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Mem001 - Cómo empezo

en Grandes Series

Saludos lector/a. Ante todo, te agradezco que hayas dedicado parte de tu tiempo a leer este escrito. Empezaré por presentarme: me llamo Álex y soy informático. Mido un metro ochenta, soy moreno de pelo corto y de ojos color miel. He nacido, me he criado y sigo viviendo en la misma ciudad de España, pero he tenido la suerte de viajar y ver mundo. Y llegado este punto en mi vida, creo que es momento de dejar por escrito cómo ha sido.

Siempre digo que mi vida real empezó con dieciocho años, cuando decidí meterme a estudiar el ámbito que me gustaba desde pequeño: la informática. Antes era como si hubiera estado enchufado a Matrix, viviendo en mi propio mundo sin ser consciente de la realidad. Y, por supuesto, nunca antes había tenido relaciones. Aunque conocía de sobra las ventajas de la masturbación.

El centro de estudios donde me apunté no era muy grande, las aulas tenían un máximo de quince alumnos. Para aprender venía bien, para ligar no tanto. Y menos en informática, donde el porcentaje de mujeres es menor. Durante los dos años que duraron esos estudios solo tuve tres compañeras. Y la historia de hoy tiene como protagonista a una de ellas: Sandra. Una morena que media alrededor de un metro setenta, con los ojos azules, grandes caderas y unos pechos sacados de dibujos japoneses. Con una característica aún más llamativa, una larga melena super rizada. Siempre pensé que ese pelo totalmente liso debía tocar el suelo.

Siendo tan pocos en clase, la amistad vino por si sola. Conversabamos de manera asidua, generalmente de estudios, pero me contó muchas cosas de su vida. Entre otras cosas que tenía novio, y eso era algo que respetaba en aquel entonces. Así pasó todo el primer curso y llegó el segundo. Habíamos pasado a ser ocho alumnos en clase y ella dio un tremendo giro en su forma de comportarse conmigo: más miradas, más roces… Siempre fortuitos y casuales. Ese verano un problema personal cambió mi forma de ver el mundo, y empezaba a mirarla con otros ojos. Seguía su juego, lanzaba indirectas y era picante con ella. Siempre en tono de broma, pero con un toque de seriedad, por si acaso.

Así llegamos a la cena de navidad con los compañeros de clase, con su correspondiente fiesta posterior. Mi estómago no tolera ciertas sustancias, entre ellas las alcohólicas, así que mientras ellos bebían como si el mundo se fuera a acabar, yo me dedicaba a almacenar anécdotas que ellos preferirían olvidar. Esa noche, disfruté de una Sandra super sexy, con un precioso vestido negro ajustado y escotado. El alcohol la desinhibió más de lo normal: estuvo muy cariñosa, bailaba muy pegada a mi y me abrazaba en cuanto podía. Así llegó la hora de irse y las circunstancias hicieron que la acercara a su casa. Durante el trayecto pasamos por una zona industrial poco concurrida y me pidió parar para vaciar la vejiga. La acompañe a una zona oculta y me alejé para que tuviera intimidad. Mientras observaba el silencio de la calle, me dijo algo totalmente inesperado.

  • ¿Te acostarías conmigo Alex?

Me volví para verla, de pie y con las bragas por los tobillos. Mi estómago se estremeció y mi corazón se aceleró. Pero mi cerebro era más rápido que ambos.

  • Así no, Sandra.

  • ¿No te gusto?

  • Sí, pero has bebido demasiado. Mañana me lo vuelves a preguntar y lo vemos.

Ella no insistió más, se vistió y subió al coche. Se quedó medio dormida camino a su casa y se despidió con un sonoro beso en la mejilla, rozando la comisura de mis labios.

Los días siguientes tuve largas conversaciones conmigo mismo, dudando de lo que había hecho. Sandra me gustaba y cierta parte de mí se lamentaba de haber perdido una oportunidad que quizá nunca más volviera a tener. Pero otra parte de mi quería que nuestro encuentro fuera recordado y disfrutado por lo dos. No había vuelto a hablar con ella desde esa noche y quería saber que pensaba.

Llegó fin de año y con ello mi cumpleaños, ya que fui uno de esos afortunados que salen en las noticias como primer bebé del año. Entre tantas felicitaciones, un mensaje de Sandra: “Felicidades guapisimo! Tengo un regalo para ti, podemos vernos estos días?”. No tardé en responder, quedando un par de días después

El día acordado pasé a recogerla para ir a cenar. Sandra apareció con unos vaqueros ajustados y una camisa de botones bastante ceñida debido al tamaño de sus pechos. Me saludó con dos besos muy simpática, pero algo más distante que las últimas semanas. Cenamos y charlamos relajadamente. Al terminar, me guió a un sitio que conocía, que resultó ser un parking con pocos coches y menos luz, donde las parejas buscaban intimidad. Detuve el coche en un sitio apartado y esperé a que ella diera el primer paso.

  • Me gustaría hablar del otro día -dijo en un susurro.

  • A mi también.

  • Llevo unos meses que Diego y yo no estamos bien. Discutimos mucho y apenas pasamos tiempo juntos. Tenía muchas cosas en la cabeza y necesitaba despejarme, por eso bebí tanto… -tenía la mirada baja y dudaba en las palabras-. Quería darte las gracias por no haber hecho nada conmigo el otro día.

  • No me las des, no hace falta.

No tenía claro a dónde nos iba a llevar la situación, pero ella dejó el camino claro cuando me miró a los ojos y preguntó.

  • El otro día dijiste que no te acostarías conmigo, ¿lo harías hoy?

  • Depende de por qué lo hagas. Me gustas y estaría encantado de acostarme contigo. Pero si lo haces por despecho…

  • No, no es por eso -me acarició la mejilla con una mano-. Tú también me gustas, me encantan tus ojos y cómo me miras…

  • Pero…

  • ¿No te importa que tenga novio? -se alejó un poco, dudosa.

