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La libertad_03

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LIBRO 1. APERTURA. CAPÍTULO I. PRIMER DÍA

segundo asalto

Me quité a Pablo de encima, dándole un empujón con la mano que con la que hasta ese momento había estado sujetando su polla. Bueno, ya no la estaba sujetando, claro. La solté automáticamente al ver a su hermano entrando al salón, y quedándose petrificado, horrorizado al vernos. Pero él seguía con el mástil empapado agitándose al aire, insultantemente descomunal… y con una mano todavía dentro de mi camisón agarrando mi teta derecha. Mi propia imagen, claro, no era más suave. Al contrario, si mi teta derecha estaba bajo la mano de Pablo, ésta al menos estaba cubierta. Ya que la izquierda la tenía totalmente fuera, erguida orgullosa sobre la tela caída del escote del camisón abierto. Con el pezón rojo, abrasado de tanto sobeteo, enorme, hinchado y apuntando al techo.

Y eso no era lo peor: entre las piernas abiertas ofrecía una perfecta visión de mi coño, que mi mano, que había quedado petrificada medio dentro, mantenía deformado en un ofrecimiento de apertura absoluta. Mi sexo estaba totalmente salido de unas bragas empapadas, que habían quedado hechas un retorcido hilo clavado en mis ingles, incapaz de cubrir nada con todos mis atributos colgando por la izquierda. Mi exposición a la vista de mi primo Carlos, el hermano mayor de Pablo -objeto real e inconfesado, hasta para mí misma, de mis deseos aquella noche- era total, absoluta, desmesurada, sádica. Cierto que exponerme así de baierta para él, como primer contacto sexual, era brutal, sin duda. Pero me temo que demasiado desmedido, hasta el punto que me temía que iba a resultar fatal; contraproducente por improcedente. Bastante sería salir de ésta sin mayor problema, me dije. Y desde luego, lo de follármelo ya me podía ir olvidando. Es curioso, porque si bien en ese momento sí que creo que estaba más preocupada por lo primero que abatida por lo segundo.

Mi único recuerdo claro de todo eso fue la dificultad de reaccionar al comprender que Carlos acababa de entrar por la puerta. Dificulta que siempre he achacado, claramente, a que lo que quería era seguir mostrándome desnuda para provocarle y que me follara. Porque yo estaba muy caliente, claro. Y él estaba buenísimo. Lo sabía ya y lo confirmaba entonces, viéndolo allí plantado. Mirándome alucinado, boquiabierto, con esa cara de asombro absoluto, sin poder apartar su mirada de mi chocho abierto y de mis tetas. Sentí que moría de vergüenza y de miedo, pero al menos me complació sobremanera su atención por mi cuerpo, su más que evidente expresión de aprobación, de satisfacción por lo que estaba viendo. Al cipotón de su hermano no le echó ni una mirada.

Mi vanidad se vio colmada, así como mis más altos niveles de excitación sexual, y sólo lo más exagerado quedaba ya por ser completado en este aspecto.... Sentí el irracional deseo de terminar de desnudarme y tirarme sobre él, y tirármelo, a él, el primero y auténtico. Dejando al hermano pequeño, que no dejaba de ser una copia, un secundario, mirar y aprender; que es lo que debería de hacer, y no llevarme al borde del orgasmo. Un brutal orgasmo del que a duras penas me había librado en el último momento, y sólo por el bajonazo radical que supuso la entrada en escena de Carlos. Y mira, quizás si realmente me hubiera desnudado y me hubiese lanzado sobre Carlos, también habríamos ahorrado mucho tiempo, y mucha tontería. O si simplemente hubiese seguido follando con Pablo. Pero claro, una está programada para actuar de una determinada manera, y por mucha libertad sexual que yo creyera tener, y por muy emputecida que estuviera, joder, es que eran mis primos, es que eran tan niños aún (no tanto Carlos, Laura, no tanto Carlos…)

Bueno, eso y que realmente no pensaba que Carlos fuera a aceptar aquello, que fuera a dejarse seducir hasta el final en tan surrealista situación, sólo con que yo me ofreciera en bolas. Algo así todo lo más eso serviría para hacer perder aún más la cabeza al sátiro de su hermanito, sin dudad con fatales consecuencias. Por mi cabeza pasó una rápida sucesión de rostros tristes y enfadados: Carlos, mis tíos, mis padres… aquel estúpido desliz, un calentón absurdo con un niñato, podía arruinarme la vida y cambiar mi relación con el sexo para siempre. De entrada adiós para siempre a mis dos primos, también a David, Bego o su madre Isabel, a Guille… ¿Un calentón absurdo con un niñato? ¡Joder! No, tampoco se puede reducir a eso simplemente, ¡qué injusto! pensé, mirando de reojo la tranca exagerada de mi primito. No sabía bien qué pensar, bien o mal, aquello era inexplicable, inexcusable.

La única forma digna de salir de aquella era asegurando que todo quedara convenientemente sepultado bajo el manto del olvido, del secreto más sagrado y absoluto. Con esa imperiosa necesidad ocupando por fin mi cabeza, ahí sí reaccioné casi instintivamente. No importaba que fuera tarde para reaccionar, si al fin y al cabo nadie había reaccionado todavía. Me doblé como un resorte, bajando las piernas y sacando mi mano de mi interior. Noté con horror cómo seguía mojando, directamente el sofá supuse, porque esas braguitas mías, retorcidas e incrustadas entre mi coño y mi pierna derecha, nada podían ya cubrir, y nada podían retener… y yo era consciente de ello, capaz de sentir con claridad mi clítoris y mis labios rozando directamente contra la aterciopelada tela del sofá.

-¡Quita!- le dije a Pablo, sacando de un manotazo su mano de mi camisón. Aunque no sabía si tratar de aparentar enfado, sorpresa o qué.

¿Cómo podía salir de aquello, qué explicación podía dar que no sonara, simplemente absurda?  “¿Carlos, esto no es lo que parece?” Me levanté de golpe, metiendo mi teta derecha dentro de mi escote, que a penas conseguía cubrirme. Aunque no quise tampoco abrocharme los botones del escote abierto, por no llamar más la atención sobre eso. No podía pensar, tenía que actuar rápido, aunque no conseguía calibrar si mis actos eran los más sensatos, los mejores. No abrocharme evitaba que Carlos pudiera preguntarse por qué estaba desabrochada. Por qué un escote tan comprometido como el mío no estaba cerrado con siete llaves, y quién, cómo y en qué circunstancias lo había abierto.

Quizás la mejor manera de explicar todo era realmente la verdad más sencilla. Al fin y al cabo cualquier cosa sería mejor que lo que Carlos podría pensar solo dándole un poco de margen a la imaginación. ¿Era posible no dar ese margen? ¿Era posible no imaginarlo todo? ¿No estaría Carlos ya preguntándose acaso hasta dónde habíamos llegado? ¿No era estúpida esa pretensión mía de que no se fijara en mi escote, cuando había visto ya que era insuficiente para contener mis pechos en esas circunstancias? Cuando me había visto los pechos fuera del escote. Respiraba agitada, con el camisón retorcido, empapado, descompuesto. A duras penas capaz de seguir manteniendo mis tetas dentro, con esos pitones míos completamente empalmados, durísimos. Clavándose implacables contra la tela. O estaban húmedos los duros pezones o estaba mojada esa tela. No lo supe con certeza, seguramente eran las dos cosas, pero me pareció que iba a reventar la tela, debilitada por la humedad y la tensión a la que la estaba sometiendo la erección de mis protuberantes apéndices pectorales. Pese a estar ya cubiertos, tuve que constatar que aquellos redondos botones seguían siendo perfectamente visibles para los atónitos ojos de mi primo. Toda la culpa había sido del calor, de la humedad... Humedad y calor que eran míos, pero también de Pablo.

-Hola Carlos... no te había oído llegar...- ¡mierda, mierda, mieeerdaaa! sí que le había oído, el ruido como de un portazo fue eso precisamente, un portazo, ¡¡¡la puta puerta de la calle!!! - ¿Has vuelto muy pronto, no? – ¡Estúpida!

