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La Libertad_05

en Grandes Series

LIBRO 1. APERTURA. CAPÍTULO I. PRIMER DÍA

cuarto asalto

Sí, Pablo también. Yo seguía completamente desestabilizada cuando abrí la puerta de su habitación, una vez que alcancé por fin el fondo del pasillo. Muy, muy excitada aún, también muy nerviosa por lo que había querido hacer, por mi deseo, por lo que no era sino pasión sexual y, lo peor, no satisfecha. Por la brutal negativa (negativas) de Carlos.

Claro, no me esperaba lo que vi. No me esperaba nada. Me había autoconvencido de que mi otro primo iba a estar ya durmiendo. Era estúpida. La luz encendida. Pablo estaba en su cama, sí, pero completamente desnudo. Con ese cuerpo suyo delgado y aniñado, pero ya claramente maduro. Fue la primera vez en mi vida (con el tiempo sería lo más normal que nos viéramos así) que le vi de verdad desnudo por completo… y estaba como un tren… Joder, no era un hombre, y menos como me solían gustar, fuertes, grandes, peludos. Más bien al contrario, tenía ese tipo de cuerpo que, de entrada, diría que no me iba a gustar. Pero claro, en su caso no era solo el tipo de cuerpo, sino la edad. Ese cuerpo tan joven, tan por estrenar… Mi cabeza empezó a girar.

 

Abrazado a su almohada, Pablo se estaba haciendo un monumental pajote, de pie, sobre la cama, como en un pedestal. Tenía el cipote tieso apuntando hacia la cama...

 

- ¡¡Pablo!! – traté de gritar, pero la voz me salió ahogada.

- Laura... me dijiste que me hiciese otra... - dijo, sonriente, audaz, impúdico, mientras me miraba excitado sin dejar de machacársela. Sin duda él estaba esperando ese momento: buscaba sorprenderme, sabía que yo iba a llegar y que le iba a pillar y que… Pero yo no estaba preparada. Por alguna razón me había negado a asumir aquello, hice como si ese peligro no existiera y, al verle así, como un sádico grotesca y salvajemente erótico, sentí que me rompía.

- ¡Vale! voy al baño y... ¡cuando termines deja abierta la puerta, para que sepa que puedo entrar sin problema! - Ese niño estaba a punto de correrse, pensé dando un portazo, haciendo verdaderos esfuerzos por salir de allí, mientras mi propio vientre empezaba a temblar sumido en los estertores propios de un orgasmo. No podía ser. Pero era, conocía bien esa sensación, claro…

 

Me metí corriendo en el baño, o todo lo rápido que pude, al menos, ya que mis piernas temblaban y se doblaban, torpes para soportar mi cuerpo. Cerré con pestillo, me metí en la bañera, me subí el camisón del todo y, sin apartarme ni quitarme la ropa interior, empecé a frotarme. Al fin y al cabo, tenía las bragas tan mojadas, tan retorcidas e incrustadas en el lateral de mi sexo, que no estorbaban en absoluto: lo poco que tapaban, y pude comprobar que dejaban mucho al aire ya, no suponía ningún estorbo para mi masturbación, totalmente lubricadas como estaban.

 

- Ay, Ayyy, ¡¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAYYYYYYYY!!!!!!!!

 

Lo cierto es que fue rápido (en el fondo, llevaba corriéndome casi una hora), pero lo sentí exageradamente intenso.

 

Mientras me retorcía de placer, un río manó entre mis piernas. Las levanté, las puse sobre la bañera para dejar paso libre a ese manantial que brotaba de mi cuerpo, provocándome violentos espasmos de gozo. Nunca me había corrido así. Fue como si llevase semanas sin mear: un orgasmo prolongado, laaargo, fuerte, que se fue haciendo suave pero sin desaparecer, mientras mi coño seguía escupiendo sin parar. Y sólo me había tenido que frotar un par de veces. Pero llevaba caliente casi dos horas. Muy caliente, por lo que veía, después de esos meses sin follar con nadie. Y la imagen de mi primito en pelota picada pajeándose en su cama... mmmmm... qué gusto... dije mientras seguía yéndome al tiempo que me retorcía ambos pechos, gloriosamente fuera de toda tela u obstáculo que mi camisón pudiera haber supuesto en algún momento…

 

El orgasmo desapareció, para mi sorpresa, súbitamente. Igual que había venido, se fue, dejándome con una muy desagradable sensación de vacío, aún mayor de la que pudiera estar sintiendo incluso anteriormente. Mi cuerpo no se había calmado en absoluto, a pesar de que escuchaba mis flujos cayendo por el desagüe de la bañera, mientras se iba vaciando poco a poco el fondo, exageradamente lleno de mí. El baño apestaba a sexo.

 

Intenté recuperarme un poco, pero tuve que levantarme, ya que mis piernas no aguantaban aquella postura por mucho más tiempo. Eliminé con papel higiénico los restos más abundantes de flujo de mis piernas y el resto de mi cuerpo. Tenía el camisón hecho mierda. Joder, sólo entonces me daba cuenta de que había entrado con él así, abierto por completo, a la habitación de Pablito. ¡¿Pero qué mierda podía decirle de su paja si había ido allí con las tetas fuera?! Daba pena verme, pero ni fuerzas tenía para darme una ducha. Sólo quería cerrar los ojos, dejar de pensar, dejar de sentir… Necesitaba una cama, ya.

 

Le di un agua rápida a la bañera, ya que todo el fondo estaba encharcado y viscoso de mis líquidos, pegajosos e intensamente olorosos. Sabía que yo misma tenía que estar oliendo a sexo como una puta en celo. Aunque mi primito tendría su cuerpo también cubierto de sexo… ¡joder, aquella visión no! Una oleada de calor, de un nuevo temblor, una nueva oleada de excitación puramente sexual, me conmovió. Seguía súper nerviosa, con una continua sensación de que algo terrible me iba a pasar, y que no iba a ser capaz de evitarlo... Y seguía cachonda. Pero me ahogaba allí dentro, así que me recompuse, abrí la puerta, y salí.

 

El pasillo estaba bañado por la luz que salía de la habitación de Pablo. Era la señal: la puerta abierta, tenía la vía libre. Todavía temblando y chorreando de sudor, con las bragas aún empapadas y absurdamente retorcidas, enredándose en mi coño – no, no me había molestado ni en recolocármelas -  entré.

 

Pablo estaba ya vestido, por fin. Sentado en su cama, tranquilo, pero con cara de quien va llevarse una buena bronca. Bien, no hubiese podido otra vez con esa sonrisita suya, sobrada y desafiante, de antes. El cuerpo echado preovocadoramente hacia atrás, me permitió comprobar que su polla no abultaba más de lo esperado en su apretado pantalón. Aunque aún se revelaba un bulto considerable, enmarcado en una mancha húmeda. Bueno, eso por si pretendía olvidar, acaso, algo de lo que acababa de suceder allí.

 

Preferí obviar el dato, tratando de desviar la mirada, que había ido allí directa, no obstante, nada más entrar en la habitación. Subí la vista hacia su cara. Despacio, demorando el contacto visual. Pero permitiendo que la prolongación de ese movimiento visual en el tiempo no dejara lugar a dudas de dónde venían mis ojos. Él tenía los suyos clavados en los míos. Bien. Me acababa de fichar mirándole el paquete. Pese a todo, yo estaba tranquila. No sabía que esperar, aquello me había salido así. Su expresión era de los más normal, extrañamente normal... Tenía una carita preciosa.

 

Decidí tomarme aquello como un buen presagio. Quería suponer que se hacía cargo, no tenía motivos de queja, yo tampoco había participado directamente en nada con él desde hacía un rato. Y, al menos, ahora parecía estar, por fin, suficientemente relajado. Quizás la situación, por su parte, se había tornado idónea para pasar página. Puede que no fuera lo que él deseaba, claro. Seguro que le bullía el deseo sexual, como a mí, y estaba deseoso, ávido de más… pero parecía que, al menos, se había decidido ya a cortar por esa noche aquella situación absurda.

 

Podíamos haber pasado página. Lo podía haber intentado. Al meno, debería de haberlo intentado. Y supongo que lo habría hecho, si no hubiera estado yo como estaba. Para empezar, mi primo estaba presentable. Quiero decir, su paquete estaba aún abultado aunque convenientemente oculto. Pese a esa mancha de semen fresco que cubría su ropa, gritando a voces el mantra de la noche: ¡sexo, sexo, sexo…! Pero podía haber pasado por encima de aquello, y él parecía dispuesto a dejarme hacerlo. Pues bien, era yo ahora la que, de entrada lucía una apariencia que no es que fuera lo más recatada posible.

 

Acababa de correrme, y eso siempre se me nota, y se me notaba entonces en la cara, hasta en el pelo... no paraba de sudar, de chorrear flujo entre las piernas, de temblar... Olía. Tenía el camisón arrugado, manchado de sudor, saliva, flujo y esperma. Míos y de Pablo. Por oler, debía oler hasta a Carlos. Y, efectivamente: no me había tomado la molestia de volverme a abrochar los botones del escote después de abrirlos para Carlos. Y eso a pesar de que me acababa de horrorizar en el baño precisamente por ello, por haber vuelto a provocar de una manera tan absurda a Pablo en medio de su paja.

