería… – “Acaba de llamar tu jefe, el señor Gonzalvo, me ha dicho que está en Madrid y que nos invita a cenar”.

Tardé en asimilar sus palabras. Que mi jefe estuviera en Madrid no era habitual pero entraba dentro de lo normal, lo que no era lógico es que NOS invitara a cenar. Al cuestionarle sobre ese punto y con su desparpajo habitual, me contestó… – “Le dije que como era tu novia, si la invitación me incluía”. – “Y ¿Qué te contestó?”, sin todavía magnificar el charco en el que me estaba metiendo. Se rio diciendo que – “por supuesto y que ya era hora que pasaras página. Quiero que sepas que no puedo estar más de acuerdo con él”. Si antes me había callado, esa fue la gota que colmó el vaso. Encabronado la abronqué por haberse presentado como mi pareja ante mi jefe por haberme puesto en un compromiso. Era la primera bronca que le echaba, los ojos de Andrea se poblaron de lágrimas y se puso a gimotear diciéndome que solo había actuado de la misma forma que la noche anterior, si no le parecía bien se quedaría en casa. Nunca he sido un hombre duro con las mujeres y menos con una cría tan encantadora. Sus sollozos derrumbaron todas mis defensas y abrazándola perdoné su iniciativa tratando de calmarla. No me percaté que estaba totalmente desnudo y Andrea al sentir mi cuerpo con mis brazos alrededor de su cuerpo, se tranquilizó inmediatamente pegándose más a mí. Bajó su mano por mi espalda llegando a mi culo tocándome el trasero con un fuerte apretón… – “Vale te perdono papi porque es mi deber ir contigo… Y por cierto Padrino, tú también tienes un buen culo y no estás nada mal dotado de tu masculinidad…” La niña había disfrutado de lo lindo con la escena de mi desnudez, unido al hecho de sus lloriqueos en clara pantomima, pero aún más cuando la cría poniéndose en posición sacando el trasero, logró rozar con su culo respingón mi verga, e insinuó que merecía otro azote. Cayendo en su juego y suponiendo que era una chiquillada, le di tres palmaditas en sus duras nalgas, cuando mi virilidad comenzaba a emocionarse excesivamente. Andrea me sacó la lengua y muerta de risa, me dejó solo en el baño gracia a Dios, porque si no hubiera cometido una locura con su culo.

Me preocupaba por cómo se iban desarrollando los acontecimientos, a la par de alegrarme por tener alguien con quien disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, sin ser plenamente consciente del fregado en que esa niña me estaba metiendo. Ya vestido iba a bajar al salón cuando, desde su habitación, escuché que Andrea que me llamaba. Contrariamente a lo que ella hizo, llamé a la puerta y desde dentro, me dijo que pasara. Frente al espejo, se hallaba mi ahijada vestida con un traje demasiado serio para su edad. – “Si lo que quieres es mi opinión, no te queda. Pareces muy mayor”, le solté. Ella, al oírme me dijo que ella opinaba lo mismo pero que como era una cena con mi jefe, creía que debía ir formal. – “Formal sí pero no hecha una monja de clausura” – “Vale,” me contestó recapacitando, “no te vayas, ayúdame a desabrocharme la cremallera”. Tonto de mí, no caí en sus intenciones y nada más bajarla, la cría dejó caer el vestido, quedándose en unas braguitas tanga, y con sus tetas a menos de un palmo de mi cara. – “¡No vas a taparte!” le dije violentado, no solo por la escena sino también porque su súbita desnudez me había excitado. – “En el aseo, tú no sido tan pudoroso al mostrarte completamente desnudo ante mí…” dijo sin dar importancia al hecho, recogiéndolo del suelo, – “Además no creo que veas nada que no hayas contemplado antes… me has visto muchas veces desnuda, incluso me has bañado”. Todavía con mi corazón desbocado, dándome la vuelta, le expliqué que entonces ella era un bebé y ahora era una mujer preciosa. – “¿Te parezco bonita y sexy…?” – “Mucho, pero no debo olvidar que eres mi ahijada y no es correcto que te exhibas desnuda ante mí, soy un hombre y puedo perder la razón en un momento dado….” – “No estoy desnuda, tengo las bragas puestas”, me contestó a carcajada limpia, – “Si quieres, me las quito”. Ni me digné a responderle, cogí la puerta para salir a la espera de que se cambiara sentado en el sofá del salón leyendo en busca de la tranquilidad que me faltaba.