¡Estúpida, estúpida, estúpida! Yo que había pretendido estar alerta para bajar las piernas y que no me viese las bragas... Me di cuenta que había entrado, no con sigilo precisamente, sino dando un buen portazo, solamente cuando ya estaba dentro. Tal como había supuesto que pasaría, en un paso se plantó en el salón. Debió quedarse flipado, se le cayeron las llaves, que seguían a sus pies. Seguía con la boca abierta, rojo, y con cara de tonto.

Pero, lo peor, es que me apetecía hacerlo con él, tanto...

Sin embargo cada vez me sentía más sucia, totalmente avergonzada, y sin saber qué decir. Fue un largo momento, segundos supongo, quizás un minuto, no sé. Se me hizo eterno. Yo notaba los chorros espesos que me resbalaban por el interior de los muslos, rogando a todo lo que se mueve que no fuese a más, que no se viesen los regueros cayendo por mis piernas... Tenía el pelo revuelto, la cara congestionada, ardiente, empapada de sudor: cabeza, cara y cuerpo entero. Intenté recolocarme el camisón. Mi mano izquierda estaba inservible, empapada y pringosa. La escondí detrás de mí. 

-       Carlos, por favor, no pienses que... no estaba pasando nada, solamente es que me estaba dando un masajito Pablo... 

Sabía que iba a pasar eso, todavía no entiendo por qué demonios hablé: según las pronunciaba, mis palabras me sonaban estúpidas; es más, parecían sentencia de muerte, una confirmación de que algo estaba pasando. De que estaba pasando de todo, en realidad, al dar tan estúpida excusa cuando no me habían pedido explicación alguna, siquiera… Carlos miró a su hermano con cara de incredulidad.

-¿Sólo un masaje? - preguntó con voz gangosa.

¿Y todavía preguntaba? ¿Pero tenía alguna duda con su hermano todavía con el nabo duro al aire? Por suerte, precisamente era lo increíble de la situación lo que estaba a punto de salvarnos. Carlos nunca podría haber esperado que algo así hubiera podido llegar a suceder de manera tan fácil y evidente en su ausencia. Miré a Pablo. Todavía tenía los pantalones recogidos bajo sus huevos, y su polla apuntaba orgullosa al techo, palpitante, con el glande rosado muy, muy hinchado, moviéndose espasmódicamente. Joder, si al menos ese niñato hubiera sido lo suficientemente inteligente para tratar, al menos, de ocultar aquello… Porque si no tuviese aquella prueba tan palpable y palpitante delante de su cara, tan a la vista, quizás Carlos sí podría haber llegado a creer que… Pero era tan real, tan atrozmente real, ese pollón. Ese increíble sexo de divinas proporciones, al límite mismo de la excitación. “Este niño estaba al borde del orgasmo”, pensé.

Sólo faltaba que se pusiese a eyacular ahora. Todavía no había dejado de dudar si realmente podría, si era capaz de eyacular con chorros largos de semen y todo eso. Aunque lo cierto es que todos los signos que había visto hasta entonces me apuntaban a que sí. Sin embargo, el propio Pablo estaba mirando alucinado su falo, que parecía haber cobrado vida propia, como si se lo estuviera descubriendo justo en ese momento. Como ¿sería posible eso? si nunca antes se lo hubiera visto así. Como si hubiera sido yo, su primita, quien le hubiese dado la vida, el impulso definitivo que le faltaba hacia el desarrollo adulto, y hubiera alcanzando un nivel en su excitación sexual, en su erección, que nunca antes había experimentado. También Carlos le miraba la pola en ese instante, con los ojos fuera de sus órbitas, con una expresión a medio camino entre la incredulidad, la repugnancia y el deleite. Porque sí, sorprendentemente, se observaba un cierto punto de sorpresa y placer en su forma de mirar. A punto estuve de quedarme yo igual de idiotizada.

- ¡¡¡Pablo, guárdate eso!!! - por fortuna, al menos yo sí fui capaz de reaccionar.

Mi grito les sacó de su ensimismamiento. Carlos bajó la vista, como avergonzado de haber estado mirando aquello de esa forma tan abierta y evidente. Como si fuese él el culpable de estar espiando algo indebido, antes que su hermano (y yo) de estar ahí, con la polla fuera… y tiesa. Pablo obedeció en el acto la orden, consiguiendo esconder a duras penas su erección en su pantaloncillo y su calzoncillo. Aunque lo que naturalemnte no podía, era disimular que seguía tremendamente trempado. Nos miraba alternativamente, a mí y a Carlos, y en su cara se leía la impotencia de necesitar ayuda y no saber a quién pedirla, ante el miedo de enfrentarse a mí y el terror por la seria mirada de su hermano. Carlos había sido capaz de volver a levantar la vista, pero esta vez envuelto en una expresión mucho más severa. El menor de mis primos reflejaba mientras tanto en su rostro el pánico al ver ese monstruo que le había crecido entre las piernas.

Sí, como si nunca antes lo hubiese visto así, retorciéndose y amenazando con salírsele otra vez del pantalón. Como si se hubiera decubierto incapaz de ocultar por completo esa bestia, de retenerla. El exagerado bulto se veía crecer hasta el tope del pantalón, que se perdía bajo su camiseta, pero daba la sensación de que debía tener el capullo, ese glorioso capullo, al aire. Me asusté, me asusté en primer lugar porque caí en la cuenta de que, casi con seguridad, tampoco había visto yo antes un cipote así, tan empalmado que pareciera que tenía vida propia, y menos aún uno de esas dimensiones. Me asusté también porque cada vez le veía menos salida digna a la situación, y me estaba costando cada vez más tomar una decisión. Aquello estaba durando ya demasiado. Tuve la seguridad de que si no hacía algo cuanto antes, iba a tardar en reaccionar más de lo soportable. Porque, al mismo tiempo, yo era la única capaz de romper aquello, al menos antes de que fuera Carlos quien se desmoronara finalizando la escena, pero en ese caso seguro que sería para mal. Temblé. La situación se alargaba haciéndose insoportablemente tensa.

Comprendí entonces que la única salida, mi única salida, era ponerme del lado de Carlos. Primero, porque era el único lado legítimo. Lo que estábamos haciendo Pablo y yo era algo imperdonable,asqueroso y despreciable, sobre todo por mi parte. Carlos estaba en el lado bueno. Pero yo todavía representaba la autoridad, era la mayor y ellos estaban a mí cargo. Era yo quien podía y debía juzgar y sancionar. Y algún culpable tenía que haber, claro, y ese culpable no podía ser otro que Pablo. Pablo y su polla. Carlos no se atrevería a cuestionarme, aunque supiese de sobra que solamente yo podía ser allí la culpable. Que no era posible que hubiese sido su hermano pequeño el que me hubiera engatusado a mí, toda una mujer con experiencia sobrada. Carlos tampoco sería capaz de contar algo así a sus padres o a los míos. No sabría ni por donde empezar, y a ellos les iba a costar tanto creerle que no tenía ninguna opción de éxito. Ellos se negarían a creer algo tan repulsivo. No, Carlos no cuestionaría nada que yo hiciera si había un culpable y una sanción.

Pero, ¿y Pablo? El pobre, estaba tan asustado que aceptaría cualquier salida con tal de escapar de allí. Aunque ¿qué pasaría luego? Bueno, nos habíamos quedado fatalmente a medias, cuando ambos habíamos decidido ya llegar hasta el final. Pero el tenía que saber tan bien como yo que no iba a haber un después. ¿Sería capaz de aceptar eso? Porque, seguramente, ese y no otro iba a ser su gran castigo. No pensaba hacer nada con él, había sido una locura y, en realidad… el que me ponía era Carlos. ¿Sería acaso posible darle la vuelta a aquello? Sí, ésa era justamente la solución más brillante. Follarme a Carlos sería, definitivamente, la mejor manera de cerrarle la boca. Y la más placentera, también. Como siempre, un calvo saca a otro clavo. Era lo justo además, porque era precisamente lo que yo llevaba deseando toda la noche. ¿Acaso estaba soñándolo, o la entrepierna del pantalón de Carlos también se había abultado? Bien, lo primero era cortar aquello, y dejar claro que era yo la que iba a dar las órdenes y a establecer la versión “oficial”.