 

Pues allí seguía, con las tetas todas para sus ojos. No tenía perdón, lo sé. Por más que cuando quiero provocar me guste llevar el escote muy abierto, siempre al límite mismo de dejar salir mis lolas. Y que puede que ese día fuera cierto que ya casi ni me daba cuenta de la diferencia de un botón más o menos, y que siempre me parecía que las tenía a punto de salírseme, hasta cuando ya las tenía de hecho fuera... Que era lo que estaba pasando en ese preciso instante, que las tenía fuera. No fuera totalmente, puede ser que no, tampoco recuerdo ya bien, pero desde luego sí lo suficiente para que me las pudiera ver él por completo, como si no llevase nada. Como si esa vez fuera yo la que había entrado desnuda allí. Por segunda vez…

 

Me giré levemente, buscando el espejo del armario. Empecé a sudar exageradamente cuando me vi reflejada, de reojo, quedándome confirmado el alcance de tan fatídica situación. Pero... ¿qué sentido tenía taparme ya? Sin duda sería peor exagerar o hacer un problema de eso, así que traté de tranquilizarme… Sólo conseguiría remarcar innecesariamente la situación si me cerraba con un falso pudor el escote. Cosa que, por si fuera poco, me habría obligado a cogérmelas con las manos para poder meterlas dentro del camisón. No era tan fácil cerrar aquello... ¡Menuda imagen! Sudada y empitonada como estaba, además, casi iba a acabar poniéndome aún más erótica, porque se me acabarían marcando totalmente los pechos en la tela mojada del camisón.

 

Asumí que Pablo me las había visto ya sobradamente antes e, incluso, me las había tocado. Porque yo se lo había permitido, es más, porque se lo había pedido... y que, por involuntario que pudiera haber sido, también había estado igual antes: ofreciéndole mis pechos al más desenfrenado de sus morbos juveniles cuando antes entré en su habitación mientras se masturbaba.  ¿Dudaba acaso que hubiera utilizado la imagen de mis tetas al aire para excitarse hasta correrse de nuevo en esa ocasión? Retiré mi vista de él, aprovechando para explorar más detenidamente el terreno, intentando ganar tiempo para una decisión.

 

Había restos de semen junto a su cama, y también en su almohada, que reposaba en el suelo, junto a sus pies. Él seguía allí, sentado, imperturbable, mientras mi mirada seguía recorriendo la habitación. Y su cuerpo. Ese cuerpo apenas encerrado en la escasa ropa apretada que llevaba... y que evidenciaba sus tiernos y desnudos muslos, su insultantemente joven cuerpo marcándose en esa camiseta sin mangas. La húmeda mancha, la enorme mancha que decoraba la almohada junto a él, evidenciaba lo que mi mente quería borrar.

 

Y todo mi cuerpo clamaba por tener sexo con aquel crío.

 

Cerré la puerta tras de mí.

 

- ¿Terminaste?

 

- Sí - dijo, sonriendo de oreja a oreja. Para él sólo era un juego. ¿Y qué era para mí, sino precisamente eso, un juego, el mejor y más divertido de los juegos, desde que me decidí a probarlo en serio, a la más que avanzada edad de 21 años? Siempre me ha gustado jugar, a todo. Y, desde luego, al sexo más que a nada…

 

Un latigazo recorrió mi espina dorsal. Mi cuerpo se estremeció en una brutal contractura, agarrotado sin duda por el brutal esfuerzo que estaba haciendo para contener mi deseo.

 

- Bueno, pues ahora, a dormir.

 

Pienso que sí, que había una posibilidad de que realmente fuera lo que quería. Tumbarme, dejarme caer boca abajo ocultando mi semi-desnudez, junto con todo lo demás que había pasado, y lo que me hubiese gustado que pasase y no pudo ser... O, por lo menos, sí sería en parte eso lo que quería… Y no tenía más que lanzarme a la cama. Por la peculiar disposición del mobiliario y los huecos del cuarto, las dos camas estaban paralelas pero enfrentadas, tal como estaban cuando Carlos dormía todavía allí. Aunque la que me había preparado mi primo era en realidad una cama nido de la suya, mientras que la original de Carlos había desaparecido (él en su cuarto disponía de un sofá cama doble, perfecto para dos personas… totalmente desaprovechado, claro...)

 

La cama de Pablo ocupaba la esquina del pasillo con la pared que separaba del salón, a mano izquierda según se entraba. A continuación, una mesa de estudio, junto a la que se abría una ventana en la pared enfrentada a la puerta, y que daba a la calle al igual que las del salón. A la derecha de esa ventana estaba, precisamente, la otra cama, como digo. Por lo que las cabeceras se encontraban orientadas en sentidos opuestos. Sólo dos pasos más y estaría allí. Increíblemente, de repente no me importó nada más que buscar refugio en esa cama. Dos pasos…

 

Los di, intentando disimular el nerviosismo y la excitación que casi me impedían moverme... la contractura que me habían provocado los nervios por la situación era demasiado fuerte.

 

Me dejé caer sobre la cama, sin poder reprimir un grito de dolor.

 

De inmediato, Pablo se lanzó a mi cama, preguntando preocupado:

 

-¿Laura, qué te pasa?

 

- Nada, nada… ¡uffff! …no es nada... Tengo la espalda echa polvo. Es de nervios, creo. Llevo así varias semanas, necesito descansar... sólo es eso… - en realidad yo bien sabía que lo que en realidad necesitaba era tener buen sexo, y cuanto antes.

 

Pablo apoyó sus manos en mi espalda, junto a mi culo. Estaban calientes, pero me aliviaron.

 

- Mmmmmmhhhh…

 

- ¿Te gusta? - preguntó con tono complacido. ¡Qué mono! Sólo quería ayudar, me mentí a mí misma.

 

- Ay, Pablo, ¡qué manos tienes!... Mhhhhh ¿no me darías un masaje? - dije, con  mi voz más ñoña... Había decidido antes de darme siquiera tiempo a pensar.

 

Esa era yo en estado puro, sin coacción ninguna. Pero realmente lo necesitaba: el masaje y el contacto con un cuerpo caliente, un cuerpo joven. Y en celo; como yo... Había soñado que, de alguna manera, con las respectivas masturbaciones, se habría relajado algo la tensión sexual, y que el cansancio de ambos habría terminado por diluir el resto. Pero ya Pablo estaba frotando mi espalda a manos llenas... y yo, de nuevo, notaba algo más que alivio en mi espalda con su masaje. Otra vez los masajes. Nunca fallan, los había utilizado ya tantas veces cuando quería tener sexo… Volví a pensar en Guille. Sabía cómo iba a acabar todo aquello. Pero quise seguir adelante; quizás, precisamente, porque era así como quería acabar… Desde luego, esa noche me estaba haciendo falta un buen polvo.

 

-       Mmmmmhhhh Pablo, oooohhhh... lo haces tan bien...  - lo primero era siempre demostrar placer y remarcar su habilidad - ¿puedes apretar un poco más? – lo siguiente, pedir más…

 

Él se levantó entonces, y se quedó de pie junto a mi cama, para poder hacer más fuerza. Veía sus muslos desnudos por el rabillo del ojo. Pablo frotaba con fuerza mi espalda sobre la tela del camisón. Tan sólo estirar una mano y le alcanzaría el paquete, que seguro que ya se le estaría empezando a calentar. Pero no, estaba decidida a contenerme, al fin y al cabo si quisiera follar con él ya lo estaría haciendo. Pero una cosa era no hacer nada, y otra dejar de disfrutar lo que necesitaba sentir en mi cuerpo, en mi coño… además de una deliciosa sensación en mi espalda, naturalmente.

 

Una cosa no quitaba la otra y, a esas alturas, ya todo me daba igual, y lo primero era obedecer las urgencias de mi cuerpo: si Pablo quería propasarse un poco y tocar más allá de donde debía, pues eso que me llevaba. Yo, por mi parte permanecería inocente cual virginal doncella… ¡jijiji! Así que mantuve las manos bajo mi cabeza, y hundí mi cara entre ellas, para evitar tentaciones mayores.

 

-       En el cuello... - le pedí.

 

Necesitaba sentir su piel sobre la mía, ya que sus manos se estaban centrando en mis riñones, evitando la parte superior de mi espalda, mis hombros y brazos, la más dolorida. Era también la parte que se mostraba al aire, sólo atravesada por los finos tirantes del camisón, prácticamente caídos, además. Pablo tenía vía libre a mi cuello y a mis hombros, y lo cierto es que yo me moría por sentir el contacto de sus manos directamente sobre mi piel desnuda.

