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Las chicas del cable (Parte 2)

en Grandes Series

El intermitente sonido de las gotas de un grifo mal cerrado despertó a Blanca. Antes de abrir los ojos pensó que aquel sonido era el tic tac del reloj de la sala principal del Club. Pero no tardó en darse cuenta, gracias al frío cemento, que estaba muy lejos de allí.

Se desperezó y descubrió que estaba en una celda junto a otras ocho mujeres. Dos de ellas conversaban en una esquina. Otra, de pie junto a los barrotes gritaba cada vez que alguien pasaba suplicando que la dejaran salir. El resto charlaban por lo bajo, sentadas en el suelo. Una de aquel grupo advirtió que Blanca había abierto los ojos, y se lo advirtió a sus compañeras con un codazo. Blanca se desperezó y recordó poco a poco todo lo que había sucedido. Echó un vistazo a su ropa. Le habían grapado el vestido para disimular los botones que el Inspector Sierra le había arrancado. De todas formas, sentía que le faltaba algo más. No notaba la camiseta interior. Se llevó la mano a la cadera. Aquel desgraciado también se había quedado con sus bragas. Suspiró y negó con la cabeza.

<< ¿Qué más podría salir mal?>> pensó para sí.

En ese momento observó como aquellas chicas que antes estaban sentadas hablando, se le acercaban. Blanca cruzó las piernas, apretando los muslos para evitar que nadie se pudiera dar cuenta de que le faltaban la ropa interior.

-Vaya... ¿qué has hecho tú para estar aquí? -Preguntó la más alta de todas.

Otra, se le acercó y acariciando la tela de su vestido dijo:

-Joder, ropita cara lleva la nena...

Aquellas mujeres seguían comentando todo tipo de cosas sobre su aspecto, entre risas. Blanca mantenía la cabeza alta, pensando que si no cedía ante sus comentarios la dejarían en paz. Hasta que una de ellas se le acercó demasiado.

-Creo que deberíamos conocer más a fondo a esta niña rica. -Sugirió

La más bajita y gordita de todas se le acercó y cuando iba a desabrochar el vestido vio las grapas.

-Parece que se nos han adelantado, chicas. -Advirtió. Era bastante habitual que las mujeres que llegaban a las celdas aparecieran con la ropa hecha jirones o grapada.

Las mujeres que antes conversaban en la esquina ahora se les acercaron, molestas. Una era morena y de pelo corto, bien peinado, normalita. La otra, rubia y bajita, y su cuerpo era un sinfín de curvas. Por un momento, a Blanca le recordó a una chica del Club, Ana, que también había sido una gran amiga suya.

-Martina, dejadla en paz. ¿No veis que ya ha tenido suficiente? Un poco de empatía no os vendría mal... -Soltó la rubia.

Martina, la más alta del grupo anterior se adelantó un paso y respondió:

-¿Ahora qué eres, Robin Hood, Susanita?

Y en ese momento le dio una bofetada en toda la cara. Luego ella misma añadió:

-Parece que aún no has aprendido cual es tu lugar aquí. Y creo que el primer día te lo dejamos bien claro.

Blanca, que estaba más que acostumbrada a ver peleas entre mujeres, decidió intervenir:

-Déjala. Ella no tiene nada que ver en esto.

Aquellas dos mujeres que habían intercedido por Blanca dieron un paso atrás aprovechando la ocasión. Pero ya era demasiado tarde. Martina, aquella mujer alta, gruesa y de cabello largo volvió a hablar:

-Parece que hoy nos lo vamos a pasar muy bien. -Empujó a la muchacha rubia hacia Blanca. - Ya que tanto te importa, puedes darle un beso a tu novia. -Después de decir esto, el resto de chiquillas de su grupo rieron como hienas.

- ¡Que se besen, que se besen! -Chillaban a coro.

-Haced lo que os digo u os rajo de arriba a abajo. -Entre la falta del vestido de Martina, se intuía un cuchillo de mano.

<< ¿No deberían quitarles las armas a todo el mundo? ¿Cómo lo habrá pasado? Vamos a conseguir que nos maten estas cabezas huecas.>> Pensó Blanca,

Blanca tragó saliva y se mantuvo firme, pero la chica rubia, que llevaba más días allí y quería evitarse problemas, se acercó y le dio un pico tímido en los labios a Blanca. Ante esto, todas abuchearon ante lo corto que había sido el beso. La chica que llevaba todo el rato gritando en los barrotes, suplicando que la dejaban salir, ahora gritaba que estaban abusando de sus compañeras.

