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La Libertad_07

en Grandes Series

LIBRO 1. APERTURA. CAPÍTULO II. SEGUNDO DÍA

quinto asalto

 

 

No es raro que tenga sueños sexuales, sueños eróticos me refiero, o sueños húmedos, como muchos les llaman, o sueños calientes, como les dice alguna amiga mía. Bueno, para mí misma yo les llamo sueños sexuales, porque para mí es lo que son. A veces se quedan en eróticos, o sólo calientes, pero sé diferenciar lo erótico y lo caliente de lo sexual; lo erótico puede ser caliente, y hasta algo húmedo, pero sólo lo sexual será completamente mojado… Es como cunado algún amigo me dice que tengo que diferenciar entre lo que es follar y hacer el amor, ¡pero claro que lo distingo! (aunque eso es algo que, ante alguna gente, nunca reconoceré hacia fuera, empezando por esos amigos, si bien desde el momento en que follo con ellos con normalidad, suelen despreocuparse por cómo le llamo a lo que hacemos).

 

Igual que lo de los sueños: nunca le confesaré a nadie haber tenido un sueño sexual, a no ser que expresamente esté buscando hacer realidad ese sueño… Pero nadie se imaginaría con qué extraordinaria frecuencia tengo este tipo de sueños, ya sean eróticos o, realmente mucho más a menudo, lo que viene siendo abiertamente sexuales... Sexuales porque muchas veces los siento tan reales que despierto como si lo hubiese estado haciendo realmente.

 

Lo cierto es que, en esos casos, son totalmente calientes, es cierto, pero sobre todo son absolutamente húmedos, en muchas ocasiones demasiado para lo que sería aconsejable... sobre todo desde que mi adicción al sexo me ha llevado a practicarlo de manera tan continuada, tan variada y tan despreocupada, que a la vez me ha generado una necesidad tal que me ha terminado por hacer dependiente. También es cierto que estos sueños tan reales, tan intensos, tan frecuentes, y en los que en ocasiones hasta llego a masturbarme dormida, son algo que me ha ayudado en mis etapas de "paro biológico", precisamente como la que vivía esos días. O debería decir mejor la que vivía “hasta” esos días...

 

Lo cierto es que, en ese momento preciso, yo no sabía qué pensar. Me refiero a si la escenita con mi primo Pablo podría considerarse siquiera una ruptura real de esa etapa de paro. O si, quizás, a pesar de todo, no había sido nunca más que un sueño erótico absurdamente desbocado. Un sueño sexual. Mío, o quizás suyo. Un sueño hecho realidad, donde él había entrado en mi duermevela, en mi mente y, finalmente, hasta en mi cuerpo.  Ayudado por mi eterna y ardiente necesidad de sexo permanente, algo que empezaba a llevar sobre mis hombros como una especie de dulce maldición...

 

¿Era acaso Pablo un sueño sexual posible para mí? ¿Lo era acaso Carlos, siquiera, antes de verle… de ver su…? ¿Llevaba tiempo deseando hacer algo parecido con él, con alguno de ellos? ¿O era yo la que había penetrado sus sueños, sus más oscuros e inconfesados deseos de adolescentes abriéndose, siempre con un miedo atroz y un brutal sentimiento de culpa, a una sexualidad apenas descubierta? ¿Podía ser acaso yo, desde antes de aquella loca noche, su oscuro objeto de deseo? No sabía qué pensarían mis primos, pero sabía lo que sentía yo.

 

Quería pensar que no, pero el abierto deseo sexual que había sentido por mis primos había sido tan brutalmente intenso, que había perdido totalmente la cabeza. Pero, al fin y al cabo, no era del todo descabellado. Después de haberlo hecho ya con mis primos David y Begoña, aquello no era más que un paso adelante. Pero ¿hasta dónde seguiría caminado? Mi camino por el lado oscuro hacía tiempo que me hacía pensar que iba directa a un precipicio. Pero vivía tan borracha por las sensaciones carnales, la pulsión sexual tenía tal poder sobre mi cuerpo, que al final siempre me daba lo mismo todo. Si le dabas vueltas y vueltas, hasta era posible que entonces todo me encajara, que lo viera casi normal, casi como algo inevitable. Siempre había estado muy cercana de Pablo, pero el verle como a un niño me servía de barrera psicológica.

 

Pero, conociéndome, sólo cabía esperar que se encendiera una chispa para alimentar el deseo. Y esa noche se había encendido. Lo había hecho con David y Bego; eso debería haber echado ya abajo las barreras del incesto, sin remedio, sin vuelta atrás. Y, sin embargo, me resultaba todavía imposible asumir lo que acababa de pasar. Asumir que, en realidad, mi destino manifiesto era, había sido siempre, acabar con Pablo. Eso era así. Bueno, y con Carlos.

 

Aunque quizá, ahí en lo más recóndito de mi cabeza y de mi personalidad, donde se esconden las verdades, mi deseo hacia Carlos no era más que una proyección de lo que en realidad quería con Pablo, inalcanzable por su corta edad. Lo cierto es que, mientras todo pasaba con él, sólo pensé un momento en Carlos, muy fugazmente. Y eso que él estaba allí, en la casa a unos escasos metros de nosotros tan solo, detrás de la puerta que nos separaba del resto del mundo. Llegué a pensar que venía y se unía a nosotros. En ningún caso que sustituía a su hermano pequeño. Y es que, aquella noche, finalmente, no habría cambiado por nadie el joven y tembloroso cuerpo que se revolvía debajo de mí. Y menos cuando su cuerpo empezó a reaccionar penetrándome tímida y lentamente... La experiencia había superado todo lo imaginable, el tener en mis manos ese cuerpo virgen, precisamente ese, ser dueña y poder disponer de la virginidad de mi primo Pablo… Él estaba taaan excitado…

 

Debo decir, por supuesto, que esa noche tuve sueños eróticos. Quiero decir, sueños sexuales, claro, de los más sexuales, y más brutales y exagerados que había tenido jamás. Hasta esa noche, al dormirme, tras masturbarme y correrme delante de Pablo. Y debo también decir que Carlos no apareció ni una sola vez en mis sueños aquella noche. Pablo sí, repetidamente. Aunque, curiosamente, no de forma continua: no llegábamos nunca a la penetración, para eso estaban otros, muchos otros, (no importa quienes, tampoco los recuerdo a todos, y es que aquella noche en mis sueños había demasiados, y demasiadas...)

 

Pero las imágenes que mi vienen recurrentemente a la memoria de aquellos sueños, al margen de las diversas embestidas que recibió mi cuerpo de diversas personas a veces sin rostro, o cuyo rostro no importaba y he olvidado, son las de mi pequeño primo siendo sodomizado una y otra vez por... Pfffff…. da lo mismo quién fuese, el caso es que pasaba repetidas veces. Me sorprendió esa repentiba obsesión  mía: cuando lo que deseaba  era ser penetrada por Pablo, lo que soñaba eran una y mil vergas penetrándole a él por su culo jove, tierno, virgen. ¿Quizás se debía a que tampoco en mis sueños llegábamos a follar nunca él y yo? ¿Por eso soñaba en que los dos éramos follados repetidamente? ¿Quizás por la obsesión de mi primo con mi culo, que me había parecido notar el breve rato que pasamos juntos jugando? ¿Quizás por mi propia obsesión y deseo de que me lo penetrara, obligándole a descubrirme con su dedo?

 

No sé, nunca sé interpretar estos sueños, no creo de hecho que tengan interpretación, no los pienso así nunca, en cualquier caso. Sólo los veo como una válvula de escape en tiempos de paro, o como una prolongación del deseo y el placer en tiempos activos. Me parece tan normal soñar con sexo como la vida misma, porque al fin y al cabo para mí el sexo es mi vida. Las breves temporadas que he vivido completamente sola han sido siempre tan activas sexualmente, que la vorágine de cuerpos desnudos habitaba siempre de manera simultánea mi cabeza, mi cuerpo, y mi cama, de tal manera que acababa confundiendo a veces la realidad, el sueño y el deseo.

 

De hecho, previo al paro sexual en que me encontraba entonces, acababa de pasar la que fue, con mucho, la etapa más desenfrenada de mi vida: la que viví con la que entonces era mi compañera de piso Sandra, la amiga que Lu me presentó para compartir alquiler… aquella fue la etapa que supuso mi abandono total de toda regla, y mi inmersión más absoluta hacia las prácticas más insospechadas para mí hasta entonces. Y, desde ese momento en adelante, la espiral sexual de mi vida no ha hecho otra cosa que aumentar y profundizarse… Pero en los tiempos  en los que empezó todo lo que ahora relato, eso se había cortado bruscamente al dejar la casa compartida y dejar a Sandra. Nos seguíamos viendo, pero se había roto nuestra relación real, de manera irreparable…

 

De una forma nunca reconocida y, ciertamente, oscura y hasta en ocasiones dañina, lo cierto es que con ella había vivido lo más cercano que he estado nunca a una auténtica relación homosexual estable. Una relación que, pese a distar mucho de cualquier mínima normalidad, había sido intensa y profunda, por lo que dejarla consistió en una auténtica separación ciertamente dramática para ambas, pese a que ninguna de las dos lo reconoció, igual que nunca quisimos reconocer tal relación -y la figura de Lu fue seguramente la que lo impidió siempre, sin ella saberlo siquiera. Los meses anteriores a la noche de mis primos me había faltado, por tanto, Sandra, pero llevaba un largo tiempo que me venían faltando, por diversos motivos, varias de mis compañías más recurrentes y necesarias (incluyendo a Nuria, Mer, Guille…) Y, para entonces, llevaba ya una temporada de vuelta a la casa de mis padres, lo que forzosamente había limitado aún más mi vida sexual. La real, claro. Porque en la soñada nunca tengo paros...

 

¿Había entonces supuesto ese día con Pablo, quizás, el final de mi etapa de “paro biológico” más larga y difícil? Jamás hubiera imaginado que sería precisamente con él… Y, además… bueno, lo cierto es que para entonces yo ya tenía muy cerca la fecha de mi nueva emancipación, esta vez para irme más sola que la una; después de Sandra no me veía compartiendo con nadie, al menos por un tiempo. Y, casualidad o destino, la casa que iba a alquilar estaba a escasos 200 metros de la de mis tíos ¿Será por alguna razón que me ocultaba a mí misma, y no sólo porque siempre me ha gustado la zona, que había buscado una casa desesperadamente cerca de mis primos? Pero, naturalmente, eso era algo que nunca había pensado antes...

