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La Libertad_12

en Grandes Series

LIBRO 1. APERTURA. CAPÍTULO II. SEGUNDO DÍA

sexto asalto

La puerta se abrió, de repente, sin necesidad de que yo llamara al timbre. Con la cabeza agachada, a la búsqueda de los condones caídos, no pude ver nada del interior de la casa. Que, además, se mantenía a oscuras, con la luz apagada, en contraste hasta con la tenue luminosidad de la escalera, que marcaba una violenta frontera entre dentro y fuera. No conseguí verle, ya digo, pero pude notar su presencia, como una sombra en la sombra. Era el momento. Respiré hondo, y tiré hacia abajo de mi blusa, liberando mis tetas, sintiendo cómo los pezones endurecidos sobrepasaban por fin el límite del escote.

Antes de levantar la cabeza, estiré la mano con los condones, enseñándoselos... suponiendo que nunca habría visto uno, que desde luego nunca se habría puesto uno, pero sin duda, sabría lo que eran, y sabría lo que significaba que yo los llevara en la mano, que se los mostrara, que se los ofreciera… Siempre hay una primera vez para todo, y aquella iba a ser la primera vez de Pablo. Yo le iba a enseñar, colocaría uno de esos preservativos en la polla de mi primo, y le enseñaría como entrar dentro de mí...

- ¡Laura! ¡Hala, estás empapada! - la voz gangosa de Carlos rompió el silencio. La sombra avanzó, con la mano extendida, rozando mi mano para coger los preservativos que yo pretendía entregar a su hermano. No era posible… ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué estaba él allí, en lugar de Pablo?

- Ca... Carl… - su nombre se me atragantó en el cielo de la boca - ¡Joder! Pe…pe…pero... ¿qué haces tú aquí? - retiré la mano con violencia, dejando caer en mi nervioso movimiento la mitad de los azules paquetitos. Los condones se escurrían entre mis dedos como el agua de la lluvia, de igual modo que lo hacían mis opciones de follar aquella noche, así como cualquier resto de dignidad ante aquel maldito bastardo que había sido capaz de rechazarme tres veces… - ¿po…por qué? ¿qué ha pasado?

- Bueno, es que al final no tenía un buen plan para hoy, y he preferido no salir y bueno, yo... - pero yo no le escuchaba, quería llorar de dolor, del dolor que me provocaba su dura mirada, quemando mis pezones, sin apartarse de ellos, sucia, completamente carente de pudor…

Sin cortarse me miraba y me escaneaba, sin el menor respeto, ni el menor disimulo, me dolían los pezones de erectos que estaban, fríos, empapados, con el agua aún chorreando por mis tetas en torno a ellos. Crucé los brazos sobre mis pechos, desnuda como estaba, me sentía insoportablemente sucia bajo su sucia mirada escrutadora, que no se había apartado ni un milímetro de mis tetas hinchadas. Sentía hasta su respiración quemando mi piel, de cerca que estaba, y eso no me hacía sino empalmarme más, excitarme, mojarme más… ¡NO! No, es que no estaba dispuesta a permitir que me hiciera otra vez lo mismo, ponerme cachonda y dejarme caliente, cuando se cansara de mirarme, en las manos del cerdo de su hermano... ¿pero dónde coño estaba Pablo? ¿Sería posible que de repente el que no estuviera fuera el menor de los hermanos? Si no estuviese Pablo quizás podría ser más directa con Carlos… ¿Qué posibilidades tendría de forzarle, de obligarle a hacerme el amor?  Puede que le resultara imposible negarse a comer un coño sediento plantado en su cara. Con lo que me había costado decidirme por Pablo y, de nuevo, me veía en la situación de encontrarme deshecha, sexualemnte derretida, por su hermano mayor. Pero estaba demasiada sedienta de sexo.

Bajé los brazos, y le empujé sin miramientos, avanzando por el pasillo...

¡Mierda!

Mierda y más mierda… allí estaba él, Pablo, claro, ¿dónde iba a estar? Al detenerme, Carlos se apartó a un lado. Con mis brazos cayendo a mis costados, mi desnudez quedaba totalmente en evidencia ante la mirada ojiplática de ambos hermanos.

-       ¿Laura…? ¡estás desnuda!

Pablo, cómo no, era siempre mucho más directo, mucho más claro y franco que Carlos. Siempre tiene bien seguro qué es lo que quiere, y lo busca, va a por ello. Y lo consigue. Mucho más que su hermano. Y mucho más que yo. Delante de mí, y delante de Carlos, Pablo se empezó a tocar la polla sin miramientos. Por encima del pantaloncito, que era el mismo que llevaba cuando yo me fui. A esas alturas, conocía ya bien esa polla, reconocía ese tacto, el bulto que empezaba a formarse entre sus piernas según se iba empalmando. Sonó un portazo a mi espalda; Carlos se volvió, avanzando hacia nosotros, con mis gomas en la mano. Iba a quedar encerrada entre los dos hermanos.

Aquello era demasiado. No, imposible, imposible conseguir algo con ninguno de ellos estando el otro delante. Pero ver así a Carlos… eso me hacía pensar que aún tenía un mínimo de oportunidad con él pero, si eso acaso era verdad, no podía permitir que me viera ni siquiera mirar a su hermanito. Tuve un instante de lucidez, quizás el primero de todo el fin de semana: eso era, si la mirada de Carlos significaba algo más que incredulidad y una incómoda excitación ante mi grotesca entrada, debía aprovecharlo, y eso pasaba por dejar de lado todo el plan previsto con Pablo.

Cierto que iba decidida, pero había sido una decisión absurda, desesperada, motivada por una situación límite que había sido incapaz de gestionar. No tenía sentido y, sobre todo, no tenía sentido con Carlos en la casa. Sencillamente, no podía. Su presencia había echado abajo cualquier plan preestablecido. Tenía que cambiar mi estrategia, y tenía que decidirme rápido. Si eso era para bien, si había vuelto a buscarme, tanto mejor. Pero si, como parecía, la cosa al final no iba a nada, todavía podía tener un mínimo de credibilidad que impidiera que se le cruzara el cable y empezara a contar barbaridades a sus padres o a los míos... ¡Joder, qué mal rollo...!

¡Pero qué calentón tenía! ¿Qué podía hacer? Podía reconocer algo suficientemente turbio, sucio, en la mirada de Carlos que, frente a toda evidencia, aún me hacía albergar esperanzas. ¿Era posible calentarle lo suficiente? Su paquete parecía abultado pero, a diferencia del salido de su hermano, no parecía empalmado. Y, desde luego, no se frotaba la polla delante de nosotros. En todo caso, tenía claro que en su caso él, objetivamente, nunca sería capaz de llegar a hacerme nada con su hermano delante.

-       Déjame Pablo... - le imploré - déjame pasar – le insistí, con la voz quebrada...

El pobre no tenía culpa de nada. En realidad, sólo mi calentura y el imbécil de su hermano le habían llevado a donde le habían llevado. Aunque, bien cierto era también, el imbécil de su hermano acababa de abortar la posibilidad cierta de que mi pequeño primo perdiera la virginidad aquella noche. Incrédulo, se apartó, aunque yo ya estaba avanzando, aferrando los preservativos que luchaban por seguir cayendo, pero no podía permitir que se cayera ni uno más, además de los que Carlos tenía ya en sus manos. Mierda.

Me lancé al baño, casi corriendo, aunque sólo justo antes de entrar caí en la cuenta de que lo que tenía que hacer era cambiarme, quitarme de una vez aquella ropa empapada. Así que me metí a la carrera en la habitación de Pablo, cerrando la puerta de golpe tras de mí. Por fin un poco de paz. Muy relativa, claro: seguía caliente, y no sabía que demonios podía hacer, viéndome incapaz de encontrar una salida. Me planteé incluso esperar, dejar pasar el tiempo allí, hasta que ellos se fueran a dormir. Aunque se suponía que dormiría otra vez con Pablo, pero yo no quería repetir otra noche como la anterior, eso tuvo gracia un día, pero más no quería. Y menos aún con Carlos en casa y después de la escenita que acababa de liar. Sabiendo como sabía que era a él al que deseaba... me veía incapaz de querer ya nada con Pablo, por convencida que hubiera estado minutos antes.

La situación había cambiado, y hasta para repetir lo de la noche anterior sabía que no lo haría porque no podría parar de pensar en su hermano. No, definitivamente, se habían acabado las tonterías con PAblo. Ya había estado bien, y gracias a que Carlos tan sólo vio lo que vio, porque había tenido buenas ocasiones para pillarnos sin excusa posible. Bueno, de hecho la pillada que nos hizo al principio, cuando llegó, ya fue muy fuerte... Joder, me tenía que haber visto hasta el alma y, encima, la entrada apoteósica que acababa de hacer con los condones y las tetas al viento… Y eso no fue lo peor, ni mucho menos, comparado con Pablito con la polla fuera… y, para colmo, ¡para acabar eyaculando luego!

Incómoda, me empecé a desvestir, arrancándome la ropa como si la llevase pegada a la piel. Alguna vez en mi vida había acabado metida vestida en una piscina, una fuente pública o, incluso algún puerto de mar. Y alguna tormenta me había llegado a calar casi tanto como aquel día. Pero nunca me había costado tanto desvestirme, con aquellos pantalones empapados, tan apretados. Y, no sé por qué, mientras me iba desvistiendo poco a poco, recordé algo que ya había pensado esa mañana. No sé por qué estúpido motivo sólo me había traído ropa para un día, es decir, la que llevaba puesta (o, para ser preciso, la que me estaba quitando), además de la del día que llegué, que estaba muy sucia y sudada. Supongo que debí pensar que entre una y otra me iba a llegar, porque no tenía previsto ni ese calor, ni ese ajetreo, ni esa tormente...