-       Vamos, ¡vete de aquí! - le grité al pequeño Pablo lo más rotundamente posible.

Mi pobre primo estaba aterrado. Se leía el terror en su cara por lo que habíamos hecho, por haber sido descubiertos, por la misma sensación de haber hecho algo horrible que tenía yo. Y, más allá de eso, en primer y principal lugar por el mero hecho de haber descubierto el cuerpo de una mujer en plenitud. Sin olvidar el descubrimiento de su propio cuerpo, claro. Sorprendentemente Pablo me hizo caso cuando le ordené moverse. O quizás es que, precisamente por su terror, no era capaz de otra cosa que bajar la cabeza y obedecer. Se levantó dispuesto a salir corriendo. “Bien”, pensé. Era el primer paso, y había funcionado. Ahora toca ablandar a Carlos, terminar de calentarle y… sí, ¡eso podía ser hasta fácil. O por lo menos eso parecía en un principio… Pero todo se jodió desde el primer momento. Pablo se levantó rápido, parecía que iba a echar a correr. “Cuanto más rápido mejor”, me dije. Pero no. Justo al revés. Igual hubiese sido conveniente que se hubiera desplazado poco a poco, porque lo cierto es que no llegó a dar un paso. Se puso totalmente blanco, y comenzó a templar de pies a cabeza.

-       Aaaaaaaaaaahhhhhh - no pudo contener un jadeo entre sus dientes apretados. Levantó los brazos, como haciendo equilibrio, y se echó hacia delante flexionando las piernas, que mantenía apretadas, juntas. En un primer momento me pareció que se iba a caer, creo que a Carlos también porque, impulsivamente, dio un paso hacia él. Entonces se paró.

Estaba retorcido, sus piernas se giraron, parecía que se estaba aguantando las ganas de hacer pis, aunque con los brazos en cruz. Cerró los ojos en una mueca de dolor, dio un leve grito, casi se lo tragó más que gritarlo, y echó el pubis hacia delante, como en un espasmo. Una vez, dos, tres, cuatro cinco... perdí la cuenta de las veces que ese espasmo violento le hizo mover el culo y el cuerpo de adelante a atrás y de atrás adelante. Al final se quedó con el pubis adelantado, como si estuviese culenado, empujando con la... la polla. Esa bestia que se agitaba más que nunca, golpeando los bajos de su camiseta la cual, en un movimiento bamboleante se separó de su tripa por el empuje del miembro viril... ¡¡en plena eyaculación!! Finalmente mi primito se estaba corriendo... ¡Joder! Su camiseta empezó a teñirse de oscuro, a medida que los violentos chorros que manaban a presión de su polla impregnaban la tela, empapándola poco a poco pero de manera imparable. Solamente al ver aquella mancha de humedad crecer, y el gesto de mi primo, con su joven cuerpo asustado y tembloroso, tuve por fin claro lo que estaba pasando.

Por fin le había llegado, y cuando le llegó Pablo no pudo retener el orgasmo. De hecho tenía que estar casi al borde cuando yo corté violentamente la paja que le estaba haciendo. Afortunadamente, creía que su hermano sólo me había visto eso, el momento de la retirada de mi mano sobre su verga. No sé en realidad si habría llegado a verme pajearle como tal… lo del morreo era más difícil de explicar, claro. Aunque al menos no había llegado dos minutos antes, que me habría pillado con toda la polla dentro de la boca. El caso es que se veía que, lejos de bajarle la excitación, parece que a Pablo le había seguido aumentando y aumentando cuando ya no había motivo. Yo estaba convencida de su virginidad y, a juzgar por la extraña reacción que estaba teniendo, me daba por pensar cada vez más que, ciertamente, aquella era su primera corrida, su primera eyaculación. Aunque resultaba tan raro pensar que pudiera ser así, con ese pedazo de polla que gastaba ¡y lo que le estaba saliendo de allí!

Y, entonces, Carlos se marchó, de repente, sin abrir la boca. ¡No! Eso no era lo que debía haber pasado. Eso era lo peor. ¡Mierda! Auqella inesperada y evidente corrida de mi primo pequeño, había dejado fuera de toda duda lo que había pasado, lo que habíamos estado haciendo mientras Carlos estaba fuera de la casa. Y la huida de éste abortaba cualquier posibilidad de un lío entre nosotros que pudiera hacerle olvidar lo que acababa de ver. Su reacción impulsiva auguraba lo peor. Estaba cabreado, y ¿quizás también celoso? Ojalá al menos fuera ése el motivo, pero tenía miedo de una reacción demasiado visceral e infantil, una reacción violenta de despecho hacia mí y Pablo. Una reacción irracional que pudiera llevarle a confesarlo todo.

Luego, inmediatamente, cambié de opinión. Tras pensarlo un poco, pensé que igual hasta era mejor que se hubiese marchado así, sin llegar a ver lo siguiente. Espesos y horriblemente enormes y densos goterones de lefa amarillenta, empezaron a caer sobre el suelo de madera. Pam, pam, pam. El golpear de su esperma contra el suelo era hasta perfectamente audible en el silencio de la noche, tal era el calibre de los goterones de semen de Pablo. Sin duda el primer esperma de su vida, estrellándose en el suelo, como si me estuviesen taladrando la cabeza... Brutal, me dije. Si hay adultos que no son capaces de soltar ni la décima parte de semen, y él estaba encharcando el suelo en su primera corrida. Desde luego, si para Carlos fue suficiente ver aquel enorme bulto en el vientre de su hermano, oculto a duras penas por la tensa camiseta donde se iba agrandando la mancha oscura producida por el semen de Pablo, mi propia resistencia amenazó con quebrarse al ver el charco espeso que había comenzado a formarse a sus pies. Debía estar colmado. Nunca, y digo bien que “nunca”, nunca antes había visto a un tío correrse así. Yo que he visto y provocado corridas a miles. El charco crecía y crecía, y la mancha no dejaba de aumentar, entre convulsión y convulsión del cuerpo de Pablo que seguía escupiendo la lefa. También él había llegado a su límite, al menos por ahora. Se derrumbó en el sofá, casi llorando.

-Laura… creo que me he hecho pis...

No lo podía creer. Mierda. ¿De verdad, Pablo? A punto estuve de hacer lo que verdaderamente deseaba en ese momento: correr detrás de Carlos; no tenía otra salida, tenía que explicarle, suplicarle, pedirle perdón… Entregarme a él, convertirme en su perra, en su puta, su esclava, lo que fuera con tal de impedir que contara nada. No podría soportar el horror de que mi familia se enterara de aquello. Sentí miedo. Pero no, después de esas absurdas palabras de Pablo… no podía dejarle solo a él tampoco. Estaba perdido, era un niño perdido, y quién sabe cuál podía ser su reacción si no conseguía aplacarle primero. Al fin y al cabo había sido yo la que le había puesto así... Sí, Laura, habías sido tú… tenías que dejar de decir que él siquiera había sido capaz de provocar algo mínimamnete parecido a lo que acababa de pasar. Tenía mi responsabilidad con él, así que debía explicarle primero, asegurarme de que quedaba tranquilo. Neutralizado. Aplacado y encerrado antes de correr detrás de Carlos. Pero tenía que ser rápida.

-       ¿Pis? - empecé - pero... mi niño, no me lo puedo creer....

Y era cierto que no me creía que no supiera qué era lo que acababa de hacer su cuerpo. Me arrodillé junto a él, acariciándole la cara. Tan sólo una lágrima había caído por cada una de sus mejillas. Esa vulnerabilidad tan infantil, contrastaba con la hombría y el vigor que su cuerpo aún seguía demostrando.  

– Pero, Pablo, dime… ¿de verdad que no sabes lo qué es? Pero… Acabas de tener un orgasmo, Pablo... ¿sabes lo que es?  Dime… ¿es el primer orgasmo que tienes, verdad, la primera vez que te corres…?