 

-       Siiiiiihhhhhh mmmmhhhh…

 

Me sentía traviesa, contrariamente al mutismo casi  absoluto que siempre muestro cuando me dan un masaje. La total libertad que me daba el estar a solas con Pablo, además de lo exageradamente excitada y desinhibida que me sentía por todo lo que nos había ocurrido, me llevaron a gemir de la manera más sensual posible. Pero lo cierto es que, verdaderamente, mi primito me estaba poniendo bruta.

 

Sus manos en mi cuello, sus dedos por fin en contacto directo con mi piel, presionando, pellizcando, apretando, acariciando, sobando mi piel y mi carne, esparciendo mi sudor y el suyo propio por la parte alta de mi espalda... El calor era agobiante, además, encerrados en su habitación con puerta y ventana cerradas a cal y canto. Sentía mis tetas encharcadas en mi propia transpiración, apretadas contra el colchón, cada vez que Pablo me apretaba la espalda.

 

Y, a continuación, volvía a recorrerme de arriba a abajo, una y otra vez. Le notaba llegar cada vez un poco más abajo, aunque nunca se decidía a alcanzar el nacimiento del culo (y yo ya estaba deseando que lo hiciera…) También era cierto que desde ahí no podía hacer nada, ya que el camisón caía, solapando con mis braguitas en un continuo de tela que cubría mi cuerpo desde debajo de los homóplatos. Aunque, siendo la prenda tan corta, si viniese desde abajo, fácilmente llegaría a tocarme el culo y las bragas empapadas...

 

Y de ahí al cielo, sólo había un paso.

 

Estuve a punto de pedirle que bajase más... como acababa de hacer justo antes con el cuello; un poco más, sólo el paso previo a... ¿cómo reaccionaría? Quizás sería mejor pedirle que cambiara  a mis piernas, para que me hiciera el masaje muslos arriba... Pero no, Laurita… Tal como estaba, yo ya no sería en absoluto capaz de resistir sus manos tocando mis muslos por dentro. Mi culo, mis bragas mojadas, resbaladizas y pegajosas - de tan retorcidas inservibles ya para tapar lo que debían mantener oculto- que, inevitablemente, le acabarían llevando hasta el mismo pozo negro del agujero de mi sexo... y era perfectamente consciente de lo incapaz que iba a ser para pararle, de evitar que hiciese conmigo todo lo que quisiera, o lo que pudiera, lo que supiera... No, no, decididamente no quería eso, no tanto, eso lo había decidido, no podía volver… pero mi cuerpo le necesitaba, tenía que sentirle más y más cerca...

 

- Súbete encima de mí.

-¿Cómo? - Pablo parecía sorpendido.

- Encima, que te pongas encima de mí. ¡Vamos! Siéntate en mi culo, así me lo podrás hacer mejor...

 

Sí, la frase sonó brutalmente sugerente, pero deseché la idea de intentar aclarar nada. Que sacara él solito las conclusiones que quisiera; si me malinterpretaba y me reventaba el coño, pues ya tanto mejor. Si se volvía loco y decidía forzarme, lo mejor sería no ofrecer resistencia para no darle más dramatismo al tema…

 

Me aferré a la almohada para no rugir de placer cuando Pablo se montó a horcajadas sobre mí, cerrando sus piernas contra las mías. Piel con piel y carne con carne, que de inmediato empezaron a bañarse de sudor la una a la otra, resbalando y pegándose mientras se frotaban mutuamente. Sentía como restregaba su culo abierto sobre mis muslos, el áspero y rotundo roce de su tela, húmeda, caliente.

 

Aquello debía ser su paquete, tal vez sus huevos, o su polla, no sabía... se había sentado demasiado abajo, yo le quería directamente sobre mi culo, así se lo había pedido, para que me apretara con su culo y su sexo mi propio culo y mi propio sexo. Me encantaba sentir aquello, sabía que, estando tan caliente, el movimiento de su cuerpo sentado sobre mi coño al masajearme me habría masturbado simultáneamente… pero el niñato se había quedado demasiado abajo, y yo no me atrevía a insistirle que subiese, que se pusiera en el culo como le había pedido. Que quería que su culo y su paquete caliente me apretasen mi propio trasero hasta notarlo incrustándose en mi coño sediento.

 

Estaba tan cachonda que el sentimiento de frustración estuvo a punto de hacerme saltar cuando, al empezar a estirarse mi primo para alcanzar mejor mis hombros y mi cuello, empecé a notar que su cuerpo se estaba echando cada vez más hacia delante. Con necesidad o sin ella, pues no tenía claro si lo hacía de manera intencionada para frotarse conmigo -tal como yo pretendía- o, simplemente, se lo había encontrado por casualidad, lo cierto es que su paquete estaba ejerciendo cada vez más presión sobre mi culo. Separando mis nalgas con lo que debía ser su miembro ya medio erecto, o eso quería pensar mi mente calenturienta.

 

El caso es que me estaba haciendo sentir abierta y mojada, como quería. Era alucinante que mi primito me hubiera puesto así, tenía un talento innato, pues de la forma más natural había vuelto a ponrme a su merced. Otra vez me tenía preguntándome cómo había hecho para acabar así. Cada vez sudaba más, y notaba caer las gotas de sudor suyas sobre mi espalda desnuda, formando un charco al mezclarse con mi propio sudor entre mis homóplatos. O tal vez no era su sudor, tal vez eran lágrimas, de miedo, de alegría, de placer. O, simplemente, su baba. En todo caso, él se esmeraba en el masaje en sí, llegando hasta mi cabeza, haciéndome cosquillitas en el cuero cabelludo y en el cuello (seguro que para poder detenerse más tiempo en esa postura, ya que estando así casi tumbado sobre mi espalda, su miembro se clavaba en mi culo con el movimiento rítmico de su pelvis).

 

Cada vez me quedaban menos dudas de que el muy cabrón se estaba masturbando frotándose contra mi cuerpo, de una manera muy similar a esas veces que había visto a tíos hacer algo parecido follándose una almohada. Pero Pablo no se daba cuenta de que, realmente,  me estaba abriendo el culo. En canal; definitivamente, se había empalmado del todo una vez más, y ese palo duro que tenía entre mis nalgas separadas era precisamente su falo, (envuelto lamentablemente en las telas de su calzoncillo y el pantalón de su corto pijama).

 

Era tan claro que se había puesto otra vez cachondo… se estaba lanzando cada vez más, signo claro de su creciente excitación, espoleada por mi pasiva e inesperada permisividad. Sus manos me tocaban ya por todas partes, recorriéndome la espalda, tirando del camisón hacia abajo, resbalando por mis costados, que estaban cada vez más al descubierto... Bajaban hasta mi cintura, y allí se aferraban a mi cadera en un movimiento que le permitía apretar cada vez más su verga contra mi cuerpo, el cual respondía agradecido, y sin mediación de mi maltrecha voluntad, abriéndose cada vez más en un claro intento de recibirle.

 

Mi culo estaba llamando a gritos a esa polla; también mi coño (aunque su ángulo era mucho peor). Si no hubiera sido por las cuatro capas de ropa que nos separaban, su verga tiesa ya se habría deslizado hacía rato hasta el interior de mi ano partiéndome en dos como haría un trozo de mantequilla reblandecida ante el empuje de una barra de metal puesta al rojo. Levanté la cabeza sólo un poco: frente a mí, ante la cama, la ventana cerrada dejaba entrar la luz de la calle, pero mantenía la temperatura interior de la habitación en constante y dramático aumento. El calor era cada vez más sofocante, aunque en la calle no corría ni una gota de aire, así que igual hubiera dado que hubiese estado abierta… Estando tan cerca de los cristales, con la luz encendida, tan sólo los ligeros visillos privaban a los vecinos de enfrente de una muy erótica visión.

 

El calor y el deseo me azuzaron, y me decidieron a dar un paso más.

 

- Espera...

 

Le obligué a separarse, mínimamente, de mi cuerpo. Debió quedarse embobado al ver que era yo misma la que hacía lo que él llevaba rato intentando. Tiré como pude del camisón hacia arriba, y me quedé casi desnuda, tan sólo tapada ya con unas bragas que debían estar casi transparentes de  lo mojadas que se encontraban. Sin contar que seguían tan retorcidas y descolocadas, incrustadas en mi raja, subidas donde debían estar bajas y bajadas donde debían estar subidas, que no debían de tapar ni la mitad de lo que se suponía que se debería esperar de ellas.

 

Pero eso en ese momento no importaba tanto, porque él estaba ya prácticamente sentado sobre ellas, así que era imposible que me viese nada. Es más tendría que haberse tumbado con la cabeza entre mis piernas para poder verme el chocho, pues yo mantenía, eso sí, los muslos bien apretados. Más para intentar evitar que su tranca me terminara de abrir del todo que por ningún deseo de tapar nada. Para acentuar mis medidas de protección, en ese momento en el que él ya sólo veía mi cuerpo desnudo (de cintura para arriba, que era lo que podía ver) bajo el suyo, me apreté fuertemente contra el colchón, ya que lo que tampoco pretendía era ponerle en bandeja mis tetas al aire. La situación, tal como estaba, tenía ya bastante. Para ambos.

