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Mi madre en Italia

en Voyerismo

Roberto tenía veintidós años cuando ocurrió todo. Hasta ese verano de 2016, Roberto era un chico normal, muy estudioso y responsable, que se había criado con su madre y sus abuelos maternos. Su padre, al que detestaba, les había abandonado diez años antes para irse a Sudamérica y formar una nueva familia con su mujer argentina. Desde aquel momento, su madre, de nombre Virginia, decidió dedicarse en cuerpo y alma al cuidado de su hijo apoyándose en sus padres, que afortunadamente estuvieron siempre a su lado para apoyarla, a pesar de que su ya exmarido no les caía en gracia. 

Desde aquel momento Virginia apenas conoció a otros hombres. Tuvo alguna cita, sí, pero ningún hombre le parecía nunca lo suficientemente bueno para formar parte de su familia. Aún así, ella era siempre lo suficientemente cautelosa para que su hijo nunca se diese cuenta de que tenía una cita. En diez años no tuvo más de tres o cuatro relaciones sexuales, siempre en hoteles y con hombres con los que se había visto al menos tres veces. De un modo u otro, la cosa nunca cuajaba y ella terminaba evitando que surgiese una relación.

Roberto decidió estudiar turismo. No era un estudiante brillante, pero sí era lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que, sin un padre en la familia, necesitaría tener un buen trabajo para devolver a su madre todo el esfuerzo y el dinero que había invertido en él. Así que con mucho esfuerzo, sacrificio y tardes enteras de estudio, sacó la carrera adelante. Y ese verano de 2016, tan solo le faltaba terminar unas prácticas internacionales de cuatro meses para obtener el graduado. Y de entre todas las opciones, eligió Italia. 

Virginia trabajaba de supervisora de limpieza en un hotel de la ciudad y estaba convencida de que su hijo, algún día, tendría su propio hotel. Mientras tanto, trabajaba muy duro para poder darle lo que necesitase en caso de que no obtuviese ninguna beca.

Debido al tipo de trabajo que tenía y a las horas que le dedicaba al mismo, tenía un cuerpo atlético y muy bien torneado. Sus pechos eran bastante grandes y destacaban sobre el uniforme suelto que le daban en el trabajo. Su vientre plano, su culo perfectamente curvado y sus piernas atléticas podían llegar a ser una perdición para cualquier hombre. Ella, sin embargo, ocultaba todo aquello bajo interminables prendas de ropa flojas, tallas grandes y poco sugerentes.

Su rostro se mostraba siempre agotado de cara al público. Casi siempre tenía los labios algo resecos y los ojos vestidos de eternas ojeras y apagados por el esfuerzo. Aún así era una mujer hermosa a la que apenas le bastaría una sonrisa y una semana de vacaciones para aparentar muchos menos años de los 43 que tenía.

Un dos de junio, Roberto se despidió de su madre en el aeropuerto y despegó rumbo a su primera aventura en el extranjero, deseando aprender todo lo posible y cargado de infinitas esperanzas.

Lo pasó muy mal durante su primer mes. Acostumbrado a vivir con su madre y a tenerlo todo hecho, le llevó un tiempo adaptarse y hacer todas las cosas por sí mismo, al tiempo que le tocaba trabajar en una jornada laboral de tiempo completo. Todo ello, añadido a que echaba de menos a su familia, a sus amigos y que no se encontraba muy cómodo todavía hablando en inglés, hizo del proceso un camino duro para el chico. Cada noche hablaba con su madre por whatsapp a modo de desahogo y apenas podía dormir.

Roberto compartía piso con otros dos estudiantes italianos que ya llevaban varios meses conviviendo. Uno de ellos, Nicola, era un chico de veinte años que trabajaba de camarero en un bar céntrico que estaba lleno a todas horas. Mediría como un metro noventa, estaba muy bronceado y parecía sacado de un anuncio de gimnasios. No había fin de semana en el que Nicola no llevase a una mujer a su habitación. Sus ojos azules, sus facciones marcadas y su forma decidida de moverse era como un imán de mujeres.

Nicola trataba de animar a Roberto presentándole a alguna que otra amiga de las mujeres que él conocía en su trabajo, pero nada de eso funcionaba.

Su otro compañero, Luca, era un tipo mucho más normal. Mediría más o menos lo mismo que Roberto, un metro setenta y cinco más o menos. Tenía veintidós, el pelo corto, una cara normal y amigable y un cuerpo de deportista amateur. Bien torneado, pero sin destacar demasiado. Luca no hablaba mucho y se llevaba muy bien con Roberto. En su primer mes, Roberto no le había visto llevar a ninguna mujer a su habitación.

