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Humillación extrema de un ser patético

en Dominación

Lo que van a leer a continuación, aunque sea lo que suele decirse y muchos no lo creerán, es un relato de experiencias verídicas, así como un ejercicio de autoreflexión psicológica. Una especie de confesión autoterapéutica para acabar de abrazar mis demonios internos. Considero que esta web es un lugar ideal para soltar parte de lo que llevo en mi alma profundamente masoquista desde hace mucho.

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Nada más entrar nos encontramos a mi madre retozando en el sofá del salón con un chico bastante más joven que ella. Lo suficiente como para que, aun con nuestra escasa edad (diez años), a la cual esas cosas todavía no se aprecian bien, la diferencia de madurez entre ambos resultara evidente. Ella echada sobre el respaldo, él sobre ella sobándole las tetas con ganas y metiéndole la lengua hasta la campanilla. Seguramente ni se dieron cuenta de nuestra presencia, y si se dieron les importó un rábano. Sin hacer comentarios, mi amigo y yo nos fuimos a mi habitación y pusimos música.

Si te parabas a pensar, resultaba evidente que mi padre debía tener más cuernos el pobre que una manada de ciervos, posiblemente por eso yo nunca me paré a hacerlo. No volví a pillarla en tesitura semejante, pero sus flirteos de mirada, tono de voz, sonrisas…, eran suficientemente reveladores. Ella era una puta, mi padre un cornudo y yo un hijo de puta.

Durante un tiempo no trascendió la cosa, pues yo estaba matriculado en un colegio de paga alejado de nuestro domicilio, al cual acudía a diario en el bus escolar, con lo cual no había contacto entre mis familias y mis compañeros y las suyas. El amigo que me acompañó a mi madre era uno de los pocos que en ocasiones venía a casa, y no comentó mucho sobre el asunto.

Un cambio notable supuso el de colegio. Decidido dejar el anterior por una desavenencia entre mis padres y la dirección, y debiendo buscarme nuevo ya en septiembre y con el plazo de matriculación cerrado en casi todos los centros, me inscribieron en el público que tocaba por nuestro domicilio.

Entré de chulito. Siempre he sido bastante cobarde y, siendo repetidor de sexto de EGB, pensé que mi mayor edad serviría para atemorizar a mis compañeros e imponerme como chico malo de la clase. Pero aquéllos no eran chicos de colegio de paga, entre los cuales ya fui siempre totalmente insignificante en ese aspecto, sino de barrio. Más espabilados y maleados. No habrían transcurrido dos meses aún, cuando, discutiendo con un chico de cuarto –aunque creo que también había repetido algún curso-, me cruzó la cara con un bofetón que me dejó la cara roja para el resto de la tarde. Y a ese siguieron varios que no pude contar. Yo intentaba salir de allí caminando con la cabeza gacha y sin pensar siquiera en la idea de defenderme, y él me rodeaba para, encarándome de nuevo, soltarme otra hostia.

A partir de ahí ya me convertí en el tonto oficial, no sólo de la clase, sino del colegio. Me pegaban compañeros mayores, de mi edad y también menores, auténticos niños a veces. Una de las veces, incluso me pegó una compañera de clase, muy guapa además, por cierto. Morenaza alta y bien plantada. Fue poco después de aquélla primera ensalada de tortas. No habiendo trascendido mucho la cosa, pues, además de mi agresor y yo, sólo habían dos chicos más allí ese día, todavía no debía haber renunciado yo del todo a mis aspiraciones de chulito, y el hecho de que fuera chica propició que con ella me envalentonara. Discutimos antes de la última clase y, para marcharse, me dejó rayadas muchas páginas de un libro de texto. Grité su nombre, como veía hacer en las películas, y salí corriendo a buscarla. Al alcanzarla e iniciar la riña, me soltó también ella un hostión con la mano abierta que acabó con los pocos cojones que siempre he tenido al punto. Luego me acompañó junto a sus amigas, un amigo mío y un grupo de comparsa hasta la calle en que ellas doblaban para seguir otra dirección de camino a casa. Como seiscientos o setecientos metros riéndose de mí y burlándose e insultándome todas ellas, mientras mi atormentadora me acosaba continuamente con bofetadas y collejas. Un auténtico calvario. Y además a la salida de clase, con toda la chavalería y chiquillería allí presente y gran parte de ellas acompañándonos durante algún trecho. Esta vez sí trascendió y fue definitiva para mi consagración como pardillo del colegio y punching ball de todo aquél que zumbándome deseara divertirse un rato.

