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Prostituta por necesidad (2). Dinero fácil.

en Sexo Anal

El trabajo de puta es a veces un trabajo complejo. No siempre se trata de follar, a veces se trata de escuchar. Muchos clientes solo quieren ser escuchados, quieren poder hablar con libertad, contarte sus alegrías y sus miserias, a veces sus fantasías y a veces sus tabúes.

Aquella mañana Daniela me llamó para conocer mi disponibilidad. Mi disponibilidad, ja, como si pudiera permitirme el lujo de no estar disponible. Le dije que estaba libre.

  • Es un trabajo muy fácil, me dijo, Carlos, un señor de unos sesenta años, educado, buena persona, que solo habla. Ya ha estado con todas las chicas de la agenda y con todas se ha limitado a hablar. Dinero fácil.

  • Sí, claro, sin ningún problema, pero ¿qué tarifa aplico el servicio de “oyente”?

Daniela se rió.

  • Tarifa mínima, no hay que abusar, me dijo mientras seguía riéndose.

  • Bien.

Me dio la dirección, era uno de los pisos de alquiler por horas que solíamos utilizar.

Como buena profesional, fui puntual. El hombre que me abrió la puerta era maduro como me había dicho Daniela, pero se me daba mal calcular edades. Tenía el pelo rizoso bien cortado y muy canoso y eso puede que me hiciera verlo mayor de lo que era. Me miró de arriba abajo, examinándome con detalle, y me dejó pasar.

  • Eres muy joven, pero en las fotos pareces lo pareces más aún.

  • Sí, eso me dicen, supongo que el vestido de colegiala y las gafas tienen su influencia.

  • Sí, seguramente sí.

  • ¿Quieres tomar algo, café, agua o algo?

  • Un café está bien, gracias.

Carlos desapareció en dirección a la cocina y yo me senté. Al poco apareció con una bandeja y las bebidas. Aquello contribuyó a relajar el ambiente, los primeros momentos entre puta y cliente siempre son “violentos”.

Se sentó y empezó a hablar mientras yo me tomaba el café. Daniela tenía razón, o era un charlatán incorregible o era una persona con una enorme soledad que pagaba para sentirse un poco acompañado. Me contó historias de su trabajo, de sus viajes, de sus hijos, de su esposa fallecida ya hacía diez años. Al final quiso indagar por mi vida, el porqué me dedicaba a lo que me dedicaba, que qué tal lo llevaba, que cómo eran los clientes. Imagino que dependiendo de cómo fuera mi historia, sus juicio sobre mí adoptaría algún sesgo, tal vez quisiera saber si yo era una puta por vicio, una puta con necesidad de redención, una puta por necesidad, no lo sé, noté cierto paternalismo en sus preguntas y reacciones.

Yo le fui contando, más o menos, sin mentiras pero tampoco con demasiados datos.

  • He visto tu catálogo de servicios, es muy amplio, me dijo.

  • Sí, le respondí sonrojándome, soy joven pero ya he experimentado lo mío.

  • Eso está bien, dijo sonriendo, pero ¿de verdad ofreces todo lo que dice la lista?

  • Sí, claro, todo.

  • Es que he estado con muchas como tú y al final la mitad de la mitad.

  • Bueno, no sé, de momento nunca me he negado a ninguna petición de un cliente.

  • Ya, dijo en un tono repentinamente entristecido.

  • ¿Ocurre algo?

  • No, es que me acuerdo de mi esposa.

  • Lo siento, ¿la echa mucho de menos?

  • Mucho, era la única con la que podía dar rienda suelta al placer.

  • Bueno, yo estoy aquí para su placer también, solo tiene que decirme qué le apetece.

  • Siempre me apetece lo mismo, un buen culo, pero luego la cosa siempre se estropea.

  • No tiene por qué ser así, le dije mientras pensaba en un posible extra que podría facturar sin descontar la comisión.

Me levanté y me puse delante de él dándole la espalda. No es por narcisismo, pero mi culo suele tener bastante éxito y los vaqueros que vestía lo hacían aún más llamativo. Los desabroché y los bajé lo suficiente para dejar mis nalgas al descubierto mientras mi inclinaba un poco hacia adelante. Inmediatamente noté sus manos posadas en mí, acariciando con delicadeza mi piel. A continuación sentí unos labios y al mirar lo vi con los ojos cerrados mientras besaba con candor mis cachetes. Llevé una mano hacia atrás y la posé sobre su pelo, acariciándolo también mientras sus labios recorrían mi piel milímetro a milímetro. Terminé de quitarme el pantalón y las bragas y volví a la posición.