Una noche, tras una conversación de una hora en la que Roberto, entre lágrimas, confesó estar planteándose dejar el trabajo y volver a casa, Virginia decidió coger unas vacaciones para pasar unos días junto a su hijo, tratando de ayudarle a poner su vida en orden. Al fin y al cabo, no eran más que cuatro meses. Luego todo se terminaría.

En la segunda semana de julio, el avión que llevaba a Virginia a Italia aterrizó sin mayor problema. Su hijo la recibió con una enorme sonrisa y un abrazo que se prolongó durante diez largos minutos y alguna que otra lágrima de felicidad. De camino al apartamento apenas intercambiaron palabras. Él suspiraba con su mirada perdida en el horizonte y ella disfrutaba de los maravillosos paisajes que cruzaban a gran velocidad. Era, para ella, su primera vez fuera de España.

Llegaron sobre las siete de la tarde y el piso estaba vacío. Dejaron las maletas en el cuarto de Roberto y salieron a dar un pequeño paseo. Se sentaron en una pequeña terraza y charlaron sin más durante cerca de media hora, antes de regresar. Una vez de vuelta, Virginia no pudo evitar escandalizarse al ver el estado en el que vivían aquellos jóvenes, y en cuestión de dos horas y de un poco de esfuerzo, dejó la cocina y el salón del piso relucientes. De nada sirvió que su hijo le insistiese en que no debía hacerlo porque estaba de vacaciones. Ella no podía vivir en un sitio así y se encargó de ponerle remedio. Parecía un sitio nuevo.

Poco después de terminar, mientras cenaban una pizza encargada a domicilio, llegaron sus dos compañeros. No pudieron evitar una exclamación de sorpresa al ver lo limpio que estaba todo. Sonrientes, se presentaron ante Virginia. Intercambiaron los cinco minutos de diálogo de cortesía y después cada uno se fue a su respectiva habitación.

Guau, ese chico, Nicola, es todavía más guapo de lo que me habías contado por teléfono”, comentó Virginia, sonrojada, sin darle demasiada importancia. Y la cosa quedó ahí.

Durante los tres días libres que Roberto tuvo libre, se dedicó junto a su madre a pasear y viajar en tren por los preciosos lugares que rodeaban Siena. Eran como esos paisajes de la Toscana que ella tanto disfrutaba en las películas. Al cuarto día le tocó volver al trabajo. Era el turno de noche. De 10 de la noche a 6 y media de la mañana. No estaba tan mal, podía dormir por la mañana y aprovechar la tarde con su madre antes de volver al trabajo. Además había hablado con su jefe y quizá podría tener otro día libre extra para aprovechar junto a ella. Roberto volvía a sonreír.

Era jueves. Madre e hijo comían en la cocina cuando Nicola entró en la cocina.

  • Buen provecho, dijo él con su tono alegre pero contundente. - Ya sabéis que mañana es festivo aquí. ¿Os importa si organizo una pequeña fiesta esta noche para unos compañeros de trabajo? Será de 8 a 1, como muy tarde. Cenaremos algo, tomaremos un par de copas y después saldremos a bailar por ahí.

Roberto miró a su madre y después de nuevo a Nicola.

  • Yo no tengo problema que trabajo de noche. Si todo está ordenado y limpio cuando vuelva, no me importa. Ya sabes que necesito descansar. ¿A ti te parece bien, mamá? - Preguntó.

  • No, para nada. Mientras sea sólo hasta la 1 no tengo problema. Quizá hasta me venga bien el tomarme una copa. ¿Podría, verdad? - Dijo Virginia sonriendo. Roberto la miró un tanto sorprendido.

  • Por supuesto, señora. - Replicó Nicola. - Y sobre la 1 estamos fuera, se lo prometo.

Nicola se despidió con un fugaz gesto con su mano derecha y salió del piso a toda velocidad.

  • ¿De verdad vas a beber? - Preguntó Roberto a su madre

  • No lo sé, hijo. Quizá sí. Me tomaré una copa y me tumbaré en tu habitación a mirar una película hasta que la fiesta se termine. - Respondió ella.

Roberto durmió una pequeña siesta y se despertó bastante cansado. Salió de la habitación, sudoroso, y vio que ya había algunas personas sentadas en la mesa del salón charlando amigablemente. Eran casi las siete. No dijo nada. Llamó a su madre, que paseaba aprovechando los últimos rayos del sol, y se dio una ducha antes de que aquellos extraños comenzasen a ocupar su cuarto de baño.

