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La Libertad_09

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LIBRO 1. APERTURA. CAPÍTULO II. SEGUNDO DÍA

aire de tormenta

El día estaba radiante de luz, en comparación con el ambiente oscuro y opresivo que había terminado por agobiarme en la casa. Por lo demás, el agobio ambiental me acompañó aún en el exterior, ya que el aire bochornoso y pesado en el que me había sentido encerrada las últimas horas -y solo al pisar la calle fui consciente de ello- se manifestaba en un tiempo insoportablemente caluroso y húmedo, pegajoso, que presagiaba la peor de las tormentas. Aunque las nubes eran blancas todavía, claras y deshilachadas.

Eché a andar. No sé. Quizás ese presagio de tormenta lo llevaba yo dentro, únicamente: Carlos me había rechazado dos veces. Dos. Y no se puede decir que yo hubiera estado poco clara en mis intenciones. Aún si tuviéramos en cuenta la inexperiencia de mi primo, hasta un ciego se habría dado cuenta de que le estaba pidiendo sexo a gritos. Intentaba convencerme de que, seguramente, había oído llegar a Pablo, y se había puesto nervioso mientras desayunaba conmigo en la cocina. O, simplemente, quería evitar quedar en evidencia delante de Pablo, de la manera en que Pablo había quedado ya la noche anterior delante de él. O no quería ponerme en evidencia a mí. O una mezcla de todo.

Pero lo cierto era que no había demostrado el menor indicio de querer intentar algo... A no ser por su cara absolutamente absorbida por lo que yo le estaba enseñando en esos momentos. Y por su pene creciendo en el pantalón, claro. ¿No era aquello para dudar, para no entender sus intenciones, sus deseos? Aunque una cosa era que le hubiera puesto brutísimo, y otra que fuera a querer realmente hacer algo conmigo. Y eso por la mañana, que el rechazo de la noche… ¡El de la noche fue aún peor! ¿Timidez? Bueno, yo misma no me he caracterizado nunca por ser una lanzada, y seguramente haya perdido un tiempo precioso por eso más de una vez (miles, más bien). Pero creo que, a pesar de eso, jamás he dejado pasar una oportunidad, y menos así de videntes. Aunque haya sido tarde he cogido todos los trenes que han pasado por delante de mí. Porque a todos ellos, en algún momento, me he querido subir. Incluyendo muchos que, seguramente, no debería haber cogido…

Y de repente, resulta que Carlos, todo un macho recién salido de la pubertad, “salido” por definición, viviendo su momento de plenitud sexual (y, para colmo, virgen, y sin demasiadas expectativas de dejar de serlo en breve) se permitía el lujo de rechazarme así… ¡dos veces seguidas! Bueno, tampoco debía dejar que mi enfado me superase, cierto. Pero me reconcomía la duda de si era miedo, moral, dudas o… simplemente, falta de interés. No podría soportar haber hecho el ridículo y que él pensara que yo, sencillamente, no merecía la pena. Menos aún cuando él a mí me ponía tanto.

Aunque esa erección tan brutal quería decir algo. Además de sus pajas… No, tenían que ser dudas, miedo… Y eso tenía que ser salvable, pero estaba convencida de que aquella iba a ser mi única oportunidad para… Al fin y al cabo, en realidad dudaba mucho que fuera capaz de mantenerse virgen durante mucho tiempo. Y es que aunque quisiera, estaba demasiado apetitoso. Sólo su timidez patológica le podía haber salvado hasta ese día de haber hecho el amor ya. Pero también era verdad que ya no era tan tímido como solía ser. Y que estaba bueno, francamente bueno, joder, tenía cuerpazo. Y con esa polla. Maldije el momento en que se la vi. Los momentos. ¿Absurdos accidentes? Puede, pero la vi, y ya no era capaz de sacármela de la cabeza. En realidad, no conseguí dejar de pensar en no sacarla de mi boca. O de mi culo. O de mi coño. 

Maldito niñato. Tenía que reconocerlo, me había empollado de él.

Estaba atontada, inmóvil, delante de casa de mis tíos. Babeando por un crío infinitamente menor que yo. En todos los sentidos. Que se suponía que, para pequeño, Pablo. Pero, en cambio, con él ya me había liado. Varias veces, para colmo. Una y otra vez. Lo hice, y lo volví a hacer después. Y tuve que cortarme para no acabar aún peor. Su primera corrida. Le había provocado su primera corrida. Y la segunda, y la tercera... y a punto estuve de desvirgarle. Una mojadita de coño, solo. No llegamos a hacerlo, no… Por poco. Por muy poco.  No podía evitarlo, pero Pablo me parecía a pesar de todo, mucho más hombre que Carlos. El hermano mayor tenía cuerpo de hombre, pero era un niño. Pablo, en cambio, sabía lo que quería, e iba a por ello. Y eso siempre ha sido algo que me pone, y mucho.

Y si no llega a ser por su hermano mayor, ayer se la hubiera comido. Y no creo que me hubiese arrepentido, vaya verga... de hecho, me costó no hacerlo luego, por la noche, me hubiese gustado tanto catarla como es debido, tan caliente, tan increíblemente duraaaa. Si no es por Carlos acabamos follando fijo. ¿Sería verdad que me había follado la boca mientras dormía? Y su semen, me había parecido tan rico... mmm aunque reconozco que comparado con el de Carlos... ¡Maldito Carlos!

Malditos hermanos. Tenía claro que, con cualquiera de los dos a solas, no hubiese tenido problema alguno. Habría tenido sexo, y habría sido capaz de controlar las consecuencias, seguro. Hasta con Pablo. Aunque estaba convencida de que Carlos tampoco se hubiese resistido. Y no hubiese perdido la cabeza con Pablo como la perdí si no la hubiese perdido antes con Carlos. Aunque también era verdad que nunca hubiese llegado a sentir este deseo por Carlos si no me hubiese calentado como me calenté después de la cena con Pablo, que había acabado siendo una válvula de escape de mi deseo por Carlos. Que en el fondo ése había sido mi problema, el calentón de semanas sin sexo me había impulsado también a tener que buscar una válvula de escape. Y, claro, ellos habían resultado ser la solución perfecta.

Sí. Por eso había traspasado todas las fronteras con Pablo, aún no queriendo. Era demasiada la diferencia de edad. Bueno, y pese a ser muy hombre para lanzarse a por lo que desea, no podía dejar de pensar en que, por mucho que a ambos nos pesara, no era más que un niño. Si aún no tenía muy claro las veces que se corría por la noche, no sabía que tenía poluciones nocturnas, sin duda estaba recién llegado a la madurez sexual, su ignorancia respecto a sus poluciones, su primera corrida, su primera paja… Y solo ayer de mis manos, como quien dice, porque no sé si llamar  paja a ese orgasmo, a ese reventón que tuvo él solo, brotando los chorros de lefa de su primera y brutal corrida sin necesidad de estar tocando su sexo…

Pensar en Pablo corriéndose me devolvió a los aspectos más prácticos de las consecuencias de mi ajetreada noche: demasiado semen cerca de mi coño. Quizás, incluso, DENTRO de mi coño... No iba a correr riesgos, claro. Avancé hacia la calle principal y, al doblar la esquina, divisé una farmacia. Entré y pedí una prueba de embarazo. Me atendió una atractiva farmacéutica, diría que más joven que yo, con pinta de vivir en una casa okupa más que de atender una farmacia. Me sonrió cuando hice mi pedido. Afortunadamente, estábamos solas en la farmacia en ese momento, porque me daba cierta vergüenza el tema.

No pude evitar fijarme en su cuerpo. Porque en su cara ya lo había hecho, nada más entrar: una amplísima sonrisa, una cara llena aunque de rasgos afilados y definidos, muy puros, grandes ojos negros reluciendo en su piel morena. Era curioso, me pareció una mezcla de mis amigas María y Nuria, con lo mejor de las dos. Ni que decir tiene, claro, que justo por eso me resultó tremendamente atractiva. Y tenía un cuerpo increíble. En realidad, debería decir que tenía un cuerpo de escándalo. Insultantemente joven, debía estar recién salida de  la carrera, seguramente en prácticas. Y no tenía el menor reparo en pasearse vestida sólo con una bata; no muy larga, por cierto. Sí, enseguida noté que no había nada debajo que no fuera ropa interior. ¿Y quizás ni eso?

Verdad que el calor era insoportable, y más aún dentro del pequeño local. No tenía aire acondicionado, y por las puertas abiertas no entraba nada de aire, sólo calor. A lo mejor era lo más natural en esas circunstancias, llevar vestido y bata encima habría sido un exceso de abrigo absurdo. Un poco como hacen en los hospitales ¿no? La bata podía cubrir perfectamente su anatomía, al fin y al cabo. Aunque fuera tan exuberante como era el caso de ella, por otra parte. Fuera o no normal, lo cierto era que, desde luego, yo sí que no estaba en absoluto normal.

