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Cuando abrimos una puerta

en Hetero: General

CUANDO ABRIMOS UNA PUERTA

Mi nombre es Jorge y me considero un chico normal de 32 años. Lo que pretendo narrar en estas páginas es algo que nos ocurrió hará unos meses. Lo cierto es que la experiencia supuso un antes y un después en mi relación con Elena. Ella es mi novia desde hace cinco años y es justo decir que desde el primer momento hemos tenido una gran complicidad. Elena venía de una relación larga cuando la conocí. La típica relación adolescente en el que los días se convierten en años y la pasión juvenil se convierte en monotonía, fruto de la costumbre hasta que él decidió buscar en otra cama. En cambio,  yo fui mucho más experimentado a nivel sentimental. Tuve varias relaciones antes de conocerla, y en todas disfruté del sexo con mis parejas de las cuales no guardo mala relación. El caso es que desde que conocí a Elena, algo dentro de mí me dijo que no quería nada más, que ya había encontrado lo que buscaba. Con ella me sobraba y bastaba en todos los sentidos. Era una chica algo tímida para los demás, sobre todo para los que no pertenecían a su círculo de amistades, pero en la cama se volvía confiada e incluso atrevida. Se entregaba a mí como si fuésemos pareja desde siempre. Podría decirse que teníamos una relación plena basada en la confianza. Hablábamos de fantasías en cierto modo “normales” y al poco las poníamos en práctica con tota naturalidad. Un ejemplo fue el que jamás había hecho una felación hasta el final porque le daba cierto pudor, pero en cuanto tuvo su primera experiencia, le encantaba hacerlo en cualquier ocasión.

Su figura de 28 añitos era digna de admirar. Tenía una cara jovial, con ojos muy grandes y claros que resaltaban sobre su media melena. La expresividad era su seña de identidad y cuando sonreía, me hacía temblar por dentro. En cuanto a su cuerpo, para algunos podría considerarse una chica “entradita en carnes”. Caderas estrechas para un trasero amplio y redondo. Los muslos daban simetría a sus formas, robustos y cálidos a partes iguales.  Y sus pechos…. Eran  del tamaño justo  para volverme loco del todo. No eran enormes o exagerados, pero tampoco tan pequeños como para no dar contorno a un jersey ceñido. Tenían forma de pera, con pezones pequeños y rosados, pero sus dimensiones hacían que cayesen ligeramente hacia debajo de manera encantadora. Resumiendo, su precioso cuerpo tenía el tamaño perfecto para ser rodeado por mis brazos y completarme como persona.

El caso es que una vez pasado el primer año, como a cualquier pareja de turno, el número de relaciones íntimas “explosivas” pasó a ser de una o dos por semana.  O alguna semana en blanco, por qué no reconocerlo. El trabajo y el estrés no daban para más. Fue entonces cuando decidimos meter algún aliciente a la relación. Se empezó con buscar momentos románticos tipo cena sorpresa, o compras de ropa íntima muy sexy que tanto me gustaba; o incluso el uso de algunos juguetes sexuales. A Elena le encantaba que usase el vibrador en los preliminares y yo disfrutaba observando cada una de sus expresiones. Reconocía darle morbo que yo tomase la iniciativa con mis ocurrencias. Eso nos mantuvo por un tiempo entretenidos. Nadie podía negar la enorme atracción y deseo que sentíamos el uno por el otro. Disfrutábamos por igual el hecho de ir juntos al cine que el pasar un domingo entero entre las sábanas.

Pero el siguiente paso ocurrió casi por accidente. ¿A quién no le ha ocurrido alguna que otra vez?