 

Todo este rollo no venía a otra cosa que a remarcar que, como no podía ser de otra forma, aquella tórrida noche, después de dormirme envuelta en los espasmos de varios orgasmos encadenados, sin preocuparme lo más mínimo de taparme ni de ocultar mi desnudez ante al cuerpo también desnudo y completamente cachondo de mi joven primo, soñé con sexo. Cuando digo que soñé quiero decir que paseé horas sin dejar de soñar ,ni un segundo, con sexo,. Sexo del más brutal y pervertido posible. Sueños en los que me corría una y otra vez, siendo follada una y mil veces de una y mil formas por una y mil personas. Y en esos sueños él lo veía, y participaba, y se dejaba follar también tanto como yo. Y nos corríamos juntos de nuevo, lo que sin duda se reflejaba del otro lado del sueño en mi propio cuerpo con orgasmos reales. Y seguro que con auténticas masturbaciones, promovidas siempre por las imágenes que nublaban mi mente, en las que recurrentemente aparecía Pablo, para provocarme orgasmos, uno tras otro,  una y otra vez...

 

Noches como aquélla, las suelo pasar siempre más bien en duermevela, claro: los orgasmos reales son capaces de despertarme, parcialmente al menos. Aunque me suelen provocar un desgaste físico que me vuelve a adormecer instantáneamente, por lo que nunca acabo de despertar del todo. Pero mi cuerpo se mueve, se agita, mis manos buscan mis tetas, mi sexo para frotarme y provocarme placer real que ayuda a desencadenar todo una y otra vez... Todo ello envuelta en un calor insoportable de aquel inicio de verano, debido no sólo a la elevada temperatura de la noche, bastante anormal aún para esa época del año, sino también a la asfixiante atmósfera del cuarto. También, claro estaba, a mi propia tórrida temperatura, que el ardiente y permanente deseo de mi cuerpo no conseguía, naturalmente, rebajar...

 

Lo último que recuerdo antes de despertar abruptamente ,fue justamente estar dormida allí, desnuda, y despertarme casi inmediatamente después de correrme. Era un sueño horriblemente real, ya que percibía lo último que había vivido antes de caer dormida: el techo de la habitación de mi primo, mi cuerpo tendido sobre la cama, aplastado contra el colchón y agarrotado de los calambrazos de los orgasmos que me habían dejado machacada,  empapada en sudor. Apenas cubierto mi sexo, o más bien prácticamente descubierto, por esas braguitas retorcidas y hechas un guiñapo. Hasta que cerraba los ojos aterrada por lo que acababa de hacer, para no ver más aquellos trallazos de lefa que volaban sobre mi cuerpo, estrellándose en mi cara, en mi boca, en mis tetas, sobre todo mi cuerpo, en mi sexo abierto y deseoso de tragar carne y jugos…

 

Para no ver a mi primo ante mí, aún dispuesto su falo a penetrarme, a taladrar el sexo que yo misma le había presentado, que le había entregado ya, dándole vía libre para hacerme suya, dejándole la puerta abierta de mi cuerpo tras los orgasmos sucesivos. Y luego, de pronto, me incorporaba, quizás para buscarle a él, pero cuando abría los ojos veía el cuerpo de mi primo tumbado en la cama, rendido, tan desfallecido como había estado el mío, y escuchaba la pesada respiración de su sueño más profundo. Miraba la hora en el reloj de su mesa. Apenas había pasado media hora...

 

Sin embargo, el cuerpo de mi primo no estaba totalmente dormido... quiero decir, ni tumbado... su enorme cipote se levantaba totalmente tieso, siempre hacia el techo, en perfecta perpendicular desde su cama, desde su cuerpo, naciendo de un suave montículo de largos pelos. Una posición un tanto inverosímil en la realidad para un pene erecto, pero supongo que eran cosas del sueño. Naturalmente, mi cuerpo caliente no podía reprimir la necesidad y el deseo de acercarse, ver aquella maravilla, olerla, sentir su calor y su fuerza, quizás tocarlo, aprovechando el profundo sueño de Pablo...

 

Acababa de conocer su miembro en la realidad y ya me lo sabía de memoria, como era de esperar, como si lo hubiera conocido desde siempre. Así que la imagen en el sueño era nítida y muy viva, y no tardé ni un segundo en empezar a sobarle, a acariciarle su sexo, a manosear su polla erecta, tan dura, tan blanca, tan tiesa, tan suave. El capullo siempre fuera, brillante, puntiagudo, acentuando su forma de lanza que sin duda sería capaz de abrir las carnes más cerradas... no era ese mi caso, desde luego... ¿y qué si lo hacíamos? ¿Qué problema podía haber por decidirme a follar con él? ¿A echar un polvo hasta el final…? Uno, o mil. ¿Cuál iba a ser la diferencia realmente, después de todo lo que llevábamos hecho? Pero él seguía dormido... ¿y si? Claro, si él no se daba cuenta, nunca habría pasado ¿no?  

 

Yo no podía parar, en seguida tenía ya su verga clavada hasta el fondo de mi boca, mmmm, por la tarde sólo me había metido un poco, algo más que la puntita, al final, sí, como la mitad, o algo más, no, no fue tanto, pero en el sueño no había dudado, ya no tenían sentido los juegos con su capullo, que tenía incrustado en el fondo de mi garganta, empecé a subir y bajar brutalmente, apretando con los labios, sujetando la base y los huevos con las manos, una y otra vez, ahh qué sensación, tenía que hacer auténticos esfuerzos para meterla toda, para acomodarla, tan tiesa como estaba, y más en esa postura, si hasta la podía notar, como si fuese real, ñam ñam, era deliciosa, naturalmente empapada de sus líquidos, y con esa textura tan dura, era tan real la sensación...

 

Eché un ojo hacia arriba. Pablo seguía dormido. ¿Estaría él soñando conmigo? Aceleré mi ritmo, quería que se corriese en mi boca, lo antes posible, para evitar despertarle. Temblaba de miedo. Cuando, al rato, y viendo que su polla, extrañamente, no acababa en mi boca -las anteriores veces había tendido a correrse más bien rápido, pero ya había perdido la cuenta de las pajas que debía llevar- y además, seguía sin despertar, empecé a perder la cabeza del todo... Total, si estaba dormido... ¡y qué incluso si no lo estuviese!

 

Se hacía el dormido, seguro, jugaba y me dejaba jugar, para hacérmelo más fácil… Lo realmente importante es que Carlos sí que estaba dormido. Quién sabe si volvería a tener una oportunidad así, si volveríamos a tenerla. Quién sabe cuánto podía durar mi paro si no aprovechaba aquella oportunidad, quién sabe... ¡qué mierda! Estaba deseando hacerlo con mi primito, sólo su edad me había echado para atrás, tan sólo eso, pero era absurdo pensar eso cuando una está con una polla como la suya en la boca. Aún así, miré una última vez para asegurarme de que seguía dormido. No podía ser más perfecto, era increíble, su respiración seguía profunda y calmada, así que allá iba, si aguantaba dormido su pérdida total de la virginidad peor para él, pensaba mientras me quitaba las braguitas. ¡Por fin!

 

Empapadas de todo, por lo que se enredaban en mi carne, me costó sacármelas, viscosas y pegajosas. Por fin salían de mi pie derecho, el izquierdo ya estaba fuera. Estaba desnuda por completo. Todo esto lo había hecho sin dejar de mamarle la polla, no quería perder ni un segundo de contacto. Pero por fin iba a dar el paso, me disponía a levantarme para sentarme sobre él cuando... Cuando sentí sus manos impedírmelo. Había despertado. Levanté los ojos y le vi semi incorporado. Sentí sus manos apretarme fuertemente la cabeza por detrás, empujándome contra su cuerpo. Su pene duro se me clavaba en la tráquea, me costaba respirar.

 

Levanté un poco la barbilla para mejorar el ángulo de entrada. El cambio de postura facilitó la penetración del mástil, y permitió liberar mis vías respiratorias. Justo a tiempo, porque Pablo había pasado a la actividad más frenética. Mi pasivo primito empezó a mover su culo empujando su miembro dentro de mi boca. Su macizo cipote me estaba follando viva por la boca, reventando mis labios y mi garganta. Tenía que hacer auténticos esfuerzos para mantenerle en mi interior, por el tamaño y la violencia de la follada. No tardé en sentirle temblar, temblar. Pablo se deshacía en mi boca. Me inundó con ríos de semen, sentí que se me llenaba la garganta, la boca, las fosas nasales. Su esperma rezumaba por mi nariz, saliendo por los agujeros y bañando su joven cuerpo. Pero me estaba costando respirar, empecé a toser, no podía, con aquella tranca en la boca, clavada en la garganta no podía gritar, no podía, o quizás no quería, porque no quería separarme de él, de su polla...

 

Entonces, desperté.

 

Y lo que sentí no era muy diferente de lo que estaba soñando.

 

Mi boca con sabor a semen, llena de nuevo del líquido viscoso, recién ordeñado, caliente y cremoso... Al abrir los ojos, delante de mí y tapándome toda la vista, el vientre plano, duro y joven de Pablo, cubierto por ese suave vello suyo. Sus manos tentando mi cara, sujetándome, colocando su polla. Contuve un ataque de tos. Tenía los dientes cerrados, apretados, me dolía de tanto apretar, sin duda por algún tipo de acto reflejo. No sabía bien por qué, todavía estaba despertando. Sentí la polla empalmadísima de Pablo frotándose contra mi cara, su punta haciendo fuerza en mis dientes para volver a entrar. Porque no tenía la menor duda de que ya había entrado antes. En fin, tenía su semen dentro, lo estaba tragando justo entonces. Pablo se frotaba, gemía en alta voz, me repasaba locamente su polla por la cara, desaforado en medio de su orgasmo, sin darse cuenta de que yo estaba ya despierta, y no dormida, como debía de estar cuando empezó a follarme la boca...