Por mucho que intenté sacarla de mi mente, sus tetas juveniles de pezones hinchados volvían a torturarme. <>, repetía machaconamente buscando espantar mis sentimientos, <<está jugando, en realidad, solo quiere flirtear para provocarme y nada más>>. No debía llevar más de media hora leyendo cuando, Andrea llegó y se acurrucó a mi lado mientras me pedía perdón por su broma. – “No hay problema, te perdono pero no lo vuelvas a hacer”, le dije sin separar la vista del libro que estaba leyendo. La muchacha, sin moverse, permaneció pegada a mí. No percibí que se había dormido hasta que un breve ronquido me lo hizo saber. Dejando por un momento la novela, me fijé que dormida parecía un ángel. Su expresión serena remarcaba su belleza. <>, pensé mientras la observaba con detenimiento. Mis ojos fueron recorriendo con lentitud, sus ojos cerrados, su boca recién pintada, su cuello. Sin darme cuenta, mi exploración fue más allá y pasando por sus hombros, sin miedo a ser descubierto, me entretuve deleitándome a través del escote con el inicio de sus pechos. Estuve a un tris, de acomodar su blusa para así disfrutar de sus pezones, pero gracias a que todavía tenía algo de decencia, me abstuve de hacerlo y en vez de ello, proseguí con mi minucioso examen, estudiando como su estrechísima cintura era coronada por unas caderas de ensueño. Dejando correr mi imaginación, me vi acariciando sus glúteos mientras separaba sus piernas y mi polla se introducía en su chochito impúber abriendo esa apretada raja franqueada por dos perfilados labios vaginales. Al sentir que estaba siendo dominado por la excitación, intenté separarme de ella pero me resultó imposible porque, protestando en sueños, Andrea se abrazó a mi pecho, de manera que tuve que permanecer a su lado. Sé que si hubiese querido, me podría haber levantado pero no tuve fuerzas de hacerlo y cerrando los ojos disfruté del calor con su aroma acogedor de mujer que invadía mis sentidos. Fue un error, excitado como estaba, no pude evitar que mi mente discurriera por unos derroteros que no me convenían y simplemente, me imaginé a Andrea bajando por mi pecho y tras abrir mi bragueta, besar mi extensión endurecida.

Dominado por la lujuria, la vi envolviendo con sus labios mi glande e introduciéndoselo en la boca. Debí de gemir pues las sensaciones me parecieron pura realidad, al volver en mi vi que mi ahijada se había despertado; miraba sin ningún disimulo el enorme bulto que afloraba de mi pantalón con su mano posada en él. Supe que se había percatado que había llegado al orgasmo metafísico teniéndola entre mis brazos, sin que ella hiciera nada por provocarlo. Completamente abochornado por la situación, me repuse y Andrea no queriendo entrar al trapo mirando su reloj, dijo haciéndose la sorprendida que era muy tarde y que tenía que darse prisa o llegaríamos tarde. Sin hacer mención alguna a lo que me acababa de ocurrir, se levantó del sofá a su habitación. Durante cinco minutos estuve paralizado por la vergüenza, tras los cuales, comprendí que debía darle una explicación y haciendo un esfuerzo, me levanté a disculparme. Recorrí los escasos metros que me separaban de su cuarto como un buey va al matadero, cabizbajo, arrastrando los pies al andar y con la vergüenza reflejada en mi cara. La puerta estaba abierta y por eso pasé sin llamar.

