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La Libertad_16

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LIBRO 1. APERTURA. CAPÍTULO II. SEGUNDO DÍA

 

salida

Desperté bastante más tarde, ya entrada la mañana, con el sol entrando a raudales en la habitación. Desperté de verdad. Quiero decir, que desperté fresca, nueva, como si hubiese dormido durante días. Sentía calor bajo la manta. ¿Realmente me había tapado después de que Carlos me besase, de que se corriese encima de mí en nuestra paja común? No era posible, tenía que haberlo soñado.

Me quité la manta de encima, medio asfixiada. El calor ya apreteba y me sentía sudada. Sudada y sucia, muy, muy sucia. Con decir que hasta se me había quedado la manta medio pegada a la piel, especialmente en las tetas y la tripa… Claro. Justo los lugares donde había caido casi todo su semen. Pero no, Laura, me repetía, aquello nunca había pasado. Habría sido Carlos el que se habría pajeado encima de mí, bañándome como un cerdo en sus ríos de semen joven, como si etuviese llenando de salsa el trozo de carne que pensaba comerse. Y luego, me habría tapado él mismo con la manta.

Pero no, Laura, volvía a decirme. Porque yo no recordaba en realidad absolutamente nada de eso. Lo que recordaba era a Pablo siempre lejos, solo, mirando. Pajeándose puede, pero solo, lejos, pajeándose. Lo de Carlos en cambio era un recuerdo vívido, sin duda alguna... Y puede que fuese precisamente ese recuerdo, esa sensación de realidad más bien, lo que me hacía sentirme ligeramente feliz. Con una extraña sensación de una cierta plenitud del todo inesperada aquella mañana, después de los desmedidos acontecimientos que había vivido con mis primos durante aquel aciago fin de semana.

Habían sido poco más de 24 horas de deseo sexual desatado, y de sexo en sí, pero por momentos tuve la sensación de que iban a ser 24 horas que iban a cambiar mi vida de una manera dramática. Bueno, cierto era que ese cambio iba a existir, ya existía en realidad. Para mí, aunque supuse que, a la larga, solo lo sería realmente para ellos. Lo que ocurrió es que el cambio no tuvo nada que ver con lo que yo temí que pudiera pasar en algún momento. Y sobre todo que fue mucho más lento de lo que hubiera podido esperar jamás. Para ellos podía haber sido su primera vez, si al final acababa siendo realmente especial o no, el tiempo lo diría. Para mí había sido muy fuerte, por ser ellos… pero, en realidad, había vivido mil experiencias muchísimo más fuertes que aquella. Acabaría olvidándoles. Y, seguramente, rápido.

Me levanté. A pesar de ese inesperado sentimiento de bienestar, o precisamente por él, decidí marcharme sin espera más. No acertaba a saber por qué, pero sentirme bien me resultaba sospechoso. Debía salir de allí de inmediato, sin esperar ni un segundo. Ya recogerían ellos. Todavía contaba con que ninguno de los dos niñatos dijera nada que no debiera decir, ni hiciera nada que no debiera hacer. Aunque fuera solo por su propio bien. Porque, finalmente, si había alguna culpa en lo que habíamos hecho, los tres éramos igualmente cupables. Esperaba de verdad que ese posible sentimiento de culpa obrase en ellos el mismo efecto que suele producir en mí: tendencia a olvidarlo todo, a no querer hablar del tema hasta el punto de obviarlo y borrarlo de mi mente.

Para mí nada de lo que había ocurrido allí había pasado de verdad. Eran ya solamente recuerdos, agradables recuerdos, además, en tanto que estaban bien guardados en mi cabecita, y todo lo que había hecho, más allá de los miedos y las inseguridades, había sido glorioso y digno de recordar. Y muy, muy placentero. Por algún motivo, me sentía follada. Y bien follada, como si me hubieran estado haciendo el amor sin parar toda la noche varias personas muy experimentadas. En fin, si mis primitos tenían dos dedos de frente callarían, se taparían sus vergüenzas a sí mismos, entre ellos y, lo que era más importante, taparían y olvidarían las mías. Me olvidarían. Y eso incluía recoger el pequeño desastre de sexo licuado que aún resonaba (y reolía) en el salón. Por su propia cuenta ya se ocuparían de eso, y rápido.

