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La Libertad_13

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LIBRO 1. APERTURA. CAPÍTULO II. SEGUNDO DÍA

séptimo asalto

            - Serás puta, Laura…

La voz de Pablo graznó con todo su desprecio, sonando agria y molesta. Bien sabía yo que en aquella situación no podíamos dejar fuera al trastornado hermano menor: mi idea había sido neutralizarle mediante el orgasmo, pero había fallado estrepitosamente. Y así había acabado más salido que un mono delante de nosotros, observando nuestros evidentes tocamientos, aunque sin poder sospechar del todo nuestro juego bajo la manta. Pero, evidentemente, bastante tenía con saber que nos estábamos tocando, y ver cómo nos mirábamos y escuchar mis proposiciones. Sin duda todo aquello estaba siendo demasiado para él, después de que aquella madrugada hubiese acariciado el cielo, con forma de coño. Con forma de MI coño.

Desde luego que mi ofrecimiento a su hermano ya era mucho más de lo que le había llegado a pedir directamente a él aunque, todavía entonces, le hubiese dejado a él hacerme mucho más, pero me temo que con esas palabras a Carlos llegué a herirle de alguna manera, ya que reaccionó como un loco perdido. Cuando me quise dar cuenta, se había bajado el pantaloncillo y el calzoncillo que se apretaban contra sus huevos abultados cubiertos por de ese pelo largo y escaso, sacándoselos por los pies en un violento movimiento. Igual de violento que fue el brusco salto con el que se plantó junto a mí, sorteando la mesita del salón.

Pude ver nuevamente muy de cerca su enorme polla cuando, estirando sus delgadas piernas desnudas para pasar al otro lado del sofá, se colocó junto a mí... tenía el glande increiblemente rojo e hinchado, super húmedo... lo que revelaba que su excitación había alcanzado niveles máximos, ya que la noche anterior el glande se había mostrado siempre suavemente rosado, pero la intensidad de su color y el calor que emanaba, y que podía sentir directamente en mi mejilla, me dejaba claro que aquella vez estaba ya casi al otro lado del límite.

Cuando me quise dar cuenta, lo tenía pegado a mi mejilla, restegándome su líquido preseminal por toda la cara. Su polla ardía. Yo no moví la cara. No quería, me gustaba la sensación; además, no conseguía en absoluto razonar, porque el dedo que me estaba haciendo Carlos, sin alcanzar la maestría de antes, estaba terminando por hacer su efecto, llevandome a un orgasmo, desde luego no tan pleno como había prometido antes de la violenta interrupción, pero orgasmo al fin y al cabo. Como era ya, por otra parte, inevitable. Pablo, viendo que Carlos seguía jugando conmigo y que eso acaparaba la atención de su hermano, y al ver que yo tampoco le rechazaba expresamente, me cogió la cabeza con la mano derecha empujándomela hacia él...

-       Vamos puta... no te cortes ahora, que sé que lo estás deseando... - me sorprendió la infantil transformación de mi primo al estereotipo más vulgar de las películas porno más baratas.

Sin embargo, aquello no restó ni un ápice a mi excitación: al contrario, sentí un brutal deseo de hacer lo que estaba tratando de conseguir mi primito... consumar la mamada que ayer estuvimos a punto en varias ocasiones, tragarme aquel inmenso trozo de carne, poder por fin sentirle por completo, su temperatua, su dureza, su tensión, su movimiento, su textura, la suavidad de su piel, sus pelos metiéndose en mi boca y mi nariz, sentir cómo se desbordaba ¡al fin! dentro de mí... Pero no quería con eso perder a Carlos, no podía permitírmelo, y dar ese paso con Pablo justo cuando Carlos y yo estábamos de nuevo al límite, con el riesgo de ser rechazada por el mayor de los hermanos en el peor de los momentos, podía dar al traste con mis más sucias esperanzas para aquella noche de manera definitivas. Le miré.

Tenía la boca abierta, al igual que ayer su hermano cuando empecé a meterle mano por primera vez, cuando empezó a vislumbrar la realidad de lo que podíamos hacer: se quedó embobado con la boca abierta, y su baba empezó literlamente a chorrear sobre la manta que todavía nos tapaba... Pero no hacía nada, no se decidía a tocarme las tetas, no expulsaba a su hermano pequeño, no renegaba de su polla desnuda ni hacía tampoco el menor amago de intentar acercarse a ella, a pesar de la deleitosa mirada de deseo que le había echado cuando la vio aparecer por primera vez. Tan sólo noté una reacción en el dedo con el que me estaba follando: cambió el ritmo de mi masturbación, de manera casi imperceptible. Sólo cuando ya estaba lanzada cuesta abajo me di cuenta de que me había metido el dedo lo más hondo que pudo, llegando a tocar las profundidades más íntimas de mi vagina, y no sólo ya a las paredes de la entrada. Además, había girado su mano, había puesto la palma hacia arriba, consiguiendo, sin saberlo, la posición perfecta…

Y así, empezó a hacer un extraño movimiento ondulatorio que durante unas pocas pasadas masajeó con fuerza mi punto G. Estoy segura de que, por entonces, él no tenía ni idea de lo que acababa de hacerme. De hecho tampoco insistió demasiado allí. Afortundamente, porque habría sido escandalosa mi corrida, de consecuencias imprevisibles… Pero fue definitivo, en todo caso; yo estaba ya tan desquiciada que ese corto ejemplo de lo que podría haber sido una de las mejores pajas que nadie me había hecho nunca (no voy a daros pista de quien me ha hecho las mejores, sí, la Sandra y Guille, con ese evidente interés en ambos por descubrir mi centro absoluto del placer, los dos con esa cierta inclinación al sadismo, llevándome de orgasmo en orgasmo, sin dejarme recuperarme ni un segundo durante un tiempo que terminaba por hacérseme insoportablemnte eterno...), me hizo reventar súbita y rápidamente.

Me corrí, en uno de los orgasmos más rápidos que he tenido. Como una exhalación, mi cuerpo se estremeció de pies a cabeza, dejándome temblando, mientras dejaba escapar un hondo gemido, abriendo suave y lentamente mis labios, cubiertos en ese momento por el falo ansioso de Pablo. Era el momento de abrirle la puerta, creo que ninguno de los dos podíamos aguantar más, así que me desentendí de Carlos, justo cuando él me tenía subido a los cielos. Yo no quería bajar de allí, así que convertí mi gemido en un salvaje alarido, con la boca abierta de par en par, para que Pablo me pentetrase a fondo, por fin. Evidentemente, el momento en que Carlos me había llegado a masturbar hasta el orgasmo era definitivo para decidirme a comerle la polla a su hermano pequeño, aunque fuese delante de él. Después de lo que me acababa de hacer, Carlos no podía reprocharnos nada por buscar el mismo placer sexual que él acababa de encontrar conmigo.

Naturalmente, mi primo menor aprovechó sin dudar un segundo el momento propiciado por Carlos, así como mi abierta invitación. El alarido de placer que estaba soltando se me cortó en seco cuando, en un rápido movimiento, me ensartó su polla completa hasta la garganta. Afortunadamente, yo había pasado ya muchas veces por aquello, así que, aunque sorprendida por su rudeza y su brutal ímpetu, recoloqué mi boca para poder recibirle por completo, evitando las arcadas que, inevitablemente, me produjo el choque violento de su glande en mi garganta. No fue fácil, no obstante, ya que la tenía extraordinariamente dura, (ya he dicho que en eso se parece a la de Guille, que tiene esa erección tan rotunda, aunque era francamente más larga, y aunque se afinara hacia la punta, la base debía alcanzar casi el grosor de la de mi cuñado), con poca o ninguna flexibilidad, lo que hacía que no se pudiese amoldar fácilmente a mi boca y a mi garganta, sino que yo tenía que conseguir el ángulo justo para que aquella herramienta no me destrozase por dentro.

Además, el bruto de mi primo me apretaba con fuerza ahora con sus dos manos, haciendo fuerza para  hundirme aún más su pollón hasta el fondo, hasta meterme los huevos dentro de la boca y toda su verga en la garganta, sin dejarme recolocarme ni moverme un milímetro. Los pelos del pubis se me metían en las fosas nasales, casi no podía respirar debido a la fuerza con que apretaba su abdomen contra mi nariz, incrustada en su cuerpo. Ni hablar de hacerlo por la boca, claro, donde tenía bien embutidos sus huevos para dejármela tapadita... Afortunandamente eran poco peludos y más bien pequeños, en relación al tamaño del miembro (y, sobre todo a su insospechada capacidad eyaculadora...), porque de otra manera posiblemente hubiese tenido que echarlos fuera. Sin embargo, pese a estar colmándome la boca junto con su duro miembro, mi lengua sí podía moverse libremente, para acariciar con lujuria sus bolas.

-       Sííííííí, así, vamos, cómetela toda, putita... -ni su actitud ni la forma de penetrarme eran para nada propias de alguien de su edad. Virgen e inexperto, la noche anterior estaba completamente perdido cuando le monté en su cama… ¿qué había pasado en tan solo un día?

Francamente, aquella actitud de cerdo lujurioso no me molestaba lo más mínimo. Incluso al revés… Además, si Carlos no se había terminado de decidir después de conseguir llevarme al orgasmo, desde luego que su hermano no había desaprovechado la ocasión. La ocasión perfecta: yo gritando y el con la polla sobre mi boca, sólo tenía que empujar, sólo ser consciente de que yo le tenía la puerta abierta y esperando… Como a Carlos, sí. Pero era Pablo, siempre ÁlvaroPablo el primero que tomaba la inciativa. ¿Quizás el único? ¿Iba a ser ese dedo, delicioso pero casi infantil, como quien dice y dada la situación, lo único que iba a conseguir de Carlos? Podía ser pero, de ser así, mayor razón para aprovechar aquella sabrosísima oportunidad con el pequeño de los hermanos.

Además, como digo, tampoco me hubiese resultado fácil rechazarle, dados su ímpetu, vigor y decisión. Estaba completmanete embrutecido, y me manejaba con considerable violencia con el propósito de satisfacer sus desmedidos apetitos sexuales. Conseguí recolocarme, cuando ya casi no aguantaba más, y separar al menos algo la nariz de su pubis… aún así los largos pelos de su sexo se metían en mis fosas nasales cuando yo inspiraba, haciéndome extraordinariamente difícil la respiración, ya de por sí complicada con aquella dura estaca incrustada hondo en mi garganta. Pero mi experiencia era sobrada como para poder deleitarme de aquella prodigiosa herramienta y de la deliciosamente morbosa situación, pese a las dificultades físicas del momento y de la falta de total de tacto y de la más mínima pericia en aquellas artes por el lado de mi primo.

Así que me dispuse a disfrutarle al máximo. Al fin y al cabo, sólo tenía que dejarme hacer y, de hecho, solamente podía dejarme hacer. En realidad, mi parte más calculadora pensaba que esa manera de follarme sólo podía acabar embruteciendo a su hermano, calentándole hasta no poder más. Me estaba comiendo la polla de su hermanito hasta los huevos. Carlos no sería humano si conseguía resistir viendo algo así sin inmutarse... y menos justo después de haber estado dentro de mí por primera vez.

Mientras tanto, Pablo estaba cada vez más crecido, y no digo sólo físicamente (que lo estaba: su cipote había crecido aún más, hinchándose en mi boca hasta límites impensables) sino que, envalentonado por mi permisividad inicial, había continuado su actitud dominante. En consecuencia mi voluntad, tan necesitada de ser sometida sexualmente tras mi largo periodo de carestía total, una vez pasado ese momento inicial de simple entrega, se había tornado rápidamente en una total sumisión. Me encanta el sadomasoquismo, y es un juego en el que, normalmente sola, buscándome la vida en oscuros antros con completos desconocidos, he ido practicando y conociendo, derribando límites y fronteras con una rapidez nada despreciable. He jugado a veces a ser yo la Dominante, sobre todo cuando hacía incursiones temáticas con amigos y amigas, pero no tengo que sorprender a nadie si digo que, en condiciones normales, me siento en mi verdadero lugar como la perfecta Sumisa.

Así que no me costó nada asumir mi papel incluso con un crío como mi primito, una vez que él me demostró unas dotes innatas y nada desdeñables que me hacían reconocer en él brillantes aptitudes para ser un Amo perfecto. Ya digo, en todo caso, que mi necesidad de sexo me ponía también en una situación de sumisión inducida; quiero decir que me habría arrastrado ante el más despreciable de los seres con tal de ser follada. Así que, teniendo en cuenta que él no era ¡ni mucho menos! despreciable,  además de que él solito había decidido que iba a ser él quien mandase, pues acepté feliz como la puta que me sentía ser en esos momentos, que estuviera follándome la boca sin piedad. Sin casi juego para hacerlo, ya que yo tenía sus cojones encerrados con mis dientes y él no podía moverse demasiado, más que agitarse y revolverse en mi interior. Disfruté así de él un largo rato, dejando siempre que fuera él quien me tomara como mejor quisiera, preocupándome únicamente por procurarle el mayor placer posible con mi lengua y con el juego de mi boca y labios, por mínimo que éste fuera. Además de por mantenerme viva, claro, simplemente. Apretando como podía mis manos contra su pubis para liberar mi nariz y poder respirar un poco, siempre con mis orificios nasales penetrados por su vello púbico. La cosa no mejoraba dentro de mi boca porque también el largo vello de sus  huevos, de parecida escasez y longitud que el de su pubis, aunque algo más fino y suave, se desprendía con mis fuertes lametones y se pegaba luego a mi garganta, completamente ocupada por su verga.