Estaba cachonda. Y solo con verla a ella me puse mucho más caliente aún. A veces me pasa, sí, ¿Pero no le pasa a todo el mundo? No sé, igual no, pero… tampoco a mí me había pasado antes de aquella manera. ¡Qué ardor insoportable, qué humedad en todo mi cuerpo! Sudaba, y mi coño fluía sin parar. Pude oler, claramente, mi aroma de mujer en celo. De repente, me descubrí intentando ver en su generoso escote si llevaba o no sujetador. Tenía unas peras enormes, y muy, muy prometedoras. Nunca me había puesto tan bruta tan rápidamente con una chica desconocida. Ni con un chico tampoco, en realidad. Creo. Atracción, sí, claro. Pero aquello era más bien un enfermizo deseo, que suponía algo nuevo para mí con tanta celeridad. Algo sólo explicable por el estado en que me habían dejado mis primos. Había hecho bien en salir de allí antes de cometer ninguna barbaridad con Pablo.

La farmacéutica fue hacia el fondo de la farmacia. Pude comprobar entonces no sólo que sí llevaba sujetador, sino que también usaba braguitas, normales además, ya que ambas prendas se marcaban perfectamente en la espalda de su bata. Me resultaba tan excitante estar fijándome así en su ropa interior… y más aún, imaginarla debajo de la bata sin sujetador y con un minúsculo tanga... Por favor, ¡tenía que parar aquello!

-Aquí tienes - tenía un delicioso acento seseante, como andaluz, en su voz extremadamente juvenil y aterciopelada. Nunca me había sentido atraída antes por una voz femenina, y nunca me había dicho nada especial el acento andaluz. - Y que sea para bien, de una manera o de otra. Que una cara tan bonita quiero verla yo con ese pedazo de sonrisa siempre.

-       ¡Gracias! - no pude evitar decir, riendo.

Estaba nerviosísima. ¿Era yo o de pronto llevaba abierto un botón de la bata, que antes de entrar en la trastienda llevaba cerrado? Porque entonces sí pude verle sin ningún problema el sujetador, el generoso canalillo, brillante de sudor, la tersa redondez de sus pechos que se perdía en la oscuridad del escote... Aquello estaba al límite, un milímetro más y me enseñaría hasta el alma. Por el momento, no pasaba de una prometedora sugerencia (o una sugerente promesa, según se prefiera; yo prefería las dos). Sentía reventar mis pezones. Sin duda ella tenía que estar viendo cómo me había puesto de emputecida, y no sé si pensaría que mi empitonamiento era debido a su piropo o a que le estuviera mirando el escote. Porque yo no estaba disimulando lo más mínimo, además.

Joder. Pero mi reacción no dejaba lugar a dudas. Y ella, por la expresión de su cara, me hizo saber que  no sólo esperaba esa reacción mía, sino que la agradecía. ¿Estaba ligando conmigo? Joooder… Temí bloquearme.

- Da gusto comprar a gente como tú - me atreví a decir, justo antes de girarme a toda velocidad para salir disparada en desesperada huida. Mi cuerpo me pedía quedarme, pero era una locura. Y me sentía incapaz, en esos momentos, de enfrentarme a nada que tuviera que ver con el sexo.

- Ya. También da mucho gustito con clientes como tú, preciosa. - giré la cara una última vez, y volvimos a intercambiar miradas y sonrisas -  ¡Vuelve pronto!

¿Sería posible? Estaba mojando las braguitas como si me llevaran metiendo mano un buen rato, y sólo había cruzado dos palabras con una desconocida. ¡Aquella tía me había puesto brutalmente cachonda!

Y después de aquello, ¿qué? Estaba en un lío, y el paso por la farmacia sólo había contribuido a desestabilizarme todavía más. No tenía previsto haber dejado la casa de mis primos hasta después de la comida, como dije antes, ya que mi plan era quedar entonces con Lorena, una compañera con la que estábamos haciendo como freelances un trabajo común de consultoría para una empresa de cierta importancia. En realidad, ese trabajo lo hacíamos entre tres, nosotras dos y otra chica, Cristina, pero ella se había ido fuera aquel fin de semana, en un viaje que le iba a llevar unas semanas. De todas formas, se trataba de un trabajo largo que íbamos avanzando a solas o conjuntamente pero, en todo caso, no siempre quedábamos las tres, ya que habitualmente nos resultaba muy difícil coincidir. A mí lo cierto era que no me apetecía nada, en realidad, trabajar aquel sábado. Pero teníamos que acabar una parte sin falta para el lunes siguiente, así que no había mucho más remedio. Eso a pesar de que Lorena se había ofrecido a terminar ella sola esa entrega parcial, pero me parecía un marrón dejarla totalmente sola.

He de confesar, sin embargo, que sí tenía especiales ganas de estar con Lorena aquel día. Motivo por el cual fui especialmente insisitente en rechazar su oferta de avanzar por su cuenta. Al menos totalmente, porque al final la convencí de quedar las dos aquella tarde y avanzar lo posible. Después, y sabiendo que yo debería estar cuidando de mis primos, ella terminaría de preparar lo que necesitábamos para el lunes. Tengo que matizar un poco aquí lo que acabo de decir de que tenía ganas de estar con Lorena…

Bueno, a estas alturas del relato, nadie se va a sorprender si me escucha decir que ese deseo mío era fuertemente sexual. Sí, hacía tiempo que tenía ganas de montármelo con ella. La conocía desde dos años antes, cuando coincidimos en un curso de la universidad en el que formamos parte también de un grupo de trabajo conjunto, en el que estaban también otras dos compañeras. Una de ellas era la misma Cristina con la que compartíamos entonces el trabajo, y la otra Alicia, una exótica jovencita portuguesa. Lorena siempre me había resultado muy agradable, pero era extremadamente tímida y reservada, así que tampoco le llegué a hacer más caso de lo normal. Eso aunque en el trato personal conectábamos extraordinariamente bien. Quiero decir, no compartíamos mucha actividad, ya que ella llevaba una vida un tanto al margen de todo, pero sin embargo, coincidíamos mucho en nuestra forma de ver el mundo y de pensar las cosas.

Así que me resultaba fácil y muy agradable pasar tiempo con ella. Y a ella conmigo. Y eso siendo, como digo, una persona que sin tener ningún problema particular, no resultaba demasiado sociable. Pero conmigo se mostraba siempre feliz y disfrutando, y esa alegría y calidez, frente a su habitual personalidad fría, taciturna y poco comunicativa, me resultaba particularmente atractiva (pensándolo aquel día, me di cuenta de que me pasaba con ella un poco como con mi primo Carlos, que también me atraía un poco por su huraña y tímida forma de ser). En realidad, debo decir que lo que me llamó la atención de ella fue, justamente, esa receptividad hacia mi persona. Esa aceptación y su admiración por mí halagaban mi, por otra parte, escasa vanidad. Pero, sobre todo, fortalecían mi forma de ser, también bastante insegura por naturaleza en el fondo (al menos en aquella época). Eso es algo que con el tiempo he ido mejorando mucho, pero que en aquella época definía en buena medida mi carácter y mis actuaciones.

Hay que decir aquí que, sin embargo, y a pesar de ese cierto “feeling” entre nosotras, nuestra relación en aquel tiempo inicial quedaba completamente eclipsada por Alicia, la cuarta compañera del grupo. Como dije era portuguesa, aunque llevaba ya cuando nos conocimos las cuatro en ese curso, un tiempo considerable en Madrid. Las cuatro nos habíamos matriculado en el mismo curso. Con Alicia también se daba esa cercanía que sentía con Lorena, pero mucho más acusada aún: era una especie de extraña y exótica alma gemela. Además era extraordinariamente activa social y profesionalmente, algo que siempre he admirado por carecer yo de ese don. En compensación, yo en esa época fue cuando comencé  a ser extraordinariamente activa sexualmente, justamente después de dar el paso definitivo con Guille. Tenía además mi bisexualidad ya firmemente asentada en mi relación con María y Nurita, y en pleno proceso de apertura y pérdida total de escrúpulos a la hora de hacer el amor con otras amigas, amigos y recién conocidos (todavía no podía hablar de ‘desconocidos’ entonces).

Fueron tiempos en que cayeron muchos de mis tabús. Y muchos otros acabarían cayendo luego en cadena, a raíz de eso, como piezas de dominó. Hasta no quedar ninguno. O casi ninguno: que le preguntaran aquella noche a Pablo. Pero si había algo claro en esa época, más allá del reconocimiento de satisfacer un apetito sexual cada vez más indomable y de la falta cada vez mayor de escrúpulos a la hora de poner los cuernos a mis personas más próximas, desde luego que era ya la bisexualidad. Incesto, prostitución, prácticas de riesgo, BDSM… en fin, todo iría cayendo con el tiempo. Pero la bisexualidad estuvo desde el principio de mi liberación sexual, diría incluso que fue, sin dudarlo, mi primer paso. Ojo, bisexualidad, porque nunca me he considerado homosexual, eso que quede claro. La primera vez, con Meri, fue inesperada y exagerada. Luego Nurita fue la constatación de que aquello no había sido algo anecdótico. Y eso que hacerlo con Nur lo viví en gran parte como algo inevitable, pese a que no había querido en un primer momento repetir con Mer después de nuestra primera vez. De hecho, no fue hasta después de lo de Guille que lo hice.