Para mí, lo principal era pirarme de allí, y cuanto antes. Era una hora más que válida para irme. Sus padres iban a llegar a comer, aunque tarde, pero de hecho yo ya le había dicho a mi tía que no podría quedarme tanto, y que me iría a media mañana después de desayunar. Ya iba hasta tarde para eso. Me acerqué a echar los visillos de las ventanas abiertas, ignorando las miradas y las risas de los dos chicos jóvenes, que me miraban disfrutando impúdicamente de mi desnudez desde las ventanas del edificio que se encontraba al otro lado de la estrecha calle. ¡Qué más no habrían visto ellos u otros desde ese edificio aquella noche! Por primera vez en mi vida entendí de verdad para qué demonios servían unos objetos como los visillos... Wn fin, lo cierto es que, de haber estado en mi casa o, por lo menos, una situación más propiacia o no tan comprometida, igual hubiese decidido hasta exhibirme un poco ante esos dos niñatos, e incluso darles un poco de espectáculo. Lo cierto es que no estaban mal, parecían jóvenes, fuertes... salidos. Como mis primos. ¡Laura espabila! me dije a mí misma...

Salí al pasillo. La habitación de Carlos estaba abierta de par en par y, aunque tenía las persianas cerradas, había ya muchísima luz como en el resto de la casa. Me asomé, no pude ni quise evitarlo. A esas alturas ya tampoco importaba. Eso sí, no quise pasar de la puerta. Mi primo estaba dormidísimo, tendido boca arriba y todavía completamente desnudo. Tuve tiempo por vez primera para contemplar su desnudez, y aproveché para hacerlo. Pasé largo rato admirando su cuerpo envidiable, deseable, desde luego lo era para su edad: puede que para mi gusto aún le faltara algo de madurez en la musculatura, lo que delataba su todavía cercana condición de niño: Sin embargo esa musculatura estaba ya tan desarrollada que prometía. De hecho, tenía el peligro de acabar siendo incluso demasiado musculado, algo que por norma no me gusta. Aunque a él se lo podía perdonar... Pero tenía una posibilidad de tripilla también, mi primo era muy tragón, buen comedor, jijiji ¿por qué no me habría comido entonces el coño? En fin, no sé.

Si le faltaba madurez, desde luego que no le faltaba en su miembro, que eso sí que era madurez, pensé yo: totalmente relajado en ese momento, descansaba entre sus piernas, pesado, mortecino. Al estar operado de fimosis, el glande estaba casi tan salido como lo estuviera el capullo de su falo erecto. Algo asombroso era que, aún mórbido y flojo como estaba, tenía casi la misma longitud, el mismo grosor y la misma circunferencia que cuando la tenía empalmaba. La mayor diferencia era pues la posición, ya que cuando se le levantaba dejaba la horizontal, y de apuntar al suelo pasaba a mirar hacia arriba, hacia las estrellas que algun día le iba a hacer tocar a alguna fulana con ese rabo. Esta noche yo había estado a punto de lograrlo. Y, aunque había perdido mi oportunidad no podía dejar de pensar que había merecido la pena. Lo que habíamos hecho, había sido toda una experiencia para mí, y no habría dejado de ser una magnífica iniciación para él. Al igual que para su hermano.

En fin, es que tampoco había tenido precisamente mucho sentido pensar que tenía que ser, precisamente yo, la persona destinada a desvirgarles... Al fin y al cabo lo normal era que los dos encontraran su propio camino. Su prima sólo les había abierto la puerta, en el caso de Carlos le había dado el empujón que quizás necesitaba... Entonces, lo que me tocaba era apartarme, para nunca más volver a hacer algo así. Por más que pudiera desearlo. Decidí quedarme con esta idea, y grabarme la imagen de mi primo desnudo por completo con su descomunal miembro en lo más hondo de mi cabecita. Joder, parecía la estatua de un puto dios griego. Aunque como veinte veces mejor dotado… Supe en ese momento que, auqnue realmente quisiera, por mucho que lo intentara nunca jamás iba a olvidar lo que le había hecho, lo que había hecho con su polla.