 

Estaba aún medio despierta solamente, pero no tenía la menor duda de que era eso lo que había pasado. Mi sueño había sido una estúpida fantasía, que sin duda mi cuerpo había desarrollado para tratar de explicar a mi cerebro dormido lo que mi boca estaba sintiendo en el mundo real, cuando mi primito había empezado a penetrarme la boca hasta la garganta. Estoy segura de que las sensaciones que sentí en mi boca durante el sueño fueron del todo reales: la penetración total hasta los huevos, todo eso pasó, pero porque me lo hacía Pablo...

 

Sólo una vez me había pasado algo similar, en fin, bastantes veces me han intentado follar por la boca o por el coño, o por donde sea, mientras dormía, pero siempre me he despertado y, he de reconocer, en todas esas ocasiones me he acabado dejando hacer mal que bien... Sólo una vez me pillaron de verdad dormida, y empecé a comerla así. Una deliciosa polla, por cierto, durante un viaje por Latinoamérica. Un chico colombiano (en realidad eso sucedió las navidades siguientes a todo esto que cuento, en un viaje que hice aquél país con mi amiguita Mer...) Él me la metió, y estuvo un buen rato, porque cuando desperté duró poco más. Sólo al final, cuando ya se estaba corriendo en mi boca, le mostré que estaba despierta, para que se quedase tranquilo. Para que supiera que no me había forzado, sino que yo había querido y que me había gustado. He de decir que, realmente, fue una mamada de campeonato, siempre la recordaré entre las mejores. Tenía una bonita y jugosa polla, digna de entrarme en la boca. Lo cierto es que luego no llegó a más la cosa, ni esa noche ni en el resto del viaje. Yo no lo propicié, la verdad. Ese viaje había decidido entregarme plenamente a María. Y así lo hice una y otra noche, con pocos deslices (aunque varios hubo) por parte de ambas... Al fin y al cabo nos debíamos mucho la una a la otra, y nos merecíamos un tiempo tan bello e intenso como fue aquel viaje.  

 

Pero, volviendo a la tórrida habitación de mi primo, Pablo seguía frotándose. Y, claro, como no dejaba de correrse y de eyacular, y yo me negaba a recibir su semen y su cipote de nuevo en mi boca, pronto me vi con la cara completamente empapada de su semen. Por los ojos, las mejillas, la nariz, el pelo, su lefa resbalando a mares bañando mis tetas desnudas...

 

- ¡Pablo! Pablo, cuidado... - peor cuando abría la boca se me llenaba de semen y de carne dura y caliente... era increíble lo que eyaculaba ese chico, vaya forma de venirse encima de mí…

 

- No, Laura, no, yo, lo siento, yo... - Pablo sonó afligido en medio de los gemidos de su orgasmo, pero no paró de intentar violarme la boca.

 

- tranquilo, Pablo...pjjj – en realidad, no quería pararle, pero lo cierto era que físicamente no podía tener ya más semen encima, estaba totalmente pringosa de él...

 

- ¡¡¡¡¡MMMGHHH!!!!! - Nooo, Pablo estaba ido, no dejaba de empujar, tenía la punta justo en mis dientes, así que cuando abrí la boca para hablar me entró del tirón media verga en la boca, soltando aún fuertes chorros de lefa a presión.

 

- ¡Joder!, mierda, para, para toj tooj – farfullé como pude con aquello aún saliendo de mí mientras le empujaba.

 

 

Era increíble, ¡puto sádico! Me estaba atragantando, no podía ver, tenía los ojos y la nariz llenos de su esperma... Conseguí sacármelo de encima. Dejó de empujarme la cara con su polla, y pude apartarme. Tanteando a ciegas encontré algo de tela... Sí, mi camisón, mi pobre camisón… bueno, total ya estaba echado a perder. Lo noté mojado entre mis dedos, acartonado y pegajoso de sudor, flujos y lefa de Pablo. ¡Más lefa de Pablo! Me limpié con él la cara como pude. Olía tan intensamente, aquella mezcla de olores, que el tiempo transcurrido había intensificado, sin llegar aún a enranciarlos. Era una delicia, todas aquellas sustancias mezcladas con la frescura del semen nuevo, que aproveché para  chupar y beber mucho. Olía a mi primo, a sexo joven, nuevo, a suave sudor juvenil, a mi violento sexo reconcentrado de meses y a lo mejor de mi deseo y mi pasión. Esencia pura de erotismo y sexo...

 

Eliminé a duras penas los restos más grandes de sus líquidos sexuales de mi cara, lo que me permitió, por fin, ver y comprobar la magnitud del desastre. Tenía todo el cuerpo cubierto de lefa, y cuando digo todo, digo todo. Hasta en los pies, piernas, muslos, vientre, las tetas empapadas. Semen reseco, semen licuado, semen fresco. Goterones de esperma todavía caliente que se mezclaban con costras de semen deshecho y seco, pegadas sobre mi piel... Entre la corrida de Pablo que yo había esparcido por mi cuerpo frotándome sobre él, y esta última, me temo que había habido varias más, además de la última paja antes de dormirme... Estaba amaneciendo.

 

A estas alturas del año, a pesar de las tempranas horas, el sol ya había salido casi por completo... Ayer, en nuestro frenesí sexual, olvidamos cerrar las contraventanas, quizás es lo que queríamos precisamente, aprovechar la tenue luz de la calle y la luna para poder mirarnos en la semioscuridad, que revelaba nuestra desnudez, pero sin enfrentarnos directamente a ella. También ayer por la tarde-noche, después de cenar, lo que hicimos en el salón lo hicimos con la luz baja que oculta y envuelve...

 

Por primera vez nos enfrentábamos envueltos en una luz violenta, no total, pero casi completamente diurna que entraba por la ventana. Nada se interponía entre nuestros cuerpos, y por primera vez vi a Pablo, sin tapujos, sin disimulos, ofreciéndome íntegramente su desnudez… Igual que yo se la venía ofreciendo a él... porque, ¿cuánto tiempo me habría estado observando bajo aquella luz, cuánto recorriendo mi cuerpo con sus ojos, con sus dedos, sus manos, sus labios, su boca, su lengua, su sexo…? Y yo miraba aquél fibroso cuerpo, de músculos apenas iniciados en su formación pero bien delineados, de carne apretada y piel firme, nueva, y severa, que comenzaba  a cubrirse de un incipiente vello corporal, casi evidente sólo en sus piernas y su pubis.

 

Pelos largos, claros, que en el entorno de su polla ya amenazaban oscurecerse y rizarse sutilmente, más gruesos pero incluso ahí escasos, sus pequeños y duros pezones, sus pequeños y duros huevos palpitantes, su respiración agitada y, en el centro de su cuerpo, de su ser y de mi mente, en el punto fijo del que yo no podía apartar la vista: su miembro, su tremendo pollón tan duro como siempre, como la primera vez, apenas calmado de la reciente eyaculación, blanco, duro, afilado, potente, aquella lanza que mis entrañas comenzaban a reclamar de nuevo...

 

Me di cuenta de que me había quedado embobada mirándole, cuando por fin me recuperé y conseguí salir de mi estupor... le miré a la cara, aterrada de que hubiese podido siquiera intuir el deseo y la turbación que me habían envuelto en su visión. Pero él estaba aún más embobado que yo, contemplando siempre mi cuerpo, con la boca abierta y los ojos completamente alucinados en su atónita expresión. En completo silencio, parecía que de su boca iba a comenzar a manar otra vez la baba del deseo, y me di perfecta cuenta de que debía de estar alucinando. Que, pese a haberme despertado haciendo aquello, pese haberle pillado propasándose de tan bestial manera, ¡me estaba violando la boca!... no le hubiera dicho nada. Que no hubiera siquiera tratado de ocultarle mi visión de su cuerpo, sino que permaneciera igual, casi desnuda, claro, (mantenía siempre el absurdo guiñapo de mis bragas retorcidas) ofreciéndome a él con la misma impunidad que él mostraba conmigo

 

No sólo no me tapaba, sino que le miraba con el descaro con el que le dejaba mirarme, siempre con esa expresión alelada. Las tetas que me colgaban alegres, bamboleantes, firmes y orgullosas, levantadas en su punta por mis audaces pezones, que en su erección parecían tirar de mis pechos completos... Y, bajo ellas, una respiración aún más agitada que la de Pablo. Allí, también yo como tonta, sentada en su cama con las piernas abiertas, abiertas para él, erguido ante mí con su polla erguida para mí y ante mí y por mí... y sí, mi cerebro reventaba al constatar que tenía las piernas abiertas, completamente abiertas, y que no podía ni quería cerrarlas, ni siquiera hice un mínimo esfuerzo.

 

Mi pudor olvidado, había superado lo de mis tetas, y ahora no me importaba superar lo de mi más oscuro secreto. Pablo tenía que descubrirme, en realidad entonces y sólo entonces me di cuenta de que su mirada se dirigía precisamente allí. Estaba clavada en mi sexo y sólo en mi sexo. Y conociendo la situación de mis bragas, supe que tenía que estar viendo cómo lo llevaba todo fuera y colgando, y... pero ¡no! Cuando, muerta de miedo y vergüenza, bajé mi mirada, descubrí mis braguitas recatadamente colocadas sobre mi sexo. Lo más estiradas que podían estar, dado su estado lamentable, sucio, mojado y arrugado por su reciente y prolongado retorcimiento pero... ¡yo no había hecho eso! Me dormí con el coño fuera, lo sé porque no sólo lo hice sino que quise hacerlo, lo hice intencionadamente. Seguía tan cachonda de lo que acababa de vivir con él y de mis orgasmos, que quería que me viese. Quería que me lo viese mientras me masturbaba y mientras me quedaba dormida orgasmo tras orgasmo, incluso mientras dormía...

 

Entonces… ¿había sido él quien me había colocado las braguitas? Y, para hacerlo… ¿me había tocado... allí...? Supuse que era de justicia. Yo le había tocado y chupado a él, tocado varias veces, tocado hasta el orgasmo... ¡Mierda! mis braguitas estaban tan mojadas que, realmente, gracias a su color blanco y, a pesar de la suciedad, el manoseo, y los restos amarillentos de los flujos más resecos, se mostraban en realidad grisáceas, pero grisáceas por lo transparente. Y dejaban traslucir perfectamente lo que no podían ocultar, mi pubis de piel blanquecina cubierto de abundantísima y recia pelambre, oscura y alargada, poco rizada, desmañada por los escasos cuidados. Y bajo ella, mis labios hinchados, abultados de excitación y claro deseo sexual. Mi raja bien visible y abierta, pegada a la tela mojada de las bragas, con los labios menores y el clítoris totalmente salidos, hinchados y estrujados en su prisión, lo que hacía la visión más evidente y mortalmente erótica.

