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La Libertad_04

en Grandes Series

LIBRO 1. APERTURA. CAPÍTULO I. PRIMER DÍA

tercer asalto

 

Allí estaba él. Por primera vez nos encontrábamos a solas. Quiero decir, no sé, supongo que alguna vez habríamos estado a solas mi primo Carlos y yo. Pero me pasaba como con Pablo, con él no había tenido nunca conciencia alguna de intimidad, de lo que significa estar realmente a solas... No es raro que sintiese esa intimidad de una manera tan palpable justo en ese preciso instante: era así por lo deseado de la situación; porque, precisamente, llevaba un buen rato deseando que Pablo desapareciese para poder sustituirle por su hermano mayor... 

 

 

Quizás debería sentirme mal. Pero no, no me sentía mal.

 

 

Carlos estaba muy bueno.

 

 

¿Cómo era que no me había fijado nunca? Siempre me había parecido guapo, pero en realidad siempre me había resultado más guapo Pablo. Bueno, entendiendo que hasta entonces yo les veía a los dos como niños, me refiero. De todas maneras, siempre he estado convencida de que Pablo iba a ser un pibón cuando terminara de desarrollarse por completo, como así ha acabado siendo de hecho. Pero en aquella época, le faltaba por dar mucho de lo mejor todavía. Y además, en realidad, por entonces estaba entrando justamente en esa fase de fuertes cambios corporales que, si bien no desmerecían su belleza, tampoco le hacían estar en su mejor momento. Carlos, en cambio, estaba justo saliendo de esa fase: camino a la plenitud.

 

 

Bueno, es cierto también que creía que ni él, ni tampoco su hermano pequeño, llegarían a alcanzar al nivel de, por ejemplo, mi primo David, el homosexual con el que ya dije que me lié en una ocasión (de hecho fue el primer familiar con él que me lié; después vendrían Bego y su madre, Guille, ahora Pablo y… ¿Carlos? …ojalá). Una belleza de libro, David; y, he de decir, una polla de campeonato… A día de hoy he de reconocer que Pablito sí puede haber llegado a su nivel de belleza, y hasta diría que le puede ganar en polla por la mínima… cosa que ya es mucho decir. ¡Nunca he acabado de creerme mi suerte por tener unos primos tan bien dotados! Jiji, mmmmh… Lástima que David sea homosexual, es verdad, aunque eso no fue obstáculo para por lo menos poder catarle una vez, jiji.

 

 

Pero bien, hablaba de Carlos… Sí, sea como fuere, está muy bueno. Que tremendamente guapo, lo pensaba entonces por primera vez. No sé, yo creo que se empezó a transformar al cumplir los 18. Además empezar a hablar mucho, desarrollando una conversación madura y cada vez más agradable -creo que lo que menos me gustaba de él antes era, precisamente, esa timidez patológica que tenía- es que su cuerpo se transformó por completo. Creció, le dio por el gimnasio y se hizo superdeportista. De repente estaba fuerte, muy fuerte, ¡cachas! Se le empezaron a notar todos los músculos, y se hizo superalto (siempre lo fue, en realidad). Con ese vozarrón que parecía que no era capaz de controlar… Sus ojos, sus labios…

 

 

Le veía por fin delante de mí. Seguía vestido con la ropa que traía de la calle. Olía a colonia, a insoportable colonia juvenil, algo tan adolescente. La verdad es que no me gustaba el olor, pero reconozco que sí me gustaba su coquetería, contrastando además con su imagen, taaan masculina. De repente. Mi primo Carlos, era muy masculino… Se había puesto, eso sí, unas sandalias, después de quitarse las grandes zapatillas de deporte que traía de la calle… debía tener los pies cocidos, con aquel calor. Me fijé en esos pies, largos, huesudos, bien formados... Con decir que de repente me estaba apeteciendo a mí darle un masaje a él, jijiji… Subir por sus piernas, mhhhh… Llevaba unas bermudas largas, color marrón claro, de esas anchas, holgadas. Dejaban al aire sus piernas, por debajo de la rodilla, pero sin interponerse a exploraciones más profundas... Cubiertas de pelo, largo, castaño, bastante espeso, sin rizar. Un vello ya masculino, frente a la incipiente pelambre de su púber hermano. Una camiseta rosa. Unos hombros anchísimos, unos pectorales abultados, duros, marcándose y levantando la tela. Un vientre duro como una tabla, duros e hinchados bíceps… nuevos, a estrenar, asomando y tensando la tela de las mangas de su camiseta. Mmmm síiii… una auténtica  delicia para los ojos.

 

 

Y lo sería también para mi boca, seguro. Acostumbrada como estaba a hacerlo con treintañeros, ya con su tripilla hasta los más deportistas, los más "cachas" ya algo "blanditos" -sin contar con bastantes maduritos que me para entonces me había hecho ya en alguna ocasión, siempre me gustaron los maduritos..., eso sin contar algunos abuelos y puros dejados que he tenido que entretener por mero trabajo, jiji- Comparado con esto, Carlos era fibra pura. Todo cuerpo, cuerpo listo para el sexo, para MI sexo... ¿Cómo podía ser que nunca antes le hubiera visto así? Si era evidente que tenía que ser una máquina para follar… para follarME… Supongo ahora que tenía que ver también con que solo entonces, al pasar yo la treintena, empecé a fijarme en los jóvenes y adolescentes como objetos de deseo. Bueno, y que mis primos hasta hacía nada eran, efectivamente, todavía demasiado niños. Pero ya no más, pensé mirando el culo que moldeaban los pantalones de Carlos: un culo demasiado duro, firme, fuerte y formado, como para no desearlo…

 

 

Además de su paquete, claro. Porque me di cuenta, por primera vez también, de lo mucho que se le marcaba el paquete. Sentí que se me escapaba la baba por las comisuras de los labios... de los de la boca, y de los del coño, sí. Totalmente cierto, no puedo negarlo. Carlos estaba delante de la nevera, rebuscando algo para cenar, parecía. Miré el reloj de la cocina. Eran sólo poco más de las once. Bien, tenía la excusa perfecta para entrarle.

 

 

- Carlos...

 

- ¡Laura! - Carlos se apartó, asustado, como si le hubiese pillado haciendo algo malo.

 

- Tranquilo... - no pude evitar este comentario, pero no me gustó al oírlo salir de mis boca.

 

 

Era yo la que no estaba tranquila, y eso no me gustaba. Bueno, los dos estábamos nerviosos… Siempre me pongo nerviosa en estas situaciones críticas, pero con personas con más experiencia sé que las cosas, más o menos, acaban por salir solas… Con mi primo sentía recaer el peso de todo sobre mis hombros. Sin contar que, reconozcámoslo, ni siquiera sabía si él quería al menos algo realmente. O si sencillamente estaba flipado, escandalizado, asqueado… por lo que me había visto hacer con su hermano.

 

 

- ¿No has cenado? – tiré por las vía práctica.

 

- N... no, pero y...

 

- ¿Quieres que te haga un sándwich? Nosotros hemos cenado eso. Verás, te lo preparo  en un segundito. – Yo hablaba rapidísimo de puro nervio, pero al menos articulaba las palabras, no como él. Confiada, me acerqué a la nevera, pegándome casi a su cuerpo.

 

- No, Laura, deja, ya lo hago yo... – repentinamente, pareció recobrar el aplomo. Justo lo preciso para apartarse de mí con cierta violencia, como espoleado por el miedo, la urgencia, el asco.

 

 

No sé de dónde saqué las fuerzas, pero di el paso que él había recuperado, hasta quedar casi cuerpo con cuerpo, nuevamente. Esta vez, cara a cara, sintiendo su respiración agitada, caliente, directamente sobre mi pecho, húmedo y brillante, generosamente expuesto en el desperdiciado escote completamente abierto. Y, efectivamente, Carlos se desinfló, o se lo pensó mejor, o cogió las fuerzas que hasta entonces no había tenido. El caso es que quedó completamente paralizado, como sin voluntad, mirándome con gesto cada vez más alucinado. Soy consciente de que mi aspecto no debía de ser el mejor, desde luego. Y, ni mucho menos, el más púdico.

 

 

Despeinada, con la piel brillante de sudor, -y no paraba de sudar, lo sentía en mi cara, en mis brazos, mis axilas, mis tetas, resbalando por la espalda hasta mis bragas, bajando por la raja de mi culo, los muslos empapados, y pegajosos también de todo lo que había caído de mi coño, que bullía como una caldera dentro de mis bragas, absolutamente empapadas, aunque algo resecas ya, de flujo pastoso que creo que empezaba a rodearme con su espeso olor... – sin contar, no olvidemos, el violento lechazo que me acababa de soltar Pablo hacía solo unos minutos: lo notaba quemando el nacimiento de mis pechos, mi cuello, resbalando incluso hasta mis pezones, siempre duros, reventando la débil tela del maltrecho camisón.