Virginia volvió poco después. A pesar de no desenvolverse muy bien con el inglés, se sentó a la mesa junto a los compañeros de trabajo de Nicola y charlaron amistosamente. Eran dos chicos y tres chicas, todos de menos de veinticinco y bastante atractivos. Ella se sentía bien entre la juventud, por primera vez en mucho tiempo. Una de las chicas le ofreció una copa de ron con cocacola, que aceptó entre sonrisas y noes muy poco convincentes.

Roberto salió del baño ya listo para ir a trabajar, a pesar de que todavía faltaban dos horas. Se sorprendió al ver a su madre sentada con aquella gente, pero no dijo nada. Picoteó algo en la cocina y se sentó un rato con ellos. Le ofrecieron una copa a él también, que rechazó. No podía beber antes de ir a trabajar, y le despedirían si le descubriesen. Eso significaba decir adiós a las prácticas y al mes de sacrificio por el que ya había pasado.

Poco a poco fue llegando más gente, y sobre las nueve, la hora acordada para la fiesta, había en el salón unas veinte personas. Virginia y Roberto seguían sentados a la mesa. Él con gesto aburrido, ella muy alegre. No sólo por efecto del alcohol, sino también porque le había venido muy bien el hecho de poder desconectar de la vida monótona a la que llevaba muchos años acostumbrada.

Poco después llegó Nicola junto a otras dos mujeres, con bolsas de comida y alguna botella que otra más. Virginia se levantó a saludarle.

  • Bueno, me voy ya a la habitación. La casa es toda vuestra. - Le dijo.

  • Puede quedarse si quiere, señora. - Dijo él. - Levantó las bolsas con las botellas y la comida y recalcó: “tenemos de sobra para todos”

Virginia sonrió y se fue a la habitación. Roberto saludó también a su compañero e intercambiaron algunas palabras. Después cogió uno de los sandwiches que traía y empezó a comerlo mientras se iba a la habitación a por su mochila. Para su sorpresa, la puerta estaba cerrada con pestillo.

  • Mamá, abre, necesito coger la mochila. - Dijo en alto.

  • Sí hijo, ahora mismo abro. Dame un momento. - Replicó ella.

Tardó unos dos minutos en abrir la puerta. Cuando lo hizo, Roberto se quedó sorprendido y mudo. Su madre había cambiado aquellos jerseys y aquellas camisetas flojas de siempre por una camiseta con escote y una falda de tubo a juego. Estaba espléndida. Incluso la cara le brillaba un poco más y sus labios estaban algo más rojos de la cuenta. Nunca antes la había visto así y se quedó muy sorprendido.

  • ¿Qué te parece, hijo? - Preguntó ella, nerviosa.

  • P...p...p...pero mamá. Estás muy guapa. ¿Vas a salir?

  • No, hijo. Creo que voy a seguir charlando con las chicas de la fiesta. Me siento bien y estoy practicando el inglés, pero quería estar un poco más a la altura. ¡Esas chicas son muy bonitas! - Exclamó.

Roberto asintió con la cabeza, todavía sorprendido, y entró a recoger la mochila. Se la colgó del hombro y ambos volvieron a la pequeña fiesta.

Algunos de los que estaban allí se giraron al ver a Virginia aparecer vestida de un modo mucho más sexy, pero nadie dijo nada. Tampoco Nicola. Virginia le dio dos besos a su hijo y cruzó el salón para seguir hablando con las chicas que había conocido. Una de ellas le ofreció otra copa, esa vez más cargada, y ella la aceptó sin rechistar, sonriente.

Roberto se despidió de Nicola y salió del apartamento en dirección al trabajo. En el ascensor se encontró con Luca, que regresaba de trabajar. Se dieron un abrazo breve y siguieron su camino.

Una hora más tarde, su estómago comenzó a rugir cada vez más fuerte. Poco después, empezó a sudar. Avisó a su supervisor y cruzó corriendo el pasillo en dirección a los servicios. Allí estuvo cerca de media hora, dejando salir todo aquello que le hacía tanto mal.

Regresó a la recepción con pinta de zombie. Estaba pálido como un folio, tenía los ojos rojos, los labios secos y el pelo bañado en sudor. El supervisor, al verle, no dudó en mandarle de vuelta a casa. Al fin y al cabo, apenas había gente y no merecía la pena tenerle allí agonizando.