 

Mi postura, totalmente despatarrada, con las piernas flexionadas pegadas al colchón, y echado hacia atrás mi cuerpo, apoyado en mis manos tras mi espalda, hacía que las braguitas, algo grandes, se me separasen del coño por los lados justo en torno a la entrada de la vagina, y por esos laterales abiertos escapaban sin pudor mis pelos desaliñados y rebeldes. El pelo de mi coño directamente a la vista de Pablo. Mi coño, mi pubis, mi vulva, mi raja, la entrada a mi sexo estampada en la tela mojada, todo a la vista y al alcance de Pablo, y eso a sumar a lo que ya habría visto, tocado,... ¿olido, probado...? ¿Me había comido el coño Pablo?

 

-       …mis braguitas, mierda, Pablo, ¿por qué están así, estiradas?, ¿me las has puesto tú?, ¿me has... tocado? Ohhhh están empapadas mi niño… ohhh mi coño, ¡mi coño...! - No podía más, hablaba y decía cosas sin sentido, no sé cómo fui capaz de preguntarle esas cosas, pero se ve que estaba absolutamente perdida y obsesionada…

 

Sólo había dos salidas a esa situación. Salir de allí, o bajarme las bragas, tumbarme y abrir del todo las piernas... Sólo una de ellas era razonable... o quizás no, o la lógica era la contraria, pero soy incapaz de explicar aún hoy los insoportables sentimientos de culpa y remordimiento que me atormentaban. En todo caso, incapaz de resistirlo, dejé que mi cuerpo actuara y empecé a bajarme las bragas con la mano izquierda, hasta la altura de la vagina. Sentí el aire refrescando mi encharcada vulva, mis labios colgantes, esas dos esponjas. Hinchadas y electrizadas, el clítoris asomando del protuberante capuchón que se levantaba acusatoriamente hacia mi primo. Me lo froté, con las yemas de la mano derecha, que bajaron entre la calidez de mi felpudo hasta mi raja, que empecé a abrir groseramente con mis dedos.

 

- …ohhhhh mi coño, mi coñito, primo, mira...

 

Y él miraba, atónito pero no inmóvil. Aquella noche, Pablo había superado cualquier posible temor hacia el sexo, hacia el cuerpo de una mujer, cualquier pudor hacia mí, su prima, cualquier tabú posible hacia el incesto. Con seguridad, con la cara colmada de deseo, avanzó su mano, y pude sentir por fin con claridad la yema de sus dedos, con una descarga electrizante, deslizarse por mi raja abierta y quedarse presionando impúdicamente en mi entrada.

 

- …ooohhhh…

 

Joder ¡NO! No.

 

Si él había superado sus prejuicios, o nunca los había tenido, o el brutal deseo se los anulaba, yo seguía colmada de ellos: para mí seguía siendo un niño. No había operado en él siquiera el cambio físico de Carlos, convertido ya en un hombre, igual que cuando me lié con Bego era ya toda una hembra, aunque pudiera ser entonces también demasiado pequeña. Pero ya eran los dos sujetos de sexo, listos para darme placer, mientras que Pablo era todavía tan, tan... Mierda, aquella verga descomunal no era propia de un niño, y yo la quería, la quería tanto dentro de mi que ya era incapaz de soportarlo más... ¿No era un hombre ya acaso? ¿No era plenamente capaz de darme placer, no me lo estaba dando acaso ya frotándome el coño y penetrando mi raja con su mano?

 

- …voy un momento al baño a... limpiarme...

 

No se cómo fui capaz. Salí, sin más, notando cómo la tela húmeda de mis braguitas se me clavaba en la raja del coño y del culo, mientras su mirada se clavaba en mi espalda desnuda, mi culo y mis piernas. Y los dos imaginábamos cómo sería, su cuerpo desnudo, su miembro, su sexo clavándose en mi cuerpo y mi sexo. Nada de eso pasó. Abrí la puerta de la habitación, la cerré, abrí la puerta del baño, la cerré desde dentro.

 

Me puse a temblar, a llorar como una niña. Me di cuenta de que tenía mi camisón mojado y retorcido entre mis manos y, hundí la cara en él, ahora todavía más empapado,  mordiendo mis labios para no ser oída...

 

Lo que me resultaba más insoportable era seguir negando lo evidente: mi coño palpitaba como el de una coneja en celo. Me moría por ser penetrada, por ser follada. Casi me daba igual quién me lo hiciese, mientras fuese una polla de verdad, una polla en condiciones... Pero, es que además, no podía dejar de imaginar, no podía dejar de desear hacer el amor con Pablo....

 

Colgué de una percha de la puerta del baño el trapo húmedo en el que se había convertido la única prenda a la que podía haber fiado mi capacidad para salir dignamente de ahí. Haciendo auténticos esfuerzos por no empezar a sobarme de nuevo el coño, miré el reloj sobre el lavabo, evitando mirar mi imagen reflejada en el espejo. Las siete de la mañana. No eran mucho más de las once cuando nos encerramos en su cuarto. Habían pasado más de siete horas, y yo había estado practicamente dormida por completo todo ese tiempo. Pero a buen seguro que Pablo no había dormido tanto...

 

Me había metido la polla en la boca mientras dormía... no era algo que me molestase, claro. Más bien al contrario, no sólo no me importaba, sino que me halagaba y me excitaba, aún sin haber podido sentirle... Reconozco que eso me gustaba de Pablo, era valiente, audaz. Tomaba lo que quería. Me gustan los hombres así. Bueno, y las mujeres... jijiji. Al fin y al cabo yo me había puesto en pelotas para él, y me había masturbado en su cuarto, después de hacerle una paja a él, los dos desnudos. Yo enseñándolo todo aún a pesar de esas braguitas que tenía enrolladas en mi coño...

 

Me miré al espejo: una imagen no muy alentadora: el pelo revuelto y manchado de semen, pegajoso, restos resecos por la cara y el pecho, el vientre, las piernas... iba a tener que lavarme, y bien... Extrañamente sensual, en cualquier caso. Brutalmente erótica debería decir. Me estaba poniendo cachonda a mí misma. Tenía las tetas hinchadísimas, con las areolas de los pezones abultadas, tirando de mis senos hacia arriba, siguiendo a los pezones enormes, disparados. Para pedirle al pobre Pablo que se hubiera contenido, encima... Pobre.

 

Pero lo que me volvía loca eran las bragas. Las braguitas perfectamente colocadas, tapando mi sexo casi por completo, si no fuese por la larga y descuidada pelambre que asomaba por los laterales y por los bajos. Además de la acentuadísima transparencia debida a las manchas y la humedad. En su sitio, después de estar toda la noche enrolladas, enrolladísimas, aplastadas, incrustadas entre mi vulva y mi muslo izquierdo. No me había movido en toda la noche, desperté exactamente en la misma posición que me dormí, estaba segura. Y aunque me hubiese movido... después de estar moviéndome sin parar desde que llegó Carlos sin que aquello se deshiciese, no me cabía en la cabeza que por la noche y sin movimiento alguno. No llegué a ver nunca cómo las llevaba realmente, pero pude notar perfectamente toda la vulva fuera. Tenía los labios terriblemente hinchados. Si normalmente los tengo salidos, los menores habían rebasado ya toda barrera mientras me masturbaba antes de dormir; y los mayores, tan hinchados de pura excitación, los había notado tan separados, me había notado taaaan abierta cuando Pabl... cuando él me había puesto la punta de su... me había penetrado... empezado a penetrar...

 

¡Y había estado además tremendamente empalmada! Por lo que mi generoso clítoris tenía que haber sido bien visible, como una pequeña polla entre mis piernas. No podía ser de otra manera, Pablo se tenía que haber acercado mientras dormía, sin duda habría llegado a meter la mano, y no me creía que hubiese sido tan solo con la intención de taparme aquello... Yo me ha visto en sus situación otras veces. Si hubiese sido él, me habría metido mano, me habría chupado, comido el coño y el clítoris, me habría bebido, me habría penetrado, incluso con su sexo, me habría eyaculado encima e, incluso, dentro...

 

Joder, quizás debería preguntarle... en todo caso, hacerme mañana una prueba, directamente... ¿y si le preguntaba y lo negaba todo? Estaba claro que algo habría hecho pero, ¿hasta dónde? Bueno, técnicamente, en esos días era casi imposible que yo me quedara... ¡Joder no! lo que no podía ser es que me hubiese eyaculado dentro del todo, que me hubiera penetrado completamente, me habría dado cuenta... Aunque solo con lo de meterme antes la punta toda mojada... con la potencia y la abundancia de su eyaculación, nunca se sabía... Pffff, que caliente seguía...

 

Me bajé las braguitas, me empecé a acariciar. Me excita tanto cuando tengo tantísimo pelo… Rasurarme es algo que cada vez me gusta menos, aunque alguna vez me da morbo, y según con quien sé que prefiere, además... (¿cómo podría negárselo a Nurita, si además sabe aprovechar taaan bien con su deliciosa boquita cuando no hay obstáculos de por medio?). Reconozco, además, que tampoco me gusta que se me salga todo, desde luego nunca en bikini, y desde luego sólo lo hago con gente de confianza, o para calentar a alguien especial... Pero ese día estaba pletórica, llevaba todo el invierno sin tocarme el pelo... hundí mis manos entre el vello de mi pubis, mis dedos empezaron a acariciar la entrada...

 

Me miraba al espejo y me excitaba cada vez más con mi propia visión. Mis braguitas se habían quedado pegadas a mis muslos medio abiertos, sin terminar de bajar. Y tampoco me preocupé por bajarlas, me resultaba más morbosa la escena así. Seguía tan cachonda, no podía evitarlo... lo que acababa de vivir, y el imaginarme a Pablo deslizándose por la noche, en silencio, aprovechando que yo dormía, hasta colocar su cara bien cerca de mi coño desnudo y abierto, oliendo y descubriendo lo que es un sexo femenino, por primera vez. Notaba que los pezones se me endurecían de nuevo y mi clítoris palpitaba deseoso de caricias, temblando espasmódicamente como había visto hacer al miembro excitado de mi primo hace tan sólo un rato.