Y ahí empezaron las mezclas. Mer y Nur. Mer y Guille. Y luego otras chicas: Oli, Roci… hasta llegar a Lucía, y quedarme claro que el cuerpo femenino iba a ser ya siempre indispensable para calmar mis noches más ardientes. Pero siempre de manera complementaria a mi innato y permanente apetito sexual por el cuerpo masculino: no es que me gusten los tíos, es que me gustan las pollas. Y los músculos, los pelos, la fuerza... En cuanto a forma de ser, normalmente prefiero a las tías aunque, seguramente de manera consciente, había evitado tener nunca nada serio con ninguna. Seguramente porque de vivir todo un molesto período de adaptación para definirme públicamente: no tenía necesidad de salir del armario. Digamos que, realmente, lo mío era una opción sexual y no vital. Si no me preocupaba nunca por mantener una pareja masculina, tampoco iba buscando parejas estables femeninas. Lo mío era más de encontrar compañeros (y compañeras) de cama. Quien tenía que conocer mis inclinaciones las conocía, y eso era suficiente.

Y ahí queda la cosa. No niego que he tenido líos largos y relativamente “serios”, desde luego: con Mer, Nuria, Lucía… también bastante con Alicia, ahora que hablo de ella. Pero pasaba de llegar jamás a nada suficientemente "serio". Ni siquiera a pesar de la evidente intención que siempre tuvo Nuria por tener algo así conmigo (aunque siempre la he reconocido como mi mejor amante). Ni de la vibrante electricidad que existía siempre entre María y yo, y más aún cuando estábamos juntas en la cama. También Lucía me volvía particularmente loca últimamente, pero me mantenía firme en tratar de no llevar nunca esas relaciones más allá de la amistad. Siempre con derecho a roce, claro. Pero punto. Ahí se quedaba todo. También por su parte, ya que siempre ha habido hombres de por medio en nuestras vidas, además (a Lu de hecho la desvirgamos homosexualmente entre todas en su despedida de soltera, y siempre nos dice que fue el mejor regalo que le pudimos hacer…)

Por la época de este relato estaba segura de que ni yo, ni tampoco ninguna de ellas, nos habíamos planteado nunca realmente algo serio. No podría decir con seguridad de ellas, pero en mí desde luego que podían enormemente también los prejuicios y el miedo, no lo voy a negar. Pero quería pensar que tenía muy claro que lo que buscaba en ellas no era otra cosa que sexo, y trataba de convencerme de que eso les pasaba igual a ellas (como todo, también ese tabú acabaría cayendo en mi vida). Vamos que, igual que con los tíos, más que gustarme las tías me gustaban las tetas y los coños, las curvas y la suavidad de sus pieles. También me gustan los culos, claro: de ellos y de ellas. En cuanto a la dulzura y la ternura que muchos imaginarán en el sexo entre dos tías, lo cierto es que unas veces sí es así, y otras… todo lo contrario. Igual que con los tíos, aunque dije antes lo de fuerza, también hay dulzura y ternura. Ambas cosas me gustan con ambos géneros, según las situaciones.

Pero hablaba de mi bisexualidad, como digo plenamente asumida prácticamente desde el preciso momento en que la descubrí. Sin dejar de liarme con tíos, con algún novio más o menos estable de por medio incluso, fueron cayendo, como digo, primero María, luego Nuria (con ella, a todos los efectos, fui yo la que caí y muy intensamente, aunque tardaría tiempo en ser plenamente consciente de eso), Mónica, Oli, por fin Lucía en aquella tremenda orgía en que convertimos su despedida de soltera, donde llegó al matrimonio completamente alterada después de perder su virginidad homosexual con cinco de sus mejores amigas... Luego otras, como Rocío o Valentina, las amigas de Meri. Vamos, una experiencia nada desdeñable en relativamente poco tiempo.

Llegado el momento nos dimos cuenta de que en nuestro círculo sólo dos de nosotras se mantenían al margen de esta situación. Susana, por la que ninguna sentía realmente atracción sexual (algo casi inaudito en nosotras), y Blanca, que por un motivo u otro siempre había quedado fuera de todo (ayudada por su increíble inocencia, seguro). De alguna manera, establecimos un acuerdo tácito para que aquello siguiese así, y ya de manera plenamente consciente mantuvimos el secreto más férreo sobre nuestras inclinaciones sexuales ocultas. Sólo yo quise romper ese acuerdo, y tuve que aguantar las veladas protestas de mis amigas. Sin razones de peso reales, ya que nunca habíamos llegado a un acuerdo real sobre el tema (ni tan siquiera lo habíamos hablado). Pero ellas consideraban inaceptable que yo intentase nada con Blanca a esas alturas... Bueno, el caso es que, en parte por evitar un enfrentamiento, en parte porque yo misma dudaba muchísimo de que Blanca realmente llegase en algún momento a hacer algo así conmigo, tampoco yo intenté nada nunca. Y, aunque me picara el tema, lo cierto es que tenía siempre con quien entretenerme.

Me auto convencía pensando en que mi problema era, en realidad, que la veía como una especie de trofeo: la última de mis amigas para acabar mi colección y completar mi pequeño museo particular. Así que, en esa situación de vía muerta, se ve que llegué a la conclusión que lo que tenía que hacer era ampliar mi círculo, y liarme con otras tías que no fuesen mis amigas de siempre. Jiji, curiosamente, y en un camino inverso, por aquel entonces estaba llegando también a la conclusión de que tenía que ampliar mi círculo de relaciones sexuales hetero para incluir en ellas a mis amigos de siempre... Decir que, a pesar de todo, nunca fui capaz de quitarme ya a Blanca de la cabeza -creo que es algo que siempre me pasa, cuando alguien me entra en la cabeza la única salida ya, para una ‘salida’ como yo, es que me entre también por el coño. Algo a lo que no dejaba de dar vueltas cada vez que me volvían a la mente Pablo y Carlos.

Digo esto todavía más segura que nunca, teniendo en cuenta que, naturalmente, acabé liándome con Blanca. Aunque con ella fue de manera siempre secreta y muy, muy esporádica. De tal forma que jamás se mezcló aquello con lo que teníamos entre las otras del grupo. Blanquita estaba tan avergonzada de todo que, por supuesto, jamás hablaba ni tan siquiera del tema. Pero, resumiendo y, como decía, después de culminar mi relación con Guille -la más erótica pero también la más oscura que he vivido, la mayor pasión acompañada del mayor remordimiento, el mayor placer y el mayor sufrimiento- después de caer como digo la última de mis barreras y ceder sometiéndome a sus deseos más implacables, y a mis propios deseos más ocultos, comprendí que muchas puertas que me había cerrado yo a mí misma era absurdo seguir manteniéndolas así.

Y la primera fue la de volver a liarme con Mer, para ya no dejar nunca esa especial relación entre nosotras. Y de ahí la consolidación con ellos dos y, sobre todo, con Nuria (y toda la loca espiral sexual en la que ella y yo nos fuimos metiendo, la una a la otra). Luego empezarían los familiares, con mi primo David el primero, poco después y justo después de confesarme su homosexualidad… Me excitó tanto aquello, hacerlo con mi primo, y además gay… y con esa polla, capaz incluso de hacer palidecer a la de Carlos (¿o quizás no?) Para acabar con Begoña, mi pequeña primita, e Isabel, su madre... Aquello fue definitivo, ya que, además de pulverizar definitivamente los tabúes familiares, reventé también las barreras de la edad por ambos lados. Ya me lo había montado con tíos mayores antes, pero nunca tanta diferencia, y nunca así de próximos como Isa (quitando el viejo que me partió el culo por primera vez en Milán, para cobrarme el dinero que le debía del alquiler la habitación de su hostal y que no podía pagarle; mi primer viejo, y la primera vez que me sentí una puta… aunque no sería hasta que Nur me metió, definitiva aunque circunstancialmente, en el mundo de la prostitución de lujo, que me acostumbre sin miramientos a esos rangos de edad).

Pero sí, el fantasma del incesto, que había destruido con mi cuñado y reducido a la irrelevancia con mi tía, ya no tenía ninguna importancia para mí cuando le empecé a tocar la polla por vez primera a Pablo. Eso hay que tenerlo claro: no dudaba lo más mínimo de lo adecuado o no en ese sentido de hacer algo con él o Carlos. Sin embargo, Bego seguía marcando mi barrera de edad por abajo, toda vez que por arriba ya no tenía barrera, y sin duda era precisamente la edad lo que me había frenado con él aquella noche, aunque ya se ha visto que no lo suficiente... Quizás lo que me frenaba de verdad era mi miedo a dar un paso así tan de sorpresa, también.