Salí de la habitación de Carlos. Estaba serena y contenta, y con esa sensación me metí en el baño, obviando la puerta de Pablo que también estaba abierta de par en par hacia el pasillo. Al hermano pequeño le había visto y experimentado ya demasiado, hasta lo desagradable incluso. No quería nada más con él. Con Pablo sí tenía claro que lo mejor sería olvidarlo todo, todo por completo. Lo que pudiera guardar él en sus recuerdos, si alguna vez tuviera la osadía de presentármelo ante mi cara, le sería devuelto despreciado como la fantasía de un chiquillo. Por ello no quise detenerme, porque no tenía nada nuevo que ver que no hubiera visto (y probado) ya. Y menos aún quería arriesgarme a que me pudiese ver mirando siquiera de reojo. Él no había cerrado las contraventanas tampoco aquella mañana, y la luz que bañaba su cuarto era tan insultante como la que me había despertado en el salón. Yo seguía completamente desnuda, claro, y sería una nueva provocación para él si me asomaba a su caurto y me veía. Aunque, no sabía por qué, estaba convencida de que ya no iba a intentar hacerme nada. Quizás había comprendido por fin su papel o, más bien, todos habíamos comprendido nuestros papeles y sabíamos por fin que aquello había llegado a su fin.

Entré en silencio al baño y me di una laaaaaaaarga y apacible ducha. Sin rastro alguno de excitación sexual, de la tremenda turbación que me había dominado sin control durante esos dos días. Todo debía de haber sido por culpa calor, me dije. Pero ya estaba bien. Había decidido que prefería no pensar más en el tema. Me llevaba para el cuerpo, para mi recuerdo más personal, muchas y muy buenas cosas. Olvidaría las malas. Y nada más. Y ellos que hicieran lo mismo... No sé, que hicieran lo que quisieran, me dije, sin querer siquiera temer las terribles consecuencias que una confesión o una acusación por su parte podrían llegar a tener. Sería el fin, me destrozarían, acabarían con mi vida tal como había sido hasta entonces... sacarían a la luz a la puta que llevo dentro.

Me limité  a limpiarme, a no pensar y a quitarme toda la mugre que llevaba encima: mi piel se liberaba de las costras y los pegotes de sexo que la cubrían, de los olores que la envolvían. Y con eso podía sentir que, de alguna manera, me limpiaba también por dentro. Estuve bastante rato bajo el agua, y luego secándome con calma, aunque al final decidí darme más prisa para salir ya que empezaba a sentir demasiado calor en ese baño cerrado y saturado de vapor y, aún recién duchada, estaba empezando a sudar. Además, cuanto antes saliera de la casa, mejor. Todavía podía aprovechar que mis primos dormían.

Dejé la toalla en el baño: al fin y al cabo, había entrado completamente desnuda, así que qué mas daba salir también desnuda. En según qué ambientes, situaciones y compañías, la desnudez me resulta algo de lo más normal. Supongo que a fuerza de estar desnuda y en situaciones abiertamente sexuales con ellos, a pesar de haber decidido dar carpetazo al asunto, me sentía ya a esas alturas por encima del bien y del mal. Al menos en esos últimos momentos. Tampoco había sido mi culpa el no poder tener acceso a mi ropa antes de entrar al baño. Trataba de convencerme, no pasa nada, no hay motivo para salir ahora envuelta en una toalla, pensé mientras me decidía a dar los pocos pasos que me separaban de la puerta abierta de la habitación de Pablo.

Porque él seguía allí, en su cama, dormido sí... pero, por contraste con la última imagen que me iba a llevar de su hermano mayor, la suya parecía que no iba a resultar tampoco tan inocente como hubiera deseado. No podía serlo, me dije. Estaba claro que ese crío era diferente. Dormía también sobre las sábanas, por el calor, como su hermano, pero a diferencia de aquél, Pablo no estaba totalmente desnudo. No.

Vestía mi camisón. Mi camisón, sucio, cuarteado de manchas resecas, amarillentas. Le quedaba bastante bien, un poco amplio incluso porque entonces era todavía bastante delgado, y su tórax de niño, demasiado joven aún, no se había desarrollado lo necesario para llenar el escote que correspondía a mi ampilo pecho femenino. Por ese motivo el escote, que además llevaba abierto como había llevado yo en todo momento, me permitía ver sin dificultad sus pechos y sus pezones. Me recordaba tanto a Nuria durmiendo en camisón… siempre abierto también ella, enseñando esa tabla, ese pecho plano que la caracterizaba y que, pese a todo, volvía loco a quien la viera, empezando por mí.

