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Una mujer desesperada (versión de él)

en No Consentido

Me había divorciado y mis hijos ya eran independientes. Eso me llevó a vender mi cadena de restaurantes por las que saqué un buen beneficio, lo suficiente para no volver a trabajar el resto de mi vida. Decidí volver a mi ciudad natal, y para evitar estar inactivo puse un restaurante pequeñito y estiloso, en el antiguo corral de la casa que había heredado de mis abuelos. Sólo abría los días laborables para las comidas pero enseguida empecé a tener una larga lista de reservas.

Desde el inicio, Lucía comenzó a ayudarme. Una mujer atractiva, de 43 años, delgada, pelo largo y castaño y con muy poco pecho. Era agradable para los clientes y enseguida se hizo imprescindible.

Al restaurante le añadí un salón grande que, a veces, me lo solicitaban para algún evento o reunión y que yo mismo, junto a mis amigos Alberto y Lolo, celebrábamos alguna cena para después tomar una copa y ver alguna película, pornográfica, en ocasiones. Alberto era algo mayor que yo, vividor, pelo canoso y dedicado a negocios, pelotazos de comprar y vender, hasta el punto de hacer mucho dinero. Años atrás había sido bastante amigo del marido de Lucía, incluso hicieron algún negocio juntos, aunque su amistad se rompió, sin que ninguno de los dos explicase nunca el motivo. Lolo tenía mi edad, propietario de una tienda de muebles y estaba casado con una mujer clásica de cuarenta años.

Aunque el restaurante era de mi propiedad, para nuestras cenas, contratábamos un catering y comenzamos a pedir a Lucía que nos la sirviese y pusiera la primera copa, lógicamente, pagado a parte de su sueldo.

Un día me llamó bastante desesperada. Su marido había tenido un accidente con el coche que conducía. Le dije que se tranquilizase y tomase el tiempo que considerase. Aún así, a los cuatro días vino a verme.

  • Pedro. Es mejor que busques a alguien para sustituirme. Mi marido tardará en hacer vida normal y tengo que estar a su lado.

  • No me importa esperar un tiempo. Tienes tus vacaciones intactas. Cógetelas y hablamos en un mes. He contratado un camarero pero no me gusta, no es proactivo.

  • No. Lo siento, No puedo seguir. Hay un chico, Sergio, es amigo de mi hijo Héctor y su madre, Cristina, es amiga de toda la vida. Nos quedamos embarazadas casi a la vez. El chico está preparando unas oposiciones y le vendría bien trabajar media jornada. Es muy hábil sirviendo. Creo que te gustará.

Al día siguiente vino a verme y le contraté. Funcionó bien desde el principio y siempre estaba dispuesto a hacer algún extra cuando se lo pedía, sobre todo si era para nosotros, ya que entabló colegueo con Alberto y Lolo, y solía tomarse una copa con nosotros o nos acompañaba en toda la velada.

Por Sergio supe que la situación de Lucía y su familia era muy delicada. Su marido no había cobrado nada por el accidente ya que no estaba dado de alta y sus únicos ingresos eran la prestación por desempleo de ella, que yo, a pesar de ser ilegal, me encargué de arreglarlo para favorecerla.

El sábado me la encontré en el centro comercial. Nos saludamos con dos besos y me confirmó lo que ya sabía. Iba a comprar un par de cosas y decidí acompañarla y obligarla a coger todo lo que necesitaba, productos frescos, congelados, leche, fruta. Todo lo que ella iba decidiendo, para terminar en la parte de productos de higiene donde cogió un gel de baño, unas cuchillas de afeitar.

  • Principalmente venía por esto, pan y embutido. – Explicó mientras echaba al carro una caja de tampones.

Pagué su compra y la acompañé a su coche, ayudándola a meter las bolsas en el maletero. Me dio dos besos, las gracias y me hizo una petición mientras se le saltaban las lágrimas.

  • Por favor Pedro. Necesito trabajar. Andamos muy apurados en casa, estoy desesperada. Si sabes de algo, cualquier cosa, llámame.

El jueves volvimos a hacer la tradicional cena. Alberto venía con varios vídeos que puso después. Consistían en una mujer, la cual era atada de manera voluntaria, y con unos vibradores eléctricos, de los que se enchufan a la luz, parecidos a un micrófono, la estimulaban y tenía varios orgasmos.

  • Llevo haciéndome pajas con esto desde que lo vi. Le dije a Fran, el dueño de puticlub, que cuánto nos costaría traernos a una chica aquí. Unas fotos, juegos y polvo, y me dijo el cabrón que 9.000 euros. He cerrado con la constructora la venta de los terrenos. Me ha dejado mucho dinero y quiero celebrarlo con vosotros. Compré hace tiempo tres vibradores como esos, que parecen un micrófono y no los he estrenado aún.

  • Joder, 9.000. Es un precio desorbitado – Añadió Lolo.

Nos puso varios vídeos hasta que en uno de ellos, Sergio hizo un comentario que dio pie a todo lo que sucedió después.

  • Joder, esa madurita me gusta. Se parece a Lucía, la camarera que estaba antes de entrar yo. La madre de Héctor.

  • Coño, es verdad¡¡ Tiene un aire. Qué sabes de ella? Y su marido, cómo está? Se fue porque tenía que ayudarle, de eso me acuerdo.

  • Su marido está mejor. Pero andan muy mal económicamente. El sábado me la encontré en el centro comercial y le pagué la compra. Sólo iba a comprar pan, embutido y unos tampones para ella, pero le dije que llenase el carro a mi cuenta.

  • Y si le decimos que haga lo de los orgasmos? Para la semana que viene ya no soltará tomate. –Añadió riendo. – A ti te gustaría tenerla aquí? – Preguntó a Sergio.