Pero si ya la noche anterior me había acabado por desvestir y ponerme el camisón, de tan inservible que había dejado la ropa, no la iba a volver a usar entonces. La cogí, y la olí… realmente no podía usar aquello. En algún momento de mi peregrinación callejera de la mañana, había pensado que lo de ponerme el camisón para ver la tele con Pablo había sido un error de cálculo. Bueno, lo cierto era que, al margen del tremendo calentón que me esperaba aquella noche, casi sin remedio – y seguir masturbándome no era una opción, ¿cuántas pajas llevaba ya? – también podía decir que la cosa tampoco salió tan mal, al fin y al cabo. Quiero decir, después de todo no lo había pasado tan mal con mi primito, desde luego que podía haber sido mucho mejor con Carlos, pero hubo un par de cosas mi primito que no estuvieron nada mal y, además, llevaba tanto sin tocar una buena polla... y sin metérmela en la boca, ¡qué rica me había sabido! aunque hubiese sido sólo un poquito... Estaba demasiado caliente para, sencillamente, quitarme los jóvenes cuerpos de mis primos de la cabeza.

Descartada la ropa de del día anterior, que olía a establo animal, además de estar endemoniadamente sucia (confieso aquí que llevaba tiempo sin cambiarme de pantalones, y esa camiseta tampoco estaba "fresca del día”, que digamos), así como el andrajo empapado que me acababa de quitar, no tenía absolutamnete nada que ponerme. Valoré pedirle algo a Carlos, un pantalón de chándal y una camiseta... estaría bien ir así como estaba a pedírselo, pensé divertida, como vine al mundo. Bueno, esa expresión siempre me pareció imprecisa, “como vine al mundo”, yo creo que a esas alturas de mi vida estaba mucho más buena, jiji, desde luego con mas tetas, y más coño (y bien peludito), y mucho más morbo, en general, jiji.

Por algún motivo, a pesar de lo que la había liado con mi entrada gloriosa a la casa, sentía que me estaba relajando. Diría que, en cualquier caso, sentía cierta superioridad en aquella situación. Mis dos primos, (insisto, los dos: también Carlos), habían demostrado una evidente "admiración" por mi cuerpo. Eso, que era patente en Pablo y su fuerte erección al verme entrar en tetas, claro, también se había manifestado con claridad en Carlos. Mi entrada le había dejado boquiabierto y babeando. Eso me gustaba, halagaba mi vanidad y compensaba mi inseguridad. También me excitaba. Pero, al mismo tiempo, había llegado a la conclusión de que era imposible gestionar la situación con ambos, lo cual no me dajba opción alguna. Así que mejor sería dejar de darle vuletas al tema, estaba claro que esa noche no iba a obtener nada parecido a sexo, así que...

Así que mejor sería que me centrase en el tema de la ropa, que era ciertamente grave. No tenía ni braguitas limpias... Claro, eso sí que no se lo podía pedir a Carlos. Porque, aunque hubiera sido una chica, ¿cómo explicar siquiera que no tenía ropa interior disponible? Las de ese día, empapadas, podía pasar, por la lluvia. Aunque tenían muuuuucho más encima que solamente agua. Pero las del día anterior... las cogí de debajo del camisón. Bueno, Carlos sabía mejor que nadie cómo habían acabado. Tenían manchas amarillentas que... ¡eh! Joder… pero si aquellas tan evidentes... ¡maldito Pablo! ¡Se había vuelto a correr en mis bragas! Bueno, mi maleta había estado todo el tiempo allí, y él había pasado todo el día solo así que... Aunque no solo todo el día, porque también Carlos llevaba en la casa mucho rato, ¿sería posible que hubiera decidido repetir lo de la mañana? En fin, eso nunca lo sabría...

Mucho me temía que, por muchas vueltas que le diera, no quedaba otra, sólo había una solución a mi problema. Era lo que había. No le iba a pedir a mis primos ropa interior, y sólo tenía esas braguitas, sucias como si no me las hubiese quitado en meses, con aquel olor reconcentrado a sexo rancio, manchas amarillentas y completamente acartonadas de semen y flujo. Pero, por lo menos, para taparme el coño servía. Si me cuidaba de no hacer tonterías, debía de ser más que suficiente. Porque, naturalmente, al más puro estilo Meri había valorado ir sin braguitas, pero aquello resultaría una provocación insoportable para mis dos queridos y salidos adolescentes. Ya que, de la misma manera, la única prenda que tenía disponible para vestirme era mi ya famoso camisón...

Mi calentura también acabó por decidirme a lo inevitable: en el fondo, me ponía el provocarles un poco; si ya había decidido no hacer nada, por lo menos sí podía jugar un poco, ¿no? Pero entonces, una cosa era ir con bragas, aqunque me las fueran a ver, por muy sucias que estuvieran (y esa suciedad fuera, además, en parte de sus juegos sobre mí, y de sus propias corridas), y otra muy diferente ir con el potorro al aire. De todas formas, me prometí a mí misma que trataría de ser mucho más cuidadosa: el escote cerrado a cal y canto, piernas cruzadas como las señoritas, y la faldita bien abajo, sin que nadie pudiera ver ni un milímetro de mi muy cerda ropa interior.

Bien, pues siguiente problema. Mi brillante cabecita se ve que no estaba para muchas grandes ideas, aquel día: mi cuerpo seguía empapado. Pero empapadito del todo. Si me ponía ese camisoncito solamente, incluso con esas braguitas (que por muchas florecitas estampadas que llevaran estaban sucias y sobadas, por lo que la más mínima humedad las volvería a hacer tremendamente trasparentosas), con el cuerpo tan mojado, iba a ser peor que si salía directamente en pelotas. De nuevo agobiada, pensé en utilizar las sábanas de Pablo. Total, estarían secas otra vez para cuando nos acostáramos. Empecé a tirar del largo lienzo de tela... ¡oh...! ¡Joder...! No podía ser, ¡no podía ser...! ¡Los calzoncillos de Carlos aparecieron dentro de la cama de Pablo! Pero... miré rápido al rincón donde yo misma los había dejado por la mañana, ¡claro! Ya no estaban allí... los toqué... ¡empapados! Absolutamente, todavía fresco incluso. Me los llevé a la nariz, a la boca. Esos pelos, ¡mmmm! ¡sí!, era Pablo en estado puro.

Pero había también un olor más fuerte, pero apagado, rancio, sin duda Carlos, también ese leve recuerdo a mi coño, de la paja que me hice con los calzoncillos los dos, pero ese olor más fresco, más reciente, penetrante, era de él. Pablito se la había casacado en los calzoncillos de Carlos pocos minutos antes de que yo llegara. Quizás incluso se estuviera corriendo mientras su hermano me abría la puerta y me veía hacer el ridículo con los condones y las tetas salidas. ¿Se lo habría hecho con ellos puestos o se la habría machacado sobre ellos? Me lo imaginé metido en la cama, vestido con la prenda íntima de Carlos, acariciándose el paquete mientras se le empezaba a hinchar la portentosa verga, pensando que era su hermano quien le tocaba, así hasta correrse... ¡Laurita! Me dije, ¡para!, para ya, porque esto se te va otra vez de las manos... Necesitaba vestirme de una vez…

Así que salí. Sin pensar, con camisón y braguitas en la mano, en pelota picada, dándolo todo, me dio por hacer esa tontería. Ya estaba bien, necesitaba ir al baño, coger mi toalla y secarme de una vez. Además empezaba a tener hasta frío. La humedad me había calado en los huesos, y me estaba quedando helada. La ventana seguía abierta y afuera no paraba de llover, y el aire ya no era tan cálido precisamente como durante aquella tarde sofocante. ¿Por qué hice aquello? Sencillamente,  ¿tenía ganas de jugar? ¿no? Yo que sé, se me fue la cabeza.

Quizás Pablo ya conocía mi cuerpo cuando me vio desnuda en el pasillo, aunque, en todo caso, le faltaba ese desnudo integral sin tapujos. Pero Carlos… Carlos no, Carlos aún tenía todo por conocerme, aunque lo hubiera visto ya casi todo, fugazmente, y mucho dudaba que no lo hubiese grabado también en su mente. Igual que yo disfruté de la visión de su pollón, aunque hubiera sido sólo unas milésimas de segundo, y no me lo quitaba ya de la cabeza. Y en eso pensaba cuando empujé la puerta, pensaba con en coño, pensaba en su polla, en sus pollas, en cualquier polla, en la polla de aquel abuelo de la ventana de esa tarde, ¿y qué si me veían? así igual se empalmaban. Una polla empalmada es mucho mejor que una en reposo... y dos ya no te digo.

No conocía el falo erecto de Carlos, y hubiera dado todo por poder conocerlo. ¿Y si se ponían locamente cachondos y me violavan violentamente? Pffff, no dejaba de soñar con aquello, sería taaan perfecto… la mejor manera de no sentir remordimeintos luego. No sé, lo tomé también como una  apuesta, me daba morbo que me vieran, pero dudaba mucho de que fueran a estar allí: era difícil que me pillasen, que estuviesen justamente en el pasillo el segundo que tardaba en abrir la puerta del cuarto de Pablo y meterme en el baño. La puerta de aquel baño estaba siempre abierta, a no ser que hubiese alguien dentro. Y no, en aquella ocasión no había nadie. En eso tuve suerte.