 

 

- No pasa nada, Carlos. Te digo que no me cuesta trabajo... además, para eso venido, ¿no? a cuidar de mis primitos...

 

- ¡Yo ya no soy tu “primito”, Laura! – ¡Mierda! …me dije, no debería haber dicho eso, era esperable que le saliera el machito... – Y mi hermano tampoco es tu “primito”...

 

 

Esa no me la esperaba. Quiero decir, Carlos lo acababa de decir sinceramente. No me lo echaba en cara, sino que parecía que estaba abriendo una puerta de salida para Pablo y para mí. Mhhhh, macho pero un pedazo de pan... O estaba como un pan, o como un queso, o para comérselo, o para tirárselo, y yo estaba taaan cachonda... Porque, ¡sí!, su tono también venía a decir que él era como Pablo, ya hombres los dos, y que él entendía las necesidades de hombre de Pablo porque él también las tenía… vamos, que me quería sobar y  se quería dejar sobar como su hermano, ¡¡¡síííí!!!, ¡empezaba a verlo claro!

 

 

- No, Carlos, claro que no... tengo claro que desde luego que tú eres ya un hombre, primo... muy hombre… - me acerqué más de la cuenta, y él escapó sutilmente de la violenta situación de quedar atrapado entre mi cuerpo y la nevera. - ¿Jamón y queso, vale? - cambia de tema, cambia de tema, ¡rápido! me obligué...

 

- …sí, sí, está bien... – Carlos tragó saliva con dificultad. Su camiseta mostraba evidentes marcas de transpiración y… ¡un bulto prometedor se había marcado con alegría en sus bermudas!

 

 

Cogí aire y me giré hacia la nevera, pero él seguía allí, pegado aún a la puerta. ¿No se pensaba apartar? Necesitaba coger las cosas de la nevera, pero el no me dejaba espacio. Estaba inmóvil. ¿Me estaba mirando las tetas? Sabía que la tela mojada debía estar trasluciendo mis pezones, duros y de color algo más oscuro que mis hinchadas tetas. Me dio la sensación de que su bulto crecía… Me costaba respirar. ¿Quizás era yo? Noté una brutal oleada de calor, más y más sudor. Afortunadamente la nevera abierta expulsaba una masa de aire frío que me recompuso ligeramente, pero el contacto con la tela húmeda a la altura de mis pechos forzó al límite la reacción de mis pezones, causándome un dolor tal que parecía que me iban a arrancar las tetas.

 

 

Noté también un fuerte tirón en la entrepierna. ¡Mierda! pensé, recordando mis bragas, retorcidas, aplastando mi clítoris... Tenía que habérmelas recolocado antes de entrar, pero ya era tarde, me estaba empalmando igual que se estaba empalmando él, con los pezones duros como el diamante, los labios y el clítoris hinchados: mi clítoris, mi pequeño rabo como le decía siempre Nurita, enorme, escapando fuera de mi cuerpo, lo notaba frotándose contra mis muslos al menor movimiento, completamente fuera, completamente erecto, excitadísimo... Casi nunca me pongo así sin ningún estímulo directo, como poco menos visual. Por no decir, directamente, que nunca jamás había sentido así mi clítoris sin mediar contacto físico directo y contundente con mi cuerpo.

 

 

-       …déjame, Carlos,no puedo... – Me ahogaba.

 

 

Rocé su cuerpo con el mío. Le miré, y él me estaba mirando. Claramente nervioso, primero la cara, luego sus ojos cayendo... Es más alto que yo, suficiente para que tuviera una buena perspectiva de mis tetas, tal como iba yo con todo abierto y los pechos disparados y los pezones separando aún más la tela. Me miré de reojo yo también: los brillos del semen de Pablo cubriendo mi piel, los laterales del escote cayendo a los lados de los pechos, los pezones a penas cubiertos, escandalosamente marcados en la tela húmeda, como luchando por salir. De hecho la parte superior de la areola del pezón derecho emergía  ya ligeramente sobre la tela, o al menos me pareció. Quizás era un grumo de lefa de Pablo. En cualquier caso si asomaba el pezón, posiblemente no se distinguiera tan claramente de un grumo de lefa, ya que tampoco los tengo particularmente oscuros (no como los negros pezones de mi amada Nurita… mhhhhh ayyyy ¡no debería haber pensado en ella en ese momento!)

 

 

Noté por fin que su vista volvía a subir, al constatar que su mirada estaba siendo abiertamente descarada. Evidentemente, él sabía que yo le había visto mirarme, sumergirse en mi canalillo. Aunque lo que me podía ver así, no sería mucho más de lo que me habría visto en bañador mil veces. Bueno, sí es era cierto que debía de estar viendo bastante más allá de donde mis senos empezaban a separarse, hasta el punto de tener mis pezones desnudos al filo de su mirada.

 

 

Estábamos solos, claramente excitados ambos, solos por primera vez. Aquello se había puesto mucho más rápidamente de lo que hubiera esperado en el mejor de mis sueños, con un carácter abiertamente sexual… A punto estuve de que se me fuera la cabeza, me vi diciéndole "Carlos, quiero hacer el amor contigo", o arrancándome el camisón, las bragas, mostrándome absolutamente desnuda para él. Ofrecerle mis tetas, mi clítoris salido entre las piernas, "Carlos, quiero que me folles" o, simplemente cayendo de rodillas y soltando sus ya más que apretados pantalones, liberar y metiéndome en la boca esa enorme polla que parecía esconder allí, para nada relajada ya, en absoluto. En realidad, ya me estaba costando contener mi mano, que avanzaba hacia la nevera, para que mantuviese su rumbo sin desviarse sin remedio hacia su entrepierna...

 

 

Sentí que me rozaba con la mano derecha, que hasta ese momento sujetaba la puerta de la nevera. "Ya llega" pensé. Me va a tocar. Me va a bajar el camisón y, ¡por fin! me va a tocar las tetas…

 

 

Falsa impresión. En realidad, estaba haciendo justo lo contrario, moviéndose para salir de allí tratando de evitar mi cuerpo, que le tenía cada vez más acorralado junto al frigorífico. Y lo logró sin un nuevo contacto. Yo tampoco lo busqué. Más bien me preocupé por darle salida, girándome hacia el interior de la nevera para coger las cosas, mientras me planteaba si quizás había intentado ser demasiado agresiva. Pero ¡su cuerpo había reaccionado! ¿En qué quedábamos? ¿Le ponía o no le ponía? ¿Sería acaso capaz de pasar de mí? ¿No tenía la menor intención de intentar nada, acaso?

 

 

- Vale, pues aprovecho para ir al baño, que me está explotando la vejiga desde que llegué...

 

 

Si tú supieses lo que me está explotando a mí desde que llegaste, Carlos, me dije.

 

 

En cualquier caso, parecía que su huida iba a ser completa. Se iba a esconder su violenta erección. Estaba claro que estaba cortado y que no quería que yo le viera así. Y sí, seguramente muerto de miedo por mi agresividad. ¿Debería cortarme un poco, cerrarme el escote, serenarme? ¿Seguro? Porque ¿qué pasaría si al revés… me lanzara? En cualquier caso, no fui capaz de moverme, seguía nerviosísima y me limité a aparentar como que seguía rebuscando en la nevera.

 

 

- Claro, claro...

 

 

Le oí girarse y avanzar despacio por el pequeño pasillito-despensa que separaba la cocina del aseo. Cerré la nevera,  y me forcé a pensar en otra cosa. Empecé a sacar pan, queso, jamón, para preparar su cena, cuando escuche sus ruidos. La hebilla del cinturón, la cremallera, nítidamente. Si es que le tenía al lado... Ese escandaloso ruido de un chorro grueso de pis, imposible no escucharlo. Un chorro fuerte, vigoroso, pero sobre todo, abundante, caudaloso, y ya estaba otra vez, imaginando una gruesa polla de la que brotaba un copioso manantial de pis para caer al wáter como una cascada... Mis manos retorcían el pan y su relleno mientras me lo imaginaba meando, con su grueso pene entre sus manos... Entonces caí en la cuenta…

 

 

¡No se había escuchado la puerta! ...claro... aquella puerta nunca había cerrado muy bien... No lo dudé. Temblando, sin soltar la loncha de jamón que tenía entre las manos, casi obligando a mi cuerpo a avanzar, milímetro a milímetro, logré llegar hasta el umbral de la despensa. Tampoco había encendido la luz, estaba a oscuras, iluminándose con la luz que llegaba desde la cocina. Es por eso que se dio cuenta al instante de que estaba ahí, mirando, ya que mi cuerpo en la puerta le privó de manera inmediata de su escasa luz. Su cara se giró hacia mí, asustada, enfadada.