  • Ufff. Está muy bien y además, me da morbo, aunque no pueda volver a entrar a su casa. Salgo con la polla dura cada vez que voy allí. Bueno, no sólo yo, a mis amigos también les pone. Si se enterase Héctor...Es como una tía para mí porque mi madre y ella son muy amigas. Cuando era niño la llamaba tía, luego comencé a hacerlo por su nombre.

  • Es una tía muy decente. – Añadí yo. – Me dijo alguna vez que sólo había estado con su marido. No aceptará. – Aunque mi imaginación ya volaba.

  • Coño, ahora me da más morbo. Llámala y que venga el lunes por la mañana. Yo se lo propondré. No perdemos nada.

  • Uff. Si se enterasen Javi, Lucas y Aitor que igual veo a la madre de Héctor en bolas, sería el hombre más envidiado del mundo. – Añadió el muchacho entusiasmado.

  • Si acepta estarás aquí. Apretaremos en la negociación para que se deje hacer fotos. Entonces podrás decírselo a tus amigos y, por qué no, mandarles alguna foto.

Me parecía cruel lo que maquinaban aunque estaba completamente seguro de su negativa, Sabía que podía enfadarse pero, aún así, el domingo la llamé.

  • Lucía, buenos tardes Te llamo porque quiere verte Alberto. Le recuerdas? Mi amigo, el que viene con Lolo y conmigo a cenar los jueves. Le he contado que necesitas...

  • Si, si. Claro. De qué se trata? – Respondió interrumpiéndome.

  • Es cosa de él y tuya. Pásate el lunes por la mañana por el restaurante.

Cuando llegó Lucía, llamé a Alberto y la invité a un café mientras me intentaba sonsacar sobre el trabajo. Iba guapa, como siempre, pantalones vaqueros ajustados y camiseta holgada que aún disimulaba más su pecho. No dije nada, Mi amigo se presentó a los pocos minutos. Preparé un carajillo a Alberto y se sentaron en una mesa del restaurante. Veía cómo hablaban. Alberto sacó su móvil. Ella no decía nada hasta que recorrió el comedor hasta la puerta, y se marchó sin despedirse.

Le miré sonriendo, con mi cara expresando un “te lo dije”. Él se mostraba muy seguro y sonrió.

  • Si está económicamente tan mal como me ha dicho, te aseguro que cambiará de idea.

  • Tío, es una mujer decente. Se quedaría sin comer antes de hacer eso. Sólo ha follado con su marido.

  • Ella se lo quitaría de comer pero tiene dos hijos.

  • Cuánto le has ofrecido? – Pregunté intrigado.

  • La mitad que me pedía Fran, bueno, 4.000.

No dije nada. Era poco pero seguía convencido de su negativa, y seguí así hasta el miércoles por la mañana, cuando llamaron a la puerta aún con el restaurante cerrado.

  • Hola Lucía. Qué tal? – Pregunté sorprendido e invitándola a pasar.

  • Hola Pedro. Aquí estoy. El lunes y ayer pasaron ciertas cosas y mi vida económica es un poco más complicada todavía. Necesito el dinero. Sois unos depravados pero vosotros tenéis dinero y yo no. Es la única manera que tengo de solucionar mi problema.

  • Lucía, no tienes que hacerlo. Si necesitas algo te lo puedo prestar. Seguro que cambia la situación. Además, lo de proponerte ese juego es cosa de Alberto. Yo no tengo nada que ver...

  • Claro. Tú sólo me verás el coño, no? Ya tienes algo que ver – Dijo seria mientras le caían dos enormes lágrimas por la mejilla. – Perdona. Te lo agradezco y tal vez tenga que acudir a ti más adelante pero ahora necesito todo el dinero que me ofrece. Debemos dinero a nuestro casero y nos quiere desahuciar, mi hijo pequeño tiene que ir al dentista y ponerse un aparto de ortodoncia, y tenemos la carta de pago de la segunda parte de las tasas universitarias de Héctor, En realidad necesitaría más de 5.000 euros. – Dijo suspirando. – Ponme un café y llama a Alberto, por favor. Quiero discutir algunas cosas con él. De lo que me ofreció no quiero fotos ni que esté Sergio. Joder, qué cabrón desagradecido. Yo le conseguí este trabajo. Te lo recomendé. No puedo creer que quiera ver cómo me hacen eso. Su madre y yo somos íntimas amigas, incluso hemos ido varios años las dos familias de vacaciones y él y Héctor... Además, puesto que soy un capricho, me gustaría que subiera a 5.000. Es lo que necesito. Pedro, me siento tan humillada... – Expresó ahora ya rompiendo a llorar desconsoladamente

  • Claro. Es todo idea de Alberto y quien ha ideado todo. Habla con él. Todo es negociable. – Respondí dándole mi pañuelo y volviendo a dudar sobre las fotos.

Llamé a mi amigo y le preparé un café a Lucía. Su oficina estaba muy cerca y a los pocos minutos estaba en el restaurante. Le preparé su carajillo, otro café para mí y les acompañé a la mesa para terminar de cuadrar los detalles a petición suya.

  • Alberto. Estoy dispuesta a aceptar tu oferta pero no quiero fotos, no sé qué intenciones tenéis con ellas, ni que esté Sergio. Es amigo de mi hijo y su madre, mi mejor amiga. No puedo... Además, me gustaría que me pagases un poco más, 5000.

  • Lo siento. Te expuse las condiciones. No voy a ofrecerte más dinero ni a ceder en que hagas menos cosas. Estaremos los cuatro. Servirás la cena, te harás fotos con nosotros y grabaremos las escenas de masturbación. Queremos tener ese recuerdo. Serán 1.500 por la parte de servir la cena, tocarte, hacerte fotos y la masturbación. Si aceptas tener sexo, serán 2.500 más. Te daré dinero para que compres la ropa que llevarás hasta que te la quites y nos la quedaremos, así que tráete otra para después. Lo haríamos el jueves por la noche. Decídete. Si tú no quieres hay otra persona que ya ha aceptado por menos de la mitad

Era la cara de una mujer desesperada. Sus ojos vidriosos asentían humillados. Estuve tentado a decirle que no aceptase las fotos. Aunque Alberto era mi amigo, no era de fiar en eso y estaba seguro que las fotos terminarían saliendo de nuestro círculo.