La excitación de mi primo era tal que, debo reconocer, hasta yo temí atragantarme e, incluso, tener un ataque de naúseas en algún momento. No me había pasado nunca, pero Pablo había llegado a ponerse demasiado violento para lo bien dotado que estaba, lo increíblemente dura que la tenía, y lo desprevenida y en mala postura que me había pillado. Sólo cuando por fin aflojó un poco sus manos sobre mi nuca, me decidí a liberar al menos sus huevos para darme un poco de respiro, y abrir además un poco un juego que amenazaba con quedarse estancado y desinflar nuestra excitación. Así él se dio cuenta de que podía entrar y salir de mi boca, lo que le facilitaba su intención primera de follarme la boca, porque era eso lo que quería, claro. Y eso lo que hizo, siempre mandando: no me dejaba mamarle, sino que estaba llevando él siempre la iniciativa.

Me excita cantidad meterme una polla entera en la boca, huevos incluidos, es algo que puede resultar una pasada y no hay tío que lo soporte. Pero, ciertamente, la de Pablo estaba en el límite para poder hacerlo, quizás he podido con otras mayores, incluso más gruesas también, pero nunca así de duras, porque por su tremenda dureza era muy dificil alojarla en la garganta, especialmente con el nivel de nerviosismo y de excitación que llevaba el crío. Aunque escasa, si lo mirabas bien, por otra parte; después de una acumulación de tensión sexual como la que llevaba encima aquel día, y de terminar rematando su primera experiencia con una mamada de campeonato como la que le estaba haciendo (entonces me jugaba el cuello pensando que pocas volvería a disfrutar que se acercaran ni de lejos a la mía, aunque muy pronto tendría que desdecirme, pues iba volver a disfrutar de mi propia boca mucho más rápidamente de lo que yo nunca habría pensado, además de que, después de un proceso más largo y tortuoso, de mi propia mano acabaría conociendo muchas otras bocas que le harían gozar mucho y, si no tanto, al menos muy parecido).

Definitivamente, mi primito había resultado una sorpresa brutal. Físicamente, claro, pero también por su temple y su natural predisposición al buen sexo, que le hacía en su estreno desenvolverse como un auténtico semental de peli porno. Dejemos al margen, además, el hecho de estar follando con una mujer que le superaba con creces la edad. Ni hablar entonces tampoco del morbo añadido de que su entrada en el paraíso del sexo estuviera sido abiertamente incestuosa, con una prima mucho más que cercana... En fin, que me costó cantidad expulsar sus criadillas de mi boca, y que cuando por fin salieron lo hicieron con el sonoro ruido gutural de sorber algo muy húmedo, chorreando mi saliva.

El cambio de postura con Pablo me permitió poder concentrarme en algo más allá de respirar: pude sentir entonces en toda su dimensión lo que era tenerle, por completo, dentro de mí, de mi boca. Pero también me permitió saber qué había pasado con su hermano… Ante las complicaciones que me supuso momentáneamente el manejo de la situación con Pablo, yo había dejado de sentir a Carlos. Además mi coño había quedado anestesiado por el fugaz pero muy intenso orgasmo. Sólo al empezar la cabalgada de Pablo en mi boca, ya con sus testículos aún mojados golpeando mi barbilla, noté salir de mi interior a aquel largo, fuerte y curioso dedo, dejándome por otra parte, una desagradable sensación de quedarme a medias.

Afortunadamente, me encontraba colmada por Pablo con total plenitud, así que no quise pensar en mis bajos ni en Carlos, cuando por fin podía concentrarme en la agradable sensación de su violenta polla taladrando mi cara. El leve cambio que le había dado a la mamada al soltar sus huevos nos había levado a aquella nueva fase. Él seguía con sus manos en mi cabeza, pero yo había conseguido separarle un poco, de manera que él ya no podía alcanzar el fondo de mi garganta. Así, aunque buena parte de su tiesa verga quedaba siempre fuera de mi boca aún en el momento de mayor penetración, yo podía sentirle mejor, disfrutando su forma y su volumen, notar como se iba hinchando más y más ante el inminente orgasmo. Sí, también yo estaba alucinada al descubrir que todavía le podía crecer más… Seguía, en cualquier caso, en mi papel de sumisa, con un Pablo totalmente entregado al mete saca en mi boca, crecido y envalentonado al constatar su posición de control total, de dominio de la situación y de mi cuerpo, del éxtasis que le daba la sensación de poder, de posesión, de dominio que da la profanación repetida de un cuerpo entregado como el mío.

Bueno, pero digamos que yo no estaba reamente tan entegada. Por mucho que me pesara, la huida de Carlos de mi cuerpo me estaba afectando más de lo que quería. Me había propuesto ignorarle y concentrarme en disfrutar de su hermanito. Ya vería el mayor de mis primos si quería aprovechar el momento tanto como lo estaba haciendo el pequeño. Pero no, algo en el fondo de mi vagina seguía clamando por su cuerpo, por su sexo, dentro del mío… Seguía deseando a Carlos, y mi cuerpo, por muy colmado que estuviera, todavía deseaba más. Siempre era mi cuerpo el que decidía, vaya, por más que mi cabeza tratara de ir por otros caminos… En fin.

Así que, pese a la follada de Pablo, Carlos volvió a abrirse paso en mi mente. Años de sexo intenso me había llevado a conseguir controlar mis reacciones, por lo menos algunas de ellas (hay cosas que nunca se pueden controlar, y me gusta que mi cuerpo gozando me siga sorprendiendo con insoportables, imprevistas e incontrolables explosiones de placer...), así que a pesar de la salvaje mamada que me estaba haciendo mi primito comprendía que nunca había dejado de pensar en Carlos como objetivo. El sabihondo de mi amigo Javito me diría que no se trata en realidad de una felación, sino de una "irrumación", que es como se llama cuando el tío folla la boca con la polla, y la boca se queda quieta sin chupar; mi amigo Javito es muy machito, y le encanta follarme, y follame también la boca, más que dejar que yo se la chupe, - él se lo pierde, yo creo que le daría más placer, pero le gusta ir de dominador... y no lo es tanto, jijiji. No s sé, lo digo porque, por ejemplo, con Pablo estaba siendo distinto, su forma de dominarme era distinta, más natural y completa, y reconozco que ahí no sé si yo podría dárselo a él, que creo que no, ya que se notaba que lo de dominarme le ponía muchísimo,pero sé que él no habría podido estar dándome más placer a mí... me daba un cierto miedo eso, también, porque notaba algo oscuro en él, más allá de lo evidente -incesto y edad- en todos nuestros hasta ese momento limitados encuentros sexuales, tenía algo que me incitaba al sadismo, un placer por la sensación de sometimiento que nunca había sentido de esa manera de una forma tan natural y que, extrañamente, no pude dejar de reconocer como específico en mi relación con Pablo... con el tiempo pensando sobre ello llegué a la conclusión que siempre había sentido una atracción prohibida hacia él en ese sentido, deseaba verme sometida por él, y eso pudo ser lo que desencadenó todo, a pesar de que la diferencia de edad era tan fuerte y dificultaba identificar esas sensaciones por lo que, por otra parte, creo que hubiese sido inevitable que todo esto terminase sucediendo antes o después, conforme su cuerpo y mente fuesen madurando. Con Carlos, en cambio, la atracción era nueva, inmediata y exclusivamente carnal, simple y llano sexo, todo o nada podría haber pasado siempre, dependiendo del momento, y todavía parecía siempre que el momento era ahora, pero parecía también que no lo sería jamás...

Y, si Carlos era el objetivo, todavía podía frustarse todo: Pablo estaba demasiado activo y Carlos súbitamente congelado. Paralizado, más bien, sin duda atónito e incapaz de reaccionar ante el erótico espectáculo que se desplegaba impúdicamente ante sus ojos. Pero sin duda, sólo el deseo y la incontrolable excitación de su joven cuerpo evitaban que saliese disparado una vez más a su habitación. Notaba su tensión: ese deseo de huida ante una situación que le superaba era evidente en su falta total de iniciativa. Si no me decidía yo a tomar esa iniciativa directamente (y, pese a todo, no quería, pero en parte también porque me resistía a pensar que no era capaz de excitar lo suficiente a un adolescente en plenitud sexual como para que no se decidiera por sí mismo a lanzarse sobre mí para hacerme todo lo peor), sólo me quedaba seguir aumentando las fuerzas contrarias a sus miedos: la excitación y el deseo.

Mi perverso plan era recibir la mayor parte de la leche de Pablo cuando éste se corriese en mi cara y mis tetas, siempre a la vista de Carlos. En plan puta, claro, tocándome por todas partes, untándome de semen y lamiéndolo con delite… Eso es algo que no hay tío que resista, una tía cubierta de lefa, aunque no sea la suya... Así que tenía que asegurarme de que el pequeño de mis primos no se iba a correr directa y completamente dentro de mi boca. Eso sin contar con que realmente temía a Pablo: si me la empujaba tan a fondo como había hecho al principio, cuando se corriese, y más si se corria tan copiosamente como ayer, no estaba nada convencida de conseguir controlar la respiración. Así que, si quería meter en el juego a Carlos, iba a tener que limitar mi agradable papel de sumisión total.

El desenfreno de Pablo podía acabar conmigo tosiendo como una idiota si me atragantaba con su lefa y tenía que echarla fuera de tan tonta manera para poder respirar. Cosa no muy erótica, ni alentadora para su hermano, seguro… a no ser que no viese otro remedio que hacerme el boca a boca. Pero para conseguir que la mayor parte de su semen acabase sobre mí y no dentro de mí, para conseguir esa escena tan salvajemente empapada de lascivia como es un pene erecto escupiendo chorros de semen sobre una cara extasiada, no me quedaba otra que terminar por hacerme al final con el control de la situación. Y eso es siempre lo dificil, saber cuando va a ser el final. Y más con Pablo, las otras veces me había sorprendido siempre por completo. Sin duda se le notaba que acababa de estrenarse, literalmente, hasta en el mundo de la eyaculación, aunque las otras veces había sido rapidísmo, y aquella en cambio estaba durando tanto...

Bueno, por el momento aproveché para mostrarme como una auténtica zorrilla, aprovechando a sobarme las tetas mientras su hermano continuaba reventando mi boca con su tranca, sujetándome la cabeza con firmeza con sus manos. De la manera más lujuriosa posible me metía mano a mí misma, jugando con mis globos y mis pezones hinchados mientras dejaba que Pablito me siguiera violando la boca rudamente a cipotazo limpio, hundiendo una de mis manos incluso de vez en vez entre mis piernas, aún bajo la manta. Pero Carlos ya sabía lo que había ahí, y me había dejado tan abierta y mojada, que sólo pasar rozando un dedo sobre mi vulva hacía que éste acabese siempre irremediablemente dentro de mí. Así que casi se puede decir que me estaba pajeando mientras le comía la polla a su hermano, tocándome las tetas mientras.

Sí, lo estáis adivinando: imposible de soportar. Así que, cuando Pablo estaba casi a punto de llevarme al Nirvana y hacerme olvidar a la otra polla de la habitación… ¡Ops! ¡Sopresa...! ¡Carlos, por de pronto, había reaccionado! O al menos eso creí sentir: cuando, por un momento, subí las dos manos para abrazar a Pablo y sobar soezmente su culo duro, pude sentir otras manos recorriéndome con avidez las tetas, sin ningun respeto y con violenta desvergüenza. No podían ser otras que las de Carlos: grandes, de dedos largos, fuertes y hábiles, calientes y sudorosas. Pablo aceleró el ritmo de su follada. Yo me dejaba hacer.... Me relajé, Carlos estaba dentro del juego otra vez, sería impensable que fuese capaz de irse sin descargar sus jóvenes huevos, que debían estar dando saltos como una caldera a punto de reventar. Disfrutaba aquello, como disfrutaba que Carlos por fin estuviese tomando alguna iniciativa, aunque tímida al lado de la determinación de Pablo, pero tocaba las tetas que era una delicia, en cualquier caso... Aunque, en ese momento, aún disfrutaba más de la manera en que Pablo me estaba llenando mi boquita, de la mamada, de su polla, de su actitud y mi sorprendente reacción al probarle por primera vez: conexión total, deseo absoluto de entrega y sumisión completa, plenitud.

Sabía, de todas formas, que ese niño no podría aguantar mucho más, tenía que estar al límite. Y, cuando se corriese, sería el turno de Carlos: seguro que después de ver a su hermanito correrse en mi cara, él no se resistiría a ser menos. De ahí a desnudarle y metérmelo en mi boca, había un paso. Y a follármelo, paso y medio. Estaba convencida de ello. Y, entonces, cuando ya Pablo y yo habíamos puesto el piloto automático para acabar nuestra primera mamada real (por fiiiiiin, despues de todas las locuras que que llevábamos acumuladas en un día, si es que apenas se la había probado con la boca más que un breve remojón, y sin embargo había soñado tan vívidamente con ello, mientras dormida, desaprovechaba la primera vez que mi primo me taladraba la boca en aquella primera y precoz violación nocturna suya... quizás nunca iba a saber realmente hasta donde llegó, pero me excitaba muchísimo imaginarle tomando la loca decisión, con la cabeza totalmente nublada por el deseo y la duda), entonces digo, de manera totalemte imprevista,  Carlos saltó del sofá como atacado por un incontrolable desenfeno...

Yo me sobresalté, me detuve e intenté sacarme a Pablo de encima, pero él arremetió de nuevo contra mi boca y me forzó a seguir mi trabajo. Evidentemente, al ver él también que su hermano mayor se removía, justo en los mejores momentos, tuvo muy claro que no iba a dejar escapar su presa, que no era otra que yo. No me esperaba aquello, esa brusca reacción que no acertaba a calibrar, si es que en el fondo no me creía que fuese a atreverse a nada, así que me asusté temiendo que Carlos abandonase justo cuando.... ¡pero no! Casi me ahogo al verlo por el rabillo del ojo: ¡¡¡el muy cabrón había empezado a desnudarse!!!