 

 

-       ¡Laura! ¿qué haces ahí?

 

 

No perdí el tiempo en balbucear ninguna excusa. Ni siquiera en mirarle a la cara. Debía parecer idiota, incapaz de cerrar la boca, abierta de par en par por el asombro y el deseo... Mi corazón latía a mil, una punzada brutal me estalló en la espalda, dejándome absolutamente inmovilizada, con las piernas temblando y, por supuesto, los labios de mi coño y mi clítoris latiendo al unísono, siguiendo el desenfrenado ritmo de mi golpeado corazón, rebotándome en mis sienes. Efectivamente, Carlos tenía abierto el pantalón, completamente. Cinturón y bragueta, bajada toda la delantera y con ella la del slip, un Calvin Klein blanco con la cintura negra que le debía quedar de miedo... Pero no en ese momento. No, porque la tenía entera fuera, completamente fuera, hasta los huevos. Cogiéndosela con las dos manos, claro, las dos eran necesarias para controlar eso, me dije. Enorme, como un palmo de carne, gruesa, muy gruesa, circuncidada, con el capullo enorme al aire, soltando el chorro de líquido rubio y brillante, caudaloso como si estuviese llenando un vaso con una jarra. Llevaba un rato y no paraba ni disminuía el caudal. ¡¡Ahhh se la estoy viendo!! Pensé. Y me vi incapaz de hacer nada más, incapaz de hablar, reaccionar, salir de ahí, de ir hacia él o darme la vuelta, soltar una excusa. Ni siquiera era capaz apartar la vista ni de cerrar los ojos.

 

 

-       ¿Pero...? ¡¡Laura jodeer!! – Carlos, atónito, debió comprender que yo no iba a dejar de mirar.

 

 

Y, aunque tampoco parecía que ninguno fuera a intentar nada, dio ya la sensación de que todo aquello se nos había ido de las manos. O que se me había ido a mí de las manos, claro. Eso debió pensar él, sí. De ahí, supongo, su apresurada y un tanto inconsciente respuesta: se giró rápido, estirándose hacia la puerta para intentar alcanzarla y poder encerrarse. Su polla quedó por un segundo suelta de sus manos, como el badajo de una colosal campana. No estaba ya empalmado, en absoluto lo que se entiende como empalmado. Bueno, la tenía morcillona aún, ya digo que había notado cómo se ponía claramente cachondo cuando estábamos junto a la nevera. Pero desde luego que no se podía decir que lo siguiera estando, de hecho sospeché que su tamaño en ese instante no debería de ser mucho mayor de lo habitual en reposo.

 

 

Había conocido ya demasiadas pollas para valorar, en esa mínima toma de contacto, que la suya no era una de las que se ponían duras fácilmente, sino que necesitaban una buena dosis de excitación y un trabajo aplicado y continuado para sostener la erección. Su mínimo calentón de antes, incompleto y fugaz, además, debió de bajársele nada más meterse en el baño y empezar a mear. Porque, además, por la forma de hacer pis a chorro que tenía, naturalmente no podía estar empalmado, nunca le saldría así, de esa manera... Y es que seguía meando, claro.

 

 

El brusco movimiento que hizo hacia mí con su cuerpo para intentar alcanzar la puerta, provocó que su polla se le moviera en un arco de lado a lado, haciendo redoblar la campana con ese triple badajo (acababa de constatar que los enormes cojones de Carlos estaban muy a la altura del conjunto… muchísimo más grandes y absolutamentemás maduros que los de su hermano pequeño; aunque si las criadillas de mi primito Pablo habían desencadenado una violenta y copiosa corrida como la que me había dedicado hacía sólo un rato, me pregunté en ese momento de qué serían capaces esas bolas francamente impresionantes de Carlos).

 

 

Por un instante, pues, el joven y muy apetecible sexo de mi primo Carlos se mostró para mí en todo su esplendor. Grueso, brillante, enmarcado en una sedosa mata de pelo castaño, liso y poco abundante, con apariencia de haber sido recortado al menos en más de una ocasión, aunque ahora lucía largo en casi toda su extensión. Con los dos sacos oscuros y abultados de sus testículos escoltando el vuelo del imponente miembro, seguido todo ello por un reguero de pis esparciéndose con un ímpetu salvaje por paredes y suelo. Pude sentir claramente el líquido caliente alcanzar los dedos de mis pies desnudos dentro de mis chanclas.

 

 

¡¡BLAM!!

 

 

Después de visitar el paraíso que ansiaba obtener de mi inseguro primo, el portazo resultó atronador.

 

 

-       ¡Mierda! – dije en voz suficientemente alta para que pudiera haberme escuchado.

 

 

Aunque dudo que lo hiciera, en medio de la evidente consternación que demostraba, el pobre…

 

 

Carlos debía estar cayendo en la cuenta de los estragos del "accidente" causado por su pene en vuelo libre mientras meaba. Sólo junto a mis pies se había formado ya un pequeño pero significativo charco de su pis: podía notar los dedos de mi pie derecho pisando sobre el líquido caliente que se había esparcido por una pequeña zona de la punta de mi chancleta. Salpicaduras también en la pared... Tremenda polla y tremendo chorro de pis, como una enorme manguera abierta al máximo y dejada libre, sin control. El miembro de mi primo había superado cualquier expectativa, por fantasiosa que fuese, de cuantas me podía haber creado. Incluso después de ver el de su hermanito e, incluso, el de nuestro primo común, David. Estaba claro que tenía una familia de sementales… ¡uf!

 

 

La de Carlos bien podía estar ya a la altura de la de David, el mayor de los tres, aunque sin conocerle todavía a plena potencia era difícil comparar. David también la tiene muy grande incluso en reposo. Y ahí sí, visto lo visto, Carlos no estaba en absoluto por detrás. En absoluto… ¡Joder qué pollón! Era monumental, y eso que no estaba en absoluto empalmado, repito. Y aunque no estuviera tampoco totalmente en reposo,  vale, pero... A esa polla le falta aún mucho por mostrarme. Y, o poco me conocía a mí misma, o a esas alturas ya sabía perfectamente que no descansaría hasta no alcanzar un conocimiento profundo de aquella maravilla carnal.

 

 

Si acaso conservaba el control de mi razón, debo decir que en ese momento lo perdí por completo, sintiéndome totalmente fuera de mí (digamos que lo de “estar salida” encajaba conmigo a la perfección en aquellos momentos). Salí de allí, necesitada de aire. Mi coño chorrea de nuevo, no había dejado de manar en ningún momento, pero el flujo se había vuelto a desatar con mayor intensidad que antes, La humedad era descontrolada, y yo no podía hacer nada para pararla, ya que en mi mente se había quedado anclada en la imagen de la polla de mi primo y todo lo que me gustaría hacerle. Me veía incapaz de sacarla de ahí...

 

 

Por otro lado, la situación era absurda. Seguía de pie, con el camisón sudado, sucio y descolocado. Las braguitas retorcidas, incrustadas en mi coño abierto, y una fría y pegajosa loncha de jamón york en la mano. Instintivamente, me llevé la loncha de jamón a la entrepierna, y la froté, la froté fuertemente contra mi chocho abierto. Tan fría.... mmm qué placer... me di placer a mi misma, todo el placer que necesitaba con urgencia. Y, mientras, me relamía pensando en que Carlos se comería el sándwich que le iba a preparar y, con él, mi fruto, mi flujo, mi cuerpo, que afanosamente me ocupaba de dejar impregnado en sus alimentos; me iba a comer a mí. La gelatinosa carne del jamón cocido se juntó, mezclándose y empapándose con mi propia viscosidad. Su textura y su humedad eran semejantes, y más aún cuanto más me frotaba ese trozo de carne fría contra el chocho, repasando con saña mi vagina abierta, carne con carne... Sólo me detuve cuando noté que algo más que humedad iba a salir de mí.

 

 

Miré la loncha de jamón. Brillaba de húmeda que estaba, veteada por las manchas blanquecinas de mi flujo, que me salía espeso, denso, oloroso... Había pegados varios pelos de mi coño, pues llevaba sin recortarme la vulva meses enteros, así que incluso en las partes bajas tenía pelos largos y gruesos, rizados... Igual los dejé en el jamón, con todos mis otros restos. Lo metí sin pensar entre dos rebanadas de pan, untadas de mantequilla, junto con el resto del jamón y el queso, y lo puse al fuego en una sartén... De alguna manera, actuaba como una demente, convencida de estar elaborando el más poderoso filtro afrodisíaco, para conseguir que mi a mi primo le entrara un hambre insaciable de mi cuerpo tras probar mis elixires destilados en su comida.