- ¡Que alguien calle a esa inútil! -Sentenció Martina. - Ahora, os vais a dar el lote de verdad. Y como hagáis algo que no me guste, no solo os rajaré a vosotras, si no que también a ella. -Señaló a la chica con la que antes estaba hablando Susana, con quien Blanca intuyó que debía tener mucha relación.

Blanca, con rabia por no poder hacer nada ante aquella situación, decidió resignarse. Debía admitir que si pudiera haber elegido a cualquiera de las mujeres de aquella sala para hacerlo, probablemente Susana sería su primera opción. Tenía una carita un poco aniñada, el cuerpo lleno de lunares y el pelo de un tono rubio muy claro. Pero en lo primero que se había fijado era en su figura de reloj de arena. Parecía la versión sexy de una muñeca de porcelana. Evadiéndose todo lo que podía de la situación, cogió la cara de Susana entre sus manos y le plantó un beso lento y húmedo, saboreando su boca. Cuando vio que la joven no se oponía a sus movimientos, le metió la lengua hasta que Martina la interrumpió:

-Muy bien. A partir de ahora -indicó- tú serás Perra -señalando a Blanca- y tú serás... -dijo, señalando a Susana-

- ¿Zorrita? -Sugirió la más bajita.

- ¡Puta! -Gritaron un par de ellas.

-Zorra. -Finalizó Martina. - Así que ahora, Perra y Zorra, haréis lo que yo y mis compañeras os digamos. Y en el momento en el que no hagáis caso, vuestra amiguita se va a llevar un navajazo en menos de lo que canta un gallo.  Así que pocas tonterías.

La más bajita de todas le susurró algo a Martina, quien negó con la cabeza.

-Iremos poco a poco, hay tiempo para todo. Muy bien, ahora quiero que Perra castigue a Zorra por haberse metido donde no la llaman. Dale cinco azotes. Que sepas que si son demasiado flojos, tendrás que darle otros veinte.

De nuevo, sus compañeras rieron como niñas pijas a la salida de un colegio. La morena sollozó, pero al hacerlo una de las mujeres le dio una bofetada en toda la cara. Blanca no se demoró. Sentada en el banco de cemento, agarró a Susana para que se tumbara encima de ella.

-Vamos. -Le dijo, con voz seria y firme. Las demás volvieron a reír.

La cara de la rubia le suplicaba clemencia con los ojos algo llorosos. Blanca se preguntó si aquella mujer se habría metido en problemas alguna vez en su vida. Parecía una santa. Cuando se hubo tumbado sobre ella, le levantó la falda del vestido blanco que llevaba, dejando expuestas unas bragas blancas de encaje. Se las bajó hasta las rodillas de un tirón, y le propinó el primer azote.

-¡Aaaaah! -Chilló la jovencita.

Por un momento Blanca observó las nalgas de Susana, prietas, redondas, perfectas. De nuevo, otro azote igual que el anterior, con la mano firme. De esta vez Susana se volvió a quejar, no sin motivo, porque ahora tenía roja toda la zona.

-Os estáis portando muy bien, especialmente tú, Perra. -Señaló Martina, que no quitaba ojo de encima a la escena. Uno de los guardias también se había acercado para contemplar la situación, sin mover un dedo por ellas.

El siguiente fue un poco más suave, lo que pareció no gustarle al corrillo de mujeres que las rodeaban. Así que el cuarto azote tuvo que ser más duro.

-¡Aaaaarg! -Gritó Susana. -Por favor, no más…

-Sigue. -Dijo Martina

-Uno y ya está, Susana… -Susurró Blanca.

El último azote dejo el culito de la rubia rebotando y rojo como un tomate. Blanca se lamentaba de no tener nada para darle a la joven para que se hidratara la zona. Pero sus pensamientos fueron interrumpidos por aquella especie de matriarca.

-Creo que Perra ha sido bastante buena y se merece una recompensa, ¿no creéis? -El grupo de hienas asintió. -Así que Zorra, haznos un favor y cómele el coño a nuestra invitada. Sabemos que lo haces muy bien.

Susana se levantó dolorida, moviéndose con bastante torpeza. Miró a Blanca durante un par de segundos, con los ojos llorosos y luego se arrodilló. Blanca separó las piernas sin creerlo muy bien. Estaba bastante acostumbrada a que la mirasen mientras follaba pero que una chica como aquella le comiese el coño era algo que solo ocurría en sus mejores fantasías. Las muchachas del club solían tener manías y procuraban hacerlo todo para que se viera bien, sin pensar tanto en el placer. Pero la inocencia de Susana y la situación de dominación sobre ellas la ponía a mil por hora. Contempló como la muñequita empezaba a acariciar su clítoris con la lengua, tímidamente. Le encantaba que fuera despacio al principio, como tentándola. Tenía que contenerse para no agarrarla de el pelo y empujarla contra ella.