Solo en eso. Lo que es la apuesta, si era eso, la perdí. Rotundamente. Todavía hoy no acierto a entender por qué motivo estaban los dos, allí, en el pasillo. Parecía que estuvieran esperando a que saliese. Aterrada al descubrirles, decidí hacer lo único que podía hacer: seguir adelante, como si nada. Ignorándoles por completo, como si ellos no estuvieran allí, o yo no estuviera en bolas. No les miré, pero intenté seguir su reacción con el raillo del ojo. Atónitos. Mudos. Impávidos. ¡Cabrones!

¡Venid a mí, folladme, jodedme como la perra que soy, reventadme el culo y el coño!

Y ya estaba dentro. ¡Blam!, se acabó. Un segundo, no más. Pero me acababa de pasear desnuda delante de mis pobres primos... ¿Por qué? ¿Por qué era tan débil y tan bruta pero, a la vez, tan poco lanzada como para querer ser follada por mis dos primos, a los que tenía casi tan calientes como yo, y no era capaz de decírselo directamente?

Pese a todo, no estaba nerviosa. La excitación me hacía mantenerme impávida, aparentando normalidad, como en un sueño. Me sequé con calma, y me vestí con más calma aún. Salí, relativamente tranquila. No había nadie en el pasillo. Mejor, porque no hubiese sabido qué decir. Avancé despacio. Las puertas cerradas, el ruido de la tele. Entré al salón por el despacho. Sólo esperaba que, si había preguntas, no fuesen muy insistentes. Estaba preparada para cortar el tema de raíz, sin molestarme en pensar explicaciones, porque no pensaba darlas. Lo malo era si alguno de los dos se ponía pesado. Especialemente Pablo, que podía ser especialista en preguntas complicadas. Pese a todo, cuando por fin me vieron, no dijeron ni mu. Pablo estaba en su rincón del sofá. Mudo como una tumba, sin mirarme, con la vista impasiblemente fija en la tele: echaban la segunda parte del bodrio de la noche anterior. Los dos comían ya.

- Hemos pedido pizza - me dijo Carlos quien, para mi sorpresa, se seguía mostrando extremadamente amable. Estaba sentado al lado de Pablo, en el centro del sofá. Extrañamente cerca, pero... ¿por qué? en el sofá cabían tres, pero era mucho más cómodo sólo para dos... lo lógico era que yo me sentase en el sillón de al lado, pero parecía que me estuvieran dejando ese sitio libre al lado de Carlos... 

- ¡Genial! me muero de hambre ¿sabéis? ¿De qué es?

- Cebolla, carne y champiñón...

- Mmmmm, bueno, hubiese sido perfecta con un poco de chorizo, o salchicha, pero...

Pablo me soltó una mirada de odio. ¿Sería posible? Juro que lo de salchicha lo dije sin segundas. Carlos me vio dudar, iba a sentarme al lado de Pablo, en el otro sillón, simplemente porque lo tenía más cerca, pero dudaba con el sitio que Carlos me había dejado a su vera en el sofá. Justo delante de ese puesto libre, en la mesita, había un plato y una servilleta limpias, para mí, sin duda.

- Ven, siéntate aquí, - me dijo Carlos, sonriente. Vestía como su hermano: pantaloncito corto, camiseta blanca, viejita, y nada más. Supuse que llevaría calzoncillos, recuerdo que fue algo que pensé expresamente. Como por la mañana los encontré en la cama, pensé que dormía con ellos, o...

Cuando me quise dar cuenta, estaba sentada a su lado. Nuestros muslos desnudos se tocaron por primera vez en mi vida. Ese niño era, ya entonces, músculo puro. Estaba duro, durísimo, y muy caliente, lo que me agradó muchísimo, ya que yo seguía tirando a helada...aunque mi cuerpo aumentó de golpe un par de grados su temperatura. Sentía ese calor, su piel velluda y áspera sobre mi piel contraída por el frío y, sobre todo, esa dureza musculada, una firmeza que pedía a gritos ser tocada... Mi aplomo se vino abajo repentinamente; me reconocí nerviosa, muy nerviosa, temiendo no ser capaz de controlar mi desenfreno sexual.

-       Laura, estás temblando...-dijo Carlos.

Era cierto. Además, él lo notaba bien, porque mi muslo pegado al suyo delataba aún más el convulso movimiento que mi cuerpo había emprendido sin pedir permiso. En realidad, tenía el frío tan metido en el cuerpo que había empezado a tiritar. Las ventanas seguían abiertas de par en par, pero el aire que entraba era frío. Los tres estábamos vestidos como para pleno verano, y hasta creo que mis primos agradecían el fresco, pero a mí me había calado la lluvia de tal manera que sólo el calor de un cuerpo de hombre caliente podría acabar con mi temblor... Y, como la soñada sesión de sexo salvaje con Pablo se había ido volando, pues mi cuerpo continuaba helado hasta la médula. Ni que decir tiene que Pablo se había convertido para mí un cero a la izquierda en esos momentos. El contacto con Carlos me había abierto un mundo de peligrosas sensaciones. Pierna con pierna con él, volví a darme cuenta de que sólo podría obtener sexo verdadero del mayor de mis primos, pese a que eso no sería posible mientras los dos estuviesen conmigo. Pero mi obra de teatro debía continuar:

- Sí, es que me he quedado helada... ¿no podríamos cerrar las ventanas? hace frío ¿no?

- Bueno, tampoco es que haga frío, después del calor de ayer y hoy, además... pero si te molesta... - Carlos hizo ademán de levantarse.

- ¡Ey! ni si te ocurra – protestó su hermano - yo estoy muerto de calor, si tenéis frío abrigaros. – La voz de Pablo sonó improcedentemente borde. Seguramente no le había molado que hubiese decidido sentarme junto a su hermano en lugar de con él. De hecho, seguramente estaría deseando que su hermano no estuviera allí.

O quizás sencillamente era yo la que lo deseaba.

- Pero Pablo... - dije molesta - de verdad que no puedes tener tanto calor, y yo estoy congelada después de la que me ha caído encima...

- Pues ponte más ropa, que vas casi desnuda...

- ¡Pablo, joder! - Carlos le dió un puñetazo.

- ¡EH!

El ambiente entre ellos era extrañamente tenso. Especialmente a Pablo se le veía huraño, cabreado. No sabía muy bien, pero todo parecía indicar que estos dos habían tenido alguna pelea antes de llegar yo. A saber por qué, claro, pero en el fondo de mi cabeza me empezaba a crecer la sospecha de que todo tenía que ver conmigo. Conmigo y, más concretamente, con lo ocurrido ayer. Imaginaba como la posibilidad más segura que Carlos hubiese hechado la bronca a Pablo por lo que nos había pillado haciendo... ¿con qué objetivo? porque conmigo no se le veía molesto, más bien al contrario. ¿Podría ser que fuese celos sencillamente? mi deseo se desbocaba nuevamente, y con él mis pensamientos. Pero entonces ¿por qué sus rechazos? ¿Simplemente su patológica timidez?

-       Vale, vale, parad ya, no me montéis ahora el número de los hermanitos... –

¿Habría tenido algo que ver lo de los calzoncillos? Desde luego, se diría que a Pablo no le había molestado el cambio, antes al contrario… ¿Y Carlos? ¿Habría encontrado él también los calzoncillos de Pablo en su cuarto? A lo mejor sí era eso, los había encontrado y no le había gustado, y yo había metido la pata, una vez más. Ahí había ido muy lejos, había sido una estúpida salida, lo de Pablo, bueno, tenía base provocarle así, después de pillarle espiando a su hermano. Pero que Carlos estuviera excitado como para meneársela encima de mis braguitas, no significaba ni de lejos que lo quisiera hacer también sobre los gayumbos usados de su hermano… ¡cosa que sí había hecho Pablito! ¡Joder! Todavía no acababa de asimilar eso, que mi primito pudiera ser además homosexual... ay, no sé...

- Además – seguí hablando atropelladamente, tratando de calmar mis nervios con mi alocado discurso - se supone que estoy cuidando de vosotros, ¡así que ya podéis hacerme caso!

- Es que no entiendo por qué este niñato...

- Vale tú también, Carlos...

- Eso, para ya... -siguió Pablo. Ciertamente, estaba insoportable del todo - y dejadme oír, que me estoy perdiendo la película. - Niñato. En fin. El caso es que, además, mi pizza se enfriaba...

- Mira, Laura, puedes ponerte esa manta si tienes frío... - me dijo Carlos, tremendamente suave, de repente... No entendía bien, estaba tan cambiado así de pronto... y, sobre todo, después de lo de la mañana… Lo cierto era que tampoco podía tener queja de él realmente, por mucho que me hubiera dejado a dos velas, sí. Pero es que mis intenciones también se las traían. Jiji, bien pensado, tampoco podía quejarme de Pablito, a pesar de estar insoportable me había hecho un buen servicio. Y era normal que estuviera cabreado, porque seguramente, de alguna manera, era consciente de que si no hubiese sido por su hermano, seguramente ya estaríamos rodando por el suelo, con más calor que frío... 

- ¡Genial! gracias, Carlos. – Entonces él se estiró, cargando sobre mis piernas el peso de sus muslos. Mi coño se estremeció. Ese cuerpo era duro como un muro, horas de deporte y gimnasio, fuerte olor a chico joven y colonia, no podía evitarlo, me ponía cachonda, muy cachonda...

Sentí calor en un único punto de mi cuerpo. Sí: mi vulva. Una ligera humedad pastosa empezaba a formarse nuevamente a la entrada de mi vagina. Visto y no visto, Carlos había capturado la manta que estaba en el otro sillón junto al sofá, un resto de la temporada de invierno que en esa repentinamente fresca noche me vendría la mar de bien.