En el quicio, me quedé helado. Sentada en la cama, yacía mi ahijada completamente desnuda, masturbándose con los ojos cerrados de espaldas a la puerta. Hipnotizado por la escena, durante un minuto y como un espectador inoportuno, violenté su intimidad observando alelado, como masajeaba su clítoris mientras con su otra mano pellizcaba sus pezones. Por mucho que la cordura me aconsejara a salir corriendo, el morbo de contemplarla, mientras daba rienda suelta a su pasión, me retuvo en el quicio de la puerta. Sin saber que sus caricias estaban siendo observadas por mí, mi ahijada se contorneaba como una posesa. Coincidiendo con su clímax, gimió pensando en su padrino, mientras su cuerpo se retorcía de placer. Atónito al escuchar de sus labios que era yo el objeto de su deseo desaparecí. Esa atracción, además de injusta para ella, se estaba tornando opresiva. Tenía que sincerarme y exigirle que dejara de tontear conmigo, era un hombre demasiado mayor, no era lo que más le convenía a mi parecer. Si antes era necesario, después de descubrirla era obligatorio, se tenía que dar cuenta que además de la diferencia de edad, era mi ahijada, eso nos convertía prácticamente en familia. Salí al jardín con mis pensamientos acelerados…, no podía dejar de rememorar el sonido de sus jadeos pensado en mí. Me desplomé sobre una hamaca desolado, al entender que  nada se podía evitar… me deseaba tanto o más como yo a ella, hacerla mía solo era cuestión de tiempo.

Capítulo cuatro. LA CENA. El frío de la noche, me hizo volver a la casa. Quedaba media hora escasa para que tuviésemos que salir hacia la cena, por tal motivo y por la inapetencia de enfrentarme a ella, comprendí en ese momento que se estaba desmoronando mi vida ermitaña y además no me podía permitir el lujo de ofender a mi jefe. No me quedaba más remedio que ir a la cena acompañada por ella. Sabiendo que jugaba con fuego y que corría el peligro de quemarme, decidí que al día siguiente aclararía todo con Andrea. Tenía que dejar de jugar conmigo, no podría soportar mucho más sus coqueteos, ¡¡No era de piedra!! Solo me venían imágenes de como se separaba sus labios vaginales introduciéndose los dedos en su interior sin dejar de nombrarme…mi mente los sustituyó por mi verga cercana a 20 cm, empalándola. Era tan atrayente la idea de perderme en sus brazos, que por momentos me pareció normal dejarme seducir por una joven a la que bauticé en mis brazos. Esperé que saliera para marcharnos, pero al verla bajar por la escalera, me pareció una vestal romana. Con un traje negro en exceso escotado, la seda del vestido realzaba, no escondía, sus esculturales pechos. Era como una segunda piel. Sus pezones se mostraban con desvergüenza, revelando a cualquier espectador que la dueña de ese cuerpo se había olvidado en el cajón el sujetador. La abertura de su falda, tampoco se quedaba atrás. Si llevaba ropa interior debía de ser un estrecho tanga de talle alto. – “¿Qué te parece?” Me preguntó. – “No sé qué decirte, creo que al Sr. Gonzalvo le va a dar un sofoco al verte.” – “A mí, él me da igual ¿A ti te gusta?” Asentí con un gruñido.  