Increíble. Os lo digo yo. Se quitó la camiseta; yo ya había visto horas antes su pecho, pero absorta en aprovechar la fugaz visión de su sexo desnudo, no me había parado a fijarme en él. Tampoco le recordaba de niño; delgaducho si acaso, puede que más que Pablo incluso, que siempre fue delgado también, pero más proporcionado. Pero para entonces ya estaba fuerte, fuerte de gimnasio, de atletismo, de deporte, fornido, relleno, con fuertes brazos y piernas, y un torso en el que empezaban a formarse unos musculos que aun tenían algo de blando, lo que en realidad, me agradaba aún más. Casi nada de vello, como su hermano. Me sorprendió su abdomen, con abdominales apenas dibujadas aunque duro y, nunca lo habría imaginado, afeitado, - no recién rasurado, se lo debió hacer días atrás, así que un leve vello duro como de barba le comenzaba a asomar.

Fue realmente mucho más evidente cuando, tan rápido como el resto de sus movimientos, se despojó del resto de la ropa. Primero el pantaloncillo. Su verga rebosó entonces unos calzoncillos incapaces de contenerla, ya que parecían varias tallas menores de lo que necesitaba. Unos calzoncillos slip azules con finas rayas verticales azul claro, sucios, sobados y mojados... La humedad debía ser de Carlos. El resto, la suciedad y el aspecto sobado, sin duda, de Pablo.

Aquí estaba la respuesta a cómo había asumido Carlos lo de mi brillante idea de cambiarles los calzoncillos a los hermanos. Ya digo que creo que él tuvo unos calzoncillos iguales años atrás, eso sí que recuerdo habérselos visto en aquella extraña ocasión esas lejanas vacaciones familiares. Y por lo viejitos que parecían bien podría incluso haberlos heredado Pablo, así que Carlos sólo estaba recuperando una antigua prenda suya... Pero manchada de Pablo hasta el último rincón, quizás con algún resto mío también. Alucinante, los dos hermanos habían reaccionado probando, vistiendo y mojando la ropa interior del otro cuando yo les cambié los calzoncillos al uno por la del otro. Los tríos con dos tíos, cuando los tíos empiezan a sobarse y descubren una homosexualidad desconocida (o encubierta) son lo más morboso que puede existir. Pero... ¡incesto entre hermanos! incesto homosexual... qué locura. No podía estar más cachonda, pensando en todo aquello.

Desde luego, tan cachonda que no estaba yo para elucubraciones morales. Porque no eran ellos los únicos que estaban cometiendo incesto. Pero igual me daba: por fin tenía ante mí, sin tapujos, sin ocultaciones ni tener que robar visiones furtivamente, el imponente nabo de mi primo. Y me lo estaba ofreciendo él mismo, el tímido, el íntegro, el imperturbable, el mismo que me había rechado ya dos veces… El desproporcionado rabo de Carlos, apenas morcillón, para nada realmente empalmado, reventaba la tela en cualquier caso, desbordando incluso por la cintura, rodeado de una mata de espeso pelo castaño. Y, por fin, por fin, se desnudó por completo. Era la tercera vez que le veía desnudo, en mi vida, las tres también en ese último día... Su segundo desnudo integral. Y el primero que hacía verdaderamente por y para mí. ¿Quizás también para su hermano?

En cualquier caso, Pablo por fin detuvo la máquina, contemplando embobado como yo aquel prodigio. Los dos hermanos de pie ante mí, desnudos por fin, con sus armas preparadas. Pablo completamente empalmado, con la verga húmeda de mi saliva y todavía apoyada en mi boca abierta, con el capullo y varios dedos de polla aún dentro. Temblando mientras contemplaba a su hermano. Ese portento, con aquel pollazo entre las piernas que apenas empezaba a erguirse, gruesa, con la punta del capullo al aire, aunque todavía blanda… no me había dado cuenta de que tenía hecha la fimosis. Los huevos mucho más grandes que los de su hermano, no extremadamente enormes, pero en consonacia con el resto, lo cual significa muy grandes. Bien rellenos, de eso estaba segura... Todo ello rodedo de una hermosa mata de pelo cálido, espeso, castaño y no  muy rizado, parecido al de su hermano pero tremendamente poblado. El brusco corte de aquella pelambre a la altura de la marca de su ropa interior, donde comenzaba a rasurarse el abdomen, hacía este cambio más evidente. No me gustan los tíos que se afeitan, prefiero los peluditos.

Pero con mis primos ya todo me daba igual. Además, Carlos tenía una materia prima excelente, desde luego que no estaba dispuesta a hacerle ascos a nada... Seguro que el rasurado era cosa de su novia, jiji, la tonta de ella preocupándose de lo que se ve y sin aprovecharse de lo que no se ve, ¡había perdido la oportunidad de desvirgarlo! y ahora era mío y solo mío… (me preguntaba cómo iba a reaccionar Pablo ¿acaso querría él participar también en el festín que me iba a pegar, querría él también probar la prometedora carne de su hermano mayor?) ¿Era posible que su novia no se hubiera follado aquella maravilla? ¿Habría tenido esa chica siquiera la oportunidad de verle como yo le estaba viendo? Seguro que no. Bueno, si ella era virgen puede que le hubiese dado miedo meterse aquello entre las piernas en su estreno, eso no me extrañaba. Si casi me daría miedo a mi también de no estar tan tan cerda como lo estaba... Pero digo yo que, al menos, una mamada ¿no?

Pero se acabó el seguir dándole vueltas a la cabeza: no dio tiempo a mucho más. Carlos avanzó hacia nosotros y, al momento, estábamos los tres juntos, pegados, una auténtica bomba de calor... Pablo se apresuró a empujar su verga en mi boca de nuevo, y yo no hice nada para impedirlo. Al revés, le recibí lamiéndole, succionando, sorbiendo su miembro, tirando de él hacia el interior de mi cuerpo. Deseaba cuanto antes a Carlos, y mi coño pedía a gritos de todo, pero los breves segundos que Pablo había estado fuera de mí, me había sentido tan desamparada… toda nuestra atención se había focalizado en la verga de Carlos, parecía que hasta mis tetas colgando fuera de mi camisón no fueran más que un adorno, habiendo perdido el título de objeto más deseado de la casa.

Carlos se detuvo junto a Pablo, frente a mí, muy pegado a los dos, observando como le comía la polla a su hermanito. Podía olerle, y ya no olía más a colonia: su sudor, su cuerpo desatado, su sexo joven y fresco, levantándose, eso olía. Sólo olía a polla, a la polla de los dos hermanos. Mis dos primos con los que más tiempo he pasado. Pero que nunca habría imaginado tenerlos así, desnudos ambos, de pie ante mí, que me deshacía ante sus jóvenes cuerpos sin poder resistir. Cayendo brutalmente en la peor de las tentaciones sin salvación alguna.

Carlos se estaba empalmando solo, sin tocarse, nada más que mirándonos, y esta vez de verdad.  En unos momentos duplicó su volumen y se irguió hasta ponerse completamente horizontal, mientras la punta descapullaba lenta y elegantemente. Un capullo rosado, largo como todo en él, duro y tenso ahora, ya, por fin. Pablo cerró su mano izquierda sobre el miembro de su hermano, a mitad del falo, apretando como para sopesar su dureza.

- Hala, Carlos...

- ¡¡Pablo!! – Carlos respondió dándole un manotazo.

- ¡Ay!

Yo no dije nada, aunque me molestaba que Pablo me hubiese arrebatado el privilegio de ser quizás la primera persona en la vida de Carlos en tocar ese trozo de carne. Pero, pese a todo, seguía tranquila. Estaba claro que esa carne era para mí. Aunque no dejaba de ser llamativo: a pesar de que Pablo, pese a su corta edad, estaba demostrando una hombría tremenda por la forma en que me estaba follando la boca (de hecho estaba tardando infinito en correrse, después de todo lo anterior, incluyendo la larga paja... cada vez me convencía más de que este niño se había pasado el día practicando mis enseñanazas de ayer, meneándosela como un mono), no podía dejar de temer que fuese precisamente él quien finalmente pusiera los agujeros necesarios para que Carlos perdiese su virginidad... ese destello homosexual de Pablo me había aturdido esta mañana, pero al ver también a Carlos vistiendo los calzoncillos usados de su hermano... no podía evitar estar con todas las alarmas encendidas.

Aunque alarma o no alrma, mi cuerpo no hacía más caso de mi mente. Simplemente, actuaba. Los dos se detuvieron, completamente inmóviles, cuando vieron subir mi mano recorriendo las columnas de las piernas de Carlos, reposando por fin sobre sus huevos. Ardientes y esponjosos, bullían de actividad. Todo se estaba cocinando allí para mí. Me aferré al falo y lo comencé a recorrer, acariciándolo lenta y firmemente con toda la mano cerrada. Por fin. Por fin. Por fin. Respiré hondo, feliz y satisfecha, antes de continuar. Ya era mío.

La sensación de victoria era casi tan agradable como la de placer por tocarle. Cuando llegué al glande, se lo estrujé entre mis dedos, sin ningún cuidado. Mi primo se estremeció, supongo que de dolor, o una mezcla entre dolor y placer que, en todo caso, no quiso dejar que se manifestara tanto como para hacerme parar. Igula me daba, no iba a parar. Volví a estrujarle el glande, que ya estaba más duro, diría que completamente, y ya no tan seco… parecía algo húmedo, pero como de sudor, quizás el de mi propia mano... inicié de nuevo el camino hacia su pubis. Cuando llegué de nuevo a sus huevos, acariciándolos y estrujándolos con maestría, la verga estaba ya completamente erecta.

Si a algo he aprendido en mi vida es a saber tocar una polla y un coño, a chuparlos y comerlos, a besar y a lamer, a follar y a ser follada. Por grande que fuese la polla de Carlos, no me costó ningún esfuerzo ponerla a punto, con un movimiento tan pequeño por mi parte, sólo recorriéndola con la mano, arriba y abajo. Y finalmente, apuntaba ya hacia el techo, tensa, blanca, desplegando con descaro sus cerca de treinta centímetros de largo. Treinta centímetros, a ojo. Desde luego sobrepasaba ampliamente un palmo bien largo. Se dice pronto. Largo y ancho, y muy, muy duro. Claro, no tanto como la de su hermano, que volvía a llenarme la boca de nuevo, a años luz de la dureza de Guille también. Pero claro, para llenar tanta carne con sangre hasta darle semejante consistencia, tendría que haberse vaciado medio cuerpo, el pobre. Y, sin embargo, comparado con las mayores poyas que yo había tenido a tiro hasta entonces, ninguna era ni de lejos tan dura, ya que las pollas largas que había probado tendían, por norma, a ser más bien blandonas aún estando completamente erectas. A no ser que sean más delgadas, como la de mi primo David, que la tiene parecida a lo que imagino que podrá ser la de Pablo algun día... no muy lejano.

Me estremecí al constatar que era la tercera polla de mi familia directa que conocía. Y me dio por pensar en que mi abuelo materno les había dejado una tremenda herencia a los tres... Carlos tenía la mayor, con diferencia. Tenía una polla de negro. Aunque tenía que llevar cuidado, mis experiencias “africanas” me habían demostrado que, efectivamente, solían ser pollas blandonas por lo enormes, pero en situaciones de máxima excitación se podían llenar de sangre hasta los topes… volviéndose incluso peligrosas. Bueno, vamos a ver cómo reacciona ésta, me dije.

Empecé a bajar aquella animalada hacia mi boca. Era enorme, dudaba hasta si podría. Joder, es que era posible que, aún contando a mis negros, me encontrara ante la mayor verga de mi vida, y estaba segura además de que era casi imposible estadísticamente que pudiese llegar a superar alguna vez algo así. No iba a encontrar jamás nada mayor, a no ser que me dedicara expresamente a buscarlo… cosa que tampoco descarto, ¡jijiji! Lo siento, pero a mí sí me gustan las pollas muy grandes. O muy, muy duras. Pero es que mi coño necesita sentirse bien lleno, y bien follado. Y muchas veces los tíos lo hacen tan reamtadamente maaaaaal… pero si la polla es grande, aquello va, quieras o no. Pasado el dolor inicial, claro, pero es que qué se le va a hacer, tengo un coño grande, y mi coño para llenarse necesitan las Súper-XXL… jiji. Si me viese mi farmaceútica, me dije. Me sentí un poco avariciosa, allí con ese par de especímenes, y ella tan sola en la tienda. Quizás algún día pueda prestarle a mis primitos, una deliciosa orgía a cuatro… Aunque a ella, si algun día me decidía a dar ese paso, me gustaría probarla primero yo solita... Pensar que cuando le dije lo de XXL pensaba en la mitad de lo que tenía en ese momento en la mano... Y a Carlos dudaba hasta que le sirvieran bien aquellos condones, ¡qué tremendo! Cesitar, mi querido amigo, mi mayor polla, acabas de caer del podio de mi mayor hazaña, pensé. Hasta ese puto negro que conocí a través del amiguito aquel senegalés de María… diría que también Carlos estaba a la altura, incluso más… Bienvenido, pues, Carlos.

Estaba a punto de abrir la boca para rozar su glande cuando él gritó.

- ¡¡¡Pablo, joder!!!  - Me saqué la polla de Pablo de la boca, para poder hablar... Aquello sí que no, por favor… justo cuando ya iba yo a…

- Oye, ¡ya está bien! - me parecía de coña que estuviesen con tonterías de hermanos a la hora de ponerse a follar… ¿pero qué quería Carlos? ¿Qué largase a Pablo de esa manera? Sería la primera vez que oigo algo parecido a "oye, que ahora me tocaba a mí" en un trío.