 

 

Lo peor es que, cuando terminé, seguía sola y abrumada. Carlos no había salido del baño... El peso de la culpa, del miedo, pesaba cada vez más sobre mis hombros… No sabía aún cuál iba a ser su reacción “oficial” a lo de Pablo y la pillada que nos hizo al entrar al salón, y ya me acababa de meter en otro lío absurdo. Me acababa de pillar mirándole la polla desnuda. Joder, pero él había dejado la puerta abierta. Y se había empalmado… Me asomé. La puerta seguía cerrada. Yo me imaginaba que estaría todavía allí dentro, con su enorme polla fuera de la ropa, completamente al aire... y la boca se me hacía agua de sólo pensarlo. ¿Qué mierda hacía allí dentro? No pude reprimir la necesidad de acercarme. Me aproximé, más y más, hasta pegarme a la puerta, con todo mi cuerpo extendido sobre la madera...

 

 

No me atrevía a empujar pero, en realidad, lo estaba haciendo inconscientemente, dejando caer mi cuerpo sobre la puerta... Claro que quería entrar. Pero no. No podía, no era posible, estaba cerrada, firmemente… pero… ¡si esta puerta nunca había cerrado! Jamás había cerrado bien, ni con pestillo. Solo enganchaba lo suficiente como para que nadie pudiera sorprender a nadie que estuviera dentro, pero no daba para mucho más... Todo era raro: Carlos antes no había echado el pestillo, ni cerrado la puerta siquiera, es más, la tenía abierta de par en par. En cabio, en ese momento estaba firmemente atrancada, sin que fuera capaz de enter cómo. Apuntalada. ¡Eso era! Parecía en verdad que alguien estuviese empujando con fuerza desde el otro lado... ¿Cómo podía ser tan estúpida? Estaba claro que Carlos la estaba manteniendo cerrada con su propio cuerpo. ¿Desde que dio el portazo, quizás? Pero… no era posible que no hubiera reaccionado aún.

 

 

Allí, de repente, apoyada en la puerta, fui consciente de todo esto, y me puse a temblar: empecé a notarlo, estaba cuerpo con cuerpo, pegada a la madera, y podía notarlo, notar cómo vibraba, cómo retumbaba. Bum. Bum. Bum. Rítmicamente, con golpes secos. No era más que una presión, que se sentía al moverse el tablero con unos empujes bastante uniformes. Como si otro cuerpo estuviese pegado del otro lado. Bum. Bum. Bum. Carlos, al otro lado… Bum. Bum. Bum. Me estaba acariciando otra vez, no me había dado cuenta, pero tenía de nuevo una mano en el coño, que no paraba de latir siguiendo el ritmo de la puerta... Bum. Bum. Bum. Entonces empezaron los gemidos. Guturales, animales; jadeos sordos y profundos.

 

 

- Aaahah! ahhhahh! ahhhuuh! mmuhhhm! mmhmm! eaahhmh!

 

 

Me quedé de piedra. Podía esperar escuchar cualquier cosa menos algo así. Parecía una jaula de un animal grande, un oso violentamente cabreado, o algo así. Rumores de ultratumba, no sé, ecos al fondo de una cueva. Amortiguados aún por la puerta cerrada que separaba nuestros cuerpos, pero podía escucharlos perfectamente. Podía escuchar perfectamente a Carlos. Gimiendo. Imaginé su cuerpo, simétrico al mío al otro lado de la puerta. Gimiendo. De placer. Con su polla en la mano. Grande. Gorda. Dura. Empalmado ya, por completo. Carlos follándose la puerta. La puerta follándome a mi. Y él sin saber que estaba ahí. Frotándose contra la puerta, con su nabo duro. Rítmicos golpes de su cuerpo, que mis dedos furiosos imitaban, acompasándose a él, dentro de mi cueva húmeda. Tenía la vagina abierta, rugiente, sedienta.

 

 

Carlos follándome a mí.

 

 

- ¡Mmmmmmmmhmmh!

 

 

Me tuve que morder los labios para no gritar, mi masturbación era muy peligrosa a esas alturas, estaba tan excitada que mi cuerpo no iba a ser capaz de contenerse. Pude notar un chorro a presión escapando de hecho ya entre mis piernas, para  estrellarse violentamente en el suelo. ¡Mierda!... cuando saliera Carlos y limpiara su pis del suelo, se iba a dar cuenta de que había algo más... Igual era mejor que limpiara directamente todo yo, pensé, aunque tampoco quería que él pensara que... Bum. Bum. Bum. Si me viera allí, de rodillas, arrodillada sobre sus meados… ¡Bum! ¡Bum! ¡Bum! Quería parar, enfriarme, pensar, pero sabía que era querer algo imposible...

 

 

-       Aaahah! ahhhahh! ahhhuuh! mmuhhhm! mmhmm! eaahhmh! – “¿Pero a qué vienen esos gem...?” estuve a punto de preguntar.

 

 

¿Cómo podía ser tan estúpida? Se estaba pajeando, y ya. Carlos se estaba haciendo una paja monumental ahí dentro. Porque yo le había calentado, le había puesto a mil. Con lo de Pablo, y luego acosándole. ¿Qué habría visto? ¿Qué habría pensado? No había más, nada más que eso. Mi primo haciéndose una paja pensando en mí. Nada menos. Por supuesto, al llegar a esta conclusión, mis pobres piernas empezaron a temblar como nunca en la vida. ¿Qué hacer? Joder, no sabía si dar un paso, o… si entraba ahí y le pillaba en plena masturbación, totalmente excitado… ¡por mí! Por mí, sí, no podía ser de otra manera, ¿en quién si no estaría pensando mientras se machacaba el cipote? ¿En alguna chica con la que hubiera estado, o deseara estar? ¿En… su hermano?

 

 

Aún así, si yo entraba en ese momento, tan excitado, tan vulnerable, tan expuesto y muerto de deseo, al borde del orgasmo… sin duda estaría a mi merced, no iba a ser capaz de rechazarme, no sería capaz de rechazar nada ni a nadie. Pero seguía apalancado contra la puerta, era imposible entrar mientras él siguiera así... Pero ¡no! ¿de verdad quería entrar? Aquello tendría consecuencias. Era mi primo, mucho más pequeño que yo, e igual daba que fuera mayor de edad ya, todavía vivía con sus padres, era aún demasiado joven… ¿Iba a ser capaz de afrontar las consecuencias, y de hacérselas afrontar a él? Es más ¿íbamos a ser capaces de hacerlo, de resistir la presión…? No quería siquiera pensar qué podía pasar si nos pillaran. Con mi primo David, bueno, fue muy diferente, los dos vivíamos ya por nuestra cuenta, éramos adultos, al margen de que precisamente por eso nadie se hubiera enterado jamás, si no hubiera sido porque nosotros mismos lo contaríamos posteriormente a personas muy seleccionadas…

 

 

Mierda, mierda, mierda... no quería, o no me atrevía a nada… ¡pero era incapaz de seguir escuchando esos jadeos!

 

 

Salí de allí, golpeándome contra las paredes y los marcos de las puertas. ¡¿Qué?! en la cocina olía a quemado… ¡mierda, el sándwich! Salté corriendo a darle la vuelta, aunque continuaba oyendo a Carlos pajearse. ¿Quizás sólo en mi cabeza? Quién sabe... ¿Por qué no había sido capaz, por qué no me había atrevido? Joder, reconozco que me moría de la vergüenza, si hubiera salido en ese momento me hubiera dado algo… Pero ¿por qué cojones se hacía una paja si era tan obvio lo que yo buscaba?

 

 

¿Por qué no me pidió que le cogiese la polla cuando le pillé con ella en las manos? Si se la hubiese cogido, se la hubiese comido, hubiese bebido su pis, su esperma, le hubiese dejado follarme, sí, ¡follarme!, joder, follarme a mí mejor que a esa puta puerta… Maldición, lo estaba pensando, ya lo había visualizado, le había dado nombre: quería que mi primo me follara, que me cabalgara salvajemente por detrás, por delante, el coño, el culo y la boca, que me regara de esperma, que me empapara con su semilla, que me empalara en su pollón… Nada de hacer el amor, quería el sexo más total con él... y el muy gilipollas se encerraba a pajearse. Tenía que irme de allí, fuera de la cocina, al pasillo. ¿Qué hacer? ¿Dónde? ¿El salón? No, me buscaría allí antes de nada... ¿La habitación de Pablo? Joder, si entraba allí no iba a poder salir, me dije... ¡El baño! Sí, claro, el baño sería lo mejor… Y temblorosa, dubitativa, avancé lentamente hacia el baño.

 

 

- ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!