Pensé mientras me cubría que era una pena ocultar mis piernas, pero peor para ellos, sobre todo para Pablo, que ya sabía lo que se perdia. Estaba muerta de frío, así que me embocé las piernas y medio cuerpo. Cuando entrase en calor ya vería lo que hacía, igual lo más sensato era aprovechar aquella tela como cinturón de castidad. Estaba tan canasada, por otra parte, que no descartaba quedarme dormida. Comencé a devorar mi pizza. Mi estómago rugía, y yo engullía con la avidez típica en mí, tan poco propia de una chica, según mi padre. Si él me hubiera visto aquel fin de semana…

Sentía a Carlos pegado a mí cuerpo, a pesar de que habíamos perdido el contacto piel con piel, quedando su duro muslo al otro lado de la manta. Los dos teníamos las piernas levantadas sobre la mesita, -yo estiradas, él encogidas: flexionadas de manera que, primero, se le marcaba un gran paquete que me hacía la boca agua. Además, el pantalón le estaba un poco holgado por las cortas perneras, y mi imaginación calenturienta pensó que desde el otro lado debería de poder verse su ropa interior y su paquete... ¡No puedo evitarlo, siempre calculo cuando me siento cómo debo ponerme para no dejar a la vista mi chichi, ya lo he comentado, -lo hacemos casi siempre las tías, pero los tíos no, nunca, y Carlos era una buena prueba de ello).

Y, en segundo lugar, no estaba firmememnte apoyado, de manera que sus piernas se movían levemente, presionando mis muslos en un suave masaje. “Lástima de manta”, pensé, “pero es lo que hay; tenía que haber estado más rápida…” Acabababa de terminar la pizza, así que me estiré para dejar el plato, buscando además que el cambio de postura trajese alguna novedad: y sí, pero a peor, porque cuando yo regresé a la misma posición, Carlos había bajado las piernas, con lo que se perdía mucho contacto, vista y morbo... hasta que:

- Oye prima, te importa dejarme un poco de manta, creo que tengo un poco de frío yo también, y no quiero molestar a este señor... - dijo Carlos, con ese tono de hermano a hermano que trata de ser burlón y sólo era estúpidamente agresivo. Pablo callaba, pero mantenía su cara de enfado. Y yo no salía de mi asombro.

- Claro, claro… es muy grande, además que con otro cuerpo dentro me dará más calorcito... - no podía ser, no podía ser verdad... traté de calmarme, era absurdo... ¡no podía ser que le hubiera soltado eso! Claro, era lo mínimo que podía decir, había utilizado comentarios parecidos en ocasiones mucho más banales, pero... bufff…

Como me temía, el contacto fue explosivo, por lo menos para mí, que tardé milésimas de segundo en extender la manta sobre sus rodillas. Carlos ni siquiera se molestó en disimular demasiado: la pierna del otro lado quedaba medio descubierta, pero no hizo lo más mínimo por taparse, lo que proclamaba a gritos que buscaba únicamente lo que yo no podía creer que buscase, de tan esperado y tanto que lo había dado por imposible. ¡Ohh! pero noté, no, ¡no podía ser verdad¡ ¡Sí! …había dejado una mano junto a su culo, que quedaba junto al mío, la había infiltrado aprovechando mi movimiento con la manta. Yo quedé parada, muerta…

Técnicamente casi me tocaba el culo, bueno, el principio del muslo en realidad, y sobre el camisón, que seguía correctamente colocado en su sitio. Pero, para mí, era una pasada. En realidad, nunca me gustan mucho estos juegos, nunca me atrevo a seguir, me cuesta mucho valorar las  intenciones reales, pero la fricción de su pierna en la mia, esa sí, las pieles desnudas, y él movía la suya de nuevo, un movimiento rápido y nervioso, pero tan excitante para mí... Hay que decirlo: estaba oficialmente cachonda otra vez. Una vez más.

Vaya novedad.

Y vaya panorama, porque me daba que me iba a llevar el calentón a ninguna parte, una vez más. Dejé mis manos en mi regazo. Con las piernas estiradas, mientras él seguía tocándome por arriba y por abajo, sutil, pero tocando. Por fin. Tan duro, tan macho. Podía olerle. Podía olerme a mí misma. Podía oler mi coño. Era tan escandaloso aquella vez, que no entendía como ellos no me olían. Falta de experiencia, tal vez. Aunque Pablito bien podía ya ubicar ese olor mío. Carlos me miró, de reojo y no tan de reojo. Ralentizó el frotameinto de su pierna sobre la mía, haciéndolo suave, cadencioso y más fuerte, levemente más fuerte, pero la presión creció. Fue como comprobar que tenía permiso, y avanzar. Yo miraba la tele, con la mirada evidentemente perdida, pero sin poder moverme ni reaccionar. Estiré mis dedos. Subí mi camisón, intentando tirar de los lados, para que la mano de Carlos pudiese llegar a más, intentando que pudiese tocar piel.

Algo debió salir mal, creo que debí tirar de la tela moviendo su mano, o quizas él sintió algo raro y decidió recular, pensando que era rechazado discretamente. Quizás sencillamente no buscaba nada y yo estaba demasiado caliente, y de puro salida imaginaba cosas que no eran. Como debía estar él, y no yo: salida como una adolescente. Pero se supone que yo era la madura, la experimentada, y ellos un par de críos, vírgenes, casi completamente imberbes, desde luego que Pablo por completo imberbe, casi impúber… aunque ya maduro sexualmente. Y ambos con unos de los sexos más brutales y mejor preparados que yo haya conocido, y he conocido muchos: bien dotados y extraordinariamente potentes. Pensando en sus pollas, cuando me quise dar cuenta ya me acariciaba la raja sobre las braguitas, empujando mi dedo dentro, metiendo la tela en mi coño y empapando mi dedo en el flujo que bañaba mis paredes vaginales con profusión, y que había empezado a mojar mis braguitas de nuevo, empastando la mancha reseca que cubría por completo toda esa parte, tanto en el interior como en el exterior. Al ser consciente de que me estaba masturbando sin darme cuenta, reaccioné violentamente, como quien despierta subitamente de un sueño imprevisto e involuntario, dando un manotazo, no muy exagerado, pero más brusco de lo debido.

Mi mano derecha, la que venía de dentro de mi sexo, aterrizó sin querer sobre el duro muslo de Carlos.

Como una piedra o, mejor, como el tronco de un árbol, tan firme, pero cálida, con vida, con fuerza... Tenía que sacar la mano de allí, ¿cómo justificar aquello? le acababa de plantar la mano abierta de lleno en su muslo.

No pude evitarlo, y la cerré, apretando aquella joya con fuerza. Carlos permanecía impasible.

Apreté de nuevo. Más fuerte. Sopesé su dureza. Cubierta de pelo espeso, rizado, suave, cálido. Sudada. No tenía frío en absoluto. Estaba muy caliente. Casi tanto como yo. Carlos se arrellanó en el sofá, y yo empecé a mover la mano, muy despacio. No me retiré, al revés, le acariciaba. Le acariciaba la pierna fuertemente, no suave, sino saboreando su cuerpo, deleitándome con su anatomía.

Y él se dejaba. El me recibía.

Carlos cerró los ojos. Yo seguía, subía y bajaba, despacio, recreándome. ¡¡¡Carlos me estaba dejando meterle mano!!! No podía creérmelo. Estuve así un rato largo. Primero deleitándome. Luego, mucho después, cuando ya la situación me parecía hasta normal, preguntándome hasta dónde más me iba a dejar... Quería averiguarlo, así que seguí moviendo mi mano, pero ya no arriba y abajo, sino sólo hacia arriba, arriba y arriba, arriba y más arriba. Subí directa hacia su entrepierna, hacia su sexo, hacia su polla. Algo había allí que desprendía más calor que aquel infierno al que había decidido vender mi alma hacía ya mucho, de manera definitiva, entregándome al incesto con él. Con Pablo me resistía, pero con Carlos no tenía duda que me entregaría hasta las prácticas más cerdas y perversas sin pensarlo un segundo. Y más entonces, cuando su calor me dejaba claro que ese niño estaba excitado, quizás no tanto como yo, pero sí suficiente como para dejar que su prima le metiera mano, ¡al fin! después de negarle la evidencia dos veces seguidas. Estaba a punto, iba a llegar...

-       …ohhh… - Carlos soltó un leve gemido, apenas audible.

No podía creer que hubiera soltado aquello. Y no pude evitar girar la cabeza. Como temía, me encontré con los ojos de Pablo, duros y fríos. No me cabía duda de que también lo había oído. Carlos seguía con los ojos cerrados, quizás esperando el momento que tanto deseaba, de notar mis largos dedos asomar sin permiso bajo su ropa y llegar a rozar sus testícuos, húmedos de sudor, calientes, trabajando a toda máquina en la producción de ese esperma con el que, quizás, su dueño ya querría honrarme.

Pero Pablo se había dado cuenta de mis movimientos, y su mirada se quedó clavada en el bulto de mi mano junto a la entrepierna de Carlos, vigilante. El bulto "sobre" la entrepierna, o “en” la propia entrepierna, era aún más evidente. Mucho más. Carlos había empezado a empalmarse. Cuando ya lo había dado todo por perdido, estaba poniendo cachondo de veras a mi deseado primo. El hombre, el incorruptible, había caído. Deseé más que nunca antes que Pablo no existiera. Era lo único que me impedía quitar aquella manta y sentarme sobre Carlos, empezar a besarle…

-       ¡Eh! - muy leve igualmente, sonó el quejido de Pablo. Pero suficientemente claro: “yo también quiero”, venía a decir.

