miprimita.com

La Libertad_01

en Grandes Series

LA LIBERTAD.

ENTREGA EN TRES ACTOS

dicen que no hay bien más preciado que la libertad… este relato va de cómo conseguí ser verdaderamente libre: yo, que hacía años que me consideraba la persona más libre, deshinibida y entregada al placer del mundo (quienes más me conocían empezaron a decirme sencillamente ‘ninfómana’ en aquellos tiempos); nuestra sociedad nos impone losas imposibles de romper porque a veces no somos ni siquiera conscientes de ellas, y aquí cuento cómo conseguí reventar la última y más pesada: y he de confesar que me gustó descubrir lo que había al otro lado

  

LIBRO 1. APERTURA

donde, en un combate a ocho asaltos con descanso y tormenta, soy derrotada por puntos y en el último momento, pero ni siquiera eso puede aliviar la implacable sensación de que mi voluntad ha sido abierta en canal, sabiendo además que mi cuerpo también lo será

CAPÍTULO I

- PRIMER DÍA-

primer asalto

 

¡Hola! Me llamo Laura, y tengo 38 años años. Por ir al grano, diré que llevo mis últimos 8 años de vida disfrutando de la más total y absoluta libertad en lo que respecta a mis relaciones sexuales. En otros aspectos, seguramente no soy tan libre como me gustaría, y eso me supone a veces la necesidad de tener que llevar una doble, o incluso triple vida. Pero hace tiempo que renuncié a poner puertas a mi apetito sexual. Al mío, y al de las otras personas hacia mí. Aunque eso me suponga alguna complicación ocasional, son muchas las puertas que esa decisión me ha abierto, y tengo claro que, lo mire por donde lo mire, estoy mejor así. Que, además, para mí no podría ser de otra manera. El sexo se ha vuelto, con mucho, una de las facetas más determinantes de mi vida. Igual la que más, pero tampoco me gusta elucubrar en esos temas de personalidades profundas… Es cierto que, si bien tuve una entrada al sexo maduro y completo bastante tardía (perdí la virginidad con 21 años, aunque no niego que disfruté de juegos sexuales desde bastante antes), prontó empecé a recuperar el tiempo perdido: en general le iba haciendo pocos ascos a ir experimentando sensaciones nuevas. De tal manera que pronto empecé a pensar que había alcanzado un grado de libertad sexual casi total. Pronto me di cuenta de que no, de que siempre encontraba nuevas barreras, algunas de las cuales me sorprendía darme cuenta lo mucho que me costaba franquear. Esta es la historia de cómo derribé mi última barrera. Como, sin darme cuenta, alcancé un punto de no retorno al que nunca pensé llegar y del que ya no podría volver. Tampoco quiero hacerlo, por descontado. Para nada imaginaba yo aquella noche, en la que sin esperarlo acabé entre los brazos de mi primo Pablo, que me vida se iba a acelerar de tal manera que, por fin, iba a conseguir eso que una vez creí tener entre mis manos, pero que a esas alturas ya había renunciado a alcanzar nunca: la Libertad.

Hacía mucho que no me quedaba a cuidar a mis primos Pablo y Carlos, pese a que esa labor de “canguro” de los dos durante su infancia había sido una manera frecuente de redondear mis exiguos ingresos durante los primeros años de mi adolescencia. Pero es lo que tiene entrar dejar atrás esa etapa para entrar en una desaforada juventud, con años y años de salir un fin de semana tras otro sin perdonar una. Tampoco mis tíos, cuyos hijos aún eran pequeños en esa etapa, tenían muy desarrollado el hábito de salir, pero últimamente intentaban resarcirse y aprovechar que, ya más crecidos, la situación había cambiado. También yo, entrada ya en la treintena, si bien mantenía una prolífica vida social, había cambiado mis ritmos y frenado mis ansias, y ya no salía siempre. Por añadidura, últimamente mi ya exagerada faceta familiar se había acentuado aún más, y mantenía una intensa relación con mis tíos y primos. Además, me llevaba muy bien con los dos chicos, sobre todo con Pablo, aunque con Carlos también, más aún después del considerable cambio (a mejor) que sufrió tras alcanzar la mayoría de edad y dejar el instituto, y es que en ese momento cambió por completo: antes siempre fue muy distante, buen chicho, pero casi no hablaba - cosa que personalmente, me rayaba. Sin embargo, desde que entró en la universidad, tenía una conversación y un trato agradable, casi completamente adulta ya, aunque seguía siendo aún un poco tímido. También su cuerpo había cambiado... frecuentaba un gimnasio, además, y eso se notaba, junto con su pese a todo maravillosa juventud... en fin, ya hablaré de eso luego. 

El caso es que allí estaba, en casa de mis primos, dispuesta a hacerme cargo de ellos, después de ofrecerme así, casi por casualidad, ante un comentario tan desesperado como poco intencionado de mi tía. Ya digo que estaban empezando a recuperar su vida social y de ocio, pero todavía no se decidían del todo a dejar a sus hijos solos, a Carlos todavía le faltaba un hervor y a Pablo, varios años más pequeño que su hermano, le consideraban francamente incapaz de puro niño, a pesar de que siempre había demostrado una madurez absolutamente fuera de toda norma, incluso por encima de la de Carlos. Cierto es que a mí me parecía del todo absurdo tener que ocuparme de un chico universitario y otro que lo sería en no tanto tiempo… pero si era la única manera de que mi tía se decidiera a salir tranquila y disfrutar de la noche, yo estaba encantada de ayudar, y más si esa ayuda no iba más allá que compartir un rato con mis primos y encima me ganaba una buena propina con ello. El caso es que se habían quedado repentinamente si el apoyo de una tía mía que siempre estaba al quite, y mi tía se lo comentó a mi madre, evidentemente con la intención de que ella diese un paso que parecía poco dispuesta a dar. Claro, mi tía no contaba en absoluto conmigo, y quizás por eso se lo dije, o porque quise sacar a mi madre del apuro. Aunque también porque no tenía ningún plan mejor, y hasta me parecía más entretenido pasar el fin de semana en su casa (como acabo de comentar, después de una etapa de mi vida bastante desaforada, cuando sucedió esto estaba en un momento de recuperar mi gusto por la tranquilidad familiar). Tendría bastante libertad para salir, por otra parte, seguramente el sábado podría dedicar el día completo a mis asuntos. Y el domingo mis tíos estarían en su casa antes de comer, con lo que tendría también casi todo el día libre.  

Así que por fin mis tíos se fueron ese viernes por la tarde; Carlos salió poco más tarde, y Pablo estaba estudiando, así que yo, sin nada realmente que hacer,  pasé la tarde leyendo un libro que tomé prestado de la biblioteca de mis tíos y que, para mi sorpresa, tenía un marcado tono erótico, pese a ser una novela aparentemente normal. Cuando me quise dar cuenta estaba pasando las páginas buscando las escenas “calientes”, hasta que descubrí que yo misma me estaba poniendo más... “nerviosa” de lo aconsejable. Aquello me generó una sensación extraña, que juzgué desagradable en el momento. Así que dejé el libro y miré el reloj: las 9 de la noche. Tenía hambre, y nada mejor que hacer, así que empecé a preparar la cena. Mi primo Pablo, aburrido sin duda de estudiar, vino a ayudarme en cuanto escuchó el ruido en la cocina. Mientras estábamos allí, sin parar de hablar (a diferencia de su hermano, Pablo siempre ha sido increíblemente locuaz, y de una conversación sorprendentemente interesante para su edad, o eso me había parecido a mí desde siempre, sin demasiada objetividad… es cierto y todo hay que decirlo), mi primo me propuso ver una peli durante la cena. Me pareció buena opción, más que nada por llenar el rato, ya que tampoco imaginaba nada mejor que hacer con él, al menos hasta que llegara su hermano (y no le esperaba pronto, claro… tenía hora libre para volver a casa, y estando sus padres fuera cualquiera en su lugar aprovecharía para disfrutar con sus amigos... y con su chica).

Así pues, cenamos los dos, solos en el sofá, y después nos estiramos cómodamente para ver la peli (lamentablemente, una chorrada de adolescentes que mi primo se moría por ver...) Era curioso, pensé, no estaba sola con Pablo desde hacía siglos, cuando aún era un niño pequeño, y había cambiado infinito. Aunque a decir verdad, y pese a su edad, yo no podía evitar seguir viéndole como un niño. Me llevaba demasiada diferencia con los dos hermanos, y aunque Carlos ya había superado holgadamente la adolescencia, con Pablo no podía evitar seguir pensando en él como un chiquillo. Lo cierto es que seguía siendo el de siempre, eso sí: siempre fue muy cariñoso, una delicia de niño. Además, compartía desde siempre un pequeño vicio familiar, de hermanas, primas y su propia madre, que consistía en hacernos cosquillitas, a modo de pequeñas caricias o masajitos con la punta de los dedos en manos, brazos y cara mientras descansábamos, charlábamos o veíamos la tele. Y a mí, que cualquier tipo de contacto corporal siempre me había gustado, me aprovechaba de ello con él, y desde muy pequeño siempre le pedía que me hiciese …era tan inocente, y le hacía gracia, le gustaba más hacer que recibir, lo que para mí era perfecto, porque era adicta y siempre buscaba quien me las hiciese, y él nunca decía que no. Y esa costumbre se había prolongado durante años, y todavía la manteníamos, aunque él ya no era un niño; auqnue yo no quería darme cuenta, Pablo hace tiempo que había irrumpido abruptamente en la pubertad. Peese a todo, me decía a mí misma, por mucho que hubiera crecido, para estas cosas seguía siendo un niño: mantenía aún su inocencia y su vitalidad infantil. Además, las cosquillitas eran sólo eso, claro… cosquillitas. Era puro gusto físico, nunca más allá, claro, sobre todo porque me las solía hacer mi padre, o la madre de Pablo y Carlos, o mi hermana, o alguna otra prima de esas que eran como una hermana. Nunca ninguna amiga, o amigo. Quizás hubiese sido así diferente. Sólo una persona, mi cuñado, me hacía cosquillitas… pero el sí que siempre conseguía excitarme; sólo en ese caso yo notaba cómo su intención real era darme placer sexual, y la mía recibirlo. Y siempre lo conseguíamos. Me costaba disimularlo, pero me había hecho correrme algunas veces, tan solo con esas caricias. Yo buscaba siempre su contacto, porque era muy excitante. Y también distinto, porque las cosquillitas siempre son en muñecas, brazos, el cuello... Él, con la excusa de masajes de pies, que daba de maravilla, siempre subía, y se recreaba en mis piernas, y cuando llegaba a mis muslos yo ya estaba siempre empapada y deshecha: me costaba tanto no pedirle que me hiciese algo más... una vez  estuvimos a punto... sin contar los masajes en la espalda, que siempre acababa tanteándome el culo, bajando también a los muslos para atacarme por debajo, aunque fuese a través de la ropa me dejaba toda húmeda... otras veces era más comedido, y se recreaba en mi cara, pero esa manera de tocarme la cara, el cuello, las orejas, era todo menos casta e inocente, y muchas veces terminaba con un beso en el cuello que me hacía explotar, literalmente... notaba que él deseaba ardientemente seguir, yo tenía que contenerme y disimular mi orgasmo, normalmente podía hacerme la dormida, rezando porque no notase mis temblores, porque no advirtiese mis pitones tratando de reventar la tela de mis camisetas, porque la humedad de mis bragas no traspasase mojando también mi pantalón (lo más normal es que estuviese en pijama o ropa cómoda, algún pantalón corto, siempre sin sujetador, en momentos caseros y relajados...)