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Realmente, estaba maravillosa pero no me hacía ninguna gracia pensar que cualquier pudiera disfrutar de esa belleza; celoso la quería solo para mí. Cuando salíamos por la puerta cogí las llaves de mi coche pero, quitándomelas de la mano, Andrea me dio las del golf, diciendo… – “Como seguramente vas a beber, es mejor que vayamos en mi coche. No me atrevo a conducir el mercedes”. No me pasó inadvertido que esa muchacha se había apropiado del coche de mi mujer, del armario y posiblemente de su vida sustituyéndola en todos los aspecto de su vida conmigo… pero como no tenía ganas de discutir y sobre todo como ya había decidido hablar con ella al día siguiente, preferí callar. Andrea era como un virus que habiéndose inoculado en mi vida, se extendía invadiéndolo todo. <>, recapacité sabiendo que entre las posesiones de María me encontraba yo. Ajena a mis tribulaciones, mi ahijada me preguntó por mi jefe, a lo que contesté… – “Es un buen hombre, divertido, animado y sobre todo mujeriego…, pero no te preocupes no te va a atacar. Se acaba de casar con una mujer mucho más joven que él y seguro que viene acompañado de ella.” – “¿Cuánto más joven?” <>, exclamé interiormente antes de contestar, – “El señor Gonzalvo debe rondar los setenta y la mujer debe de ser un poco más joven que yo”. Tardó un segundo en hacer los cálculos y al darse cuenta que se llevaban unos treinta años, sonrió, diciendo… – “Me va a caer bien, ese viejo.” – “No me cabe duda,” mascullé entre dientes y sin más dilación, encendí el coche. Afortunadamente, la cena era en el Hotel “Villa magna”, cerca de casa, porque no sé si hubiese aguantado la claustrofobia de estar encerrado con mi dulce tentación en un habitáculo tan estrecho mucho tiempo. Al llegar, salí primero y acercándome a la puerta le abrí… – “Un beso para mi caballero”, me susurró y cogiéndome desprevenido, posó sus labios en los míos.

No supe reaccionar, solo se me ocurrió no dar importancia al beso. <>, cavilé mientras entrabamos del brazo al restaurante. A Andrea se la veía radiante, no me cabía la duda que estaba disfrutando de su pequeña victoria. <>. Saber que no se detendría ante nada, me convenció que debía adelantar la charla y que nada más dejar al jefe, iba a aclarar cuatro cosas con esa lianta. Gonzalvo y su señora ya estaban sentados a la mesa. Felipe, al acércanos dio un repaso a mi acompañante. Por su cara, se le notaba a la legua que quedó impresionado por su belleza  sin dejar un centímetro sin explorar con la mirada. Levantándose de su silla, llegó hasta nosotros y dándole un beso a la chiquilla, se presentó… – “Soy Felipe”. – “Encantada de conócele, Felipe. Mi nombre es Andrea….” Así se la presentó a Carmen, su mujer. Con el ánimo de que todo fuera bien me acomodé en mi asiento soportando que mi ahijada, usando su simpatía y desparpajo, se metiera en menos de cinco minutos a ese matrimonio en el bolsillo. Tan poco conocía en realidad a Andrea, que no tenía ni puñetera idea que la muchacha era buena en los idiomas. Aunque Carmen es un nombre español, ella era francesa, sin embargo no le supuso ningún problema alternar el español, el inglés y el francés como si fuera algo habitual en su día a día, cuando yo solo controlaba el inglés.

Tanto Felipe como su mujer, estaban embelesados con ella. Hasta tal grado que sin poderse aguantar, mi jefe me preguntó que donde y cuando había sacado esa joya. Antes que pudiese contestar, Andrea se anticipó diciendo… – “Nos conocemos hace años, pero entonces seguía casado. Hace menos de un mes, nos rencontramos y ese mismo día, me pidió que me fuera a vivir con él. Y como verás, acepté”. La arpía no había mentido, pero había tergiversado la historia, haciéndome aparecer como un Don Felipe y a ella como una pobre damisela que había sucumbido a sus encantos. El viejo al oírla, me miró y dijo… – “Menudo pájaro estás hecho y yo que te creía un poco parado. No me cabe duda que me has engañado y que tras ese aspecto serio se esconde un truhán”. – “La verdad, Felipe. Es que hasta que llegué nuevamente a su vida, Arturo estaba un poco oxidado, pero gracias a un poco de ternura y de amor, voy lubricando su dañada maquinaria”, contestó Andrea anticipándose nuevamente. Cabreado por los derroteros de la conversación decidí intervenir, diciendo… – “Llámame loco, pero es evidente que con semejante lubricación”, señalando a mi ahijada, – “¡Hasta lo más encasquillado se suelta!”  Mi burrada provocó que Felipe y su esposa soltaran una carcajada. Andrea me lanzó una cuchillada con la mirada pero. Cuando el camarero tomaba nota, me susurró al oído… – “Eso habrá que verlo”. No comprendí sus palabras hasta que sentí como, con su mano bajo el mantel, me empezó a acariciar el muslo. No haciendo caso a sus mimos, pregunté a Carmen si era su primera vez en Madrid. Nunca llegué a escuchar su respuesta. Mi querida ahijada viendo que no me afectaba su descaro, cambió de objetivo y se concentró en mi abultado cipote, el cual no tardó en reaccionar y completamente alborotado, recibió con gozo sus caricias. Miré de reojo a mi acompañante, nada en ella revelaba que en ese preciso instante me estuviera masturbando en público.  Disimulando, retiré su mano de mi entrepierna y la deposité suavemente en su muslo. – “Tienes razón eres un loco”, me soltó. Creí que se había terminado pero, entonces me pasó su dedo índice por mi boca después de habérselo introducido en su coño empapado, y en voz baja me dijo… – “Como veras, yo también soy una loca”. No lo podía creer, ¡la muchacha estaba completamente empapada!