Me miró a la cara, enfadado. No pude evitar sonreírle. Yo estaba demasiado feliz, y se me escapaba la alegría por los poros: estaba a punto de conseguirlo. Ahora me toca con él, con su hermano, venía a decirle con esa sonrisa a mi primito menor... Me lo merecía, después de lo que le había dado ya me lo merecía y, sinceramente, esperaba que él se levantase en este momento y nos dejase en paz. Vete a dormir, Pablo, pensé… En realidad era lo menos que podía hacer: me lo debía. Naturalemnte, no lo hizo. En eso creo que nos parecemos. Le puede le sexo. Como a mí. Yo tampoco me habría ido. Allí olía demasiado a animal en celo. A mí.

-       Oye... – Visto que yo no reaccionaba, Pablo habló, y rompió todo el momento.

Carlos dio un respingo y se estiró, abriendo los ojos, asustado. Pablo no le miraba a él, así que consiguió disimular, rojo como un tomate. Mi mano se retiró entonces rápidamente de la entrada a su entrepierna. ¡Mierda! Maldito fuera Pablo. Decidí no sacar la mano de debajo de la manta, no obstante, ya que aquello habría evidenciado que algo había ocurrido que no estaba bien. Habría sido imposble, además, repetir algo así después de ese terrible momento... Así que preferí esconderla entre nuestros cuerpos. Era el lugar más seguro. Sobre la suya. Apretándola, acariciándola, en un gesto de reconocimiento, de complicidad mutua "sí, nos ha pillado, te iba a tocar la polla si no nos hubise parado tu hermano, sí, ha pasado e iba a pasar, sí no lo has imaginado, y yo quería y quiero y sigo queriendo...”

- Creo que... yo también tengo un poco de frío - continuó Pablo, con cara de profunda desconfianza, como sabiendo que estaba siendo engañado.

- ¡Qué dices!, ahora con eso, es que eres tonto... - Carlos empezó a soltar su monumental cabreo. Estaba claro que la interrupción de su hermano le había molestado, y mucho.

- Tranquilo, Carlos... – traté de terciar.

- ¿Pero qué dices? - me increpó - …este niñato...

- No pasa nada...

Yo ya había visto cómo continuar aquello. Era evidente. Sólo tenía que alargar la cosa un poco más, teniendo contento a Pablo –que estaba claro que no iba a irse de allí después de todo- y Carlos terminaría cayendo por su propio peso. Además, había decidido dejar de demonizar a Pablo, no hacía más que culparle de todo, de verle como el único obstáculo para liarme con Carlos, pero lo cierto es que acababa de comprobar que había otros medios todavía para conseguirlo. Los deseos del chiquillo eran más que normales. Además, si yo estaba en ese momento en esas, a punto de tocar por fin lo más íntimo del cuerpo de Carlos, era por lo que habíamos hecho la noche anterior su hermano y yo. Que, repito, estuvo más que bien, y me dio mucho placer, y me hizo entender las posibilidades que tenía, no ya con él, sino con el mayor de los hermanos. Sólo por eso creía que debía de estarle muy agradecida, mucho más de lo que le estaba en ese momento, en lugar de odiarle como me estaba haciendo entonces. Más bien, debería cuidarle un poco. Agradecerle también yo a él…

- Hay manta de sobra -sentencié. Dicho y hecho. Los hermanos no hablaban. Carlos no parecía ser capaz reaccionar. Además, se le notaba intentando disimular su media erección, incómodamente evidente. - Toma - dije, sacando mi mano de entre nuestros cuerpos, y estirándola hacia Pablo.

- Pero, Pablo, ¿no ves que así se le quedan las piernas sin tapar a Laura? -intentó protestar aún Carlos. Su hermano callaba, con los labios apretados, intentando disimular un seco enfado.

- Bueno, si sólo se trata de eso, tiene remedio... podría encoger las piernas claro, aunque estoy tan cansada que me apetece tenerlas estiradas... - puse mi vocecita más tierna - ¿a que a mis primitos no les importa que las estire encima de ellos?  

No esperé a escuchar su respuesta que, por otra parte, tampoco llegó. Creo que no hubieran sido nunca capaces de creerse aquello. Pero sí: giré el cuerpo e, impúdicamente, las pieles desnudas de los tres entraron en contacto. Seguramente sólo nosotros veíamos la impudicia en aquello, sabiendo los pensamientos que había detrás. Ellos, sentados en el sofa, con las piernas desnudas, apoyadas en el suelo, y yo cómodamente tumbada en la tercera plaza, estirando mis piernas, también desnudas, sobre los muslos duros y calientes, más calientes aún que antes, si cabe, de Carlos, y posando mis pies directamente en la entrepierna de Pablo.

Me recoloqué. Piernas y camisón. Es decir, abrí las piernas y subí el camisón. Mi culo quedó al aire, protegido aún por la braguitas, pero libre del camisón. La parte baja de mis nalgas, completmanete al desnudo, ya que no quedaba cubierta por mi ropa interior, contactó piel con piel con el muslo izquierdo de Carlos. Ambos absolutamente impasibles. Y mis pies, como digo, en la entrepierna de su hermanito. Sí, en la entrepierna. No entre las piernas, ni sobre sus muslos. No: en la entrepierna. Desde el primer momento, le empecé a tocar la polla con los pies. No apoyarlos sobre su polla: a tocárselo. Sin disimular ni media. Para qué. Si la noche anterior se la comí y le masturbé varias veces; si la noche anterior le enseñé mi cuerpo entero. Si esa noche quería follarle, y sabía que él quería hacérmelo a mí. Si ambos estábamos calientes. Si él me había pillado a mí yendo a por Carlos, y había reclamado su parte. Si no podía dejar de compensarle. Si estaba tan bueno... y su polla, blanda pero grande, se notaba que empezaba a reaccionar, a aumentar poco a poco todavía mas su tamaño y a endurecerse, mientras mis pies pasaban sobre ella una y otra vez, sin dar lugar a dudas, frotando y palpando, y poniéndole bien cachondo.

Y Carlos, recuperado de la impresion, reaccionó por fin. Su polla reaccionó. Había debido conseguir controlar su erección cuando yo me moví, pero esta nueva situación le era aún más favorable. El contacto era directo, para ambos, continuo y sin necesidad de disimulo. Su polla lo debió de agradecer, porque enseguida la noté empujar contra mi muslo derecho desde el lado. Noté gradecida que él no intentaba hacer el más mínimo movimiento para intentar disimular o para apartar nuestros cuerpos. Era imposible que yo no me diese cuenta de como crecía su cipote, así que estaba claro que eso era precisamente lo que él quería.

Estaba poniendo bien calientes a mis dos primitos. A la vez, por más impensable que me hubiera parecido eso. Me preguntaba cuánto tardaría en empezar a mojar el muslo de Carlos con mis flujos, porque por otra aprte, yo seguía al rojo, y ya no quería parar. Masajeaba también ya sin disimulo lo que ya era la verga de Pablo. Qué agradable era volver a sentírsela. Y entonces, como un mazazo, el paso definito hacia el fin. 

Carlos me plantó las dos manos sobre las piernas. Carlos. No esperaba eso. Y empezó a acariciarme, a tocarme como yo lo hice antes. Tampoco esperaba oírme decir lo que dije:

-       Carlos, ¿te importaría darme un masaje en las piernas? - no quería que Pablo nos detuviese por segundavez, así que decidí hacerlo oficial.

Pablo sabía que para mí los masajes eran sagrados. Aunque a él nunca le había pedido uno en las piernas. Con razón, sólo a muy pocos les he dejado, y es que con nueve de cada diez he acabado luego con su rabo entre mis piernas... Y es que Pablo ya sabía, también, por propia experiencia, cómo podía acabar un masaje con su prima Laura. Lo cierto era también que nunca Carlos me había dado un masaje antes. Pese a lo cual, lo que me estaba haciendo era delicioso, aunque no se esmeraba en el masaje, ni trataba de llegar siquiera a ningún lugar excesivamente comprometido, solamente se esmeraba en recorrer mis piernas, en ir conocoendo cada milimetro de mi piel... 

–      Mmmm, qué gustito... Pablo, si me das tú en los pies ya sería lo más... - del mismo modo, no quería que Carlos se fijase en lo extraños movimientos no identificados sobre el paqute de su hermano, haciendo algún comentario que diera al traste con todo aquello. Así que si Pablo me estaba tocando los pies con mi permiso, podría ocultar nuestro juego también allí abajo.

Al mismo tiempo, conseguía tenerle entretenido a él con aquella pequeña compensación frente al premio gordo que le había tocado a su hermano mayor. No sé por qué me lancé a aquella tontería a dos bandas. Creo que estaba tan convenciada que no podría hacer nada con uno solo de ellos, que sin darme cuenta decidí que la única solucion era o no hacer nada, o hacerlo con los dos. Pero Pablo no estaba para tonterías. Carlos entraba en contacto con mi cuerpo por primera vez, quizás con un cuerpo de mujer por primera vez, e iba con un tiento delicadísimo. Pero Pablo me pareció que debía de haber pasado el día todavía peor que yo. Así que cuando, por fin, me dejé de dar rodeos y volví a mostrarle la misma cara de de puta de la noche anterior, él se lanzó, sin pensar, no sé si por decisión o por incosciencia de la edad, dando el segundo y definitivo paso que nos iba a abrir la puerta del más allá.