Pero bueno, que me lío y eso es otro tema: volviendo a Álvaro, que con él era todo distinto: jamás me excitaba nunca con él. Claro, sería imposible, era todavía un niño. Lo mirase por donde lo mirase (y ni siquiera me molestaba en mirarle…) Además, a él sólo le daba mi brazo, a diferencia de mi cuñado. Bueno, cierto que alguna vez también el cuello, y ahí él mismo solía cortarse con infantil pudor. Y a mí con el brazo me llegaba, ya que evidentemente no buscaba nunca con él lo mismo que con mi cuñado. Y bueno, pues ese día preciso que cuento, “cuidándole” en su casa, pues sencillamente estaba muy a gusto. Cierto que la película me aburría mortalmente: era tan mala como prometía. Ese tipo de pelis no me gustaron ni con diez años, pero Pablo insistía en verla, seguramente porque sus padres no le habrían dejado hacerlo, ya se sabe: un tono general demasiado explícito, alguna escena picante… Así que en ese momento, conmigo, él aprovechaba. Desconectada de la peli, yo estaba relajada y disfrutando de ese hogareño descanso. Y aburrida y con ganas de relajarme, pues no tarde en ofrecerle mi brazo:

- Ya que me obligas a ver este horror, hazme cosquillitas al menos, anda…

- ¡Menuda cara! - siempre decía lo mismo. Pero, como siempre, no tardó ni medio en empezar a acariciarme muy levemente la muñeca con la yema de los dedos.

- Mmmmm - suspiré. Estaba realmente a gusto.

Nos habíamos cambiado antes de cenar. El verano se había echado encima de la ciudad y, a pesar de estar aún finales de mayo, hacía calor. Yo dormía en modo verano, con sutiles y cortos camisones, que es lo que uso para soportar el calor cuando duermo en casa de mis padres o en otros lugares donde no resulta apropiado meterse en la cama desnuda o en braguitas. Porque, ¿quién puede vivir con un pantalón de pijama a 40º en Madrid? Lo que me gusta en verano es estar durante el día en braguitas en mi casa, y desnuda por la noche… y si estoy con alguien con quien no pueda ir así vestida (o desvestida más bien, jijijiji), un ligero camisón que oculte lo mínimo necesario es más que suficiente para mí. Pero claro, precisamente por eso… mis camisones no suelen ser de lo más recatados tampoco. Aquella noche no me di cuenta hasta que me lo puse, es cierto: el camisón que me había llevado era uno que justamente solo me ponía en mi casa, y con gente más que de confianza, ya que era un camisón realmente ligero, muy corto y muy abierto por arriba. Al menor descuido ofrecía una fácil vista de mis pechos, de hecho a poco que me despistase me dejaba una teta al aire (evidentemente iba sin sujetador, porque no se me pasaría por la cabeza estar en camisón con sujetador y menos con ese calor). Y, como digo, era además inconvenientemente corto (de hecho por esa razón para mí era, precisamente, “el camisón de ligar”). Cuando me cambié en casa de mis tíos descubrí con horror que era ése y no otro el camisón que había cogido…  No entendía cómo había ocurrido, debí confundirme al hacer mi bolsa a toda prisa. Bueno, tampoco era el fin del mundo… al fin y al cabo estaba en familia, me dije. Y que tampoco era nada grave, si trataba de tener un poco de cuidado… Por otro lado, poco me importaba que mi primo pudiera verme una teta, pero tampoco quería incomodarle, claro, pensé percatándome también de que mis muslos quedaban completamente al aire con él… tumbada como estaba ahora, por ejemplo, con las piernas estiradas en el sofá, daría una bonita imagen de mi anatomía a cualquiera que entrase en ese momento al salón, con los muslos totalmente al descubierto y, según el ángulo, permitiendo quizás una visión más profunda... Instintivamente apreté los muslos, encerrando entre ellos mis braguitas, unas nuevas, blanquitas con un sutil dibujo de pequeñas flores, y de tira (como me gustan). Es cierto que estando así tumbada me pareció que igual me había pasado, aunque reconozco que tampoco le di mayor importancia cuando me lo puse. Claro, si hubiesen estado mis tíos me hubiese dado más corte, aunque con ponerme un pantalón y una camiseta al salir de la habitación, habría podido arreglar el problema. Pero, a solas con mi primo, preferí anteponer la comodidad al pudor sin darle muchas vueltas. Y sí, allí estaba, cómoda y fresca. Que al fin y al cabo con mis primos había confianza de años, como entre hermanos, y que por más que hubiara usado ese camisón mil y una veces para calentar a amigos y amigas con los que quería enrollarme, en ese contexto tan diferente tampoco era tan grave y, sobre todo, no había nada de qué preocuparse con Pablo. Tampoco con Carlos, claro… aunque él ya tenía una edad arriesgada; como dije su cuerpo había cambiado ya por completo, y sin duda sus intereses empezaban a hacerlo también... Pero joder, tampoco había que perder la cabeza… no iba a pasar nada incluso si mi primo me veía las tetas ni tampoco las bragas. Me prometí a mí misma ir con cuidado y, sobre todo, tener más cuidado la próxima vez, pero en ese momento pasé por completo de preocuparme más del tema. Tomé nota mentalmente, claro está, de la necesidad de controlar mi escote y, casi más que eso, mis piernas, para estar pendiente cuando oyese la puerta y Carlos entrara de vuelta  a la casa, ya que la puerta de acceso daba casi directa al salón. Siendo cierto que la cosa no era grave, tampoco había que favorecer situaciones inoportunas que pudieran dar lugar a equívocos, pues si Carlos entrase de repente a la casa, como yo no tuviera un mínimo cuidado lo primero que iba a ver eran las bragas de su prima Laura. Aunque podía estar tranquila, sin duda Carlos llegaría esa noche bien tarde y nos encontraría a Pablo y a mí en el séptimo sueño.

Por un momento, me revolví nerviosa al pensar que estaba tomando precauciones por el mayor de mis dos primos, Carlos. Realmente había pensado en él como un tío al que tenía que tener ya cuidado de no dejarle ver mis bragas. Pero sí, debía admitirlo, yo ya tenía una edad y mi primo ya era mayor. Suficientemente mayor como para no ponerle un coño en bandeja. Demasiado para un adolescente como él, necesariamente en celo a esa edad. En celo…. Carlos... Eran para mí conceptos incompatibles. Hasta ahora. Porque, sin lugar a dudas, estaba en plena edad. Pensar así me hizo dar un vuelco a la manera de ver a Carlos. Ya no era un niño, ahora era casi un hombre, y por increíble que me resultara, debía haber despertado al sexo. Aquello fue como una bofetada para mí. ¿Se había convertido mi primito en un potencial peligro? Bueno, tampoco era nada extraño que cuidase un poco mi postura, tuviera mi primo la edad y condición que tuviera.

Desde pequeñita me metieron en la cabeza lo de "cierra las piernas", el gesto lo tienes tan interiorizado que ya lo haces instintivamente antes de entender la realidad del asunto. Luego lo agradeces, claro. Aunque he de reconocer que mi recato en aquellas épocas era excesivo o, quizás, excesivamente impulsivo (para lo que aún entonces me habría gustado, al menos…) Todavía mantengo el reflejo a veces, pero entoces realmente cerraba las piernas a la mínima, ya fuera delante de un chico, un hombre, una amiga, un niño o un perro. Lo peor es que lo hacía como un resorte, con un movimiento brusco que me ponía siempre en evidencia, excesivo en la mayoría de las situaciones y que, muchas veces, ponía también nervioso a quien tuviera en ese momento enfrente. Lo peor es que, por otro lado, siempre he tendido cuando estoy relajada y a gusto a sentarme de manera más que informal, lo que sumado a mi amor por los vestido y faldas cortas o a determinadas prendas viejas, ya un poco rotas y que dejan ver más de lo que dejaron en tiempos, suele llevarme a tender a enseñar, por naturaleza, mucho más que otras personas. Cierto es que eso hoy día no sólo no me preocupa, sino que juego abiertamente con ello, y jugar con ello es para mí toda una diversión. Es más, cuando hay gran confianza, suelo directamente cortarme poco o nada: más de una vez alguna de mis mejores amigas me ha llegado a pedir que cerrase las piernas porque les estaba enseñando hasta el alma. Y tengo un alma bastante peluda, además, cuando no la llevo recortada o rasurada... pero es que alguna vez se me han llegado a salir alegremente hasta los labios... Bueno, bueno, pero como digo –más allá de provocaciones explícitas a desconocidos- eso me ha pasado solamente con alguna amiga, y en contadas ocasiones. Y las últimas veces que me ha pasado, como ya hace tiempo que me he liado con todas mis amigas, ya no me piden que cierre las piernas, normalmente ahora meten la mano sin más, o directamente la boca y acabamos haciendo el amor... Lo que sí es habitual, debo reconocer, es que mi descontrolado pelo asome sin control por los lados de mis braguitas, justo por los lados de la entrada al coño, allí donde las braguitas se hacen justamente más estrechas. Muchas veces me lo recorto, incluso me lo afeito por completo, pero a veces la desidia puede más, si no hay a la vista más perspectivas de sexo que las habituales. Y, ¡qué coño! (nunca mejor dicho, jiji, no me resistía al juego de palabras…) en realidad me suele gustar más llevarlo peludo… Quizá no tanto desarreglado, o no siempre, porque también a veces la selva salvaje me pone... También es cierto que depilarme por abajo es algo que prefiero que me hagan, yo sola nunca conseguí hacerlo del todo bien, por lo que nunca me he acostumbrado a mantener mi chocho depiladito por completo con los frecuentes repasos que necesitaría para evitar que mi vigoroso vello vuelva a asomar enseguida. Y como suelo andar siempre demasiado pillada de dinero como para ir yendo a depilarme, pues rara vez voy con el coño sin pelo a no ser que alguna amiga me ayude. Normalmente Nuria, o María si está en Madrid, ya que justamente ellas dos son las fanáticas del pubis rasurado. Pero como esto no siempre es tan fácil coincidir con ellas con ocasión de realizar tales cuidados, pues lo normal es que tienda a acabar con el pelo largo a la mínima, que en el fondo es lo que a mí me gusta. Me encanta enseñar el matojo saliendo por las bragas o el tanga cuando llevo vestidos cortos, y estoy sentada con las piernas abiertas y flexionadas en el suelo, o mejor aún encima de un mueble… o directamente en mi postura habitual espatarrada en un sofá (como en ese momento en casa de mis tíos con ese camisón corto).

