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Crucifixión - Princesa Athena

en Sadomaso

CRUCIFIXION

Princesa Athena

La Princesa Athena se había convertido en una preciosa joven de dieciocho años. Era fin de semana y estaba en uno de los jardines, bajo las pérgolas, tomando el té con sus amigas blancas, Eris, Lyssa y Artemis, las tres eran unas hermosas jóvenes de cabellos rubios y ojos azules como el mar, eran primas entre sí, provenientes de una antigua familia aristócrata de Ciudad del Cabo, la familia Van Hellsing.

Era mediodía y a hacía calor, las jóvenes vestían vestidos blancos de tela ligera, se habían recostado en cómodos sillones de mimbre para conversar, Johan, el esclavo negro de Athena, se había encargado de descalzarlas, retirándoles las sandalias, y ahora acostado de espaldas sobre el suelo se ocupaba su habitual devoción en besar y lamer los pies de las chicas. Artemis observaba asombrada el descomunal falo del chico que como una torre erecta apuntaba al cielo, también sus testículos eran enormes, grandes como naranjas.

-¿Tienen alguna idea para que hagamos algo diferente este fin de semana? -Preguntó Athena.

-He estado leyendo este libro. -Dijo Lyssa, que era intelectual del grupo, les mostró un grueso tomo.

-Historia y vida de santos. -Leyó Eris, que se había inclinado para leer la tapa.

-¡Si, lo pille en el colegio! ¡Da unas ideas macabras!

El trio de las Van Hellsing acaba de salir de vacaciones del colegio católico de señoritas donde estudiaban. Athena las había invitado a pasar el verano en su mansión, ahora que ella había recibido el control total de su fortuna gracias a las maniobras legales del coronel Arkwright, que se había convertido en su esclavo, tomó la decisión de dejar los estudios y dedicarse a vivir su vida haciendo lo que le viniera en gana. Había renunciado a volver al colegio en Gaborone, a su vez había secuestrado al joven Johan Clark, convirtiéndolo en su esclavo personal.

Athena cogió su fusta y acarició el glande del pene del chico usando la lengüeta de cuero negro, luego le dio un fustazo en la cabeza del pene que hizo al muchacho chillar de dolor.

-¡Silencio! ¡Cuántas veces te he dicho que tienes prohibido hacer ruido! -Le exclamó su Ama Athena.

Con su nueva independencia y poder Athena estaba apenas explorando todas las posibilidades, dando rienda suelta a sus fantasías y desarrollando su sádica personalidad.

-¡La de la crucifixión fue una de las técnicas que más me impacto! -Expresó Lyssa, señalando siempre a su libro.

-¿Crucifixión? -Preguntó Athena, recordando las lecciones de religión de su colegio católico.

-Suena interesante. -Dijo Artemis, que era la más pequeña y callada del grupo.

-¡Vamos a hacerlo! -Exclamó Athena.

-¿El qué?

-¡Vamos a crucificar un esclavo! ¡Vamos a crucificar a Johan!

Un terror intenso desbordó por los ojos negros del joven africano.

Acordaron prepararlo toda esa misma tarde, y que la crucifixión iniciara al siguiente día al romper el alba. Lyssa fue la asesora en historia, comunicando como tenía lugar dicho evento en la época romana, muy divertidas, dando rienda suelta a su imaginación, fabricaron sus atuendos usando piezas antiguas guardadas en un desván, usando unos recipientes cóncavos de plata y unas cadenillas fabricaron unos lindos sostenes de metal para sus senos, Eris era la de los pechos más grandes, mientras que Artemis apenas y tenía pezoncillos. Los sujetaron entre sí y tras la espalda con unas cadenillas de plata, con tiras de cuero negro hicieron unas falditas muy cortas que apenas cubrían sus traseros y dejaban entrever sus tangas blancas. Calzaron sus hermosos pies con sandalias negras con cordones que se iban amarrando por las pantorrillas hasta las rodillas al estilo de gladiadoras. En unas estanterías adornadas con antigüedades encontraron unos cascos de metal con penachos rojos y guanteletes de metal. Athena se colgó al cinto de cuero una verdadera espada de dos filos que había estado entre las reliquias de la familia.