 

 

Nuevos grititos rítmicos, ahora más breves, más altos, más agudos, más seguidos, como un canto, sin pudor ni miedo a ser escuchados... Pero, esta vez, no venían  de la cocina, no… ¡venían de la habitación de Pablo! Me paré para escuchar. El ruido de los gritos no me dejaba oír nada más, y además tenía todavía metido en la cabeza los mugidos de Carlos. Pero sí… prestando atención… sí… se escuchaba claramente otro sonido: frotando, zas, zas, zas, zas… Arriba, abajo, arriba, abajo…

 

 

¿Podía ser posible?

 

 

Supongo que es lo que merecía, en ese momento, la cosa realmente no podía haber acabado de otra manera: los dos hermanos se estaban masturbando a la vez, cada uno en un rincón de la casa. Pensando en mí. La situación, lejos de alarmarme, preocuparme, ponerme en guardia o espabilarme, me excitó brutalmente. Aún más, si cabe. Me los imaginé llegando al orgasmo a la vez, eyaculando ríos de esperma mientras pensaban en mí, en mi cuerpo desnudo. Mientras decían mi nombre. Igual que con Carlos, lo pensé con Pablo: podía entrar en su habitación. Él me buscaba. Me esperaba, me lo había dicho. Él no iba a rechazarme como su hermano, y yo necesitaba una polla. Aquella noche no iba a poder dormir si mi coño no recibía antes su ración de buen sexo. Sólo tenía que empujar la puerta y tirarme a Pablo si quería esa ración de polla... ¡No! ¡No! ¡NO!

 

 

Mi cabeza parecía a punto de reventar, y me sentía absolutamente incapaz de actuar. Bien sabía que no podía ir con Pablo, independientemente de que quisiera ir o no. Que tampoco lo tenía claro, pero no… no podía hacerlo, era sencillamente imposible. Además, era consciente que, aunque me decidiera por aquella locura, cualquier cosa que hiciese en esa habitación nunca la haría completa, porque iba a tener siempre mi cabeza en otro lugar, en otra polla, en el cuerpo de… Carlos.

 

 

Así que, por fin, me metí en el baño, y me mojé la cara, bañada en sudor, y seguí echándome agua encima para lavarme las manos, las axilas, mojarme el pelo, y beber litros de agua... Me sentía sucia hasta por dentro.

 

 

Volví a salir al pasillo. Estaba más calmada, cierto. También la casa. No se oía nada. Parecía que ambos habían terminado...

 

 

- ¿Laura? - Era la voz de Carlos. Desde cocina. No supe reaccionar de otra manera que dejándome llevar. No podía hacer otra cosa. ¿Cómo iba a responder si él preguntaba…? Pero… ¡olía a quemado allí dentro! ¡Mierda, otra vez el sándwich!

 

- ¡Laura, esto se quema!

 

- ¡Mierda! Sí, sí, perdona, perdona Carlos. Apaga, ¡apágalo joder! – me puse nerviosa sólo de verle otra vez.

 

 

Carlos cortó el fuego. 

 

 

- Lo siento, yo… estaba en el baño... - intenté excusarme, sin mirarle siquiera.

 

- Ya.

 

-... – me dejó atónita ¿qué había querido decir? Después de lo que él había estado haciendo…

 

- Ehhh, se te nota, estás mojada... - Carlos se apresuró a matizar tras leer mi cara de perplejidad.

 

 

¿Mojada?

 

Si él supiera...

 

 

Pero tenía razón, llevaba el pelo húmedo, y lo noté chorreando sobre mi cuerpo. Se me estaba empapando el pecho... No me había mirado en el espejo en el baño, ni podía verme ahora, pero intuí que, a estas alturas, la transparencia de mi escote debía de ser casi total. El agua había terminado el poco trabajo que el semen de Pablo y mi propio sudor habían dejado pendiente, recuperando la humedad también de lo que se pudiera haber secado ya. Bien, sinceramente, me la sudaba. Ya no me iba a preocupar por eso. Si acaso, hasta mejor. Viendo que era ésa la única reacción de Carlos, hasta me envalentoné, recuperando un poco la iniciativa hasta volver a perder cualquier atisbo de razón.

 

 

-       Sí… hace un calor horrible... ¿no? Toma, anda, siéntate ahí y cómete esto. No ha llegado a quemarse.

 

 

Estaba nerviosa, eso sí. Muy nerviosa, histérica, lo que me llevaba a  actuar de una manera impetuosa, impulsiva, compulsiva y excesivamente imperativa. Hablaba con frases cortas que, básicamente, se reducían a ordenarle cosas. Como me ponía más nerviosa aún darme cuenta de eso, decidí callarme. Me senté sin más en la mesita de la cocina, aprovechando para intentar disimular también mi temblor. Carlos, dubitativo, decidió seguirme y se sentó también, con un extraño movimiento de piernas. ¿Quizás para disimular una media erección, o el resto de una abundante eyaculación? ¿Cómo habría terminado en el baño? Mis dos primos pajeándose por mí...

 

 

Me mordía los labios y me estrujaba las manos, incapaz de soportar aquella tensión. Pero también Carlos estaba intentando disimular, aunque no tuviera muy claro el qué… Me pude dar cuenta de que su mirada huidiza se iba sin cesar tras mi escote abierto y mojado sin que pudiera, ni al parecer quisiera, evitarlo. Atenazada por el pánico creciente, yo ni me inmutaba, no quería hacerle sentir mal otra vez, y menos precisamente por eso... Aunque me preguntaba hasta dónde se me vería... De todas maneras, y a juzgar por la temperatura ambiente, y mi propia temperatura interior, se debía de estar evaporando toda la humedad de mi pecho y de mi camisón. Me sentía como un metal al rojo, incluso la cara... seguro que me había puesto permanentemente colorada.

 

 

Mientras, Carlos se dedicó a devorar el sándwich a grandes bocados, acompañado de un gran vaso de agua.

 

 

-       Oye, no quise... antes con la puerta del baño, yo... no recordaba que no cierra y... - me lancé a hablar. Casi más por romper la tensión que por otra cosa. Tenía también que empezar a recomponer la situación para tratar de poner orden en todo aquello… todavía tenía pendiente aclarar lo que había pasado antes con su hermano, aunque aquello pareciera la prehistoria ya. Sé que era absurdo abrir el fuego yo misma sobre ese terreno, pero lo cierto es que no me lo podía sacar de la cabeza, era incapaz de pensar ni hablar de otra cosa, así que me salió eso porque no me podía haber salido otra cosa diferente.

 

- Tranquila, no pasa nada...

 

- No he visto nada, de verdad...

 

- ¿Qué no has...? pero… ¿quieres decir que…?

 

- Bueno, jiji, dejémoslo... -  Respiré aliviada al ver que entraba sin más en la conversación. Y jugué a la que es mi especialidad, o mi única manera de afrontar estas situaciones: hacerme un poco la tonta. Bien, Carlos se debía de estar dando cuenta perfectamente de ello, de que me hacía la tonta y de que estaba, incluso, tonteando. Pero eso no le hizo cambiar de expresión... Ni de guión. Ahora parecía que era él el interesado en que le hubiera visto la polla.

 

- Bueno, no pasa nada... sólo... he tenido que limpiar un poco. - Sonrió. El ambiente se relajó de golpe. - Esto está buenísimo.

 

- ¿Sí? – El calor brutal de la noche volvía a ser prometedor. Mi entrepierna bullía, y mientras Carlos engullía yo podía ver asomar más de un pelo rizado enredado en el queso fundido de su sandwich. Él se los iba tragando, Carlos se estaba comiendo mi pelo púbico, junto con el jamón untado en mis flujos. Me volvieron a atormentar los nervios por un momento.

 

- Sí, está muy… jugoso. Mi madre los hace siempre tan secos...

 

- Hhhh... Es mi receta especial, jijiji… debe ser el jamón, le he puesto bastante y... - la situación me estaba poniendo brutísima.

 

- …ya, pero además es que sabe muy rico; no sé por qué, sabe cómo distinto... – Se lo terminó en dos enormes bocados, relamiéndose los dedos con ganas. Mojados en grasa… y en mi flujo. Sabroso y jugoso. Así lo describió él. Yo ya estaba mojando la silla.

 

 

Carlos se levantó, y abrió la nevera para coger un yogur.

 

 

- Oye Carlos... - él se volvió y se me quedó mirándome. – Antes, con Pablo... - Necesitaba sacar el tema. Aunque no ya por aclarar nada. Simplemente, necesitaba hablar de sexo con él.

 

- Es que… no sé si quiero que me cuentes nada de eso, Laura. - Joder. Muy comprensivo, sí. Sí. En condiciones normales, sería lo mejor: olvidarlo todo, todos. Borrón y cuenta nueva, y aquí no ha pasado nada. Pero no estaba en condiciones normales. Estaba cachonda, y quería follar con él.