Esa manía o costumbre mía fue la que casi provocó la primera vez que estuvo todo a punto de irse de mis manos con mi cuñado, el de los masajes. Ese día iba yo con unos pantaloncitos super cortos y ceñidos, de tela ligera de chándal, negros, muy rotos y viejitos, tanto que tienen la entrepierna totalmente agujereada. Llevaba además un camisón viejo y todavía más corto y holgado que el que vestía con mi primo Pablo la vez que estaba conando. Tanto que por eso ni a mí se me pasaba por la cabeza llevarlo sin pantaloncitos, porque era casi como una camiseta de tirantes en realidad. Eso sí, con el escote tan absolutamente dado de sí que cada vez que me agachaba se me veían perfectamente las tetas. No llevaba sujetador, claro, era también pleno verano, y con mi cuñado no solo había total confianza, sino que también había ganas. Aunque mi pudor y mojigatería entonces todavía eran importantes. A pesar de que ya era capaz de dejarme follar fácilmente por amigos y amigas y disfrutar de orgías y sexo en grupo con frecuencia, mis principales tabús todavía no habían caído, y los familiares eran quizás los más sólidos e importantes. Pero reconozco de partida que a mi cuñado disfrutaba poniéndole un poco caliente, claro está, era un juego que llevábamos jugando casi desde siempre. Hacía mucho que amenazaba con escaparse de nuestras manos, aunque eso no nos impedía seguir jugándolo. Bien, aquella vez, por ejemplo, me agaché varias veces delante de él para que me viese bien las tetas, y el no perdió detalle; estoy segura de que tuvo que darse cuenta lo completamente intencionado que era, de puro obvio, tanta facilidad no era normal… Lo había comprobado en el espejo antes, y se me veía hasta el ombligo sin tener que hacer demasiado esfuerzo por disimular. No siempre hacía cosas así con él, sino de vez en cuando y sólo por jugar, porque sabía que él no me iba a fallar: no perdonaba una sola ocasión de las que yo le ponía en bandeja, y si no se las ponía él las forzaba o se buscaba las formas, cosa que en ocasiones me incomodaba, aunque la mayoría de las veces no me importaba… Pero claro, es que tampoco me podía quejar, si en la mayoría de las ocasiones era yo la que le provocaba así, sin ningún disimulo. Y esa vez era todo tan evidente que mi cuñado ni siquiera se molestó en disimular lo más mínimo. Cosa que, paradójicamente, terminó por calentarme a mí tanto o más que a él. Así que, aprovechando que por un rato nos habíamos quedado a solas en mi casa, quise jugar todavía más, y le pedí uno de sus masajes de pies. Ya digo que yo llevaba los pantalones cortos, negros, medio rotos. Por lo menos no iba directamente con las bragas al aire, como me pasaba en ese momento que relato con mi primo Pablo, pero mis muslos estaban en aquella ocasión bien disponibles para mi cuñado, Guille. Y él no se cortó, claro, enredó de entrada un poco con mis pies, eso lo disfrutábamos los dos, pero esa vez el manjar era demasiado tentador, y yo se lo había servido en bandeja, se lo estaba pidiendo a gritos, y él sabía que esas ocasiones conmigo eran únicas. Por lo tanto, no tardó prácticamente nada en lanzarse sobre mis piernas, pantorrillas, gemelos, rodillas, bajos muslos… me tenía en la gloria,  cuando empezó a tentar la subida yo ya me había corrido totalmente. Sí, me corrí una vez, yéndome sin remedio y sin necesidad de hacer nada más que ese masaje. Demasiada excitación, porque en realidad era demasiado el deseo que sentía por él, pese a que quisiera negármelo una y otra vez. No sé por qué ese día, precisamente ese día, decidí bajar la guardia. Y mi deseo y el suyo unidos me arrollaron provocándome ese inexplicable orgasmo. Yo estaba tumbada en el sofá, muerta de calor, con los pezones ardiendo, y no me corté en abrir bien las piernas para refrescar mi sexo en llamas como una estufa en mitad de aquel caluroso mes de julio... y para ofrecerle mejor vista a mi masajeador... Pensé en cuáles eran las braguitas que llevaba, porque sabiendo que tenía la ya de por sí exigua entrepierna del pantoloncillo completamente agujereada, de ser blancas las bragas se me habría visto todo. Con la humedad de la corrida sin duda la trasparencia habría sido excesiva... pero no, recordé que llevaba unas braguitas muy viejas que me encantaban de rayitas horizontales rojas y blancas, pero que ya solo me ponía cuando iba a estar en casa porque estaban adornadas también con algún roto también por los bajos, y se me solían remeter con el calor justamente en esa parte, de tan gastadas. Supuse que estarían mojadas por la parte inferior, pero seguramente no se notaría excesivamente a simple vista, gracias al dibujo rayado de un rojo intenso. Lo que es seguro es que debería estar viendo el final de mis muslos y el comienzo de mi coño, cubierto de pelos rizados y finos, como son en esa parte, además de húmedos y calientes como estaban entonces -pero eso él no podía saberlo solo viéndolos- apenas cubierta mi entrada por esos finos trozos de tela gastada y rota. Abrí aún más las piernas, y le dije que podía seguir subiendo más. Así, tal cual, “puedes subir más”, con cara de placer, casi en un gemido inequívocamente erótico. El me miró, con leve cara de asombro. Pero me obedeció, claro está. Sus manos se deslizaron por mis muslos de abajo a arriba, y se recrearon un largo rato en ellos. Yo estaba en la gloria, y me dejé llevar por otro suave orgasmo. Y él en cada pasada tanteaba un poco más, subiendo milímetro a milímetro para ver hasta donde le estaba permitido seguir. Sin duda no se lo acababa de creer aún, pero yo me había rendido sin luchar, estaba dispuesta a todo porque era incapaz de pararle. Qué me había pasado ese día, lo ignoro, pero en ese momento decidí abrirle explícitamente las piernas, de par en par. Recuerdo que llegó a tocar mis bragas, aunque creo que solo por los lados, mojados y sudados y enredados en mi vello, pero no sé si se hubiese decidido a entrar... supongo que sí, porque supongo que si no yo misma se lo hubiese pedido... ¿habría llegado a pedirle que me penetrara con sus dedos… con su lengua… con su…? Justo en ese crucial momento entró en la casa mi prima, con la que compartía piso en aquella época. Afortunadamente, Guille había emprendido la retirada velozmente al oír la puerta, y sus manos se centraban ahora de nuevo en mis pantorrillas y pies. Pese a la rápida reacción de mi cuñado, ella me miró con cara de incrédulo asombro ya que, pese a todo, mi pose y mi cara desencajada de placer evidenciaban mucho más de lo que la escena en sí intentaba dejar ver. Lo cierto es que yo, con los restos del orgasmo todavía sedando mi mente, no fui capaz de reaccionar a tiempo, y mis piernas seguían ofreciendo la misma vista holgada de mi intimidad que hasta ese momento. Fue justamente allí donde la mirada pasmada de mi prima se clavó, mientras su boca se abría en un mudo gesto de incredulidad. Pero, aparte de eso -y quizás un leve olor a sexo en el ambiente, pero que en realidad se confundía con el espeso olor a sudor suave de una tarde veraniega de calor agobiante- no había nada. Pese a ello, las evidencias sin duda despertaban unos fantasmas terribles en mi prima, a la que había engañado hace mil años con su primer novio, a quien utilicé para perder mi virginidad, provocando con ello un largo distanciamiento entre nosotras, por fortuna hace mucho superado. Sin embargo, quizás viendo que no había nada, o forzándose a pensarlo mientras agradecía nuestra rapidez por disimular nuestro deseo casi por completo desatao, tan sólo hizo ella un comentario del tipo "¡cómo te lo montas!" Me sonó, pese a lo rápido y ahogado, casi doloroso. Luego masculló algo que tenía que hacer urgentemente y se metió en su cuarto. Sin mediar palabra, mi cuñado continuó el masaje, ya sin más en pies y pantorrillas, con sólo alguna escapada al bajo muslo, en franca retirada, como queriendo aportar naturalidad a lo que había sido un brusco final para lo que podía haber sido el todo entre nosotros. Pero yo, agradecida y francamente cachonda, no dejé de permitir y favorecer que me viese ya todo lo que pudiera alcanzar a ver de mi intimidad. No era tanto, en realidad, aunque lo cierto es que él no quitaba la vista de allí, y ya no se molestaba en disimularlo. Comprobé más tarde que la mata de pelo estaba especialmente selvática ese día: su visión debía haber sido bastante erótica. Supongo que a ambos nos mereció la pena, aunque fue una lástima no haber podido dar ese día un paso más. Si bien es cierto que la inesperada irrupción de mi prima también pudo ahorrarnos alguna que otra complicación posterior, sin duda hubiéramos disfrutado como animales...