Muy temprano al despuntar el día, estaban todas juntas en el patio con piso de piedra adonde se alzaba la enorme estatua de Venus desnuda. Johan estaba frente a ellas, de rodillas y apuntándoles con una dura erección mañanera de su enorme miembro, con la cabeza baja se deleitaba contemplando los hermosos pies blancos de sus Amas, calzados con las sandalias negras, del orificio en la punta de su glande manaba un hilillo de líquido preseminal, jamás había tenido un orgasmo, no había aprendido a masturbarse, Athena le tenía prohibido que se tocara los genitales, y mucho menos sabía lo que era el sexo.

Las chicas estaban preciosas en los trajes que se había confeccionado, sus largas y rubias cabelleras ondeaban con la brisa de la mañana, todas eran de cabellera lacia y lisa, menos Artemis que tenía su cabello rizado con bucles dorados.

Athena se acercó a él y le cogió por el mentón obligándole a levantar la mirada hacia ella.

-¡Primero vamos a azotarlo! -Sentenció con voz fuerte y dura.

Llevó al esclavo al frente de la estatua de Venus desnuda y le hizo ponerse en pie, a manera que apoyara sus manos sobre el pedestal de piedra sobre el que estaba la Diosa, el rostro de Johan quedó frente a los pies de la estatua. Eris se acercó por detrás la cruel beldad había ideado un sádico instrumento, a una larga tira de cuero negro, duro y endurecido de buen espesor le había insertado unos remaches de metal. La base de la tira la había encajado en un maneral de madera. Sostuvo la tira por la base con ambas manos y con todas sus fuerzas le descargó al joven hombre un latigazo en los riñones, Johan aulló doblándose del intenso dolor. Jadeando se llevó una mano a la parte lesionada, la piel le había quedado grabada con círculos en relieve, producidos por los remaches de metal de la lengua de cuero.

Athena furiosa le tiró de una oreja.

-¡Pon las manos sobre la base y no te muevas! -Le gritó al oído.

Eris cogió impulso y le azotó de nuevo, esta vez en los glúteos. Clark gimió otra vez. Eris le azotó la cara posterior de los muslos, la parte alta de la espalda y concluyó con un quinto latigazo repitiendo la zona de los riñones. El último golpe hizo que el chico cayera de rodillas, bramando de dolor. Athena se acercó furiosa y con toda su fuerza el cruzó el rostro de una bofetada, el joven rodó por el piso de piedra, el efecto del golpe la asombró hasta a ella, que estaba más que acostumbrada a abofetear de lo lindo a su joven esclavo negro. Entonces se vio la mano y cayó en la cuenta de que llevaba puestos los guanteletes de metal, el dorso lo tenía manchado de sangre.

Lyssa y Eris cogieron al muchacho por los brazos y sujetándolo lo obligaron a ponerse en pie y volver a su posición con las manos apoyadas al pedestal de la estatua. Athena revisó el golpe, había sido severo, tenía el lado del rostro manchado en sangre, y se estaba inflamando muy rápido, pronto le cerró el ojo izquierdo casi por completo.

-¡Que nadie le golpee al rostro! -Ordenó Athena.- ¡Si no puede ver el camino no servirá de nada!

Tocó el turno de Artemis, la rubia de bucles de oro era la más pequeña y delgada, no era muy fuerte, así que había decidido fabricar un instrumento liviano, se trataba de una bola de cuero de softball a la cual le había amarrado una tira anudada de tela. Las otras chicas observaron curiosas acerca de cómo iba a usar el instrumento la joven. Con un movimiento de muñeca comenzó a hacer girar la bola en círculos, a manera de una onda, con un diestro movimiento, ya que la bola había adquirido gran fuerza centrífuga, dirigió la bola entre los muslos del hombre, la pelota de cuero ascendió a gran velocidad estrellándose de lleno en los testículos que colgaban libres. El hombre lanzó un alarido agudo como el de un animal herido y se fue de bruces al suelo. Todas las chicas soltaron a reír a carcajadas.

 De nuevo, Lyssa y Eris le obligaron a incorporarse y volver a su posición anterior. Johan resoplaba por la boca mientras todo su cuerpo temblaba, Athena le dio unas patadas en las piernas para forzarlo a abrirlas al máximo. Artemis comenzó a hacer girar su bola y una vez más golpeó con ella los indefensos testículos. El chico simplemente se derrumbó de nuevo y se hizo un ovillo en el suelo, plañía de dolor.

-¡Levántenlo de nuevo!

-¡Serviría si usamos una soga para amarrarlo a los pies de la estatua! -Indicó Lyssa.