Bueno, estas cosas siempre vienen de sorpresa,  pero me pesaba como una losa el hacer algo así cuando podía no ser más que un calentón fruto de mi prolongada abstinencia. Yo no quería arriesgarme a que el niño, por cuyo grado de madurez no tenía mucha confianza, pudiera llegar a tener algún problema al confundir lo que estaba pasando, y buscar otra cosa donde no había más que sexo, placer, carne y humedad. Algo que, en el fondo, me pasaba hasta con Carlos. ¿Por qué no me había pasado con Bego? No sé, con ella estaba tan claro que todo era juego, descubrimiento… casi como una clase divertida, motivo por el que acabaría metiendo en medio a mi amigo Javito para que la desvirgara. Para que ella conociera, de verdad, todo lo que el sexo tenía que ofrecerle. Y creo que su madre siempre lo supo.

En realidad pienso que hasta lo buscaba así, una entrada en el sexo de su hija controlada por una familiar protectora como yo. De manera que, cuando nos liamos las tres, fue tan natural, tan bonito… Isabel supo dejar aquello en ese momento único, algo que, en el fondo, le agradezco. Estoy segura de que habrá sentido deseo muchas veces, igual que lo he sentido yo, pero estoy convencida de que es mejor así. Según Bego, tampoco con ella volvió a intentar nada, ni ella ha querido repetir, confesando que le cuesta hasta pensar en ello, a pesar de lo que le excitó hacerlo en su momento. Con Bego yo sí he seguido adelante, claro, ya que ella está en plena efervescencia. Y hasta le he regalado varios cuerpos para su disfrute, además de Javito…

Javito, justo él fue el primero de mis amigos, cuando yo ya me había llevado a la cama a todas mis amigas. Aún recuerdo la emoción inicial que me dio, aunque me moría de miedo de contárselo a mis ellas. Bueno, no pude evitar decírselo a Meri desde el principio, claro. Quizás aprovechando que entonces ella estaba fuera de España, y pude suavizar la tensión de decirle el notición al escribírselo por mail: "Meri!!!!!! No se lo pienso decir a nadie más, pero a ti no te lo puedo oculta, esta noche (bueno, y hoy por la mañana) he estado con Javito aaaahhhhhhh!!!!! Para mi sorpresa tengo que decir que ha estado muy bien y que me encanta sobre todo que lo sigo viendo igual que antes, no quiero que cambien las cosas y no pienso ir a más, solo cariñitos sin importancia, mmm que rico. Y nada, que eso, que te lo tenía que decir.)"

Sí, pero incluso antes que Javito, fue Alicia, mi querida Alicia. En fin, como dije, desde el primer momento tuvimos una confianza especial. Pronto la invité a quedarse una noche en casa, o quizás se invitó ella. Seguramente una noche de esas de estar también las cuatro del curso con el trabajo. No me costó nada meterla en mi cama. Y, una vez allí,  lo más natural para las dos fue hacerlo. Tan natural, que hasta me sorprendió cuando me dijo que había sido su primera vez con una chica. No lo pareció, ni por su seguridad ni por su forma de follar. Pero ya digo que somos almas gemelas en muchos sentidos. La sensación de libertad que sentía por entonces era casi total, aunque ahora me doy cuenta que no había hecho más que empezar mi viaje. Pero ya pensaba en lo absurdo que era ponerme a mí misma límites al disfrute, más aún cuando había otras personas que tampoco tenía objeción, sino más bien un loco deseo por mí.

Así que fui enredándome poco a poco en una vida de auténtico frenesí sexual, saltándome sin tapujos, una tras otra, toda barrera de lo que los otros o la sociedad podía pensar. Por supuesto, siempre con una discreción absoluta: tampoco era cosa de ir pregonando por ahí lo que hacía o dejaba de hacer. Ni siquiera el amante de un día sabía lo que hacía al siguiente. Ni siquiera juntando lo que saben mis mayores confidentes, María, Nurita, Alicia, Guille, Javito… se podría llegar a reconstruir todo lo que mi cuerpo ha vivido desde entonces.  Hasta que, por fin, llegó ella. Sandra.

Yo acababa de perder a mi compañera de piso. Una querida prima, con la que nunca tuve mayor problema quizás porque nunca me sentí atraída por ella. Pero era la compañera perfecta, y su marcha me puso en un dilema. Yo soñaba con que María, mi pareja real de toda la vida, aceptase venirse a vivir conmigo. Era la vez que más había fantaseado con la idea de una especie de relación estable con ella, donde compartiríamos mucho más que una amistad y unos polvos ocasionales. Donde, sobre todo, la tendría a mi disposición todos los días que no tuviésemos mejor plan de por medio. Sexo diario, y además del bueno. Mmmmm, se me hacía la boca agua. La pena fue que, pese a que ella también quería, exactamente por las mismas razones que yo (y con mayor intensidad aún), en aquel entonces seguía trabajando fuera de España. Y su fecha de vuelta era demasiado lejana como para que mi débil economía fuera capaz de soportar la espera. Entonces mi Lucía, mi queridísima Lu, me presentó a su amiga Sandra.

No me cayó muy bien desde el principio, pero Lu ponía la mano en el fuego por ella, y eso para mí era suficiente. En fin, no conectábamos especialmente, pero se podía vivir juntas. Lo cierto es que, al margen de no compartir nuestras vidas, cosa que me parece fundamental para disfrutar de este tipo de vida conjunta, no tenía ni media queja de ella. Y yo necesitaba una compañera de piso, no podía darme el lujo de seguir esperando. Además, estaba bastante buena, que eso siempre daba puntos, aunque Lu me advirtió que nunca había hecho nada con ella. Aunque en realida, Lu nunca había hecho nada con ninguna que no fuéramos nosotras -casi siempre con Nuria y conmigo, sobre todo conmigo, sí, hasta el punto de haber desarrollado también entre nosotros una relación fuertemente especial. La única excepeción para ella fue su hermana mayor, la única mujer a la que había tenido el valor seducir. Y, casi un milagro, también me reconoció haberlo intentado con Sandra, sin el menor avance al respecto.

Así que, desde el primer momento, me advirtió que no pensaba que la Sandra pudiese querer nada con una chica, aunque reconocía no conocer su vida íntima en detalle. Sí sabía que había estado con muchos chicos, además de ser bastante aficionada a historias cortas, de una sola noche incluso. Y eso era algo a lo que yo aún no había llegado, a hacerlo con desconocidos. Todavía necesitaba siempre pasos previos (descontando cuando lo hacía por dinero, pero por entonces eso era además muy esporádico, siempre de la mano de Nuria y las agencias más elitistas de “relax” como auténticas putas de lujo; tendría que avanzar mucho en mi apertura sexual a todo tipo de situaciones y personas desconocidas para probar a deslizarme, por subsistencia económica pero también por el simple gusto de la experiencia, a explorar los más bajos submundos de la prostitución más callejera y oscura).

Bien, pronto comprobé hasta qué punto Sandra se definía más por su faceta del rollo fácil que por otra cosa. Desde su primer fin de semana en casa, asistí impresionada al continuo desfile de bombonazos que salían de su cuarto los sábados y domingos por la mañana. Más de una noche la pasé masturbándome escuchándola follar. En todo el tiempo que vivió en casa creo que nunca le vi repetir a un chico en esas sesiones, en las que a veces eran dos y hasta tres los agraciados que se metía entre las piernas. Tenía sus referentes constantes, cierto. Esos ya no llegaban a última hora de la noche para pegarle un par de polvos a Sandra y salir por la mañana para no volver. Pero tampoco se puede decir que tuvieran una relación muy distinta de la de meros amigos, una vez que salían de su habitación.

El caso es que yo me había convencido, como Lu, de su heterosexualidad manifiesta. Aún así, no podía dejar de fantasear con ella. Empezaba a conocer sus costumbres sexuales con bastante exactitud, ya que cuando follaba no era precisamente discreta, y nunca se cortó por tenerme a mí en casa. Varias veces fue capaz incluso de aparecer con un tipo estando yo en el salón, y meterlo en su habitación, cuya puerta se abría precisamente de manera directa a ese salón, para trajinárselo sin el menor problema. Lo cual, evidentemente, a mí me ponía a mil. Le faltaría ser homosexual, pero todo lo demás lo hacía. Chupaba y se hacía chupar cada milímetro de su cuerpo, a juzgar por los gritos jamás disimulados. Debía comer pollas como una experta y follar como una diosa. Afortunadamente yo, ya digo, vivía una etapa de plenitud sexual.