Joder, no sé cómo he acabado contando esto, cuando estaba con la historia de casa de mi primo Pablo… Supongo que el haberme puesto a hablar de mi ropa interior y mi debilidad por enseñarme me han hecho recordar la historia esa con Guille. Pero bueno, tampoco quiero que se entienda con esto que en esa época yo era una exhibicionista o una provocadora… aún. Como acabo de decir, ni siquiera ese día mi cuñado Guille podía haberme visto tanto del coño (sí más de las tetas, lo admito, aunque siempre visiones demasiado rápidas y fragmentadas como para darles importancia). Quiero pensar que realmente no iba nada nunca mucho más allá de las millones de veces que mi cuñado, y también mis primos, me habían podido antes en bikini. A ver, teniendo unas buenas tetas que han desafiado siempre orgullosas a la gravedad (suficientemente grandes aunque no enormes), y un buen culo (notable aunque no sobresaliente más que en mis mejores  momentos) mi físico no es que sea exuberante, pero sí lo bastante desarrollado como para colmar y rebasar el tipo de bikinis que suelo usar, que me realzan las formas más bien “por desborde”, por así decirlo. Tengo comprobado que es un paliativo perfecto a la carencia de un cuerpo diez... Esos bikinis, sin ser nada del otro mundo, y pudiendo llevarlos a cualquier parte y con cualquier persona -padres y tíos incluidos- se cierran en la parte baja de las braguitas lo justo para encerrar los labios del coño: todo pelo desaforado que pueda tener, se sale sin poder evitarlo (para la temporada de playa sí que suelo afeitarme los bordes y recortarme todo el coño, pero para la época previa de piscina no, y seguro que mi cuñado, mis primos y cualquier persona con la que haya compartido veranos se habrán puesto morados de verme la entrepierna peluda cuando me siento en la toalla o en las sillas de la pisci con las piernas levantadas, flexionadas sobre el asiento y bien abiertas cuando están delante...) Y en fin, que supongo que pensar en todo esto, de lo que pueda enseñar o no enseñar, de lo que se puedan ver mis bragas, mis pelos o mi coño… pensar en  todasestas cosas en relación con Carlos, y pensar en su físico, que había dejado de ser un físico de niño, me hizo ver que todos estos juegos y estas tensiones podrían producirse también con él si no ese mismo fin de semana que iba a pasar a solas con mis primos en su cada, seguramente en un breve tiempo… Tensiones que podrían producirse pronto tanto en él como en mí, débil como soy ante la potencia de un cuerpo hermoso, especialmente si pertenecen a un hombre joven y fuerte como él. Y Carlos cada día parecía más hombre y estaba más fuerte... 

Pero perdón, vuelvo ahora a lo que contaba sí, que me pongo a hablar sobre lo que enseño o dejo de enseñar y pierdo el hilo. Pero es que algo parecido me paso ese día en casa de mis primos, sola con mi primo pequeño Pablo, viendo una peli después de cenar. Pensando en que su hermano Carlos podía hacerme una pillada tumbada en el sofá, con el corto camisón por las caderas y las piernas medio abiertas, enseñando las bragas y lo que fuera del coño que tuviera al ire en ese momento… (ese día, como era normal en mí, llevaba el vello púbico a lo natural, selvático, porque aunque ya hacía calor no había empezado todavía la temporada de piscina, y ni siquiera me lo había recortado o arreglado los bordes para evitar sorpresas excesivas con los bikinis). En cualquier caso, me dije en ese momento, aunque Carlos había prometido llegar pronto aquella noche yo dudaba que lo hiciera realmente… y si por alguna estraña razón lo hacía, todavía no eran ni las 11 de la noche; sería impensable que un chico de su edad entendiera por llegar pronto antes de las 12 o la 1. Así que, me dije, seguramente y dado que era raro pensar en que Carlos pudiera aparecer antes de que terminara la película, yo podría despreocuparme bastante de lo que se pudiera ver entre mis piernas desde la entrada al salón… La verdad que, tumbada allí pegada a mi primo Pablo, quizás debería haberme preocupado antes porque mi ligero, fino y delicado camisón, además de corto, también era muy abierto por arriba y de finos y resbaladizos tirantes...

Ya lo había mencionado, pero por supuesto iba también sin sujetador. Es más, me había deshecho de tan molesta prenda nada más salir mis tíos por la puerta, antes aún de ponerme quitarme la ropa de calle y quedarme cómodamente en camisón para cenar. No por nada, realmente, se trata de una prenda que no soporto en verano; sólo quitármela ya me refresca y multiplica por mil la sensación de confort. Bueno… y sí, reconozco que me gusta bastante que se me marquen las peras en las camisetas o que se me pueda llegar a ver algo por los escotes de camisas o vestidos… Esa misma tarde me pareció que Pablo echaba alguna furtiva pero intensa mirada que dejó clavada en mis pezones duros marcándose en la fina tela blanca de mi camiseta humedecida de sudor… Me cogió por sorpresa y me permití disfrutar de su mirada, aunque luego me quedé pensando si realmente había llegado a producirse… mi relación con mi primo era tan inocente que hasta algo tan tonto me parecía impensable aún entonces. Total, que allí en el sofá, más allá del mínimo camisón, estaba ahora con él casi desnuda… Bueno, llevaba las bragas claro. Unas braguitas nuevas y radiantes, de tira naturalmente, blancas y con florecitas, como dije antes. Pablo, por su lado, también se había cambiado cuando se puso a estudiar después de marcharse sus padres, o al terminar, no sé… el caso es que cuando apareció en la cocina, en lugar de su ropa de calle (bermudas y camiseta grandes y holgadas), iba vestido con lo que de hecho debía ser su pijama de verano: un pantaloncito de tela de sudadera, blanco, corto y ajustado (que por cierto le quedaría increíblemente bien si tuviese un poco más de cuerpo...) y una camiseta con algún tipo de dibujo estándar tipo ropa deportiva, pero entallado, no como la enormidad que llevaba por la tarde. No sabía entonces si llevaría ropa interior debajo del pantalón. Bueno, lo cierto es que en un primer momento ni se me pasó por la cabeza pensar en eso, claro… fue algo que solo pensé ya luego, en el sofá… cuando ya él acariciaba mis brazos desnudos con sus cosquillitas…

Por algún motivo, en un tiempo pensé que todos los chicos usaban calzoncillo debajo del pijama. Precisamente el tiempo me enseñaría que eso no es necesariamente así; los hay que sí, pero en cambio hay muchos que no, y otros que no usaban pijama y dormían en ropa interior, ¡y afortunadamente algunos dormían directamente desnudos!, jiji. Aunque bueno, a pesar de haber dormido con muchos chicos de infinidad de maneras, una luego tampoco puede saber lo que harían durmiendo solos, claro... Aburrida como estaba con la peli, abandonada al calor de la noche y al placer de las caricias en mi piel, por algún motivo después de pensar en mi primo Carlos pillándome con las bragas al aire y en mi cuñado haciéndome masajes, algo caliente quizás, he de reconocerlo, por algún motivo me puse a pensar seriamente si Pablo llevaba o no calzoncillos. En realidad estaba casi convencida de que sí llevaba; era lo más lógico, ¡si mis primos en ese tiempo tenían hasta la manía de usar ropa interior en la playa, bajo el bañador! Eso lo sabía bien, porque nuestras dos familias llevábamos compartiendo lugar de veraneo desde casi toda su vida. Así que era fácil pensar que también para dormir lo usarían… Quizás Pablo llevaba ahora el pequeño pantaloncillo mientras veía conmigo la tele, y luego se quedaría solo en ropa interior para dormir. Yo misma hacía eso muy a menudo. Bueno, he de confesar una cosa en este momento. En realidad no se trataba sólo de una deducción el que yo pensara que sí llevaba puesto un calzoncillo en ese momento… confieso que le había estado mirando el culo y el paquete más de lo debido mientras preparábamos la cena juntos en la cocina. En mi defensa diré que no hay que olvidar lo que acabo de contar: el pantaloncillo era muy ajustado y le marcaba su anatomía, que por infantil que aún pudiera ser, era ya realmente la de un joven lo suficientemente formado. No me importa reconocerlo, hace mucho que había asumido que era una salida, y entonces estaba absurdamente convencida de ser plenamente liberal en lo sexual, pensando que el sexo tenía ya para mí poco por enseñar y pocas barreras por traspasar. Lo que no quitaba que mi primo, evidentemente,  pudiera precisamente ser una de esas barreras. Pero eso no me iba a impedir regalarme un poco la vista, como le gustaba decir a mi amiga Meri...

Pensando en esto de los calzoncillos de mis primos, me vino a la memoria haber fichado, seguramente en esas vacaciones de verano que compartimos desde hace años, una de esas veces que me quedé a dormir en casa de mis tíos, algún borde de slip asomando por los sueltos pantalones de pijama de alguno de mis primos. No puedo recordar ahora de cuál de los dos: piel muy joven asomando, en fin, nada que ver y nada que comentar, pero no quita que los ojos se vayan, sin quererlo, detrás de esas visiones. Lo había olvidado, pero ahora se me hacía presente, como grabada a fuego en la memoria, aunque enterrada en el fondo de mis recuerdos, la imagen nítida de uno de ellos -seguramente Carlos, quiero pensar ahora- agachándose a coger algo del suelo, con el pijama suelto que parece que no sigue a su cuerpo (y en lugar de permanecer la cintura del pijama en la cintura de Jorge se queda en el mismo sitio, mientras su culo sube y sube... un hermoso culo que se marcaba perfectamente: pequeño pero muy bien formado, las dos nalgas envueltas en fina tela, sí, de slip azul claro con rayas verticales oscuras, delgadas y bastante separadas). ¡Sí! estoy casi segura de que era Carlos. Fue además hace ya unos años, y ese culo , aunque infantil, era demasiado culo para lo que entonces debía ser Pablo, un crío aún, pero Carlos debía tener entonces más o menos la edad que el pequeño tenía esa noche en que estábamos compartiendo sofá, solos él y yo… ¿tendría entonces Pablo un culo parecido ahora? Ciertamente los dos hermanos tenían un físico similar, quitando el espectacular desarrollo de Carlos los últimos años por su afición al gimnasio y el atletismo, así que... Desde luego, Pablo ya no era un crío: se encontraba en pleno desarrollo y, sin ninguna duda, aunque yo no hubiese reparado antes en ello su anatomía había dejado hace tiempo de ser infantil. Me vino un flash a la cabeza… ¿qué pasaría si Carlos no hubiese llevado calzoncillos aquella noche de vacaciones? Supongo que le hubiese visto el culo, aunque seguro que eso no lo hubiese olvidado. Quizás la visión nunca hubiese sido tan excitante, bueno, la que tuve no lo fue, al menos no lo fue en su momento, porque ahora… es raro, pero allí tumbada sentí un estremecimiento pensando en el culo de mi primo Carlos hacía años, oculto por su slip pero perfectamente delineado por la tela pegada al cuerpo, metida dentro de su raja... Fue un estremecimiento de carácter claramente sexual. De repente se quedó ahí, grabado en mi mente como si lo estuviera viendo delante de mí en ese momento. Y peor. Me lo imaginé desnudo, ese culo en pompa ofrecido a mí y solo a mí, que estaba sola con él ¿por qué lo había rechazado después de eso, durante todos esos años? Mi estremecimiento se multiplicó entonces, transformándose en un fuerte calor interior, que se sumó al que sentía en mi piel acariciada tan dulcemente por su hermano, al pensar en el culo de Carlos en ese momento. ¿Cómo sería el culo de Carlos ahora? No pude evitar pensarlo… Sin duda un culo adulto, pero a la vez increíblemente joven, puro músculo, pura forma, cubierto de un vello suave y cálido, imaginé lo que debía ser meter la lengua por su raja, maravillosamente caliente, bajar alargando la lengua hasta llegar con la punta, que penetraría y taladraría su sabroso interior, mientras las manos irían subiendo por los poderosos muslos, que notaría pegados a mis ardientes tetas, reventando mis pezones quemantes como piedras de lava, subiendo y subiendo hacia su polla hinchada, que no vería pero podría sentir entre mis manos...