Procedieron a fijarlo como ella les indicó, con una soga le amarraron una muñeca, a continuación pasaron la cuerda tras los pies de la Venus y luego le amarraron la otra mano, el chico quedó con los labios sobre los labrados pies de piedra de la Diosa. Lyssa y Eris, cada una a un lado, le amarraron los tobillos con una respectiva soga, cada una sostuvo un extremo con las dos manos, manteniéndolos en tensión para obligar al hombre a quedar con las piernas abiertas, extendidas y separadas de la base, a modo que Artemis pudiera golpearle los testículos con la bola sin dificultad. Y de esta manera hizo girar su pelota y comenzó a castigarle sin piedad, golpe tras golpe.

Al fin, Athena le ordenó parar, por esos momentos Johan echaba espuma por la boca, su rostro estaba bañado en lágrimas, y su cuerpo que temblaba con violentos espasmos, estaba empapado en sudor. Artemis que cambiaba de una mano a otra para no cansar sus muñecas parecía fresca, sin haber realizado mayor esfuerzo. Athena revisó los testículos, estaban amoratados y la hinchazón había duplicado su tamaño, la piel del escroto estaba salpicada de marcas negras.

-¡Lyssa, es tu turno! -Indicó Athena.

La chica fue y sacó de dentro de una vasija con agua una gruesa y flexible vara de ratán que ella misma había elegido y se colocó detrás del esclavo. La había dejado toda la noche dentro del agua por lo que rezumaba del líquido. Eso le confería mejores propiedades a su cuerpo esponjoso. Comenzó azotando la espalda alta, luego fue bajando, pegaba de manera lenta y metódica, paso por la espalda baja, los glúteos y la parte posterior de los muslos. Cada golpe que daba parecía que administraba una descarga eléctrica al esclavo, que se retorcía del dolor, y cada golpe dejaba un largo listón de piel inflamada y amoratada. Lyssa se concentró en azotar los glúteos, varazo tras varazo los fue castigando hasta dejarlos que daban lastima, en carne viva, como tomate destripado, la sangre brotó de algunas heridas y comenzó a fluir descendiendo por la parte posterior de las piernas.

-¡Bien, ha sido suficiente! -Dijo Athena.- Tomemos un receso y luego iniciamos el camino.

El sol ya estaba alto, eran como las diez de la mañana. Las chicas fueron a la sombra para refrescarse con unas copas de cristal con agua fría, dejaron al esclavo amarrado a la estatua bajo el inclemente sol. Desde su posición, a través de su ojo derecho, podía verlas en toda su hermosura, bajo la sombra de la tienda, se embriagaban de agua, que llenaban de la fuente en las copas, dejaban caer el cristalino líquido sobre sus pechos y muslos para refrescarse, se descalzaron y luego vaciaron copas de agua cristalina sobre sus hermosos pies. Deseoso, bajo el duro sol, el esclavo suspiraba por el líquido. Hubiera deseado que siquiera le permitieran mojar los labios lamiendo los pies mojados de sus Amas. Una a otra se aplicaron aceite de coco sobre la piel para que funcionara como bronceador, dándose caricias a sus cuerpos de Diosas.

Después del descanso las chicas volvieron sobre el esclavo. Athena desenvaino su espada y cortó las ataduras de las muñecas. De un rodillazo a los testículos lo mandó directo al suelo.

-¡Anda, muévete! -Le gritó la Princesa rubia.

El chico boca abajo se arrastró a como pudo sobre el piso de piedra. Eris le descargó un duro pisotón en espalda alta, las suelas de las sandalias llevaban diez tacos de metal en la suela, al estilo de botines de fútbol, para facilitar el agarre al andar sobre tierra y césped, los tacos dejaron grabados sobre la piel diez círculos rojos. Al verlo, Lyssa y Artemis se acercaron para también pisotear la espalda del esclavo y dejarla marcada con los tacos de sus sandalias. Le dieron de pisotones por todos lados, mientras el infeliz, guiado a gritos por Athena, se arrastraba hasta el otro extremo del patio donde yacía sobre el suelo una enorme cruz de madera. El instrumento de suplicio era una cruz latina en forma “T” hecha de madera negra, le habían dado la tarea a un grupo de sirvientes de construirla durante la noche.