 

Y, sin embargo, a Pablo le dio el ataque total. Quizás era lo único racional que se podía esperar de todo aquello… ¿Cómo esperar contención de un chiquillo en su primera experiencia, con una prima cada vez más emputecida? Empezó a tocarme, como estaba haciendo antes, sí, pero de una manera mucho más bestia, más descontrolada. Más cachonda. Él era el que estaba perdiendo los nervios esa vez, aún más de lo que yo los pudiera haber perdido antes. ¿Quizás yo había vuelto a olvidar su edad? ¿O quizás, precisamente, me estaba valiendo de ella? En todo caso, creo que en ese momento yo estaba donde quería estar, así que decidí dejarme hacer, al menos por un rato, mientras veía cómo se desarrollaban las cosas y confiaba aún en mi capacidad última de autocontrol. A esas alturas de mi vida, había perdido totalmente el control y, digámoslo, mis límites en cuanto moral sexual eran ya prácticamente inexistentes.

 

Ahora bien, seguía teniendo sentido de la oportunidad, por así decirlo. Y lo mío con mis primos no era oportuno. Con Carlos, francamente, eso me sudaba el coño. Ya era mayorcito por lo que, simplemente, para mí todo se limitaba a una cuestión de prudencia para, precisamente, buscar la oportunidad de conseguir lo que quería. Con Pablo era distinto, y ni yo misma era capaz de encontrar justificación a aquella locura. No; pero eso no quitaba que, por unos breves instantes, también quisiera arriesgarme a aprovechar la oportunidad. Debía ser sólo esta vez, sólo un rato, y sin llegar más lejos. Pero mi cuerpo sediento de sexo bien se merecía unos mínimos cuidados, (¡pero si, además, apenas eran sexuales!) sobre todo después del maltrato de aquella noche… Era preciso asumirlo: sería absurdo pensar que yo hubiera hecho otra cosa. De hecho, ¡es que no podría haber hecho ninguna otra cosa! Porque el pequeño cabronazo me estaba auténticamente matando de placer.

 

Mi primo. Mi primo pequeño. Pablo. Sí: me estaba dando un placer infinito, y sólo era un masaje, sólo tocándome la espalda desnuda… Casi solo. Bueno, y restregando su pene erecto contra mi culo a través de esas capas de ropa cada vez más húmedas y calientes, al igual que yo, que nosotros, que cada vez estábamos más húmedos y calientes… y menos ropa nos separaba. Me negaba  a creer que ese pene tan duro, tan erecto ya, se hubiera podido mantener dentro del pantaloncito que calzaba Pablo, ¡si yo ya había visto lo que pasaba cuando mi primito se calentaba de verdad!

 

Joder, ni su polla ni lo que me estaba haciendo eran propios de un crío de su edad. Y cuanto más adelante íbamos con aquello, lo cierto es que más miedo me empezaba a dar todo porque, por más que intentara auto tranquilizarme, desde el fondo de mi conciencia sabía que no tenía tan claro cómo lo iba a detener. Ni si iba a ser ya capaz de detenerlo llegado el momento, sabiendo como sabía que, desde el principio, yo ya no quería llegar a donde aquello amenazaba con llegar, cada vez con más posibilidades. Pero mientras, a falta de una fuerza de voluntad que no tenía ni tan siquiera pretendía buscar, sencillamente me seguía dejando ir y me dejaba hacer.

 

Hundiendo la cabeza en la almohada, entre mis manos, sollozando de placer, gimiendo entre jadeos entrecortados abiertamente eróticos "qué gusto, qué gusto, ¡¡ahhh, pero qué gusto Pablo, por dios...!!" Ante lo cual él también, alentado por esa excitación mía que yo me esforzaba por dejarle patente, y movido por la suya propia -que no dejaba de crecer- se dejaba llevar también cada vez más. Y así íbamos los dos, deslizando sin frenos por una pendiente bien engrasada, traspasando una frontera tras otra. Primero sentí cómo bajaba y bajaba, hasta mis bragas; su masaje llegó por fin a mi culo y allí continuó su viaje. Nunca nadie antes me había dado un masaje en el culo sin estar abiertamente teniendo sexo. Pablo lo hizo. Igual eso me tenía que haber hecho pensar que lo nuestro se aproximaba ya más a sexo que al masaje como tal.

 

Me estaba metiendo mano con ello, calro, tocándome y sobándome el culo sin rubor. Pero lo hacía sin dejar para ello de hacer sus movimientos de masaje. Era más fácil para los dos justificarlo así y dejarlo estar. Sólo un masaje. Y era muy rico, claro, también era eso, y yo no quería dejar de disfrutarlo, ni él tampoco. Luego empezó a apretar nuevamente su paquete duro contra mi ano en rápido ritmo, y me hizo volver a sentir aquella fuerza en mi raja que obligaba a mis nalgas y a mi vulva a separarse, a abrirse en un acto reflejo, como disponiéndose para recibirle. Mi cuerpo reaccionaba a sus estímulos y yo no penaba en hacer nada por impedirlo.

 

Subió un poco más las manos, me frotó la parte baja de la espalda, y me hizo estremecerme con el relampaguear del placer en mi espalda, mis caderas, mi ano, mi sexo… la vulva me latía como un segundo corazón. Frente al rápido y fuerte empuje de su pelvis, su masaje era suave, y sus manos se deslizaban en suaves caricias gracias al baño de sudor que empapaba mi espalda, suavizando nuestro contacto mutuo hasta el límite. Y así, como resbalando inevitablemente por la curva de mi espalda, fueron sus manos mojadas sobre mi espalda mojada cayendo hacia mi culo, bajando la tela de mis bragas.

 

Yo le dejé, claro. Él tan solo estaba explorando: me sobaba el culo, apretando fuerte la piel y la carne de mis nalgas, sintiendo mi pelo, el sudor que escurría por mi raja, que seguía y recogía con sus dedos… me los pasó una y otra vez por la raja, abriéndome más y más, bajando cada vez un poco más en cada pasada. Yo contenía la respiración, pero no podía evitar gemir como una zorra. Estaba al borde de alcanzar mi ano, que notaba bastante dilatado por la excitación y los frotamientos. Si me penetraba ahí no podría pararle. Mierda, ¡mierda! ¡Se me iba de las manos!

 

Mordí la almohada mientras le sentía llegar, mientras me repetía que aquello sólo era un masaje. Tan sólo un juego, nada de sexo. Nunca jamás sexo, aunque tuviera su dedo a las puertas. Uno de sus dedos tanteando la entrada, Estuvo a punto, apoyado en el agujero, presionando: sin duda no se esperaba aquello, encontrar mi ano allí, o que él me estuviese tocando el ano a mí, o que yo me estuviese dejando tocar el ano así, por él. No sé, no sabía nada, porque su polla seguía apretando, además, o más bien embistiendo, pero eso entonces era bueno, porque le quitaba maniobra para poder meter sus dedos dentro de mi culo. Su polla empujaba justo en lugar donde el culo tenía que abrirse, y de hecho así  me lo estaba abriendo y bien abierto.

 

Partiéndome por la mitad, sin duda su miembro se había encontrado bien acogido allí, apretadito entre mis nalgas, y Pablo no querría perder esa privilegiada situación. Afortunadamente, porque un poco más de curiosidad con su dedo y... Yo no hubiese podido resistir notarle dentro. Quise pensar más tarde, pensando fríamente en lo al límite de todo que estuvimos ahí, que también su inexperiencia me salvó. Me temo que no sabría, o no querría saber, o no se atrevería a pensar que de primeras mi culo pudiese ser objeto de profanación por su dedo. O pensaría, calro, tenía que pensar que yo ni por lo más remoto me pudiera haber dejado. Claro, incluso quizás dudó si yo jamás habría hecho algo así, por el culo (pero ¿cómo iba él a pensar?) Bufff…

 

No sé, lo cierto es que si un solo dedito suyo me hubiese entrado entonces en el culo, sin duda me habría desnudado por completo pidiéndole que terminase conmigo. Ya no sé cómo hubiese reaccionado él. Asustado seguramente, quizás hasta el límite de no atreverse a hacerlo, aunque, en último caso, me hubiese resultado fácil forzarle, pero a mí nadie me habría dejado ya sin mi polvo. No, no creo que se hubiese parado, y tampoco tendría yo que haber hecho grandes movimientos. A poco que me bajase un pelín más las bragas y contando con que debía tenerla medio fuera, o fuera entera -esa ropa no alcanzaba a cubrir su erección completa ni de coña, ya lo había comprobado- habría entrado sola simplemente poniéndola en el lugar adecuado.