 

Se me empezó a ir la cabeza... sentí un intenso calor, un cierto mareo, mis axilas empezaron a sudar copiosamente, así como mi entrepierna... Abrí un poco los muslos, que por suerte recibieron un soplo de aire fresco. Justamente, parecía moverse en ese preciso instante, un poco, el caldeado ambiente de ese día sofocante. Mejor. Mucho mejor. Me intenté concentrar en la película, e intentaré también ahora centrarme en mi relato... pero escribo ahora caliente como estaba ya entonces, y no podía ni puedo evitar traer a mi memoria determinadas imágenes…  Yo seguía tumbada en el sofá, pegada a Pablo que tenía su mano sobre mi brazo, con eso de las cosquillitas. Como dije, y vuelvo a centrar la historia, estábamos en el salón de su casa; una amplia pieza que comunicaba directamente con la reducida entrada al piso, con lo que al abrir la puerta de la calle casi se entraba directamente al salón, justo en la parte donde estaba la mesa del comedor, en la esquina izquierda de la habitación. A la derecha del comedor continuaba el espacio con el grupo de dos butacas y sofá, enfrentado a la pantalla de televisión, y luego el salón se alargaba hasta comunicar directamente, mediante dos grandes puertas correderas que siempre estaban abiertas, con un amplio y acogedor despacho, por donde se salía de nuevo al pasillo. Ese despacho tenía una ventana a la calle que se encontraba abierta, al igual que las dos del salón, así como otras más por el fondo de la casa, para intentar sofocar un poco las asfixiante sensación de ese verano incipiente. Sin embargo, el calor era brutal, y sólo ocasionalmente soplaba alguna brisa de aire fresco. Mi primo estaba empotrado en la esquina derecha del sofá, según se mira hacia la tele, es decir, lo más alejado de la puerta de entrada de la casa. Tenía los pies sobre la mesita, con las piernas casi completamente estiradas. Yo permanecía semiapoyada sobre él, para poder acercarle el brazo de las cosquillitas, que mantenía en alto para evitar el contacto directo (otro acto reflejo de mi educación, igual que lo de cerrar las piernas: cuando hay demasiada piel a la vista -y al tacto- procuro evitar roces o cualquier contacto... y si lo hago es siempre expreso, intencionado y con una clara intención erótica; yo no soy una de esas personas que demuestran su afecto por el tacto, rehúyo tocar y que me toquen, salvo cuando lo que busco es ya claramente algo físico y sexual). Así que mi comportamiento era realmente recatado, por mucho que estuviese soñando despierta con el culo de mis primos: las piernas las tenía cerradas y estiradas sobre el sofá, y apenas mantenía contacto directo con Pablo más allá de nuestros costados, bien cubiertos de ropa (aunque calientes y húmedos de sudor), y mi codo sobre su muslo desnudo y el roce de las llemas de sus dedos en la por entonces hipersensibilizada piel de mi antebrazo.

Con el tiempo llegué a la conclusión de que el verdadero problema fue el calor. Ese calor que provocaba que (junto con esos extraños pensamientos míos), a pesar de la ropa que cubría la parte superior de nuestros cuerpos, estuviera siendo consciente de su costado por el calor y la humedad que se transmitía entre nuestras carnes. Ese calor que hacía que a veces me sudaran los muslos, y el propio sexo (debo aclarar que, al menos en esta fase, era única y exclusivamente sudor lo que me mojaba el sexo, nada más ¿eh? que por más que esté reconociendo por qué eróticos mundos vagaba mi cabecita, mi cuerpo no había ido ni mucho menos tan lejos… todavía). Así que, cada tanto, cuando notaba algo de brisa, separaba algo las piernas para refrescarme. Tampoco las abría mucho, ni muchas veces. Porque, precisamente, la brisa brillaba por su ausencia. Aunque como dije, en esa postura Pablo tenía cero posibilidad de llegar a verme la entrepierna. Pero… ¿es que acaso mi joven primo podía llegar a pensar en algo así? Lo siento, pero para mí algo así era impensable con Pablo. ¿Carlos sí, acaso? Lo dudaba, pero era una hipótesis que entraba ya dentro de lo posible. Evidentemente, a su edad y con su cuerpazo, y con pareja reconocida desde hacía un tiempo, era físicamente imposible que Carlos permaneciera virgen. Pero Carlos seguía en la calle, yo me había convencido de que iba a tardar mucho en volver. Y, vuelvo a repetir, Pablo ni tenía posibilidad de nada, ni aunque la tuviera podía suponer nunca un peligro real. En cuanto a mí… Reconozco que, a esas alturas, mi postura y mi cercanía a él eran cada vez menos correctas, sí, pero en estas situaciones de gustito y relax siempre me puede la atracción física de un cuerpo dispuesto a darme algo de placer... aunque sean cosquillas, calor, y un tacto agradable... La cosa no iba más lejos, por supuesto, y yo me aburría bastante, pero me encontraba tan bien allí que no me resultaba un problema, así que me arrebujé aún más contra mi primo. Carlos no iba a llegar todavía, estaba claro, y no estaba pasando nada, así que no había de qué preocuparse. En fin, quizás si en ese momento no me hubiese autoengañado renunciando a reconocer que estaba ya más que empezando a calentarme, las cosas podrían haber sucedido de otra manera. Afortunadamente… no fue así.

Sí, supongo que de tanto pensar en lo del camisón, en mis deslices corporales, en el culo de Carlos, en mi cuñado e incluso mis amigas, me había puesto levemente caliente, aunque en ese momento me lo quisiera negar a mí misma. Lo que pasa es que ese calor, y… joder, que a pesar de que para entonces yo gozaba ya de una merecida fama de hipersexual (mis conocidos más íntimos, y mis desconocidos ocasionales la resumían con la simple palabra de “puta”) lo cierto es que llevaba en aquel momento un mes largo de “paro biológico”. Es algo que no entiendo: vale, me reconozco a mí misma como sexualmente hiperactiva desde hace años, me follo lo que sea cuando se me presenta la ocasión, y cuando no… la busco. Y con esa hiperactividad me he metido en tantas historias ya, y con tantas personas diferentes, que tengo un círculo de personas entre lo que antes eran sólo amigos, conocidos, desconocidos, y hasta algún familiar, para poder disfrutar de relaciones con relativa estabilidad. Y esto a pesar, o precisamente por mi patológica –y ya para entonces militante- ausencia de pareja estable. Pero, de vez en cuando, me ocurren estos parones que mi querida amiga Meri decidió un día denominar, entre jocosos comentarios, como los “paros biológicos de Laura”. Paros de nuevas relaciones, que en ocasiones catastróficas coinciden -ley de Murphy- con épocas de ausencia absoluta de intercambio sexual a mi alrededor por incomparecencia de mis habituales. Y eso que, como digo, desde que me entregué abiertamente al activismo ninfómano, tampoco tenía ningún problema en salir a la calle y dejarme follar por el primer cerdo que se me pusiera a tiro. Naturalmente, esta actitud ha ido reduciendo la duración de mis posible paros hasta límites hasta casi asumibles por mi cuerpo, que necesita del sexo como una droga. Pero todavía en aquellos fatídicos momentos que precedieron al fin de semana en casa de mis primos, sufría de cuando en cuando duras épocas de sequía. Así, aquel día contaba ya por semanas el período de ayuno obligado. Y muy mal llevado, he de decirlo, especialemente la última semana. Cierto es que había vivido antes unas semanas de apatía, mezcladas con falta de tiempo por motivos diversos. Pero esos últimos días sí andaba con unas ganas brutales, y había hecho varios intentos con mis más fieles amantes hasta los limites más desesperados, pero todo se había conjurado en mi contra para hacer imposible cualquier tipo de encuentro. Había salido también a la caza ciega más de una noche, en plan furcia desesperada por garitos infalibles, pero me acabé encontrando con conocidos o en situaciones desagradables, y aquello terminó sin novedad. Así que llegaba a aquel fin de semana forzosamente calentita. Lo que alego aquí de manera anticipada, por si pudiera servir en mi descargo como explicación de mi situación física y mental en ese momento, de cara a lo que tengo que contar a partir de aquí. Lo que sí puedo jurar, no obstante, es que al entrar en aquella casa, si tenía yo alguna intención de romper esa mala racha justamente durante ese fin de semana… desde luego que no era en casa de mis primos.

Pero en fin, el caso es que de una manera o de otra, después de haber cenado, como digo tumbada, tan a gustito, bastante aburrida y con el fuerte calor que hacía… me entró esa agradable sensación de calor que no quise identificar, y decidí interpretar como un bienestar más cercano a la modorra. Pablo, siempre tan mono, se aplicaba en las cosquillitas: empezó por la muñeca, pero ya subía por mi brazo, y me estaba dando mucho gustito, insisto. Le notaba especialmente entregado, y se le iba notando además ya la experiencia de años, jiji... Total, que me puse aún más cómoda si cabe. Dando un paso significativo, pero al que entonces no di importancia alguna, ya que no dejaba de parecerme algo inocente, hice algo que jamás había hecho con él: me acurruqué plenamente en su costado, apoyando además mi cabeza en su cuello. Él pasó su brazo izquierdo detrás de mi cabeza, por encima del sofá, y continuó su cosquilleo con la mano derecha. Fue una sensación completamente nueva con él, ya que hasta entonces no tenía una edad suficiente para hacerlo. Pero había pegado un fuerte estirón, y ya su complexión alcanzaba lo justo como para recibir otro cuerpo adulto de manera confortable. También es verdad que, aunque hubiese sido más mayor, jamás antes habíamos oportunidad de encontranos así. Familiar o no familiar, la situación se prestaba a una cierta intimidad. Este era uno de esos momentos, aunque fuese sólo eso, cosquillas y un poco de contacto, sin llegar más lejos. Y es que yo, cuando algo me provoca placer soy tan adicta a lo físico... estaba muy a gusto, y mi primito me estaba dando más gustito con sus caricias.... me entraba el sueño, y el calor, froté mi cabeza contra su cuello, buscando un mejor acople en su cuerpo. Tenía el tronco totalmente apoyado en él, la cabeza en su cuello, sentía su cálida mejilla en mi coronilla, su aliento en mi pelo. Después del calentón de antes, necesitaba sentir esa cercanía. Además, en realidad estaba convencida de que me iba a acabar quedando dormida. Todo eso de pensar en mi coño asomando por mi ropa invitando a tantos, a Nuria, a María, a Conchita, a Lucía, a los novios de ellas tantas veces, ... a Guille con sus masajes... y a Carlos, con su cuerpazo actual, hoy mismo, por qué no, con su glorioso culo y lo que había imaginado hacerle... a mi primo, que siempre le había visto como un niño...