Roberto, sin cambiarse de ropa siquiera, se enfundó la mochila y cogió el bus de las once y cuarenta. Envió un mensaje a su madre, diciéndole que volvía, que no se encontraba bien. “Vale hijo, ven con cuiidado”, le respondió ella. Las calles estaban vacías. El silencio era sepulcral. Era el único que viajaba en aquel autobús. El trayecto de veinte minutos se convirtió en uno de ocho minutos.

Al bajarse en la parada, justo frente a su apartamento, recordó que había una fiesta. Y lo hizo porque pudo ver a dos chicas muy guapas fumando y hablando con otros dos hombres a pocos metros de su portal. Hablaban muy alto y se reían de modo escandaloso. Ni le vieron.

Se peleó con la mochila hasta que encontró las llaves y abrió el portal. Llamó al ascensor y subió hasta la tercera planta.

Eran las doce menos diez. Abrió la puerta con todo el tacto posible para no hacer ningún ruido. Las luces estaban encendidas y escuchó voces alegres saliendo del salón. Entró. Dejó la mochila en una esquina y entró en el salón. Allí estaban Nicola, Luca, dos amigas de Luca, una compañera de trabajo de Nicola y su madre. Todos se reían mientras jugaban a las cartas. Había una botella de ron vacía sobre la mesa y todos tenían sus vasos llenos. Roberto les saludó débilmente.

Virginia, al verle, se levantó rápido para darle un beso y un abrazo. Estaba bastante contenta y tenía las mejillas enrojecidas. El estómago le volvió a rugir con fiereza y se fue directo al baño. Cuando salió, se encontró la cama preparada y un vaso de leche caliente sobre la mesilla de noche. Virginia salió a su encuentro, le dio una pastilla para el estómago y las buenas noches.

  • Habrá sido ese sandwich que te sentó mal. Le ha pasado a más de uno hoy. Menos mal que yo sólo he comido patatillas. - Susurró su madre al oído. Roberto temblaba.

Virginia le tapó con una manta. “Descansa, hijo, mañana estarás bien”. Le regaló un tierno beso en la frente y salió de la habitación cerrando la puerta a su paso.

Roberto no tardó en quedarse dormido. Se despertó apenas dos horas más tarde con la boca seca y el estómago mucho más calmado. Se extrañó al ver que su madre todavía no había vuelto a dormir a su colchón. Miró el reloj. Eran las dos y diez. Se levantó de cama despacio, dolorido y quejumbroso.

Sobre la cómoda había un vaso de agua. Cada noche, antes de cenar, Virginia preparaba un vaso de agua y dejaba dentro una pastilla para dormir. Así, una vez en la habitación, se lo bebía y se dormía más fácilmente. Roberto no sabía que ella tomaba esa medicación. Llevaba haciéndolo desde que su marido la abandonó.

Roberto estaba tan sediento que cogió el vaso de su madre y bebió hasta la mitad.

Era un piso bastante grande. En un extremo estaban las habitaciones y los baños, en el medio del pasillo, la cocina y la lavandería. Al otro lado estaba el enorme salón con una gran mesa en el centro y dos sofás pequeños, y justo enfrente otra sala de estar algo más pequeña, pero muy espaciosa. En esta sala de estar había otros dos sofás más grandes, con una televisión y un pequeño balcón. Ambos espacios estaban conectados por unas puertas plegables muy anchas.

Roberto salió de la habitación y caminó despacio hacia dónde todos se encontraban. Para su sorpresa, se habían movido de sitio y se habían metido en la sala de estar. Las luces del salón estaban apagadas, y antes de poder llegar a encenderlas, empezó a marearse. Como pudo se tumbó en uno de los sofás, soñoliento y agotado. Desde allí pudo verlos a todos. Bebían y se reían pero ya no jugaban a las cartas. Parecían hablar, sin más. Le pesaban los párpados. Se dormía en pequeños intervalos de 5-10 minutos. Lo sabía por los saltos en las conversaciones. En un momento, cerca de las tres de la mañana, escuchó a su madre hablar y trató de seguir el hilo de la conversación. El resto de gente hablaba también entremedias y complicaba el proceso. Todos parecían ya bastante borrachos y desinhibidos. Una de las chicas desconocidas preguntó cuánto tiempo llevaban sin acostarse con alguien. Yo casi dos semanas, empezó.

  • Una semana, dijo su otra amiga.

  • Dos días, dijo Nicola sonriendo

  • Dos días, dijo la compañera de Nicola. Miró a Nicola y sonrió.