Durante un momento, razón e instinto debatieron en mi cabeza. Mi instinto tomó ventaja y, manteniendo el orgullo, respondió con firmeza.

  • Eres tú quien debe responder a esa pregunta. La responsabilidad de tu relación no es mía. Pero ten claro por qué te quieres acostar conmigo.

Noté como razón e instinto de Sandra también debatían qué hacer. Y supe quién había ganado cuando su mirada se volvió segura y decidida. Nuestros labios se juntaron mientras nos acariciamos la nuca. Nunca había sentido mi corazón latir con tanta fuerza, los segundos me parecieron horas. Quería tocar todo su cuerpo pero, como novato, apenas mal acariciaba su nuca y espalda. Sandra se pasó al asiento trasero, y abrió los brazos para invitarme a acompañarla.

Nuestras bocas se juntaron, las lenguas jugaban entre sí y las manos empezaban a buscar el contacto de la piel. Me encantaba como besaba Sandra, el sabor dulce y húmedo que acababa de descubrir era como una droga. Mis manos abrieron su camisa y buscaron su espalda mientras ella acariciaba mi cabeza y pecho. Era invierno y hacía frío, pero los cristales pronto estuvieron empañados del calor que desprendíamos. Ella se liberó del sujetador y pude ver sus grandes pechos. Mis manos fueron directas a ellos, ansiosas de acariciarlos, recorriendo su contorno y forma mientras ella gemía con suavidad. Nos quitamos los pantalones, quedando solo en ropa interior, y ella empezó a acariciar mi entrepierna por encima de la ropa. La besé el cuello mientras ella gemía en mi oído excitando aún más mi cuerpo.

Sandra se sentó sobre mi, poniendo sus pechos en mi cara. Eso abrió otra puerta en mi interior y me llevé uno de ellos a mi boca. No sabía tan húmedo como sus labios pero sí más dulce. Sus gemido dejaron de ser suaves y empezaron a ser cada vez más intensos. Noté como me bajaba los calzoncillos y sacaba mi miembro al exterior. Su mano me resultaba agradable y excitante a la vez, confrontada con el frío que hacía en el ambiente. En ese momento fuí yo el que comenzó a gemir cuando su mano acerco mi miembro hacia algo húmedo y caliente. Sandra iba tres pasos por delante de mí y yo no dejaba de parecer estúpido.

Apoyó la base de mi polla contra su entrepierna y movió las caderas para que se acariciaran. Me agarró de la cabeza para besarme con fuerza, totalmente excitada y gimiendo sin parar. Yo nunca me había sentido así, a la vez tan afortunado y estúpido, totalmente sometido por esa mujer. En pocos segundos nuestras piernas y parte del asiento estaban empapados. Sandra alzó el brazo hasta su bolso para coger un condón y, con una destreza maravillosa, lo abrió y enfundó mi polla antes de que me diera cuenta. Ya era consciente de que era mi primera vez y se había adueñado de la situación desde un principio. Ni siquiera nos habíamos hablado hasta que dijo:

  • Relájate y disfruta.

Con su mano apuntó nuestros sexos entre sí mientras dejaba caer su cuerpo sobre el mío. Mi cuerpo se estremeció con sensaciones desconocidas,notaba como mi polla era abrazada por su interior quedando encerrada. No pude reprimir un gemido ante esa sensación de abrir su interior, que ella respondió con una sonrisa. Su cuerpo finalmente chocó contra el mío, quedando todo mi sexo dentro del suyo. Sandra me besó suavemente para que asimilara todas las sensaciones que estaba recibiendo. Poco a poco su cuerpo iba subiendo y bajando, metiendo y sacando mi polla de su interior. Notaba una tormenta de estímulos en mi cuerpo que me hacían gemir sin parar, aumentando junto a su ritmo.

Me estaba volviendo loco, acariciaba sus pechos y la besaba como poseído. Quería hacer tantas cosas que no estaba haciendo ninguna. Antes de ser consciente de ello, Sandra estaba literalmente saltando sobre mí con intensidad. Sus gemidos se habían convertido en gritos y mis caderas empezaban a notar la fuerza que estábamos ejerciendo. No se cuanto tiempo llevaba cabalgandome, cuando noté que mi límite se alcanzaba y mi orgasmo era inminente. Sandra comenzó a convulsionar mientras sus piernas aflojaban, notaba el éxtasis recorrer su cuerpo mientras mordía mi hombro ahogando un grito. Antes de que se detuviera, la embestí con la poca fuerza que me quedaba para llegar a mi clímax. Nunca me había corrido tanto como aquella vez, y por supuesto ninguna paja que me hubiera hecho podía compararse con esa sensación. Nos besamos con fuerza mientras mi orgasmo llenaba el condón.

Estuvimos un minuto sin movernos, dejando que nuestros cuerpos relajarse mientras los besos se volvían tiernos. Me hubiera quedado así durante horas, pero una vez pasada la pasión el frío volvió a aparecer. Nos limpiamos y vestimos, y aguardamos en el coche hablando de cosas que, como comprenderéis, he olvidado completamente. Parecíamos dos amigos charlando, pero nuestras manos siguieron entrelazadas hasta que llegó la hora de irnos.

Nunca ha dejado de sorprenderme la capacidad del universo para ofrecer multitud de posibilidades cada segundo. Y apenas una semana después llegó una posibilidad que no rechacé y cambió mi vida totalmente: un trabajo. Este trabajo me supuso estar tres meses estudiando por las mañanas y trabajando por las tardes, lo que limitó mi relación con Sandra. Pero ese trabajo me presentó cosas que yo desconocía...