 

Ni cuenta me di de en qué momento acabó con aquello. Cuando quise ser consciente de nuevo, el peligro inminente ya había pasado y sus manos volvían a subir. Aunque mis braguitas se habían quedado retenidas con su masaje en la curva de mi culo: notaba el comienzo de mi trasero al aire, bajo sus ojos. Yo me había desnudado por arriba y, después de hacerlo, él no se había cortado a la hora de retirarme las bragas, a pesar de ser la única prenda que aún tenía para cubrirme. Pablo me quería desnuda, estaba claro. Pero tampoco eso me importó. Me ponía a mil estar desnuda y sometida a su cuerpo, y permanecí entregada a él, que de nuevo se adueñó de mi espalda entera. Yo se la arqueé, levantándola ligeramente, azuzada por los latigazos de placer que me asaltaban cuando le sentía avanzar veloz de nuevo hacia mis hombros.

 

Apreté la cabeza entre mis manos, que se aferraban a la almohada con cierta desesperación. Buscaba incrustar mi cuerpo en la cama, anclándome al colchón con mis codos y mis antebrazos para no desfallecer, quizás también para cerrar el paso de sus manos a otras partes de mi anatomía que bien podrían hacerme sucumbir si él las tomara al asalto… Bastante tenía ya con que le hubiera entregado mi culo. Sin duda, ya era más de lo que había tenido intención en ningún momento, y mucho más e lo que ya había llegado a entregarle esa misma noche. Sin embargo, aquella cierta actitud defensiva, además de absurda y miserable, resultaba bastante contraproducente: cuanto más luchaba por pegar mi cuerpo a las sábanas deshechas, yo misma hacía aumentar al máximo la presión de mi culo contra su pelvis.

 

Sí, era posible también que, directamente, estuviera tratando de sentirle al máximo, siquiera incluso un poco dentro... Yo misma era consciente de ese deseo mío en ese preciso instante, tenga o no claro si también con mi cuerpo lo buscaba, pero lo cierto es que no me extrañó que él interpretara mi mínimo movimiento de culo como una invitación. O tal vez no, tal vez, simplemente, después de comprobar que yo le había dado licencia total cuando se decidió a sobarme el culo, se sintió legitimado o, por lo menos, suficientemente envalentonado como para atacar de nuevo la parte de mi anatomía que sin duda más estaba deseando desde que nos interrumpiera la inoportuna llegada a casa de su hermano: mis tetas.

 

Lástima su maldita juventud. No sólo porque de no ser por ella yo estaría ya llegando mucho más allá, participando activamente en lugar de limitarme a esta pasiva actitud (aunque activamente sumisa, por otra parte; lo que, dada la situación, era más que mucho). Sino porque, de hecho, dudaba mucho que con algunos años más y una mínima experiencia, y digo mínima minimísima, sería imposible que no me estuviera ya a esas alturas buscando el coño directamente. Aún más cuando, de hecho, lo tenía francamente accesible en esos momentos. O, por lo menos, otro lugar cualquiera donde meterla.

 

El niño tenía que estar salidísimo. Por mucho que pudiera ser verdad su falta de experiencia hasta en la mera auto-masturbación, tenía que estar sintiendo el grito de su propia naturaleza, desbordantemente masculina, pidiéndole saciar los deseos de su miembro viril con mi cuerpo, que tan oportunamente se le brindaba para ello. Después de lo que le había visto esa tarde, creo que sólo el haberse corrido tres veces seguidas (al menos que yo hubiese visto, que podían ser más), nos debió separar en ese momento de haber empezado a sentir su eyaculación caliente cayéndome sobre la espalda desnuda. Y es que, cómo decirlo, igual él ni era consciente de que lo hacía, pero Pablo se estaba masturbando en mi culo: su polla sólo contactaba con mi cuerpo en su base, hasta la mitad de su largo tronco, pero con ella, acompañada de sus huevos pequeños y duros, me estaba penetrando abiertamente la dilatada raja del culo.

 

Y así fue cómo mi primito empezó a cabalgarme -externa, parcial, lo que quieras, pero era una cabalgada: Pablito me estaba montando.

 

Tenía que estar tan cachondo que dudo que fuese siquiera consciente de la intimidad de su contacto, pero yo me sentía tan abierta que daba por superada ya cualquier posible asimilación de la situación a un inocente masaje. Me estaba frotando el culo desnudo y casi el sexo abierto, poco menos que con su propio sexo desnudo. Era el momento de parar, eso estaba claro. Seguir adelante podía significar alcanzar en cualquier momento, sin previo aviso, el punto de no retorno.

 

Pero mi propia excitación había seguido una progresión suave y pausada, aunque implacable: Pablo me había puesto cachondísima, como nunca imaginé que sería posible, y lo había hecho poco a poco, lo suficiente como para no ser capaz nunca de darle el NO definitivo. Y, para entonces, todo mi cuerpo amenazaba ya con entrar en ebullición, y además de una manera más plena y completa que la brutal locura de antes en el baño, cuando fui incapaz de contener los amagos de orgasmo que me llevaron a un escape bestial de flujo. En resumen, que estaba empezando a experimentar un principio de una corrida francamente prometedora.

 

Así las cosas, como no podía ser de otra manera, recibí sumisa y gustosa sus manos en mis senos cuando él se decidió por fin a buscármelos, al seguir en ese momento con el pecho separado del colchón, pues mantenía la espalda arqueada desde que incorporé mi torso buscando facilitar su masaje en mi espalda y cuello, así como los frotamientos de su polla contra mi culo. Permití así que Pablo pudiera meter sin problema sus manos de largos dedos bajo mi cuerpo, asiendo firmemente un pecho con cada una de ellas, recogiendo firmemente mis colgantes globos, que desafiaban la gravedad en todo momento por la tensión que los pezones erectos provocaban en sus puntas. Mi primo me apretó y me magreó las tetas ansioso, sin cuidado ni pudor. Llevaba más de dos horas deseando ese momento. Pablo tiró fuerte de mi cuerpo, levantándome hacia arriba cogiéndome por las tetas, incrustando a tope la base de su falo desnudo en la raja de mi culo.

 

Yo me vine abajo, su conquista de mis tetas suponía prácticamente mi derrota absoluta. Desfallecida, dolorida además mi espalda de la excitación y los nervios, no pude aguantar más con la espalda arriba y caí sobre el colchón, aprisionando sus manos, que quedaron aplastadas entre las sábans y mis tetas desbocadas y deseosas de ser estrujadas. Sus palmas se llenaron del sudor de mis pechos. Apreté aún más mi cuerpo, aumentando la sensación de placer que me  producía el contacto de esas manos en una de las partes más íntimas de mi anatomía. Era posible incluso que él hubiera deseado hacer algo así alguna vez. Lo que seguro que jamás pensó es que llegaría a hacerlo, menos tan pronto, y ni tan siquiera a vérmelas, no ya conocer, tocar, disfrutar… ¿cuándo me las saborearía?, ¿¡cuándo me las follaría!?

 

Asumida deportivamente mi derrota, yo movía mi torso en movimientos circulares sobre sus manos sin dejar nunca de gemir abiertamente, frente a lo cual él acabó dejándose caer sobre mi espalda, mientras sus dedos y manos no dejaban de trabajar.

 

-       vamos, vamos.... - no pude evitar susurrar. Mi primo Pablo sobándome las tetas a manos llenas, quién lo hubiera podido pensar... y me estaba dando tanto placer sólo con hacerme eso... - ¡¡vamoooooos....!! - seguía gimiendo, alto y claro.

 

Quería que él me oyese. Y él seguía sobándome.

 

Caído como estaba sobre mí, los cuerpos pegados, el calor era insoportable: ambos sudábamos por la elevada temperatura, que en el cuarto cerrado resultaba sofocantemente despiadada, lo que, en realidad, no hacía sino multiplicar  exponencialmente en nuestros cuerpos tórridos la excitación sexual más animal. Lamenté en ese momento que Pablo siguiera con la camiseta puesta; hubiera deseado poder sentir su piel joven de fibrosos músculos, su cuerpo sudado frotándose directamente contra el mío. De hecho, lamenté vivamente el que estuviese vestido. Imposible justificarme cómo había dejado que esta situación llegara hasta estos extremos. Se habían dado la vuelta las cosas: hacía solo cosa de una hora que mi primo, sin camiseta y con los pantalones bajados, me había mostrado en el salón su verga erecta en plena eyaculación, frente a lo cual yo conseguí mantener una púdica distancia -que no me impidió tocar aquella maravilla con deleite, agarrando sin reparos su polla entre mis manos- gracias a mi ropa que, aunque desaliñada, aún conseguía cubrirme sobradamente (sólo mi paso por Carlos me hizo sacarme las tetas del camisón de manera definitiva, en mi intento de calentarle para meterme en su cama).

 

Incluso luego había visto a Pablo desnudo por completo, pajeándose con una tranquilidad pasmosa delante de mí, como si fuera un mono del zoo delante de su público. Y hasta me había permitido echarle la bronca, siempre desde esa seguridad y superioridad que me seguía dando estar mínimamente vestida, por más que fuese con el breve y descompuesto camisón, abierto ya completamente a la altura de mi escote hasta el punto de llevar fuera las tetas. Pero allí en esa cama era yo ya quien estaba casi completamente desnuda, si es que algo me cubrían aún esas braguitas medio bajadas y empapadas.