Pero si Carlos era un niño para mí, su hermano era un bebé. Seguía sentado en la esquina izquierda del sofá, con las piernas levantadas sobre la mesita. Yo ya totalmente incrustada en el hueco de su brazo izquierdo, que él había levantado sobre el sofá para permitirme un mejor acomodo cuando empecé a arrebujarme contra él, recibiéndome con cariño e inocencia. Sentía su cuerpo ya adolescente, con los músculos del torso que empezaban ya a formársele contra mi espalda desnuda, totalmente pegada a él. Mi camisoncito dejaba mi espalda al aire, mis fuertes hombros tan sólo tapados por los delgados tirantes. Sentía así su pecho, más fuerte de lo que cabría imaginar, contra mi espalda, casi piel con piel. Su mano derecha era la que no paraba de recorrer mi brazo derecho, arriba y abajo, produciéndome cada vez mayor estremecimiento. Me sorprendía el tacto de su cuerpo en mi espalda. Le sentía fuerte, mucho más fuerte de lo aconsejable… Casi involuntariamente, disimulando como si de nuevo buscase la postura, me refroté de nuevo contra él.

- Mmmmm… - un estremecimiento de placer, quizás originado en una de sus caricias en mi brazo, (el único punto donde de veras su piel desnuda tocaba la mía), me recorrió la columna vertebral, y se me escapó en un erótico gemido. No pasa nada, pensará que es por las cosquillas, me dije. Y cerré los ojos, abandonándome a la dulce sensación. 

Nuevo recuerdo: de nuevo los masajes de mi cuñado Guille. Masajes gloriosos en los pies... alguna vez me los besaba, se metía los dedos en la boca, cuando yo me hacía la dormida; no lo estaba, claro. Me concentraba en disfrutar del masaje, cerraba los ojos, me hacía la dormida, y Guille hacía como que se creía que estaba dormida y aprovechaba, y me besaba y chupaba mis dedos, suavemente, casi imperceptible, pero se notaba, yo lo notaba y me excitaba y entreabría los ojos y le veía. Él no se daba cuenta, aterrado de pensar en ser sorprendido, pero no paraba, y a mí me excitaba tanto verle y sentirle que me corría, me corría de veras, me corría con sus masajes siempre, y entonces él paraba de besarme al sentir mi estremecimiento pensando que despertaba, pero seguía siempre con su masaje apretando la boca. Y me miraba y yo abría un poco más los ojos, para que él viese que estaba despierta pero que no le paraba, tratando de reflejar para él, con mi expresión, aquella sensación de placer mortal. Gimiéndole “qué gustito” en un susurro, arrastrando las palabras en un jadeo, para que supiese que lo había disfrutado hasta el final... Había otras veces que me cogía los pies, y me los metía en su entrepierna. Siempre era cuando me daba masajes en la cama, antes o después de desayunar, estando los dos en pijama aún. Guille sí es de los que duermen sin calzoncillo; incluso es de los que duermen desnudo: la primera vez que le vi totalmente desnudo, fue una noche que me quedé a dormir en su casa. Fue entrando yo al baño, que estaba en su habitación, cuando llegué de madrugada tras una noche de baile. Era otra tórrida noche de verano… siempre lo son. La ventana del dormitorio abierta de para en par, la luz de la farola iluminando su cuerpo desnudo, totalmente desnudo tendido en la cama. Estaba con las piernas abiertas, boca arriba, con su gruesa polla levemente empalmada en el centro de su cuerpo y de mi mente. Todo su oscuro sexo se veía rodeado por un espeso pelo rizado, negrísimo. Los grandes huevos palpitando repletos de semen, sin duda para mí… su polla estremeciéndose al verme entrar (fue como si diese un saltito cuando me quedé mirándola, cambiando de lado, pasando de caer a la derecha de los testículos para deslizarse hacia la izquierda... aunque no caía del todo, semi hinchada como estaba). No aguanté la visión ni un segundo, ya digo. Mi boca se hizo agua, también mi coño, mi cabeza explotó... entré precipitadamente en el baño y me pajeé larga y duramente, tanto que tuve que coger un tampón de mi hermana para evitar encharcarlo todo por la noche; afortunadamente, la ventana del baño estaba entornada para que corriese el aire, lo que evitó que se concentrase el olor salvaje de mi sexo desatado. Aquella ocasión no le dejé a Guille mis bragas sucias en el cesto de la ropa sucia del baño para que se masturbase con ellas, como tenía la costumbre de hacer. Sabía que siempre lo hacía, que se pajeaba con mi ropa interior, así que siempre se las dejaba, menos cuando estaba con la regla… y ese día que le vi en bolas. Me dio vergüenza porque estaban empapadas de la brutal corrida que me había pegado. Así que salí, ya con el pijama puesto, disparada hacia el salón donde me aguardaba mi cama en el sofá de su casa. Allí me quité el pantalón del pijama y me puse las braguitas limpias que había traído para el día siguiente. Reconozco que al salir del baño no pude evitar echar una mirada de reojo. Pero Guille se había girado y estaba ya medio tapado con las sábanas. Yo había llegado muy tarde esa noche, iba a amanecer en breve y la noche había refrescado. Pese a todo pude ver todavía, perfectamente, la mitad larga de su culo, casi entero en realidad. Un culo algo gordito, peludo, fuerte y generoso. Tenía que ser una delicia, me dije. Aquella visión de una millonésima de segundo no contribuyó a aplacarme. Recuerdo que soñé todo tipo de barbaridades esa noche, en realidad no con Guille, sino con mis amigas Nuria y Meri, con quien había pasado la noche jugando a darnos picos y meternos mano, ocultándonos de la gente con la que estábamos, que por entonces no sabían todavía nada de lo nuestro (ni nos interesaban lo más mínimo a efectos sexuales, al menos en aquel momento…) Vamos, que venía también calentita, porque nuestros juegos tampoco habían pasado a mayores… y entonces fui y me encontré con esa polla… Nunca recordé bien los sueños de aquella noche, pero siempre tuve la sensación de haber imaginado en sueños las escenas más salvajes de sexo de mi vida. ¡Ya es una lástima no recordarlas! Jijiji. A la mañana siguiente, y a pesar del tampón -que amaneció hecho puré- mis braguitas limpias estaban empapadas, y tuve que pedir unas prestadas a mi hermana, diciendo que había olvidado las mías. Guille todavía me hizo antes de desayunar un delicioso masaje en la espalda, bastante casto, a no ser porque aprovechó para refrotar su polla varias veces contra mi cuerpo. Lo malo es que yo tenía entonces ya grabadas sus formas en mi mente, así que incluso a través del tacto de la espalda, a pesar de las telas de su pijama y mi camiseta que se interponían entre nuestros cuerpos, fui capaz de reconocer su piel, tacto, forma, grosor y temperatura... Tuve muchos días esculpida en mi piel su sensación, y en mi mente su imagen… pero afortunadamente esa mañana me sentía tan colmada que pude sobrellevar la situación sin mayor problema.

Después de aquella noche, volví a ver a mi cuñado desnudo con cierta frecuencia. No durmiendo, a pesar de que siempre que me quedaba a dormir en su casa entraba a la habitación simulando ir al baño con toda la intención de pillarle en bolas. Pero lo cierto es que el muy cabrón a partir de entonces no perdía oportunidad de cambiarse delante de mí, cuando encontraba algún fugaz momento en que por algún motivo nos encontrábamos a solas. Eso me hizo pensar que era perfectamente consciente de que le había visto completamente desnudo aquella noche mientras dormía, y debía estar convencido de que aquello me había excitado de alguna manera –como ciertamente había ocurrido- por lo que se esmeraba en provocarme cada vez que tenía oportunidad de hacerlo. El tío no se cortaba un pelo, como digo le encantaba desnudarse delante de mí, y cantidad de veces le ví quitarse el pijama, aprovechando fugaces instantes en que sabía que sólo yo le estaba mirando. Doy fe con ello de que él, debajo de ese pijama, desde luego que no llevaba calzoncillo ¡jijijijiji! Se quitaba la camiseta, se quitaba de golpe el pantalón y ¡alehop! ¡nada por debajo! Su maravilloso cuerpo en pelota picada, una delicia para los sentidos que tan sólo duraba unos segundos, hasta que escondía se enorme y apetitoso paquete en un apretado calzoncillo. Me llegaba, me bastaba para recrearme con sus formas, con su culo súper marcado y su polla reventando la delantera ¡pero qué ganas de agarrársela! Y luego, adiós al conjunto en unos vaqueros que para nada permitían suponer lo que escondían debajo...