Frecuentaba el sexo en grupo con mis amigas, y pronto cada una empezó a añadir acompañantes masculinos, a medida que cogíamos confianza. A mí me encantaban los tríos. Al principio, cuando lo hacíamos entre nosotras, sólo era por parejas. Luego empezamos con los grupos de tres y cuatro. Alguna vez lo probamos todas juntas, como en la despedida de Lu. Lo curioso fue que, para empezar a montárnoslo también con tíos, otra vez volvimos a empezar por tríos, luego cuartetos y, poco a poco, fuimos creciendo. Me harté de follarme a los novios de Nuria, y llegué a entablar una morbosa relación con el que luego sería su marido (hasta el punto de que su noche de bodas él folló sólo conmigo, antes de caer rendido a altas horas de la madrugada; la novia no tuvo queja, ya que fui también yo, su mejor y más deseada amiga, quien se ocupó de ella al final de aquella noche, noche premonitoria que nunca olvidaremos).

Los líos con familiares y otras relaciones un tanto marginales que me iba buscando, no hacían más que animar todavía más, hasta puntos insospechados, una vida sexual a la que creía que poco más se podía pedir. También fue entonces cuando empecé a tener problemas con Guille. Me costó reconocer que no me gustaba verle follar con otras ni otros. En general, intentaba impedir a toda costa que participase de sesiones grupales, aunque lo hizo infinidad de veces en tríos conmigo y María, o Nuria, además de otros casos más puntuales, como Javier o Javito... Me cuesta reconocerlo, pero sentía celos, odiaba verle penetrar otros cuerpos, aunque lo cierto es que su devoción por mí traspasaba cualquier límite. Él seguía obsesionado con mi cuerpo, hasta el punto de darme miedo, pero luego se me iba la cabeza y me volvía loca su pasión por mí. Sabía que él estaba dispuesto a darlo todo por mí, lo cual a veces me daba miedo mientras que, otras veces, en mis peores momentos de celos, no comprendía cómo perdía el tiempo en  hacerlo con otras personas que no fueran él...

Pero, por mucho que follara, la experiencia de conocer una vida sexual como la de la Sandra, había llegado a impactarme profundamente. Me pareció entonces que mi único mérito había sido perder el pudor para mezclar relaciones de todo tipo. Pero que los únicos momentos de valentía en mi liberación sexual, habían sido abrazar la bisexualidad y, más especialmente, hacerlo con desconocidos por dinero (algo que me costó reconocer como un rasgo de liberación bastante tiempo, ya que el filtro de las agencias de relaciones de alto standing acababa por hacer todo aquello bastante aséptico en el fonfo).

Al lado de aquello, la libertad sin tapujos que me inspiraba Sandra la sentía demoledora: llegué incluso a la conclusión de que lo de ella era exagerado. Después de que pasase lo que tenía que pasar, no dudó en confesarme, a la primera oportunidad, que se consideraba una ninfómana, adicta a todo tipo de sexo. Lo que yo no sabía es que iba a conseguir convertirme a mí en lo mismo. En realidad, yo no lo sabía pero sólo necesitaba ya ese pequeño empujón, por mucho de que yo me viese a mí misma muy alejada de ella. En fin, que como digo, lo que tenía que pasar, terminó por pasar.

Tal como he comentado, habían sido millones de veces las que me había masturbado escuchándola follar a lo salvaje en su habitación. Y, cada vez más, me moría por descubrir lo que pasaba allí dentro: por participar. Aunque nunca me planteé siquiera hacer el intento de entrar y sumarme al lío. El peso de la seguridad que Lu y yo teníamos en su heterosexualidad era definitivo. Yo siempre pensaba que, en el fondo, a ella no podría importarle, en el peor de los casos no tendría más que compartir a un tipo por el que no sentía ni el menor afecto y que ya le habría dado una buena ración de polla para cuando yo llegase. Y no sería, precisamente, por pudor que no me aceptara. Follaba sin disimulos ni contemplaciones. Nunca hacía nada por esconder sus actividades y compañías nocturnas y, evidentemente, desde el primer día no se cortó lo más mínimo a la hora de mostrar su cuerpo desnudo delante de mí.

Pero lo cierto es que, en esas situaciones, no me interesaban lo más mínimo esos tipos que se la trajinaban, ni tenía la menor hambre de polla en absoluto. Lo que me moría era por ella, por su cuerpo, por verla desnuda, follando, sudorosa, siendo penetrada con todo el deseo que su lujuria merecía. No habría soportado estar desnudas una frente a otra sin poder tocarla, teniendo que aguantar encima que un imbécil me manosease, o que le pusiese encima la mano a ese cuerpo que cada vez me tenía más obsesionada.

Obsesionada era la palabra, una obsesión que además entonces luchaba con mi obsesión por Guille, la cual me resultaba cada vez más enfermiza y, sobre todo, más peligrosa, por la más que favorable respuesta que encontraba en él siempre. Total, que al final lo que hacía siempre era encerrarme en el baño, abrir el armario de la lavadora y sacar una de sus bragas sucias del cesto de la ropa. Mmmmmm. Siempre olían de muerte, no había día que no estuviesen mojadas, muchas veces guarrísimas y llenas de pelos, igual que las mías. A base de pasar el día follando, perreando con mis amistades y masturbándome. A veces encontraba también restos de semen de alguno de sus cerdos, y entonces, como siempre había para elegir, la cambiaba por otra que oliese sólo a ella.

Puedo haber olido y hecho barbaridades con muchas braguitas y calzoncillos, especialmente con las de María, y también los de Guille. Pero como lo que hice y las veces que lo hice con las de la Sandra, ni de lejos. Comprendí entonces lo que significa el fetichismo, y asumí que otro muro de tabús había caído abajo sin darme tiempo siquiera a ser consciente de ello. Llegó un momento en que mi necesidad de olerla mientras me masturbaba era tal que lo hacía varias veces al día, incluso me llevaba sus prendas íntimas sucias a la cama. Porque, además, al poco de entrar ella a vivir en mi casa empezó el calor. Parece mentira: fue tan sólo un año antes de todo lo que estoy contando de mis primos.

El calor es mal consejero para evitar el contacto sexual. Sobra toda la ropa, y cuando hay confianza y poca vergüenza... Y yo vergüenza tengo poca, precisamente, cuando hay confianza. Así que desde poco después de llegar ella, tampoco yo me cortaba demasiado. Y, como al poco tiempo ya la deseaba, y deseaba verla desnuda y mostrarme desnuda para ella, también con ella actuaba sin complejos y sin pudor, como ella hacía conmigo. Al día de vivir juntas es posible que ya hubiéramos visto todo lo que había que ver. Mucho antes de todo, pero siempre en situaciones absolutamente neutrales y poco dadas a cualquier insinuación extraña. Bueno, al menos a nosotras nos parecían tan naturales que no nos daban motivo para nada excepcional, supongo. Tuvo que pasar algo más, claro. Tardó en pasar mucho más de lo que, visto retrospectivamente, habría sido lógico. Pero terminó por pasar, claro.

Poco más de un mes después de conocernos. Esa noche yo llegué a casa y pensé que ella no estaba, al estar todo en silencio y a oscuras. Para mí lo inmediato era pensar que, esa noche, como todas, la iba a pasar follando y que estaría a la caza. Quién me iba a decir a mí que Sandra acababa de llegar, poco antes que yo, con un calentón importante al no haber conseguido a ningún idiota para esa noche. Y que se había metido directa al baño a hacerse un dedo con mis bragas, como me contó después. No entiendo ahora ni como me sorprendió cuando me lo contó al día siguiente: también ella usaba habitualmente mi ropa interior para excitarse. Ya he dicho que era considerablemente más guarra que yo, pero mi convencimiento de su heterosexualidad me había tenido cegada. Saber aquello, aunque fuese tarde, me halagó terriblemente.

Volviendo a esa primera noche, era una noche de un calor asfixiante, muy parecida a la que acababa de vivir en casa de mis primos. Quizás por eso yo también volví muy caliente esa noche. Recuerdo que había estado en casa de mi hermana, deseando hacer de todo con Guille sin poder tocarle, ya que desde el principio me había fijado la prohibición total de rozarle siquiera en toda situación que no fuera mil por mil segura. Eso no quitaba disfrutar de sus masajes, claro, aunque esa noche aquello tampoco había sido una opción. Me iba a quedar a dormir allí, pero acabé de mal humor con él y cambié de opinión, cosa que cada vez me pasaba más a menudo. Así que llegué a casa más salida que el pico de una mesa.

Nada más llegar, encendí la luz de mi cuarto para buscar el consolador con forma de pollón que me habían regalado  mis amigas en mi cumpleaños de ese año, y que escondo siempre en lo más recóndito de mi cuarto. Me desnudé sin tardar un segundo, temiendo que Sandra pudiera llegar en cualquier momento. Para entonces ya me había forzado a no ser discreta cuando traía mi propia compañía masculina a casa –compañía presentable, porque con ella en casa, igual que con mi prima, las sesiones de sexo con amigos y amigas me las tenía vetadas a mí misma. Pero todavía me cortaba cuando me masturbaba, quizás porque ya no había vez que no fuera pensando en ella y con unas bragas suyas en la cara.