Pero Carlos parecía confundido. Ví la mano de Pablo escurrirse hacia atrás entre sus cuerpos... ¡No...! no podía ser verdad... ¿¿¿¿acaso Pablo había estado tocando a Carlos???? Increíble. Casi impensable, pero claro, como todo aquella noche. Decidí ignorarlo, y seguir haciéndome la tonta, con el absurdo papel de echarles la bronca que ya había iniciado. Por mi parte, ya me había decidido: después de calibrar aquello, aunque estaba claro que iba a costarme, tenía muy claro que tenía que ser capaz...

-       ¿De verdad pensáis que vuestra primita no puede con los dos a la vez? - los ojos de los dos se salieron de sus órbitas al darse cuenta de lo que les iba a hacer.

Y, dicha esa bonita afirmación, me saqué el camisón en un gesto rápido, levantando los brazos sobre mi cabeza. Bien, ya estábamos los tres casi al mismo nivel. Completamente desnudos. Bueno, miento. No me decidía a quitarme las bragas, eso quería hacerlo ya sólo para Carlos, para que quedase claro que solamente me iba a entregar por completo a él. Por descontado, después de verle desnudo y empalmado, por fin, tenía muy claro que no me iba a conformar con Pablito. Además de seguir sin querer hacerlo con alguien tan pequeño. Estaba dispuesta a llegar a todo con el pequeño de los hermanos, menos a dejarle meterme su polla en el coño. Si la noche anterior no quiese hacerlo (bueno… fue solo una mojadita…),  si llegué a contenerme... ¿qué sentido tenía ahora? El objetivo claro era Carlos, siempre lo fue. Mi decisión de esa tarde de ir a por Pablo no había sido más que circunstancial, una solución de emergencia, que ya había perdido su vigencia, que había caducado. Pero eso no quitaba que deseara también acabar con él, no quería dejar de acabarle y de acabar esa mamada, que tanto él como yo nos merecíamos. Y deseaba también hacer lo que ya había decidido hacer, lo que sólo pocas veces había hecho, ya que no es tan fácil que se de la situación perfecta. Pero aquella vez lo pedía a gritos.

Me metí media polla de Pablo en la boca. Y, acercando el mastodonte de Carlos a la verga de su hermano pequeño, deslicé el glande húmedo de aquél por el falo húmedo de éste hasta que, por fin, le sentí en mi boca. Por primera vez en mi vida mis labios tocaban a mi primo en un lugar que no fuese la mejilla (si es que realmente le había dado un beso de verdad en la mejilla en algún encuentro o despedida...). Y lo estaba haciendo en su glande. La primera vez que una chica le cogía la polla, era la primera vez que se la besaban y que se la iban a chupar. Y la chica no era otra que yo. Porque ya el enorme glande entraba atravesando mis labios y la barrera abierta de mis dientes. Su primera vez, su primera mamada iba a ser conmigo, con su prima, su primita más cercana, quizás algunas del pueblo de su padre eran más cercanas a su edad y habrían sido mejores candidatas, en su caso… pero nuestra familia mantenía un contacto mucho más intenso a lo largo de todo el año, y yo siempre había tenido una fuerte relación con ellos. Aunque, precisamete con Carlos, el que menos. Pues mira.

Ya estaba, y ahora él empujaba su polla erecta dentro de mi boca, igual que yo empujaba mi boca sobre su verga erecta. Y lo hacía deslizando aquel duro vástago sobre el miembro de hierro de su hermano, que se me clabava en la garganta con las continuas embestidas que había vuelto a propinarme. Pablo ya estaba desquiciado. Sentir todo aquello, mi entrega completa, lo que le había hecho y lo que había dejado hacer, mi negativa de la mañana y mi posterior rendición de la noche, mi sumisión final, arrodillada ante y él y, para colmo, aquello último: ponerle en bandeja a su propio hermano... miré hacia arriba. Carlos cerraba los ojos, con la expresión de mayor incredulidad que pueda ser posible. Pablo miraba a su hermano mayor con una mezcla de admiración y dolor.

Su gesto de dolor se intensificó. Miró hacia abajo. Su vista se clavaba no en mí, sino en el enorme rabo de su hermano que sobresalía de mi boca. Yo sólo tenía dentro la puntita, bueno, la puntita de Carlos ya es más polla que la polla completa de muchos en el día más excitado de su vida, así que no estaba mal. Pero había mucho más de un palmo largo esperando para entrar. Carlos no dejaba de empujar lentamente, muy despacio, abriéndose camino de manera lenta pero segura. Sabía que antes o después entraría toda, que yo le abriría paso costase lo que costase. Era cuestión de tiempo que mi boca fuese sólo para su polla. Y menos tiempo del que podría pensar. Vi la mano de Pablo vacilar, en un nuevo intento de acercarse al miembro erecto de su hermano. Esta vez no se atevió. O quizás ya no tuvo fuerzas. Abrió la boca y clavó sus ojos desorbitados en mí, en mi cara, en mi boca, en mis ojos que le miraban ansiosos...

-       ¡¡¡¡¡¡Laura, Laura, Laura, Laura!!!!!!  - Carlos seguía en su éxtasis.

Se dejó llevar, por fin, acomodando a gusto su miembro en mi boca, adoptando la postura que más placer podía darle, y esa no era otra que la que multiplicaba el contacto de su cuerpo con el de su hermano, claro, ya que sin duda todas sus terminaciones nerviosasa se habían abierto al sexo. Una vez que había entregado su  última defensa al ataque de mi boca, su polla empezó a pegarse milímetro a milímetro a la de Pablo, y los dos cuerpos empezaron a fundirse, a enroscarse formando uno solo, los miembros, los pubis, caderas, luego los torsos. Carlos, con los ojos cerrados, los párpados apretados, levantó la cabeza cuando subió su brazo para pasarlo sobre los hombros de Pablo y atraerle hacia sí, caderas, cinturas, abdómenes, pechos entraban en contacto.

Pablo tenía una cara de brutal felicidad, su éxtasis era completo, y hundió la cabeza en la axila de su hermano, empezó a besarle, a comerle y chuparle el sobaco, sus largos pelos bañados en sudor, sudor que empezó a recoger también de su pecho, mezclado con sus lágrimas de felicidad y placer desbordado. Había dejado de follarme, así que era yo la que por fin se la chupaba a él,  a él y a su hermano a la vez, que detuvo su leve movimeinto también al notar la quietud del miembro de su hermano pequeño.

Carlos bajó la cara, la hundió en el pelo alborotado de Pablo, y le empezó a besar. Aquello era demasiado, una auténtica pasada, una explosión total de libertad y felicidad, de sexualidad, y como tal sentí una necesidad brutal de llevarme las manos al sexo, pero no podía despegarlas de sus cuerpos, y sabía que, además, Pablo iba a necesitar ya de toda mi atención. Su cuerpo no iba a resistir ni un segundo más después del encuentro que acababa de tener con su hermano. Pese a haber aguantado como un auténtico semental profesional su primer embate real con una mujer, el contacto íntimo con el cuerpo de su hermano le había conseguido desmontar por completo. Saqué la polla del sorprendido Carlos de mi boca tras sólo unos minutos de mamanda que, sin duda, se le habrían pasado en un suspiro.

Pero necesitaba dedicarme a Pablo por completo. Si los hermanos continuaban sobándose y besándose Pablo iba a reventar sin duda y, lo peor, podía pasar en el peor momento de tensión sexual desatada entre ellos, que trataría de seguir y… No. Pablo tenía que terminar por mí y sobre mí. Y su hermano, debía mirar y seguir acumulado deseo mientras tanto… Carlos lo entendió sin problemas. Además, iba a ser rápido.

Se separó de Pablo quien, pese a todo, parecía ya flotar en el limbo, sin notar nada. Sin duda todo su ser, toda su capacidad de sentir, toda su vida se centraban ahora única y exclusivamente en su polla, que estaba recibiendo el mejor de los tratamientos posibles por parte de mi experta boca. No podía estar disfrutando más con ese increíble manjar dentro de mí. Al sentir separarse a su hermano, él intento tomar de nuevo las riendas, cogiéndome del pelo, de las orejas, intentando inmovilizarme para reventarme la boca a pollazos, pero yo no quería que me lo hiciese todo dentro, por Carlos, por poner bruto a su hermano, aunque ciertamente me hubiese gustado mucho, por él y por mí, tragármelo todo hasta el fondo y que me hubiese llenado desde atrás, desde el fondo de la garganta. Pero ya he dicho que quería quedar cubierta de lefa delante de Carlos, así que no me costó recuperar el control. Desde luego que él ya que él no fue capaz de hacer nada por impedirlo. Su voluntad había cedido, había desapaercido. Sólo era capaz de sentir, no de actuar. Así que yo, decidida a actuar sin dejar de sentir, para seguir sintiendo sin fin, puse mis manos sobre sus huevos, masajeándolos con fuerza y masturbando violentamente la base de su polla, mientras con la boca me lanzaba a una desaforada embestida final. Salpicaba por todas partes, y el ruido de humedad era total, aunque quedaba ahogado por los propios alaridos de Pablo.

Carlos nos miraba sin perder ni un detalle de mi mamada a su hermanito.

Se corrió. Se corrió como un animal, se corrió como nunca antes había visto, ni siquiera yo nada parecido. Justo lo que esperaba, lo que deseaba… y más. Mi boca se llenó, empujé la polla hacia afuera, sin sacármela, para hacer sitio a aquello. Tragué lo que pude, pero enseguida empezó a desbordar, a llenar mi garganta y a meterse en mi nariz. Justo como aquella mañana, pero todo más rápido, más violento, más salvaje. Aquella mañana era solo el deseo de Pablo el que movía la situación. Aquella noche yo dominaba, en cambio, ese deseo, y lo multiplicaba añadiéndole el mío. Aparté la polla, porque ya no podía más, aunque la cantidad era tal que podía haber seguido tragando sin temor a quedarme luego sin material para bañar mi cara, mi cuerpo.

Un mar de semen me cegó, cerré los ojos, lo sentía cayendo por mi cara y, desde mi boca, resbalando por mi cuello, golpeando en mis tetas y rebotando en el suelo, mientras los violentos trallazos seguían restallando en mi rostro, enredando mi pelo y ensuciando todo mi cuerpo. Empecé a lamer con la lengua su polla, más por puro deleite propio que para calentar a Carlos. El cuerpo me pedía participar activamente de aquel festín, y era incapaz de separarme del prodigio que mi primo blandía entre sus piernas, recogiendo además con las manos el semen que bajaba a borbotones por mi cuerpo, para tragarlo bajo la atónita mirada del mayor de los hermanos. Tenía que haberle puesto a mil con aquello. El caso es que yo misma estaba tan caliente que creo que no hubiese podido evitar en follar con Pablo si él lo hubiese intentado.

Aquello había superado cualquier expectativa, lo que pensaba como un simple trámite, un pequeño aperitivo antes del plato principal que Carlos ansiaba servirme, me había llenado y calmado hasta dejarme a sus pies y desarmada. “Carlos, si me qieres, seré tuya, aún a pesar de Pablo...” me reconocí, pero sin ser capaz de decirlo en voz alta. Increíble. El cabrón seguía con la polla tan dura como si no hubiese acabado de pegarse la corrida más brutal que yo había podido ver en mi vida de puta... Pero su joven cuerpo, en cambio, no daba para más. No sé si fue por cansancio o por los nervios, pero sus piernas se doblaron, y él se dejó caer junto al sofá, totalmente derrumbado.

- ¡Jodeeer, Laura, puta! ¿qué me has hecho?... - su polla continuaba manando y soltando trallazos de lefa.

Estaba algo asustada de verle así, y de mi propia reacción. El se había derrumbado. Yo, en cambio, estaba en la cima del mayor de los calentones, pero completamnete aturdida, sin saber qué rumbo tomar, incapaz de dar el primer paso hacia Carlos cuando aquello me suponía dejar así a su hermano pequeño... En el momento decisivo, no fui capaz.

Pero Carlos no dudó. Precisamente fue él quien, en el momento decisivo, hizo lo que tenía que hacer. Bajó su polla, golpeando mi cara con aquel monstruo, que se empapó de los goterones de lefa de su hermanito que cubrían mi rostro. Y, entonces, ya no dudé ni un segundo. Me abalancé ávida sobre él, comenzando a engullir, por fin, ¡por fin!, aquel monumento, como si fuese nada más que un pequeño caramelo... Aquel monstruo era para mí y solo para mí. Semanas de sexo perdido, semanas de deseo sin respuesta, hicieron que me metiese aquella serpiente en mi boca sin dudarlo, aún despues del tremendo atacón que me acababa de dar con Pablo.

Tenía el pollón de Carlos casi completo dentro de mi cuerpo. Su dueño estaba entragado por completo, anulado por lo que acababa de ver, y completamente cegado por el deseo, y Pablo estaba desmoronado, destruido, roto. Justo como yo había previsto, planeado, deseado. Y yo, en cambio, estaba otra vez nueva, fresca, excitada hasta el límite: sentía hacía rato una especie de orgasmo continuo, con la adrenalina corriendo a raudales por mis venas. La fiesta no había hecho más que empezar. Esa noche iba a tener polla hasta hartarme. Decidí, por ello, ir con un poco más de calma.