El grupo llegó junto al objeto de madera, al pobre esclavo le habían dejado la espalda cubierta de moretones a puros pisotones, también había recibido pisotones en los glúteos y muslos que habían agrandado sus heridas.

-¡Anda! ¡Échate la cruz a la espalda! -Le ordenó la Princesa.

El esclavo se logró incorporar, agachado cogió el madero entre las manos, pero le fue imposible siquiera moverlo un tan sólo centímetro, tan grueso y pesado era. Athena le dio desde atrás una patada directo a los huevos que lo mandó al suelo.

-¡Eres un debilucho inútil! ¡De pie y coge la maldita cruz!

Él de rodillas trató de empujarla, el madero no se movió ni una pizca, parecía anclado al piso.

-¡Vamos a levantarla con la polea y un caballo! -Dijo Lyssa.- Si se la logramos depositar sobre la espalda creo que podrá llevarla.

-Bien, Adelante. -Dijo Athena.- ¡Esclavo! ¡Ponte a gatas, sobre tus manos y rodillas!

El extremo corto de la cruz llevaba empotrada una fuerte anilla de metal, como si fuera de un dije gigante, a la anilla ataron una soga gruesa al extremo iba arrollada a un polipasto que colgaba de un marco de madera, del polipasto emergía otra soga, hecha para tirar, ese extremo lo ataron a la montura del caballo blanco de la princesa Athena.

Artemis montó al caballo y lo hizo galopar, elevando así la cruz. Lyssa dirigió a las otras dos chicas para orientar el madero en la posición adecuada. Cuando estuvo en el lugar correcto, Athena desenvainó su espada y de tajo corta la soga, el madero cayó de golpe, con toda fuerza a lo largo de la espalda del hombre, haciendo crujir sus huesos, haciéndolo caer de bruces contra el piso.

-¡Levántate! -Le gritó Athena.

Haciendo un esfuerzo supremo el esclavo comenzó a incorporarse, primero a gatas, luego con piernas temblorosas logró ponerse en pie, aunque le resultó imposible incorporarse del todo, quedando con la espalda encorvada y doblado hacia adelante. Eris y Lyssa cogieron unas fuertes sogas negras y con ellas amarraron la cruz al cuerpo del hombre, apretándolas con fuertes nudos, extendieron sus brazos uno a cada lado a lo largo del tronco corto de la cruz y le ataron por las muñecas. Finalmente, Lyssa cogió una soga negra delgada pero muy resistente, ató el cordón a la base de los testículos del hombre, cogió el extremo libre con ambas manos y tiró hacía adelante obligando al hombre a ponerse en movimiento. De esta forma lo llevaron hasta el otro extremo del patio, al borde del cual se hallaban otros tres magníficos corceles blancos, cada una de las chicas trepó montando su respectivo caballo. El extremo del cordón que tiraba de los testículos lo amarraron a la parte posterior de la silla de montar del caballo de Athena. Las chicas descolgaron de sus monturas unos látigos arrollados, eran largos y muy gruesos, hechos en cuero negro, del tipo bullwhip, los manejaban con extraordinaria destreza. El grupo se puso en marcha con Athena a la cabeza, tirando por los testículos al esclavo que la seguía soportando el enorme peso de la cruz de madera, cuyo extremo inferior arrastraba contra el suelo, las otras tres chicas cabalgaban dos a cada lado del hombre y una atrás, ellas le castigaban descargándole duros latigazos al cuerpo.

El pobre esclavo avanzaba resoplando de dolor, bañado en sudor, sus testículos sufrían estrangulados por la soga que tiraba de ellos, la cruel Athena mantenía un trote rápido, tenía el escroto estirado de manera increíble, sus pies descalzos estaban doloridos por el camino cubierto de agudos guijarros, además tenía que soportar los duros azotes de las otras damas, los largos látigos de cuero negro se arrollaban a su cuerpo como serpientes dejando como marcas listones rojizos a punto de verter sangre, y todo bajo el ardiente sol de África.