Ya llegados a la edad de diecisiete o dieciocho años, uno de aquellos muchachos de barrio imponía su ley sobre los pringados como yo. Medio gitano, aunque no lo aparentaba, pues era rubio, de tez y ojos claros. Lo que más llamaba la atención en él era su complexión. En aquella época (finales de los  80) en que los gimnasios aún no se habían popularizado y la figura del cachas era algo que empezaba a verse en el cine y, muy raramente, en la calle, normalmente turistas, este entrenaba con su tío en unos de los dos únicos que había pesas en la ciudad en aquél entonces –ya digo que aún no se habían popularizado-. De natural ya tenía un físico musculoso y definido, y con las pesas se ponía ya tremendo. Además, estaba muy maleado y parece ser que ya había pasado en dos o tres ocasiones por la cárcel (entonces la edad penal estaba fijada en los dieciséis años).

La gente le tenía pánico, y yo ni os cuento. Ya en el instituto, solía darme de bofetadas y/o collejas por pura diversión. Era muy humillante, sobre todo cuando habían chicas delante, y en alguna de las pocas ocasiones en que alguna de ellas protestó (tampoco nada enérgico en ningún caso), aún me lo sentí más. Pero la peor, sin duda, fue aquella en la cual Elizabet P.E, el pibonazo que enamorada nos tenía a toda la chavalería varonil y que en algún caso había sido de aquéllas que tímidamente había intentado defenderme, en ésta en cambio, acompañada por unas amigas y su hermanito pequeño (de parvulitos, recogido al salir del centro de escolar que había junto al instituto), le pidió muy divertida a Carlos, que así se llamaba el matón de que hablo, que le enseñara al niño lo que hacía conmigo. Debieron ser treinta o cuarenta minutos de suplicio insoportable. Me pegó collejas, bofetadas, me tiró al suelo y se sentó sobre mi pecho para darme en la cara a continuación… todo ello mientras ellas y el niño se reían mirando, pasándoselo en grande y sugiriéndole ideas a mi atormentador. “¡Pégale en los huevos!”. “¡En la cara! ¡Que suene!” “¡Tírale de la oreja!”… siempre sin dejar de partirse de risa, a punto de mearse diríase.

Fue muy, pero que muy humillante. Como tantos otros, estaba rendidamente enamorado de Elizabet. Alta, rubia de pelo largo y liso, delgada, tipo modelo de pasarela (de las buenas, no las anoréxicas)… soportar aquello delante de ella y encima riéndose y burlándose de mí, me hundió moralmente durante mucho tiempo.

Como comentaba antes, allí mis circunstancias familiares no eran estancas. Vivía en el mismo barrio que mis compañeros –de hecho, Elizabet era vecina de la misma urbanización en que vivíamos- y todo se sabía. Un día llegó Carlos con un par de amigos, machos beta de su pandilla, siempre un paso por detrás del alfa, él. Estaba junto  otros chicos en los bancos frente a los billares.

-¡Tío, hemos visto a tu madre!

Al parecer hasta ese momento aún no la había conocido, y alguien le había indicado quién era al cruzarse con ella en el Spar.

-Vaya tetas tiene…

Imaginaos la situación. Humilladísimo, pero sin valor para replicar nada.

-¿Dónde?- fue lo único que atiné a responder para salir del paso intentando no entrar en lo que me decía.

-En el Spar. Joder macho… ¡vaya melones!- siguió él a lo suyo.

Mi madre era una mujer guapa. A su edad entonces –sesenta y un años, marcado lo he tenido siempre-, aparentaba bastante menos y seguía siendo atractiva. Estaba algo entrada en kilos tras sus anteriores partos (hijos de su marido, que no era mi padre, todos ellos bastante mayores que yo y que nunca convivieron con nosotros, teniendo su vida ya hecha cuando yo nací), pero no gorda, era como digo muy guapa, rubia platino muy llamativa, y sus tetones, que ella gustaba lucir con escotes pronunciados y transparencias en alguna que otra ocasión, atraían la atención de los varones como el celo de una perra a los machos de su especie. Y además es que ella no se cortaba, y resultaba evidente que disfrutaba enseñándoselos a todos nuestros conocidos, incluidos mis amigos.