 

No pude aguantar más, y comencé a acariciarme el cuello imaginando que era Pablo, que había entrado en el baño para terminar lo que habíamos empezado. Fui bajando hasta mis pechos, abultados, llenos, pletóricos, para acariciarlos y pellizcar suavemente sus pezones endurecidos. No necesitaba estimularme demasiado para sentir el mayor de los placeres. Estaba completamente cachonda, cada corriente de aire mínima que rozaba mi piel me provocaba escalofríos cercanos al orgasmo. Ese placer que me estaba provocando me enloquecía cada vez más, no podía dejar de acariciarme, aunque me resistía a avanzar con la otra mano, la que estaba sobre mi pubis, enredada en mi pelo, a las puertas de la gloria. Pero sólo se quedó allí hasta que bajé por fin la otra mano desde las alturas de mis pechos y, juntas, finalmente se deslizaron desde el pubis comenzando a rozar suavemente mi clítoris en pleno apogeo.

 

Siempre me sorprendía descubriendo una vez más que era posible sentir tanto placer. Necesité morderme los labios para acallar mis gemidos. Todo mi sexo se encontraba otra vez empapado de mis jugos más íntimos y eso me ponía más y más cachonda todavía. Tocando mi clítoris tan mojado, noté como mis dedos se desviaban hacia dentro de mi vagina casi sin proponérmelo, y decidí introducir un dedo dentro… El placer me hacia sollozar, ya no podía callar mas. Llevaba horas necesitando esto, sentir por fin algo dentro, dentro de verdad, después de tanto juego en la superficie, sin entrar ni yo ni nadie. Había tenido orgasmos, varios, pero necesitaba...

 

Me metí un segundo dedo mientras con la otra mano seguía acariciando mi clítoris. Notaba como el placer aumentaba, rápido, demasiado rápido, inevitablemente rápido, no podía más. Mis piernas comenzaban a perder estabilidad, el orgasmo estaba cerca. De repente, un escalofrío recorrió mi cuerpo para avisarme del gran placer que ya venía y ya no tardó más...

 

- ¡oooaaahhhh...!

 

Tuve que sacar rápidamente una de mis manos para apoyarme sobre el lavabo, porque las piernas no podían seguir sosteniéndome. Sentí que me vaciaba, mientras con los ojos cerrados apretados del placer, o del dolor, escuché el líquido cayendo violentamente al suelo. Lo noté chorrear por mis piernas, rebotando en el suelo y salpicando mis pies y mis pantorrillas. Mis manos estaban muy mojadas, empapadas. Al igual que mi cuerpo, bañado en sudor. Y en flujo. Mis piernas no dejaban de temblar.

 

Abrí los ojos. Mi mirada, mis azules ojos profundos como el mar, me observaban con fascinación y deseo desde el otro lado del espejo. Deseé que mi reflejo fuera real para hacerme el amor a mí misma. Muchas veces aborrezco mi cuerpo, a pesar de que conozco bien su éxito entre ambos sexos. Pero reconozco que, ese día, me encontraba absolutamente deseable. Deliciosa. Estaba exhausta, y encantada de conocerme. Finalmente, me había dado el placer que mi cuerpo necesitaba, había conseguido sacar a mis dos primos por un momento de mi cabeza. Aunque lo cierto, y de eso sólo me di cuenta entonces, era que en Carlos hacía rato que ya no pensaba. Pablito le había conseguido eclipsar por un buen rato. La corrida había sido tremenda, pero suave, pausada, prolongada, honda y fructífera...

 

Miré mi entrepierna. Seguía goteando sobre mis braguitas. Cerré un poco las piernas, me ayudé con las manos para que la empapada tela pasase de los muslos, hasta caer al suelo, sobre el charco de flujo. Las eché a un lado con el pié. Me miré de nuevo en el espejo. De veras que estaba buena aquella noche... Y cubiertita de semen, además. Abrí el grifo del lavabo, y empecé a lavarme, por partes, con un poco de jabón de manos. Acabé por mojarme casi entera, ya que estaba tan sudada que necesitaba sentirme limpia. Notaba que empezaban a olerme las axilas, y que incluso el olor de mi sexo se empezaba a sentirse más fuerte de lo que normalmente me gustaba. Total, que acabé entrando en la ducha para refrescarme rápidamente, sólo mojarme y quitarme el jabón que ya llevaba encima, y mojarme el pelo también para aliviar el calor insoportable que se me había pegado a la piel, y para deshacer los pegotes de lefa seca.

 

Salí, secándome con la toalla que me habían dejado preparada mis tíos, y que utilicé luego para limpiar también el suelo de mis restos. Me puse el camisón, sin preocuparme por cerrarme el escote. Tenía aún, pese a la ducha, demasiado calor para preocuparme por algo así. Teniendo en cuenta, claro, que total Pablo conocía ya bien mis tetas por la vista y por el tacto. Y, quizás, hasta el gusto. ¿Cómo saberlo? En fin, suficiente era con estar de nuevo vestida. Al fin y al cabo, pensaba volver directamente a su cuarto, a seguir durmiendo. Que estaba muerta de cansancio y de nervios, y lo mismo me daba ya que se me saliese un pecho. Me había serenado la paja, por lo que, por un momento, me sentí con fuerza suficiente para enfrentarme sin problemas a mi primo.

 

Y de hecho... Aunque fuera una locura, iba a ir sin bragas. Recogí el guiñapo empapado de mi ropa interior. Las miré bien. Estaban cerdísimas. Tenían una costra de flujo seco de varios milímetros de grosor, pastosa, blanda, llena de largos pelos enredados, cubriendo absolutamente toda la parte baja. No iba a ir con eso a ninguna parte: nunca había visto algo así. Ni olido. Tenían un olor a mí absolutamente penetrante. Espera, a mí y a... jiji, ¡¡a semen de Pablo!! Me había pegado tal atracón de su lefa antes que no tenía la menor duda. Estaba convencida de que se había corrido en mis bragas, ¡si es que era obvio! Qué delicia de niño...

 

Estaba, no sé, conmovida de alguna manera, así que, cambiando de opinión sobre la marcha respecto a la idea de enterrar esas braguitas en lo más profundo de mi bolsa de ropa, decidí, ya que me había propuesto dejar de jugar con mi primito de manera definitiva, compensarle al menos por el buen rato (que lo había pasado con él, ¡vaya que sí!) dejándole aquel pastoso regalo mío. Esa crema de mi más íntima esencia, para que le esperara en el baño para cuando se despertara (si es que no venía corriendo al baño a pajearse cuando saliera yo de allí, jijiji), y que pudiera usarla como mejor quisiera. Todavía conservo las braguitas que llevaba el día que perdí la virginidad, con el pegote de semen, flujo y sangre mezclado que manó de mi sexo hasta horas después de hacer el amor. Durante mucho tiempo olieron a Daniel, mi primer polvo. Fantaseé con dejar mis braguitas "olvidadas" y que Pablo las conservara para siempre... Quería que siempre recordase lo mejor de mi sexo... Sí, por mí podía quedarse con mis braguitas.

 

En fin, que así, fresca por fin, como una lechuga, con el camisón pero sin bragas, el escote bien abierto al aire renovado del amanecer, volví a entrar en el cuarto de Pablo, iluminado plenamente por el nuevo día.

 

...y sí, allí seguía él, aparentemente dormido. Mi pequeño primo, en pelota picada, totalmente desnudo y sin haber recuperado el más mínimo pudor por su desnudez. Exhibiendo su cuerpo perfecto en su juventud y su verga apenas calmada, medio empalmada aunque, al menos, no endurecida, sino por fin reposando entre sus piernas. Y de pronto me temí que no iba a durar demasiado allí. Tenía ese punto justo como para no levantarse, pero creo que estaba lo suficientemente dura como para que pudiera penetrarme... No pude evitar acercarme, diciéndome a mí misma que sólo quería verla mejor. Como si hubiera hecho falta acercarse. Eran casi las ocho, la luz entraba a raudales por la ventana, los ligeros visillos no podían nada contra ese luminoso día recién nacido, casi de verano ya. Y la polla de Pablo era lo suficientemente grande, y más en su actual estado, como para poder verse con detalle a un par de metros. Pero lo cierto es que se olía mejor de cerca, claro... Era increíble que no me hubiera fijado en su olor tan claramente hasta ese momento, a pesar de que llevaba toda la noche emborrachándome de olores. Quizás es que los míos habían enmascarado siempre todo.

 

De hecho el aroma de mi exagerada excitación había bañado media casa, impregnando mi olor de hembra en celo en muebles y paredes, aunque también el sexo y el sudor reconcentrado de Pablo me habían terminado por embriagar en nuestro último... juego. Ahora, con mi cuerpo algo más calmado y recién limpio, podía en cambio oler perfectamente la polla de mi primo. Su sudor, sudor de sexo y sexo sudado, polla sudada, sobada y chupada, saliva sobre la piel, saliva y semen, semen y sudor, semen fresco, semen seco, sexo, sexo y ¡SEXO!. Sexo caliente, sexo rancio y sexo fresco, nuevo, todavía no ocurrido, dispuesto a ocurrir.

 

Sentí otra vez aquella sensación, ese hormigueo que, comenzando entre mis piernas, como una corriente en mi vulva, me recorría todo el cuerpo. Casi involuntariamente, pasé mis dedos acariciando largo y lento la polla de mi primo. De nuevo. Sentí una brutal descarga de deseo. Me separé, asustada, plantándome en dos pasos en mi cama. Por fin en mi cama. Había pasado la noche en la suya... Me tumbé, sin poder resistirme a echarle una última ojeada... ¡su cipote estaba otra vez apuntando al techo, enorme, duro, completamente erecto de nuevo!

 

No podía ser... Sólo había sido una leve caricia... pero reconozco que a mí me había hecho casi el mismo efecto. ¿Y si le había despertado? ¿Y si siempre había estado despierto, y de ahí su rápida reacción? Si era así, mi caricia se podría considerar en realidad una llamada... Al tumbarme, apoyándome en el colchón, al estirar mi espalda y piernas, un latigazo de placer volvió a recorrerme. Mi cuerpo, agradecido por esa posición de reposo, que estaba pidiendo a gritos después de tanta tensión acumulada... por una parte me deshacía en deseo, pero por otra reconozco que, sin más, sólo quería dormir y pasar todo aqullo de una vez. Me acaricié levemente el chocho... tal como me temía, estaba otra vez mojada. Joder, no podía ser, estaba demasiado cachonda.