Pablo se había sacado el cipote del pantalón, y lo había metido entre mis pies. Me quedé de piedra: estaba calentísimo, suave como siempre, húmedo... Yo aquello no me lo esperaba en absoluto, me quedé cortada, y detuve mis frotamientos, mientras Carlos continuaba sobándome sin piedad, porque sus caricias se estaban volviendo mucho más soeces. Más parecidas a aquellos masajes de piernas con los que mi cuñado me hizo perder la cabeza. Pero el cabrón de Pablito no tenía mis dudas. Tomó mis pies entre sus manos, y empezó a masturbar con ellos su verga. Siguió así hasta que yo, ya tan caliente que no pude evitar hundir mis manos de nuevo en mis coño, le quité el trabajo adicional de encima, y continué por mí misma la agradable labor. Por supuesto su iniciativa me había más que agradado.

Así que su masaje se había convertido en una paja en toda regla con los pies, mientras que su hermano me seguía metiendo mano, y yo me masturbaba ya, claramente, a mí misma. Por fuera de la manta, tres familiares viendo una peli, por dentro, lujuria desbocada, a punto de la explosión final. Que estaba muy cerca, por cierto, como muy cerca estaban las manos de Carlos de mi coño… Quizás por el efecto llamada de las mías propias, que ya estaban dentro. Quizás por los movimientos de mi masturbacion que le arrastraban a él hacia mi, por la humedad y el calor que le atraían. Sentí los dedos de su mano izqueirda tocar mis nudillos, torpemente y, torpemente también, le cogí la mano y le guié, y él se dejó llevar hasta mi entrada...

Mi primo Carlos acababa de poner las yemas de su mano, por primera vez en su corta vida, sobre un sexo de mujer, aunque fuese cubierto por unas bragas que, de tan mojadas ya, poco podían hacer por disimular su sensacion. No perdí ni un segundo en terminar de facilitarle el acercamiento, claro. Aparté mis braguitas con una mano, y con la otra seguí tirando de él. Por fin estaba tocando pelo. Pelo y carne, y líquidos, viscososos y calientes, olorosos: mi olor iba a quedar impregnado en su cuerpo mientra, con la torpeza del principiante, empezaba a tomar contacto por primera vez en su vida con lo más prohibido, lo más escondido, lo siempre oculto, lo nunca totalmente comprendido, lo deseado pero sin duda insoportablemente lejano desde la primera vez que su mente se llenase con la negra imagen de un pubis peludo, siempre sin saber qué hay más allá, como si el sexo fuese el pubis, o el propio pelo, cuando el premio gordo que siempre queda oculto entre las piernas, y sólo puede ser conocido en vivo, en directo, mediante la experimentación más cercana, detenida y atenta.

A pesar de haber jugado con mi propio sexo toda mi vida, desde muuuy joven, no fue hasta la primera vez que comí un coño, a Meri, por supuesto, que pude saber lo que tenemos las mujeres entre las piernas con ciertas dosis de realidad. Una cosa es la teoría y otra... Aunque tuve que hacerlo varias veces para saber todo lo que hoy sé: con Nuria fue cuando logré conocer y comprender la verdad absoluta sobre el sexo femenino, con Lucía adquirí la maestría absoluta, llevada por mi propio deseo de perfección para subirla al cielo a voluntad siempre que quería, y con la Sandra… con ella aprendí incluso los fundamentos técnicos, científicos y anatómicos que me hicieron alcanzar la excelencia. También con ella aprendí todo lo que nunca supe realmente sobre el sexo masculino, tuvimos muchos ayudantes en tan ardua tarea, lo que nos permitió, además, tener una idea bastante real de lo que se mueve, en la media y en los extremos, entre las piernas masculinas...

Pero hablaba ahora del coño: no hay mejor manera de conocerlo de verdad que bucear, hundir la cara en eso, con los ojos bien abiertos, oliendo, chupando, probando y tocando con la lengua y los labios, metiendo las narices hasta el fondo, ayudándose de los dedos, pero más que nada para ver y llegar más lejos, más hondo. Después de comer un coño nunca vuelves a tocarlo igual. Sin embargo, siempre hay algo especial en un tío que te toca por primera vez (las tías siempre se han tocado antes a si mismas, así que esa magia se pierde, para bien y para mal). Increíblememnte, mi primo tenía algo inesperado en esas manos, unas manos con dedos de oro... Vale que yo estaba hiperlubricada, pero también increíblemente sensible debido a mi grado sumo de excitación sexual. El clítoris se me había salido, de hecho aunque todavía no se había detenido en él ni un segundo, lo tenía tan grande que sus dedos tropezaban una y otra vez con él. Tambien los labios estaban exageradamente hinchados, y allí era donde sus dedos se entretenían en ese instante, recorriéndolos y acariciándolos, explorando sus pliegues, con una minuciosidad tal que nunca nadie había dedicado a esa parte de mi anatomía. Bueno, salvo quizás Guille, al menos con su lengua seguro que sí, podía pasarse horas con la boca y la nariz allí dentro, más de una vez tuve que sacarle después de dejarme insensible a base de chupar y comer sin pausa, y de provocarme un orgasmo tras otro durante minutos, o quizás horas, tengo recuerdos de lo que podía ser una eternidad saltando de éxtasis en éxtasis, de manera que al final ya mi cuerpo agotado no era capaz de distinguir la realidad de lo imaginado, el placer y el dolor, el agotamiento y la explosión del orgasmo... Aunque eso es algo que ya prefiero olvidar, pues temo que nunca volverá, y es una pena...

Mejor pensar cosas bonitas: como que mi virginal primito me estaba metiendo mano con una habilidad pasmosa, consiguiendo lo que muchos no conseguían en una vida: poner a una tía al borde del orgasmo en cuestión de segundos y, con muy pocos medios, elevar de tal manera la excitación sexual de su pareja como para dejarla rendida y dispuesta a entregarse y dejarse a hacer todo... normalmente, hay que estar muy predispuesta, de una u otra manera, a llegar a estos extremos. En este caso, desde luego que yo lo estaba. El morbo de haber acabado siendo sobada por Carlos y no por Pablo, como había previsto, multiplicaba la excitación, claro. Pero es que además, de manera imprevista, se había generado un inesperado trío que, pese a su difícil solución, resultaba altamente excitante.

Porque Carlos no dejaba de avanzar, viendo lo receptiva que estaba yo a dejarme sobar y hurgar en mi prohibido felpudo con tanta facilidad... seguro que llevaba años pensado lo enormemente difícil que sería conseguir algo así, ayer mismo mostraba su frustración ante el rechazo sexual de su novia, o exnovia, lo que fuera, en fin ella se lo perdía… y ahora, era todo tan fácil con su prima, y pensar que habíamos estado tan cerca toda la vida, ¿quién le iba a decir que en mí estaba la solución a sus traumáticos deseos sin respuesta y sin futuro...? Y yo no sólo no decía nada ante su atrevimiento, sino que era yo quien le había llevado hasta allí, y me dejaba y me entregaba, y daba visibles muestras de agradecimeinto ante el placer que me estaba dando, y Carlos parecía no salir de su asombro. Supuse que no sólo por lo que estaba haciendo en sí, sino comprobando la repercusión que veía que estaban teniendo en mí sus caricias: se daba cuenta de que, por increíble que pudiera resultarle, yo parecía estar disfrutando con sus operaciones, aún más incluso que lo que él lo estaba haciendo...

Sí, porque mis muslos, desnudos sobre los suyos, manteniendo siempre el contacto carne con carne, sudando los dos bajo la manta, resbalando nuestros cuerpos como los de dos amantes bien lubricados, hacía rato que buscaban el contacto directo con su paquete, que no me había costado encontrar, monumental e hiperdesarrollado, un apretado bulto que podría reventar su ropa de seguir creciendo por el camino que llevaba. Y lo podía sentir sin impedimentos con mi muslo derecho, también desnudo claro, recorrido a su vez por la mano derecha de Carlos, todavía libre, multiplicando la sensación de placer. Porque mi coño tambien desbordaba, palpitaba bajo sus dedos como su polla estaba palpitando en mi pierna. Y a mí el corazón se me había subido a la boca y luchaba por salírseme igual que su verga empalmándose quería salir de sus calzones y resobarse sobre mis muslos desnudos. Tal como su mano estaba ya haciendo, recorriéndome frenéticamente, en unos movimientos que eran ya imposibles de disimular.

Porque yo me retorcía, jadeaba sin disimulo y culeaba, buscando obligarle de una vez a una penetración que sus dedos parecían obstinados en retrasar, involuntariamente seguro, por puro deleite con lo que ya tenían, o quizás por desconocimiento, miedo… pero a mí eso no hacía sino multiplicarme la sensación de ansiedad con una precisión que nadie hubiese sido capaz de conseguir intencionadamente. Ni siquiera Nurita había llegado jamás a algo así, con lo que a ella le gusta jugar estirando el deseo ajeno a la hora de follar...

Claro, yo mientras me había desmadrado ya en mi masturbación a Pablo que, no había más que verle, había perdido todo contacto con la realidad: se dajaba hacer, después de sacarse toda la chorra completamente erecta, tiesa y dura como un palo, empalmado al máximo desde el principio. Y es que él se ponía bruto de golpe, como le pasaba siempre a Guille, sin esa progresividad parsimoniosade su hermano… aunque hay que decir que para hinchar el pollón de Carlos debe hacer falta mucho, litros de sangre que sólo puede mover una excitación enorme, más que todo esto, siendo necesario el contacto directo, para empezar… por eso fantaseaba con alargar la mano, seguro que se dejaría hacer si yo...