- ¿Un...orgasmo? ¿correrme?

-  Sí, sabes lo que es ¿no?

- Sí, sí… bueno…, claro, claro... pero

- ¿Pero? - le di un suave beso en las rodillas, para intentar calmarle.

- Yo… yo pensé que no… que todavía no… que no  podía...

- ¿Que no podías tenerlo aún? ¿Por ser demasiado joven? Ya, supongo que yo también pensaba eso. Pero es obvio que sí puedes. Y vaya orgasmo. Se ve que ya eres todo un hombrecito, primo. ¡Vaya corrida! Me has dejado alucinada, de verdad…

- ¿En serio?

- Debías estar muy excitado, para correrte así, al final además, sin que te tocase nadie...

- Claro que lo estaba, prima… - por primera vez, sonrió. - Es que lo que me hiciste antes, Laura...

- ¿Te gustó? ¿Mi… mamada? – no pude evitar sentirme hinchada de pura vanidad. Me pierde cuando alguien me dice que le excito sexualmente… hasta para reconerle a mi primito que le acababa de comer la polla.

- ¡¡Sí!! muchísimo, claro que sí, pero me gustaría…

- Bueno- le corté tajante antes de que pudiera expresar el más mínimo deseo. Sabía de sobra lo que Pablo estaba deseando, y no tenía el menor interés en escucharlo. – Ya sé lo que te gustaría, Pablo. Pero hazte a la idea de que lo que pasó, pasó, pero que vamos a dejarlo ahí ¿vale? Me alegra haber sido yo quien te ha provocado tu primer orgasmo, es casi como… te hubiese desvirgado yo, jijiji, pero no vamos repetir eso ¿lo tienes claro verdad? Jamás… y menos… menos ahora, que sabemos que ya puedes correrte… Pablo, es que podrías dejarme embarazada si te corr… si eyacularas… en mí… dentro de mí… de mi coño - aparenté un falso pudor al decir todo esto, mordiéndome el labio inferior, aunque no podía evitar sentirme un poco putilla haciéndolo y, la verdad, me ponía muy bruta.

- S...si... - contestó. No parecía en absoluto convencido, si acaso sólo confundido.

- Vale. - no sabía cómo seguir, pero era evidente que él estaba demasiado impactado como para dejar de pensar en ello así, tal cual. Era normal, para él había sido su primera experiencia y, pese a todo, había sido insoportablemente erótica, eso era verdad. – Mira, no digo que no pienses en ello, pero no quiero que te obsesiones, ni que pienses cosas raras entre nosotros. Quiero decir que… ¡mierda! Bueno, creo que entiendes de sobra lo que quiero decir…

- Sí… ¡no! Bueno, Laura, yo… no sé…

- Pablo, lo que te quiero decir es que somos primos ¿entiendes? Y que eso es lo que vamos a seguir siendo. Que esto no tenía que haber pasado, pero ha pasado. Aunque no es malo, no creo que sea malo. No debe ser malo para nosotros, al menos. Pero no sé si el mundo en general lo verá así… En fin, que ha pasado, y eso lo sabemos tú y yo. Pero yo lo guardaré en mi cabecita, y aunque me gustará recordarlo, no pienso dejar que se repita ni se lo contaré jamás a nadie. Y tú deberías hacer lo mismo. Para mí será un bonito recuerdo, y espero que para ti también lo sea. Nunca deberás mencionarlo… A nadie. Tampoco a mí. No quiero volver  a hablar del tema. – Me estaba poniendo quizás demasiado dura, pero no importaba, por primera vez veía que él empezaba a entender. - Esto, sobre todo, esto es lo más importante: ni palabra a nadie, ¡eh! Ni a tu mejor amigo. Jamás lo hables con nadie…

- ¿Y Carlos? – Mierda, pensé… a eso no tenía respuesta. No podía decirle que mi única salida al dilema de qué hacer con su hermano mayor, era precisamente continuar donde lo acababa de dejar con él, cuando al mismo tiempo estaba obligándole a renegar de lo que le había hecho. ¡Joder!

- Bueno, Carlos – me escuché decir – con Carlos precisamente es con quien más tienes que evitar hablar nunca de esto. Yo... espero, sencillamente,  que no viese demasiado. De todas formas hablaré con él ahora. Tranquilo, no va a pasar nada. – Pablo no dijo nada, sólo asintió dando por buena mi irracional versión – Pero, de verdad, es muy importante que no se te ocurra comentar nada con él, ¿vale? – Eso iba a ser quizás lo más difícil… me imaginaba a los dos hermanos hablando de eso, de mí así… ¿qué consecuencias podía tener ese tipo de conversación?

- ... – Pablo ya no dijo nada más. La corrida parecía haber terminado, pese a lo cual mi primo seguía temblando.

- ¿De verdad que no te habías corrido nunca antes? - no pude evitar preguntárselo. Necesitaba una última confirmación y, al mismo tiempo, cambiar de tema.

- N… no...

- ¿No? ¿Es la primera vez que te sale... el semen?

- Sí, creo que sí... - por fin parecía empezar a sonreír

- Pues vaya corrida, ya quisieran muchos correrse como tú primito... estás hecho todo un semental… además con ese pollón - caramba con el comentario que le acababa de soltar. Pero era cierto, todavía estaba impresionada. Su rostro se iluminó por completo...

- Es que me ha gustado mucho lo que me has hecho Laura... - me volvió a decir.

-Ya lo veo, ya. No hace falta que me lo vuelvas a repetir. - Ahora fui yo la que no pude evitar una sonrisa, en el fondo me halagaba profundamente esa extraña devoción que parecía tenerme mi primito – Deberás tener cuidado, ¿vale? Ahora ya sabes que cualquier jueguecito con una chica, puede tener sus consecuencias…

- …  - mi primo flipaba, más si cabe, de oírme soltarle esa charla…

- Quiero decir, ¡joder! Si es que por lo que acabo de ver ¡eres extraordinariamente potente! – mi primo sonreía y babeaba al escucharme eso – podrías dejar embarazada a cualquiera… - pfff… ahora me estaba dando vergüenza a mí… parecía mentira que, a estas alturas, precisamente era yo la que casi meto la pata, y no por liarme con él, que casi habría sido de menos, sino porque a poco le obligo a dejarme preñada - anda, ven, que tenemos que limpiar esto. Quítate la camiseta. - le ordené, casi por cambiar de conversación, y salir del lío en el que me estaba metiendo. Me miró extrañado, pero el imperioso tono de mi voz le llevó a obedecer sin decir palabra. Bueno, reconozcamos que para entonces yo quería verle desnudo.

Tenía un cuerpo aniñado aún, pero donde ya empezaba a marcarse la morbosa musculatura de un adolescente. Aunque no me van tanto los cuerpos delgados, ni aniñados, al revés, me suelen gustar los cachas, gorditos, fuertes y peludos pero... no puedo negar que la situación me ponía a mil... de hecho desde aquella noche he aprendido a apreciar y a disfrutar enormemente del cuerpo de chicos más jóvenes que yo… Al ver a mi primo prácticamente desnudo frente a mí, y con el cipote prácticamente empalmado todavía, sentí mi coño palpitando otra vez, apretado contra la tira de mis braguitas. Mis labios seguían colgando ún fuera de mi ropa interior, aunque afortunadamente mi clítoris parecía haberse retraído al frenarse mi excitación. Sentí la necesidad de recolocarme aquella prenda, pero preferí no tentar la suerte bajando mi mano al coño. Ante mí, emergiendo del pantaloncillo de Pablo, emergía de nuevo a plena luz su precioso glande, descapullado y absolutamente cubierto de un abundante semen que todavía seguía cayendo sobre su ropa. Un delgado hilo de oscuro y ligero vello subía desde el interior del pantalón hacia su ombligo. Tenía las abdominales apenas marcadas, pero allí estaban, aunque bastante ocultas también por el mar de semen que las bañaba. Sí se marcaban vigorosamente las dos líneas que separaban esas abdominales de sus muslos, enmarcando su potente pubis. Todo estaba empapado de su lefa. ¡Qué barbaridad! y eso sin contar con todo lo que había caído al suelo... Empecé a limpiarlo con la camiseta, que pronto quedó empapada, casi del todo, teniendo en cuenta que ya había recibido abundante líquido y venía bien mojada.