Seguí mirando a mi primo. Bajo la faldita de mi camisón, inevitablemente levantada por su extraordinaria dotación masculina, su miembro. Definitivamente no tenía nada que ver con su hermano. Pablo dormía tan profundamente como Carlos, emitiendo incluso un leve ronquidito, pero con la polla en la más completa de las erecciones. Increíble. Qué pollazo. Absolutamente increíble. Todavía no daba crédito a que aquella joya fuese de mi primito, y que yo la hubiera estrenado, y que la hubiera tenido en mi boca, donde haía derramado su semilla y que... que me hubiera penetrado, que me hubiera follado... que me hubiera follado, mi primo Pablo.

No. No había pasado. No había llegado  apasar...

Laura, ¡cuidado! me avisé a mi misma. Sentí una punzada de deseo en la boca... joder, quería comérsela, no tenía ni media duda... estaba taaaaaan bueno... tenía demasiado morbo así, con mi camisón... Contente, Laura, me dije.

Me di la vuelta. Mi maletita, ¡allí estaba! Poco tenía que hacer con ella. Mi ropa de ayer ya estaba seca, y era lo más decente que tenía. Así que saqué pantalón y camiseta, los dejé sobre la bolsa y me dispuse a ponerme el pantalón. Me giré, con una pierna ya dentro de mis pantalones piratas, al escuchar un extraño ruido a mis espaldas.

Un ruido rítmico, como de chapoteo. Pablo se había despertado. En silencio, se había incorporado y se la había empezado a machacar. ¿¿¿Pero cuántas llevaría ya??? ¿Es que aquello no iba a acabar nunca? Pero lo que bien podría haber resultado una tortura para mí, el eterno retorno al depravado deseo de mi primo, no era tal. No podía evitarlo, mi primito era tan lindo y la tenía taaaaan preciosa cuando estaba cachondo... En el fondo yo me sentía algo mal con él por todo lo que le había hecho, en cierto modo yo había jugado con él y le había rechazado de igual manera que su hermano me había rechazado a mí. Y eso me hacía sentir casi en deuda con él.

Yo sabía que ya no iba a ser capaz de intentar hacerme nada a esas alturas, así que, sencillamente, renuncié a vestirme mientras él terminaba de hacerse la paja. Era, en cierto manera, una forma de compensarle. Me apoyé en el armario y elevé mi pubis para mostrarle el coño, limpio, quizás un poco húmedo por la excitacion del momento pero cerradito, y sobre todo en comparación con la noche anterior... Saqué también pecho, mientras notaba como mis pezones respondían a su calentura, hinchándose al saberse contemplados y desados por aquel joven e irresistible cuerpo que tenía frente a mí. Elevé un poco la cara entrecerrando los ojos, y lamiendo mis labios con la punta de la lengua.

Tengo que confesar que me sentía bastante cachonda, claro.

-       Vamos, Pablo, acaba rápido. - Le invité.

Él siguió con su trabajo y, sin tardar demasiado, como ya sabía habitual en él, eyaculó. Su potencia era extraordinariamente prometedora, vaya que sí. Carlos se había corrido una vez conmigo, más las dos o tres pajas que ya llevaría de antes, pero este animalito podía llevar diez veces lo de su hermano. Y su semen, a pesar de todo, llegó copioso, salpicando mis pies tras volar por toda la habitación.

Sin mediar palabra, una vez que terminó empecé a vestirme. Me puse los patalones, sin bragas, claro. No tenía nada válido que usar como tales. A Pablo se le salían los ojos de las órbitas mientras abrochaba los botones del pantalón sobre mi pubis desnudo, viendo desaparecer mi velludo triángulo oscuro botón a botón. Sin duda esa imagen iba a quedar por mucho tiempo grabada en su retina. Luego me enfundé la ceñida camiseta, por supuesto también sin sujetador ¿que sentido tenía llevar sujetador sin bragas? Desde luego que no había que tener mucha voluntad para verme todo. La tela era ceñida,  pero lo peor era que se marcaba bastante más por lo transparente y con los pezones empitonados como iba. Creo que la imagen debía resultar horriblemente erótica. Lo mismo me daba.