Hablando de sus calzoncillos, la primera vez que deseé follar con él, pero follar de verdad, no fue cuando le vi por vez primera completamente desnudo aquella noche de verano, sino otra vez que le vi salir de la cama… (y eso es algo que le conté a él tiempo más tarde, aunque creo que nunca terminó de creerme del todo, no sé por qué).  Aquella noche fueron ellos quienes se quedaron a dormir en mi casa. Por la mañana, yo había ido a despertarles, porque era tarde y llevaba un rato despierta, aburrida. Acabamos charlando en el sofá-cama del salón, donde habían dormido. En algún momento yo me metí también dentro de las sábanas, aunque mi hermana permanecía entre nosotros, sepraándome de Guille. Él estaba desnudo de cintura para arriba, eso lo podía ver, no había necesidad de recato ni problema en mostrarlo. La situación me excitaba, claro, intenté tocarle por abajo para ver si estaba desnudo, o si llevaba calzoncillo… pijama no podía ser, porque ellos se habían quedado en mi casa de manera imprevista, sin tener ropa ni muda preparada. Yo le intenté alcanzar con mis manos simulando que abrazaba a mi hermana, pero no tuve el valor necesario para estirarme tanto como para llegar a tocarle. Tuve que esperarme hasta que él decidió salir de la cama… ¡¡y sí, llevaba un calzoncillo, tipo bóxer, completamente negro, súper ajustado, que le marcaba un paquete... monumental!! Me quedé con la boca abierta, literalmente, sin poder decir palabra. Él se dio perfecta cuenta de que yo le estaba mirando, estupefacta, mientras la boca se me hacía agua. Afortunadamente mi hermana había saltado de la cama justo antes, y había desaparecido momentáneamente. Yo salí también de la cama, y ahí nos quedamos los dos, en la cama, él con la polla morcillona hinchando su bóxer y yo sin poder evitar mirarle embobada el paquete. Creo que él no advirtió que un hilo de baba llegó a caerme de la boca en el muslo, básicamente porque al salir yo de debajo de la sábana mirando su calzoncillo, él se quedó a su vez mirándome las tetas. Había dormido en braguitas, y antes de salir de mi cuarto para ir a verles al salón me había puesto una camiseta blanca, vieja y cutre que usaba para dormir a veces. La camiseta me quedaba corta y holgada por abajo, pero era más bien ajustada de hombros y me marcaba las tetas sin sujetador perfectamente. Naturalmente me empitoné por lo erótico del momento lo que, junto con el elevado tono de transparencia de la tela blanca e ínfima calidad, dibujó el contorno de mis pechos de manera impúdica para los ojos de Guille. Sabía que miraba mis tetas y que era eso lo que estaba haciendo que su polla se siguiera hinchando delnate de mí, porque yo no le quitaba ojo tampoco a su entrepierna. Tuve los reflejos suficientes para, a su vez, abrir yo mis piernas totalmente: sentada sobre la cama, con las rodillas flexionadas y levantadas, la espalda apoyada contra la pared, le dejé ver por completo mis bragas. Fue mi respuesta a su evidente exhibición. Solo lamenté llevar braguitas, en lugar de tanga, y que fueran negras… ya que así no pudo darse cuenta de que se habían empapado en cuestión de segundos. Excitada, me pregunté si estaría notando mi fuerte olor. Guille, en calzoncillos frente a mí, clavó también la vista en mi sexo sin pretender disimular, ya que sabía perfectamente que yo no apartaba los ojos tampoco de su paquete. Me quedé sorprendida y complacida por igual cuando vi el ya enorme bulto de su entrepierna estremecerse, y la forma de su polla crecer aún más y marcarse escandalosamente contra la tela. Debía de tenerla ya casi totalmente tiesa… tiesa por mí. Me ponía a mil verle casi desnudo y empalmado por y para mí, deseaba tocar y chupar su pecho y su leve tripilla, cubiertos de ese espeso y deseable pelo negro apenas rizado, parecía tan cálido y suave, sus pezones, sus pectorales marcados, su excitación tan visible como la mía, e incluso más evidente por la vibrante erección que amenazaba con reventar sus calzoncillos… Enloquecida y muy cachonda, decidí dar un pequeño paso más… levanté con mi mano derecha el bajo de mi camiseta, acariciándome la piel de la tripa con los dedos mientras subía poco a poco hasta mis tetas… subí la tela hasta casi mis pezones, y empecé a acariciarme los senos muy suavemente, de forma casi, casi inocente, mientras dejaba las parte baja de mis peras al descubierto para que Guille pudiera vérmelas.

-       Uffffff… - gemí.

Tenía ganas de enseñarle las tetas por completo, y estaba a punto de dar el paso. Me dolían los pezones de duros que los tenía… Guille se abrió de piernas también, echando para atrás su torso. La tienda de campaña se erguía poderosa entre sus piernas sin ningún complejo ni pudor. Habíamos traspasado una clara barrera al ofrecernos el uno al otro nuestra excitación y nuestro visible deseo sexual. Con mis piernas abiertas y el coño mojado, yo sabía que se me tenía que estar marcando todo en la tela negra. Guille contemplaba mi vulva aplastada contra aquel andrajo húmedo, donde debían de estar delineándose las formas de mis labios, de mi raja, de mi clítoris queriendo hincharse y ser comido. Tanto como yo notaba su falo clavarse como una flecha contra la tela levantada de sus gayumbos. Al echarse él hacia atrás, quedando en vilo al borde de la cama, los laterales de su calzoncillo levantado se abrieron… en la oscuridad de su entrepierna pude entrever pelo negro largo y suavemente rizado que llegaba a asomarle por los lados, y las formas redondas de sus testículos, sin duda deseosos de llenarme y cubrirme de semen por todas partes… No dudaba que también el debía estar viendo abundante vello púbico asomando, pastoso y brillante de mis flujos, por los lados de mi vulva. Mantuve mis tetas medio al aire dejando la camiseta subida con mi mano derecha, mientras llevé la izquierda a mi entrepierna, metiéndola en mis bragas. Bajé la tela un poco y dejé que me asomara el flpudo por arriba. A Guille se le salían los ojos y mi corazón latía a mil cuando estiré mi dedo medio y empecé a frotarme la concha muy, muy levemente…

-       Sí… ufffff… - respondió él. Sin dejar de mirarme, llevó una mano que apoyó, casi sin cerrar los dedos, sobre su falo erecto. Justo en aquel momento se escuchó la puerta del baño. – Mierda – musitó él – va a ser mejor que me vaya… - escupió en un susurro casi inaudible.

Se incorporó, y empezó a incorporarse, visiblemente azorado por el descontrolado bulto que llevaba entre las piernas, incapaz de disimular lo más mínimo su presencia al levantarse. Flipé cuando le vi meter la mano en su calzoncillo y agarrarse aquél monstruo para recolocárselo, poniéndolo hacia arriba, pegado a su vientre. Creo que pude verle el capullo desnudo, brutal, hinchadísimo, brillante y de un colo rosa oscuro, casi violáceo… Sin decir nada salió disparado y se perdió, llevándose su calentón, en el pasillo que llevaba al baño. Pero mi calentón no era menor que el suyo, así que también me levanté rápidamente, alarmada porque estaba mojando demasiado, y abrí la puerta de la terraza, ya que me daba la sensación de que empezaba a oler demasiado a sexo. Él me comentaría, tiempo más tarde cuando hablamos sobre ese momento, que se metió en el baño para hacérsela, porque tuvo una erección de caballo al ver que yo le miraba así y además le abría las piernas ofreciéndole mi sexo en bandeja y empezaba a enseñarme y a tocarme. También yo le confesé que estaba igualmente excitadísima, porque pocas veces había tenido una reacción tan brutal con nadie… A pesar de ello, él siempre me decía que para mí todo empezó el día que le vi desnudo. Lo cierto es que para mí en buena parte la cosa había empezado mucho antes, llevaba con ganas de liarme con él casi desde que empezó a salir con mi hermana. Pero, sin la menor duda, no fue cuando vi su polla desnuda por primera vez, sino ese día al verle la polla dura, empalmada, cuando me puse como objetivo vital el llegar a follar con él. Y me empezó a obsesionar tanto que, desde luego, no pensaba en un simple polvo… Es curioso, porque aunque evidentemente él también me lo estaba pidiendo a gritos ya a esas alturas, yo todavía después de ese día pensaba que lo que quería era algo poco menos que inalcanzable. Pero lo cierto es que no me iba a costar tanto como entonces podía pensar. Eso sí, en ese momento me obligué a pensar en otra cosa, porque empezaba a chorrear abundantemente por los muslos. En cuanto pude, me metí también yo en el baño. Estaba algo más calmada cuando me puse bajo la ducha fría y me lo hice, despacio, muy lentamente, pensando en lo que acababa de ver, ese gozoso paquete, y pensando en lo que podría hacer con él mientras mis manos me arrancaban un dulce e intensísimo orgasmo. Puede ser cierto que esa corrida no fue tan brutal como la paja que me hice la noche en que le vi desnudo en la cama, pero en realidad es que no me hice sólo esa paja… Intenté olvidarlo durante el día, pero al caer la noche la imagen volvió a embriagarme: esa noche no dormí, la pasé metiéndome un tremendo calabacín, que por suerte acababa de comprar esa tarde, tan fresco y suave… Aunque nunca se lo conté y nunca lo haré, hundí aquella hortaliza en mis entrañas múltiples veces, estallando en sucesivos orgasmos, dominados siempre por la imagen del pollón creciendo en su calzoncillo, ese paquete vibrante y que debía de estar muuuuy caliente. Al día siguiente en el trabajo lo pasé fatal, no podía concentrarme, me quedaba dormida, no dejaba de pensar en él -en su paquete- y me dolía el coño a muerte. Nunca me había pasado algo así, y estuve así toda esa semana. Estaba tan mal que hasta al final perdí la cabeza y acabé liándome con mi jefe… No me arrepiento de eso, tampoco, en fin, era algo que antes o después pasaría, porque mi jefe llevaba rondándome tiempo (entonces aún le daba importancia a temas como que fuera mi jefe… pero después de ese vendrían muchos más jefes y jefas, y tengo claro que follarse a un jefe no es algo que particularmente tenga que incidir para mejor o peor en la relación laboral, sencillamente la hece diferente). Pero aunque se dice que un clavo saca a otro clavo, el clavo de mi jefe no terminó de sacarme mi obsesión por la polla de Guille. Aquel fin de semana les invité a él y a mi hermana a comer a casa. Guille se relamió con la crema fría de calabacín que les preparé. No me molesté en lavar la hortaliza, más bien al contrario, la regué nuevamente con mis flujos antes de cocinarla, consiguiendo así que Guille probara mis sabores, aunque fuera sin saberlo. Tenía que conseguir como fuera liarme con él.