No satisfecha, me robó otro beso, mientras me decía… – “Me he masturbado un poco delante de tu jefe, no querrás que sepa que te estás acostando con tu ahijada y que llevas haciéndolo desde que era una niña”. La muy zorra me tenía entre la espada y la pared. Si no hacía lo que ella decía, me podía olvidar de mi actual trabajo y de un futuro con veinte años en la empresa por pederastia…, momento que aproveché para levantarme e ir al baño. – “¡Hija de puta!” Grité, mirándome al espejo. – “¡Esta niña no sabe quién soy yo!” Más tranquilo al haber tomado la decisión de pararle los pies, volví a la mesa y me metí en la conversación como si nada. Pero algo había cambiado en mí, ya que la niña se quería apropiar de todo, lo tendría pero a mi forma… – “Andrea,” le dije aprovechando que habíamos terminado de cenar, – “vete despidiendo, que estoy cansado y el señor y señora Gonzalvo tienen muchas cosas que hacer mañana….” Por mi tono autoritario, comprendió mi molestia y la muchacha obedeció al instante. En dos minutos estábamos en el vehículo, aún en el aparcamiento dispuesto a echarle una bronca, pero si lo hacía nuestra relación podría decaer en un abismo y en el fondo estaba encantado de estar con ella. Sabiendo que no me quedaba otra salida, me acerqué a ella y le dije… – “Siento haber sido tan autoritario, no podía soportar por más tiempo la situación…” El vestido de ella al acoplarse en el asiento se había remangando hasta el punto se dejaba ver todo el pequeño tanga. Ella se acercó a escasos centímetros de mi boca… – “Me estás poniendo muy cachonda… ¡No sabes cuánto me gusta que mi hombre me imponga su voluntad…!” de forma sumisa se recostó sobre mí. Mi mano izquierda cobró vida propia e inconscientemente comencé a acariciar su sexo por encima del tanga. Andrea al notar que había cedido tornándome más receptivo, se acomodó abriendo ligeramente sus piernas y respingando el culo se bajó las bragas hasta las rodillas con una sonrisa me indicadora de su disposición. Excitado hasta lo indecible me fui aproximando a mi meta para descubrir que esa niña de aspecto angelical llevaba su coño completamente rasurado al punto de la depilación. Sentí escalofríos al percibir la suavidad de la piel que conformaba su vulva. Ni un solo vello entorpeció mis maniobras cuando separó sus labios con dos dedos de su mano. Me concentré en el botón de su clítoris y en follarle su apretado conejito con mi dedo anular. La cría no tardó en impregnarme con el jugo de su orgasmo quedo, entre jadeos extremadamente lascivos para un hombre que llevaba cuatro años de pura abstinencia. Mi euforia se disparó a extremos olvidados, ganando finalmente la razón. Ella alargó su pequeña mano asiéndome de mi cargada excitación, pero…

– “Vámonos a casa estaremos más cómodos…” 

CONTINÚA....

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