Así habíamos empezado, así íbamos a acabar. La polla de mi primo sólo consiguió deshincharse a medias tras la paja. Me complacía siempre ver que era capaz de dejarle calentito, por mucho que le diera. Siempre dispuesto para mí. Aunque nunca mas pasase nada entre nosotros, y me repetía que nunca iba a pasar, me gustaba pensar en ese momento que me seguiría mirando con deseo por mucho tiempo, buscando siempre robarme en algún momento alguna imagen prohibida de mi cuerpo (algo que, por ejemplo, siempre me ponía mucho verle hacer a Guille, antes, durante y después de nuestra aventura... algo que todavía hace y sé que siempre seguirá haciendo). Mi cuerpo, que tan bien habia llegado a conocer, a pesar de nuestra diferencia de edad y nuestro parentesco...

En ese instante, Pablo se quitó mi camisón, quedándose totalmente en bolas, con la polla morcillona pero aún enormemente dura, chorreando todavía semen sobre la cama, sin que aquello pareciera importarle.

- Toma, Laura. Esto es tuyo - dijo, como lo más natural del mundo, mientra me miraba cerrar la maleta.

- Da igual, puedes quedártelo, de recuerdo. - Pensé que estaba haciendo un último intento de provocarme. Que se quedara el puto camisón, tenía otro casi igual, incluso algo más provocativo, jiji. A decir verdad, me hacía hasta cierta ilusion que Pablo pudiera conservar una prenda mía tan íntima, de aquel día tan especial para nosotros. Igual que su hermano Carlos haría con mis braguitas, claro.

- Vale - dijo él, sin más.

Parecía tan indiferente a todo, que parecía mentira que estuviera allí, completamente desnudo ante mí como si nada, con mi camisón en la mano y después de haberse pajeado mirándome desnuda. Con total desverguenza, se limpió con mi prenda la verga, y limpió también los restos de semen que habían chorreado de ella manchando la cama. Luego, tiró a suelo el camisón. Cayó justo al lado, y sólo la vi entonces, de otra prenda que estaba allí tirada: los calzoncillos usados de Carlos. Puto niñato cerdo.

Decidí pasar de él. Como si nada, me fui sin más, sin pronunciar una palabra. Sentí que él se levantaba detrás de mí. Tuve un momento de miedo, de duda. Pero yo ya estaba vestida, preparada y con la maleta, camino de la puerta. Al fin podía realmente salir de allí y empezar a olvidarme de todo lo malo...

Pero una última - y monumental - sorpresa me esperaba al llegar al ensanchamiento del pasillo donde se abría la puerta de Carlos y la entrada a la cocina. Monumental, porque justamente allí estaba Carlos, desnudo, de pie con su monumento erecto sobre sus huevos monumentales, esa inmensa columna conmemorativa, dedicada sin duda a su prima Laura en el día de su primera mamada, coronada por el grueso y tenso fresón de su capullo.

Carlos tenía en su mano mis braguitas, extendidas, y su mano estaba en su cara, con la nariz hundida justo en el centro, donde todos mis flujos se concentraban y se condensaban. Laura condensada en las narices de Carlos. Eso estaba oliendo mi primo en aquel momento. De forma inesperada, empezó a masturbarse con inusitada violencia. Joder, eso sí que no me lo esperaba. De él no. De Pablo podía, pero de Carlos no... ¡Y de qué forma!

Alguna vez había visto hacerlo a algun tío de esa manera, o hacérselo a sí mismo, rapidísimo y muy, muy fuerte. Incluso alguna vez lo he hecho yo así también. Da miedo porque parece que la polla podría llegar a romperse, o la piel arrancarse del capullo y pelársela pero de verdad... Con Carlos aquello tomaba otra dimension, de todas formas. Tan descomunal era su verga que resultaba hipnotizador verle subir y bajar su mano de aquella manera, mientras seguía extasiado con la cabeza hundida en mis bragas. Supuse que era su particular manera de despedirse, de igual forma que lo acababa de hacer Pablo.

¿De verdad pretendía irme de allí sin más? Era evidente que el impacto de aquel fin de semana sobre mis dos primos había sido brutal. Sin duda alguna, mucho más que en mí, pero eso si lo pensaba bien, era lo lógico.

Aunque en Carlos una despedida, una reacción así, no dejara de resultarme totalmente inesperada... joder ¿por qué hacía eso y no había querido llegar a más por la noche? No iba a ir a más en ese momento, lo tenía tan claro como con su hermano. Eran los dos igual de niñatos. Por más que Carlos se me apareciera ahí como un semental. En fin, muy varonil, una forma de presentar honores ya se sabe, ¡presenten aaaaarmas! carguen, apunten, ¡fuego! Para eso sí, muy varonil, muy de machito adolescente...