Aquel no era el primer coño que Susana comía. Una vez terminó de estimular el clítoris pasó la lengua por sus labios vaginales, poco a poco, empapando cada recoveco. Entonces, empezó a mover su lengua desde el interior de ella hasta el clítoris, una y otra vez, mientras movía a los labios como si tratase de abarcar el exterior del coño de Blanca.

-Ah, aaaah, joder Susana… -Gimoteó Blanca, que por un momento se había olvidado de donde estaba.

Las mujeres dejaron de reír tanto y empezaron a comentar la escena. Martina sonreía, satisfecha. La más bajita de todas se tocaba por encima de la ropa, igual que el guardia que seguía atento a aquella situación. Por un momento, paró y llamó a un colega que se unió al espectáculo. Mientras tanto, Blanca no podía parar de gemir. Susana le estaba comiendo el coño con dedicación y esmero, no como muchas veces hacían el resto de mujeres del Club, que estaban más preocupadas por excitar a los hombres que las miraban.

Martina le susurró algo a la morena que había venido con Susana y esta asintió y se acercó a ellas. Aquella chica empezó a acariciar el cuerpo de las dos poco a poco, hasta que llegó a los pechos de Blanca. Rasgó la tela para poder empezar a lamer y besar los pechos de Blanca. Cada vez los gemidos de Blanca eran más fuertes y Susana aumentaba la velocidad a la que movía su lengua. Cuando ya no pudo acelerar más, cogió un par de dedos y se los metió a Blanca sin clemencia, mientras lamía y chupaba su clítoris una y otra vez. Fue entonces cuando Blanca tuvo un tremendo y ruidoso orgasmo:

-¡Joder, joder, así! ¡Así! ¡Aaaaaaah! -Gritaba Blanca, desbocada.

Mientras Blanca recobraba el aliento, aún con Susana entre sus piernas, un hombre irrumpió con gritos en la estancia.

-¿¡ES QUE AQUÍ NO TRABAJA NADIE?! -Gritó un oficial. Luego, se acercó a la celda. - ¿Blanca Cortés? Te están esperando. -Cuando pudo ver la escena, se quedó blanco. Luego, vio como sus compañeros de trabajo se habían quedado embobados mirándolas y les dio una colleja en la nuca a cada uno. -¡Inútiles!

Blanca se bajó el vestido y levantó la mano, señalando que era ella de quien se trataba.

<<¿Quién habrá venido a liberarme? Las chicas no tienen dinero para pagarme la fianza…>> Pensó para sí.

No tuvo que soportar la duda mucho tiempo, porque antes de que pudiera recolocarse el vestido del todo, apareció allí Óscar. Hacía mucho tiempo que no lo veía. Su pelo moreno y liso, sus ojos castaños… En el fondo, no había cambiado nada. A ella le producía la misma sensación que cuando era niña, una ternura y un cariño indescriptibles. Pero por otra parte, allí estaba ella, con un vestido grapado y ahora roto a la altura del escote, que dejaba entrever sus pechos. Parecía que acababa de salir de cualquier callejón de la ciudad.

-¿Qué… qué haces aquí? -Articuló Blanca.

-He venido porque Ana ha hablado conmigo. -Respondió Óscar.

<< Claro>> pensó Blanca <>

-Ana me ha pedido que te viniera a buscar. Pero igual ya te lo estabas pasando muy bien y prefieres que te deje aquí y me vaya. -Bromeó Óscar.

-Me… ¿has visto? -Preguntó Blanca

-Oh, no, tranquila, yo no he visto nada, para mi desgracia. Pero reconocería esos gemidos a kilómetros de distancia. -Le guiñó un ojo y ella se puso roja como un tomate.

Al fin, le devolvieron sus pertenencias, salieron de la comisaría y se echaron a andar hacia la pensión de Blanca.

-Te lo devolveré, no te preocupes. -Dijo Blanca, refiriéndose a la fianza.

-Oh, si no ha sido nada. Ahora me va muy bien, ¿sabes? -Sonrió.

-Sí, lo leí en el periódico… Director de la Compañía de Teléfonos. No es ninguna tontería. ¡Quién lo habría dicho! Cuando éramos pequeños soñabas con tener una casa en el pueblo y un par de vacas. -Recordó Blanca.