  • Vale. Quiero que vengas con una falda no más baja de las rodillas, estas bragas blancas – Dijo sacando del bolsillo unas bragas dobladas y con su nombre bordado en color rojo, muy visible, en la esquina izquierda, – y una camiseta, blusa o camisa. Sujetador no necesitas. Toma 100 euros el uniforme. Hoy hay mercadillo, no me importa la calidad ni el precio, incluso si tienes algo parecido y no quieres gastar... Lo que sobre es para ti. Tienes algo que añadir, Pedro?

  • No...

  • Pues mañana a las nueve y media vienes por aquí. Nos servirás la cena, copas y luego...

La mujer no levantó la cabeza. La desnudábamos con la mirada y supongo que se daba cuenta. Entre mis muchas fantasías nunca imaginé ver a mi antigua empleada en esa situación. La mujer cogió los 100 euros y salió del restaurante sin mirar atrás. Elegante pero informal como siempre, con sus vaqueros ajustados y camiseta holgada. Sin duda la capacidad de negociación de Alberto y la desesperación de ella encauzaron el acuerdo.

  • Te dije que aceptaría. Es una buena mujer. Todo por su familia.

Mi cabeza me decía que nos estábamos aprovechando pero a la vez, pero la situación era morbosa. Decidimos el menú con unos entremeses de primero, lenguado y un arroz con leche.

Alberto, al día siguiente por la tarde, trajo los vibradores, las correas. Tenía una habitación contigua al salón que mantenía siempre cerrada con llave. La cama era antigua, con un cabecero de madera. Lo separamos un poco de la pared y dejamos preparadas las correas. Sergio y Lolo llegaron antes de las ocho y media. El joven, que se mostraba especialmente nervioso. Sobre las nueve y cuarto, vino el catering, y nos encargamos de llevarlo al salón.

Eran ya las diez menos veinte. Dudaba de la presencia de la mujer en nuestra “particular fiesta” Ni tan siquiera ya Alberto apostaba por su presencia. Todos sabíamos que si conseguía dinero de otra forma, no vendría. Pero cinco minutos después sonó el timbre.

Vi muy guapa a Lucía, aunque incapaz de sostenerme la mirada. Con sus vaqueros ajustados y una bolsa de plástico en la mano. Entró con la cabeza baja y se dirigió al cuarto donde se cambiaba cuando trabajaba en el restaurante. Yo volví al salón.

  • Cómo la has visto? – Preguntó Sergio.

  • Muy cortada pero radiante Iba con vaqueros. Se ha puesto colorada al verme.

Esperamos aún unos diez minutos más mientras tomábamos unas cervezas. Sergio había puesto la mesa y la cena la serviría Lucía. La puerta se abrió y apareció tal y como le había dicho Alberto el día anterior. Una falda por las rodillas de rayas azules y blancas y una camiseta más bien holgada que difuminaba sus pequeños pechos.

  • Buenas noches Lucía. – Dijo Alberto acercándose a sus labios y poniéndole una mano en el culo. – Dejo aquí los 1.500 en un montón y en otro los 2.500. Si en algún momento quisieras parar, basta con que digas stop o no, no, no. Te pagaremos el trabajo realizado hasta ese momento.

Los demás dimos los besos en la mejilla y no llegamos a tocarla. Todos pensábamos que habría tiempo y estábamos un poco cortados. Coloqué los entremeses en el centro de la mesa para que los sirviera pero Alberto dijo que primero nos haríamos unas fotos con ella. Nos las hicimos todos juntos y después sólo Sergio y ella. Nos sentamos a cenar y se colocó para servir. Empezó por Lolo, después a Sergio. Se notaba su profesionalidad. Al servir al joven, Alberto metió su mano ligeramente por debajo de su falda, tocándole los muslos. La mujer tembló ligeramente pero continuó sirviendo.

  • Lucía, quítate la camiseta. Estarás mejor sin ella. – Ordenó Alberto.

La cena era excelente, como siempre, pero no era la protagonista como en otras noches, sino Lucía, que apenas levantaba la cabeza y sabía que era minuciosamente observada. Cuando terminó de servir a Sergio se apartó ligeramente de la mesa y se quitó la camiseta, quedando al descubierto sus pequeños pechos. En sus pezones se notaban las grietas de haber dado el pecho a sus hijos, probablemente la única parte de su cuerpo que aparentaba superar los cuarenta. Volvió firme a su trabajo y sirvió al anfitrión de la fiesta que al agacharse le tocó los pechos y volvió a meter su mano por debajo de la falda. El último en servir fui yo. Ante la insistencia de Alberto, acaricié ligeramente sus tetas. Estábamos todos servidos, Lucía llenó las copas de vino, incluida una para ella, tal como le indicó el organizador y propuso un brindis.

  • Por una noche excepcional, con una mujer espectacular. – Expresó levantando la copa.

Todos brindamos con ella, que se mantenía seria, aunque digna, con su torso descubierto. Alberto la situó detrás.

  • Vamos Lucía, unas fotos con nosotros, en tetas. Será sólo para nuestro autoconsumo. – Dijo riendo.