 

Desnuda y sometida a mi primo, que se masturbaba contra mí mientras me destrozaba las tetas a su gusto (y al mío), sin despeinarse ni desvestirse siquiera. Me preguntaba aterrada si acaso había perdido ya la lucha interior que se desarrollaba en mi cabecita, arrasada como estaba por el placer, completamente desbocado de nuevo desde que él consiguió alcanzar mis peras. En respuesta, mi coño empezó de nuevo con sacudidas que revelaban una amenaza más que evidente de descontrol.

A esas alturas, yo ya no pensaba en otra cosa que correrme.

Irme de una vez. 

 

Al fin y al cabo, y después de esa loca nochecita, todavía llevaba semanas enteras sin que ninguna persona que no fuese yo misma me hubiera hecho correrme. Semanas sin buen sexo ¿alguien es capaz de entender lo que eso supone para alguien como yo? Más de una vez Nurita y la Bergerot me habían definido como ninfómana. Al principio aquello me cabreaba, pero cada vez me gustaba más jugar a darles la razón. Reconocerlo me estaba abriendo las puertas a muchas ocasiones gloriosas. Me abría la puerta o, como aquella noche, me abría el culo. El coño.

 

Mi primo, esa noche. Mi primo Pablo lo estaba haciendo, después de tanto tiempo en paro biológico: me estaba llevando al orgasmo. Él. Yo no había hecho nada, aunque venía excitada, y mucho, a pesar del intento de paja que me acababa de hacer, abortada en esa tremenda corrida incontrolada e inesperada (por eso tampoco la paja me había relajado siquiera como hubiera podido esperar). Pero con todo y con eso, era él el que, por más caliente que yo ya estuviera, me había luego puesto tan bruta, tan vivamente cachonda, tan salidísima hasta el límite. Él, mi primito. Por méritos propios, con sus manitas.

 

Y con su polla. Porque ahora sí. Ahora sí que me estaba follando. No literal, claro, no estaba dentro de mí; pese a todo la maldita ropa aún se lo impediría: maldije mis braguitas, maldije mis restos de pudor que me habían impedido quitármelas cuando me quité el camisón. ¡Si total Pablo ya me estaba follando en ese momento! Y aun así, empleé igualmente mi típica excusa, quizás precisamente por haberla utilizado tantas veces, esa de "me quito la camiseta y el sujetador para que me puedas hacer mejor el masaje, ¿vale?, pero ¡no vayas a mirar eh!" Sí, si no hubiese sido tan tonta y me hubiese desnudado por completo… Y seguro que entonces lo hubiese hecho él, también. Aunque lo cierto es que entonces yo no estaba aún tan caliente, si él se hubiese desnudado, seguro que hubiese sido yo la que hubiese cortado todo...

 

-       …mierda, mierda, mierda, ¡mierda!, ¡¡MIERDA!! ¡¡¡NOOOOO Pabloooo...!!! ¡¡¡AHHHHH…!!! – grité.

 

Solamente cuando constaté que mi pensamiento estaba entrando en bucle, buscando desesperada la salida, la justificación de la inevitabilidad de todo aquello, una justificación imposible, inexistente, absurda… sólo entonces mi cerebro hizo el “clic” y fui capaz de reaccionar. El momento era ya, y hacía mucho que se había pasado cualquier límite medianamente soportable. Sólo quedaba un último paso, y era la follada más abierta y carnal. Y yo ya no tenía defensa alguna, por lo que estaba exclusivamente en las manos, o en la polla, de mi primo, decidir el momento y la forma.  

 

No, no podía ser, sencillamente no podía, tenía que asumir que mi primo me estaba follando ya,  que de hecho me cabalgaba ya brutalmente, frotando una y otra vez su pubis ¿desnudo? ¿eran los pelos de su polla y sus huevos los que notaba contra mi culo abierto, al aire…? Nuestros cuerpos resbalaban y se deslizaban perfectamente compenetrados, buscándose siempre con una precisión y una suavidad total gracias al sudor que nos envolvía como una película viscosa, y viciosa. Los rítmicos movimientos de Pablo eran nítidamente los de una follada, cualquier parecido con una masaje había desaparecido hacía rato, su pecho se apretaba a mi espalda desnuda, abrazándome para ello con fuerza, mientras me seguía estrujando las ubres y me inmovilizaba con ello para mantenerme sometida mientras me embestía… Pablo besaba mi cuello sudado mientras me follaba sin penetrarme. ¿Necesitaba más pruebas?

 

Le deseaba.

 

Era su primera vez y, sin embargo, sus caderas impulsaban a su sexo joven, jugoso y descomunal contra mi cuerpo sin descanso, y sentía yo como si me la estuviese metiendo de veras, más y más adentro, y él se movía de una manera tan sensual y rotunda, que cada uno de sus apretones revelaba hasta qué punto es el sexo algo innato en el ser humano. Esa forma suya de moverse y de empujar no se diferenciaba en absoluto de la de tantos otros que habían pasado entre mis piernas con infinita más experiencia. Durante aquellos eternos momentos de incertidumbre por mi parte en los que, a pesar de haber conseguido expresar ya mi negativa, al menos verbalmente, él no soltó en ningún momento mis tetas, e incluso yo bajé mis manos y las enlacé a las suyas acompañando sus movimientos, otorgando ya  mi consentimiento total y absoluto para su presencia allí más allá de lo que hubiera acertado a gemir hacía un momento.

 

Pero entonces, después de mi grito angustiado pidiendo parar, él debía estar dudando. Mis manos apretando las suyas contra mis pezones hinchados eran claramente contradictorias con mi petición. Pero quizás él tampoco tenía la intención, o no era capaz siquiera, de asumir él la decisión de lanzarse a la carga, mi pobre niño, si es que era demasiado joven, ¿qué podía hacer más allá de lo que estaba haciendo? Aunque aún estaba claro que con sólo una leve señal mía podía bastar para dar el paso definitivo, nos faltaba tan poco...

 

Y yo cada vez más al límite, y yo ya casi plenamente convencida que era ya del todo incapaz de detener aquello, que la única salida posible ahora era seguir así hasta deshacernos los dos en un dulce orgasmo, que a lo mejor era eso lo que quería, sólo eso, y no otra cosa... porque cabalgaba hacia el más dulce de los orgasmos, y también me parecía sentir otra presión y otro calor, y otra humedad en mi espalda, contra la que se apretaba su cuerpo sudado, aprisionando su tremendo rabo entre nuestras anatomías torturadas por el placer. Al menos, Pablo estaba todavía fuera de mí… no pasaría la cosa de una masturbación conjunta, sí, al menos eso se podría decir, cierto que sería un paso más allá respecto a lo que ya habíamos hecho, o estado a punto de hacer, un paso no tan pequeño, vale…

 

Recordé el gusto y el tacto de su polla en mi boca...  quizás habíamos llegado incluso más lejos ya, o al menos habíamos estado tan, tan cerca… Claro, no podía ignorar que sí habíamos ido ya mucho más lejos, y aunque entonces estuviésemos así:  mi desnudez casi total, su manera de tocarme… Pero al menos, al menos… Justo antes había estado a punto de penetrarme el culo con sus dedos, cuando me sobó la raja bajo las bragas en pleno masaje a mis nalgas, y eso ya era mucho peor que el que siguiera sobándome las tetas, incluso aunque lo hiciera ayudado y apoyado por mis propias manos...

 

Pero…

 

¿¡Qué mierda era aquella Laurita!?

¿¡Qué coño decía?! ¿En qué coño pensaba, qué coño esperaba?

 

No, no podía negar que estábamos teniendo sexo, no sabía qué había sido lo de antes, sin duda más de lo mismo, pero en lo que estábamos sólo se podía definir como sexo, y del bueno, sexo con todas las letras, S, E, X, O, aunque no hubiéramos alcanzado la  penetración ¿qué importaba eso? H olvidado a muchos tíos que me la han metido, sin más, y eso es así porque con ellos no fue ni la millonésima parte de excitante de lo que Pablo me estaba haciendo… Pues así y, para variar, sin capacidad de reacción alguna por mi parte, en un sentido o en el contrario, sin poder decidirme a nada que no fuese seguir dejándome llevar bajo sus embestidas que le clavaban una y otra entre mis nalgas, me abandoné cada vez más excitada, a la vez que aterrada, a ir notando cómo la humedad y el calor me cercaban por todas partes. Con su cuerpo abrazado al mío, era ya consciente de ese algo caliente, duro, grande, muy carnal y muy húmedo, que se deslizaba goteando sobre mi baja espalda, lubricándola al mismo ritmo al que mi primo empezaba a jadearme en la oreja, con su boca ya pegada a mi cara, echándome en ella el aliento y la baba al tiempo que me empezaba a echar también esos otros líquidos suyos por encima.