Todos se rieron. Luca y Virginia permanecieron en silencio.

¡Vamos! Dijo la mujer que había lanzado la pregunta. ¡Responded! Venga Luca, que seguro que con lo que guardas ahí debajo no pasas mucho tiempo sin tener a alguna detrás de ti. Dijo ella poniendo cara de malvada.

Luca miró a Nicola sorprendido. Se rieron. “Tenía que contarlo, tío”, dijo Nicola sonriente.

  • El lunes fue la última vez. - Respondió por lo bajo Luca, resignado.

Entonces todos miraron a Virginia. Estaba roja, pero no dudó en responder.

  • Pues unos dos años. Dijo.

Todos exclamaron de sorpresa. Una de las chicas gritó que eso no era posible. Se quedaron un rato callados y en shock. Roberto, a pesar de la sorpresa de escuchar a su madre hablando tan abiertamente del tema, se quedó de nuevo temporalmente dormido.

Al despertar quince minutos después, Nicola y su compañera habían desaparecido. En el balcón estaban Virginia y Luca, bastante pegados el uno al otro. Las otras dos chicas estaban medio dormidas en el sofá de la esquina. La puerta del balcón estaba abierta y pudo escuchar un gemido leve escapando de la boca de Luca. Hizo un movimiento raro y se giró hacia Virginia, que miraba hacia abajo sin moverse. Luca acercó su boca al oído y le susurró algo. Él sonrió y ella se giró también hacia él un poco más. Roberto pudo ver cómo el brazo de su madre se movía, y un escalofrío terrible le recorrió el cuerpo en un instante. Estaba haciendo un esfuerzo brutal por mantenerse despierto. Luca volvió a acercarse al cuello de su madre, esta vez para dejarle un beso. Después otro. Ella, poco a poco, iba cediendo levantando la cabeza y dejando desnudo todo su cuello. Su brazo no dejaba de moverse.

Roberto volvió a quedarse dormido unos minutos.

Despertó. Una de las chicas se había ido y la otra permanecía dormida en la misma posición. Roberto se arrastró hacia adelante en el sofá para alcanzar a ver lo que estaba ocurriendo dentro. Llegó hasta el borde, desde dónde podía verlo todo, y casi le da un infarto.

Luca estaba sentado en el sofá, con el torso desnudo y la cabeza recostada mirando al techo. Sentada a su lado, con la cabeza en su entrepierna, estaba Virginia. El miembro de Luca era descomunal y apenas podía introducir la mitad en la boca. Ella trataba de abarcar el resto con sus manos, haciéndole una paja a una velocidad brutal. Parecía ansiosa y él gemía cada vez más.

Para o me corro”, le dijo. Sujetó su cabeza con ambas manos y la acercó a él para fundirse en un intenso beso. “Ponte encima”, dijo. “Hay que acabar con esa sequía”. Los dos se rieron.

Virginia se puso en pie. Se quitó la camiseta y el pantalón lo más rápido que pudo. Después tiró las bragas al suelo. Se colocó a horcajadas encima de Luca, todavía con el sujetador puesto, y le pidió que se lo quitase. “Si eres capaz de quitármelo, son todas para ti”. - Le dijo ella, excitada.

Roberto la veía de espaldas. Tenía un culo magnifico. Sólo tenía muchas ganas de vomitar.

Luca tardó cinco segundos en quitar el sujetador. Lo lanzó al sofá donde estaba la otra chica, que se despertó con el impacto. Él se lanzó a por las tetas y las devoró con ansia, sujetándolas con ambas manos. Mientras, Virginia se acomodaba y trataba de meterse aquel enorme miembro. En cuanto lo consiguió dejó escapar un pequeño grito. “Oh..., joder”, dijo en español.

Y sin que su amante dejase de devorarle las tetas, ella empezó a subir y a bajar cada vez con más velocidad. La chica dormida, ya consciente pero totalmente borracha, exclamó: “Joder, qué maravilla”, y se quedó allí tumbada mirando el espectáculo en silencio.

Roberto miró a su madre de espaldas cabalgando sobre Luca durante varios minutos que le parecieron interminables. De vez en cuando Luca soltaba aquellas preciosas tetas para rodearle la espalda y apretarla contra él. Ella, mientras tanto, hacía todo lo posible para evitar gemir muy alto. Aún así era bastante escandalosa.

En el instante en el que el ritmo bajó y estaban a punto de cambiar de postura, Roberto cerró los ojos por un momento y se durmió hasta pasadas las seis de la mañana.