Pablo llegó junto a mí y se detuvo con su cuerpo desnudo muy pegado al mío. Todo aquello provocó  que se me empinasen todavía mas los pezones. Supongo que esa visión a través de mi camiseta transparentosa debió animar aún más a Carlos. Yo, por mi parte, me puse brutísima. Si hubiese llevado braguitas las hubiera empezado a mojar. Pero mis braguitas las tenía Carlos, en su nariz, bueno en esos intantes ya en su lengua. Estaba chupando, lamiendo, comiendo mi fujo seco. Idiota. Podía haberme chupado, lamido, comido el coño y bebido por litros mi flujo fresco. Y le podía asegurar que le hubiera resultado mil veces mejor. En fin, lo cierto era que mi primo estaba a punto de correrse y yo no quería que me empapase otra vez, limpita como estaba.

A decir verdad, empezaba cansarme aquella ceremonia de correrse delante de mí sin tener huevos más que para escupir semen, pero no para tumbarme en el suelo y reventarme el coño a vergazos, follándome a saco. Si no había nada más... empezaba a tener demasiado calor además, me estaban llegando los primeros efluvios de mi olor a coño caliente, y de verdad quería salir de una vez por todas de allí.

Digamos que me estaba resultando un poco exagerada la escena, con mis dos primos en pelotas. Así que opté por dar los primeros pasos para retirarme. Fui hacia la puerta, aunque seguí mirando embobada la escena desde allí.

Y entonces, Pablo ocupó el sitio donde había estado yo, justo delante de Carlos.

Sorprendentemente, éste no se movió, ni se giró a buscarme ni nada. Sin más siguió mirando al lugar que había ocupado yo, y que ocupaba ya Pablo, su hermano pequeño. Miró a su hermano, se bajó las bragas de la cara, y se las enrolló en su capullo mientras se pajeaba con las dos manos la punta de la polla, bajando su miembro hasta ponerlo casi horizontal. Pablo, desnudo como él, y por supuesto con la polla más tiesa que el palo de una bandera, se arrodilló ante su hermano mayor.

No.

Joder, no, no era posible lo que iban a hacerme.

Aquella despedida sí que no me la esperaba, cualquier cosa menos eso... y eso que yo misma había soñado con algo así...

Pero ya Carlos estaba eyaculando. Parecía que no había sido capaz de resistir ni un segundo la visión de su hermano desnudo y en éxtasis delante de él, implorando con la mirada ser follado. Aquel animal que era Carlos, con su brutal verga y sus corridas de otro mundo... Mis braguitas tardaron lo que tardaron en empaparse, cero coma. Después, todavía no sé ni como, imagino que a través de la tela completamente saturada, pero todo aquello empezó a salir a presión como si nada, directo a la cara de su hermanito, al que bañó su rostro con violencia, empapándole el pelo, y chorreando por su cuerpo lo que no entraba a raudales por su boca abierta.

Porque el maricón de Pablo estaba tragando sin freno, como lo habría hecho yo misma, comiendo con deleite el esperma de la corrida de su hermano mayor. Agitando con furia su nabo en lo que sin duda eran los últimos estertores de su orgasmo, Carlos se fue acercando a su hermano.

Joder, no, no iba a ser capaz de hacer eso....

¡NO!...

A punto de consumar su incesto, Carlos acercó hasta el límite su cipote tieso a la boca de su hermano. Le tenía muchas ganas, eso estaba claro. Pero más ganas le tenia Pablo a él, o quizás es que a Pablo ya le daría igual follarse a quien fuera. O ser follado por quien fuese. Naturalmente, también él se estaba pajeando otra vez con furia. Qué locura. ¡Qué puta locura!

Pablo acercó su boca al sexo de Carlos, y éste se aproximó aún más, dando el paso decisivo. Tan sólo mis bragas, enrolladas en su capullo, estaban impidiendo que Pablito le estuviera en estos momentos comiendo la polla a su hermano mayor. Pero lo que es su fruto, su semilla, lo estaba disfrutando de lo lindo, con los cojones de Carlos bombeando con aún con más furia si cabe, al notar el calor de los labios de su hermano cerrándose sobre su  polla.

