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Fantasías cumplidas (Tercera parte y final)

en Fetichismo

 

Tercera parte y final de esta serie de relatos.

Primera parte: https://www.todorelatos.com/relato/151584/

Segunda parte: https://www.todorelatos.com/relato/151663/

 

Al día siguiente desperté de nuevo con la boca pastosa y con el cuerpo pegajoso, además esta vez también tenía el culo dolorido. Me fui directo a la ducha mientras rememoraba lo que había pasado la tarde anterior en la habitación de Maurice. Como se corría en mi boca, como me rompía el culo, el olor de sus pies y calcetines… y esa humillación que me hacía sentir constantemente y que solo recordándolo me había puesto la polla dura. Estaba loco por volver a su habitación ¿Podía ir más lejos en sus humillaciones?

Terminé de ducharme y me puse a ver películas y leer haciendo tiempo hasta que llegara la hora a la que había quedado con Maurice. Mi polla no había bajado prácticamente desde que me había levantado, debido a la excitación que me producía ser humillado de nuevo. Salí de la habitación y caminé hacia su puerta. Toqué tres veces como había hecho el día anterior, otra vez mi corazón a mil por hora pero esta vez por otro motivo. Se abrió la puerta y la escena que vi me dejó helado. En la habitación no estaba solo Maurice, había otro de los chicos que estaban con él el día de la piscina y en el comedor. La televisión estaba encendida y se estaba reproduciendo el vídeo que Maurice había grabado el día anterior, en el que se veía como me follaba y me humillaba con sus pies.

 

—Pasa putita —dijo Maurice—, te estábamos esperando.

 

La habitación olía más fuerte que los dos días anteriores. Maurice llevaba unos pantalones vaqueros, camiseta azul y las mismas zapatillas converse azules.

 

—Este es Emile. —Maurice señaló al otro chico—. No tiene ni idea de español, pero tampoco lo va a necesitar.

 

Emile se parecía bastante a Maurice. Era un poco más moreno y alto, vestía pantalones cortos azules, camiseta gris claro y unas deportivas nike blancas. Me miraba fijamente y se reía.

 

—Le he enseñado el vídeo que grabé ayer y le han parecido muy interesante tus reacciones. Al parecer tiene mucha curiosidad.

 

Tanto a él como Emile se les marcaba los bultos en los pantalones. No sabía qué hacer, con Maurice ya había estado en esta situación pero añadir alguien más… no estaba seguro. Emile dijo algo tocándose el paquete.

 

—Quiere que le quites las zapatillas y le huelas los pies, le ha parecido muy curioso cuando lo ha visto en el vídeo.

—No sé si… —dije tan flojo que casi ni se me escuchó.

 

Maurice se acercó a mí y me agarró del cuello.

 

—Vamos a ver putita, no sé si lo has entendido. Vas a hacer lo que te digamos, sin peros. Y como se te ocurra decir que no a algo le enseño este vídeo a todo el mundo. Ya has visto que no es mentira. De momento solo se lo he enseñado a Emile pero se me puede ir la mano y subirlo a internet, por ejemplo.

 

En ese momento me fije en la pantalla y me vi a mí mismo en el vídeo a los pies de Maurice temblando de placer, corriéndome como una animal. El bulto de mi pantalón crecía notablemente debido a la excitación de verme en esa situación, sumado a las palabras que había dicho Maurice ”Vas a hacer lo que te digamos, sin peros” agarrándome del cuello.

 

—Así me gusta, que pongas de tu parte —dijo señalando el bulto de mis pantalones—. Ya sabes lo que tienes que hacer.

 

Me agaché para quitarle las zapatillas a Emile.

 

—Un momento —dijo Maurice—, tengo que poner el teléfono a grabar. ¡Acción!

 

Empecé a quitarle las zapatillas, llevaba unos calcetines blancos en los que se marcaba toda la planta del pie por el sudor. El olor era diferente, este era un olor a hombre, a sudor rancio mientras que el de Maurice era un olor ácido, penetrante, lleno de hormonas. Aun así también me gustaba, restregaba todo el pie por mi cara diciendo alguna cosa de vez en cuando. De pronto paró, acercó una de sus zapatillas blancas y me estampó la cabeza hacia la zapatilla. Todo el olor estaba concentrado en la zapatilla, era tan fuerte que me lloraban los ojos. Quitó la mano de mi cabeza y puso su pie aplastándome contra la zapatilla. Oía risas mientras Emile iba aplastando mi cabeza, apenas me llegaba aire. Maurice se subió sobre mi espalda, como si yo fuera un caballo y él el jinete, riéndose los dos y gritando a coro: ¡Putita española! ¡Putita española! ¡Putita española! Llevaba varios minutos sin aire, solo con el olor de la zapatilla, no pude más y me desplomé hacia un lado cogiendo aire.