¡Zas! De pronto, todo cambió, se aceleró, se desbordó… ¡Carlos había encontrado mi clítoris! “¡Para!” pensé, tragándome mis palabras. ¡Noooo! Me lo apretó varias veces, intentando descubrir qué demonios era aquello, y me hizo algo que sólo una persona, con auténtica fijación por mi cuerpo y por mi sexo ha llegado a hacer, (hablo de Guille, como siempre, claro, entre las miles de cosas insólitas que él llegó a hacerme y sólo él quiso llegar a hacerme, aunque luego yo intentara siempre - y, aveces, lo consiguiera - replicarlas con la Sandra y otras personas, aunque Sandra siempre era la más receptiva, le gustaba que yo tratara de ir siempre más lejos, y siempre acababa jugando conmigo luego igual que yo hacía con ella, siempre copiando a Guille las dos), pero en ese momento Carlos había llegado por sí mismo, en su primer contacto con mi clítoris, con un clítoris en realidad, con un coño de mujer (aqunque no uno cualquiera, cierto, ya que tenía el clítoris completamente emplamado, casi con el tamaño de un  pequeño dedo meñique). Y Carlos, igual que le gustaba hacer a Guille, lo sujetó entre dos de sus dedos y empezó a masturbármelo, como podía haber hecho con su polla, muchos años atrás, muchímos, cuando sea que pudiera haber sido así de pequeña, si es que alguna vez lo había sido su enorme tranca, explorándolo como un juguete nuevo extraño…

Pero mi clítoris no era un juguete, ni mucho menos, y tocarlo de aquella manera tenía sus consecuencias, y yo empecé a gritar, tal cual, ni gemidos ni jadeos, ¡gritos de placer desbocado!, y él me miró alarmado, y miró a Pablo, pero Pablo no prestaba atención, extrañamente para Carlos, tenía los ojos cerrados, como si durmiese, pero no dormia en absoluto… qué dura la tenía el muy animal, me había cogido fuertemente los pies entre sus manos para masturbarsea directamente él con ellos, es decir, mis pies manejados por sus manos era lo que usaba para machacarse el miembro con tan brutal dedicación, pero eso lo notaba yo debajo de la manta, porque por fuera él sólo aparentaba un sueño agitado, con la cabeza apoyada en el sofá. Pero la manta se movía con violencia arriba y abajo, y hacia los lados.

Y Carlos eso también lo estaba viendo, mientras su propia mano estaba revolviendo también la manta por el otro lado, en cada pasada que hacía por mis muslos, buscando el rincón prohibido donde tenía la otra enterrada ya en mi sexo... y que me hacía gritar como una perra, cada vez más enloquecida. Tenía que parar aquello, por más que me doliera, pero estaba a punto de perder el control. Así que, en lugar de ir a por su polla, fui a por su mano, la que ocupada en mi clítoris y que, con un ritmo cada vez más desenfrenado en su masturbación, amenazaba con hacerme correr pero ya, por mucho que eso me asombrara. Adenás, necesitaba también distraerle de la polla de su hermano, que se movía en la enorme tienda de campaña que formaba en la manta a su derecha, en un bulto saltarín que no podían ser sólo mis pies. Y otra cosa necesitaba, además. Quería, deseaba hacer lo que hice: coger su dedo y enterrarlo en mi vagina, consiguiendo la primera penetración que Carlos me iba a hacer en su vida.

¡Por fin!

Por fin mi primo estaba ya dentro de mí.

-       Carlos... -dije en voz alta, pero Pablo no reaccionó, ni tampoco Carlos, que se había concentrado en aquella nueva y descomunal experiencia.

Estaba dentro de mi coño, me estaba tocando. por dentro... una increíble sensación de intimidad absoluta con su prima Laura, inaudito, impensable, imposible... pero si para él la experiencia podía ser excitante emocionalmente, para mí la excitación era carnalmente física, mi vagina empezó a convulsionar con espasmódicos estertores al sentir ese dedo largo y caliente empezar a hurgarme por dentro, desnortado y sin rumbo, pero con una sensibilidad alucinante o, simplemente, es que yo estaba tan cachonda que me podían haber follado con una escoba y me hubiera dado el mismo placer… Igual daba, me estaba deshaciendo, literalmente, notaba como el moco manaba espeso por todas mis aberturas, lo que no dejaba de contribuir a que Carlos entrara y saliera, y se moviera dentro de mí, con la mayor de las facilidades, pues la lubricación máxima pronto terminó por ordenar sus movimientos de la manera más natural, en una follada cada vez más controlada y dirigida, cada vez más amplia y profunda… que me hacía ya mugir descontrolada, como la cerda en celo que era:

- ¡Ahhhhh ahhhh! - mis gemidos eran imposibles de ocultar, claro, pero es que no tenía sentido ya ocultar nada, me estaba empezando a venir por los manejos de Carlos, así que él menos que nadie iba a ser quien me echara nada en cara, y menos aún Pablo, su propio hermano, también al borde del orgasmo gracias a la paja que yo misma le estaba haciendo con los pies… De hecho, también Pablito jadeaba de una extraña manera, con una especie de rugido contenido, que tenía ya ese ritmo y esa cadencia propia del sexo en estado avanzado....

- ¡Aaahhhhhh! ¡ahhhhhhh! -gemía yo

- ¡Gggmmmmg! ¡ggrmmmm! ¡ahmmgmm! -la cara de Pablo se contraía en espasmos.

Y el dedo de Carlos, sólo uno, ese dedo corazón suyo, uno pero enormemente largo, me hurgaba las entrañas, me retorcía la carne de toda mi vagina, en toda su longitud. Había entrado con la palma de la mano hacia abajo, lo que agradecí pues asi tampoco tenía mucho juego, ni fácil acceso al punto G –en nuestra postura, de haber entrado con la palma hacia arriba, habría tenido muchas papeletas para encontrármelo, aunque no supiera nada, ni remotamente, de su existencia. Aunque yo estaba realmente excitada en esos momentos, lo suficiente como para no necesitar mayores virtuosismos de la mano de un joven principiante... Mi calentura era tan desenfrenada que hasta los mecanismos más simples me volvían sencillamente loca. No necesito repetir más veces que llevaba semanas sin que nadie, nadie (más allá de yo misma) se dignara a ponerme la mano encima. Semanas sin buen sexo, meses sin sexo, sencillamente. Semanas de locura. Me había hecho pajas gloriosas, pero estaba literalmente hasta los ovarios de tener que satisfacerme a mí misma. Lo más parecido al sexo que había tenido, lo mejor, de lejos, había sido Pablo la noche anterior.

Y por fin Carlos estaba dentro de mí. Así, tan fácil. Por fin alguien dentro, nada de jugar con mis tetas, o de darme besitos, ni siquiera jugar con mi coño. Me estaba follando, ¡follando por fin!, aunque fuera con un dedo. Eso bastaba. Carlos. Además, él. No sería capaz en una vida de describir la intensidad del deseo que había llegado a sentir aquella noche y aquella mañana por mi primo. Algo irracional, inexplicable, que sólo podía obedecer a la desesperación que me producía un período de sequía tan prolongado. Y ahora le tenía dentro… Mmmmmm… Además, que no lo hacía nada mal, el chiquillo. He estado con montones de principiantes, y jamás habían sido tan buenos. Es que me pasaba como con Pablo, que notaba en él una cierta habilidad natural para darme placer, aunque Carlos se demostraba más torpe, de puro nerviosismo. Pero también era cierto que le tenía que haber costado infinitamente más que a su hermano llegar hasta aquí. En una situación infinitamente más comprometida, además, puesto que él aún no sabía lo que Pablo y yo estábamos haciendo, así que debía estar temiendo todo el rato la posibilidad de ser descubierto. Y, a pesar de todo, me tenía ya por el décimo cielo, al menos…

Carlos aprovechaba sus otros dedos, los que no estaban dentro de mí, y que habían quedado sobre mi pubis, para tocarme el chocho a placer, recorriendo y explorando mi anatomía. Igual que su hermano aquella madrugada, se deleitaba enredándose en mi pelo, acariciando y rascándome el pubis. Eso sin dejar nunca de hacer lo más obvio, ese mete saca que, por muy principiante que seas, sabes que antes o después tendrás que hacer dentro de un coño. Comenzó casi obligado por los movimientos de mi propia vagina, que temblaba de tal forma que arrastraba inexorable a su dedo, empapado en mi humedad pringosa hasta tal punto que casi parecía a veces que no había fricción entre nuestros cuerpos. Pero, cuando eso pasaba, él tenía la destreza suficiente para aumentar el contacto, moviéndose dentro de mí lo bastante rápido y fuerte. Es decir, mucho más de lo que cualquier novato haría, incluso mucho más que muchos no novatos, incapaces de distinguir cuándo necesitaban hacerse sentir más fuerte o cuándo debían ir con más tiento...

Carlos me follaba, por el contrario, con una precisión intachable. Y, como respuesta a sus deliciosos cuidados, mi cuerpo rugía pidiendo guerra, ante lo cual Carlos acabó de desatarse, soltando su timidez. Por lo menos en su mano, que pasó a machacarme el coño con exquisita saña. Su dedo me penetraba una y otra vez, y el ritmo se hacía más salvaje en cada arremetida. Ya he dicho que tiene unos dedos larguísimos, como todo en él, - y no me refiero solo a la polla, sino a que él mismo es alto, y lo parece aún más por su físico esbelto aunque fuerte... ¡como su polla! Jijiji. Así que le sentía llegarme hasta el útero con el dedazo que me estaba haciendo. Con esa habilidad sexual innata de los dos hermanitos, demostró una maña especial que le hacía girar el dedo de una curiosa manera, a modo de hélice, que iba rebañando las paredes de mi vagina mientras no dejaba de taladrarme el coño. La sensacion era sublime, y había entrado en una dinámica creciente que dudaba mucho que pudiese contener por demasiado tiempo más, además de que tampoco lo quería. Necesitaba taaaanto correrme con algo dentro que no fuese un dedo mío... Desde luego, no estaba pensando en ocultarlo.

