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Euforia

en MicroRelatos

Tan solo habían pasado dos horas desde que había llegado al piso de Dani, desde desde la estación de Sants y ya lo sabía de memoria. Yo y todos los vecinos del PobleNou.

 

  • Es la nueva discoteca de moda en Barcelona, Miguelito.. La gente no para de hablar de ella, dicen que es totalmente distinta a todo lo que hemos visto antes. Un rollo más Europeo, como Berlín..., dúchate que tenemos que ser los primeros. ¡Voy a pedir el taxi!

 

Así lo hice. Lo que prometía iba a ser un finde de descanso y relajación, se había convertido en cuestión de minutos en algo completamente opuesto. Por otro lado era de esperar. Pensar que Dani cumpliría con lo pactado, era engañarse. De hecho, hubiera ocurrido por primera vez en los más de 15 años que lo conozco.

 

  • Déjenos aquí.

 

El taxi paró justo enfrente de aquella discoteca. Era una puerta grande, de unos dos metros de alto, gris pero coloreada de rojo por las múltiples luces que apuntaban hacia ella.

 

Nos colocamos al final de la fila. Mientras Dani me hablaba sonriendo de la emoción, yo contemplaba la excéntrica forma de vestir de la mayoría de la gente. Y no era lo único raro.

En cuestión de segundos llegamos a la puerta.  Una azafata morena y un portero nos esperaban.

 

  • Hola chicos, ¿cómo estáis? Bienvenidos a Euforia.

Por cuestiones de seguridad, el acceso no está permitido a todas las personas.

Eso significa que os haremos una pregunta a casa uno a continuación y en función de lo que contesteis, estaréis en disposición o no de pasar a nuestras instalaciones. Así mismo, en el caso de daros el visto bueno, no habrá marcha atrás. No podréis salir hasta que la noche concluya. ¿Está claro?

 

  • Clarisimo - respondíó Dani. Pasa tu primero, anda. Qué para algo eres el invitado.

 

La azafata me invitó a acompañarla al Hall, del mismo color rojo intenso que la entrada. Ya dentro, pasamos a una pequeña sala amarilla. Al mirar atrás, vi como Dani pasaba, esta vez con una chica de rasgos asiáticos, a un cuarto de color azul.

 

  • Muy bien, ¿preparado? aquí va la pregunta... procura ser sincero. ¿Eres feliz?

 

¿Qué tipo de pregunta era esa? ¿En serio este era el requisito para entrar en una Discoteca? Miré a la azafata, que me observaba fijamente esperando una respuesta.

 

  • Siendo sincero, supongo que no. Quiero decir, todo depende de lo que sea la felicidad para una persona, pero en mi caso… hay cosas en las que llevo tiempo estancado y de las que no consigo salir. Rara vez no tengo problemas… siendo sincero, mi respuesta es No.

 

La azafata asintió levemente.

 

  • Muy bien, entonces estás dentro. Ahora ya puedes disfrutar de los encantos de Euforia.

 

Antes de volver hacia la entrada, se giró para decirme una última cosa.

 

  • ¡Ah!, tu compañero no ha conseguido pasar, pero tranquilo, no creo que lo eches de menos.

 

Desapareció. Ella, y también Dani. Básicamente, me encontraba en el interior de una discoteca, si es que podía llamarse así, con un mar de dudas como no había tenido nunca. A pesar de ello, empecé a caminar. A fin de cuentas, tampoco me quedaban más opciones. Ojalá que la noche fuera llevadera.

 

Avancé por un largo corredor de color amarillo, un minuto más o menos, sin encontrar a nadie por el camino, hasta llegar a un espacio abierto y circular. Lo que vi, fue aún más extraño. En el medio de la sala, había una única silla para sentarse, pero esta era de lavado, como las que se encuentran normalmente en las peluquerías.

 

  • Parece que no soy el único que piensa que necesito un corte de pelo.

 

Nervioso, miré a mi alrededor. No había mucha luz y me estaba entrando un poco de acojone.

Y eso se tradujo en una risa estúpida.

 

  • Bueno, si todo el mundo quiere que me lo corte, entonces lo haré. ¿Alguien puede ayudarme?

 

...

 

  • Yo puedo.

 

Lenta y repentinamente, una figura emergió desde la oscuridad. Era una chica joven de cabello negro y ojos verdes. Llevaba una bata blanca, con unas tijeras que colgaban de ella y un escote… y en su tobillo, un pequeño tatuaje azul.

 

  • Puede sentarse en la silla, caballero. Ya que lo ha pedido, empezaremos con el lavado.

 

Perplejo, decidí sentarme con la cabeza hacia atrás y los ojos abiertos. Por muy buena pinta que tuviera aquella chica, no terminaba de convencerme que llevara aquellas tijeras.

 

  • Relájese, por favor. Dígame si el agua está a la temperatura que le gusta.

 

Cerré los ojos mientras el agua cambiaba de más fría, a caliente, a templada.

 

  • Perfecta, si.

  • Muy bien. Disfrute entonces.

 

El agua cubría mi pelo. Empecé a estar agusto, poco a poco, aunque por alguna razón, el masaje tardaba a comenzar. Cuando abrí los ojos encontré la respuesta. Me di cuenta de que aquella chica estaba frente a mi, más concretamente entre mis piernas y yo...yo no tenía pantalones.

 

  • Pero… ¿quién eres tú?

  • Puedes llamarme Mara…

 

Mara comenzó a lamer mi pene de arriba a abajo, primero lento y luego más fuerte. Jugueteaba con su lengua sobre mi glande y sonreía.

 

  • ¿Sabes?...tienes una polla muy rica y voy a sacarte hasta la última gota.

 

Me miraba con aquellos ojos negros... Parecía un ángel predestinado a hacer el mal.

Cogía mi polla y se daba golpes en la cara. Y luego seguía lamiendo, como si no quisiera parar nunca de hacerlo.

 

  • Mara , yo…

 

Metió mi pene hasta el fondo de su boca, casi tocando con su garganta. Y no paraba…

 

  • Dámela toda, venga. Así…

 

No dure más de 2 minutos. No porque yo no quise, si no porque Mara y sus ojos no me dejaron. Me corrí entero en su boca, mientras ella me miraba fijamente.

 

  • Hmmm...Muy bien, si. Ahora dime…¿Eres feliz?

  • Creo… Si. Ahora si.

  • Espero entonces que guardes un buen recuerdo de Euforia. Adios.

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