-Está muy buena.

Comenzó entonces un interrogatorio bochornoso delante de los otros chicos, preguntándome cosas como qué talla de sujetador usaba, cómo tenía las tetas, si le ponía los cuernos a mi padre… Yo, al igual que al principio, intentaba salir como podía. No atreviéndome a no responder o hacerlo diciendo algo que le contrariada, al tiempo que muy humillado y llorando interiormente hundido de nuevo. Hacia el final me preguntó si pagándole estaría dispuesta a acostarse con él. En línea con lo anteriormente expuesto, yo no me atrevía responderse que no por miedo a contrariarlo. Simplemente intentaba salir con “no ses” y cosas por el estilo, lo cual le dio a él ánimos y alas para insistir en el asunto.

-Que sí tío, que a tu madre le gusta follar. Se le ve en la cara. Díselo, que traga.

¿Cómo escapas de eso? ¿Qué contestas?

-Yo le pido a mi padre diez talegos… lo que pida.

Tampoco es que se mostrara demasiado esplendoroso. Es lo que sonaba podía cobrar más o menos cualquier puta de club o la calle de la época.

Cuando finalmente se marchó, la humillación y el miedo se convirtieron en rabia mientras caminaba sólo de regreso a casa. Y la rabia en excitación y morbo por la noche, ya en la cama. Ya hacía años que sabía yo de mi naturaleza profundamente masoquista. Desde la preadolescencia, a esa edad en que te sacudes tu todavía minipolla constantemente en busca ansiosa de tu primera eyaculación. Pero nunca antes había llegado a profundizar tanto, alcanzando la excitación en base a una experiencia real y tan intensa.

Esa noche me pajeé como un loco, corriéndome varias veces antes de dormirme. Me volvió a preguntar en otras ocasiones, y en todas volvió a ocurrir lo mismo, hasta el punto de que en alguna de ellas fui yo el que, distraídamente y aparentando hacerlo casualmente y sin intención, ir a su encuentro y sacar la conversación. Siempre en presencia de otros chicos y chicas. Era enervante. En esas ocasiones buscadas, apenas podía contenerme al cabo de un rato para no despedirme con cualquier excusa e irme rápidamente a casa a pajearme. No obstante, no insistió demasiado en lo de que le dijera a mi madre aquello, y yo tampoco deseaba verme en el trance de  hacerlo, no llegaba tan lejos en mi morbo.

Un par de meses o tres después, comenzó a circular el rumor de que Carlos se estaba follando a mi madre. Yo lo negaba. Sin pararme a pensar si era cierto o no. Él era muy popular entre las chicas y ella siempre había tenido debilidad por los niñatos. Sin embargo, como ya comenté antes, prefería no pensar en esas cosas y hacerme la idea de que todo estaba bien.

Carlos se enfadó al enterarse. Un día, apareció, de nuevo en los bancos ante los billares, y me hizo subir junto a los amigos que me acompañaban y los suyos al piso de uno de ellos. Allí pusieron una cinta de vídeo y encendieron el televisor. Ante todos nosotros, aparecieron las imágenes de mi madre siendo empollada por Carlos por todos sus agujeros como una perra.

-¡Toma zorra! ¿Te gusta cómo doy por el culo?

-¡¡Sí!! ¡¡Sí!!

-¡Dilo!

-¡Me encanta! ¡Me apasiona que me des por el culo! ¡Sigue! ¡Así! ¡No pares!...

Era evidente que estaba algo guionizado. No obstante ser la follada claramente real y disfrutadísima por ambos, hacían su número para la cámara también (aquéllas primeras y enormes de aquella época, ¿recuerdan? No habían muchas aún, pero alguna había, y alguna de ellas quedaban la familia de alguno de los amigos de Carlos. Con el tiempo tuve ocasión de ver el aparato con el que se filmó aquella película de definitiva humillación para mí).