La primera vez de Carlos tenía que ser inolvidable, más aún que la de Pablo. Me saqué lentamente el rabo de la boca, lamiéndolo con toda la lascivia de que fui capaz, sintiendo aquel robusto cuerpo estremecerse en desfallecimientos de placer. Le sobé la polla, la repasé por mi cara, por mis tetas, hundí la cara en su pubis, le chupé y le arranque pelos de su sexo, le lamí el escroto, se lo chupé y mordí, le froté las bolas, me metí las bolsas de sus huevos dentro de la boca, estuve un buen rato comiéndole los cojones mientras seguía y seguía acariciando el brutal falo, cada vez más hinchado... Me levanté, lo hice poco a poco, muy lentamente, recorriendo el mástil con la lengua, haciéndole cosquillas suavemente con la punta, mordisqueando con los dientes, pasé su capullo de manera liviana, seguí por su abdomen sudado subiendo por sus pechos, deleitándome por primera vez con sus pezones; nada del otro mundo, pero sus pechos sí, tenía su musculatura medio formar, parecían unas pequeñas y duras tetas, me resultaban excitantes, muy excitantes, estaba taaan cachonda y mojadísima... busqué su cuello, necesitaba subir hasta su boca, encontrarle, él bajó, empezó empezó a besarme la cara, me dio el primer pico, un beso húmedo, nuestras lenguas se buscaron... mierda, pero era demasiado alto, él tenía que agacaharse para besarme, lo que hacía que nuestros cuerpos se separaran…

-       Ven, siéntate - le susurré, implorándole, mientras le empujaba girando alrededor de él para ponerle de espaldas al sofá, empujándole poco a poco, quedando yo delante de él.

Empujé la mesita para tener espacio. De reojo vi a Pablo a los pies del sofa. Parecía dormido. Igual me daba, yo ya estaba únicamente centrada en Carlos. Estaba loca por él. Sentado frente a mí, con la polla tiesa que le llegaba hasta el pecho. Me incliné felinamente sobre él. Separé las piernas y las coloqué una a cada lado de las suyas. Me agarré a su cuello, poniendo mis tetas cubiertas de semen de Pablo en su cara. El inspiró, absorbiendo mi olor. Y me dejé caer lentamente. Y volví a subir. Bajé otra vez, notando su firme miembro frotándose contra mis genitales, que ya hervían de placer.

Las braguitas húmedas se pegaban a su largo rabo, recorriendo mi concha, mientras la parte trasera, empapada en sudor y quién sabe qué más, se estrujaba y se me metía por la raja del culo, como si fuese un tanga. Por delante se me quedaron flojas, holgadas, y los labios y toda la vulva me rebosaba, buscando aire y carne con que alimentarse... Dudé si quitarme ya las braguitas, pero preferí evitar todavía la tentación de follar. Primero quería comerle el rabo. Tenía que ir poco a poco, pero era muy difícil, porque estaba muy cachonda. Sentía las braguitas realmente ya sólo como una especie de cinturón de castidad psicológico, mientras mi culo se abría redondo y blanco con aquel andrajo incrustado en medio. Deseé fervientemente que sus manos subieran por mis piernas y me tocaran las nalgas, que me abriera aún más como Pablo había hecho por la noche. Pablo...

Si Pablo se hubiera levantado en ese momento se habría encontrado con ese inolvidable espectáculo: mi tremendo trasero bien abierto ante sus ojos. Mientras besaba con pasión a Carlos (y se notaba que eso sí que lo había practicado ya porque besaba extraordinariamente bien, sus manos me acariciaban la cara y el pelo, mojándose los dedos con los restos de su hermano que me habían dejado cara y cuerpo hecho unos zorros; y me besaba aparentemente centrado únicamente en ese morreo, indiferente a nuestra desnudez, a nuestros cuerpos pletóricos y empapados en sudor y semen que se entremezclaba en nuestros pechos y tripas, a su verga dura a prentándose contra mis tetas, y yo no sabía cómo él era capaz de algo así, porque yo no era capaz de dejar de sentirle a él, que parecía en cambio tan sereno...), mientras le besaba, digo, me preguntaba si Pablito habría revivido ya, si estaría despierto, si estaría mirando, si su polla estaraía de nuevo trempada, y… ¿qué pasaría si se levantaba con la polla tiesa y descubría mi culo a su disposición? La noche anterior parecía taan interesado... Pero Carlos seguía y seguía con su morreo, y estar sentada sobre su regazo, de cara a él, besándonos, me hizo olvidar todo lo demás, mi culo, Pablo. Porque, además, Carlos ya había perdido sus manos entre mis tetas...

Al mirar hacia abajo para verle ¡por fin! tocarme,  me encontré de narices con su verga. El tamaño era tan descomunal que resultaba absolutamente imposible no tenerla en cuenta. Así que mi boquita avanzó a por ella sin pedirme permiso, sin poder contenerse, besándola como un amante ansioso, suavemente al principio, pero prometiendo la más feroz lujuria, poco a poco, poco a poco.

No era sólo sudor lo que mis labios recogieron de su glande. Así que abrí los labios y empecé por el capullo a mamársela, a meterme poco a poco ese cipotón para dentro, ávida como una perra, caliente y más salida que la peor de las putas. Intentaba controlarme, no tragarla entera todavía, mejor era lamer, chupar. En ese momento sólo quería chupar y chupar. Llenar mi boca con cualquier cosa que tuviera cerca. Bueno, cualquier cosa no. Su polla. La polla de Carlos.

Mi primo.

Su pollón.

Mientras la mano seguía pajeando, porque polla había de sobra para mano y boca,  mi lengua y mis labios fueron recorriendo la polla en toda su extensión, dejando lleno de saliva cualquier rincón, arruga, pliegue o surco de sus partes. Y así fui conociéndola y jugando con ella, recorriéndola a mi antojo, combinando el uso de las manos, de los labios, la lengua, los dientes, mi cara toda, las mejillas, la nariz, los ojos, hundiéndola en mi pelo, y vuelta a las manos y la boca, cambiando un poco y con la palma de una mano apretando un lado de la verga mientras por el otro lado apretaba con mi boca semiabierta. Subía y bajaba la mano y la cabeza al unísono. Como si de un helado se tratase, yo relamía y perseguía aquel sorbete de carne cruda. Carlos, mientras tanto, se limitaba a retorcerse mientras no paraba de resoplar.

–Joder tía... sigue... nunca había sentido algo así... - me sorprendió el contraste, en comparación con el tono brutalmente soez que había usado conmigo su hermanito cuando se la comí a él...

Pero en fin, ni eso me importaba una mierda, ni menos aún me iba a preocupar por ello en ese preciso momento: yo ya no aguantaba ni un segundo más, estaba tan consumadamente caliente, que era incapaz de contenerme. Así que tuve que ceder en cualquier pretensión de conservar una mínima integridad moral con mis primos,  aunque sólo fuera para poder calmar mis impulsos más básicos y que a esas alturas ya se encontraban absolutísimamente desbocados, entregando mi otra mano a mi lujuria personal. La bajé, y ella sola se perdió en las profundidades de mi entrepierna, pasando del halago de mi primo.

Empecé a tocar y palpar mi coño por encima. Con suavidad y disimulo primero. Notaba perfectamente lo encharcado que estaba, aún a través de la tela enmarranada de las bragas. Pasé el dedo por el costado de la tela y pude notar los hinchados labios que me separan del abismo de placer que era mi vagina. Mi dedo se paseó por los contornos de mi clítoris. Estaba empalmadísima, claro: todo el capuchón estaba ya disparado, tirando de mis labios menores que se frotaban contra la tela húmeda de las bragas como con vida propia. La parte interior del clítoris estaba hipersensible y el glande duro como una piedra, a pesar de que apenas me estaba rozando con la yema de un dedo. La excitación, más que por contacto físico, estaba siendo básicamente mental. El sólo hecho de tenerle a él, por fin a él, de esa manera bajo mi cuerpo, me había puesto insoportablemente verraca.

Y entonces, como si de un resorte se tratara, mi cabeza se volvió loca: con ansia empezó a describir círculos alrededor del eje erecto de Carlos. Enseguida lo saqué de la boca, conteniéndome, y bajé por su costado lamiendo con toda la lengua fuera. Pude notar cómo el sabor de su polla iba desapareciendo a medida que yo iba bajando, cambiándose por el de su sudor, el mismo sabor sudado que ya había encontrado antes en su cara, en su pecho y en el resto de su cuerpo. Los sabores a sudor y a polla se convirtieron entonces en un mar de largos pelos castaños, gruesos, no muy rizados pero espesísimos que se metían en mi nariz. El vello púbico de mi primo se parecía de hecho bastante al mío:  Pude constatar gracias a nuestra proximidad total, ese inesperado parecido genético entre nosotros, aunque el suyo era incluso mucho más pobaldo todavía.

Seguí bajando hasta hundir mi lengua en su escroto. Aspiré. Me separé un poco, llevándome conmigo parte del recubrimiento de sus huevos. Siempre me vuelve loca esa parte de la anatomía masculina, no sé por qué. Notaba el bullir  de sus testículos, que tenían que estar en plena producción en esos momentos. Preparándose para mí. Los solté,  y sus huevos volvieron a su forma normal. Mi mano se aposentó entonces sobre ellos, y los empecé a masajear de nuevo. Me recreé con el juego manual antes de metérmelos enteros en mi boca: enormes, muy peludos, con laaargos pelos que me hacían cosquillas en la garganta y la nariz, mientras repasaba mi lengua por la áspera superficie… puffff, no sé como había sido capaz de meterme aquellas enormes bolas enteras dentro de la boca. La piel de su escroto estaba realmente muy caliente. Yo lamía su sudor, que allí tenía un sabor muy diferente al del resto de su cuerpo, mucho más agradable de hecho que el penetrante olor a adolescente que su agrio sudor empezaba a emanar desde sus axilas.

Seguí jugando con sus bolas, notando a la perfeccion los testículos agitarse en el interior de las bolsas. Mientras, Carlos se retorcía de placer por lo que yo le estaba haciendo, incapaz de moverse, incapaz de reaccionar, dejándose llevar por mí, por las sensaciones que mi boca le estaba arrancando a su cuerpo. Por un momento la polla quedó suelta, sin apoyo de mi mano, pero se  mentenía completamente firme y apuntando al techo. Carlos me miraba atentamente, apretando los labios, muerto de deseo y placer. Era incapaz de moverse. Aunque a mí me excitaba su pasividad, que contrastaba con la actividad dominante que había demostrado su hermano, para mi sorpresa y deleite. Mi boca corría de nuevo hacia la punta como en busca de una divinidad inalcanzable. Demasiado lejos, inconcebiblemete largo el camino por recorrer. Pero un camino más que placentero, y cuanto más largo más lo disfrutaría. Me moría por tenerle otra vez dentro de mi boca, pero tenía que llegar hasta arriba.

Y, una vez allí, el sabor inconfundible volvía a aparecer, sacándome de mis casillas… ¡ese sabor! no era capaz de controlarme ante eso. Mi boca se redondeó para tratar al capullo como se merecía, y con total sumisión me lo tragué sin pestañear. Tiré hacia abajo con furia, y volví a subir al notar la punta contra mi paladar. La saqué de mi boca. Un hilillo de saliva me mantenía unida a su polla. Sí.

Dejé caer un buen montón de saliva sobre su punta. Quería que Carlos viera bien aquello, de hecho la noche anterior a su hermanito le volvió loco verme escupir sobre su polla. Aunque el propósito era distinto, con Pablo quería mojar y limpiar su polla empapada, pero en ese momento en cambio quería mojar la de Carlos, demasiado seca, para lubricarla. Si quería hacerla pasar del paladar, esa enorme polla habría de resbalar como una culebra de río. Necesitaba las dos manos, así que me vi obligada a dejar mi clítoris en paz, esparciendo la saliva por toda la superficie del glande, y apretándolo. Y me decidí a entrar a matar.

Lo primero, las braguitas. Me costó quitármelas, porque las tenía completamente pegadas, entre los fluidos viscosos, pegajosos, y la humedad y el sudor que las habían encharcado completamente. Además de que los restos de de la noche y de la tarde anterior habían revivido en contacto con los nuevos líquidos que había ido segregando a lo largo del día, y con excepcional profusión durante aquella noche. Pero conseguí sacármelas, con ostensibles esfuerzos, desenrollando aquel rulo de tela pegado que se obstina en adherirse a mi piel, mojando mis piernas temblorosas, hasta que cayó al suelo con un golpe húmedo. Saqué las piernas, levantándolas más de lo necesario.

Carlos contemplaba atónito la situación, como preguntándose para qué era necesario que yo me desnudara, pero admirando extasiado un coño en plenitud por primera vez en toda su vida, con todo su cuerpo adolescente enervado, excitado, con su tremendo pollonazo, la verga más descomunal que ni siquera en mi más perverso y lujurioso sueño habría sido capaz de imaginar en él, hinchada de sangre, repleta de deseo por mí y, sobre todo, por mi sexo, mi pubis velludo, con mi largo pelo desmañado y tan poco cuidado en esas últimas épocas,  disparado y excesivo, aunque eso ya lo había podido entrever él, y más todavía su hermano que prácticamente me había visto entera. Pero no así, no como en ese momento me estaba viendo Carlos, claramente cachonda como nunca y con unas ganas de follar imparables, que encontraban su justa correspondencia en esa cara de salido que amenaza en todo momento con taladrarme el chocho, si acaso hubiera sabido cómo hacerlo, admirando mi pubis hinchado, la protuberancia de mi monte de venus: una descomunal y palpitante montaña recubierta de vegetación selvática... y todo lo que me colgaba debajo, porque podía setirme abierta de par en par, con mis hinchados labios, que habitualmente no se aprecian a simple vista al estar igualmente peludísimos, (y ya he dicho que iba con tremendo matojo, que ni siquiera los bordes me había recortado), labios que en cambio delante de él se me salían por los lados de las braguitas aún cuando las llevaba colocadas, esos labios abultados se habían desplegado al entrar yo en contacto con su polla, se habían abierto de par en par mostrando mi vulva al completo, el clítoris hinchado y la boca de la vagina, boqueando, aspirando, buscando carne que tragar, y habían separado de hecho los labios mayores, abriéndolos y dejando bien al descubierto mi raja, mientras los menores colgaban, aleteaban, se estiraban y encogían vibrando de ansia sexual, como dos extraños seres con vida propia, adheridos a mi sexo, que amenazaran con alcanzar por sí solos el de mi asustado primo para atraerlo a mi interior e ir deslizándolo dentro de mí… palmo a palmo… porque esa verga no se mide por centímetros.