No podía dejar de mirar su capullo emergiendo por el pantalón. Pablo no hacía nada por ocultarlo, era increíble, y seguían saliendo gotas de semen, y seguía absolutamente empalmado. Si ese niño hubiera tenido solo unos años más, me hubiera quitado las bragas y me hubiera sentado allí encima. A la mierda Carlos y lo que pudiera ver, decir o querer; a la mierda nuestra familia. Bueno, la situación no llegaba a eso, estaba hiperexcitada, pero no enloquecida. Sencillamente, necesitaba vérsela de nuevo. Y, quizás… tocarla por una última vez.

-Ven, bájate el pantalón, estás empapado por todas partes primo, es increíble la cantidad de lefa que has echado. Yo creo que nunca antes había visto otro chico correrse así de esa manera tan… abundante, te lo aseguro.

Mientras no paraba de hablar, no le di tiempo a obedecer mis órdenes, y yo misma le bajé el pantalón con descaro. Mi vientre se estremeció al desnudar por completo a mi primito. Igual seguía más cachonda de lo que creía. Noté cómo mis pezones se ponían duros como rocas de pura excitación. Sentí el impulso natural de limpiarle el mástil con la lengua, pero logré contenerme... no podía dar otro paso en falso. Di la vuelta a la camiseta, que estaba algo más seca por el otro lado, y empecé a limpiarle el falo erecto, como quien ayuda a alguien a limpiar la casa. Intentaba aparentar naturalidad, sin privarme de aprovechar para sobarle bien aquella herramienta para mi propio placer. A través de la tela de la camiseta, pero también directamente con mis manos. Qué delicia. Pablo contuvo un grito cuando le froté la punta de la polla con la camiseta. Aunque estaba todo  empapado, parece que aquella prenda seguía siendo demasiado áspera para una zona tan delicada...

-       Perdona - le susurré...

Claro, lo más fácil, y lo que me pedía el cuerpo, era chupársela y limpiársela con la lengua. Pero no podía llegar a tanto, además tenía que acabar de una vez o me exponía a que Carlos volviera a pillarnos. Vale que no era lo de antes; aunque él estaba completamente desnudo, yo al menos estaba vestida por completo. O, por lo menos, en situación normal no llegaba a vérseme nada. Pero estaba arrodillada delante de Pablo, con su polla en mis manos. Y, la verdad, con una situación comprometida por resolver tenía suficiente para esa noche. Por alguna razón, había recuperado el ánimo y me sentía optimista. Todavía no sabía cómo iba a justificar lo de antes, pero estaba segura de que lo conseguiría salvar. Eso sí, debía parar ya, porque desde luego que si continuaba adelante sí que ya no sería capaz de justificar nada. Ni yo misma me creería algo tan absurdo como que solo se la estaba limpiando... solo le estaba limpiando la polla a mi primo, ¡hay que joderse! Mmmm… pero qué placer estaba sintiendo sólo con limpiarla, sí. Si es que la situación en sí me daba un morbazo... Me incliné sobre él, juntando saliva en la boca, y la dejé salir entre mis labios para que le cayese en su glande.

-       Ahahhaaaaa - supongo que gritó. No muy alto, afortunadamente. Más por la impresión que de puro placer, porque la escena se las traía.

Al empezar a frotar su glande empapado en mi saliva para limpiarlo, noté que le empezaba a palpitar de nuevo. Le estaba poniendo cachondo otra vez. O cortaba ya, o no podría parar. Ni por él ni por mí. Y, además, le haría la gran putada si luego le dejaba tirado y a medias, y le volvía a decir que jamás lo repetiríamos, y que no podría hablar de ello siquiera conmigo. Debía ser capaz de mantener un mínimo de coherencia, así que tenía que controlarme. Además, ni yo misma sabía hasta dónde podría llegar si empezaba otra vez con aquello, eso por otra parte. Así, que respiré hondo, me limpié las manos en la camiseta, e intenté secarle el glande con cuidado. Luego le sequé el abdomen, más con las manos que con la camiseta, que ya no daba más de sí.

Estaba duro, mucho más duro de lo que parecía. La línea de pelillos que subían de su sexo también eran más duros de lo que habría pensado al principio. Ahora tenía delante su cuerpo desnudo, digamos que al completo. Y desde luego que merecía la pena, mucho más aún de lo que había podido esperar. Todavía era infantil en muchas cosas pero, por lo general, se notaba ya su desarrollo plenamente adolescente. Quizás le faltaba una pizca de madurez a sus músculos, de espesor al vello púbico y a su vellos corporal en general. Aunque parecía que no iba a ser un chico excesivamente velludo. Lástima, con lo que me gustan. Algo de madurez faltaba quizás también a sus testículos, que parecían pequeños. Aunque a juzgar por la cantidad de semen que acaban de soltar, no parecía que le resultaran insuficientes. A muy poquitos he visto correrse tan copiosamente, de verdad.

Cerré los ojos, aterrada por lo que acababa de pensar. Me había dejado llevar, había empezado a jugar con él, con su sexo, pero nunca tuve miedo de llegar demasiado lejos. Sencillamente, porque no pensé que eso fuera posible. Pero estaba equivocada. Acababa de constatar que, sin ninguna duda, mi primito era perfectamente follable. No solo Carlos lo era, sino que pude imaginarme sin ningún problema follando a lo bestia con Pablo. Abrí los ojos y le miré a la cara. El muy cabrón estaba asomado intentando mirarme las tetas... 

-¡Pablo! - me hice la enfadada, cubriéndome como buenamente podía. Es decir, poco.

Tenía los pezones tan empinados que tiraban de mis tetas, levantándolas aún más de lo normal (siempre he tenido unas tetas firmes que, por lo general, aguantan de forma notable frente a la desagradable fuerza de la gravedad). De manera que poco faltaba para que saltasen la frágil barrera que suponía mi casi inservible escote. Absurda reacción mi enfado, en todo caso, después de acabar de haberle entregado mis pechos en bandeja hacía solo unos momentos. Todavía podía sentir el ardor y el dolor en ellos por la forma en que me los había estrujado, con un egoísmo implacable por su parte, pero que igualmente me había proporcionado el más brutal de los placeres, tal y como estaba desatada mi propia lujuria. Absurda reacción quizás, sí, pero es que también tenía que empezar a poner fin a todo aquello. Me levanté y le tendí mi mano derecha, húmeda de él. La izquierda estaba ya costrosa de mis propios flujos, mezclados ahora con salivas y el semen de Pablo.

- Vamos - No sé que pensaría que significaba vamos, sólo quería que se levantase. Debió pensar algo más, porque lo hizo como un resorte. Sentí la punta de su polla bajo mi vientre, amenazando con abrirse camino hacia mi entrepierna...

-¡Ay Pablo! Venga, ¡¡guárdate eso!!

Intentaba aguzar el oído por si oía a Carlos salir de su cuarto, donde se había encastillado cuando su hermano empezó a eyacular delante de nosotros. Afortunadamente, no se oía nada. Pablo seguía de pie con la verga levantada entre sus piernas. Totalmente dura, aún levantada para arriba, como si fuese de palo. Al menos empezó a subirse, por fin, los calzoncillos: un slip azul claro, con rayas verticales, delgadas y separadas. ¿No era precisamente ése el slip que recordaba haberle visto a Carlos, disimulando a penas su joven culo, la vez que le pillé cambiándose en aquella casa de vacaciones? Había calculado antes que tendría Carlos tendría entonces la edad que tenía Pablo esa noche. Sentí que mi coñito todavía mojando y caliente mientras volvía a pensar en el cuerpo de Carlos: su joven rabo, podía haber estado ahí mismo un tiempo atrás, dentro de esos calzoncillos ¿Realmente compartían ropa interior? ¿Le pasarían a Pablo la ropa usada de Carlos, hasta el límite de reutilizar los slip? Mmmmmh, el cuerpo de Carlos… me moría por vérselo, joder. Me daba morbo pensar que compartieran calzoncillos.