No dijo nada, soltó su copa de vino en la mesa auxiliar y se dirigió al hueco donde ya la esperaban Jorge y Lolo. Alberto puso la cámara sobre la mesa y todos nos fotografiamos con ella. Después de manera individual, uno a uno. Cuando terminamos volvimos a sentarnos y continuamos cenando. Aunque Lucía intentó inicialmente apartarse de la mesa, Alberto la hizo colorarse a su lado

Estaba incómoda. Sus ojos se tornaron vidriosos y movía su cuerpo aguantando las incursiones de la mano de Alberto, que se seguía cebando por debajo de la falda.

Terminamos los entrantes y recogió los platos, sustituyéndolos por otros limpios. Me levanté y quité la bandeja central para que Lucía pudiera servir los segundos platos. Comenzó a hacerlo desde la mesa auxiliar. Cuando llegaba a poner el plato siempre había varias manos que la acariciaban. Al terminar de ponerlos, pidió a Sergio que fuese quien realizase la acción.

  • Sergio, la he mirado ligeramente, pero deberías subirle la falda y asegurarnos que lleva las bragas blancas que le di. – Le pidió sólo para que el chico lo hiciera puesto que ya se había asegurado antes que era así.

El joven se sintió protagonista ante la petición de su benefactor. Se levantó mientras la mujer retrocedía ante la iniciativa del muchacho. La alcanzó y sin demasiados miramientos, subió su falda, dejándolas al descubierto.

Continuamos con la cena. Alberto mantenía cerca a su “empleada” tocándola continuamente, hasta que dijo lo que todos esperábamos desde hacía un rato.

  • Lucía. Ha llegado el momento de quitarte la falda. Es bonita, pero tú lo eres más sin ella. Además, te recuerdo que es mía.

Veía sufrir a mi antigua camarera, hoy con el mismo trabajo pero de diferente forma. Se apartó un poco, echándose para atrás. Aunque todo el guión de lo que sucedería aquella noche había sido decidido previamente y ella continuaba ganando con su cuerpo y acciones, cada uno de los euros que se llevaría esa noche.

Agachó la cabeza, soltó el cierre que aferraba la falda a su cintura y bajó la pequeña cremallera. La prenda cayó al suelo quedando con tan sólo aquellas bragas blancas en las que tanto había insistido el anfitrión de la fiesta.

  • Voy a explicar el motivo por el que tenía el capricho que Lucía llevase unas bragas blancas. Quiero que se las firméis. – Añadió riendo mientras sacaba de su bolsillo un rotulador. – Hacedlo los tres en la parte del culo de la braga.

Alberto llevó a la mujer al lado de la mesa y dijo que se apoyase en ella, inclinando su culo para que su prenda más íntima hiciera de lienzo para las firmas. Lolo, que había estado toda la noche bastante inactivo fue el primero en poner su nombre en las bragas. Sergio cogió el rotulador con la mano temblorosa y lo apoyó sobre el trasero de la camarera y puso el suyo un poco más abajo. Por último yo, situé la punta sobre el lateral de su cachete derecho y rubriqué mi nombre.

  • Ahora me toca a mí. Date la vuelta, bonita.

Lucía se giró, quedando ahora, la parte delantera de sus bragas, delante de nosotros. Alberto con cierta sorna, de manera lenta, procedió a firmar justo por encima de su vagina.

  • Me ha quedado un poco rara la firma, pero es por el pelo del coño. – Dijo riendo y provocando las risas a los demás.

La camarera nos iba sirviendo bebida según necesitábamos y si no era necesario, el propio Alberto se encargaba que estuviese a tu lado, siempre pegado a él y aprovechando cualquier ocasión para tocar todas las partes de su cuerpo, eso si, aún manteniendo intacta la parte interior de sus bragas.

  • Lucía. Ya estamos terminando la cena. Retira los platos y tráenos el arroz con leche. Pero antes de seguir, hagámonos unas fotos con ella. Está muy guapa. – Dijo guiñando un ojo a Sergio sin que lo viera ella.

Sin inmutarse y con cierta entereza la mujer se colocó entre nosotros para hacerse la foto en conjunto y después uno a uno en la que todos salíamos completamente vestidos salvo ella. Después con profesionalidad, la camarera ejercía como tal, además de musa erótica que con las peticiones de nuestro invitador, hacía que nos calentásemos más y más con ella. Iba retirando los platos, imagino que por segundos olvidaba que se encontraba desnuda ante nosotros y que la cosa iría a más, a bastante más.

Una vez hubo dejado los cuatro postres en la mesa Alberto volvió a llamarla, abrazándola por sus caderas, tocando con descaro sus bragas. La situó a su lado y comenzó a acariciar el triangulo de su braga. Todos le observábamos. Pensábamos que de un momento a otro se las bajaría pero sólo metió el dedo, de forma horizontal, por el lateral. Podíamos ver cómo acariciaba su coño, aunque sin perforarlo, de arriba a abajo, como si fuera un escáner, mientras que ella, nerviosa, se dejaba hacer.

  • Lo que he dicho, tiene muchos pelitos abajo. Lucía, si tu marido supiera que lo estoy tocando, no sé lo cómo reaccionaría, siempre presumió de ti. Seguro que os morís de ganas de verlo pero aún deberéis esperar un poco. Yo pago, yo decido.

  • Vamos Alberto. No seas así. Nos tiene a mil. Deja que nos lo enseñe. – Respondió Lolo, que se iba envalentonando ante la situación.

  • Pero sólo un poco, ya habrá tiempo después. Ven aquí, Lucía¡¡

Su cara estaba mojada por las lágrimas. Agarró sus bragas y las bajó lentamente, sólo un poco, lo justo para que vieran unos cuatro o cinco centímetros de su pelo íntimo pero sin llegar a verse la raja del coño. Era exactamente del mismo color que el de la cabeza, castaño claro. Nos dejó a todos con la boca abierta. La mujer sólo miraba y se dejaba hacer pero noté que su barbilla temblaba, arrugándose y sus ojos se humedecían.