 

- No hay nada que contar, no ha pasado nada... - repliqué, a la defensiva e instintivamente enfadada.

 

- ¿Qué no ha pasado nada? - ahora era él quien parecía molesto.

 

- Bueno… - intenté una salida por la tangente, consciente de que podía acabar metiéndome yo solita en una situación fea - yo no sé qué le ha podido pasar a tu hermano... en fin, a esa edad... ya sabes...

 

- ¿¡Que ya sé qué!? – No, no estaba enfadado. Estaba confundido. Era difícil, me costaba pillarle, y me costaba pillarme a mí misma. Tenía que ir más rápido, por delante, pero estaba siendo todo tan rápido… No sabía si debía defenderme o atacar, porque no sabía qué cojones estaba haciendo él, ni qué podía estar pasando por su cabeza.

 

- ¿Cómo que qué...? pues… eso, que empezáis a... ¡Ay, Carlos, no me hagas esto! Tú ya eres suficientemente mayor, ya sabes de qué te estoy hablando ¿verdad? - procuraba moverme en una ambigüedad suficiente como para permitirme maniobrar si él se decidía a definirse un poco más.

 

- Sí, claro... – De claro, nada. No se le veía nada convencido.

 

- Vale. Pues no quiero que te pienses nada raro. Y mucho menos que lo hables con nadie. Por supuesto no con tus padres, pero ni tus amigos, ni nadie de la familia. Y mucho menos con Pablo. – Estaba apagando yo solita el fuego en el que tan gustosamente podía haber ardido con él. Pero necesitaba cerrar toda sospecha a una eventual amenaza futura sobre todo esto. La situación con él seguía siendo demasiado incierta y, la verdad, no podía arriesgarme tanto. El tema era demasiado grave, y no soportaba pensar en dejar cabos sueltos. Y Carlos parecía colaborador, parecía que estaba esperando precisamente eso, mi orden definitiva de callar.

 

- Vale... - su inseguridad y su vulnerabilidad eran máximas en ese punto.

 

- Y tampoco conmigo.

 

- Pero...

 

- No Carlos, en serio. Conmigo menos que con nadie. Además ya te digo que es que no hay nada de que hablar. Es mejor así... - Me acababa de pasar de la raya, en mi celo por zanjar el tema. Mierda, estaba tan nerviosa que no medía lo que decía, era imposible encontrar un término medio entre el silencio y la confesión total de mi deseo, pero lo que acababa de soltar estaba en las antípodas de lo que me gustaría haberme oído decir...

 

- Laura… ¿tú eres virgen?

 

 

¡BAMMM!

 

 

Eso sí que me hizo callar.

 

 

- …pero... y eso... ¿a qué viene? - intenté contener una risa nerviosa, que sonó penosamente ridícula. Carlos se había puesto rojo como un tomate.

 

- Lo siento, no quería...

 

- No, no, tranquilo, no te preocupes... supongo que es normal preguntar… en fin, ya eres mayor, estás en edad… - le sonreí. Evidentemente, estaba contenta: su pregunta acababa de abrirme una puerta hacia el cielo. – A ver, claro que no... quiero decir, que no, no soy virgen… Carlos - ¿de verdad estaba hablando con mi primo de eso? - bueno, quiero decir, no me importa que me preguntes, claro, ya te decía que eres mayor y claro, pero… ¿por qué quieres saber...? - necesitaba que me lo pidiera él…

 

- Entonces... ¿has tenido muchos novios?

 

- Bueno, no muchos no... en fin, tampoco eso significa nada... no he tenido muchos novios como tal, pero entiendo que tampoco es ésa exactamente tu pregunta… digamos que.. - pero ¿por dónde quería salirme realmente mi primo? -¿Por qué lo dices? - ¿Por qué? ¿A dónde quería llegar…? Igual daba, tenía que aprovechar y darle todo el material posible para alimentar su deseo: “sexo, laura, háblale de sexo”, me dije. - Bueno, es algo que no tienes que hacer sólo con un novio; yo novios he tenido muy poquitos pero, sin embargo, sí que he f… hecho el amor con mu... - Me detuve. Sólo me faltaba decirle que era una ninfómana adicta al sexo, y que me lo había hecho igual con chicos y chicas, en tríos y en grupos, con desconocidos (incluso a cambio de dinero), hasta con varios miembros de nuestra familia, y que ahora estaría acabando de comerle la polla a su propio hermano si él no hubiera llegado a casa antes de lo esperado... – quiero decir, que he hecho bastantes veces el amor... quiero decir, con mis novios… y con más gent... chicos... eh... joder, que he estado con muchos chicos, si es eso lo que realmente quieres saber…- Carlos me miraba con la boca abierta de par en par. - Y tú, ¿eres virgen? - Le solté a bocajarro.

 

 

Sabía que no tenía que haber preguntado eso, pero fue la única manera que encontré de cortar mi deriva. Me llamé de todo para mis adentros después de hacer semejante bestialidad. Carlos acabó de ponerse completamente rojo, pero empezó a hablar, tartamudeando.

 

 

- He… he… he estatado a… pupunto... hicimos… buenono… hicimos o… otras cosas pe… pero no… no… no… acabamos… es que que mi nnonovia no quisso. Bueno, ya ya lo hemoss dejaddo... – Carlos tartamudeaba al hablarme de sus intentos de tener sexo con su exnovia… ¡waw!

 

- Haces bien, ahora estás en edad de disfrutar. - respiré aliviada, y tercié para aliviar su (y mi) mal momento.

 

 

Aquello empezaba a prometer.

 

 

- Con lo bueno que estás, me parece increíble que una chica no se quiera acostar contigo. - Ya estaba. Lo dije. Total, una vez metidos en esta mierda, lo mejor era acabar cuanto antes.

 

 

Bueno, pues sólo me faltaba pedirle que me follase. Pero no, eso no quería hacerlo, bueno, quiero decir, que habría sido incapaz, que soy incapaz. Necesitaba que fuera él quien lo hiciera o, al menos, una señal suya para poder lanzarme. Para mí, había sobrepasado hasta mi propio límite, y me tenía asombrada. Yo ya lo había dado todo, joder, después del par de escenitas, la paja, y lo que acababa de decirle… si estaba claro que me estaba ofreciendo a él, y había que ser gilipollas para pedir permiso, al fin y al cabo, después de todo esto... Si no hacía nada es porque no realmente no quería, pensé… O que era idiota, o que yo no le gustaba. O igual es que era gay. Joder, qué nervios... Pero él callaba, y yo necesitaba hacer algo... Cogí un trapo del armario de las escobas.

 

 

- Voy a limpiar el suelo del baño - solté sin pensarlo...

 

- ¡Laura no...! -  él se levantó aterrado, volcando de golpe la silla, intentando pararme. Pero yo estaba ya entre él y el baño, le había tomado la delantera. ¿Tenía algo que ocultar? Mmmmh. Sonreí. ¡Bingo!

 

- De verdad, ha sido mi culpa,  Carlos, te has meado fuera de la taza por mí, y no me importa nada limpiarlo...

 

 

Era todo tan surreal, que a pesar de todo podía permitirme soltar esas cosas, pero al mismo tiempo era incapaz de ir al grano y pedirle sexo. En fin, así soy, si hubiera sido más directa, seguramente me habría ahorrado muchos problemas y comeduras de cabeza. Pero no, yo a mis largos caminos sin sentido: me arrodillé en el suelo del pasillito, y empecé a frotar recogiendo el charco de su meada, que ya estaba frío. Habría bebido ese líquido de no estar él delante. Pero para lo que no estaba preparada, y tenía que haberlo previsto, fue para lo que mis ojos encontraron al avanzar hacia el baño... Joder con mi primito: un enorme charcazo de semen denso y amarillento se deshacía junto a la puerta...

 

 

-       Laura...

 

 

Volví la cabeza mientras frotaba con fuerza, sin querer pensar en lo que hacía. En el fondo, casi me dolía más desperdiciar aquella preciosa corrida. Pensé que Carlos estaría asustado al constatar que había descubierto su falta, los restos de su paja, la prueba evidente de que él no era mejor que yo, ni menos pervertido que el cerdo su hermano... Pero lo cierto es que, antes que asustado, se le veía alucinado. En parte de ver a su prima recoger sin más su semen aún caliente del suelo, claro. Aunque tampoco estaba mirando mis manos, precisamente...