Era una tarde de sábado cuando estábamos de compras en un conocido centro comercial de la ciudad. Ella había elegido un par de vaqueros gastados a muy buen precio, así como tres camisetas informales que probablemente resaltarían su belleza. Los probadores se encontraban justo al lado de las cajas registradoras y cada uno de ellos se repartían linealmente en unos 15 metros de largo. Normalmente ella entraba primero y me avisaba después. Abría levemente el pestillo y hacía su pose de modelo para comprobar si mi gesto era de asentimiento o de rechazo al ver el resultado final. Pero ese día entré con decisión para ayudarla. Como en cualquier probador, tenía un espejo en la pared del fondo que llegaba hasta el suelo. Sin embargo la puerta no llegaba hasta abajo. Desde el exterior podían verse los pies de la persona que estuviese haciendo malabares al probarse la ropa. La cuestión es que pegado al reducido banco que quedaba en la esquina, me deleité viendo como Elena se agachaba levemente hacia delante para liberarse del primer vaquero que se puso. Instintivamente, no solo miré su redondo trasero con braguitas ajustadas; mis ojos miraron hacia el espejo para ver la figura completa. Ella me hablaba de si eran demasiado apretados y de sí en la otra tienda quizá hubiese otros diferentes, pero apenas la escuchaba. Mis deseos se despertaron de tal modo que la sorprendí por detrás mientras la pobre se ayudaba de un pie para librarse de la pernera del pantalón. Fue una reacción divertida ya que Elena no esperaba aquello y rió con picardía en cuanto notó como mi bulto  se apretaba a sus braguitas. Le susurré que estaba caliente y ella me dijo que estaba loco, que había gente al lado y que podían pillarnos. Eso terminó por excitarme mucho más y fue cuando le besé primero el cuello, le agarré las tetas después, y terminé por toquetearla más abajo. Elena hizo ademán de resistirse, pero con poco convencimiento. Nos besamos apasionadamente y me puso un dedo en los labios en señal de que no fuéramos a liarla. Aquel día la cogí por detrás, en un reducido espacio, arrancándole las braguitas y metiéndosela como un poseso. Ambos nos mirábamos en el espejo con cada envestida, entre suspiros y jadeos leves. Tuvo que apoyar las manos en una pared para que no se le fueran las fuerzas mientras yo la agarraba por las caderas y la follaba con bombeos sincronizados. Si la sacaba demasiado, salía el típico sonido del chocar de nuestras pelvis. Por eso intentaba fundir mi cuerpo junto al suyo para reducir el sonido que pudiese delatarnos. ¡Fue brutal!

Por la noche en casa no parábamos de reír recordando la locura que habíamos hecho. Así fue como lo volvimos a hacer una semana después con el mismo resultado. La diferencia estuvo, en que al salir del probador, coincidimos con una muchacha que nos miraba con expresión rara mientras salía justo del probador de al lado. Habíamos sido poco discretos. A Elena le faltó tiempo para correr fuera de la tienda muerta de vergüenza y yo la seguía con una sonrisa nerviosa como si fuésemos dos adolescentes.

Ese primer paso nos llevó a experimentar en el cine. Lo de hacerlo en un lugar público había despertado nuestros más bajos instintos.  La oscuridad de la sala se convertía en cómplice de nuestros actos, aunque teníamos el hándicap de que el espacio era mínimo entre las filas de asientos. Cuando se lo propuse una tarde, me dijo que era demasiado arriesgado mientras se echaba las manos a la cabeza.  pero la convencí en cuanto le dije que buscaríamos una película poco taquillera y en hora poco usual. Ninguno de los dos imaginamos lo que ocurriría tiempo después con una decisión tan inocente como esa.

Recuerdo que fue en la sesión de las siete de la tarde. Ese jueves ella libraba de tarde y merendamos en una cafetería para hacer tiempo y pensar nuestra locura. La película era reposición de una película japonesa. Los jueves había cartelera de películas de autor y en consecuencia el público sería mucho más selectivo. Elena eligió una falda larga y una blusa holgada de botones. Recuerdo que le pedí que esa tarde no se pusiese ninguna prenda interior y terminó accediendo mejor de lo que esperaba. Deseaba tanto como yo aquella idea descabellada.

Como era de esperar, entramos los primeros para sentarnos en las filas de más atrás. Durante la publicidad vimos como otra pareja más mayor se sentaba a mitad de sala. Luego vinieron tres chicas de aspecto universitario que también escogieron lo más cercano a la pantalla. Era una sala pequeña así que tampoco daba para mucho personal. Pero siguió entrando gente a cuenta gotas, un señor de aspecto formal con una bolsa de alguna tienda cara, un chico con rastas y aspecto despistado, otra pareja joven…. Nos mirábamos nerviosos pensando que cuándo iba a acabar el desfile….