 Marcharon durante una hora hasta llegar al borde de un arroyo de diáfanas aguas cristalinas, Athena dio la orden de hacer alto. Permitió al esclavo descansar de rodillas, pero bajo el sol y manteniendo la pesada cruz sobre sus hombros. Las chicas desmontaron de sus corceles y fueron junto al arroyo, se descalzaron las sandalias y se desnudaron por completo. El esclavo las admiraba absorto anhelante apuntándoles con una gigantesca erección, las venas se marcaban fuerte sobre el tronco del pene, la cabeza parecía una seta gigante, por el glande bien dilatado corría un hilillo de líquido preseminal. Las cuatro rubias desnudas juguetearon dentro de las aguas del arroyo como hermosas ninfas, refrescando sus cuerpos núbiles. Después de refrescarse en el agua descansaron bajo la sombra de unos frondosos árboles, se recostaron sobre un suave césped y dándose caricias se aplicaron de nuevo el aceite de coco sobre sus esculturales cuerpos, una a otra, masajearon sus senos, sus nalgas y muslos, no tardaron en fundirse en abrazos y lascivos besos boca a boca, cubiertas en aceite se masturbaron unas a otras hasta jadeantes alcanzar el orgasmo y quedar empapadas de sus fluidos vaginales.

Después calzaron sus sandalias y vistieron sus trajes de guerreras que habían confeccionado, los corpiños de metal y las minifaldas de cuero. Athena con su espada desenvainada se plantó frente al esclavo, el hombre la miró temblando de miedo, ella posó la hoja de la punta de su espada sobre la mejilla del chico. Esbozó una media sonrisa mientras le miraba altiva con sus ojos celestes claros.  

Con la punta de la espada le hizo dos heridas sobre los pectorales marcando una equis, luego la envaino, montó a su caballo y ordenó continuar la marcha. El resto del trayecto fue aún más duro para el pobre esclavo, Athena dirigió la marcha fuera del camino, cabalgaron por un campo cubierto por zarzas con espinas, los hábiles corceles se movían en línea sobre una estrecha vereda, pero el desgraciado esclavo era mantenido a distancia con una larga pértiga a manera de ser dirigido a lo más tupido, donde las plantas le llegaban un tanto arriba de la cintura, tuvo que atravesar los zarzales, luchando contra las espinas que se clavaban hondo en sus carnes y al avanzar desgarraban su piel. En una parte quedó trabado en un zarzal que le cubría hasta el cuello y sólo pudo salir con un violento tirón del caballo de Athena.

Las chicas rieron a carcajadas ante el patético aspecto del chico, su cuerpo estaba todo ensangrentado, con la piel desgarrada a jirones por todos lados. Athena dirigió ahora la marcha adentrándose por una pradera cubierta por arbustos de ortiga verde, el esclavo bramo durante esta parte del trayecto, las hojas se pegaban a su piel desnuda, inyectando con sus cientos de diminutos pelillos su urticante ácido metanoico, igual que en el recorrido anterior las jinetes cabalgaban en línea a lo largo de un estrecho sendero mientras arrastraban al hombre por lo más espeso de la vegetación. Fue un extenso recorrido de unos cien metros

Al salir del campo de ortigas el esclavo exhausto estaba a punto de desplomarse, ya ante ellos se alzaba la colina que las chicas habían elegido para que tuviera lugar la crucifixión. Athena ordenó parar unos segundos antes de ascender. El esclavo respiraba anhelante deseando un descanso a su martirio, pero la cruel Princesa rubia cabalgó hasta llevarlo encima de un hormiguero, donde le ordenó a gritos que se arrodillará. Los insectos, unas feroces hormigas rojas ascendieron por el cuerpo del esclavo y comenzaron a clavar los aguijones de sus mandíbulas. Las chicas observaban divertidas las contorsiones del chico que cayó de bruces sobre el polvoriento suelo.

Athena le ordenó que se incorporara para dar inicio al ascenso de la colina. El pobre estaba demasiado agotado al límite de sus fuerzas, no pudo más que continuar a gatas, andando sobre las palmas de sus manos y sus rodillas, así dieron lugar al ascenso de la escarpada falda de la colina, hasta llegar a la cima. Ya arriba las chicas desmontaron de sus corceles, ubicaron al hombre en la posición donde sería crucificado, empujando entre las cuatro voltearon la cruz haciendo que el hombre cayera de golpe sobre el suelo, de espaldas, quedando acostado sobre la cruz.  