 

CRAC

 

Sentí un leve crujido en la cama de Pablo. ¿Se había despertado? ¿O, efectivamente, siempre lo había estado? ¿Había notado mi acercamiento, mi llamada...? Y mi... ¿huida? bien, yo no podía ni quería seguir. O quizás si quería, pero en todo caso no podía. No debía. Era imposible. Pero me seguía sintiendo en deuda con mi pobre niño. No sabía hasta dónde se la había cobrado ya él solito... bueno, lo de follarme la boca dormida, reconozco que era mucho ya, pero también debo admitir mi parte en todo aquello, y mi posición dominante, sobre todo. Él era un niño casi. Su primera vez. Conocía esa sensación, estaba segura de comprender perfectamente su excitación, su deseo irrefrenable. Y se estaba portando tan bien, estaba siendo tan mono... No merecía que le hiciera sufrir.

 

Así que separé las piernas, abriéndolas bien, por completo. Ligeramente flexionadas para levantar los muslos... Mi corto camisón se abrió, deslizándose suavemente y sin obstáculo capaz de detenerlo hacia mi tripa. En un suave movimiento, como un bostezo entre sueño y sueño, me ayudé con la mano, que subí acariciando mi vientre, para colocarme la falda del camisón lo más arriba posible. Estaba completamente desnuda de cintura para abajo. Después de pasarme la noche jugando a las escondidas con mi sexo, lo cierto era que le debía una buena visión del chochito. Así que con mi otra mano, apoyada indolentemente sobre el nacimiento del muslo, aproveché para estirar un poco un dedo presionando sobre uno de mis labios mayores hacia fuera, intentando abrir un poco la entrada de mi vagina. Noté la humedad escapando de su interior, lubricando la raja de mi culo.

 

Tardó un poco, no sé, quizás me quedé dormida. Bueno, el caso es que no sé decir el tiempo que pasó hasta que el siguiente crujido me sobresaltó. Aquella vez no cabía duda, no se movía en la cama, sino que se estaba incorporando. Un crujido de la cama, las sábanas arrastradas, otro crujido y otro más fuerte. Un pie en la tarima de madera, que se combaba bajo su peso cuando empezaba a levantarse de la cama, cargando en ese pie todo su cuerpo, y el otro pie a la alfombra, un avance lento y temeroso, que hacía que el suelo sonara casi más que si no intentara disimular. Un calor, un aliento entre mis piernas... Pablo ya estaba allí... Casi muero, de miedo, de excitación, de nervios. De deseo. Se me tenía que notar que no estaba dormida. Supuse que no tardaría en descubrirme y me inquietó no tener decidido cómo iba a reaccionar entonces...

 

Ya que me iba a descubrir, me pregunté si no valía más la pena que le mostrara que estaba despierta desde el principio. Y que sin más me entregara a él. Pero no quería así, es lo que hacía siempre, y en cambio no quería hacer con él... De todas formas, por propia experiencia, bien sabía yo que en situaciones como la que estábamos viviendo, es el que se acerca a mirar el que lo pasa realmente mal, mucho peor aún que el que haciéndose el dormido se deja mirar... Pablito... ¡otra vez! ese sonido. ¿Sí? ¡Era! No podía ser otra cosa, piel contra carne, líquidos, humedad y frotamiento: se la estaba machacando. ¡Se la estaba machacando, otra vez, mirándome el coño!. Bueno, el coño o todo mi cuerpo.... Quizás la cara (las tetas las tenía por fin guardas, aunque casi se me debían de ver completas aún así, y el conjunto general debía resultar bastante erótico y morboso). Pero el coño estaba demasiado cerca de él. Y, al cabo de menos de un minuto, pude notar los primeros chorros, dos, tres, cinco... Se estaba corriendo otra vez. ¡Pero qué bárbaro! Todavía capaz de soltar esa cantidad de semen: sentí mi coño empapado, absolutamente

 

encharcado en su semen... Ya no me cabía duda que se había pajeado a escasa distancia de mi sexo, y con la verga directamente apuntando hacia mí. La fuerza de sus trallazos y la temperatura de sus fluidos lo dejaban claro. Increíble, qué cantidad... Se me estaba metiendo por dentro del chocho abierto... Y no le había dado tiempo casi a tocarse, debió de estar treinta segundos escasos. Qué paja más rápida. Rápida y abundante, aún así... ¿Qué hacer? Y yo con el coño empapado de su semen.

 

Pero no, no tuve que elegir. No. Él ya lo había hecho por mí. Me tenía casi temblando, cachonda y acojonada cuando noté por fin hundirse el colchón junto a mi rodilla izquierda. Él clavó allí la suya, su pierna izquierda. Había venido por ese lado. Se subió a la cama, también con la otra pierna. Le notaba junto a mí, de rodillas aparentemente, algo bajo, notaba además su polla mojada restregándose con mi rodilla, untándola en restos de semen frío. Y su mano, su mano ardiente, empapada en restos de su fruto, hundiéndose en mi pubis, enredándose en su esperma y mis pelos, agarrando y mezclándose con el pelo de mi coño... Pero no me tocaba la vulva, los labios, la vagina, nada de eso. Sólo el pubis. El pubis, como si fuese sólo eso mi sexo... y sin embargo me mataba de placer.

 

En ese instante, fui incapaz de evitarlo, moví mi mano derecha hasta mis labios (los de mi coño, jijjij), empapados, mientras me mordía los de arriba, (los de la boca... de la cara). Muy leve, sólo me rocé el comienzo del sexo, mientras dejaba a mi primito masajearme y sobarme sin piedad el pubis. Posiblemente nadie antes me lo había tocado así, el monte de Venus, lo que es el pubis en sí, el nacimiento del vientre, vamos, todo lo que mi pelo cubre, si quitamos las partes explícitamente sexuales y el nacimiento de los muslos. El eterno e inacabable acercamiento me estaba matando, volviéndome loca. Otra vez sentía que se desataban todas mis pasiones más absurdas, y necesitaba algo más que caricias, claro... Pero Pablo ¿no sabía o no quería hacerme más? Aunque, sin embargo, me estaba matando, hay que decirlo, me mataba, me estaba matando... esas caricias, mmmmm....

 

Cuando Pablo comprobó que yo me movía intentando volver a acariciarme con el dedito del coño, constatando así que estaba despierta en todo momento, sintiéndole a él y lo que estaba haciendo conmigo... empezó a besarme tiernamente. Se había agachado, sin duda para ver de cerca mi coño, para olerlo, para ver cómo seguía soltando flujo sin parar, fruto de la excitación que él me provocaba. Tenía por tanto su cara a la altura de mis caderas, sólo tenía que estirar sus labios, gruesos, carnosos, sensibles, sensitivos, cálidos, húmedos de deseo por mí. Y así lo hizo. Sus labios me besaron, atrapando mi piel, pellizcándome, besándome suave, tierno, una y otra vez, todo alrededor de mi pubis, por la tripa, por los laterales de los muslos, mientras no dejaba de acariciarme con fuerza el monte de Venus, tirando de mi pelo. Y sólo con eso, con esos besos y esas caricias externas aunque fuertes, estaba consiguiendo que algo se moviera en mi interior, que algo comenzara a romperse, a desatarse de nuevo.

 

Supuse que mi nivel de excitación era demasiado elevado. No era capaz de concebir entonces que sólo con ese tipo de tocamiento fuera suficiente para hacer que me corriera pero... no, no, no... ¡No podía ser! Tenía que alejar mis manos. Solo el calor de las yemas de mis dedos bastaba para abrasar mi vulva, y mi clítoris empezaba a despertar, y temí que eso me hiciera explotar. Pero igual sentí que empezaba la explosión, suave y atenuada, pero rotunda e igualmente violenta, ya imparable antes siquiera de ser consciente de ella. ¡Mierda! Otra vez el olor profundo de mi sexualidad desatada desbordaba mis fosas nasales, emborrachándome de deseo, untando el ambiente de su pringosa y espesa sensualidad, ácida y dulzona.

 

Deseé implacablemente que Pablo me abriera del todo, y me penetrara con su dedo o con su miembro incluso, que me comiera el coño, que se olvidara de todos mis impedimentos y se aprovechara de mi posición vulnerable y entregada para conocer, por fin, mi sexo a fondo. Me tuve que morder fuerte los labios para no gritar, apretando mi cuerpo contra el colchón para no saltar de placer. Placer que me hizo perder el pudor, el miedo, la más mínima precaución, para subir mis manos hasta mis pechos, y sacarme las tetas del escote, retorciéndolas, aplastando los pezones y machacando una y otra vez ambos pechos con el objeto de no sentir únicamente ese extraño orgasmo que mi primito me estaba arrancado con ese inédito masaje. Orgasmo que terminó por desaparecer tan misteriosamente como había llegado, dejando que mi cuerpo empezara a calmarse rápidamente. Fue breve, rápido, amortiguado pero intenso.

 

Descubrí entonces que mi respiración se había acelerado escandalosamente sin darme yo cuenta de ello. Bueno, afortunadamente, no llegué a eyacular ni había soltado más líquidos que lo inevitable... pffffff. Medio muerta de vergüenza, noté cómo Pablo fue cesando en su masaje, sus besos, sus caricias, conforme notó que mi respiración se iba sosegando y que la visible excitación de mi cuerpo comenzaba a remitir. Mi primo acababa de masturbarme, a su manera, por primera vez.

 

Aquello fue todo un paso adelante, un paso que yo no tuve la intención real de dar, pero un contacto consciente, al fin y al cabo. Activo por su parte, y permitido por la mía. Y, por encima de todo, un paso que me encantó haber dado. Sí, no me arrepentía de nada. Al fin y al cabo, habíamos sido capaces de contenernos lo suficiente como para sólo jugar un poco, nos habíamos hecho corrernos el uno al otro -nos habíamos masturbado, vaya- pero tan livianamente que parecía un juego de niños. Eso es lo que éramos, al fin y al cabo, primos jugando a los médicos. Solo que, a nuestra edad, el juego acababa ya siendo húmedo, pero juego había sido, no más. Así habíamos sabido mantenerlo. Además, en cierto modo aquello me hizo sentir que la deuda que creía tener con él empezaba a estar saldada, lo cual me daba libertad para cortar sin más cuando quisiera.