Recordé que, justamente, tenía un tanguita suyo todavía oloroso de su coño metido en mi cama. Así que, tras ponerme en pelota picada me tumbé sobre el colchón sin molestarme en apagar la luz ni cerrar la puerta. Al fin y al cabo, era demasiado pronto para que Sandra llegase, y pensaba acabar rápido. Me ensarté de un golpe el rabazo de látex en el coño y empecé a frotarme los labios y el clítoris al mismo tiempo. Me masajeé con la otra mano las tetas hasta que me puse bien a tono, y entonces me llevé las bragas de ella a la cara, mientras me follaba el coño con aquel trasto. Imaginando que Guille me follaba brutalmente en mi cuarto, al tiempo que la Sandra se sentaba en mi cara, ofreciéndole a él sus pequeñas tetas. Guille, por supuesto, preferiría las mías... La Sandra sería entonces mi diosa, pero yo todavía seguía siendo la de Guille. Ese trío con ella sí que me resultaba excitante pensarlo…Y entonces, pasó.

Yo ni me enteré de que se abría la puerta del baño. Ya he hablado antes de esa casa, en la que la puerta del baño estaba directamente enfrentada a la de mi habitación y, por lo tanto, a mi cama. Sandra salió en bragas, sucias de la corrida reciente. Con su ropa en la mano, pensando como yo que estaba sola y que solo tenía que atravesar la casa vacía para llegar a su cuarto. Se quedó de piedra, al verme en mi cama, como dios me trajo al mundo, metiéndome un descomunal consolador con forma de pollón. Follándome a mí misma como una loca y gritando su nombre y el de Guille. Y con sus bragas en la cara.

Yo me di cuenta de su presencia tarde, solamente cuando ya estaba dentro de mi cuarto, cerrando la puerta. La vi quitarse las bragas mojadas mientras me corría sin poder ni querer evitarlo. Sólo cuando ella ya estaba encima de mí, me di cuenta de que las braguitas que acababa de quitarse eran, en realidad, mías… “Qué ganas te tenía, zorrita…” Empezar nuestra relación íntima soltándome eso, la puso al instante a la altura de Nur con aquel mítico “…Laurita te voy a comer todo lo negro…” No sé si me sorprendió más su comentario (por reconocer su hambre de mí, y por el bonito calificativo con que me describía…) o el despiadado latigazo que me recorrió cuando empezó a tocarme.

Ya con sus primeras caricias y besos me di cuenta de que conocía el cuerpo de la mujer como nadie y que, además, sabía sobradamente cómo usarlo. Aquella noche tuve una de las sesiones de sexo más memorables de m existencia. Sandra es, con diferencia, una de las mejores amantes que he tenido. Antes de tocarme el sexo por primera vez, ya me había hecho correrme dos veces más. Cuando sus dedos deslizaron en mi empapado interior, me vine entre estertores y una eyaculación feroz que le hizo reír mientras saltaba a hundir su cara entre mis piernas, ávida de mis fluidos como si en ello le fuera la vida. Aquella noche, como cada vez que hicimos el amor más adelante, todas y cada una de ellas, Sandra hizo de mi cuerpo lo que le vino en gana.

Con ella aprendí infinidad de maneras de recibir placer, y conocí mi cuerpo como nunca soñé conocer, además de descubrir las más insólitas maneras de alcanzar el orgasmo y de correrme. Ya no pensé más en Guille aquella noche. De hecho, después de estrenarme con SAndra, la relación con él fue en picado, y en menos de un mes dejamos de follar de manera habitual. Es curioso, porque cuando ya habíamos dejado de vernos y hablarnos de manera oficial, todavía seguimos follando compulsivamente un tiempo, en parte por la inercia de nuestras esporádicas relaciones a tres con Meri o Nur. Pasamos una larga sequía, varios meses después revivimos una tórrida temporada, derritiendo lo más crudo del crudo invierno con nuestra pasión, que luego terminaría por desaparecer para siempre. Pero aunque la pasión ya no esté, el deseo sigue vivo, y tengo terror por la certeza de que en cualquier momento se puede reavivar un fuego que nunca se ha apagado. Y estoy segurísima de que a él le pasa lo mismo.

Siempre pienso que al liarme con la Sandra encontré la fuerza para dejarle a él, cosa que llevaba deseando hacer desde que la primera vez que hicimos el amor, pero que nunca hacía ya que él seguía representando para mí el SEXO con mayúsculas. Sin embargo, a pesar de todo no me arrepiento de lo que pasó, aunque le pueda haber perdido a él por eso. Dar ese paso, sexualmente, es de lo mejor que me ha pasado. Además de por otras muchas razones, es que sexualmente la Sandra me iba a dar más de lo que nadie me ha dado jamás. También porque me abriría el camino a muchas cosas nuevas. Bueno, tampoco olvido que objetivamente Guille fue el comienzo de muchas cosas también, y que, seguramente, sin él no hubiese legado a vivir a jamás a la Sandra como la viví.

Lo cierto es que todo cambió a partir de entonces. Hubo un par de días de incertidumbre, en los que nos costó dar el siguiente paso. Ni yo ni ella tuvimos sexo esos días, pero evitamos hasta cruzarnos más de lo estrictamente indispensable. Sandra rompió esa racha trayéndose un amigo a cenar un día, Roberto, al que ya me había presentado en alguna fiesta anteriormente. Yo no sabía que follaban, o que habían follado alguna vez (hasta entonces poco, pero a partir de esa noche lo hicieron, siempre conmigo, cada vez que él vino a casa). El caso es que hablamos, bebimos y reímos los tres. Acabamos charlando de sexo y, tras incitarle yo con mis sugerencias y comentarios indisimulados, Rober reconoció abiertamente su deseo de probar el sexo anal. Yo me ofrecí a ello. Y Sandra ya no le dejó escapar, casi obligándole al final a abrirme el culo (la técnica para liarle la había utilizado yo ya anteriormente, y  con igual éxito, con el actual marido de Nuria).

Rober no se creía su suerte, y yo entendí entonces la habilidad de mi nueva amiga íntima para desbloquear nuestra relación recién estrenada. Lo hicimos los tres juntos toda la noche sin parar. También por la mañana, hasta que ya no pudimos más y le pusimos a él en la calle para poder seguir nosotras solas. Y desde entonces, esa fue nuestra norma. Follábamos continuamente. En realidad, sexualmente vivíamos como una pareja. Bastante liberal, eso es cierto. Manteníamos nuestra vida habitual, nuestros contactos y nuestras relaciones, ya fuese con chicos o chicas -lo cierto es que Ana sólo se trajo a una chica un par de veces, mientras que en mi caso, una vez aclaradas nuestras preferencias, aquello era mucho más normal, y casi todas mis amigas pasaron varias veces por mi cama en aquella época, incluso Mer era bastante normal que se quedase a dormir conmigo.

Todas las personas que yo me metía en la cama, acababan también liadas con Sandra antes o después. Por parejas o formando trío también conmigo, que era lo más habitual. Mientras, a la par que yo iba haciendo pasar a todas mis parejas, habituales o esporádicas, por nuestras particulares orgías, Sandra empezó a reducir considerablemente su ritmo de montárselo con extraños. Alguna vez me explicó que aquello lo hacía solo por necesidad fisiológica. Y que por eso le daba un poco lo mismo con quién hacerlo. Pero que, naturalmente, prefería estar con alguien con quien poder sentirse a gusto y con quien disfrutar de veras. Alguien a quien no siempre le era fácil conseguir, y que cuando lo tenía disponible prefería no dejarle escapar. Ese alguien era yo.

Eso me gustaba. No me dijo nunca nada de que sintiese algo especial por mí. Yo tampoco por ella, ya lo he dicho. Mucho cariño y mucho deseo, pero insisto en que no entraba en mis planes nada estable ni serio con ninguna tía. Para mí, simplemente, estábamos compartiendo piso, y eso nos hacía mantener contacto casi diario. Motivo por el que, por fin, compartíamos la única afición común que realmente teníamos: el sexo. Sin embargo, debo admitir que Sandra eclipsó, sobre todo en esa época, cualquier deseo especial que yo pudiera sentir por Lu, Mer, o incluso Nur. Que lo sentía, especialmente por Nur (es cierto que ella, entonces, con su matrimonio, y a pesar de mantener su actividad sexual intacta, había ya iniciado un camino serio hacia la estabilidad personal y social). Con Mer era distinto, porque creo que con ella siempre habrá una relación sexual de por medio, pero eso no alterará tampoco realmente nuestra relación personal, a pesar de los acercamientos y alejamientos que vivamos, siempre entre la pasión, el cabreo y los celos.