Athena se sentó a horcajadas sobre su pecho. Se veía bellísima como toda una Diosa, la brisa de la tarde hacía ondular sus finos cabellos dorados de su larga y abundante melena. Ella le dirigió una profunda mirada con sus ojos celestes. Johan Clark había sido su esclavo desde que ella tenía diez años, desde entonces habían pasado ya seis años. Durante todo ese tiempo ella había sido extremadamente dura con él, obligándole a dormir sobre el piso, alimentándole con sobras de comida, dándole alimentos con asqueroso sabor. Haciéndole lamer sus pies y los de sus amigas. Dándole a recibir azotes y palos por la menor falta, le había hecho sufrir duros castigos corporales, pero nada que le dejara daños permanentes, nunca había ido tan al extremo como lo que estaba haciendo entonces, ahora quería descubrir los límites de su sadismo.

-No lo entiendo. -Dijo ella.- He convertido tu vida en un miserable infierno. No obstante, me ves con una devoción casi religiosa, con adoración, como si yo fuera tu Diosa.

El esclavo asintió con su cabeza.

-¡Abre la boca! -Ordenó ella.

Él obedeció, Athena hizo salvia y dejó caer un escupitajo sobre la lengua del hombre. Él saboreó la flema, fue una bendición para su boca reseca, tenía sus labios agrietados por el inclemente sol, su garganta reseca como lija por la deshidratación, dolorida por sus constantes gemidos.

Eris se acercó, de la alforja de su montura había extraído un gran mazo y unos clavos de metal.

Posó la punta de un clavo sobre la palma de la mano del hombre y con el mazo comenzó a clavar. El desgraciado comenzó a lanzar aullidos de dolor. Athena continuaba sentada sobre su pecho, le descargó una bofetada al rostro haciéndole callar, fue un golpe duro pues aún llevaba puestos los guanteletes de metal. Eris ensartó bien el clavo, se levantó y fue por la otra mano, de idéntica manera sembró el otro clavo. El pobre bramó sacando todo el aire de sus pulmones, Athena le dio una nueva bofetada, le descargó el golpe con toda su fuerza, le dejó el rostro todo ensangrentado. Athena examinó el daño causado, del golpe le había hecho saltar el ojo izquierdo. El hombre escupió una bocanada de sangre sobre el suelo. Eris martillaba clavándole uno de los tobillos a la cruz.

Athena examinó con detenimiento a su esclavo por última vez, se puso en pie encima de él, plantándole sus sandalias sobre los pectorales. Saltó unas cuantas veces encima del hombre haciéndole crujir las costillas, haciéndole toser sangre, luego bajó.

Lyssa ya había atado una gruesa soga a la anilla de metal en la cabeza de la cruz, esta la había pasado a través de un aparejo que colgaba de la rama más alta del único árbol que se alzaba en la colina. Un tronco alto ya seco, cuyas ramas parecían larguiruchos dedos de la mano de una calavera.

Era entrada la tarde, el sol estaba ya bajo sobre el horizonte y sus rayos desplegaban largas sobras.

Artemis montó uno de los corceles y comenzó a cabalgar, la soga amarrada a su montura iba a la polea del aparejo y con la fuerza de la montura comenzó a izar al hombre y la cruz. Lyssa dirigió la parte baja de la cruz haciéndola coincidir sobre un agujero ya excavado, gritó a Artemis que empezó a retroceder haciendo que el madero bajara encajándose en el hueco.

Ellas se juntaron abajo. El esclavo luchaba para respirar, esforzándose en ascender su cuerpo hacía arriba con la fuerza de sus brazos, todo su cuerpo estaba rasguñado, cubierto de polvo y sangre seca.

El sol se ocultaba sobre el horizonte. Lyssa encendió una fogata. Eris cogió su látigo largo y desde abajo comenzó a azotar al hombre por delante. Lyssa preparó el campamento, mientras las otras chicas tomaban turnos para azotar al esclavo, desplegó dos sacos de dormir de piel de cordero que había llevado amarrados a su montura. Acamparían durante esa noche.

A la mañana siguiente Athena despertó primero, habían dormido en pareja dentro de los sacos, Athena con Lyssa y Artemis con Eris.

La Princesa caminó al pie de la cruz, el esclavo había caído en un profundo sopor, todavía respiraba, aunque con gran dificultad.

Lyssa apartó el cabello rubio de su rostro, se incorporó, estiró su cuerpo desnudo de ninfa, caminó hasta llegar junto a Athena.

-¿Aún esta vivo? ¡Es sorprendente!

-Es un esclavo fuerte. -Dijo Athena.- Deseo llevarlo de vuelta, quiero hacerlo sufrir aún más.