 

Cuando quisiera.

 

Porque en ese momento habría matado por seguir hasta el final. Es más, una sola caricia adicional por su parte en ese instante, y le habría dejado hacerlo todo si hubiese querido. Llegar hasta el final, penetrarme, con su miembro, con un solo dedo suyo... Pero si la caricia hubiese sido suficientemente atrevida, si se hubiera atrevido a  rozarme siquiera, lo más mínimo en mi vulva, en mi sexo, en mi más íntima parte, yo misma le habría forzado a hacerme suya si él no hubiese decidido por sí mismo llegar entonces hasta el final, llenándome de su semilla y llevándome junto a él a la gloria... Pero no, no, no... ¡Pero si todo eso no era más una locura! Tenía más del doble de su edad. No, no, no...

 

Igual daba todo. Mi pequeño primo había vuelto a tomar la iniciativa por su parte, esta vez con rumbo contrario: se había quedado dormido, me temí que no debía haber dormido apenas aquella noche, me temí que la excitación debió haber sido exagerada para él, aún más que para mí, y su última hazaña debía de haberle supuesto un estrés considerable, para decidirse así a subirme al cielo de tan sutil manera. Se había derrumbado junto a mí, y constaté que yo tampoco aguantaba, la tensión, el orgasmo... Me dormía, me dormía...

 

Nos despertamos con el sonido del teléfono. Una, dos, tres, cuatro veces. Parecía que no iba a parar nunca. Yo abrí los ojos, quizás di alguna señal de haberme despertado, un cambio en mi respiración, un leve movimiento, porque tras recobrar el conocimiento, en seguida oí a Pablo rebullir a mi lado, estirándose levemente. Su cuerpo caliente junto al mío, algo más arriba que cuando se durmió, con la cara pegada a mi costado izquierdo justo por encima de la cintura. Y su mano izquierda sobre mis muslos desnudos, caliente y sudando, todavía más, precisamente allí donde nuestros cuerpos entraban en contacto de manera tan especial, ya que todo el cuerpo me sudaba. También el de él. Cuando me sintió despertar empezó a acariciar suavemente mi cuerpo. Con la naturalidad de una pareja de amantes que llevaran una vida encontrándose. Mis tetas, mis muslos, mi vientre... mi sexo.

 

- Mmmmmmmm... - susurré... esa situación, que tanto me gusta después de una noche de hacer el amor... pero aquello... aquello era insólito... con mi primo Pablo... bueno, al fin y al cabo, no habíamos llegado a... pero qué gusto... y con mi coño mojado de flujo y semen, hasta por dentro, casi me sentía como si hubiera follado...

 

Escuchamos entonces ruidos arrastrados de pasos pesados, corriendo torpemente por el pasillo, y el súbito silencio al cesar los timbrazos del teléfono.

 

- Carlos - dije. De repente fue como constatar que otra presencia extraña se encontraba en la casa, enturbiando el idílico momento perfecto que estábamos viviendo.

 

- Sí - respondió. No dejaba de tocarme. - por fin cogió... deben de ser mis padres, para asegurarse que nos despertamos. Es que Carlos tiene partido antes de comer, y yo debería empezar a estudiar...

 

Su mano subía por dentro de mi camisón, llegando con las puntas juguetonas de sus dedos a la base de mis pechos, recorriendo el pliegue bañado en sudor donde la masa de mis tetas nacía, uniéndose a la piel de mi torso. Yo apretaba los labios para no volver a gemir... Él mantenía la naturalidad y la tranquilidad más absolutas, tocándome, asumiendo como normal que su hermano estuviera paseando por la casa, pudiendo descubrirnos en cualquier momento. Pablo seguía desnudo, yo lo estaba de cintura para abajo (notaba la piel de su cuello y el comienzo de su torso directamente contra mi culo al aire). Y, hacia arriba... total daba. Con su mano hurgaba en ese momento libremente entre mis pechos. Me sobaba las tetitas a manos llenas, haciendo que se me emplamasen los pezones. Pese a todo, yo me mantenía quieta, inmóvil, casi sin respirar. No quería que se rompiese aquel momento mágico.

 

- Laura...

 

- Dime Pablo...

 

- ...gracias.

 

- ... - me contuve para no preguntarle por qué... si casi me parecía que era yo la que debía de estar en deuda con él. Casi le había utilizado, y se supone que debería haberle cuidado. No sé, por más momento de iniciación que hubiera sido nuestra noche, lo cierto es que, además, le había dejado insoportablemente a medias... Pero él ¡me daba las gracias! - Espera, no te levantes todavía, ¿vale? quédate un poquito más aquí tumbado conmigo... - No pude evitar pedirle eso.

 

Pablo no respondió, simplemente continuó acariciando mi cuerpo, sin detenerse demasiado antes de acabar enredando sus dedos otra vez en mi vello púbico. Quizás esperaba aún una señal, un gesto que le diese vía libre y, una vez más, fantaseé con dárselo. Me emocionaba su mezcla de audacia y timidez. Y más. Acababa de pegar su cuerpo al mío. Quiero decir, tenía su cara, sus labios en mi costado, aunque no me besaba, o no lo hacía muy evidentemente. Pero creo que sí que me estaba dando besos, con los labios muy apretados contra mi cuerpo. Y su brazo, su mano, enredada en mi cuerpo y en mi coño, me apretaba el culo desnudo contra su cuello y la parte superior de su pecho, como dije antes. Pero es que se acababa de recolocar, además, para pegar el resto de su torso con mi culo, su vientre con mis muslos... su verga con mis piernas...

 

La tenía otra vez dura. Yo ya no sabía si se acababa de empalmar de nuevo con estos tocamientos, si llevaba toda la noche, o si era el típico saludo al sol matutino de la polla de los tíos... Pero la tenía otra vez tan dura como un mazo. Su glande empapado me mojó toda la parte interior de la rodilla derecha. Dura, mojada y caliente. No tardé en excitarme yo también. Quizás esta sería la última vez que se la tocaba, que se la podría sentir. Que le tenía desnudo a mi lado. Estiré la mano sobre mi muslo, y le empecé a tocar la punta con el extremo de los dedos. El culeó para acercarme su miembro, que avanzó resbalando sobre mi rodilla. Cogí el capullo entre mis dedos y empecé a apretárselo, a retorcerlo, a bajar aún más su prepucio, ya enroscado para entonces bajo las alas del capullo florecido. En definitiva, empecé a masturbarle. Otra vez. Pablo culeaba, follándose a mi mano, masturbándose frotando su verga empalmada contra mi pierna desnuda. Yo me dejaba, ayudándole con mis dedos sudados. Y lo disfrutaba. Y quería más... 

 

- ...ven... - le pedí. 

 

Sin decir nada, Pablo subió un poco más. Yo me incorporé, buscando el mayor contacto. El trepó por mi cuerpo, me besó, le besé, juntamos nuestros labios. Yo no tardé en abrir la boca, él esta vez me metió la lengua desde el principio, hasta el fondo... ohhh... por la noche no me hacía eso... ¿Había aprendido a besar conmigo? ¿O estaba perdiendo complejos? Quizás era yo, que estaba más tranquila, o más cachonda... Me cogió la cara con sus dos manos, sujetando mi cabeza mientras nos besábamos apasionadamente. Síiiiii.... Le empecé a masturbar con fuerza, deseando que se corriese rápido. Necesitaba sentir todo el deseo por mí en su cuerpo otra vez. Aprovechando que sus manos me sujetaban la cara, para besarme más fuerte, para meterme la lengua hasta la garganta, para no dejar escapar nada de mi baba, mi mano derecha, libre hasta entonces, buscó atientas la húmeda y abierta entrada de mi sexo... y me metí un dedo directamente. Había vuelto a sentir ese vacío que me obligaba imperiosamente a meterme algo dentro. Lo que hacía poco me había relajado suficientemente, ahora me atormentaba, me mataba el tener que conformarme a dedos sólo frotándome, y sabía que mis dedos no me iban a bastar si quería quedarme a gusto de una puñetera vez...

 

Mi otra mano subía y bajaba con frenesí, porque ya notaba a Pablo temblando, y entonces me hubiese gustado durar más, se iba a correr demasiado pronto y yo no había tenido casi tiempo a disfrutarlo... Empecé a bajar esa mano, tratando de apuntar su capullo hinchado hacia mi dilatada entrada, que los dedos de mi otra mano reventaban sin compasión, taladrándola en sucesivos ataques. Soñaba con que se abandonara, o que su cuerpo cediera, o que un involuntario temblor le hiciera caer sobre mi cuerpo. Me habría taladrado directamente, sin más.

 

-       ...ven, ven... - le imploré.

 

Me asombró escucharme, pero es que necesitaba tanto su polla que estaba casi dispuesta a dar el paso... cuando, de repente:

 

¡PAM!¡PAM!

 

Dos fuertes golpes sonaron en la puerta. Casi me pareció que iba a saltar por los aires, por la violencia con que resonaron. Quizás no fueron tan fuertes, es cierto. Quizás sólo fue el ruido de mi corazón parándose en seco.

 

También mis manos se frenaron.

 

Un chasquido metálico, un roce, un crujido.

 

La puerta comenzó a abrirse.

 

-       ¡Venga! ¿estáis despiertos? Pablo, acaban de llamar papá y mamá, me han dicho que tenías que estudiar... - La voz gangosa de mi primo Carlos recién despertado llenó la habitación. 

 

Me quedé inmóvil, completamente paralizada por el pánico, mientras la puerta se abría milímetro a milímetro. Mi columna se había quedado agarrotada, no podía mover los brazos, por más que intentaba separarme de Pablo y bajarme el camisón.

 

Aquella vez sí que todo era injustificable. Pablo, desnudo, con la polla tiesa sobre mí, y mi mano abierta, aprisionada sobre mi potorro... el olor, el olor de nuestros sexos... ¿cómo no se iba Carlos a dar cuenta de los efluvios que salían de la boca abierta de mi vagina? Cerré los ojos, no quería ver su cara de entrando en el cuarto y pillándonos así... Pero lo que oí a continuación me produjo el alivio más inmenso de mi vida. La puerta del baño se abría...