Entonces se apagaron las luces y salió la cabecera de la película. Comenzaba el espectáculo. La banda sonora se hacía con toda la sala y las primeras escenas sonaban con cierto eco. Elena y yo, en cierto modo cohibidos, nos metimos en la trama de la película sin decirnos nada. Así el tiempo pasaba y nuestras pulsaciones volvían a la normalidad. Nadie a los lados de nuestra fila, nadie en la fila siguiente de abajo. Alguien lejano en las de más arriba. La situación era controlada y los nervios parecían controlarse. Pero en nada me quitaba la excitación que tenía por dentro. El pensar en hacerlo con ella allí mismo me ponía a cien. La miraba de reojo y estaba preciosa como siempre. ¡Qué suerte tenía de tenerla!

No sé cuánto tiempo pasó hasta que decidí agarrarle la mano. Ella me sonrió. Nuestro lenguaje de pareja no necesitaba de palabras. Le cogí su cara para volverla contra mí para besarla. Ahí fue cuando empezamos a jugar con nuestras lenguas. Noté que su respiración subía cuando más prolongados eran los besos. Le acaricié sus tetas por encima de la ropa. Notaba como estaban liberadas de sujetador y se adaptaban a mis manos con una ligera presión. Elena se mordía el labio en un momento dado para mirar a ambos lados y asegurarse de lo que pensaba hacer. Había un chico lejano en la fila de al lado, pero más lejano y separados por un pasillo. Parecía extasiado con la película. Entonces cogió valor y empezó a desabrocharse los botones de la blusa hasta llegar al último. Ahora podía acariciarlas con libertad. Elena empezó a jadear levemente cuando mi boca se acercó a sus tetas para chupar los pezones con avidez. Para entonces mi polla iba a explotar de los pantalones y tuve que desabrocharme el cinturón. Elena se percató de ello y pasó su mano bajo mi cuerpo para agarrarla con deseo y empezar a pajearme mientras yo le lamía los pezones. Por un momento la película pasó a un segundo plano, la gente, el cine, los asientos…. Sólo estábamos ella y yo. Mis dedos subieron por debajo de la falda para llegar a sus muslos. Ella los abrió en cuanto notó la dirección de mi mano. Se dejaba hacer. Seguimos besándonos mientras yo empezaba a acariciar su rajita húmeda. Estaba muy mojada y eso permitía que mis dedos entrasen con facilidad y se deslizaran de arriba abajo para masajear su clítoris. La miré pon un momento y estaba con los ojos cerrados y la cabeza medio echada hacia atrás. Entregada, excitada…. Le pasé un brazo por detrás para apretar su pecho mientras mi otra mano seguía trabajando en su coñito. Podía sentir sus vibraciones, su corazón desbocado mientras llegaba al clímax. Pero justo cuando ella parecía estar a punto…. Comprobé que en nuestra misma fila, justo dando al pasillo, había un chico que hacía que miraba a la película. Mientras seguía acariciando a Elena, no dejaba de pensar en si no nos habíamos dado cuenta antes. No. No había nadie en nuestra fila al empezar la película. Lo recordaba a la perfección. ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Habría llegado después? ¿Se habría cambiado de sitio cuando vio que Elena y yo empezábamos a jugar? Pero todo parecía haber perdido el control, Elena empezaba a agitarse en su sitio, a gemir de placer mientras mis dedos la acariciaban. Le tapé la boca con mi mano libre y con el rabillo del ojo ví al chico cómo fijaba su vista en ella. Ella llegó a correrse mojando mi mano abundantemente. Mordía mi dedo descontrolada. Estaba fuera de sí. ¿Qué podía hacer? Aquello se escapaba de lo planeado y sin embargo no dejaba de ser morboso.  Seis sillas nos separaban del desconocido.