-Pero Laura, no se me baja... - me dijo casi entre sollozos. Su voz quebrada me sacó de mi ensimismamiento. Efectivamente, era fácil media polla lo que le quedaba aún fuera del calzoncillo, y el resto desbordaba su interior, empujando la escasa y maltratada tela.

- ¿Por qué no te haces una paja? Seguro que así se te baja de una vez... – se lo solté como si nada. En fin, realmente quería cortar ya, y lo que menos me apetecía era el momento de sexóloga juvenil, explicándole qué hacer con su propia erección.

- ¿Una paja? pero es que no sé... – Flipé. Se tenía que estar quedando conmigo.

-¿Estás de broma?

- ...

-Mira, Pablo. Me puedo creer que sea tu primer orgasmo. O por lo menos tu primera corrida. Joder, no tengo ni puta idea de a que edad empezáis a eyacular los tíos... Aunque tú tienes pinta de que podrías llevar tiempo haciéndolo, se te ve... uh, desarrollado... y todo eso que has echado antes... no puede ser que sea tu primera… - ¿pero qué mierda de conversación era ésta? - en fin, no sé, que si lo dices será porque es así… es cierto que parecía que nunca habías visto a tu cuerpo reaccionar así, pero… ¡que no me creo que no te hayas hecho una paja nunca, coño! O que, por lo menos, no sepas de qué va… ni como se hace…

- Pero es verdad...

- ¡No! ¿nunca te has excitado?

- … no... bueno, sí… desde hace un tiempo me empalmo mucho, y eso… pero casi siempre se me pasa porque acabo distrayéndome con algo...

- Ya, se te pasa... ¿y cuándo no se te pasa… qué haces?

- Eso solo me ocurre algunas veces por la noche. Que me cuesta dormirme, porque la tengo tan dura... no sé por qué, pero alguna de esas noches me he tenido que levantar corriendo al baño, porque se me salía… el pis... prométeme que esto no se lo contarás a nadie ¿vale?

- ¿El… pis? Pero… ¿qué dices, Pablo?

- Sí, casi siempre que me pasa eso, sueño cosas, como que estamos en la piscina y, cuando me despierto, se me ha escapado un poco de pis...

- ¡Jajajaja! – reí con ganas – Pero eso es que te has corrido, mi niño… ¡Eh!... espera… ¿Qué quieres decir con estamos? ¿”Quiénes” estamos?

- Con algún primo, me refiero, normalmente en casa de tus padres, en la piscina. Bueno… tú siempre estás. Y Carlos. Normalmente noto que me hago pis cuando salgo de la piscina y tú, o él, me envolvéis en una toalla y me frotáis fuerte el cuerpo para secarme...

-Vale, vale, no sigas... – Si para algo no estaba preparada, era para asimilar ser el sueño erótico de mi primito Pablo... No podía ser.

Pero... y había dicho también ¿¡Carlos!? Se corría conmigo... ¿y con su hermano? Tentada estuve de preguntarle, pero quería acabar con esa conversación lo antes posible. Todo aquello me estaba confundiendo ya demasiado, y empezaba a creer que a él más todavía. Ahora entendía mejor la barbaridad que acabábamos de hacer… ¡si es que realmente era un pobre niño! Después de oírle contar aquello, maldije mi actuación, que podía haber abierto una auténtica caja de Pandora en la cabecita de mi primo. ¿Pero quién podía haber imaginado que Pablo me tuviera por su fantasía erótica adolescente? Era cierto… joder, era certo que siempre habíamos compartido tanto, toda la vida… había oído de cosas parecidas entre hermanos, pero jamás habría imaginado…

Daba igual. Yo ya no quería nada más que que Pablo desapareciese de mi vista y me sacase su maldita y  apetitosa verga empalmada de delante de las narices. Porque seguía siendo demasiado apetitosa. Me obligaba a poner la mente en blanco para no pensar que no había sido Pablo quien había cambiado, sino que era mi cabeza la que había hecho "crac" aquella noche. Si él siempre me había deseado, fui yo la que, por fin, había empezado a desearle también a él.

- Bueno, pues ya es hora de que aprendas a pajearte. Así que te vas al baño y practicas. Y, cuando termines, te puedes ir a dar una ducha, que estás cubierto de... gloria... - no pude evitar el "chiste". Pero Pablito no estaba para chistes.

-Jo, Laura, pero… ¿cómo hago?

De coña... Todavía iba a tener que enseñarle al niño a cascarse una paja. En fin, me dije, mejor acabar cuanto antes.

No. Lo que realmente quería era no parar. Era seguir tocándosela. Era que me follase él y que me jodiese su hermano, el mierda de su hermano que en vez de aprovecharse de mí se había hecho el digno… No como yo. Pablo la tenía completamente tiesa, ni más ni menos que como desde el principio. Palpitante, ardiente. Se notaba el calor con solo acercar la mano. Me sentí más puta de lo que me había sentido en mi vida. Y me había sentido muy puta muchas veces ya, bien cierto es. En un rápido gesto le metí los dedos de la mano izquierda dentro del calzoncillo, delante de sus huevos, y se lo retiré, bajándoselo un poco. Con la mano derecha me agarré fuerte a su tranca.

-       Pues si es muy sencillo, ¿ves? – me sorprendí cogiéndosela una vez más entre las manos, a la vez que daba las instrucciones con voz de niñita inocente - …la coges así, fuerte, y arriba abajo, arriba abajo - mi mano subió y bajo, fuerte, un par de veces...

Iba a continuar la explicación. Paré la masturbación. Lo cierto es que notaba el calor de su cuerpo fuertemente en mi cara. Me había acercado demasiado a él, pero es que realmente me moría por sentirle. Solo me detuve un momento, para deleitarme con el portento que tenía entre las manos. No pasaría nada por seguir tocándolo un poquito más… Enésimo error: sin quitar aún la mano de su polla, vi su capullo palpitando, hinchándose y encogiéndose coronando aquél mástil. Lo que no vi venir, fue el largo chorretón de lefa que se estampó en mi camisón, a la altura de mis tetas. Un poco más, y me explota en la cara.

Le retiré la polla, apretándola contra su cuerpo. El segundo chorro subió a presión pegado a su cuerpo, manchándole desde el ombligo hasta el pecho, chocando contra su pezón izquierdo, y resbalando luego por su torso, extendiéndose y mojándole todo. Fueron dos chorros muy largos pero, al mismo tiempo, increíblemente caudalosos y espesos. En esos dos chorretones debió echar más semen que otros en una vida. Ya no hubo más.

- Aahhhhahhh - Pablo estaba tenso, con la cabeza echada para atrás...

- ¡Waw! estás cargadito, primo... Será mejor que vayas a vaciarte cuanto antes...

- Pero Laura, ¿por qué no me ayudas? ¡Es qué me gusta tanto cuando me tocas! no me puedo aguantar....

-No, ¡Pablo! Ya te he dicho que no, no puede ser. Esto último ha sido un accidente... no quería… Solo quería enseñarte, tú me habías pedido… estaba explicándote cómo... ¡mierda! mira como estoy... me has llenado de lefa primito…

- Lo siento, prima, yo no quería mancharte...

Pablo tenía una expresión de pánico y culpa brutal en su infantil cara. Me miré las tetas: tenía el camisón mojado, empapadito de semen y sudor... pffff qué panorama. Me quité un goterón de semen de encima, cogiéndolo con la mano

-       No te preocupes, no lo decía por esto...

En un gesto instintivo, me llevé la mano a la boca, chupando el semen y lamiendo mis dedos para limpiarme, como si estuviese manchada de comida. Supongo que era algo que había hecho tantas veces que no le di importancia.

Pero los ojos de Pablo parecía que se iban a salir de su cara.

-       Jiji - reí - supongo que si no te has corrido nunca, igualmente nunca habrás visto a nadie comer semen... es lo más normal del mundo, al chuparla siempre se come algo, aunque no quieras... muchos chicos se toman el suyo al masturbarse... - sabía de más de uno que lo hacía, es cierto, aunque diciéndolo me pareció una generalización más bien falsa... pero a mi primo hizo que se le saliesen aún más los ojos de sus órbitas.