 

En el fondo era cuestión de saber sumar dos y dos, pero me había costado; a todos los efectos, en lo que mi cuerpo le estaba ofreciendo a Pablo en ese momento, yo estaba desnuda: tras sacarme el camisón sólo me quedaron las braguitas, pero él se había encargado de eso, bajándomelas sin rubor hasta dejarlas metidas en la parte baja de mi culo, y todo el dorso de mi cuerpo quedó así al aire y sometido bajo el empuje del suyo propio cuando se terminó por tumbar sobre mí. Así pues, era mi culo abierto y desnudo el que recibía a su entrepierna. Y sí, con la erección total que le notaba, debía haber sido evidente para mí, desde el segundo cero, que aunque siguiera vestido su polla estaba casi entera al aire. A decir verdad, al menos en esos últimos instantes, yo tenía claro que toda la tranca estaba al aire, pegada a mi piel desnuda. Tan sólo los huevos y, si acaso, una mínima porción de la parte inferior de su largo tronco, debían permanecer aprisionados por el impotente conjunto de calzoncillos y pantaloncillo.

 

Piel con piel, el fuste de su nabo era lo que me abría la raja del culo, separándome las nalgas sin piedad, y no podía ser otra cosa que ese glande suyo, tan perfecto, suave, rosado, escapando de los pliegues de su prepucio en tan brutal empalmada que llevaba mi niño, lo que me estaba untando la espalda a medida que seguía rezumando su rebosante humedad.  Yo desfallecía, medio mareada, sintiendo su respiración en mi cuello… Eso fue lo último: primero fueron suaves caricias y tiernos besos, -besos, sí; mi primo ya se estaba tomando la licencia hasta de besarme- en el cuello, en la oreja... esos labios me desquiciaron... mordisquitos, más besitos, hasta que empezó directamente a lamerme todo el cuello, como un perrillo, no lo podía creer, ¡con lo que me ponía a  mí eso! Estaba perdida… Pablo tomando la iniciativa de aquella manera, besándome como estaba a boca abierta, y lamiéndome con toda la lengua fuera. Yo notaba su saliva resbalando abundantemente, mezclada con el sudor, por mi cuello. Era todo tan húmedo, tan húmedo... Giré la cabeza para ofrecerle mi cara y mi boca abierta, y no le hice ascos cuando su lengua empezó a meterse entre mis labios.

Sentí un primer chorro escapar entre mis piernas... mierda, me dije. Estaba auténticamente al borde. Y ni siquiera había intentado tocarme el sexo. Pero, si me corría ahí con Pablo al ataque, en plena embestida, ¿iba a ser capaz de pararle si decidía intentar algo más? Él estaba casi saltando encima de mí, sus lametones alcanzaban mi cara, entrándome a las claras en la boca, mientras mantenía aprisionado mi cuerpo entre sus brazos, con sus piernas, dominándome -de pronto me parecía mucho más fuerte de lo que nunca había pensado, o quizás es que yo estaba más débil y vulnerable que nunca, dominada por su inesperada potencia y mi propio deseo…

Y, en ese crucial momento estaba, cuando sentí una de sus manos bajándome vientre abajo. Pablo iba camino de mis bragas, que por la parte de delante se mantenían, mal que bien, en su sitio, lo suficiente al menos como para ocultar mi felpudo. Mi primo quería tocarme el coño.

-       No, no, no, no… ¡NO!  - empecé a revolverme como pude.

Gritando como una demente empecé a manotear y a agitarme intentando sacármelo de encima. Mis manos, pese a todo, seguían en mi pecho, colaborando con la mano de Pablo que se había quedado atrás en seguir magreando mis melones. Pablo paró al momento, asustado. O quizás, ¿simplemente obediente? Me pareció tan tierno, cualquier otro hubiese seguido, forzándome si hubiese sido preciso. Y se hubiese salido con la suya, incluso sin necesidad real de forzarme. Esto es relevante porque, en realidad, pese a mis grititos absurdos y mis absurdas convulsiones, yo no hubiese sido capaz de pararle.

Si él hubiese querido tocarme, me habría tocado, si hubiese querido follarme, lo habría hecho. Yo ya estaba en un proceso avanzado de orgasmo, y tenía menos fuerza y voluntad aún que habitualmente. Pero había parado, y eso lo había roto todo. Supongo que era lo lógico. No debía haberle dejado hacer nada de eso, pero tocarme el coño ya sobrepasaba todo lo admisible. Con el súbito frenazo se me congeló la líbido, pasando con ello del cielo al infierno en milésimas de segundo. Fui consciente del drama, de lo violento de la situación, del sinsentido que había provocado después de llevar dos horas convenciéndome de lo contrario

¡Dios!

Había estado a punto de caer…

A puntito de dejarme llevar hasta quién sabe dónde.

Pero habíamos parado. Sí, todavía estaba a tiempo de poder mirar a mi primo a la cara a la mañana siguient

-       Para, Pablo, para por favor… -le pedí cuando él ya se había detenido- …es mejor que no sigamos, creo que esto empieza a no estar bien…

¿Empieza a no estar bien? ¿empieza? Era tremenda mi cara dura... y más después de pedirle que parara sólo cuando ya lo había hecho, sin que por mi parte hubiese mostrado oposición real a sus actos en ningún momento, excepto esos patéticos noes… Que, pese a todo, habían sido suficientes. Resultaba inconcebible esa capacidad de autocontrol en él…

-       No quiero hacer nada de lo que podamos arrepentirnos ¿vale?

Cínicamente, mientras decía aquello, yo aún apretaba su mano izquierda, entrelazada con las mías, contra mis berzas, al tiempo que disfrutaba de la dulce sensación de sentir su polla dura y tiesa separando mis glúteos, empujada por la presión del peso de su cuerpo. Tuvo que ser él, nuevamente, quien sacase sus manos de debajo de mí y, apoyándose en el colchón, se elevara despegando su piel de la mía. Pude sentir cómo nuestras pieles, fundidas por el sudor, se iban despegando micra a micra. Su cipote empalmado caía entre sus piernas, y lo pude sentir arrastrándose sobre mi espalda y sobre mi raja del culo mientras él se retiraba. Aunque estaba sintiendo aquella separación como un proceso eterno, sin fin, él se apartó ágil y rápidamente, dejándome libre, sin más.

Me incorporé ligeramente para verle. Me moría por verle, por ver su cuerpo, en ese momento, justo después de lo que me había hecho. Mi primo me acababa de llevar al borde del orgasmo. Vale que se me acababa de bajar el calentón de golpe, cierto, pero lo que él acababa de hacer… Pablo ya se había levantado, quedándose sentado sobre sus piernas flexionadas para dejar entre ellas espacio suficiente que me permitiera a mí sacar las mías de debajo de su cuerpo... Nos quedamos un momento así, yo todavía entre sus piernas, tumbada boca abajo y desnuda, con el culo al aire ante él, brillante de nuestros sudores mezclados y de sus líquidos preseminales, con las braguitas retorcidas encajadas en los pliegues inferiores de mis glúteos… Semi incorporada como estaba, apoyada en mi codo derecho sobre el colchón, también mis tetas quedaban así a la vista para él.

Me miraba con el rostro desencajado, boqueando, intentando respirar con normalidad, visiblemente nervioso, exaltado sin duda por lo que le había dejado hacer. Por ver que ni siquiera hacía la más mínima intención de tapar mi desnudez que seguía ofrciéndole, impúdica. Su camiseta estaba empapada, sus pectorales se marcaban en la tela blanca y fina, mojada, que se le había subido, enrollándosele hasta encima del ombligo; y así se le había quedado, retorcida y húmeda como estaba.

No me miraba a la cara, me miraba directamente el culo. Lo sentía completamente al aire. Me miró a la cara, y luego las tetas. Sentí cómo mis mejillas enrojecían, ardiendo de rubor ¿cómo ese niño podía hacerme sentir así? Me tumbé de nuevo boca abajo para disimular mi vergüenza, y estiré ambas manos para intentar subir mis bragas. Estaban encharcadas como si las acabara de meter en el agua. Me preguntaba si, aún subidas, conseguirían ocultar algo; también blancas y mojadas, como su camiseta, que acababa de ver transparentarse dejando traslucir su joven y levemente musculado pecho. Pero la tela de las braguitas era mucho más fina, y yo las notaba pegadas a mi piel, metidas en mi raja, revelando mis formas y mi estado... afortunadamente él seguía sin poder verlas desde abajo, ya que su posición no había cambiado... en mi coño seguían retorcidas, metidas entre los pliegues de mis labios mayores y los muslos, quedando toda mi vulva, mojada, brillante, abierta… completamente al desnudo. Nerviosa, no conseguía desenrollar la parte superior que estaba remetida entre los pliegues del arranque de mis nalgas.

-       Espera prima, que te ayudo… - sus manos volvieron por última vez a mi culo.

Me quedé helada por su atrevimiento fuera de tiempo. Me sobó las nalgas a mano abierta, y volvió a repasar ávido mi raja, apretando un dedo contra mi entrada por última vz, antes de ahora sí, recolocar mi prenda íntima lo mejor que pudo para taparme el culo. La parte de abajo permaneció enredada por fuera de mis labios hinchados.