Al final del coito, mi madre, tumbada boca arriba sobre la cama mientras él se la follaba embistiéndole brutalmente una y otra vez, ella le pedía que “se corriera en su cara de puta”, y, al cabo de unos instantes, Carlos sacaba su polla del coño para metérsela entre las tetas haciéndose una apoteósica cubana agarrando él mismo aquéllas, para descargar poco después sobre su rostro abundantemente. Ella recibió aquello con la lengua fuera. Él le dijo que se lo comiese y mi madre recogió los restos esparcidos por su cara con sus dedos para llevárselos a la boca con deleite.

Para acabar coronando mi humillación, se veía después cómo mi madre, ya en bata, despedía a Carlos en la puerta con un morreo y entregándole unos billetes. Encima era ella la que le pagaba a él.

Como dije, era algo claramente guionizado, si bien también disfrutado, e incluso no dudo demasiado que lo del pago fuera igualmente real. Un polvo normal no es así, tan explícito en palabras, frases, actos… Evidentemente, mi madre debía desconocer la intención real cuando le propusiera filmar un vídeo porno. Es posible que se lo propusiera como un juego de cama, en una época en que aún no existía Internet ni las redes sociales, ni por tanto el temor a que se difundiera por éstas. Nunca supe qué fue lo que le diría para conseguir. Había que ser muy zorra para prestarse a aquello. Me pregunté quién podría ser el que lo grabó. ¿Qué más daba? En poco tiempo se difundió, sin saber cuántas copias, de aquéllas en cinta VHS, podrían haber circulando. Todos los conocidos de nuestra edad tuvieron ocasión de verlo.

 Una de ellas me la entregó a mí. Me exigió que la viera una y otra vez, hasta tenerla perfectamente grabada en la mente. Que me estudiara todos y cada uno de los detalles, pues al cabo de unos días me harían un examen sobre el contenido del vídeo, y si fallaba una sola pregunta me darían la paliza de mi vida.

A todos les pareció divertidísima la idea, incluidas las chicas, que rieron animadas la ocurrencia. El día del examen, tanto Carlos como sus amigos y ellas me hicieron todo tipo de preguntas sobre la cinta. ¿Cuántas posturas adoptó tu madre y cuáles fueron? ¿Qué dijo la segunda vez que Carlos se la metió por el culo? ¿Cuántas le mamó la polla? ¿Cuántos chorros le echó en la cara al correrse?... Divertidísimos y divertidísimas. No paraban de reír, dirigiéndome desprecios e insultándome. También estaba allí Elizabet. Una de ellas llegó a escupirme en la cara. Contesté a casi todas sus preguntas, pero, como tenían que terminar con gracia la cosa, una de ellas me preguntó con toda la mala idea del mundo y clara intención de que no supiera responder, cuántos chup-chups sonaron la segunda vez que se la mamó. Poniendo cara de derrota, contesté que veintitrés, por decir algo, y lo siguiente fue una lluvia de hostias y patadas que se me vino encima, incluso por parte de ellas, mientras no paraban de reír e insultarme. Carlos me amenazó terriblemente para acabar, asegurándome que si alguna vez volvía a desmentir algo que él hubiera dicho, la paliza que acababa de recibir no tendría comparación con la que me daría entonces.

Aquélla fue una de las ocasiones en que el morbo dominó sus actos, llegando a plasmarse mis fantasías en la vida real. Esa noche, pasado el momento de terror y humillación, volví a sentir una excitación irresistible al revivir aquello en mi mente, pajeándome enérgicamente hasta cinco veces seguidas, y a los pocos días fui a buscarlos al banco del parque en que solían ponerse y les di las gracias por lo ocurrido, aceptando que todo había sido culpa mía y me lo merecía. No ha habido muchas en que me haya atrevido a hacer algo así, llevando mis fantasías al mundo real. Esa fue una de ellas, y contribuyó a aportar acervo masoquista a mis recuerdos, fundamentando innumerables pajas que me he hecho a lo largo de los años reviviendo aquéllas y otras experiencias.

Pasaron éstos, y con ellos mi adolescencia y juventud, y también los episodios con Carlos, Elizabet, las chicas y Cía, adentrándome ya en mi vida adulta. Recientemente todavía, en el 2016, falleció mi madre tras una larga y penosa enfermedad. Su funeral se celebró en casa, como fue su deseo, y la vistieron muy guapa para la ocasión, con uno de esos escotes discretos que gustó vestir hasta el final. Después de tantos años, reapareció Carlos, con el cual apenas había coincidido durante este tiempo, más allá de algún cruce en el hipermercado o similar, al igual que otros viejos conocidos para darme el pésame.