  • Eres preciosa. Aunque pocos tenemos pruebas para decirlo. Nadie te había visto el coño sexualmente salvo tu marido. – Añadió riendo. – Vamos, unas fotos así dijo mirando a Sergio.

Cada vez más animados, todos nos pusimos en posición. Agarré la mano de Lucía que me la apretó fuerte, supongo que por la vergüenza y el miedo. Todos nos pusimos en posición, ella con las bragas medio bajadas. Fue lo mismo, primero todos y después uno a uno. Al terminar me di cuenta, que salvo yo, todos habían terminado su postre, por lo que me apresuré a hacerlo.

  • Vamos mujer, súbetelas que vas a coger frío. – Dijo Alberto entre risas.

La mujer rápidamente las recompuso, tapando por completo su sexo. En cualquier caso, pensaba que no las llevaría durante mucho tiempo. Abrimos la puerta de la habitación donde estaba la cama y se la enseñamos.

  • Mira Lucía. Esta es la cama que hemos preparado. Estarás atada. Se trata que tus piernas estén completamente abiertas para estimularte y que no puedas cerrarlas. Las correas de las manos tendrán holgura, por lo que tu puedo se podrá contornear si lo necesitas. Puedes ponerte cuando quieras, o espera, sírvenos una copa primero. Yo quiero ron con cola.

Traje hielo y ella comenzó a servir. Los tres tomaron lo mismo salvo yo que preferí un whisky. Como buena profesional del sector lo hizo y una vez terminado se dirigió a la cama, puso la rodilla y se tumbó en ella.

Sergio, solícito, le abrió una pierna y le ató el arnés al tobillo, Lolo hizo lo mismo con la otra, quedando completamente abierta, con poca libertad de cerrarlas. Yo hice lo propio con las muñecas, asegurándome que tuviera cierta libertad, en torno a unos treinta o cuarenta centímetros, lo que le permitiría moverse ligeramente, tal y como quería nuestro anfitrión y que estaba haciendo lo propio con la otra mano.

Entregó dos vibradores a Sergio y a Lolo. El más pequeño, no por tamaño, si no porque la bola terminal que vibraba era más pequeña, se lo quedó él. Los encendieron y comenzaron a acariciar sus pechos mientras que Alberto fue directo a su coño. Comenzó a marcar sus labios con el vibrador. Ella permanecía inerte, con la cabeza hacia un lado, avergonzada. Estuvo así como un minuto hasta que se empezó a mover. Tenía mis dudas que una mujer pudiera ser obligada a disfrutar, pero los movimientos que hacía Lucía demostraban que el contacto de las máquinas con su cuerpo no le era indiferente. El organizador comenzó a apretar el clítoris de la mujer y pudimos ver cómo un pequeño punto mojado atravesaba la braga. Estaban consiguiendo hacerla disfrutad a pesar de su humillación.

  • Mirad. Se ha mojado. – Dijo Alberto riendo.

Lucía no miraba. Supongo que se intentaba evadir de la humillación que sufría. El percusor de la idea continuó masturbándola, comenzando ella a moverse. Dio un pequeño grito de liberación, Al volver a despegar el vibrador, la mancha era ya del tamaño de una moneda de dos euros. Levantó el vibrador, tocó el lugar donde estaba húmedo y continuó. Pidió a Sergio que le ayudase. Los dos tocaban a la mujer en su parte más íntima. Ella comenzó a gritar y a temblar. Se movía de manera compulsiva estirando al máximo las correas, tanto de los tobillos como los brazos. Gemía, daba berridos y suspiros. Todo a intervalos de segundos. Sin duda estaba disfrutando a pesar de no quererlo. Su vello púbico se marcaba y transparentaba a través de las bragas mojadas.

Alberto mandó parar. Ella respiraba agitadamente. Volvió a ponerle el vibrador y volvió a estremecerse. Al parar mandó al muchacho que comprobase sus bragas.

  • Joder. Están empapadas, – Respondió entre riendo y excitado.

De nuevo volvió a darle al botón y otra vez se estremeció. No parecía sufrir pero casi estaba en trance. La situación sólo provocaba risas al joven y al mayor. Todos tocamos las bragas para comprobar su humedad.

Alberto procedió a soltar las correas que apretaban los tobillos de la camarera y mantenían abiertas sus piernas. La mujer cerró las piernas aún temblorosas.

  • Lucía, cariño. Es el momento de que me devuelvas las bragas. Sergio, quítaselas tú.

  • No, no, no. Por favor¡¡¡ Stop. – Expresó claramente Lucía.

Todos quedamos parados. Se paraba el espectáculo. Sin duda, que la fuera a dejar completamente desnuda el amigo de su hijo, el hijo de su mejor amiga era algo que no podía soportar.

  • No pasa nada Lucía. Era el trato. Te vamos a dar 350 euros por lo que has hecho esta noche, servir la cena y quedarte semidesnuda. Te desatamos, te pago y te puedes marchar...

  • Cómo? Qué dices? 350 euros, por favor... Si he hecho todo. He llegado hasta casi el final. – Dijo llorando. – Está bien. Sergio, quitamelas.

  • No Lucía. Esto ha terminado.

  • Por favor¡¡¡ – Rompió a llorar. – Necesito el dinero. Sólo no quería que fuese Sergio Dios mío¡¡¡ Es casi mi sobrino. Le he visto crecer, pero necesito el dinero. Mi familia lo necesita. Por favor¡¡¡

  • El contrato que firmamos ya no sirve. Se ha terminado, pero si quieres puedes continuar con esta parte. Te llevarías 800 euros más los 2500.

  • No. Necesito lo que habíamos hablado. 1.500 más los 2.500 de la siguiente parte. Por favor, por favor, necesito el dinero. – Discutió llorando ya sin consuelo.

  • Pídele al chico que te las quite y seguiremos, por 1.000 y espero que cuando nos folles, si es que aceptas, seas activa y colabores como si te apeteciera hacerlo.