Elena me sonrió cariñosamente. Se encontraba completamente ajena a aquel incómodo inconveniente. Me besó con pasión y se resituó en su silla. Intenté decirle lo que pasaba pero no me dejó. Busco la manera de ponerse de rodillas entre nuestros sillones y los de abajo. Agarró mi polla con deseo y empezó a chuparla con deseo. Busqué de nuevo al puñetero chico. Ahora seguía una escena con expresión de que la película no tenía desperdicio. Luego bajé la vista a la melena de mi chica. Su cabeza subía y bajaba salivando mi pene con maestría. Era un placer increíble. Aquella aventura estaba moviendo mi interior de manera incalculable. El chico volvía a mirar desde las sombras. Por lo que la luz de la pantalla me dejaba ver, su cabeza estaba completamente girada hacia nosotros. Podía parar aquello…. Avisar a Elena de habíamos sido descubiertos….  Pero me dejé hacer. Mis manos ahora ayudaban a su cabecita a bajar y subir. Estaba a mil por hora… No era yo…. La cogí en un momento determinado y le levanté su cara hacia mí. Ella no dejaba de sonreírme inocentemente. Le susurré al oído que se levantara la falda y se sentara sobre mí mirando a la pantalla. No dijo nada. Simplemente lo hizo sin pensar. Aquello le había excitado tanto como a mí. Encajó su coñito sobre mi polla, que en ese momento parecía querer cobrar vida propia. Notaba como su culazo comenzaba a frotarse sobre mí buscando exprimirme por dentro. Estaba a su merced, yo no podía ejercer movimiento alguno en esa postura. Todo lo hacía ella mientras miraba a la pantalla y apoyaba sus manos en el respaldo del asiento de delante. Se movía rítmicamente, como una danza ensayada y bien lubricada.

¡A la mierda el chico que estaba mirando! Agarré sus pechos y la descamisé del todo. Ahora sus tetas bailaban al mismo ritmo que sus caderas. Ya no quería mirar a mi lado derecho. Solo quería disfrutar del fabuloso sexo que estaba teniendo con mi novia. La agarré del pelo y apretó mas su trasero sobre mí. Elena sabía perfectamente el efecto que producía su culo en mis sentidos. Descartó el girar sus caderas a cada lado para empezar a subir y bajar. Ahora dejaba caer su culo sobre mí mientras su vagina se tragaba hasta el fondo mi polla…. Y volver a empezar. No tardé en correrme mientras besaba inconscientemente su espalda. La empapé del todo. Así nos quedamos durante unos eternos segundos. Cuando tomamos conciencia, ella se volvió a su asiento para ajustarse la ropa mientras yo me recomponía. No paraba de sonreír como una tonta mientras abrochaba sus botones y miraba hacia las filas de arriba y abajo.  Yo no me atrevía a hablar del tema por si entraba en pánico. Pero Elena parecía encontrarse a sus anchas…

-          ¿Te ha gustado? – me soltó a bocajarro con gesto divertido ¿Has visto lo pirados que estamos? Añadió.

-          Ha sido increíble Elena…. Dije convencido.

-          Y además ha sido todo un éxito jajjajaja. Nadie nos ha pillado jajajajaj - soltó del tirón algo más sonoramente mientras la callaba con los dedos.

¿Nadie? ¿Eso pensaba realmente? ¿Tan desbocada estaba que no había visto al chico de al lado?

Yo la miraba aún con  deseo mientras echaba un ojo hacia la silla del mirón…. Y sorpresa…. ¡No estaba! ¿Serían imaginaciones mías? ¿Se abría largado justo al ver cómo terminábamos?

Salimos del cine emocionados y aún con el corazón desbocado. Al fin y al cabo, nuestra fantasía se había hecho realidad. Quizá cuando llegásemos a casa le explicaría lo que ocurrió realmente….. Ahí debió de quedarse todo, en una aventura sin más de cualquier pareja de enamorados, pero no…. Eso solo fue el principio.

Quizá os lo cuente en otra ocasión, pero recordad, la fantasía nos hace libres…. ¿o no?