Pero la cabra tira para el monte. Comenzamos a hablar y, claro, salieron a relucir capítulos de nuestra juventud. Al principio cosas inocentes, de las que hacen sonreír con nostalgia o incluso reír en otras circunstancias, pero, inevitablemente, la conversación, que comenzó evitando aquéllos otros recuerdos negativos y mal gusto, fue gravitando hacia éstos, acabando por caer por completo dentro de ellos finalmente.

-¿Siguió siendo tan puta?... ¿Se enteró de ello tu padre alguna vez?... ¿A quién se folló, qué cosas hizo? Cuéntame –me preguntaba en susurros y algo apartados del resto de asistente. Yo le contestaba a todo ello con mucho gusto y servicialismo, volviendo a encontrarme en un estado de excitación como el de aquellos tiempos, cuando casi no podía resistir la espera para volver a casa y pajearme.

-Vaya tetas tuvo siempre –comentó ya entrada la noche, en un momento en que habíamos quedado solos al irse todos a dormir, plantado en pie ante su cuerpo.

Alargando la mano, se las sobó una vez más ante mi total complacencia y permisión. Primero por encima de la ropa, luego metiendo ya aquélla directamente en su escote.

-Y qué cara de puta. Hasta el final.

-Sí… -reconocí sinceramente.

El mismo día en que la enterramos, volví a casa, en la cual había convivido junto a mi madre durante los últimos años y ahora quedaba solo por tanto, y me encerré allí para buscar algún chat de conversación y pasar la tarde comentando sobre morbos con algún cháter. Hablé con ellos acerca de las mujeres de mi familia y mi vida, mis cuernos… Aunque en todas ellas hubieron elementos de morbo masoquista, sobre lo que quería hablar yo ese día era sobre mi madre. Sugiriendo, no pidiendo, sacándola a relucir como causalmente. Uno de ellos me preguntó sobre ella. Si tenía buenas tetas concretamente. Yo le respondí que estaba muerta, como el que pide respeto por tal circunstancia, pero siendo ello un mero paripé, pues realmente entrar en el tema era lo que deseaba, y él me respondió una de esas frases que se quedan en la mente y recuerdas frecuentemente en tus pajas: “Bueno, que esté muerta no significa que no pueda pajearme hablando de ella”.

¡Aquello me puso a mil! Comenzamos a conversar sobre el tema. Yo le mandaba fotos sugerentes de mi madre, en las cuales se apreciaban sus tremendas tetas, incluida una en top less en la playa encontrada, precisamente, al repasar las que teníamos de ella durante el velatorio, y él acabó corriéndose sobre una fotocopia y enviándome la imagen, lo cual agradecí enormemente mientras yo mismo eyaculaba.

Comencé a chatear bastante intensamente con ese tema de mi madre como motivo de charla y enviando fotos a todo aquél que me las pedía. Subforos de necrofilia, o humillación, bizarre… en que a algunos miembros les daba morbo ello, pudiendo insultar y despreciar a placer y sin límite a una puta muerta, restregándoselo en la cara al bastardo de su hijo. Finalmente, la cosa trascendió y mi familia acabó enterándose. Actualmente, mi hija –que nunca estuvo claro que lo sea realmente, digámoslo de paso- no me habla, ni tampoco mis hermanos y sobrinos. Me da igual. Pasé mucho tiempo intentando cambiar lo que soy, pero no se puede dejar de ser lo que uno es. Y lo que yo soy, es un ser patético, cuyo mayor placer ha encontrado siempre en la más profunda humillación. Ahora ya lo he aceptado y me entrego plenamente a ello. Disfruto más, infinitamente más, pajeándome con vídeos porno del contenido que me excita, chateando con dóminas financieras (recomiendo totalmente a Dómina Lucía entre las nacionales, Miss Amber entre las extranjeras, por cierto) a las cuales he dedicado una auténtica fortuna, o visualizando fotos de teens y lolitas adolescentes colgadas en Facebook o Instagram, o vídeos porno de MILFs y cougars asaltacunas… Llevo sin follar desde el 2005, año en que mi última pareja me dejó para irse con un instructor del gym catorce años más joven que ella…, y es muy probable que no vuelva a hacerlo jamás. Habiendo machos alfa, yo, no es ya que sea beta, gamma… Es que, si hay machos omega, la última letra del alfabeto griego, yo aun estoy por detrás de ellos. Y no se crean que por carencias físicas, pues soy alto, bien parecido y llevo entrenando con pesas desde los 21 años, sino por mi patetismo personal. Soy tímido con las mujeres hasta lo extremo, y ni siquiera cuando es evidente que le gusto a alguna, lo cual no es infrecuente, no me atrevo a hablarle o no sé por dónde seguir la conversación. Tíos mucho menos atractivos que yo, pero con mucho más carisma y personalidad, me han puesto cuernos de forma constante a lo largo de los años, y ni te cuento los que eran más guapos, atractivos o bien formados.