Sabía que habría un momento complicado en la transición de aquella especie de semi ocultación de nuestros actos, hasta el sexo abierto, el trío directo y, seguro, salvaje con los dos hermanos. Pero eso se solucionaría a su tiempo, y me jugaba el cuello a que lo haría de manera natural y sencilla, por sí solo: tenía mucha noche por delante, pero ese inicio estaba siendo perfecto, y un orgasmo en ese momento sólo contribuiría a abrirnos el apetito. A Carlos le desquiciaría hasta el límite de necesitar descargar inmediatamente su pollón. A su hermano, por contra, tenía la posibilidad de dejarle momentáneamente fuera de combate si conseguía hacerle eyacular en el momento preciso. De manera que la salida más lógica en el momento en que Pablo y yo nos corriésemos sería que yo fuese follada por Carlos. Y, si luego Pablito se recuperaba y no había más remedio que incorporarle a la fiesta, aún viendo a las crudas que aquello era entre su hermano y yo, pues mira, tanto mejor. Ahora me puede parecer una locura el haber pensado así, que aquello podía ser tan fácil. Pero puedo asegurar que entonces, sin duda influida por mi excitación desatada, estaba convencida de que era la única secuencia lógica posible para que una situación tan demencial como aquella pudiera evolucionar. En resumen, que por convicción o por el más simple y vulgar de los deseos, me dejé hacer, y cada embate me ponía un poco más cerca del cielo. A pesar de todo, mi cuerpo curtido en mil orgías estaba ya muy hecho a estos ataques, y todavía conseguí contenerme un poco más cuando llegué a ese punto en el que tiempo atrás me hubiese corrido sin remedio.

Carlos me había puesto a las puertas del orgasmo, cabalgando enloquecida por una meseta desierta camino del precipicio. Sin embargo, él tenía más ganas o más pericia de lo que me esperaba y, cuando yo más pensaba que podría controlar un poco más la situación, sobre todo al comprobar que Pablito aún no daba signos claros de estar cerca de la corrida, su dedo me espoleó de manera inesperada en mi carrera, por más que yo intentara refrenarla, siquiera levemente. Y, ciertamente cuando menos lo esperaba, empecé a reventar de una manera contenida, pero con una violencia que me hizo perder la cabeza por momentos. Cuando me quise dar cuenta, gritaba a voces, como una perra, y me había abierto el camison sacándome las tetas, duras y empitonadisimas, que me empecé a magrear a dos manos con toda mi alma. Al ver aquello, Carlos, sin dejar de hurgarme y de empujarme hacia el abismo sin piedad ninguna, se me quedó mirando al mismo tiempo, con la expresión idiotizada de quien no había visto un pecho de mujer desnudo ante su cara en toda su puta vida, con la expresión de ese chiquillo virgen y absolutamente ignorante del sexo… a pesar de que estaba acabando conmigo de manera literal. Aquella cara, no obstante, me volvía loca, tan incréduo, tan asombrado de lo que yo hacía, de lo que él mismo estaba comprobando que era capaz de hacer, capaz de hacerme, a mí, a su prima del alma…. al igual que me volvían también loca sus actos, claro, esa entrega con la que me estaba masturbando y que me demostraba una devoción absoluta por mi cuerpo....

- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAHAAA Carloscarloscarlos!!!!!!!!! - ¡¡me estaba llegando, me estaba llegando!!

- ¡Laura! ¡Laura! ¡Laura! ¡Laura! – Pero no era el hermano mayor quién gritaba mi nombre. Cuando yo ya nada podía hacer para disimular mi nivel externo de excitación, comprobé que mi primo Pablo me había superado completamente. Le noté temblar en mis pies. Pensé que se corría. Sin duda era así, pero en realidad me estaba apartando, como intentando evitar la eyaculacion que debía estar ya preparada para salir a presión por su chorra tiesa. Pero no se me podía escapar, no quería dejar escapar el morbazo de sentirle otra vez corriéndose a mares, empapando la manta que le cubría a él, a su hermano y a mí, mientras Carlos terminaba de lanzarme por el precipico de mi propia corrida. Porque yo ya estaba en el borde mismo del final, y no tenía ya nada donde  poder agarrarme.

Pero entonces, súbitamente, Carlos paró. El grito de Pablo le obligó a volver a centrar su atención en su hermanito, Detuvo mi masturbación en seco, aunque sin sacar su dedo de mi interior, no obstante. La quietud bajo nuestro lado de la manta, ya que la mano que estaba recorriendo mis piernas también había dejado de moverse, contrastaba con la que ocultaba la entrepierna de Pablo, donde se veía una lucha frenética en torno a la desproporcionada tienda de campaña apuntalada por la verga de mi primo. La verga de Carlos, por otra parte,  palpitaba violentamente golpeando mi pierna desde su prisión de tela, de tal manera que parecía que el que se estaba corriendo era él, por los estertores de su polla. Pero no era así, Carlos estaba repentinamente sereno. O cabreado, no hubiera sabido qué decir. Yo debería haber parado con mis pies, claro, eso hubiera sido lo más sensato. Pero es que estaba tan cachonda… y como sabía que Pablo estaba a punto de correrse, y... 

- ¡Joder Pablo, ya está bien! ¿Qué coño haces hermanito?

Debí de haber supuesto que, antes o después se daría cuenta y, antes o después, acabaría por hacer algo así. Su mano derecha se revolvió dentro de la manta, tirando del extemo que cubria a su hermano con brusquedad. Allí fue imposible ocultar nada, claro. La descomunal verga de Pablo no habría habido manera humana de esconderla en ninguna parte… más allá de enterrarla en un coño grande y caliente, claro. Como el mío. Pero es que yo tampoco tuve manera de disimular lo que estaba haciendo en esa verga con mis pies, retorcidos en torno a la parte más intima de la anatomía de mi primito. Carlos clavaba atónito la vista en aquel trozo de carne, tan duro y tenso, visiblemente excitado a juzgar por su tensión palpitante y su elevado grado de humedad: totalmente empapado de sudor y de presemen, que no cesaba de salirle a Pablo de su muy hinchado capullo, totalmente libre de su prepucio, con el orificio muy abierto, boqueando como un pez mientras escupía sin freno ese líquido transparente y viscoso, que hasta yo podía oler desde mi sitio. O quizás estaba oliendo a Carlos. O a mi propio sexo. En realidad, el olor del sudor y del sexo de los tres se mezclaba en esos momentos en el salón de mis tíos... 

- ¡Pero que coño estáis....! - Pablo no dejó terminar a Carlos:

- ¡¡¡Mira Pablo!!! – le gritó, señalándome histérico. Yo me había quedado en medio de mi incipiente orgasmo, con las tetas desnudas entre las manos, sin dejar de meneármelas, y con la cara desencajada de placer...

- Laura... - Pablo se levantó bruscamente. 

- ¡¡¡Pablo!!! - Carlos le llamó.

La polla de Pablo, totalmente tiesa, se meneaba en espasmódicos temblores, como un péndulo oscilando en horizontal, casi perpendicular al joven cuerpo de mi primo. Carlos me volvió a mirar: su cara demostraba el mayor de los asombros junto a una completa indecisión, mientras yo seguía masajeando mis tetas, desde luego que ya sin vergüenza ni pudor alguno. ¿Qué más me podía importar ya que me hubiese vuelto a pillar metiendo mano y masturbando a su hermano, si él todavía tenía su dedo dentro de mi coño? Sólo deseaba que no se cortase justo entonces, que tras la desbandada de Pablo no le diese por salir de mí y marcharse... pero no podía, no podía ser, porque notaba su propia polla también dura y palpitante golpeando contra mi muslo, en plena fase ascendente de su excitación, y si no había pasado ya el punto de no retorno al descubrir la situación extrema que estaba viviendo con su prima y con su hermano, si eso no había acabado ya con él, sin duda le pondría al límite en cuestión de segundos.

Y, efectivamente, empezó a mirar de hito en hito mis tetas y la verga de su hermano, y su respiración, la única que hasta ahora se había controlado, se empezó a convertir en un jadeo. Parecía que tener ese enorme miembro masculino, completamente erecto, en plena apoteosis, ni más ni menos que enganchado al radiante cuerpo de su hermano pequeño, y que parecía a punto para soltar toda su carga sobre él, casi le estaba causando más impresión que tener mis berzas a su entera disposición, jugosas y sudorosas para su vista y, evidentemente, también para su tacto en cuanto así lo desease. Quizás no era para menos: el falo erecto de Pablo, exhibido en toda su magnitud y en su mayor esplendor resultaba insoportablemente excitante. Bien, si los tres estábamos tan cachondos, no había marcha atrás. No sabía cómo salir de aquélla, pero evidenetemente el único camino era hacia delante.

- Carlos... sigueeee por favor, no pares.... - le supliqué, poniendo mi mejor voz de zorra caliente... Y con ello conseguí que Carlos se concentrara otra vez en mí, babeando mientras miraba mis tetas con cara de salido. - Puedes tocármelas si quieres... - Su dedo comenzó otra vez su baile en mi interior, poniendo a tope mi temperatura, nuevamente...

- Serás puta, Laura...