Un intenso dolor de cabeza le martilleaba al despertar. Algunos rayos de luz entraban ya por la ventana iluminando el salón. El efecto de la pastilla había pasado, dejando tras de sí un reguero de molestias y dolores por todo su cuerpo. Tenía la boca muy seca, el estómago se retorcía hambriento, apenas tenía fuerza en las piernas y el corazón latía agitado. Se puso en pie como pudo, deseando con toda su alma que lo que había visto durante la noche no hubiese sido más que una terrorífica pesadilla. Pero no lo había sido.

Alguien había entrecerrado la puerta del salón y tuvo que acercarse y asomar la cabeza para ver el interior. Había ropa por todas partes. En el sofá dormían Luca y su madre, totalmente desnudos. Ella estaba recostada sobre él. El miembro del italiano era imponente incluso en reposo. Con la luz del sol iluminándoles con sutileza, podía ver como ambos estaban impregnados de semen, habiéndose quedado dormidos justo después de que él se corriese.

A Roberto no le quedaban energías para hacer o decir nada, así que se dio media vuelta con los ojos bañados en lágrimas y el estómago nauseabundo, y volvió a su habitación para tratar de descansar un poco y olvidarlo todo.

El ruido de una aspiradora le sacó de su trance pasadas las doce de la mañana. Su cuerpo parecía haberse recuperado, aunque no así su mente. Salió de su habitación y se encontró a su madre, sonriente, pasando la aspiradora a lo largo del pasillo. Parecía silbar, aunque no podía escucharla. Al ver a su hijo le dedicó un saludo amigable con la mano y siguió a lo suyo como si nada. En su rostro habitaba una alegría, una sonrisa y un brillo que él no había visto antes. Llevaba una falda bastante corta y otro top distinto con escote que le había dejado una de las chicas de la noche anterior.

Pasó por su lado y, sin mediar palabra, salió del piso y se fue a dar un largo paseo por los alrededores mientras buscaba una forma de empezar esa conversación que tanto pánico y náuseas le provocaba. Caminó durante una hora. Envió un mensaje a su madre avisándole de que no iría a comer y se sentó en el banco de una pequeña plaza con la mirada perdida, intentando sin éxito dejar la mente en blanco. Recibió un mensaje de su madre: “Cariño, ¿estás bien? Espero que sí. ¿Sobre qué hora piensas volver? Me gustaría ir a hacer unas compras”.

Enfurecido, cogió aire y respondió sin pensar demasiado. “Todo bien. Volveré sobre las 8 para prepararme e ir a trabajar”.

Tomó un café, caminó a lo largo del río y se perdió durante un rato por un breve sendero próximo a la ciudad. Tras este periodo de reflexión decidió que quizá debía volver a casa. Tal vez su madre hubiera salido a comprar y podría dormir un rato antes de trabajar en el turno de noche. Se subió al primer bus que encontró y llegó a casa sobre las cuatro de la tarde.

Subió las escaleras bastante más calmado. Abrió la puerta y entró. Todo estaba en silencio. Echó un vistazo en el salón y en la sala de estar. Nadie. Todo estaba, además, perfectamente ordenado.

Fue a su habitación. Abrió la puerta y comprobó que todo estaba impecable. Su cama, hecha. La cama improvisada dónde dormía Virginia, hecha. Todo recogido y en su sitio. Se descalzó y se sentó en cama. Echó un vistazo a su teléfono. Ni un mensaje. Puso la alarma para dentro de hora y media y sacó la mochila de encima de la cama.

Un ruido le alertó justo antes de cerrar la puerta bajo llave para dormir la siesta. Poco después, más ruidos. Venían de una de las habitaciones.

Salió descalzo y caminó con el oído afinado tratando de encontrar el origen. Al fondo del pasillo estaba la habitación de Luca, cuya puerta entreabierta no anunciaba nada bueno. Entonces un gemido femenino recorrió la distancia entre la habitación y Roberto y se clavó en sus oídos como un puñal. Respiración agitada. Bufidos. Cuánto más se acercaba, más detalles apreciaba. No quería creerlo.

Se asomó a la puerta. Allí estaba Virginia, esa vez sin alcohol en sangre, con los pies en el suelo, las piernas estiradas y el torso doblado hacia adelante, apoyándose con las manos en la cama, mientras Luca la agarraba por la cintura y la penetraba a un ritmo implacable. Sus tetas bailaban un tango sexual inenarrable.

 

...Continuará.