Y con Lucía… bueno, he de admitir que, secretamente, quizás era a ella a quien deseaba más que a ninguna de mis amigas. Y por quien, en un momento dado, no me habría importado dejarlo todo. Pero, afortunadamente, y al contrario que Nurita, quien tiene perfectamente integrada su matrimonio en su más que amplia vida sexual, para Lucía en cambio son ámbitos más que distintos e imposibles de mezclar, por lo que nunca creo que esas dos esferas de su vida lleguen a solaparse. Lo que era casi una garantía de que nunca jamás llegaría a haber nada sólido entre nosotras, a pesar de que estoy convencida de que ella siente la misma atracción por mí que yo por ella. Nunca se comporta igual que cuando estamos solas, pero con ella he llegado a sentir cosas que no he sentido ni con Nuria. Sin embargo, con gente de por medio, todo se enfría tan rápido que me resulta imposible pensar en viabilidad ninguna. En fin, entonces no me daba cuenta de lo claro que era lo mío con Nurita. Sí, estaba bastante colada por Lu como algo más platónico que nada, hasta que la Sandra le dio la vuelta a mi vida por un tiempo.

Creo que, de alguna manera, acabé proyectando en ella lo que sentía, y siento, por Lu. Vendrían luego tiempos de amargo enfrentamientos y, pese a todo, aún hoy día tengo una relación intensamente fuerte con Sandra, pero me cuesta aclarar la naturaleza de ese sentimiento. Pero sí, aún hoy la reconozco como uno de mis grandes amores, con esa pareja Lu-Sandra indisociablemente a la altura de la de Nuria-Meri. Naturalmente, Lucía fue la primera persona en enterarse y compartir lo de la Sandra y yo. Flipó al enterarse de su bisexualidad, aunque le costó dar el paso de juntarse con nosotras para probarla. Sandra, a quien le había contado por supuesto toda mi vida sexual, no hacía más que pedirme que folláramos las tres juntas. Ni que decir tiene que fue explosivo. Al poco tiempo le presenté (sexualmente) a Meri, como era inevitable. Luego vendría por su parte una amiga de ella, pronto otros varios de sus amigos.

Raro era el día que no tuviésemos sexo estando las dos en casa, solas o en compañía. Auténticas bacanales a veces, tranquilos tríos en otra, con o sin tío, o cambios de parejas. O sencillamente ella y yo en una noche tranquila, una peli y una copa de ron, besitos, cariños, caricias y otros juegos más o menos íntimos. Casi siempre dormíamos juntas si no había nadie más en casa, y a veces aunque lo hubiese. Luego, cada una su vida. Tan, fácil, tan pleno. Gran época, como digo. Más adelante, hacia el final en realidad, aunque ninguna de las dos pensaba que se acercara el final, Sandra recuperó de nuevo su costumbre de liarse compulsivamente con extraños y traérselos a casa. Aquello debió hacerme sospechar que algo no iba ya tan bien.

Pero también era cierto que las dos necesitábamos, cada vez más, dosis de sexo más salvajes y más sucio. Invariablemente, yo participaba ahora en aquellas sesiones. Los tipos en cuestión no eran capaces de salir de su asombro ni de creerse su suerte. Con razón, más de uno resultó un fiasco total, viéndose totalmente sobrepasado por la situación. Recuerdo un par de ellos a los que pusimos en la calle a mitad de la noche ya que nos resultaron completamente insoportables, y no fuimos capaces de sacarles el menor provecho. Por supuesto, en esas ocasiones ella y yo éramos muy capaces de rematar la noche correctamente, y quedarnos dormidas una en los brazos de la otra, felices y colmadas. La Sandrame decía siempre que lo hacía para animarme y quitarme complejos a la hora de buscar pareja ocasional, ya que sabía que a mí en ocasiones me costaba demasiado decidirme a liarme con alguien, demasiado para lo mucho que disfrutaba y necesitaba el sexo.

En cuestión de semanas follé con más gente nueva y distinta que en toda mi vida junta. Se podría decir, sin embargo, que nuestra etapa de sexo continuo fue tan intensa como breve. Bueno, no estuvo tan mal, en realidad fue casi un año completo el que ella vivió allí. Y, aunque tardamos un poco en acostarnos la primera vez, y al final ella pasó mucho tiempo fuera de casa, por temas familiares y de trabajo (y yo ya tenía la cabeza ocupada con otras preocupaciones, no era capaz de afrontar los gastos mensuales de la casa y la vida, tuvimos graves problemas de inundaciones y goteras...) pues no sé, serían en total nueve, ocho, seis meses como poco de relación sexual los que tuvimos. Pero fue como una vida. El último mes, ella ya había dejado la casa, y yo me quedé sola y sin compañía posible.

Nuria estaba totalmente desconectada por su cercana boda, Meri seguía desapareciendo por largas temporadas por trabajo en el extranjero, Lucía también hasta arriba con el trabajo y la familia… Fue entonces cuando me dio por refugiarme, de vez en cuando, en Blanca. Pero, como ya he contado antes, ella nunca fue una opción: era tan difícil meterla en situación... Y los tíos, pfff fracaso total, me di cuenta que salvo en ocasiones puntuales, fiestas que estaba cantado que iban a derivar en orgía, o que organizábamos directamente para ello, casi no era capaz de meterme entre las piernas a ningún tío que me resultase realmente aprovechable. Sólo Javito ocasionalmente, pero en realidad siempre pasó kilos de mí, y sólo venía cuando tenía los huevos llenos de no follar en semanas, porque sabía que siempre iba a estar ahí dispuesta aliviarle. Siempre lo estaba, así que lo malo es que nunca me salía decirle que no. Aunque tampoco ha sido nunca gran cosa en la cama. Qué sé yo, David mi primo me dio largas varias veces, no quería dudar de su homosexualidad, quizás hasta le daba miedo yo. Aunque no puedo negar que me cuidó, y muy bien, más de una noche de desesperación.

Intenté la técnica de Ana, empecé a salir sola por la noche, y cada día amanecía con un idiota distinto en mi cama. Hubo polvos gloriosos, otros lamentables, la mayoría intrascendentes, todos perfectamente olvidables. Y olvidados. Por aquella época me lié más en serio con dos tíos, pero ninguno era de Madrid, así que se convirtieron también en relaciones esporádicas y sin futuro. Y, lo peor, sin presente, por lo que no ayudaban a retomar mi actividad sexual. Probé el cruising y el dogging por diversos parques de la ciudad, pero casi siempre eran relaciones demasiado rápidas y poco estimulantes, y me acabaron cansando. Eso era un problema, porque desde que me lié con Guille me había vuelto adicta al sexo, pero ahora con la Sandra había pasado decididamente a ser ninfómana.

No me costó asumirlo, lo había visto en ella y era capaz de reconocerlo en mí. Esa etapa quizás fue demasiado exagerada, y al poco quedó pasada, cuando abandoné por fin mi casa. Pasé luego un tiempo en casa de otra amiga, con la que nunca me interesó hacer nada. Allí, por un una larga temporada, no sentí esa necesidad diaria y continua de sexo. Aunque sin dudar hubiese vuelto a ello de haber podido. Porque también era cierto que necesitaba mucho más de lo que tenía. Con Guille lo hice las últimas veces, descolgadas de toda nuestra relación anterior, casi como una despedida. Después de un par de sustos, y de ser sorprendida por la policía en una sesión de dogging, no quise volver a intentar lo de liarme con desconocidos. Sencillamente, había dejado de encontrarle el morbo. Y como era habitual pinchar cuando no establecía ningún filtro, las malas experiencias estaban empezando a superar demasiado a menudo a las buenas. Había lllegado a bajar el listón al mínimo, siempre buscando cualquier posibilidad, incluso aunque no me apeteciera.

Lo mejor de esa época, casi fue Rober, el amigo de la Sandra, pero tampoco daba para mucho. También exnovio mío, Javier, a quien convencía para follarme de vez en cuando, alejándole de su mujer y sus hijos. Ofreciéndole en bandeja el culo que siempre me quiso abrir de joven, sin juntar jamás la valentía ni decisión para hacerlo mientras estuvimos saliendo. En fin, la sequía de la hiperactividad sexual se iba haciéndo cada vez más total. Al poco tuve que dejar la casa de mi amiga, ya que empezó de forma estable con un chico, y no había sitio para los tres. Y sé lo que digo, me lié con ese tío antes de salir de allí. En realidad también me fui por eso, porque era la primera persona en meses que me hacía disfrutar de verdad, pero no quería problemas con su novia. Mi amiga.