Ya no podía más. Abrí la puerta y me fui dando un portazo. Bajé las escaleras de tres en tres, imaginando que en esos mismo momentos estaría explotando también Pablo, incapaz de aguantarse la excitación. Con esa imagen martilleando en mi mente, alcancé al fin el portal. Recordé entonces cuando llamé al telefonillo la noche anterior. Qué distinto lo imaginaba entonces todo... No quise pensar como acabaría aquello, el incesto homosexual entre los dos hermanos, mis dos primos, que yo misma había provocado...

Bueno, yo estaba fuera. Ellos sabrían lo que hacían y cómo terminaban. Al fin y al cabo ambos eran mayorcitos para saber lo que querían hacer. Desde luego que eso ya no era cosa mía, pensé renovada al sentir el aire de la mañana. Hacía un día estupendo, precioso, y parecía que no tan caluroso como los anteriores. La verdad era que me sentía optimista, así que decidí probar a intentar comer con alguna amiga, aunque fuera sólo comer, sin más pretensiones. Desde luego que no estaba para volver a casa de mis padres, no así, no todavía... Me resultaba un poco duro en ese momento eso de ver a mi madre y pensar lo que acababa de vivir con los hijos de su hermana.

También, por algún motivo, me entraron ganas de hablarlo con alguien. Quizás sería bueno sacar de mí lo peor antes de dar carpetazo al tema. Bueno, mientras avanzaba por las calles vacías de aquella mañana de domingo. No completamente vacías, era cierto. Podía sentir perfectamente las miradas en mis pechos de los pocos hombres que me cruzaba en el camino.

Recuperé mi telefono de las profundidades de mi maleta, y le di al boton verde para ver con quién me apetecía hablar de las últimas personas con las que había hablado... Nur, Mer... no, demasiado fuerte y demasiado personal, no al menos en ese momento, tan pronto... Javito, pasaría de mí, o me soltaría alguna de sus expresiones resobadas como "es demasiado bizarro, Laurita", con sus palabritas cultas, el imbécil. Si al menos se limitara a calentarse y follarme, que llevaba tanto sin hacérmelo... No... lo que había pasado sólo podría contárselo realmente a dos personas, suficientemente cercanas, suficientemente cerdas. A Guille o a la Sandra. Guille hubiera sido perfecto, el conocía de sobra a mis primos, por lo que sería súper morboso y podía ser muy interesante su visión... de hecho muchas veces había estado a punto de contarle lo de mis primos David y Begoña... Pero estaba segura de que él me incitaría a ir más allá, cosa que yo no quería... me preguntaba incluso si él mismo no tendría ganas de probar algo con ellos también, después de que le contase la escenita del final...

Lo malo era que... lo malo era que hacía tiempo que no sabía muy bien en dónde estábamos él y yo, y una llamada así sería realmente difícil de interpretar, aún viniendo de mí. Además de que sabía que en ese momento no estaría solo, y sería casi imposible mantener una conversación conmigo en esos términos. Quedaba la Sandra, tenía que ser ella. Al fin y al cabo, en esa época también andaba bastante mal con ella, desde que decidí no seguir  viviendo juntas, o desde antes en realidad, que por eso decidí dejar de compartir aquella casa. Bueno, fue un tiempo breve en que la notaba distante, y yo no podía soportar esa separacion, así que corte por lo sano. Demasiado, quizás, porque después de eso casi no nos veíamos. Fue rarísimo pasar de follar a diario a casi no vernos, parecíamos una pareja rota... Y de hecho, quizás es que lo éramos. En realidad siempre he pensado que ese distanciamiento repentino de SAndra se debió a que estaba empezando a sentir algo más, y de alguna manera debió asustarse. 

"¿Y este número?" pensé mirando el primero de la lista de llamadas recientes: de aquella misma madrugada, número desconocido... claro, yo no había oído el móvil, ya digo que estaba en la maleta. Pero... ¡no! ¡¡Era una llamada saliente, no entrante!! Pensé de inmediato, claro, en Carlos y Pablo. Lo que no iba a haber sido era yo sonámbula, eso era evidente. Bueno, podía ser cualquiera, una equivocación, un error del teléfono... No, que no, que no podía ser... ¡uno de ellos había llamado con mi móvil! ¿Y para qué? Pensé en probar, en llamar, pero temí escuchar la voza gangosa de mi primo Carlos. Sólo podía ser él, claro. Pablo no tenía teléfono... no podía ser...