  • Sergio, hazlo¡¡ – Pidió la mujer, degradándose, aceptando la rebaja.

  • Pídeselo más alto y promete que se lo harás pasar bien cuando llegue el momento. – Señaló Alberto mientras levantaba un poco su cara y la acercaba a la del chico.

  • Sergio. Quítame las bragas y luego.... – Dijo entre lágrimas sin poder terminar la frase.

El joven sonrió. Le bajó las bragas, entregándoselas a quien las había pagado. La mujer se movió para facilitar su acción. Pudimos contemplar su coño, perfectamente marcado, rectangular. Mantenían a la mujer con las piernas liberadas ante la mirada lasciva de todos los que estábamos allí. Ella se frotaba las rodillas y se contorsionaba ligeramente, avergonzada ante nosotros que no dejábamos de mirarla e imagino que un poco dolorida por las correas.

Alberto volvió a colocar el tobillo de Lucía en el arnés que lo sujetaba. Sergio hizo lo propio y volvió a dejar a la camarera abierta de piernas, ahora completamente expuesta. Comenzaron a tocarla, abriendo su vagina al máximo, tocándola a su antojo. Metían su dedo, pasaban el dedo por su clítoris. Estaba tan abierta que casi podría haber parido.

  • Venga chaval. Vamos a meterle caña otra vez¡¡¡ – Añadió con el vibrador en la mano.

Volvieron a ponerle la bola sobre el clítoris de Lucía. La mujer se tensó pero mantuvo el tipo durante medio minuto. De repente, de nuevo, comenzó a convulsionar. Al verlo, el invitador apretó aún más el vibrador, empotrándolo en su sexo y haciendo que gritase.

  • Ven Pedro. Tú también, Lolo. Tocadla.

  • Joder, tiene el coño empapado. – Expresé sorprendido mientras masajeaba mis dedos mojados.

  • Le gusta y encima va a cobrar por ello. – Señaló Lolo.

Ninguno de los dos se entretuvo demasiado en palpar su coño. De nuevo Alberto encendió el vibrador y dijo al joven que hiciese lo mismo con el suyo. Los apretaron contra el sexo de nuestra camarera y de nuevo gritó. Al parar, de nuevo temblaba.

  • Tócale el coño, bien, que sepa quien es el amigo de su hijo. Aunque seguro que lo imaginabas, hasta este momento no has tenido la certeza de que era mujer. – Expresó riendo.

Sergio no perdió la ocasión que le ofreció su benefactor en la fiesta. Comenzó a tocar el sexo de la mujer.

  • La ves? Es una mujer decente. Nos ha servido la cena con poca ropa, ha dejado que la masturbemos con unos vibradores, nos ha hecho una rebaja en el precio, te ha pedido que le quitases las bragas y ahora estás tocándole el coño descaradamente siendo el hijo de su mejor amiga y amigo de su hijo. Y hace todo esto por dinero, porque tiene que mantener a su familia, es una gran madre y esposa.

Las palabras de Alberto volvieron a hacer llorar a la mujer, que con sus piernas abiertas, amarradas por las correas se apoyaba sobre su brazo también inmovilizado. Sin duda, Alberto lo hacía a propósito, con la intención de humillarla.

Lucía estaba abatida. Entre los dos la tocaron por todo su sexo. Le abrían los labios dejando completamente abierta su vagina.

  • Mete el dedo. – Dijo Alberto. – Yo voy a jugar con su clítoris. A ver hasta donde llega.

La mujer volvió a reaccionar ante los tocamientos. Se estremeció de nuevo hasta que el muchacho gritó.

  • Se ha corrido. Se ha corrido. Lo he sentido...

La mujer quedó tumbada, quieta, como exhausta. Tenía su cabeza tapada doblada hacia su brazo, imagino que avergonzada por la situación.

  • Bien Lucía. Te has llevado 1.000 euros. Has perdido 500 por la tontería de parar. Imagino que querrás los otros 2.500. Para ello tienes que tener sexo, cada uno como quiera, y que no se note que lo haces forzada o por dinero. Queremos que colabores. Empezará Sergio que tiene un calentón de la hostia.

Nos acercamos todos y soltamos las correas de la mujer que le mantenían separadas las piernas y los brazos. No obstante, no los movió, se quedó en la misma postura. Nos separamos un poco y dejamos al muchacho con ella. Se desnudó y se situó entre sus piernas.

  • Ya sabes. Lucía, trátale bien.

Podíamos ver al joven que acercaba sus labios a los de la mujer. Noté que temblaba. Sabía que estaba traumatizada ante la idea que la penetrase el amigo de su hijo. Alberto se mostraba especialmente sangrante con ella, ya que aunque sin emplear violencia física, no paraba de humillarla de manera verbal. De manera instintiva intentó separar al muchacho.

  • Sergio, no quiero tener relaciones contigo, por favor. Tócame, bésame, yo también te tocaré, pero por favor, no entres en mí. Tu madre y yo somos como hermanas y tú como un sobrino. Mira, mis tetas, son tuyas, mi coño, toca, yo te toco tu cosa, vamos cariño, te haré disfrutar.

El joven no dijo nada. Continuó tocándola, bajando a su entrepierna y mordisqueando sus pechos.

  • Bésame. – Pidió Sergio.

Lucía comenzó a besarle con cierto ánimo. Primero sólo se juntaban sus labios y posteriormente de manera más apasionada metiendo su lengua en la del joven. Al chico se le veía excitado y ella parecía que disfrutaba aunque yo sabía que sólo pretendía que no la follase, que se corriese sin entrar en ella.

La mujer agarró con fuerza la polla del muchacho y empezó a sacudirla fuerte. La cara de Sergio iba cambiando hasta que el joven agarró su mano y la separó, poniéndola junto a la almohada.