 

 

Limpiando aquello, de rodillas en el suelo, el breve camisón, mojado y arrugado, me había trepado, encajándose en mi leve cintura. Vamos, que tenía mi culo en pompa, en toda su enormidad, apuntando hacia la desencajada cara de Carlos. Y cubierto, por decir algo, únicamente por aquel resto de guiñapo de braga, retorcida, estrujada y sobrepasada por mis labios y mi clítoris, encajada entre los pliegues de mi vulva peluda que se asomaban al mundo sin rubor…

 

 

- Joder, Laura, yo... - y ahí, incapaz de responder, bloqueada al constatar la absoluta falta de previsión por mi parte, que me había dejado al descubierto (y nunca mejor dicho), ahí ya flipé, viendo su reacción... El corazón me retumbaba a medida que me ascendía por la tráquea intentando escapar por mi boca: mi primo se me estaba acercando... 

 

- Carlos, yo… yo quiero que... quiero que tú m... - lo tenía a tiro. “Me la metas”, Laura, “me la metas”, sólo te falta eso…

 

 

Mierda, y tan a tiro lo tenía, que no pude soportarlo: estiré la mano, y la cagué.

 

 

-       Tranquilo, Carlos, es normal… todos hemos pasado por esto – dije mojando mi mano libre en el charco de semen y enseñándosela, mientras con la otra le apretaba la erección en su pantalón.

 

 

Supongo que aquella noche con él solamente podía hacerlo mal… hiciera lo que hiciera. Al posar mi palma sobre su tenso paquete ardiente, a punto de reventar (¿pero qué demonios se escondía allí dentro, qué clase de monstruo?), Carlos empezó a recular.  Lenta y torpemente, indeciso, y con infantil voz de gilipollas, casi sin mirarme, me dijo:

 

 

-       Estoy muy cansado, creo que me voy a mi cuarto ¿Vale? ¿Tú duermes con Pablo, no?

 

 

Me quedé callada. Casi muerta. Me dejé caer, mareada, la cara mirando al suelo. No le miré. No hablé. No sé qué hizo... Oí la puerta de su cuarto cerrarse. En mi vida me había pasado algo así. Insinuarme tan brutalmente en una situación tan tensa… y sin estar borracha. Llegué a agarrarle el paquete de esa manera... Supongo que si hubiera sacado más el culo, el coño al aire, igual habría sido él quien estaría metiendo su mano allí, tocándome… Pero le había tocado la polla. La tenía dura, empalmada, caliente. Por mí. Se la había agarrado, casi desnuda en el suelo, de rodillas frente a él. Entregada. Y me había ignorado. Estaba segura de que...

 

 

- ¿Laura?

 

-¿Eh? - No. No era Carlos. No había vuelto a por mí. En la puerta de la cocina estaba Pablo. Malditos hermanitos, ¡¡qué oportunos siempre!! Si Carlos se hubiese decidido, ¡ahora hubiese sido Pablito el que nos habría cortado el rollo de la manera más tonta!

 

- ¿Qué quieres, Pablo? - le pregunté, exageradamente enfadada.

 

- Lo siento, Laura... es sólo que ya te he preparado la cama y...  estaba esperando que vinieses para acostarnos...

 

 

Él trataba de centrar su mirada en mis ojos, pero no podía disimular que la vista se le iba, sin remedio, es cierto, hacia mi camisón, mojado, retorcido y subido hasta mis caderas, y abierto por el escote hasta dejar mis peras prácticamente al aire… ¿Cómo no iba a mirarme? Si me encontraba en una situación de exposición total, absolutamente grotesca. Sentada todavía en el suelo, junto a un charco de semen de su hermano (que sólo por lo nervioso que debería estar Pablo, lo focalizada que tenía su mirada en mis partes más íntimas que parecían buscar por si solas el exhibicionismo más impúdico y gratuito, y la semioscuridad reinante en aquel rincón de la casa, podía yo pensar que él quizás no habría visto ni reconocido como tal todavía); casi llorando, indefensa y perdida…

 

 

- ¿Esperando? pero... ¿es que no puedes acostarte solo? ¿qué pretendes? ¿que vaya a darte un beso de buenas noches? ¿¿¿O que me acueste contigo??? - el enfado, la sensación de fracaso y la desesperación afloraron a partes iguales.

 

- Laura, lo siento, yo... - puede que me hubiese pasado, pero ¿para hacer asomar las lágrimas a sus enormes ojos azules? Mierda, mi primo era capaz de ponerse a llorar. En este sentido todavía tenía reacciones un poco infantiles.

 

- No pasa nada, Pablo... joder… - mascullé - No quería decirte eso. ¿Vale? Mira, de todas formas, es mejor que te vayas yendo y te acuestes tú solo. He pensado... bueno, quizás no sea lo mejor que durmamos juntos tú y yo, hoy. En la misma habitación, quiero decir. -  Una mezcla de tristeza y pánico vino a sustituir a su anterior expresión.

 

-Pero… ¿por qué? – me preguntó, con la más sincera incredulidad.

 

- Bueno… después de lo que ha pasado... quiero decir, no ha pasado nada, pero... En fin, Pablo, vete yendo, ¿vale? Y yo ya veré qué hago luego. No te prometo nada. - En realidad, estaba pensando en un último intento con Carlos. Total, por un poco más humillante que fuese la noche no iba a pasar nada. Además, no me podía creer que fuese capaz de rechazarme una vez más. No si conseguía reunir valor para ser lo suficientemente clara. Quizás debería ir a verle desnuda…

 

 

Miré a Pablo.

 

 

Estaba muy bueno, todo hay que decirlo. Tenía algo esa noche... y con esa ropa: su pantalón corto, arrugado, se le subía por las piernas marcando el comienzo de sus muslos. Y se había puesto una camiseta de tirantes para dormir, en lugar del trapo mojado de semen que había llevado hasta ese momento. Sus hombros eran más musculosos de lo que deberían para su edad y constitución; si bien no tenía ni un pelo en el pecho, en sus sobacos ya se veían suaves pelos castaños asomando en su tierna y joven piel. ¿Y si lo mandaba todo a la mierda y me liaba con él? Es que era lo más fácil. Claramente Pablo  no me iba a decir que no, si hasta había vuelto a buscarme, ¡tan mono! Me estaba deseando, claramente buscaba mi cuerpo… Mis ojos bajaron por el suyo... ¡¡su entrepierna seguía marcada por un enorme bulto!!

 

 

Mmmmmmh… parecía que su erección no remitía por mucho que se la machacase... ¡y vaya bulto! Otra vez la tentación. Pero es que no podía ser. Algo pesaba como una losa en mi conciencia. Tal vez mi último resto de moral, que todavía no había navegado por completo en aquel mar de semen y de flujo vaginal. Supongo que no ayudaba conocerle desde que nació, haberle sujetado en brazos cuando era un bebé… Aunque ya habíamos dado un paso… y lo cierto es que me había gustado, no lo puedo negar. Pero una cosa era tocar a mi primo, besarnos, y otra dejar que me penetrara, claro. Dejarle entrar… supongo que, sencillamente, no estaba programada para permitirlo, por mucho que lo pudiera desear.

 

 

Más vale pájaro en mano, dicen… Bien, pero también era verdad que hasta el enorme pajarito de Pablo, comparado con lo que acababa de ver colgando de la entrepierna de Carlos... mi desmedido apetito sexual dictó sentencia:

 

 

- Tú, por si acaso, no me esperes.

 

 

Pablo bajó la cabeza. Bien sabía cómo se sentía. Le debía de haber costado un mundo dar este paso, y yo le había rechazado. Exactamente como a su hermano acababa de hacerme a mí. Se frotó la polla con las manos.

 

 

- Pablo, ¡córtate un poco! ¿no?

 

- ¡Es que la sigo teniendo empinada! - dijo con su infantil tono de protesta.

 

- Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Yo no pienso explicártelo otra vez. Así que, ¡largo de aquí!

 

- ... - Muy lentamente, se dio la vuelta, y desapareció de mi vista. Mi corazón latía a mil. ¿Habría hecho bien? Y si Carlos me rechazaba. Perdía a Carlos, perdía a Pablo… ¿no hubiera sido posible acaso que, al oírme follar con su hermano pequeño, Carlos hubiera venido hasta la habitación de Pablo y se hubiera unido a nosotros? Un trío con ellos dos… Me iba a dar algo de sólo pensarlo.

 

 

Esperé un rato. Escuché los pasos arrastrados de Pablo alejarse por el largo pasillo, escuché su puerta cerrarse. Me levanté, dejando caer el trapo mojado de Carlos que tenía entre las manos, y salí del pasillito. Mis propios pasaos arrastrados me llevaron hasta la puerta del mayor de los hermanos. ¡Qué mierda! Tampoco perdía tanto: podía ignorarle toda la vida si pasaba de mí, y también si no lo hacía. Y él, con su timidez, no sería capaz de hacerme daño. Y, si me aceptaba, ¡le iba a dar el mejor premio de su vida por decidirse a coger, por fin, lo que la vida le ponía delante de las narices! Levanté la mano, dispuesta a girar la manivela y... La puerta se abrió sola.