Me sentía irrefrenablemente traviesa. Parecía mentira que todavía no hubiera aprendido a parar en esas circunstancias, que no hacían más que meterme en líos… No entiendo todavía qué me llevaba a seguir explorando los límites de todo aquello, cuando quizás era más consciente que nunca de un peligro real. Bueno, quizás sí sabía cuál era la razón real de seguir: Carlos. De alguna manera debía pensar, intuir, subconscientemente, que el juego con Pablo podía ser la única manera de meterme a Carlos entre las piernas. Aunque aquél fuera un juego peligroso, extremadamente peligroso, y que estuvo a punto de salir mal mil y una veces, y acabaría por costarme meses de angustia. Aunque, a la larga, ya anticipo que esa angustia no me ha supuesto nada al lado del placer infinito que he recibido, que sigo recibiendo… Pero poco a poco, estaba escandalizando a Pablito hablando de comer semen, jiji…

-       No siempre sabe igual, claro, de hecho algunos tíos tienen un sabor que no me gusta nada. He de reconocer que el tuyo está muy rico, especialmente rico, Pablo… - dije relamiéndome. Le miré a los ojos: decidí no seguir, me daba algo de lástima la asustada expresión de su rostro. - Vamos, Pablo, ahora sí: ¡guárdate eso! – le ordené, decidida.

Pero, por si acaso, tampoco esperé a que él actuara: yo misma le subí el calzoncillo. Total, para nada. Su polla seguía tan dura como cuando empezó a empalmarse, y el calzoncillo seguía sin poder con ella. Le subí el pantaloncillo casi hasta arriba, tirando bien, intentando al menos dejarla cubierta al máximo. Tampoco lo conseguí. Afortunadamente, en esta segunda corrida, mucho menos abundante que la primera, en todo caso, no se había manchado nada que no fuéramos nosotros mismos; el semen salió limpio. Respiré algo aliviada, aunque todavía seguía excitada, lo notaba en mis labios y mis pezones endurecidos.

Tratar de taparle no sirvió de mucho. Aún asomaba buena parte de su tranca y, al segundo, el borde del pantalón cayó a su lugar natural, a la altura de sus cojones. La pobre prenda no daba para tanto. El capullo estaba muy hinchado, y más de media polla asomaba sobre la tela. 

- Joder, esto es inútil. Cuanto antes vayas mejor; así no puedes seguir, Pablo… y, además, prefiero que te metas en la cama con eso normal, si tengo que dormir contigo en tu habitación... - le sonreí, intentando suavizar la tensión. Pablo no decía palabra. Era evidente que mis palabras no le hacían ni media gracia, ni contribuían en absoluto a relajar su… tensión. - Mira, si quieres te ayudo otra vez a limpiarte estos últimos chorros de lefa y ¿me prometes que te vas? 

- ¡Sí!...s..sí... - casi no pude oír su respuesta de bajito que habló. Pero no pudo ocultar su emoción al oírme decir que iba a volver a tocar su miembro erecto.

Bueno, sí, supongo sin más que seguía muy caliente, y que no pude resistir la tentación, para qué negarlo. Aún así, seguí mintiéndome, diciéndome que eso era ya el remate final. Quizás por eso me permití una pequeña licencia: me agaché un poco, y le besé justo encima de la polla. Los músculos y los huesos de la cadera que suben al abdomen, el abdomen, pasando la lengua por su duro vientre, jugeteando con su naciente vello, duro por lo corto, escaso, ralo. Lamiendo su jovencísimo y caliente cuerpo cada vez con un ansia mayor y menos disimulada. Hasta que encontré el rastro de su esencia, que fui recogiendo, gota a gota, según resbalaba hacia su bajo vientre. Mi lengua subía y subía, saboreando esa delicia bañada en su salado sudor. Acabé en su tierno pecho, firme pero sin desarrollar, y me recreé en su pezón, bañado en semen, empapado en sudor, con su pequeña erección de pezón masculino, sin un solo pelo a su alrededor. Confieso que chupé, y mordí, y sorbí. Estaba tan salida, y me puse aún más cachonda, que mis manos, que hasta entonces habían logrado evitar tocar su deseable cuerpo, se aferraron a su culo. Sobre el pantalón, pellizcando y estrujando y palpando, y aprovechándose de su indefensión, y le estampé un brutal morreo en la boca, metiéndole la lengua y su propia lefa hasta el fondo de la garganta, mientras resobaba mi cuerpo, mi sexo, contra su duro miembro que se interponía entre nosotros como una barra de hierro caliente y húmeda...

Sentir el sabor y el tacto del cuerpo perfecto de mi primo en mi lengua, en mis manos y me cuerpo, había terminado por desquiciarme. Tenía que haberlo sabido, pero igual me dio. Porque lo mismo daba si aquello tenía algún sentido o no, necesitaba hacerlo como respirar. Fui lo suficientemente egoísta como para no pensar en nada más. Fue muy rápido, eso sí. Conseguí parar enseguida. O decidí parar enseguida. También temía que volviese a correrse de nuevo.

Pero me temía mucho más a mí. El contacto de mi cuerpo con su miembro duro, justo a la altura de mi sediento sexo, había sido demasiado fuerte... No, no podía perder la cabeza. No ahora.

Realmente, era el momento de Carlos.

-       También a mí me ha gustado mucho lo de antes, Pablo. Pero te repito que es mejor olvidarlo. Vamos. Tienes que irte, ahora sí. – mi voz volvió a sonar dura. Más que antes. Tremenda e implacablemente dura.

Pablo se quedó mudo. Supongo que no era para menos.

- ¡Vamos Pablo…! Me lo habías prometido… - le dije casi haciendo un mohín, algo compungida por mi dureza y, sobre todo, preocupada. Era consciente de lo mucho que empezaba a agobiarme la situación.

Él me miró, relamiéndose de manera nada sutil. Me di cuenta de que le acababa de meter en la boca un buen trago de su propio semen. Para alguien que nunca jamás había eyaculado anteriormente, debía ser un trago muy especial...

-¿Qué vas a hacer? - preguntó por fin. No se le veía asustado, ni mucho menos enfadado. Todo lo más preocupado. Y excitado... Sí, excitado.

-Ahora quiero hablar con Carlos.

Al oír el nombre de su hermano, bajó los ojos. Carraspeó. Y, por fin, obedeció. Salió del salón delante de mí, por la puerta del despacho que, como dije, se abría en continuidad del espacio del sofá, donde permanecíamos. Ese despacho comunicaba con el largo pasillo, que pasaba detrás del salón desde la puerta de entrada, hasta perderse al fondo de la casa. Al fondo del pasillo estaba la puerta del baño principal. A su derecha, la amplia habitación con baño y vestidor de mis tíos, dando al patio interior. Y, a la izquierda, el dormitorio del propio Pablo, bastante grande también, que abría hacia la calle, al igual que el salón-comedor y el mismo despacho. Se supone que allí iba a dormir yo, junto a Pablo, en la cama que anteriormente ocupara Carlos, cuando todavía dormían los dos hermanos juntos en ese cuarto. Mi tía me lo dijo como lo más normal, supongo que porque no había problema en que yo durmiera con Pablo, que no era aún más que un niño pequeño, y más a ojos de ella, mientras que Carlos… bueno, Carlos había pasado ya, claramente, todas las puertas que tenía que pasar para alcanzar su hombría. Todas menos una, y esa acaba decidir que sería yo quien se la franqueara. Era imposible que Carlos fuera virgen, entonces yo tampoco lo sabía con certeza, pero a su edad me resultaba imposible… Pero también era imposible que hubiera experimentado una centésima parte de lo que yo estaba dispuesta a darle.

También es cierto que la habitación de Carlos tenía un sofá-cama de matrimonio, mientras que la de su hermano disponía de sendas camas individuales. Evidentemente, mi tía no podía plantearme que compertiera cama con el mayor de los hermanos. Así que era el sofá o la segunda cama de la habitación de Pablo. Daba igual. En ese momento, mi único objetivo era meterme en la cama de Carlos.