Sin embargo, preferí contenerme e ir paso a paso. Antes del tan ansiado momento de unirme a él por fin, de sentir cómo mi primo me tomaba y me hacía por fin el amor, quise darme tiempo de conocer y disfrutar de ese cuerpazo, de aquella polla. Me la tenía bien merecida. Estaba en medio de una mamada, de hecho, por lo que me pareció también de justicia mostrarme completamente desnuda ante él ya, cuanto antes. A Pablo le había ofrecido mi cuerpo, mi boca, mis tetas, pero el resto le había estado prácticamente vetado. Con este gesto de desnudarme entonces para Carlos, quise también darles a entender a ambos que mi coño sería sólo para él, para el primogénito, el mayor de edad, el hombre.

Al niño le había hecho disfrutar, pero había llgado el momento de que el hombre me hiciera gozar a mí. Volví a escupir sobre su polla, esparciendo mi saliva por su glande y la punta de su falo mientras él se estremecía de placer al sentirme. Al mismo tiempo, mi otra mano volvía a reptar entre sus apretados muslos, aferrando sus huevos nuevamente, sobándolos con ganas un rato antes de seguir camino hacia dentro, por debajo de ellos. Enseguida pude notar el vello de la raja de su culo enredándose entre mis yemas. Sin tiempo a tragar más, el arrugado ano de Carlos entró en la órbita de mi dedo medio.

Tengo obsesión por los anos desde mucho antes que me taladrasen el mío por primera vez, pero también había llegado a constatar mi teoría de que a los tíos no sólo les excita la penetración anal, especialmente cuando va combinada con una buena felación, sino que, de hecho, además facilita y mucho una buena mamada. No se trata tan sólo de lubricación, es que también hace que la polla se vuelva más maleable, no sé, como si perdiese algo de su erección pero sin bajar ni un miligramo su excitación. Es raro, lo sé, la Sandra no ha sabido nunca darme una explicación fisiológica de eso, aunque ha llegado a reconocerme que puedo tener razón con mi teoría. Es lo único que ella no ha podido explicarme sobre el sexo humano. Todo lo demás, a nivel científico, lo he aprendido de ella. A nivel práctico, algunas cosas también, claro, aunque la mayoría las he exprimentado por mi cuenta, y muchas las había descubierto ya en realidad antes de conocerla, aunque no supiese el por qué (ni falta que me hacía). Eso sí, ella me enseñó la técnica para alojar una polla, por grande que fuese, dentro de la garganta. Yo la perfeccioné luego explorando con María, y terminé por darle el toque maestro con mi método del "dedo juguetón". Así que, con la polla ya bien lubricada y mi dedo en posición, me dispuse a realizar mi ataque definitivo.

El acto es simple. Lo primero, claro está, fue penetrarle. Cosa que acabó siendo sorprendentemente fácil: buena parte de la baba que había escupido sobre él pero que no había llegado a esparcir sobre su polla había terminado por resbalar mástil abajo, rebasando sus cojonazos y metiéndose entre los muslos, raja abajo, hasta su ano. También mi dedo corazón debía estar sudando, vale. El tema es que entró mojado. Pero lo alucinante es que entró sin oposición: una vez abierto el esfínter todo él pasó del tirón, sin casi tener que empujar. Era raro, mi primo parecía estar… dilatado. Casi más sorprendente que eso fue que su cuerpo no demostró mayor estremecimiento al ser penetrado, del que venía ya demostrando con nuestros juegos previos y mis expertos manejos sobre su polla, cada vez más intensos y explícitos.

Probé a agitarlo un poco en su interior, pero su única respues fue empujarme su miembro en mi boca. Bien, justo de eso se trataba: el siguiente paso era hacer es como si quisiera meter el dedo que tenía en su culo dentro mi boca. Boca que YA estaba bien ocupada por su polla, claro. Pues dicho y hecho: mi boca bajó de golpe hasta el final, con el dedo intentando entrar en ella. El “problema” aquí, claro está, es lo que la boca  se encuentra por enmedio. Por lo que respecta al dedo, bueno, éste entra sin contemplaciones en su sitio. Un sitio que, pese a la templanza de Carlos, dudaba mucho que hubiese sido profanado antes. Carlos se declaraba virgen, y yo estaba segura de que era cierto, y a todos los niveles, aunque ¿cabría la posibilidad de que en sus jueguecitos solitario, que bien sabía yo que tenía, hubiera llegado a…?

Ni qué decir tiene que después de esa escenita con inicios homosexuales entre los dos hermanos, mis fantasías y los comentarios del propio Pablo, yo ardía en deseos de constatar la posibilidad de que ellos... en fin, bueno. Pablo estaba evidentemente más que predispuesto, pero también Carlos me había dado, sorprendentemente, buenas señales, por increíble que eso me pudiera parecer. Y, tras pasar la prueba del anal como parecía que la iba a pasar, lo cierto es que la cosa prometía. Aunque justo entonces Carlos se quejó amargamente, por primera vez, de la sodomización digital a la que se estaba viendo sometido con un gutural gemido que, indudablemente, no era expresamente de placer.

Le noté aferrarse al sofá, incapaz en todo caso de defender su hombría si ello significaba prescindir del garganta profunda (odio ese nombre, pero la Sandra y Javito insisten en que ese es el nombre técnico adecuado... eso sí, que ¡el pobre Javito no da para un garganta profunda realmente! jiji, pero para compensar, folla como los ángeles...) que le estaba dedicando y al que sí que no estaba haciendo ni medio asco. En ese momento me hubiera gustado poder ver la cara de Carlos. El momento definitivo de entregarse a mí, por más que me estuviera penetrando tan brutalmente, pero era una entraga clara, a diferencia de su hermano que había conseguido someterme finalmente después de su trabajo incansable durante un día. Igual daba.

Pablo era historia. Al final, yo había triunfado y Carlos iba a ser el trofeo a mi perseverancia. Cuando noté que el dedo ya no podía seguir entrando más allá por mucho que lo estirara, le di el último empujón hacia abajo a mi cabeza. Ésta sólo paró de bajar cuando la nariz se topó contra el cálido vello de su polla, mientras que el dedo seguía empujando, a sabiendas de que ya no podría entrar más sin provocar hemorragias evidentes. ¿Se hubiera dejado mi primo penetrar tan adentro si no estuviese chupándosela de aquella manera? Por mi parte, mi garganta acogió a su nuevo inquilino con sorprendente profesionalidad: el bulto de la polla se hizo patente en la carne de mi cuello, que quedó más abultado de lo normal. Sé bien, y es algo que empleo cuando quiero aumentar el nivel de excitación vía morbo de un tío, lo que les pone ver cómo se clava su polla en los mofletes de la chica cuando se la come… imagino lo que debía estar flipando mi primo al ver la mitad de su miembro dibujándose en relieve clavada en mi cuello, jijiji.

Las manos del pobre Carlos empezaron entonces a reacionar, y después del brusco descenso de mi cabeza volvieron para posarse sobre mi despeinado pelo. Me encanta siempre que me toquen el pelo, pero en esa situación me puso especialmente bruta. No me lo esperaba pero… mmmmm, es que las manos de Carlos resultaban tan... deliciosas... Y yo soy incapaz de defenderme con las personas que saben tocarme de esta manera... Jijiji además, le noté estirarse incluso para tocar mi cuello, como si no diera crédito y necesitara tocarse a través de mi carne para asegurarse de que aquella serpiente que se me marcaba allí era… ¡él mismo!

Con aquello incrustado en mi garganta, respirando como podía por la nariz, pude notar cómo Carlos abría sus piernas al máximo, moviendo su culo y caderas para intentar alojar lo mejor imposible al inquilino de su ano. Con maldad, decidí por mi cuenta y riesgo que aqullo sólo podía significar que quería más enculada, y apreté el dedo bien fuerte para dentro. Lo sentí hundirse más aún, mientras lo movía hurgando en sus entrañas. Creí tocar su próstata; si eso era así, iba a conseguir que se corriera como un auténtico semental. Él se quejó hondo nuevamente, pero para nada cerró las piernas. No era capaz de hacerlo: efectivamente, mi dedo estaba en su próstata: en su punto G. Esa fue la única razón para que no sacara el dedo y lo volviera a meter acompañado de, al menos, otro más. Me estaba poniendo bruta y no sé por qué lo que me pidió el cuerpo justo entonces fue follármelo.

Pero estaba allí para hacerle la primera mamada de su vida, y había decidido que también sería la mejor. Todas las que vinieran detrás de su prima Laura serían incomparables. Estaba dispuesta a que viviera añorando mi boquita el resto de sus días: era el peaje que le iba a cobrar por el desprecio acumulado de aquellas últimas 24 horas en las que me había ignorado de una manera tan espantosa. Y sabía que iba a conseguir lo que me proponía sin dificultad. Para un adolescente virgen y, evidentemente y por mucho que hubiera tratado de ocultarse bajo su máscara de virtud, también muy salido, la acción combinada de mi mamada a fondo con el dedo incrustado en su próstata, debía de estar haciendo estragos. La sensación de verse completamente comido por mi dulce boquita no debía de estar siendo fácilmente asumible para mi joven primito.

El caso es que mientras, como yo seguía sentada sobre su regazo, mis piernas se separaron con las suyas cuando él las abrió. ¡¡¡¡¡MMMMMMMMMMM!!!!! Pude notar mi coño totalmente tenso abrirse de par en par. Debía tener cuidado, porque yo también estaba completamente excitada. Me sentía muy mojada y caliente y después de aquello, también abierta. Podía sentir el movimiento del aire, la más leve brisa acariciando mis partes mojadas. La raja que me parte por abajo se me había habierto de par en par, desde el extremo de mis labios mayores hasta el inicio de las nalgas. Y entonces…

El aire cambió de dirección. Algo estaba cerca de mi húmeda entrada: un dedo puesto en horizontal reafirmó mis dudas, tocando toda la raja de mi conejito, abarcándola al completo. Me estremecí brutalmente por lo inesperado de la situación. Me veía mandando y no contaba con ser tocada de esa manera, no al menos tan pronto. Yo me mantuve abajo, abajo, notando el palpitar de la polla en toda mi cabeza. La postura era difícil y mi espalda se resentía, pero sabía que el mero hecho de estar completamente dentro de mí era algo insuperable para la polla de Carlos. Él lo demostraba con sus dos manos, que me abrazaban y masajeaban el cabello en señal de agradecimien...

 – "Un momento" – de repente, algo en mi cerebro chirrió. No soy la mejor en matemáticas pero sé contar y de anatomía básica tengo nociones.  Nada de este mundo podría tener dos manos en mi cabeza y un dedo en mi coño... Sobresaltada tiré hacia arriba, notando como ese tren de mercancías de carne que me había tragado atravesaba el profundo túnel de mi garganta hasta llegar a la salida. Respiré como una reina. Puedo asegurar que no hay nada mejor que eso contra un resfriado. La polla emergió completamente llena de saliva, goteando sobre el pubis del propio Carlos. Al abrir los ojos comprobé que estábamos a oscuras.

No sabía en que momento se había apagado la luz, lo que sí sabía era quién lo había hecho, y era la misma persona que estaba detrás de mí, frotando un dedo estirado por toda mi raja. Pablo ya tenía un dedo tocando, clara y abiertamente, sin ni media duda al respecto, mi coño. Lo que tenía claro es que era un dedo y no su polla, porque a estas alturas ya era capaz de reconocerla bien, y era capaz de diferenciar ambas partes de su cuerpo hasta con mi vulva. Desde luego que no tenía nada que ver con eso que estaba sobre mi raja. Y, afortunadamente, cuando digo "sobre", todavía es porque hasta ese momento todavía podía hablar de "sobre", y no de "dentro de". Bueno, eso fue algo que no duró mucho.

Evidentemente mi incapacidad de reaccionar mientras tenía la cabeza llena de polla, literalmente, me había impedido reconocer la fuente y la magnitud del peligro. El que Carlos me estuviera tocando me había dejado fuera de juego, pero preferí ni valorar la situación, pensando que la mamada bien merecía hasta dejarle tomar esa iniciativa. En todo caso yo estaba por delante, por encima, y esa reacción por su parte sólo podía significar que estaba dispuesto a llegar hasta el final conmigo y que ¡por fin! se había decidido a jugar y no sólo a consentir ser mi juguete. Y ese fue mi fallo, pensar que era Carlos y dejar hacer.

Cuando comprendí que era Pablo el que me tocaba el sexo, ya me estaba penetrando. Lo que antes estaba "sobre" pero "fuera", ahora estaba por fin dentro, y sin duda alucinando de lo peluda y húmeda que era su prima, porque pronto otros dedos se deleitaron en mi vuva mientras el que llevaba la iniciativa, no puedo decir si índice o corazón, pero sin duda largo y ágil, se iba intrudiciendo en mí a empujones firmes y decididos sin encontrar el más mínimo asomo de oposición en mí.