 

—Ahora que nos estábamos divirtiendo… Sube a la cama y desnúdate, puta —gritó Maurice.

 

Me levanté, me quité la ropa y me puse sobre la cama. Los dos me miraban mientras subían a la cama conmigo.

 

—Hemos pensado en hacer turnos, de forma que los dos podamos disfrutar de todos los agujeros. Así que ya sabes, a cuatro patas.

 

Obedecí sin rechistar, tenía curiosidad por saber como lo iban a hacer. Maurice se puso delante de mí con la polla fuera, me agarró para que me la metiera en la boca. Mientras Emile se quedo detrás. Cuando llevaba un minuto chupándosela empecé a notar como me pasaban un dedo por culo. Un salivazo y comenzó a entrar un dedo, dos, tres. Los sacó de golpe y se subió sobre mi metiéndome una polla enorme por el culo, era el doble de gruesa que la de Maurice y me estaba reventando. No podía gritar porque tenía la polla en la boca, poco a poco la introdujo con esfuerzo hasta que entró entera. Volvió a escupir y empezó a meterla y sacarla, era horrible, cada movimiento sentía como astillas en mi culo. Me agarraba con fuerza y empezó a embestir como un animal, notaba el culo como dormido pero el dolor seguía siendo tan grande que se me caían las lagrimas . Intentaba concentrarme en chupar la polla a Maurice, con su sabor adolescente mientras Emile daba los últimos empujones y soltaba toda su corrida abundante en mi culo. Cuando la sacó noté alivio y frescor en el ano,lo notaba muy abierto y se me escurría toda la leche, no paraba de salir. Al poco Maurice terminó en mi boca, tragándome toda su corrida con gusto, me había vuelto adicto a ese sabor.

 

—Ahora vamos a cambiar posiciones —dijo Maurice mientras se ponía detrás de mí.

 

Cuando Emile puso su polla delante para que la chupara pude ver porqué me había dolido tanto, era enorme. De larga no mucho más que la de Maurice pero de gorda, hay sí que había diferencia. Me la metí en la boca, haciendo mucho esfuerzo para que entrara entera, podía saborear los restos de semen de cuando me había dado por culo. Me llenaba toda la boca. Maurice me metió la polla de golpe en el culo sin apenas esfuerzo, ya que lo tenía bien abierto y lubricado. El ritmo de los dos se acompasaba de forma que cuando uno la metía en el culo el otro la metía en la boca y viceversa. Mi polla que llevaba un rato tranquila se puso durísima.

 

—Tienes el culo rojo —dijo riéndose Maurice—. A ver si lo puedo poner más rojo.

 

Me dio un golpe en el culo con la mano abierta que me hizo dar un grito, otro golpe y otro. Con cada golpe me recorría un escalofrío, esas son el tipo de cosas que tanto me excitaban, estar humillado y sometido sin poder hacer nada. Emile se reía de mis gritos ahogados por su tremenda polla, con sus dos manos agarró mis pezones y comenzó a estirarlos y pellizcarlos fuertemente. Ahora sí que me volví loco, mi polla soltaba grandes cantidades de baba y mis gemidos se escuchaban aun con la gran polla en la boca. Los golpes en el culo aumentaron de intensidad mientras Maurice se corría dentro de mí. Al poco Emile aumentó también el ritmo apretando mis pezones con más intensidad. Me corría, la leche se me salía de la polla dando tumbos, estaba ido. Emile metió su polla hasta el fondo de mi garganta soltando su corrida a chorros, con fuerza, su leche se me salía por la nariz de la fuerza con la que salía. La sacó de mi boca y se pusieron a hablar en francés.

 

—Emile quiere que supliques.

—¿Que suplique?

—Sí, dice que si quieres tener nuestros pies vas a tener que suplicar. Si no nos convences te irás sin probarlos —dijo meneando los pies con las zapatillas que Maurice aun llevaba puestas.

 

No sabía qué decir, estaba bloqueado. Maurice me dio una bofetada en la cara que no me esperaba.

 

—A ver si así te aclaras, no vamos a esperar eternamente.

—Por favor —dije en voz muy baja.

—¿Cómo? No te he escuchado.

—Por favor. —Ahora si se me había escuchado.

—¿Por favor qué?

—Por favor dejadme oler vuestros pies.

 

Maurice le traducía a Emile, que negaba con la cabeza.

 

—No es suficiente.

—Quiero oler vuestros pies y ser vuestra puta.

—Mmm, me está gustando. ¿Qué más?