-A ti tampoco te iba nada mal ahí dentro. -Bromeó Óscar. Blanca adoraba ver como sonreía, pero a la vez le irritaba que hiciera tantas bromas sobre aquello sin realmente saber por qué lo había hecho. De repente, él se puso más serio. Paró de andar y la sujetó de los brazos frente a frente. -Blanca, tú ya sabes… Si tú quieres, podrías dejar todo eso. No te mereces esa vida.

-¿Qué vida? ¿La mía, dices? -Miró hacia otro lado y luego volvió a fijarse en los ojos de Óscar. -Eso es muy fácil de decir mientras sabes que en tu casa están papá y mamá esperando a que vuelvas. Yo he escogido esta vida porque era la única que me hacía libre.

Óscar negó con la cabeza y contuvo una respuesta rápida e irracional. Sacó un papel de su cartera.

-Este es mi número. Cuando quieras puedes dejar todo esto. Yo te daré un trabajo en la Compañía y todo lo que necesites para empezar. -Aquello que Óscar decía, casi sonaba a súplica. Acariciaba los brazos de ella con sus manos, la notaba fría. Tampoco podía evitar fijarse en como el vestido rasgado a la altura del escote dejaba ver sus pechos. Se quitó el abrigo y se lo ofreció. Blanca cogió el papel pero rechazó el abrigo y se lo guardó en el escote.

-Aurora ha sido… -Se le cortaban las palabras. – Ha sido asesinada. Me ha dejado el Club y ahora debo continuar con eso. -Miró hacia abajo. – El Flâner es mi hogar. Vale, puede no ser una casa como las de los demás, pero allí he crecido. No ha sido fácil, pero no puedo irme. Me debo a esas mujeres, que nada le tienen que envidiar a ninguna otra más que no haber nacido en una familia acomodada.

Óscar acarició con sus manos el mentón de Blanca.

-Vale, lo respeto. -Se acercó más a su oreja. -Pero no sabes lo que adoraría ver tu culito pasear por mi oficina. -Susurró.

-Creo que eres el único hombre que no me suena asqueroso cuando dice eso, Óscar.

Entretanto, ya habían llegado a la pensión y Blanca se apoyaba en el marco de la puerta. Óscar se le acercó para despedirse, tratando de darle un beso en la mejilla, pero Blanca se le adelantó y le plantó un beso en los labios. Óscar, sorprendido pero a la vez reconfortado, la agarró de la cintura y la empujó a la puerta con su cuerpo.  Nerviosa, ella se separó un poco de él.

-Buenas noches, Óscar. -Suspiró.

-Buenas noches, Blanca. -Sonrió Óscar. Ella no entendía como después de tanto tiempo podía seguir sintiendo fuego en lo más hondo de su ser cuando él le sonreía, con aquella expresión arrogante pero seductora.

Como pudo, buscó las llaves y entró en casa. Había sido un día muy largo. Mientras subía a su habitación escuchó un pequeño ruido en las escaleras, como un crujido. Era Ana, su amiga y compañera en el Club, que la estaba esperando.

-¡Blanca! ¡Menos mal que estás aquí! -Dijo mientras la abrazaba. – Le avisé porque no sabía a quien más acudir, ahora que… Bueno, Aurora no está. Si se ha puesto pesado contigo puedo decirle otra vez que ha sido cosa mía y que tú no quieres nada con él.

A Blanca le encantaba la inocencia de Ana. Toda ella le recordaba a una pequeña ratoncita. Era la chica más buena que jamás había conocido, no solo dentro del Flâner. Cogió un mechón de su pelo y se lo colocó detrás de la oreja a Ana mientras decía:

-Muchas gracias por avisar a Óscar. Ha sido una buena idea. Pero tenemos que ver que vamos a hacer con esos cerdos de la Policía. -Concluyó Blanca.

-¿Qué ha pasado? -Preguntó Ana

-Nada, ya te contaré. Hoy ha sido un día muy largo y apenas he tenido tiempo de procesar nada. Me voy a la cama, Anita. Buenas noches. -Susurró antes de meterse en la habitación.

-Buenas noches. -Respondió la pequeña.

Unos golpes en su puerta la despertaron, aunque más que dormida estaba adormilada. Después de aquel día, le costaba conciliar el sueño.

-¿Quién es? -Preguntó Blanca.

-Ana. Déjame pasar por favor. Sé que es tarde… -Dijo desde el otro lado de la puerta.

Extrañada, se levantó y le abrió. Vio como tenía los ojos rojos de llorar y temblaba, aunque no hacía especial frío aquella noche. Blanca solía dormir desnuda, por lo que solo una sábana cubría su cuerpo cuando fue a abrir la puerta.