 

-¡Voy a ducharme! - gritó mi primo.

 

Carlos sólo había abierto la puerta, empujándola mientras seguía su camino al baño, sin siquiera mirar dentro, por lo que no debió ver ni que la cama de su hermano, que quedaba justo delante de la puerta medio abierta, se encontraba vacía...

 

En seguida escuché abrirse el grifo de la ducha...

 

Sentí tanto alivio que esta vez fui yo la que cogió la cara de Pablo para besarle locamente. Seguimos nuestro sabroso y húmedo morreo, jugando con nuestras alocadas y fatigadas lenguas, mientras mi mano izquierda continuaba su feroz cabalgada del cipote de mi primito. Me dolía el brazo, el ángulo era malo, y nunca tuve mucha fuerza en el brazo izquierdo, pero el deseo era muy fuerte, y la verga de Pablo estaba tan dura que ayudaba.

 

Liberadas sus manos, me hundió una en el escote, cogiendo mis berzas colgantes y empinadas, magreándolas con violencia, mientras con la otra me abrazaba la espalda. Empezó a tirar disimuladamente del camisón, hasta sacarlo de debajo de mí. Sus manos recorrieron rápido la piel sudada del final de mi espalda y alcanzaron mi culo, se entretuvieron lo justo en saborear mis nalgas, y sus largos y ávidos dedos se lanzaron en seguida al ataque de mi raja. Los sentía llegando al punto cero, tenía el culo caliente y abierto, y deseando que me lo penetrase... A pesar del miedo supremo a iniciar, precisamente en ese momento, con su hermano despierto y tan cerca, y ya en tiempo de descuento para volver a tenerle de vuelta al pasillo -lo que tardase en ducharse-. A pesar del miedo, una vez más, y más grande ahora que nunca, a no saber parar ya después de eso...

 

Afortunadamente, al instante empecé a notar los chorros calientes de lefa estallar contra mi cuerpo, restallando una y otra vez. De nuevo había pasado, una corrida brutal y rapidísima, inesperada, ya que apenas acababa de empezar a masturbarle.

 

- Oh... ¡mierda! mis br... - acaba de recordar que había dejado mis bragas absolutamente encharcadas de flujo pastoso, pelos y todo tipo de restos de mi sexo en el baño, como regalo para Pablo... pero no había sido precisamente Pablo, que en esos momentos terminaba de vaciarse sobre mí, sino su hermano el que acababa de entrar al baño. Era imposible que no viese... aquello... oh no, era demasiado... demasiado... ¿qué estaría pensando Carlos? ¿lo habría... tocado...? "¡Mierda! Justo ahora, que me había salvado por la campana, y va y la cago de una manera tan estúpida..." me decía para mis adentros. Salté de la cama, resbalando bajo el cuerpo tembloroso de él, en plena corrida, cogiendo lo primero que encontré (sus propios calzoncillos y camiseta sin mangas) para limpiar mi cuerpo. Mi primo me miraba, atónito.

 

- ¡Vamos! ¡a qué esperas para vestirte! ¡Acaso quieres que nos pille tu hermano! ¿no has tenido bastante? - No le preguntaba, le ordenaba, y no esperé su respuesta, por descontado.

 

Salí tropezando de la habitación, resbalando en charcos de semen, tratando de ocultar en lo posible mi coño con el exiguo camisón. En el pasillo, miré impotente la puerta del baño. Junto con el sonido del agua restallando contra la bañera, escuché claramente unos hondos gemidos repitiéndose en forma de jadeos. Visualicé lo que sin lugar a dudas había pasado de manera meridiana e inmediata: Carlos se la estaba haciendo otra vez. Otra vez pensando en mí, no podía ser de otra manera. Definitivamente, había encontrado las bragas, las había tocado, cogido, y seguro que olido, mordido y comido. Habría hecho todo el completo y ya debía estar a punto de bañarlas en semen. También en SU semen... ¿Sería posible? Mi cabeza daba vueltas. Semen, el semen de Pablo. Era el semen de su hermano el que ya bañaba mis braguitas que Carlos usaba para excitarse. Semen que yo había ordeñado, bebido, comido, probado, sudado, que llevaba toda la noche bañada en él, y era ese el semen que esperaba encontrar en esas braguitas de nuevo cuando las recuperase después de que Pablo fuera quien entrara en el baño... No Carlos, no su hermano, no era el semen de Carlos, Carlos me había rechazado de esa manera. Casi le había suplicado, prácticamente desnuda para él y a pesar de eso. Y de repente... ¿Iba a tener ahora su semen manchando mis braguitas? Claro, imaginaba que nunca llegaría a comprobar si eso llegaba a ser cierto, no me iba a dedicar a hacer los análisis de ADN... Estaba tan confundida. Me sentí empujada, mareada, perdí el equilibrio.

 

¿¿¿¿Qué era aquello???? De repente, dos manos ávidas entrando en mi escote, un empujón que me dejó empotrada contra la puerta del baño. Apenas conseguí frenar mi caída sujetándome al marco de la puerta, intentando no tocar la hoja para no golpearla y no hacer ningún ruido que delatara mi presencia, mientras los jadeos en el interior seguían aumentando su intensidad masturbatoria. Y las dos manos que se hundían en mi escote, junto con una cabeza furiosa que me babea el cuello. Después de aquella noche, yo ya era capaz de reconocerle simplemente por su ávida manera de tocarme. También reconocía su cuerpo, hasta su calor.

 

Pablo, desnudo aún, cachondo como un mono, metía su polla tiesa bajo mi camisón, endiñándome una embestida tras otra. A punto estuvo de taladrarme esta vez el culo, y eso que yo ya no quería, después de darme cuenta de lo de Carlos, horrorizada de nuevo ante las perspectiva de tener que dar explicaciones. Aunque ¿qué explicaciones iba a pedir él, después de que su única reacción tras encontrarse unas bragas mías mojadas hubiera sido pajearse? Ya no quería, no quería que me lo hiciera ahí, en ese momento, no, el nuestro ya pasó, no, no, ya no, ya no ahora que Carlos por fin iba a a ser mío, mío, y su lefa iba a manchar por fin mi ropa interior, iba a mezclarse con mis fluidos mas íntimos. Carlos y yo, no ese cerdo que se masturbaba frotando su brutal cipote en los pliegues de la raja de mi culo ¿¿Pero este niño no sabía lo que es un coño?? Odié a Pablo con todas mis fuerzas, no por hacerme aquello, sino sólo por existir, por estar ahí, por ser el único motivo que me impedía abrir la puerta del baño y entrar a ayudar a Carlos, tomar su sexo en mis manos, dejar que su boca descansara en mi coño, mejor que mis bragas.

 

El original es siempre mejor que la copia. Carlos mejor que Pablo... con Carlos podría haber hecho el amor sin remordimientos. Pero, a pesar de todo, Pablo no era más que eso, un niño, un niño terriblemente excitado. Nada había sido su culpa, aunque yo ya estaba muy cansada, y muerta de miedo, otra vez el miedo. Miedo otra vez de que Carlos abriera y nos pillara, y ya nunca más fuera posible pensar en nada con él. Y un miedo aun mayor a su mera presencia que me impedía entrar y pillarle yo a él, que tenía que estar a punto soltar su gloriosa eyaculación juvenil sobre mis braguitas mojadas, y ayudarle, ayudarle con mis manos y todo mi cuerpo y pedirle que me lo follara.

 

Así, reaccionando impulsivamente, me revolví empujando y golpeando a Pablo, no sé, lo cierto es que cayó al suelo, desnudo, asustado. Pero su verga tiesa apuntaba escandalosamente al techo, cogida entre sus manos, palpitante, justo antes del orgasmo. Mi primito ya no podía, no era capaz de retener ni tenía fuerzas para... Su rostro congestionado, a punto de llorar. No, no podía dejarle así, ¡no! Pero no quería tocarle en ese momento, ni que me volviera a manchar, a empapar con sus torrenciales descargas de leche... Traté de esquivarle, de avanzar por el pasillo. Mi coño ardía, los dos hermanos estaban con sus herramientas en alto al borde del orgasmo, por y para mí; mis pezones hervían, pudiendo con la tela desabrochada de mi escote, buscando aire y buscando luz;

 

Avancé sobre el cuerpo de Pablo tendido en el suelo. Me detuve sobre su cabeza y abrí bien las piernas. Mi reducido camisón trepó mis muslos sólo con separarlos hacia los lados. Y la luz se hizo, se hizo la luz para Pablo. El gran sol se iluminó para él cegándole la visión, y yo llevé allí mis dedos, para abrirlo, más y más, quería que me viera bien esta vez, que se enterara de una puta vez cómo y por dónde debe ser primero, cómo y por dónde no sería él, ya que sólo uno iba a ser el elegido por mí allí y en ese momento, y mientras mis dedos penetraban mi coño…

 

-       ...por aquí Pablo, es por aquí por donde tiene que ir... - (le gritaba sin miedo a que Carlos me oyera).

 

…mientras tanto, el sexo del elegido reventaba de gozo a mis espaldas, y el pobre Pablo, abatido en el suelo a mis pies, recibía en compensación mi lluvia espesa como maná celestial. Mi corrida ardiente que dejaba caer con violencia sobre su cara, sorprendida y asustada, mientras su propia fuente brotaba estrepitosamente en el sentido contrario, por mí, una vez más, para mí... Me corrí, con calma, despacio pero totalmente, manteniendo mis ojos cerrados, la boca cerrada, concentrada en el leve susurro a mis pies y los ahogados pero fuertes gemidos que se iban extinguiendo a mis espaldas...

 

En cuanto pude, di un paso. Luego otro, y otro, así hasta alejarme, sin querer mirar aquello, sin querer asegurarme de que Carlos entraba por fin a la bañera a darse la ducha fría que su cuerpo tanto necesitaba, y que Pablo se arrastraba, no vencido, ni mucho menos olvidadas su pretensiones, sino más caliente que nunca después de yo misma le hubiera enseñado tan claramente el camino, después de que los tres, al mismo tiempo pero no juntos, nos hubiéramos masturbado hasta el orgasmo.

 

Mi cabeza por fin había explotado por completo.