No pude evitarlo, pero me puso a mil esa forma tan soez de tocarme, porque le noté deleitarse con los pequeños detalles, los pliegues, los pelos empapados, los ríos de flujo. Y, cuando me quise dar cuenta, ya era tarde. El dedo de mi primo pequeño continuaba moviéndose locamente, pero ya plenamente dentro de mi vagina, entrando y saliendo rápido. Yo estaba tan caliente que no acerté a quejarme,  a responder, a echar a Pablo de allí. Además, pronto noté otro problema, y es que yo estaba muy mojada pero el dedo no. Al fin y al cabo, llevaba demasiado tiempo sin meterme otra cosa que a mí misma... y mi primito no tenía la misma sensibilidad manual que su hermano mayor, hay que decirlo. Quizás precisamente debido a su ímpetu y decisión, no sé, pero Carlos en su duda era cuidadoso y sensitivo, mientras que su hermano era soez y torpe de pura excitación. Lo malo que eso en su inexperiencia complicaba el procedimiento. Y yo llevaba demasiado tiempo sin abrirme para nadie que no fuera yo. Escocía. 

-Vuelve a hacerme eso, Laura - la voz de Carlos me sonó como si nunca antes la hubiera oído. Me había ordenado de una manera tal que me resultaba inapelable.

Carlos, el tímido, el inseguro. Me ordenaba a mí lo que tenía que hacerle. Mamarle. Hasta el fondo. Incapaz de desobedecerle, perdí la ocasión de ocuparme de Pablo, quien indiferente a todo seguía explorándome sádicamente removiendo su dedo en mi interior. Sorprendentemente, Carlos parecía no haberse dado cuenta de la presencia de su propio hermano, que seguramente estaba de rodillas entre nuestras piernas, con su cara de salido bien cerca de mi culo y mi coño abierto. El muy cerdo debía de estar poniéndose las botas mientras me sobaba, viéndome y oliéndome, esnifando mis flujos y quizás bebiendo lo que me chorreaba, y que sentía gotear incesatemente entre mis muslos. Mientras, su hermano seguía ignorante con los ojos cerrados y la cara vuelta hacia al techo, y tan solo le falta gritar el  nombre de Dios en voz alta.

De momento, se contentaba con susurrar el mío y volverme a pedir cada vez más insistentemente que le volviera a hacer lo de antes una y otra vez. Yo ya había deshechado totalmente nada más con Pablo porque además, y después de todo, después de probar el solomillo ¿quién quería filete? Lo sentía por él, pero Pablito no tenía ni la edad ni mucho menos el rabo de su hermano (confieso que si sus pollas hubiesen sido al revés me habría visto en un serio aprieto). Aunque tenía que reconocer que si algo podía tener Pablo era mucho más morbo. Y decir que alguien tenía más morbo que Carlos desnudo y empalmado suplicándome que me tragara su soberbio pollón empalmado hasta la gargante, era decirlo todo. Pero aquél era mi momento, y ése el rabo que yo quería, y con el que yo quería disfrutar. Sin embargo, en ese momento decisivo… me vi incapaz de decir que no a aquello ¿quién se podría negar a un trío con dos hermanos? ¡con mis primos! Sólo jugar un poco, un poquito... me dije. Así que antes de contentar a Carlos decidí hacerme un regalo, y hacérselo a Pablo. Además, seguramente era cierto lo que él mismo debía estar pensando: se lo tenía merecido.

-       Pablo, moja un poco ese dedo, que me estás abrasando- le susurré, girando la cara para mirarle. Pablo me miró también, con mirada compungida, cogido en falta, con cara de haber sido sorprendido haciendo algo malo (no es para menos, ya que no existía forma humana de que ninguno de los dos negáramos lo que me estaba haciendo). Para mi sorpresa, se sonrojó  y apartó la mirada. Eso sí, lo que no apartó fue su dedito de mi coño. – Venga primo, quiero ver cómo mojas ese dedo- le repetí, un poco más fuerte y tratando de resultar suficientemente dura. Pero joder, no quería que Carlos se diera cuenta, aquello era algo entre su hermano y yo, pero él debía de seguir convencido de que tan sólo estábamos él y yo en el mundo.

Tarde. Carlos había salido de su trance y nos miraba alucinado. Mientras, Pablo, obediente y con sus ojos echando chispas, lubricó su dedo entre sus propios labios después de salir muy lentamente de mis entrañas, como permitiendo que tanto él como yo disfrutáramos cada milímetro que nuestros cuerpos se rozaban. Deliciosamente lujurioso. Demasiado para ser un crío tan pequeño. Cabrón. Y diría que mi primito pequeño, él aún más que yo, era el primero que se moría de ganas por hacer un trío con su prima y su hermano. O, por lo menos, eso sí era seguro, lo que se moría era de ganas por hacérmelo...

Enseguida me volvió a introducir el dedo. Ya entraba mejor, y eso él lo notaba también, ya que lo movía más tranquilo.

-       Ahora está bien. Pero cuando yo te diga paras, ¿vale? – le dije muy seriamente mientras me giraba de nuevo dispuesta a volver a tragar.

Bien, claro que estaba bien. Todo estaba como debía, yo encima de ambos, mandando. Pablo excitándome lo justo como para poder aguantar la mamada que le debía a Carlos hasta el final. Su polla erecta no era ninguna broma, y mis experiencias con los negros de María casi no me servían de nada al lado de aquel portento. Quién me iba a haber dicho que me iba a enfrentar con uno de los mayores retos de mi vida sexual precisamente con mi primito. Pero ya había podido una vez, podría las que hiciera falta. Hasta el final. Que ya sería otro cantar, porque pretendía que él terminara dentro de mí. Si su corrida era tal como se podía esperar de los hichados huevos que tenía entre mis manos, podía no contarlo en caso de hacerlo mal. Pero eso no importaba en ese instante.

Iba a llegar hasta el fondo, y mi primito Pablo me estaba sirviendo de gran ayuda. Su paja me excitaba lo necesario para no pensar, para no cortarme, para no dudar. Y, además, me dejaba libertad para usar yo también las dos manos con Carlos. Bueno, ¡y que ya estaba bien!, mi coño no podía seguir sin llevarse adentro algo más que mis dedos, y después de haber conseguido por fin a Carlos, estaba todavía más sediento que nunca... Lo que quería en realidad era follármelo de una vez, pero sabía que tenía que terminar esa mamada que iba a marcarle de por vida. Y, sí, allí estaba, su enorme polla esperándome, aún empapada en saliva, bien tiesa y dura. Mientras me agachaba otra vez, él aún acertó a quejarse pidiéndome que echara a su hermano. Qué ingrato reí. Con todo lo que su hermano había hecho para juntarnos a nosotros…

-       Tranquilo, sólo es un niño con ganas de aprender...  – seguramente, éste fue mi momento de error.

De haber hechado a Pablo, Carlos se habría relajado y no hubiese podido evitar llegar hasta el final. Lo que habría hecho que su hermanito se sumiera en la irrelevancia, por mucho morbo y mucha polla que tuviera. Pero mi lascivia y mi lujuria desenfrenada me impidieron entender. Pasé de Carlos. No en vano, antes de que él pudiera volver a  quejarse, sus palabras se le diluyeron en la garganta, igual que su capullo en lo hizo en la mía. No tuve que hacer nada, sencillamente, me lo tragué otra vez. Como él estaba deseando, de golpe y hasta el fondo. Gimió. Es sorprendente lo que se autoconvence un hombre cuando su polla entra en un sitio estrecho y húmedo. Aunque también nosotras perdemos la cabeza en esos momentos, y más si alguien nos está tapando al mismo tiempo alguno de nuestros otros agujeros…

A todas estas mi dedo en culo de Carlos no se había movido ni un milímetro. Y de momento, si no quería desgarrar nada, no lo pensaba mover lo más mínimo. Mi cuello volvió a abultarse en su parte central. Carlos, como para comprobar que había vuelto y no era un sueño, lo agarró. No cabe duda, constatar esa prueba tan física de su penetración a una mujer les pone insoportablemente cerdos, jiji. Carlos tenía que estar notando perfectamente como él mismo podía apretar su polla a través de mi garganta, ya que la tenía bien alojada en medio de mi gaznate. Puede oír a Pablo alucinando soezmente bajo mi culo:

-       Zorra… te la has metido hasta la garganta. - no entendía como era posible, pero sus absurdos insultos me excitaban más de lo que hubiera deseado. Idiota.

Sin embargo por abajo las cosas empezaban a ir mejor. Se notaba la inexperiencia de mi primito, mucho más torpe que su hermano (he de decir que cuando me metió el dedo me hizo dudar por momentos seriamente de su virginidad), pero esta carencia se veía en parte superada con la ayuda de mis propios fluidos totalmente desbordados, que le iban permitiendo entrar y salir sin problemas ni ardores. Mi coño estaba estirado y abierto a tope a causa de mi postura, así que aquello pronto empezó a ir solo. En realidad me excitaba tanto tenerle por fin dentro de mi coño sin ningún prejuicio ni reparo. Y es que, a pesar de todos los tabús y escrúpulos morales que me atormentaban (y creo que con razón), los amagos frustrados de su puntita la noche anterior me habían dejado con una de las sensaciones de vacío más desagradables de mi vida.

-Joder Laura, qué zorra eres y qué peludo tienes el culo y el chocho... ¡¡Cóóóómoo moolaaaa!!".- Pude sentir su baba manando de su boca, arrastranda con placer igual que su voz hablando de mi sexo, mientras sacaba el dedo y pasaba su palma abierta por encima de mis labios menores. Su forma de tocarme era igual de soez que sus palabras sobre mí, lo que me resultaba a medias igual de excitante que de desagradablemente sorprendente en un crío de su edad.

Aunque no negaré que cuando ese crío era mi primito… lo desagradable de aquella sorpresa lo hacía inexplicablemente mil veces más morboso. Al fin y al cabo,el pobre debía estar tan cachondo... y saber eso me ponía aún más a mil, y sus groserías que me hacían sentirme sometida, me ponían además feliz en mi sumisión, por la seguridad de estar bajo su dominio. Era así, además: él me había llevado hasta allí, desnuda sobre Carlos desnudo, con sus cera de 30 centímetros de polla erecta incrustados en mi garganta. Y era allí donde yo quería estar.

Qué reproche podía hacerle a mi primo si me había portado como una puta con él. Era una zorra, y en ese momento estaba caliente como una perra. No era ya sólo lo que le estaba haciendo a su hermano, algo que ninguno de los dos podía haber soñado siquiera que fuera posible y, desde luego no tenían edad ni experiencia para haberlo visto aún ni en porno por internet. Era que estaba tan caliente que mi coño chorreaba al más mínimo contacto con su mano, que daba igual que supiera o no tocar, porque deseando tocarme como lo deseaba bastaba para extraer de mi sexo todo el placer que llevaba acumulado ya desde hacía demasiado tiempo, y ahora parecía pelar por salir cuanto antes mejor. Su forma de tocarme la entrada de mi vagina estaba por ese motivo provocando en mí unas consecuencias muy especiales, tanto que por un momento mi cuerpo llegó a olvidar lo que le atravesaba -literalmente- en su parte superior, quedando pendiente casi en exclusiva de lo que me ocurría por los bajos. 

Puede que nunca debiera haber desatendido a Carlos así. Puede que si mi boca no hubiera vacilado esos mínimos segundos él no hubiera tenido ni un momento para pensar, y todo habría sido más fluido. Bueno, aunque muchas veces después de ello me arrepentí de ese momento, lo cierto es que al final acabó por dar lo mismo. Las cosas pasaron como pasaron, y hoy comprendo que el destino común de los tres estaba ya escrito desde que Pablo y yo nos tocamos por primera vez la noche anterior. Sólo quedaba por escoger el camino que, de manera más o menos tortuosa nos llevaría hasta ese final, y eso sólo lo podíamos hacer andando, decidiendo en cada uno de los cruces en función del momento. Pero precisamente en aquel instante mi cuerpo lo que necesitaba era aliviarse, y Pablito había abierto el grifo que estaba dando rienda suelta a ese alivio.

Mi cintura inició así un inconsciente movimiento que hizo que su palma se desplazara por encima de mi sexo. ¡¡Joder!! Con mi mano derecha cogí dos de los dedos del niño que era mi primo y le ayudé a colocarlos alrededor de mi clítoris. Si hubiera podido hablar, si no hubiera tenido la garganta llena de 30 centímetros de carne dura, caliente y palpitante pertenecientes a su hermano, le hubiera podido pedir que lo tratase con dulzura, con un cariño infinito, que era lo que en ese momento necesitaba para abandonarme en un orgasmo lento y largo que me permitiera deshinibirme lo suficiente como para propinarle a Carlos la mejor de mis comidas. Sin embargo Pablo, demostrando una vez más su inexperiencia y su ansiedad, empezó con sus dedos un rápido y compulsivo baile con mi botoncito, que pronto se vio excitado de tal forma que terminó de abandonar toda su posible protección, empalmado como el sexo de un niño juguetón, para quedar bajo el vandálico entusiasmo del salido de mi primo. ¿Podía estar siendo más diferente que su hermano? Ahí temí haber ido demasiado rápido, haberle soltado demasiado la rienda, haberle abierto demasiado la puerta.

Haberle abierto demasiado el chocho… me vi tentada de pararle, estaba muy, muy cachondo y demasiado cerca de mi entrada esperándole abierta de par en par, por lo que en cualquier momento podía metérmela, ¿qué se lo impedía a esas alturas? No ya desde luego yo, si él decidía follarme yo no iba a ser capaz de sacarle de dentro, su rabo iba a entrar solo, como si ambos estuviésemos nadando en aceite. ¿Y acaso no iba a sentirme yo completamente feliz y colmada con ambos hermanos dentro, con ambos especímenes masculinos tomándome por fin, haciéndome suya, follándome como la perra que a esas alturas ellos ya tenían que saber que era su primita Laura?