-¿Puedo dormir contigo? -Preguntó

-Claro que sí, Ana. -Concedió Blanca. Normalmente no se mostraba tan blanda con el resto, pero aquella era una situación especial. Nadie merecía estar sola aquella noche.

Ambas se tumbaron en la cama. Blanca abrazaba por detrás a Ana, que ya había parado de llorar. Comenzó a acariciarle el pelo suavemente. La peinaba con sus dedos. Decidió contarle algo:

-La mañana en la que llegaste al Club yo estaba limpiando la barra y Aurora haciendo caja. Te vimos subir al despacho de Octavia y yo le pregunté a Aurora que cuánto tardarías en salir corriendo de allí. ¿Sabes lo que me respondió?

-No…

-Ella dijo que eso mismo había dicho el día en el que yo entré por la puerta.

Ana sonreía. Ahora que Blanca volvía a estar sola, era reconfortante tener a alguien de quien cuidar. Sin pensarlo demasiado, casi como un impulso, le besó el cuello. Su piel era dulce.

-Blanca… -Susurró Ana

-Chst. -La calló Blanca

Comenzó a acariciar su cuerpo poco a poco, por encima del camisón de seda. Le sorprendió mucho lo suave que era su piel y eso también hizo que no dejase de recorrer con las yemas de sus dedos el cuerpo de Ana. Pudo ver como se erizaba cada parte de su ser. Luego, continuó besando su cuello, sus hombros, su espalda… Hasta que notó como las ganas de poseer a Ana aumentaban.

-Quítate el camisón.

Ana obedeció, algo inquieta. Blanca intuía que la pobre debía estar hecha un lío con todo lo que había sucedido aquel día. Se quitó el camisón y dejó su cuerpo, pequeño pero bien desarrollado, al descubierto. Lo que más loca volvía a Blanca de Ana eran sus tetas. Con una mano, le agarró una y descubrió que casi no podía abarcarla por completo. Adoraba sus pechos firmes, con aquellos pezones que la apuntaban.

-Voy a ser muy buena contigo, ¿vale? -Dijo Blanca, con un tono más firme.- Acércate.

Ana se puso de rodillas en la cama, donde Blanca estaba sentada y dejó que ella empezase a comerle las tetas. Sin parar, Blanca lamía, estrujaba y chupaba sus pechos.

-Creo que nunca te he dicho lo muchísimo que me encantan. -Apuntó Blanca.

-Soy… Soy tuya, Blanca.

Dicho esto, Blanca decidió preparar a Ana lamiéndole su joven coñito. Lo tenía totalmente depilado, para su sorpresa, y le encantó poder perderse entre todos sus pliegues, empapando bien el coño de Ana de su saliva. Cuando terminó de hacer esto, empezó a estimular el clítoris de la joven con su pulgar, haciendo círculos. Poco a poco aceleraba el ritmo de su dedo y la respiración de Ana se entrecortaba más.

-Ahora ábrete de piernas y túmbate, Anita. Has sido una niña buena y mereces tu recompensa. -Afirmó Blanca.

Ana sonrió por primera vez en aquella noche. Blanca tomó las piernas de ella y se las llevó hacia su propio cuerpo, haciendo que el culito y el sexo de Ana quedasen totalmente expuestos ante Blanca. Decidió que estaba demasiado caliente para seguir esperando. La imagen que la muchacha ofreciendo su culo y su coño ante ella era algo que superaba a Blanca. Se subió encima del coñito de Ana y empezó a frotar el suyo contra el de ella, una y otra vez. Ana no salía de su asombro, pues nunca había probado aquella postura.

Botaba sobre ella, se restregaba… Los pechos de Ana y los de Blanca rebotaban con aquel vaivén. Cada vez estaban más y más mojadas, pero Blanca no paraba. Aprovechó aquella situación para jugar y pellizcar los pezones de la jovencita. Cuando estuvo cerca del orgasmo, empujó las piernas de Ana un poco más hacia su torso y empezó a moverse de una forma frenética, sin poder parar. Hasta que cuando notó la mano de Ana estimulando su clítoris, empezó a correrse sobre ella como una posesa, sin poder parar de gemir.

-Acabas de despertar a media pensión. -Bromeó Ana.

Blanca, exhausta, llevó a Ana hacia ella con sus manos y empezó a besarla sin parar, agradecida.

-Ay, Anita, ¡no puedo contigo!

Y ambas se quedaron dormidas en la cama, completamente desnudas.