Me giré otra vez, recostándome como antes sobre mi codo derecho, pero ahora usando mi brazo y mano izquierda para intentar, en la medida de lo posible, tapar mis pechos desnudos, que seguían sudorosos y absolutamente empitonados. Tenía que pararle de una vez por todas. Podía sentir mis pezones duros, aún doloridos de la excitación y el jugueteo que Pablo se había traído con ellos. Se me clavaban en el brazo, en la mano, mientras regueros de sudor me resbalaban por la cara, el cuello, el pecho y la espalda. Mi cara y mi cuello olían a sudor y saliva de Pablo. Le miré de arriba abajo. Como seguía haciendo él conmigo. La locomotora que tenía entre las piernas empezaba a frenar. Joder, estaba casi en pelotas con Pablo delante... La situación se estaba prolongando demasiado, él mirando mis tetas de hito en hito, mientras seguía asombrado con mi culo, y yo babeando con su polla tiesa. Demasiado tiempo más tarde, se mire por donde se mire, fui yo la primera con capacidad de reaccionar (al fin y al cabo, él bastante había hecho ya).

-       Primito, guárdate eso, por favor.

Efectivamente, como yo había sido capaz de sentir en mi propia carne, su hinchado capullo y la práctica totalidad del falo se le habían salido por fuera del pantalón, quedando prácticamente tan sólo sus pelotas aún dentro, aprisionadas por el elástico. Tal como pensé mientras me estaba follando. Me costó decirle que se la guardara el buen rato que llevaba mirándosela sin cortarme, con la misma falta de pudor que él me seguía mirando a mí. Aquello me complacía y me excitaba a partes iguales, motivo por el que no afanaba demasiado en cubrir mis partes con la mano que tenía libre. En cualquier caso, bastó que se lo pidiera para mi primo se la envainara… o al menos que lo intentara; aquello amenazaba con salírsele entero nuevamente, empujando con violencia sus pantaloncitos y la ligera camiseta, donde se marcaba lúbricamente su tienda de campaña en medio de una mancha de humedad que se iba haciendo poco a poco más evidente.

En la maniobra de recogida aprovechó para saltar hasta su cama, donde se quedó, erguido sobre sus rodillas, mirándome. Parecía, pese a todo, un pobre niño asustado, como a la espera de algún tipo de reprimenda. Pero yo estaba más preocupada por su súbito cambio de posición, que le ampliaba el campo visual, dejándole, esta vez sí, mi expuesta entrepierna en la línea de mira. Yo estaba prácticamente desnuda para él, y hasta le medio ofrecía las peras en ese ambiente pastoso de excitación e intimidad, pero era consciente de que mi coño se mantenía aún, milagrosamente, a salvo como una última frontera. Empecé a abrirme de piernas para él, aunque en el último momento me arrepentí radicalmente. Desconozco lo que pudo alcanzar a ver de mi entrepierna, de mi sexo.

Me moví como un resorte y me senté en mi cama, recuperando el camisón que había tirado junto a mi almohada para taparme en parte los pechos como si fuese un trapo. El resto de mi cuerpo seguía desnudo. Yo misma vi el oscuro triángulo de mi sexo traslucirse entre mis piernas, a través de la tela empapada de las braguitas que ya no ocultaba nada. Afortunadamente, el mínimo dibujo de  florecitas bordadas que decoraba la tela debía de disimular algo la visión o, al menos, dificultarla. Y, sobre todo, mis piernas cruzadas sobre la cama hurtaban lo principal y más jugoso a los ojos ávidos de Pablo. Todavía excitado, no retiraba su mirada de mi piel.

Alarmada, comprobé que la parte superior de mi vello púbico sobresalía escandalosamente por las braguitas, que estaban aún algo bajadas y siempre demasiado pequeñas... Decidí no intentar subírmelas, ya que con ello llamaría aún más su atención precisamente sobre lo que quería ocultar. Al menos el coño no, Laurita, me pedí con mis escasos restos de dignidad. Levanté un poco las rodillas y conseguí estirar un poco el camisón para taparme también un poco hasta el comienzo de mis bragas. Pero tampoco me decidía a vestirme, ya que para ello tendría que exponerme totalmente a su mirada... y porque, sencillamente, no quería hacerlo.

Me ponía mucho estar aún desnuda, para él, mientras notaba como los restos de sus líquidos se iban secando, tensando y acartonando mi piel.

Lo cierto es que no sabía qué hacer, y me limitaba a mirar la brutal tienda de campaña de Pablo, que palpitaba escandalosamente bajo su camiseta. Él me miraba mirarle, justamente a la polla, lo que pareció decidirle para intentar, una vez más, su numerito, que ya empezaba a ser recurrente. Entre sollozos fingidos, se arrancó:

- Laura, lo siento, yo pensaba que…

-Tranquilo, Pablo, no se… quizás esta vez haya sido culpa mía… - me aventuré a cargar con la culpa, asumiendo implícitamente que lo de antes y, con ello, el comienzo de todo, habría sido suya - pensaba que yo… que tú… no sé, yo sólo quería un masaje, y no pensaba que esto pudiese acabar así… ¡aunque no ha pasado nada eh!... nada… Mira, mejor…. Deberíamos… Mejor deberíamos tú y yo… - no me decidía a decir lo evidente - mejor deberíamos separarnos, mejor será que cada uno se meta en su cama y ya está… que nos durmamos… - me dolía pensar en poner fin a todo aquello. Seguía cachonda, me había visto empezar con un gran orgasmo y, finalmente, no me había corrido.

- Pero… Laura... yo… yo no puedo... así no puedo… Mírame… yo no puedo quedarme así ahora, mira cómo estoy... - Ciertamente, su erección se mantenía por completo, siempre imposible de ocultar, por más que el tirarse hacia arriba de su pantalón con las manos para intentar contenerla.

- Pablo, deberíamos dormirnos, mañana... - me mirada se quedó irremediablemente clavada en su polla.

- No puedo, Laura, me duele, me duele mucho... la tengo mucho más dura que antes… mira… - él me había visto cómo no dejaba de mirarle el cipote, se me notaba la boca abierta, babeando… y supe que supo que me tenía.- …mira ¿quieres… tocarla?

- Pablo...

Me miró implacable. Joder. Era cierto que le había llevado demasiado lejos como para dejarle así... y él no me iba  a dejar escapar tan fácilmente.

- Laura, mira cómo estoy… - sus largos dedos tiraron ahora hacia abajo de su pantaloncito. La verga, contenida al menos por el elástico del pantalón y de los calzoncillos, volvió a quedar suelta, golpeando contra la camiseta y empezando a resbalar hacia abajo. Afortunadamente, la prenda era lo suficientemente ceñida como para que no se le saliera pero, aun así, el efecto era eróticamente bestial. - …mira como tengo la polla, prima… - con el índice de cada mano enganchó el bajo de su camiseta y, muy lentamente, fue subiendo, descubriendo milímetro a milímetro el fuste de su sexo erecto. El final, con su abierto capullo brillante y sonrosado, cayó de golpe al final, cuando la tela rebasada se dio por vencida - …por tu culpa…

Por mi culpa. Sus palabras resonaban en mi cabeza mientras notaba cómo la boca se me llenaba de saliva viendo su cipote.

- No sé… si quieres puedo salir un momento para que tú...

Sus ojos se empaparon de unas lágrimas que trataba de contener. Estaba a punto de romper a llorar. Ciertamente, mi propuesta resultaba aún más cruel que dejarle a dos velas. Cruel para los dos. Su llanto inminente no era en cambio por mi negativa, no: era por la duda que le carcomía en ese momento, dudando entre dejar pasar la oportunidad, o forzarla hasta donde hiciera falta hasta obtenerlo todo, absolutamente todo de mí. Dudé.

Por mi culpa.

No podía dejar que se pusiese a lllorar como un niño después de haberse portado como todo un hombre.

Por mi culpa.

Él no debía pagar por mi culpa.

Tampoco yo tenía por qué castigarme a mí misma. ¿Qué de malo podía tener algo que los dos deseábamos tanto?

Mi límite sería yo misma. Me negaba a hacer gozar a mi cuerpo a través de él. Pero no me costaba nada satisfacer su deseo… y gozar, eso sí, yo de su joven y taaaan apetecible cuerpo…

- Vale, espera. Mira… esto es lo que vamos a hacer ¿sí? – mis palabras salían de mi boca pero para mí era casi como estar escuchando a otra persona, de alucinante que me parecía lo que le estaba diciendo. - Tú ahora te levantas, apagas la luz y vuelves a tu cama. Y te desnudas. Te quitas todo. Y te tumbas, desnudo del todo – insistí otra vez; aunque me sintiera como una ramera profesional, le quería integral - en la cama.

- ¿Qué vas a... – la expresión de asombro y felicidad de mi primo era indescriptible. Hasta su pene se bamboleaba en espasmos de alegría…

[continúa...]