-Joder, Laura, estás empapada, guarrona- volvió a gritar como un imbécil. Y de nuevo sus insultos subiéndome el tono hasta lo insoportable. ¿Insultos? ¿Estaba acaso diciendo algo que no fuera verdad? ¿No era yo, no soy acaso, una zorra ardiente de chocho peludo?

Como la verga de Carlos en mi boca me impedía decir nada, agarré otra vez la mano de Pablo para intentar explicárselo, para enseñarle cómo debía de tocarme el sexo. Se la moví lentamente. Usé mi mano libre para separarme los labios, mientras con la otra pasé su mano por los alrededores de mi placer infinito. Cada vez que sentía sus yemas pasando por un sitio concreto que nunca más he sido capaz de localizar me veía incapaz de  evitar emitir un ahogado grito de gusto. Sólo había hecho falta tomar su mano en la mía, como otorgándole la confianza o el permiso que él, en el fondo, llevaba todo un día demandando, desesparado e indefenso, y de repente su mano había pasado a tocarme como nadie antes había osado o había alcanzado… o quizás tan sólo era el momento de excitación suprema… llevaba años entragada al sexo sin contemplaciones y habían caído en mi camino todas las metas por inalcanzables que hubiera podido pensar, chicos y chicas, amigos, amigas, parientes, maridos y novios, desconocidos, jefes, compañeros de curro, clientes, negros, compañeras de piso, médicos, fontaneros, repartidores y multitud de otras situaciones a cada cual más inverosímil, más impensable… pero nada como estar con mis dos primos, los dos hermanos a los que había visto crecer, que habían crecido conmigo y que habían resultado ser unos superdotados a los que, además, mi cuerpo era capaz de excitar sin problemas.

El momento era especial, único, definitivo. Podía ser la consumación de mi caída en el abismo de la depravación sexual, que había comenzado mucho tiempo atrás, y en el que ya había dado por perdido poder hacer nada que no fuera seguir cayendo y cayendo eternamente. Pero por fin en ese momento me veía con la posibilidad inesperada de tocar fondo por fin y ¡poder empezar a volar! Estaba siendo tan consciente de la excepcionalidad del momento que, sin duda, era por ello que estaba experimentando cosas que nunca antes había..., AAHAHAHAHAHAHA ¡¡ese punto que Pablo tocaba! Pagaría todavía hoy por poder situar ese punto y detener ahí sus dedos por los días de mi vida, apretando, provocándome un grito que me fundiese la garganta y detuviera el tiempo.

Y así, una vez conseguí que la mano se moviera como yo quería, la dejé sola y fui apartando la cabeza. Una vez empezado el camino hacia mi autosatisfacción, era hora de volver con Carlos. La polla empezó a salir de mi cabeza como el tren de mercancías que era saliendo de un túnel. Sin pausa. Saliendo sin parar su carne de entre mis labios, durante unos instantes que parecieron una eternidad. Cuando finalmente pude volver a respirar por la boca, el sabor a polla me colmaba por completo.Volví a mover mi cabeza en el típico movimiento de mamada. El pelo volvió a ocultarme la cara. La verga volvió a surfear sobre mi lengua, a chocar contra mi paladar, a rozar por el interior de mis mejillas, abultándolas, aunque seguramente a Carlos eso ya no le impresionaba tanto después de verla incrustada en mi cuello... Notaba los labios doloridos de tanto apretar contra la  polla. Las manos de Carlos seguían en mi cogote mientras yo me embutía una y otra vez su preciosa verga en la boquita.

-Menuda aspiradora. Como traga la muy…

Esta vez no le dejé acabar. Al entregarme a Carlos en la embestida que pretendía final comprendí que la trascendencia del momento pasaba porque entre él y yo sucediera todo. Pablo, por muy excitante y fundamental que fuera su presencia, y por morboso que me resultara tenerle aún entre mis piernas, era una anomalía. Cierto que era la anomalía que nos había llevado hasta allí, pero no tenía sentido seguir contando con él. Quizás mis escrúpulos volvían a ganar terreno. Quizás, sencillamente, valoré entonces más pollón en boca que dos volando. No sé, supongo que me dije como excusa que Pablo no estaba preparado para... ¿Qué más daba? Sencillamente se me fueron las ganas de tenerle ahí tocándome. Lo único que me importaba era centrarme en Carlos para poder hacerle pegarse la gran corrida, la que debería ser para siempre la mejor corrida de su vida, además de la primera. Y, después de eso, íbamos a hacer el amor toda la noche...

Así que, aparentando la mayor de las indiferencias, y con la polla de su hermano aún entre mis labios, pero con la boca libre suficientemente como para hablar, le dije directamente que ya podía marcharse. Como si acaso él hubiera estado esperando ese permiso.

- Además, el sexo es algo muy serio y se hace concentrado o no se hace.- Todavía hoy no entiendo por qué le dije esa frase. Supongo que quería darle una salida más técnica, que en el fondo me estomagaba el no ser capaz de hacer lo que siempre había hecho: asumir mi incontinencia sexual y dejarme llevar por depravadas y terminales que me pudieran parecer mis acciones. Lo cierto es que mi frase sonó exagerada, fuera de lugar, al menos así la percibió mi primo. Pero, al fin y al cabo, solo era un crío. Vamos, que no se lo tomó nada bien…

Indiferente, o más bien cabrerado, le noté entonces apretar su mano fuertemente contra mi coño, y creo que sabía perfectamente lo que hacía, porque esa vez le pude notar modular a la perfección la reacción de mi cuerpo a los estímulos sexuales que me estaba provocando. Con sus más que certero contacto y sus precisos movimientos me subió la temperatura hasta casi el límite. Pude notarme sudando y chorreando flujo directamente sobre su mano abierta. Lo peor era que en realidad no quería que se fuera, bueno, en realidad ni yo sabía qué quería… Quería hacerlo con Carlos… y seguramente también quería hacerlo con Pablo, pero no a la vez... ¿o sí?

Y entonces, sorprendentemente, Pablo me hizo caso y se marchó. Noté su mano despegarse de mi chocho, y fue como si su palma y mi vulva hubiesen estado así pegados toda la vida. El vacío que me dejó fue inasumible. Pegué un reespingo como si me hubiesen metido una escoba por el culo hasta la nuca. Muy apropiado: al hacer eso, mis tetas rebotaron, directamente en la cara de Carlos, que naturalmente no prestaba la más mínima atención a mi estado de ánimo ni al de su hermano. Para él sólo existía la polla. Y yo debía de cumplir conla misión de hacerla explotar. Sus manos me aferraron la cabeza.

- Sigue, por favor, Laura.

Pese a su firmeza, sus palabras fueron un ruego, no una orden. No fue capaz de obligarme a bajar la cara, aunque hubiese podido hacerlo sin problema. Yo, evidentemente, no iba a negarle nada que me pidiera u ordenara. Pese a todo, lo que sus palabras no llegaron a expresar sí lo hicieron sus actos. Sus manos se cerraron como garras sobre mis brazos, como tratando de impedir que me levantara para ir detrás de Pablo, quien se apartaba de nosotros con la verga dura, levantada mirando al techo, bamboleando amenazante...

Confieso que puede haber sentido ese impulso de seguirle, que las manos de Carlos impidiéndomelo no estaban ni mucho menos de sobra. Pero no lo hice, eso está claro. Tampoco me suponía precisamente un sacrificio atender a lo que era mi deber supremo: la enorme polla de Carlos palpitaba frente a mis ojos, descontrolada, brillante de litros de saliva mía, mientras soltaba borbotones de líquido preseminal por el capullo. Si Pablo había demostrado que se corría como un animal, su hermano parece que lo era aún antes de eyacular... Noté cómo aflojaba la tensión de sus manos y de su cuepo, seguro ya de que permanecía con él.

Sus manos bajanron entonces hasta mi culo. Por primera vez se decidía a tocarme de verdad, a sobarme a manos llenas, despreocupado de cualquier tipo de pudor, alcanzando también hasta mis partes más ocultas con sus largos dedos, devolviéndome el placer perdido al expulsar, tal como él mismo había pedido desde el principio, a su hermano. Había sido una estúpida, o quizás es sólo que estaba demasiado salida para no darme cuenta. Carlos había pedido desde el principio que Pablo saliera de la habitación porque él mismo había decidido dar el paso conmigo, pero sin duda era incapaz de hacerlo con su hermano en medio. Y yo, más puta que las gallinas, había consentido que Pablo se quedara hasta casi el final, algo que podía haber sido incluso irremediablemente contrario a cualquier posibilidad de consumar mi deseo por Carlos. Y había sido incapaz de echar a Pablo hasta que cuando por fin lo hice tuve que echarle de mi sexo... Qué duda cabía de que ese niño me había calentado de tal manera que, por más que lo negara, y me lo iba a negar mucho tiempo, en el fondo había conseguido que me muriera por follar con él.

El pelo me cubría la cara mientras volvía a descender para la embestida final. Su miembro se me escapaba entre los dedos como si fuera una escurridiza anguila recién pescada, un monumental ejemplar, escurridizo en su humedad y en la incontrolable tensión de su cuerpo. Se diría que su polla no quería volver a las oscuras cavernas de mi cuerpo. Pero a mí se me escapaba la sonrisa por debajo de mi nariz. Sabía demasiado bien lo que tenía que hacer con su serpiente; el gusto que me recorre aún hoy la boca no me permite olvidarlo. En mi mente sólo existía la palabra polla, polla y más polla.

Polla y polla y más polla de mi primo Carlos es lo que pensaba mientras me incorporaba para poder recolocarme y lanzar el ataque definitivo. Aproveché para dedicarle a Carlos mi desnudo integral. Me deleité verle pasmado mirar mi coño peludo, desgreñado, manchado de pegotes de flujo reseco. Le permití contemplarme durante unos instantes, y su cara de pasmo fue lo último que vieron mis ojos antes de que su polla se enterrara de nuevo hasta lo más hondo de mi garganta. Sus manos se aferraron a mi cuerpo, descendiendo otra vez hasta mi culo, sobándome con la brutalidad propia de su hermano, con deseperación, buscando expresamente mis entradas, las dos de igual manera, con sus largos dedos lanzando fugaces arremetidas contra mi ano y mi vagina. Mi chocho estaba tan mojado ya que igual me daba esa brutalidad suya. Además, sabía que su cuerpo ya no aguantaría mucho más.

No soy capaz de explicar lo que fue esa corrida. Sólo mi determinación por recogerla toda en mi interior evitó un desastre monumental en el salón de mis tíos. Dios, si hubiese sido solo un poco menos experimentada podía haberme ahogado con aquel tremendo río de lefa. Afortunadamente mi profesionalidad grantizó que me entrara todo directo al gaznate, como un surtidor de gasolina llenando un depósito que llevara demasiado tiempo vacío. Nada de hacerle un dedo ya, ni falta que hacía, tanto mi boca como su polla estaban ya entrenados, aunque su erección se acentuó todavía más durante el orgasmo, poniéndome en serias dificultades... Es más, necesité mis dos manos para aferrarme a su cuerpo sudado y poder así mantenerme pegada a él y para seguir con su rabo en el fondo de la garganta, y es que si lo sacaba tan solo un poco acabaría saliendo a presión entre mis labios y el mástil  todo aquel torrente de semen. Sin embargo, también aquello se fue apagando poco a poco, como los gritos de Carlos. Nada de gemidos, no. Fueron auténticos alaridos. No quise pensar en los vecinos.

Sus manos fueron cediendo, mi culo resbalaba poco a poco, sus piernas flaqueron y yo no podía sujetarme más a él, así que resbalé entre sus piernas cayendo al suelo ante él, en una postura absurda, con mi boca completamente llena por su polla que, pese a todo, apenas salió unos centímetros de mi interior, mientras soltaba los últimos goterones de ese preciado manjar que yo, por supuesto, no pensaba desperdiciar ni por asomo.

Así nos quedamos. Yo tenía el cuerpo destrozado, la boca paralizada, desencajada la mandíbula. No podía sacarme aquello de adentro aunque quisiera. Aunque tampoco quería,  me daba igual. Sentía que podía morirme, o quizás estaba muerta, ¿qué más daba? Pablo me contemplaba, de pie, sólo un poco apartado de nosotros, a oscuras, levemente iluminado por la luz de las farolas, con la mano todavía en su cipote duro que goteaba por la paja que se acababa de pegar.

Imposible que no lo hubiera hecho con el espectáculo que acababámos de darle. Y me miraba, pasmado, absorto en mi desnudez, mi coño peludo libremente a su vista, ese coño que había podido tocar sin rubor para luego ser expulsado sin contemplaciones. Y la serpiente del rabo de su hermano aún incrustada en mi boca, seguía soltando líquidos, aunque más diluidos y a un ritmo más pausado ya. Los tres desnudos del todo en la habitación, paralizados cuando sólo la polla de Carlos se movía aún, si bien lo hacía de manera autómata, por convulsiones sin control, a medida también que parte de la sangre abandoba rápidamente sus venas, vaciando al menos algo de aquel demonio, pues era demasiada verga para poder seguir manteniendo indefinidamente aquel prodigio en pie, erguido para mí, por mucho de que aún me tuviera penetrada la boca con él.

Después de la demostración que acababa de hacer de lo que puede ser una auténtica fuerza de la naturaleza desatada, pedirle más era demasiado. Carlos respiraba resoplando agitadamente, como a punto de ahogarse, mirándonos alternativamente a mí y a su hermano. Ya he dicho que esa polla es larga también en reposo, así que cuando se desinfló del todo todavía seguía llenando mi boca hasta la garganta, colmada de su generosa presencia… así como de su esencia.