Las otras dos chicas se levantaron, luego de vestirse y levantar el campamento usaron de nuevo un caballo y el aparejo para bajar la cruz. Lyssa, Artemis y Eris usaron las herramientas de la alforja para sacar los clavos y cortar las ataduras.

Lyssa le revisó, estaba en muy mal estado, la piel le ardía con alta fiebre.

-Habrá que llevarlo sobre una montura. -Dijo la joven rubia de ojos azul marino.

Athena cogió una soga, ató ambas manos del hombre por la muñeca, luego amarró el otro extremo a su silla de montar. Saltó sobre su caballo y dando con sus talones salió a todo galope, con la cuerda en total tensión arrastraba tras de sí al hombre, como si fuera un muñeco de trapo.

Descendió por la colina, el cuerpo del hombre saltaba sobre las peñas, luego continuó cabalgando a campo traviesa, haciendo que el pobre chico diera tumbos impactando contra el suelo, atravesó a todo galope el campo de ortigas, luego entró al de zarzas espinosas, al final salió por otra extensa pradera. Por fin detuvo a su exhausto caballo junto a unas ruinas antiguas, un antediluviano circulo de piedras, al centro se hallaba una plataforma circula de piedra, un antiguo altar de sacrificios, alrededor del altar había cinco pedestales de piedra, con la parte superior labrada como para haber sido utilizada como brasero.

Athena cortó la soga con su espada y tirando de ella arrastró el cuerpo del hombre encima del altar circular. Lo acostó de espaldas. Ella se descalzó y se desnudó por completo, alzándose magnífica en toda su juvenil belleza, plantada sobre el altar. El que antes fuera su esclavo Johan Clark ahora estaba destrozado por completo, con brazos y piernas fracturados varias veces, toda su espalda y la parte posterior de sus piernas estaba desollada, así como sus rodillas, sus pies estaban irreconocibles. Era increíble, pero estaba consciente, respirando con gran dificultad, observaba a Athena con su único ojo. Lo más sorprendente fue que su pene comenzó a ponerse erecto, sus genitales se habían salvado de la carnicería, habiendo recibido el mayor castigo la parte posterior del cuerpo y las piernas, aún en la debacle el infeliz había luchado para protegerse.

La Princesa se acercó y se colocó en cuclillas. Cogió con su mano el enorme falo, presionó la parte posterior del tronco contra su vagina, sin penetrarse, comenzó a fregar sus labios vaginales contra el miembro que estaba duro como una roca. Tomó asiento de rodillas aplastando el pene con su vulva, siempre sin ser penetrada, el miembro quedó horizontal echado hacía atrás. Ella comenzó a mover sus caderas, friccionando sus labios vaginales y su clítoris contra el falo. El hombre la observaba fijo, con sus últimas fuerzas.

Ella alargó su mano y cogió su espada que estaba sobre sus ropas, sosteniéndola con ambas manos la elevó en alto, mientras sus caderas continuaban moviéndose de atrás a adelante, frotando su sexo contra el tronco del enorme miembro que estaba duro como roca. De un golpe hundió su espada en el pecho del esclavo. La clavó profundo alcanzando el corazón.

La muerte llegó justo al mismo tiempo que el orgasmo.

El pene se sacudió con fuertes espasmos y expulsó potentes y abundantes chorros de semen caliente que bañaron a Athena, era una fuente, un volcán en erupción, empaparon su rostro, sus grandes senos redondos, su abdomen y sus muslos. Los cordones de lefa no paraban de salir, ella había entreabierto la boca en sorpresa, tragó un buen poco de semen. Se mantuvo quieta, de rodillas, sentada sobre el cadáver, sosteniendo con ambas manos la espada ensartada en el pecho del esclavo.

Un terrible temblor sacudió la tierra. Se escucharon truenos apabullantes, de pronto, en plena mañana todo se volvió noche, como si hubieran apagado el sol, pues espesas nubes negras cubrían la atmosfera. Los cinco braseros de piedra del altar se encendieron iluminando unas misteriosas llamas azules, de uno a otro saltaron rayos de energía azul, formando desde arriba la figura de un pentagrama. Chispas y rayos eléctricos revolotearon por todas partes, truenos y relámpagos saltaban de las enormes nubes negras que cerraban los cielos. La Princesa Athena echó su cabeza hacía atrás y lanzó un agudo grito. Ella también había llegado al orgasmo.

Un diluvio comenzó a caer sobre la tierra, una copiosa lluvia de gruesas gotas de agua.