Cuando acabe de escribir estas líneas precisamente, volveré a indagar acerca del paradero actual de mi última mujer, el gran amor de mi vida. Natasha, una ex prostituta rusa que saqué del club en que trabajaba, para ser recompensado con infidelidades y humillaciones sin fin por parte de ella. Sé que volvió a Rusia y no encuentro su rastro por ningún lado. Es normal que haya sido mi favorita y nunca se haya ido de mimenti pues aunque, como afirmo, con todas hubieron cuernos y humillaciones, con ella hubo una especial conexión y complementariedad especial y muy marcada. Natasha, como ella misma me reconocía, era mujer de una sexualidad muy poderosa y perversa. Con e el tiempo fuimos sincerándonos y conociéndonos. Le gustaba casi todo, y no tuvo empacho en acabar reconociéndome que, ya desde antes de ser conocedor y consentido, había sido consentido. Que si un amigo mío, aunque en principio no le llamara la atención, tonteaba con ella y le echaba los trastos, ello le producía una morbo intensísimo que prácticamente anegaba su voluntad y hacía que pasara a encontrarlo irresistible. O que estaba segura (esto me lo comentó el día que finalmente reconoció que me había engañado muchas veces) de que si ella estuviera follando con un tío en la cama y llegase yo a casa de él y llamase a la puerta, se correría en el acto.

Parece ser que no tiene Facebook, Instagram… y nadie conoce su número o dirección actual. No obstante, seguiré intentándolo siempre. Para humillarme y arrastrarme ante ella sin límite, pidiéndole que vuelva conmigo o que, si tiene pajera, lo haga si algún día la deja. Para ser mi mujer en régimen de gananciales en lugar del de separación de bienes que me vi obligado a imponerle cuando nos casamos, ahora que he devenido empresario exitoso en los últimos años, de forma que, si volviéramos a divorciarnos, se llevase la mitad de todo, o incluso más si lo pidiera. También para devolverle el dinero que costó el divorcio y ella depositó como garantía para casarnos (al principio fue un matrimonio de conveniencia) y el que pagó para someterse a su operación de aumento de pecho, todo ello con su valor actualidazado, teniendo en cuenta la depreciación del dinero y redondeando ampliamente al alza. Para darle las gracias por todos aquellos cuernos y humillaciones, así como pedirle perdón por haber estado demasiado influenciado por la puta de mi madre, que me aconsejó no permitir que viviese a mi costa y sin trabajar y por motivo de la cual no me atrevía volver con ella cuando, tras haber quedado embarazada de un mulato, aceptándola junto al niño cuando tuve oportunidad. Debería haber tenido el coraje suficiente para haberme atrevido a mandar todo y a todos al carajo, aceptando definitivamente mi condición de calzonazos y cornudo convencido ante el mundo y sin reservas. No me atreví entonces, pero insistiré e insistiré para intentar volver a tener la oportunidad de hacerlo.

Firma: Un ser patético.

Añadido: comentarios e emails son bienvenidos, tanto si son para mostrar agrado por mi relato, como si son para despreciar a éste, o a mí, o a mi madre… Como ya habéis tenido ocasión de comprobar, el desprecio, insultos, etc incluso son mejor bienvenidos que  los halagos.