 

 

Bueno, no sola en realidad.

 

 

Carlos estaba al otro lado.

 

 

La puerta la había abierto él.

 

 

- ¡Laura! - soltó, en una exclamación ahogada, fruto de un asombro sincero. Era evidente que no contaba con encontrarme allí, no contaba conmigo. Me había dado por perdida, o estaría convencido de que habría abandonado mi absurda actitud, por despecho o falta de interés… Mil posibilidades se me pasaron por la mente. No supe qué decir, estaba completamente bloqueada.

 

- Carlos... - alcancé a balbucir, medio ahogada.

 

- Lo siento, iba al baño... – Dijo él, tímido, pero seguro. Se miró el cuerpo: se había quitado la ropa, y ahora llevaba un pantalón largo de pijama. Solamente. Su torso desnudo, levemente cubierto de vello y muy, muy musculoso, con unos abultados bíceps, tríceps y hombros de gimnasio, abundante pelambrera en sus axilas, si bien pelos lisos, finos, claros y más bien cortos; toda la piel perlada de sudor, su fuerte cuello con su marcada nuez subiendo y bajando, nerviosa, mientras trataba de tragar saliva - ...pensé que te habías acostado ya… como escuché cerrarse la puerta de Pablo...

 

- Tranquilo, Carlos, está bien... hoy no quiero dormir con Pablo, lo que quiero...

 

 

Porque entonces, era eso ¿no?. Estaba convencido de que me lo quería montar con su hermano. ¿Podía ser que, pese a todo, sintiera que era él quien estaba siendo rechazado? ¿Qué quería sacármelo de encima para follar con Pablo? Me separé los dos lados del escote del camisón, que llevaba abierto del todo. Sentí mi seno izquierdo deslizarse por fin para él, al completo, hacia exterior. El  derecho, por su parte, se quedó enganchado en mi pezón que sufría, naturalmente, una erección radical hasta la misma areola, pero sentí cómo quedaba también prácticamente visible en su mayoría. Era ahora o nunca. Y nunca se me había dado bien hablar en estas situaciones, donde sólo me quedaba usar este tipo de artillería pesada. Y en esas estaba, de nuevo. Solo que esta vez era con mi primo…

 

 

-       Estás tan bueno, Carlos...

 

 

Le toqué. Por fin toqué su cuerpo. Mis manos resbalaron por la excitante película de sudor que empapaba su suave piel, tensa por su juventud y por sus músculos; recorrí su torso, su abdomen.

 

 

-       Qué bien te sienta el gimnasio, primo.

 

 

Carlos me miraba las tetas sin disimulo. Ahora están ya las cartas sobre la mesa, pensé. Sin embargo, su cara mostraba tanto pánico como la de su hermano pequeño hacía poco más de una hora, cuando empezaba a descubrir también él, incrédulo, mi cuerpo, y mis manos empezaban a su vez a recorrer, igualmente asombradas, por vez primera el suyo.

 

 

-       Tenía tantas ganas de tocarte...

 

 

Mi mano izquierda se aferró a su brazo derecho, frotando su bíceps, valorando su fuerza, admirando su virilidad. La derecha, bajando por el duro abdomen, enredando mis largos dedos en su pelo y su sudor, al filo de su pantalón, con las yemas de los dedos apuntando ya bajo la tela, esperando sólo la señal definitiva para entrar. Cuando él me cogiese y me besase, o me agarrase un pecho con su mano libre, o hundiese su cabeza en mis tetas, aferrando mi pezón izquierdo entre sus dientes, mi mano entraría entre sus piernas, cogiendo por fin su maquinaria, y ya nada podría parar aquello. Dos pasos y estaríamos en su cuarto, solos, encerrados, seguros, con el suelo o la cama a nuestra disposición para hacer lo que quisiéramos…

 

 

-Laura… noooh…

 

 

Un gemido arrastrado, sin duda de placer contenido, mientras su polla se levantaba a buscarme... (la noté, caliente, entre mis piernas). Mi pezón izquierdo, tan levantado, tan adelantado, se mojó de su sudor. Me mordí los labios al sentir que me abrasaba.

 

 

Un paso atrás, una puerta que se cierra. Mis manos debatiendo en el aire, intentando aferrarse a algo, a un cuerpo que ya no está. Un nudo en la garganta. La revelación de que su última frase no significaba lo que mi caliente cabeza quiso entender.

 

 

Carlos ya no estaba.

 

Lo había vuelto a hacer. Me había vuelto a rechazar.

 

La cuarta vez, seguida, en una misma noche.

 

 

¿Qué me había pasado? Nunca en mi vida me había arrastrado tanto, y mira que he caído bajo a veces… Me giré rápido, sólo pensaba en salir de allí, en abandonar la casa, en desaparecer. Piensa, piensa, ¡piensa!, me obligaba, no podía irme, no podía.... me había comprometido… se suponía que tenía que cuidar de ellos ¿y si pasaba cualquier cosa? ¿si llamaban mis tíos? Pero… no podía ir con Pablo… no podía ir con Carlos (y me moría por ir con él… ¿y si abría la puerta, si lo intentaba otra vez, tan sólo un último intento…? No, ni siquiera yo podía caer tan bajo…) Sólo había una cosa que pudiera hacer, enterrarme en una cama y dormir, dormir... Necesitaba pensar con la cabeza fría, pero sentía que me iba a estallar… en fin, igual que yo, pese a todo, parecía haber asumido que no haría nada ya con Carlos esa noche, seguramente mi primo pequeño debería haber interiorizado que tampoco podía suceder nada entre nosotros… Eso, Pablo ya no me iba a pedir nada, no lo haría después de mis negativas repetidas de antes… ¿Quería convencerme de que había pasado el peligro?. Eso si no estaba ya dormido. ¿Quería justificarme una salida? Pero ya no tenía nada que perder.  ¿O realmente buscaba aún algo, aunque fuese con…? Bueno, siempre me podía quedar en el sofá, o echarme en la cama de sus padres. Pero, ¿tenía miedo de él, o tenía miedo de mí? Dormir en el sofá o donde mis tíos, ¿tenía acaso justificación? De hecho, si no iba a mi cama en el cuarto de Pablo, él indudablemente iba a pensar que yo estaba con Carlos… no me importaría si fuese verdad, pero  preferiría también no dar que pensar a Pablo sin motivo para ello… ¿Entonces…? Mejor dormir en su cuarto. No quería tener que convencerle la mañana siguiente de que no hable con nadie de todo esto... Carlos… bueno, él no podía decir nada, si estaba haciendo lo que se supone que debía de hacer…Me había echado de su lado. ¿Qué estaría pensando? Me preguntaba. La respuesta era siempre el sordo latido de mi desesperación en la oscuridad de ese largo y sofocante pasillo.

 

 

Lo recorrí como una condenada a muerte. Estaba envuelta en mi propio mundo de sombras y miedos. De inconfesados e inconfesables deseos. De las visiones más tórridas martilleando mi atormentado cerebro. No, esta noche no, me decía una y otra vez, sumida en un pozo negro de absurda desesperación… ¿cómo había llegado a eso, a sentirme así? Pero tan absorbida me encontraba por mi insólita turbación, que no reaccioné cuando escuché abrirse de nuevo la puerta de Carlos. Seguí hacia delante, supongo que buscando de manera inconsciente una defensa, o tal vez sólo una huida. No me di la vuelta, no quise verle, convencida de que sólo buscaba asegurarse de que me iba de allí, de que mi capitulación era absoluta,  el muy cerdo; o de que, simplemente, esperaba vía libre para ir otra vez al baño, para volver a cascársela pensando en mí (en mis tetas, en mi coño, en todo lo que me había visto, olido, ya hasta sentido…)

 

 

Me diría tiempo más tarde que salió desnudo por completo, con el falo erecto entre las piernas, que se pegó una erección brutal, rapidísima e incontrolable, como nunca le había pasado, en cuando empecé a tocarle, que se asustó tanto que me cerró la puerta, que cuando se calmó y consiguió abrir, después de desnudarse para mí, yo ya me estaba yendo, que estaba tan nervioso que no le salió la voz cuando intentó llamarme, que soltó ríos de semen, después de cerrar de nuevo, llorando y diciendo mi nombre, haciéndose la paja más rápida y más abundante de toda su joven vida, sin dejar de pensar en mi cuerpo en ningún momento.

 

 

Yo no fui consciente de eso, en absoluto. No era consciente de nada. Tampoco de que, por segunda vez en esa noche, los dos hermanos se la estaban machacando en ese momento, a la vez aunque separados. Pensando en mí.