¡Por fin lo entendía! Sin duda era Carlos, y lo había hecho para conseguir mi número sin tener que preguntarme ni a mí ni a su madre... muy inteligente, muy difícil que me diese cuenta... ¡pero me la di! Bueno, era posible que Pablo tuviera también móvil, pero sus padres debían de dejárselo únicamente cuando iba a salir solo, o para enviar mensajes, pero casi siempre lo tendría su madre, así que era impensable que pretendiera usarlo para nada raro, sabiendo que ella podría enterarse... Carlos, en cambio, sí que tenía móvil propio, claro... ¿y para qué me habría cogido el número? Joder, después de esa despedida...

Bueno, había decidido llamar a la Sandra. Realmente, llevaba días demorando esa llamada, porque sabía que tenía que hablar con ella y arreglar lo nuestro. Todavía estábamos a tiempo de enderezarlo y hacer como si nada raro hubiera pasado. Y, sin duda, las guarradas de esas noches con mis primos nos ayudarían a reírnos un rato y romper el hielo que pudiera quedar entre nosotras. Y, por qué no, a ponernos a tono para… mmmmm…

Por un momento dudé, porque me daba también algo de pereza pensar que igual ella me respondía de mala gana, y pensé en llamar a Meri. Pero si ella estaba disponible, con ella seguro que sí que acababa follando. Y, en ralidad, pensé que no me apetecía, me forcé a pensar que necesitaba un día tranquilo. Sí, Sandra sería perfecta para pasar el día, y aclararlo todo, y más si mi historia iba a servir seguro para romper el hielo (¡derretirlo, abrasarlo!) y volver a empezar algo nuevo entre nosotras... ¿Querría verme ella?

Mientras marcaba, pensé que tenía que buscarme nuevas relaciones masculinas a las que acudir en estas situaciones. El calentón con mis primos de ese fin de semana había sido producto de mi larga (y, a esas alturas de mi vida, absolutamente insólita y contraproducente) abstinencia de polla. Notaba la lejanía de Guille y de la Sandra, y sus suministros continuos. Ambos habían puesto el listón muy alto compartiendo los momentos de mayor actividad sexual de mi vida. Javito hacía tiempo que pasaba ya quilos de mí. Se había cansado parece de mis rarezas y puteríos, y le costaba seguir lo insaciable que podía llegar a ser. Javier, Jaime, César, ninguno de ellos estaba en Madrid. A ver, a ver... ¡Armand! Repetir con él y hacerle estable, a  pesar de su novia, más que una intención era un deseo oculto para mí desde hacía tiempo. Siempre pensé que con escasa viabilidad, además, pero podía ponerme en serio... aunque demasiado ennoviado como para ser fiable. No sabía ¿Sergio? jijiji, bueno, siempre me gusta repetir con él, pero dudaba mucho que le pudiera enganchar como follamigo estable... ¿Adri? jiji, ay Adri… desde que lo dejó con su mujer, y creo que era ni más ni menos que porque él era bastante infiel, aunque nunca confesó a nadie el motivo real de su ruptura... bueno, pues aunque no es precisamente mi tipo es cierto que es fácil y resultón... vamos, que de alguna manera lo que pasó entre nosotros era inevitable, si es que era lógico pensar que después de dejar a su mujer, yo a la primera ocasión que tuviera me lo iba a tirar. Y así fue, jijiji, lo hemos hecho ya tantas veces, pero estaba por ver que alcanzara ninguna estabilidad, sexual me refiero, con él. Lo cierto es que entonces estaba convencida que ya andaba detrás de alguna para “algo más”, y estaba claro que no era yo. Tampoco quería serlo, claro, no para eso… Yo lo que quería de momento era estabilidad sexual, nada más… lo de la emocional, ¡buf! Eso ya era otro cantar. Bueno, pues tenía que conseguir esa estabilidad sexual ¡¡¡aunque fuera con el primer imbécil bombonaso que se me pusiese a tiro!!! jijijiji.

Sí, contra todo pronóstico, aquel día me sentía tremendamente optimista, pensé mientras me alejaba a buen paso de casa de mis primos buscando el teléfono de la Sandra.

Y salida, por mucho que me lo pretendiera negar, me sentía irremediablemente salida y con una insoslayable necesidad de ser follada.

 

 

FIN del Libro 1