Sin dinero, volví entonces a casa de mis padres, y ahí sí que se puso difícil el asunto. De repente era como volver a tener dieciocho años. Volví a verme haciéndolo en un coche, furtivamente, protegida por los cristales empañados en las frías noches de invierno. Un largo y duro invierno. Sólo me salvó lo de mi jefe de entonces. Fue la primera vez que lo hacía con un jefe de un trabajo. Por fin nos decidimos a hacerlo, en realidad los dos llevábamos deseándolo desde el primer día, cuando unos años atrás empecé a colaborar frecuentemente con él. Tardamos, y eso que lo teníamos muy fácil. Ya he dicho que yo había perdido totalmente todos los escrúpulos de género, número, edad y relación. Aunque a los dos nos daba bastante miedo aquello (su oficina estaba en su propia casa, que compartía con su familia).

Así que, una vez apagada la pasión y el deseo más urgentes por ambos, lo dejamos de manera total y definitiva sin necesidad siquiera de hablarlo. De un día para otro dejamos de tocarnos por completo, y eso que habíamos llegado a tener uno de los sexos más completos y absolutos de mi vida. La verdad, era fácil, los dos solos en la oficina, sin nadie que nos molestase y encima esa época con tan poco trabajo. Tan poco que pronto tuvo que dejar de contar conmigo, también para trabajar. Así que aquello pasó, y me encontré más sola que la una, y con muchas ganas de cualquier cosa. Abierta y receptiva, supongo, y muy necesitada de dinero. Empecé a considerar todo tipo de posibilidades.

La primera oferta llegó de manera casual, y pronto supe dónde y cómo era la mejor manera de conseguir dinero, además de sexo. Mis vacaciones de verano más solitarias fueron en esa época, en la que me animé por fin, después de años pensándolo, a viajar sola. Sin dinero, mi mejor opción fue ir a mejorar mi inglés a una granja del interior de Estados Unidos, donde me pagaron pasaje y alojamiento a cambio de trabajo. Empecé haciendo las labores de la granja, pero al poco tiempo me había acostado con toda la familia. Estaba tan salida, y aquella gente era tan pervertida, que intentaron cruzarme hasta con sus perros. Me acabé entregando para su disfrute a sus animales, aunque nunca conseguí ser montada ni nada verdadero con ellos. Pero me ponía muy bruta que les hicieran lamerme el coño, y que se empalmaran de esa manera tan bestia cuando yo les lamía esa polla tan especial que tienen.

La zoofilia era algo ajeno a mí hasta entonces, salvo por unas casi infantiles experiencias con el pequeño perro de Meri, al que ella tenía amaestrado ya hacía largo tiempo para comerle el coño. Un día se empeñó en que yo lo probara, y aquel bicho se excitó tanto con su nuevo juguete que me acabó montando. Era un perro muy pequeño, algo desagradable, pero aun así le dejé hacerme suya. O intentarlo, porque aunque le noté entrar en mí varias veces, nunca era capaz de mantenerse. Nunca más volví a probarlo, aunque más de una vez haciéndolo con Meri en su casa, aquel animal me volvió a comer el coño, cosa que prefería no impedir porque a mi amiguita le excitaba terriblemente. (Meri, en cambio, si logró a base de mucha práctica ser follada por su perro entre sus prácticas masturbatorias habituales, y una vez pude presenciar como el animalillo llegaba a correrse en su interior).

Y sí, debo decir que, quizás por lo tremendamente salida que estaba ya en esa época en Estados Unidos, lo disfruté. Todas y cada una de las barbaridades a las que me vi sometida. En fin, ser montada, o al menos intentado por un perro. Llegar a masturbar y mamar a otro de esos animales. Conseguir sacarle su leche y beberla como una auténtica perra… Una vez me dejé hociquear por uno de sus cerdos, pero al intentar montarme casi me aplasta y tuvieron que sacármelo de encima. Aquella gente me pagaba barbaridades por dejarme follar y hacer esas cosas. Y a mí no me daba más que un morbo brutal. Me ofrecieron mucho dinero por sacarme vídeos, pero a eso sí que no llegué nunca. Todavía me excito recordándolo. Y, todavía, en ciertas ocasiones, fantaseo con que algún perro de los grandes me monte y acabe terminando en mí, como hizo el perro de Meri en el coñito de mi amiga… Pero eso son fantasías que nunca he llegado a cumplir del todo, y no sé si llegaré jamás a cumplir. Supongo que todo será encontrar el momento. Pero si lo encuentro, estoy segura de que no lo desaprovecharé.

Por otra parte, y volviendo a aquella experiencia veraniega, varias veces al día dejaba que todos en esa granja, la familia y otros trabajadores, me usaran sin contemplaciones. Terminé por no hacer otra cosa allí: lisa y llanamente, me daban comida y cama a cambio de trabajar de puta. Llegó un momento en que me atreví a pedirles más dinero todavía, considerando que estaba dando más de lo que recibía. Ellos se negaron, pero me pusieron en contacto con un conocido del pueblo. Acabé trabajando en un burdel de carretera, en lo que fueron unos días alucinantes en muchos sentidos. Me sentí libre como nunca, sexualmente satisfecha por primera vez en mucho tiempo, y conseguí ahorrar importantes cantidades de dinero en dos meses de vacaciones. Llegué guapísima, con el guapo realmente subido, muy morena (y sin ninguna marca de bikini en mi piel, claro…), hablando un inglés bastante fluido y con una importante cantidad de dinero.

La vuelta a Madrid, sin embargo, no me tenía preparado mucha mejoría. Me mantenía  dejándome follar a cambio de casi nada, en antros cada vez de más dudosa seguridad. Hasta que, sencillamente, me cansé. El dinero de hacer de puta barata de manera continua lo sustituí por la vuelta a la prostitución de lujo a ravés de los antiguos contactos de Nurita. Y esas eran casi las únicas veces que follaba, esas y cuando ella me llevaba a su casa para que me follara su marido (ella estaba tan cansada con el trabajo y el niño que casi nunca podía seguirme). Cuando volví a encontrar fuentes de trabajo como consultora más estables, dejé todo aquello y empecé a llevar una vida más normal, aunque más aburrida.

Y así llegamos hasta el fin de semana de Pablo y Carlos en cuestión, con esa sequía de verdaderas e intensas relaciones sexuals prolongándose y haciendo cada vez más mella en mí. Sumada a unas últimas semanas de “paro biológico” total. Hasta el punto de verme envuelta en una extraña noche de calor, sudor y sexo con uno de mis primos más pequeños, ardientemente calentada mientras por su hermano mayor que, sin embargo, me rechazaba sistemáticamente, lo que a mí sólo me ponía más y más caliente. Para entonces, había tomado la decisión, ya que había logrado garantizarme unos ahorros y una cierta estabilidad económica, de volver a independizarme. Esta vez sin compartir con nadie. Acababa de ver un piso estupendo, casi al lado de casa de mis tíos… aunque lo vivido aquella noche me había hecho ponerlo en duda, a pesar de que era casi perfecto.

Y, así, ardiente y cachonda, sudando en esa mañana de insoportable bochorno tras huir del sátiro de mi primo Pablo y del desprecio de Carlos, me di cuenta que había llegado casi hasta casa de Lorena, perdida como estaba en mis pensamientos. La posibilidad, largamente acariciada, de tener algo con ella, volvió a resonar con fuerza en mi mente. ¿Sería posible? Ya dije que siempre me había gustado, pero nunca pensé que ella... Además, era tan tímida que me resultaba imposible pensar en conseguir nada. Pero cada vez pasábamos más tiempo juntas, y cada día la veía algo diferente. ¿Eran ciertas las señales que creía interpretar en ella, o solo fruto de mi deseo? Un deseo, por otra parte, que ya había crecido de manera irremediable. Yo, por mi parte, hacía tiempo que había tomado la decisión: antes o después me liaría con Lorena. Y ese día, caliente como una zorra, decidí que estaba tan cachonda que había llegado el momento de intentarlo. Sabía que era absurdo pensar que porque yo estuviera caliente, justamente fuera ella a ceder ese día. Pero sabía también que, estando como estaba, no ya simplemente caliente, sino verraca, la diferencia podía estar más bien en que yo me decidiera a hacer cosas que antes no me había atrevido…

Es flipante la capacidad de la mente humana para tomar decisiones por sí misma. Quiero decir que en ningún momento tomé la decisión de llegar hasta allí. Bueno, supongo que, en el fondo, lo estaba buscando inconscientemente, pensé al pararme frente al portal de casa de Lorena. En fin, por otro lado habíamos cerrado prácticamente lo de vernos por la tarde, así que tampoco sería tan raro el adelantarme a antes de la comida. No recordaba su piso, así que saqué el móvil y la llamé. Desde luego, tampoco tenía mayor alternativa para pasar esas horas y, lo cierto, ardía en deseos de estar con ella a solas. Lo más seguro era que, si esperaba a después de comer, me enfriaría de tal manera que sería, una vez más, impensable cualquier avance con ella. Si había posibilidad de llegar a algo, el momento era ése, y no otro. Y, si no ocurría nada, bueno, también me apetecía simplemente estar con ella, aunque no hubiese nada más. Al menos, por el momento, jiji.

[continúa…]