  • Qué haces? – Preguntó ella sabiendo perfectamente que a pesar de sus intentos iba a ser penetrada.

Alberto y Lolo sujetaron las manos de Lucía que estaba empotrada en la cama, con las manos y piernas abiertas, expuesta a lo que Sergio quisiera hacer.

  • Sergio. Hemos pagado para follarla. Si no quiere basta con que diga las palabras y pararemos. Puedes hacerlo. Lucía. Te voy a contar algo. Te hemos hecho muchas fotos y las hemos enviado a Javi, Lucas y a Aitor. Los conoces, verdad?

Pensé que ante aquella bomba, la mujer se retorcería, se enfadaría, pero sólo soltó más lágrimas, en silencio, mientras se dejaba hacer por Sergio, que aún no la había penetrado.

  • Por qué lo has hecho? – Preguntó a Sergio en voz baja aunque todos escuchamos el reproche aunque ya asumía que lo haría con el joven.

  • Porque yo se lo he dicho. – Contestó Alberto. – Ellos sabían de este encuentro. De hecho, mira, han creado un grupo de whatssap que se llama Madre de Héctor del que también formo parte.

Miró al muchacho y continuaron cayendo lagrimones. Se movía ligeramente y Alberto empezó a leer el contenido de los whatssap que ya reflejaban los comentarios de las fotos que el joven les había mandado.

  • Mira Lucía. – Dijo leyendo. – Qué tetitas más juguetonas. “Me gustan las bragas bordadas”. “Su coño es de puta madre”. “Por esta mami no pasan los años”. “Tienes que poner una foto de su culo”. “ Fóllala por nosotros”. “Cuando se la metas cuéntalo”. – Casi todos los comentarios iban seguidos de un jajaja.

Sergio se iba acomodando cada vez más cerca del coño de Lucía que seguía con su tembladera. Ella intentaba echarse para atrás aunque ya no tenía margen. Sergio colocó su polla en la entrada de la vagina y de una fuerte embestida la llevó hasta dentro, provocando un grito ahogado de ella.

  • Tocadle las tetas, que saco foto. – Insistió Alberto. – Te das cuenta que pones a todo el mundo mogollón? En especial a los chicos. Todos se han hecho pajas pensando en ti.

  • Y las que nos haremos. – Respondió mientras continuaba entrando y saliendo en ella.

La mujer hacía pequeñas muecas con la cara y soltaba algún gemido. Lo que me sorprendía es que no hubiera montado ningún número, insultos y gritos ante la ocurrencia de Alberto, seguida por Sergio, de permitir que enviase las fotos íntimas a sus amigos.

Lolo se aprovechaba de la mano que tenía libre para acariciarle los pechos. En determinados momentos sus labios buscaban los de la mujer que ahora se apartaba. El ritmo se fue incrementando y los gritos del joven ahogaban los de ella que eran como pequeños suspiros. Podía ver a la mujer, su cara iba cambiando a medida que el joven se excitaba. Miraba su pene y lo iba sacando mojado, fruto de los orgasmos que le habían provocado anteriormente.

  • Por favor¡¡¡ Dentro no.

Terminó clavándose quedando ambos relajados, aunque Lucía sollozaba. Sacó su verga, de la que colgaban unos hilos de semen que quedaron enredados en su vello público.

  • Ahora me toca a mí. – Interrumpió Alberto el éxtasis del joven no sin antes entregarle una toalla para que se limpiase.

El joven se levantó ante la voz autoritaria del hombre que pagaba el evento del que estábamos disfrutando. Alberto cogió del brazo a la mujer y le dio la vuelta. Empujó a Lucía dejándola a cuatro patas. Los pechos colgaban, pareciendo más grandes que antes.

  • Vamos Sergio. Tus amigos te han pedido fotos de su culito. Hazlas.

Miré su cara. Estaba seria y se la veía humillada, ya entregada a cualquier cosa que se le pudiera pedir y con ganas de terminar su trabajo, coger el dinero y marcharse.

  • A ver que nos ofrece nuestra camarera. Tenemos un bonito coño y un precioso culo. Empezaré por probar el primero.

Se colocó tras ella y la penetró. No dijo nada. Se mantenía seria y sin duda era menos duro para ella que lo que había hecho Sergio, o tal vez estaba ya tan denigrada que no le importaba lo que estaba pasando.

  • Me encanta el coño. Pero como he pagado yo, ahora probaré el culo. Está cerradito y me va a gustar. Me imagino cómo tuvo que ser tu noche de bodas, sólo que entonces lo hiciste por amor y ahora por dinero, pero la misma entrega. Seguro que tu marido probó esa noche tu culito como haré yo ahora.

Los comentarios eran denigrantes. Sabía de la vulnerabilidad de la mujer y no paraba de meter el dedo en la llaga. Pude ver como Alberto se situaba tras ella y por un grito de Lucía supe que la comenzaba a sodomizar. Su rostro se tornó de humillado a dolorido. Observé como sus manos se agarraban desesperadamente al colchón, buscando un consuelo que sin duda no encontraría. Veía como tornaba sus ojos y aguantaba las embestidas de Alberto. Movía su cabeza de un lado a otro, mientras por las penetraciones, se balanceaba su cuerpo, su pelo. Acaricié su cara, que de nuevo volvió a humedecerse. Noté que quería hablarme y me acerqué más a ella.

  • Me duele. Me hace daño. – Dijo en voz baja, temblorosa, temiendo que su queja le volviera a privar de parte del dinero que con tanto esfuerzo y humillación se estaba ganando.

La consolé y le di instintivamente dos besos, uno en la mejilla y otro en la frente. Miré al organizador, que estaba ensimismado mirando su espalda y como su polla se metía en el ano de la mujer. Al ver su cara observé que estaba muy excitado y no tardaría mucho en llegar.