Por mi parte, a mí me costó bastante más alcanzar su total desvergüenza para enseñarme totalmente desnuda delante de él. En realidad la primera vez que le ofrecí un desnudo integral fue ya cuando lo hicimos todo por primera vez (y digo todo, ¡todo!)... Eso sí, lo intenté mil veces. Hacía pequeñas travesuras: dejar escapar una teta al tirarme de cabeza a la piscina, dejárselas ver, o directamente enseñárselas cuando iba sin sujetador… incluso muchas veces avisándole de que me lo iba a quitar, y haciéndolo delante de él. También muchas veces le enseñaba la bragas: que si son nuevas, que si mira qué bonitas… O le he invitaba a meterse conmigo en un probador (en realidad, en ropa interior no me costaba tanto enseñarme, y me debía conocer ya de memoria, jiji). También ese bikini que nunca usaba cuando estaba con la familia, porque es una especie de encaje de lana gruesa, que aunque la braguita tiene forro (aunque el forro no cubre toda la braga, sino solo la parte central, como para tapar lo justo el coño y la raja del culo, de forma que la parte trasera de encaje dejaba bastante al aire las cachas de mi culo, la verdad), no tiene forro alguno en la parte de arriba, por lo que es fácil que se escapen los pezones por los agujeros del encaje… sobre todo los míos, para los que su estado natural es la erección, en mayor o menor grado pero siempre de punta. Tengo pezones grandes, con la areola tan abultada que, en comparación con alguna amiga mía especialmente plana, casi parecen una segunda teta (sólo mis areolas son casi tan grandes como las tetas de mi amiga Nuria, jiji; aunque es ese pecho plano una de las cosas que más cachonda me ponen de ella... ¡brrr! qué buena está…) Recuerdo la vez que me puse ese bikini delante de él, yo estaba muerta de miedo porque estábamos en la piscina en casa de mis padres, y me aterraba que me mirasen mal ellos o mi hermana, aunque ya me lo habían visto antes y nunca dijeron nada. Ese día Guille estaba un poco rayado, quería irse de vuelta a su casa y yo intenté retenerle... Lo más curioso es que nadie reparase en que me cambié de bañador sin ningún motivo. Todo el día había llevado el mismo, un bikini negrito, corto y apretado aunque razonablemente discreto. Sin más, me fui a cambiar y, de repente, aparecí con el llamativo bikini azul turquesa. Y, realmente, sólo Guille se fijó en mí: me miró intensamente -pero claro, siempre me miraba así cuando iba en bikini (en realidad casi siempre me miraba así, jiji). Creo que sabía de sobra cuál era el bikini que llevaba, jamás me lo había visto puesto, pero estoy convencida de que lo conocía, porque más de una vez le había visto husmeando entre mi ropa en el vestidor de casa de mis padres. Me alejé de su vista para lanzarme a la pisci, necesitaba frío en mi piel. Pero de ahí salí en seguida, y me metí por el ventanal de mi cuarto que da a la piscina yla parte de atrás para ir al baño y mirarme al espejo: más duros imposible. Cuando los tengo así, que es casi siempre, y más cuando me baño en la piscina, se vuelven brutalmente evidentes, especialmente bajo la delgada tela de un bikini, y más con aquél. Me lo coloqué bien, tirando de aquí y de allí y ¡sí! Mis dos canicas duras y orgullosas asomaron metida cada una en uno de los agujeros de encaje de la lana del bikini. Perfecto, se me veían directamente sin problema, y a través de los agujeros de alrededor se veía perfectamente la areola rosa oscuro contrastando contra la pálida piel de mis pechos. Salí entonces a buscarle. Él estaba con mi hermana, a punto de irse, aunque entonces Guille intentaba retrasarla, haciéndose el perezoso. Un estremecimiento de placer me recorrió: no tenía duda de que lo hacía esperando volver a verme con aquel bikini. Diría que le compensé con creces: Guille no volvió ya a mirarme la cara mientras permaneció en casa. Cada vez que me miraba lo hacía a mis tetas, se le veía punto de perder los nervios, me estaba viendo los pezones enteros, duros, plenos, perfectamente desnudos a través de los grandes agujeros del bikini, con sus abultadas areolas y sus brutales puntas hinchadas, asomando por entre los agujeros de la tela, mientras que el resto del pecho que quedaba bajo ese erótico sujetador se dejaba ver también por los múltiples agujeros del calado del tejido. Guille tenía mis tetas a la vista, vaya, y no dejaba de mirarlas. Y cuando me daba la vuelta, seguí sintiendo su mirada clavarse en la piel al aire de mi culo… Me sentía una puta para él, su puta, y esa era una sensación que me hacía sentir bien. En ese momento se produjo un cambio de opinión por su parte, comenzando a proponer todo tipo de argumentos para permanecer más tiempo en la casa en lugar de regresar a Madrid. No me cupo duda, el reclamo de mis tetas era demasiado fuerte, y él daría lo imposible por seguir viéndomelas un segundo más. Le volvían loco mis tetas como a mí me volvía loca su polla. Le volvía loco yo, como a mí siempre me había vuelto loca él. Lamentablemente mi hermana estaba decidida a marcharse, y yo estaba tan nerviosa por lo que estaba haciendo, que no fui capaz de articular palabra para impedirlo… Eso sí, cuando él se despidó de mí con un beso (siempre nos saludábamos con un solo beso en la mejilla, en lugar de dos), no sé cómo se las arregló para rozar con el dorso de su antebrazo uno de mis pezones duros al aire. Lo que sentí fue tan fuerte que no pude evitar que mi coñito se encharcara, notando un cálido reguero de flujo escurrirse entre mis muslos. Bueno, quizás esto que acabo de contar pueda no resultar demasiado atrevido, pero es cierto que produjo en mí una sensación de deseo tan fuerte que me tuvo caliente durante semanas. Sí, seguramente he tenido momentos más atrevidos para mostrarme ante él, como la vez que dejé la puerta del baño abierta de par en par para que me viera en tetas. Lo hice solo una vez, y me dio tanta vergüenza que, cuando él se quedó de piedra mirándome, no lo pude soportar y acabé pidiéndole que se marchara... Eso sí, mantuve la compostura y en ningún momento me cubrí, sino que se las mostré aún más, aunque sin mirarle directamente a la cara, sino siempre a través del protector reflejo del espejo del baño.

Casi estuve a punto otra vez, en mi primera casa de Madrid, en el mismo lugar en el que terminaría por pasar todo con él otro ardiente verano, algún tiempo más tarde. Como la otra vez, Guille y mi hermana se habían venido a cenar, y acabaron quedándose a dormir en el salón. Yo había pasado esa noche intentando tontear un poquito, porque recordando lo que había sucedido cuando durmieron allí mismo unos meses antes, estaba muy tentada de intentar provocarle, aunque sabía que era inviable hacer nada con mi hermana en medio. Aún así, empecé que si qué calor, que si mejor me quito el suje  que no lo aguanto, que si me voy a poner un vestido cómodo para estar por casa (cómo no, un vestido mínimo, que me quedaba pequeño, marcando mis pechugas y mi culo que amenazaban por salirse debido a lo exiguo de la tela),  que si mira mis braguitas, qué chulas, con estas rayitas de colores que van a juego con mi bolso... Estaba súper salida, con aquél vestido y sin sujetador no tenía que esforzarme nada para que me viera las tetas, y él se dio un festín sin molestarse en disimular delante de mí (solo se cortaba cuando mi hermana podía pillarnos), ya que debía tener claras las intenciones evidentes de mis maniobras. No me importó hacer cualquier barbaridad, hasta quedarme convencida de haberle calentado lo suficiente como para que se animara a intentar probar una incursión nocturna. Previsora, dejé la puerta abierta para que corriese el aire, con la excusa del calor. En realidad siempre lo hago en verano, a no ser precisamente que tenga invitados en el salón. Esa noche me salté mi norma, precisamente por tenerle a él en salón… Sabía que iba a venir, y vino. Varias veces en realidad. Yo le esperaba, no pude pegar ojo en toda la noche mientras aguardaba su aparición. Estaba desnuda sobre la cama -había apartado a un lado las sábanas, quizás no hacía tantísimo calor, pero así lo hice. Tan sólo cubierta por mis braguitas, esas que ya le había enseñado por la tarde, de anchas rayas horizontales amarillas, rojas y marrones, (no son de tira sino de banda ancha, quizás me tapaban más de lo debido, pero eran las que llevaba puestas y como ya se las había enseñado… Maldije mi imprevisión al hacer ese movimiento, pero no me decidía a cambiármelas por otras más ligeras. Intenté subirlas un poco por el culo, pero no paraba de moverme por los nervios, y no podía controlar que se quedaran suficientemente subidas. Al principio me tumbé boca arriba, pero no soy capaz de dormir así. Además me daba un poco de vergüenza... o más bien pudor por si me pillaba mi hermana expuesta de una manera tan evidente. En realidad, tras despedirme esa noche de mi hermana cuando ella se metió en la cama -él ya lo estaba- yo me había desnudado en primer lugar completamente, pero tardé poco en volver a ponerme las braguitas: tenía el coño increíblemente poblado ese día, y una visión tan salvaje iba a ser ya absolutamente imposible de explicar, con la puerta abierta de par en par. Quién sabe qué hubiese pasado de haberlo hecho, quedarme del todo en bolas o incluso haberme puesto un tanguita o alguna de mis prendas de lencería más provocadoras. Bueno, estoy casi convencida de que él se hubiese lanzado a todo ya. Y no creo que hubiese sido capaz de controlarle ni de controlarme, lo cual podía haber sido un plan perfecto en caso de haber estado los dos solos. Pero el problema vendría si era la otra persona que dormía con él la que se despertaba, ¿cómo justificar que dormía totalmente desnuda, mostrando impúdica todo mi cuerpo con cero vergüenza, el coño peludo y abierto tan de par en par como la puerta de mi habitación frente al cuarto de baño? ¿O cómo justificar el cambio de unas bragas corrientes por otras dignas de una película porno de segunda? Así que volví a cubrir mi entrepierna, ocultando mi sexo selváticamente salvaje con mis braguitas, que noté frescas de la humedad, en contraste con mi coño caliente y mis tetas que ardían… Empecé a tocarme, más y más; primero pensaba en él cuando me estrujaba los pezones y me apretaba los pechos. Cuando me metí la mano en el elástico de las bragas, decidí que me vendría bien masturbarme para relajarme un poco. Luego ya se me fue la cabeza: mientras con mi dedo avanzaba por la poblada piel, enredando mis otros dedos en la caliente y espesa mata de pelo largo y rizado, entrando en mi raja, separando labios y pliegues y profundizando más y cada vez más, y otro dedo, y otro y otro más… (en esos momentos me alegro especialmente de tener los dedos tan largos, y entraron todos, los cinco y aún de la otra mano me metí, penetrando hasta el fondo de mi cuerpo) y estallé en sucesivos espasmos, y me tuve que tapar la cara con la almohada y morderla y apretarme fuerte contra ella como si me quisiera dejar sin respiración, ¡estaba loca, hacer eso, con la puerta abierta y ellos durmiendo al lado! No podía contener gritos, gemidos, jadeos, de tan brutal explosión, imaginando que se había levantado de la cama y era él quien tenía un brazo entero hundido en mi sexo.

[continúa…]