—Que me piséis como la cerda que soy, que me azotéis, que me restreguéis vuestros pies hasta que el olor se quede pegado en mi cuerpo para siempre. —Me estaba excitando y mi polla volvía a crecer.

—No sé yo si me convence. —Alejó sus pies de mí.

 

En ese momento me rompí, solo quería sus pies, ser humillado, estar sometido por ellos, comencé a llorar pidiendo por favor, suplicando de rodillas. Maurice me cogió de la cabeza y me escupió en la cara.

 

—Esto es lo que te mereces.

 

Emile escupió al suelo.

 

—Chúpalo —dijo señalando al suelo.

 

Lo hice rápidamente, mi polla estaba muy dura. Lamí cada trozo de suelo en que había caído algo de saliva.

 

—¿Cómo puedes ser tan cerda? —Maurice me escupió de nuevo en la cara —. Ponte panza arriba guarra.

 

Maurice se quitó las zapatillas y ambos se quitaron los calcetines. Toda la habitación se llenó del olor de sus pies que apestaban más fuerte que nunca. Me pusieron los cuatro pies en la cara de forma que estaba completamente sepultado. Aquél olor era pura droga, me deshacía el cerebro, estaba ido. Llevaba varios minutos sin respirar y me estaba ahogando, empezando a mover el cuerpo en busca de oxígeno. Levantaron los pies, se estaban riendo de mí mientras respiraba. Otra vez me enterraron entre sus pies, su olor me llenaba. Varias veces me ahogaron con sus pies hasta que se cansaron y empezaron a insultarme y escupirme. De mi polla salía tal cantidad de presemen que parecía que me había corrido. Me agarraron entre los dos y me subieron a la cama quedando hacia arriba, ya no tenía fuerzas.

 

—¿Qué te ha parecido putita?

 

Emile me levantó el culo y escupió en mi agujero luego metió su polla y empezó a follarme como un loco. Mientras Maurice me puso sus dos pies en la cara, sudados y pegajosos de todo tipo de fluidos. Solo con sus dos pies no me podía ahogar, como me estaban haciendo entre los dos, pero sí conseguía que me llegara el olor con fuerza. Cuando Emile empezó a aumentar el ritmo yo ya estaba loco de placer y mientas el se corría yo solté toda mi leche a chorros, que cayeron sobre mi cara y los pies de Maurice.

 

—Cerda, ya sabes lo que tienes que hacer —dijo restregando los pies con la corrida por mi cara.

 

Los chupé con pasión saboreando cada parte de sus pies como si fuera lo último que haría en mi vida.

 

Descansamos unos diez minutos después de tal excitación.

 

—Mañana a la misma hora —dijo Maurice.

—Mañana vuelvo a mi casa. —Otra vez comencé a llorar de desesperación, no quería que esto acabara.

—Vaya, con lo bien que nos lo estábamos pasando contigo.

 

Maurice le tradujo a Emile lo que había dicho.

 

—Ojalá pudieras quedarte a dormir aquí —dijo Maurice sobreactuando—. Una pena.

—Por favor, —Me puse de rodillas —. haré lo que sea, pero dejarme pasar la noche con vosotros.

—Vas a pasar la mejor noche de tu vida — dijo pegándome un bofetón.

 

Esa noche la pasé siendo humillado y follado por Maurice y Emile en su habitación. Corridas, folladas, salivazos y sobretodo pies y calcetines en mi cara. Cuando nos cansamos me quedé dormido entre sus pies, rodeado de sus calcetines sucios, oliendo su aroma durante toda la noche.

 

Cuando desperté Emile ya se había ido y Maurice estaba recogiendo cosas.

 

—No sé a que hora te vas pero ya son las doce.

 

Busqué mi teléfono, tenía varios mensajes de mi familia diciéndome que a las doce y media pasarían a por mi para volver a casa. Recogí mi ropa y me vestí en dos minutos. Maurice me estaba esperando al lado de la puerta.

 

—Toma putita —dijo dándome una bolsa de plástico—, ahí tienes los calcetines que he estado usando estos últimos tres días y los de Emile también.

—Gracias.

—No te equivoques, no es un regalo. Quiero que los huelas cada noche para que no olvides lo cerda que eres. Te contactaré cuando venga por españa y de vez en cuando te dejaré algún mensaje.

 

Abrió la puerta y me empujo fuera. Corrí hasta mi habitación, hice la maleta, me duché y cuando llegó mi familia ya estaba preparado.

Cuando ya estaba en el coche y llevábamos unos quince minutos de viaje recibí unos mensajes. Maurice me había enviado los vídeos de todos los días con el mensaje “Para que veas lo cerda que eres”. En ese momento me faltó muy poco para decirle a mis padres que volvieran con la excusa de que había olvidado algo para volver bajo los pies de Maurice.

FIN.