Al ser tan menuda de cuerpo había veces que dejaba en el aire sus rodillas, clavándose en su ano. Lolo pasaba su mano por debajo de su cuerpo para intentar tocar sus pechos, que permanecían ocultos, apoyados sobre el colchón.

  • Dios¡¡¡ Dale más besos¡¡¡ Me voy a correr¡¡¡ – Gritó echándose para atrás.

  • Ya terminó. – La acaricié consolándola. – Tranquila Lucía.

Sin dar apenas tiempo, Lolo se levantó incorporándola también a ella no sin antes darle la toalla para que se limpiase de los restos de Alberto.. Se bajó los pantalones. Estaba empalmado. Se agarró su miembro y tomó con la otra mano el brazo de Lucía para que se agachase y llevando su cara hacia él, hizo que su miembro se incrustase en su boca.

Con cierta violencia le agarró del pelo, agitando la felación y provocando su placer. No tardo en parar, en realidad sólo quería excitarse para poder follarla. Cuando la sacó, colgaban unos hilos de semen de su boca.

  • Ponte sobre mi. Tienes un buen culo pero prefiero tu coño.

La mujer, como una autómata hizo lo que le ordenó. Se colocó encima de Lolo y este se encargó de poner sus pies debajo de su espalda, quedando la mujer encajada y encajonada.

  • Vamos, cabalga...

Tenía las rodillas semiabiertas sobre la cama, bordeando los muslos de Lolo. Este hizo que sentase sobre él. Agarró fuerte sus caderas y la mujer empezó a subir y bajar siguiendo las órdenes verbales y también lo que marcaban sus manos. De nuevo volvió a gemir. Sabía que no disfrutaba pero los gritos salían solos. Todo el peso de su cuerpo caía sobre la verga de mi amigo. Notaba como sus ojos se abrían como si estuviera en éxtasis. Estaba seguro que no había echado un polvo así en su vida. Ella, sin embargo, había perdido la expresión de los suyos, sólo se mostraban húmedos por las lágrimas.

Pensaba en la mujer de Lolo y la verdad es que no tenía aspecto de ser una experta sexual, aunque en mis encuentros me había llevado alguna sorpresa con mis percepciones del sexo femenino. Sin embargo, Lucía, a pesar de ser la mujer de un sólo hombre, sin experiencia fuera de su matrimonio, se la veía con soltura. Estaba seguro que no era virgen analmente y que había explorado muchos juegos , aunque hubiese sido siempre con el mismo hombre.

Lolo la abrazó y la atrajo hacia él, haciéndola caer de espaldas. Siguió haciéndola cabalgar, ahora más cerca de su cara, aunque no llegó a besarla, supongo que por la felación que acababa de hacerle. Manoseó sus tetas, pillicándola, haciendo que gritase y continuó agarrándola d ella cintura. De repente apretó su cuerpo contra él. Se había corrido.

  • Te toca, Pedro. – Me comentó Alberto.

  • No, yo paso. Pobrecilla. Me da muchísima pena. Deja que se vaya y que coja el dinero.

  • No. Esto era cosa de los cuatro. Era el trato. Si no te la quieres follar, que te la chupe o que te haga una paja.

Ante la insistencia del organizador me dirigí al sofá y me bajé los pantalones. Ella se sentó, a petición de Alberto, a mi lado. Agarró mi polla, con cierta fuerza y empezó a masturbarme. Después de todo lo que había vivido aquella noche estaba muy excitado. Pensaba ver a Verónica, la mujer con quien había empezado a salir unas semanas atrás pero Lucía iba a evitar que eso pasara.

Aunque no me resultaba agradable el momento por la situación de la mujer, no pude evitar excitarme y terminar corriéndome, en un chorro que llegó hasta su pecho manchando también su mano.

  • Muy bien, Lucía. Te has ganado los 2.500. Te llevas 3.500 euros a casa.

Se movía lentamente, como si estuviera drogada. Le entregué un mantel para que se lo pusiera y saliese hacia el cuarto donde se vestían los empleados. Lo hizo sólo por la parte delantera, tapándose sus pechos y sexo, haciéndolo con una mano, mientras que con la otra cogía el dinero que con tanto esfuerzo y humillación se había ganado.

La acompañé hasta la puerta, sin poder olvidar las fotos. Conociendo a Alberto sabía que traería consecuencias y que tendría noticias de ellas. Se encontraba completamente desbordada y no era consciente de la importancia que sus fotos estuvieran repartidas en varias manos. Las posibilidades de que llegasen a donde no debía, eran enormes.

No pasaron más de tres minutos cuando escuchamos cerrarse la puerta. Lucía se acababa de marchar. Era normal que no se hubiera despedido.

  • Os ha gustado mi regalo?

  • Desde luego es la experiencia de mi vida. Tengo sólo 18 años pero no creo que vuelva a vivir nada similar. – Respondió Sergio.

  • Gracias, Me has sacado de mi rutina. – Indicó Lolo.

  • Yo también tengo que decir que no creo que vuelva a tener una experiencia así. Es muy guapa, una gran mujer y ha hecho lo que ha hecho porque no tenía más remedio. Si lo hubiera pensado tal vez no lo habría hecho.

  • Sabéis? – Comentó Alberto. – He grabado todo el sonido de lo que ha pasado hoy. El motivo es que me gustaría un relato sobre esto. Hazlo tú, Pedro, tu punto de vista. Me gustan los relatos que publicas. Voy a ponerle un mensaje a Lucía para que lo haga ella también, desde su punto de vista.

  • No querrá. – Respondí seguro de ello.

  • Lo hará. Tenemos muchas fotos y grabaciones de lo que ha sucedido hoy. – Respondió mientras escribía en el teléfono.

Dobló la ropa que había llevado Lucía para guardarla.

  • Aún están mojadas las bragas.