En fin, ya que estaba hablando de la casa, terminaré de hacer un pequeño recorrido por el resto delas piezas: justo frente al despacho, el pasillo se abría en un ensanchamiento, un amplio distribuidor que se utilizaba como espacio de estudio de los hermanos. Allí, por la derecha, se iba hacia la cocina, con su oficio, despensa y cuarto de baño de servicio, mientras que, al frente, se abría la última habitación de la casa, bastante grande también, aunque algo menos que la de Pablo, y que fue el cuarto de juegos hasta que Carlos decidió ocuparlo para tener una habitación independiente.

Al salir del salón, detrás de Pablo, apagué la luz. La luz de la estrecha calle se filtraba a través de los visillos, cuando una leve brisa que entró por la ventana del despacho levantó la suave tela que la cubría por unos instantes. Miré el salón. Justo el sofá quedaba entre las dos ventanas de esa habitación, ya que estaba enfrentado con el mueble de la tele, que ocupaba precisamente el hueco entre las ventanas. Aunque la calle era tan estrecha... pero no, estaba casi convencida de que debía ser casi imposible ver nada desde fuera. Solamente habría sido posible vernos si se hubiesen apartado los visillos, cosa casi impensable con el aire tórrido y absolutamente inmóvil de aquella noche. Sólo si alguien hubiera tenido mucha suerte, en una improbable coincidencia, o la enorme paciencia de espiar intencionadamente esperando el momento adecuado... Volvieron los remordimientos: no podía perder la cabeza de aquella manera... un niño como mi primo, y además con peligro, mínimo, pero real, de exponerme a ser vista desde fuera...

Volví la vista hacia el pasillo. Cierto era que el niño, ya no era tal. Estaba aún inmóvil al fondo del pasillo, delante de la puerta de su dormitorio. De repente lo vi como un joven plenamente formado ya, no adulto quizás, pero sí con un cuerpo suficientemente maduro. No un niño. En absoluto. Las piernas recias y musculosas, aunque delgadas. El cuerpo fibroso ya, aunque todavía empezando a desarrollar una musculatura adulta. Pero sin duda con unas formas demasiado insinuantes: su espalda, su perfilado torso. Y aquella verga que resistía todas las leyes de la física, desafiando la gravedad con osadía, emergiendo en todo momento, incansable, orgullosa, entre la escasa ropa que aún conservaba. Tratando de ocultar absurdamente su desnudez insultante y salvajemente erótica, que no hacía sino echarme a la cara, violentamente, su verdadera condición. Que, repito, sin ninguna duda ya no era la de un niño. 

- ¿Vas a venir ahora? – se atrevió a preguntarme al verme observarle, imprudente, con excesiva atención.

- Tú vete acostándote, ¿vale?

No pude evitar dudar. Y supongo que me lo notó. Me quedé allí parada, no era capaz de moverme. Tampoco Pablo, que no quería cerrar la puerta estando yo aún fuera, mirándole, sin seguridad alguna de que iba a volver con él. Supongo, porque no tiene un pelo de tonto, que adivinaba mis intenciones. No sé si realmente habría llegado a pensar, a calcular mis evidentes preferencias hacia su hermano. O, sencillamente, estaba maldiciendo ser él el pequeño, entendiendo que únicamente por ese motivo yo no querría nada con él. Tampoco tengo muy claro lo que yo quería... Quiero decir, deseaba a Carlos. Pero no sabía lo que realmente deseaba. Imaginaba su cuerpo, pero no lo conocía. ¿Quién me decía que no iba a perder con el cambio? Me resultaba difícil pensarlo pero... ¿no era cierto que si, en un arrebato de locura, me hubiera decidido a seguir a Pablo, hubiese tenido asegurada, en ese mismo momento, una auténtica noche de placer máximo? Carlos estaba muy bueno, pero desconocía si tenía ese vigor, ese ímpetu sexual de su hermano. Si tenía una herramienta parecida. Claro, pero no podía dejar de lado eso… Una polla comola de Pablo no se encuentra dos veces en un mismo día, a veces es algo único en una vida… Eran hermanos, pero nada me aseguraba que Carlos disfrutara de las mismas proporciones sexuales de su hermano pequeño. Igual… igual estaba haciendo el gilipollas.

Quizás eso lo hubiera cambiado todo. Quizás esa hubiera sido la única manera de frenar todo esto a tiempo. Probar a Pablo, quitarnos la ansiedad de golpe para así poder olvidarnos verdaderamente el uno del otro. Que yo le hubiera ordenado olvidarme no iba a bastar para sacarme de su cabeza. Ni a él de la mía, después de haber probado sus sabores, su cuerpo, sus besos, su sexo. O no hubiera cambiado nada porque, ¿realmente hubiera calmado algo? Aún hoy día, después de haber follado hasta cansarme con Pablo, volvería a entregarme a él una y mil veces. Tantas como me lo quiera pedir, porque como me folla él no me folla casi nadie. Todavía ahora.  

Pero, además, estaba Carlos. Hubiera seguido estando Carlos. Que, pese a todo, era mi auténtica obsesión aquella noche, o eso me obligaba a creer. Pero sigo convencida hoy día de que mi obsesión en ese momento por él era real y verdadera. Pero… ¿realmente podía esperar algo de él? Al fin y al cabo, si él hubiera querido algo, no sé… una leve insinuación por su parte no habría estado de más... Me había mostrado tan... expuesta para él. Quiero decir, me pilló masturbando a su hermano, mientras me tocaba las tetas. Me vio las tetas, se las enseñé. Y también estoy convencida de que me tuvo que ver... bueno, estaba con las piernas abiertas, abiertas por completo, hacia él, hacia su cara, pajeándome...

Y, de pronto, su puerta se abrió.

Carlos estaba delante de mí. Pablo no podía verlo, desde el fondo del pasillo. Carlos se detuvo al verme allí quieta, durante un brevísimo instante. Entonces, nervioso, se movió hacia la cocina, siempre fuera del campo visual de Pablo.

-       Acuéstate y vete durmiéndote, no esperes a que vaya yo... – le dije por última vez al pequeño de los hermanos.

Carlos, necesito una señal tuya, me decía mi misma, implorando… Nada. Pablo abrió la puerta, y desapareció dentro de su cuarto. Por fin. Entonces sí, ¡era el momento!, me dije. Todavía estaba a tiempo: si lograba vencer mi pudor, un pudor que no tenía del todo claro si creerme...  Me daba miedo Carlos, eso era cierto, aunque me costara asumirlo. En cambio Pablo, estaba segura que podría hacer de todo con él… Sí, podría,  aunque no sabía si al día siguiente hubiera sido capaz de soportarlo... ni si hubiera sido capaz de mirar a Carlos a la cara...

La puerta de Pablo se estaba cerrando, real y metafóricamente.

-       Y no dejes de hacerte la paja ahora, o te va a dar algo...

La barbaridad que acababa de decir, sonó a eso. A una barbaridad. No estaba segura de si lo dije para que Carlos me oyera, porque me tuvo que haber oído... También Pablo, claro, pero eso sin duda que sí era mi objetivo, que Pablo  me oyera la última barbaridad… Supongo que necesitaba mantener encendido ese fuego, mantener su puerta abierta, aunque fuera una rendija, por si acaso no podía… no conseguía… Una rendija bastaría. Con Pablo una rendija sería más que suficiente. Todavía dudé un poco, pero pensé que no tenía mucho más que perder. Al fin y al cabo si Carlos no daba señales, yo no me decidiría a hacer nada, eso estaba claro... Pero me resultaba impensable que fuese capaz de contenerse... después de lo que había visto. Me había visto clarmente entregándome sexualmente a su hermano. En cualquier caso, también tenía que hablar con él de eso, claro, asegurarme de que no iba a decir nada... porque no había pasado nada, claro.

Traté de calmarme. 

Carlos no podría contenerse.

Tenía una rendija.

Carlos me había visto el coño.

La polla de Pablo.

Carlos…

Y entré tras él en la cocina.