El volvió a acariciarme y besarme. Con mis manos separé ligeramente mis nalgas y eso le hizo suspirar. Acercó su lengua mi esfínter y empezó a lamerlo con delicadeza, como si fuera un manjar que hubiera que degustar despacio.

Sabía lo que hacía, aquello me estaba calentando mucho. Mientras su lengua seguía jugando un dedo inspeccionaba mi mojadísimo coño.

  • Estás deliciosa, me dijo, pero acabarás echándote atrás.

Me incorporé, lo miré a los ojos.

  • ¿Por qué tanta historia? El anal está en mi catálogo de servicios, ¿es que no puede pagarlo?, le dije. Y si lo puede pagar, ¿para qué tanta queja?

Me miró con cara de “niña, tú no entiendes nada”, se separó un poco de mí y se desabrochó el pantalón, lo dejó caer mientras se bajaba el slip.

Joder, lo que apareció ante mis ojos no era real, no podía serlo. Tiesa, apuntándome, y de un grosor monstruoso. Era una polla con forma de huso, delgada en la cabeza para ir ensanchándose a lo largo del tronco, muy muy gruesa hacia la mitad y luego de nuevo estrechándose hacia el final.

No sé qué cara puse, pero él la puso de resignación.

  • Todas reaccionáis igual, primero muy dispuestas para luego echaros atrás cuando veis mi polla.

Tardé en reaccionar, mis ojos no se apartaban de aquella polla, no sabía qué decir ni qué hacer. Pero en un momento dado mi cabeza empezó a activarse, “Eva, eres puta, te has hecho puta por el dinero, necesitas el dinero, los desafíos siempre te han motivado, inténtalo, inténtalo, inténtalo”.

  • Estoy dispuesta a satisfacer sus necesidades, le dije.

Puso una cara extraña, entre alegría e incredulidad.

  • ¿Estás segura?

Mi lado comercial y negociador asomó con fuerza.

  • Usted ha dicho que lo desea y que nadie salvo su mujer le ha dado lo que necesita y le gusta.

  • Sí.

  • Le propongo un trato.

La incredulidad desapareció de su gesto para ser sustituido por la esperanza.

  • Lo que me pidas.

  • Planteemos tres metas, cada una con un precio.

Sonrió.

  • Si no consigue follarme el culo, me olvidaré de que lo ha intentado y le cobraré la tarifa básica.

  • Bien.

  • Si consigue meter ese monstruo dentro de mi culo, solo meterlo, me pagará el doble de la tarifa de sexo anal.

Soltó una carcajada pero estuvo de acuerdo.

  • ¿Y la tercera meta?

  • Si me la mete, me folla y se corre dentro de mi culo me pagará cinco veces la tarifa.

Sus ojos brillaron, su polla que había empezado a deshincharse durante la conversación, volvió a enderezarse y endurecerse.

Se acercó a mí por detrás, sin decir nada, y me abrazó mientras empezaba a besar mi cuello y frotaba su polla, cada vez más dura, contra mi culo. Una mano empezó a jugar con mis pezones, que respondieron rápidos a sus caricias, mientras su otra mano bajó hasta mi coño separando mis labios a la vez que dos dedos me penetraban profundamente. Gemí, gemí con fuerza a la vez que mi vagina se encharcaba y todo esto, mi humedad y mis gemido, parecieron volverlo loco.

Noté como la mano del pecho cambiaba de posición y un dedo comenzaba a hurgar en mi culo. Conocía esa sensación y me gustaba. Sin embargo, el recuerdo de lo que había visto minutos antes me asustaba. Quise echarme atrás.

  • Tengo miedo, le dije gimiendo mientras él no paraba de masturbarme por ambos agujeros, no va a caber, perdone por lo que dije hace un momento.

  • Sabes que no es cierto, no quieres parar, solo lo dices para excitarme más.

Giré la cabeza y le miré a los ojos. El rostro amable y hasta cierto punto triste de momentos antes se había convertido en un rostro duro, exigente, con el deseo brotando de su mirada como nunca había visto en nadie. El corazón empezó a latirme con fuerza y sentí mucho miedo. Sin embargo, el apetito de sus ojos era muy morboso y hacía que yo sintiera también la necesidad inexplicable de continuar.

No me dio tiempo a pensar mucho, a decidir si quería seguir o si quería parar, de un suave empujón me tiró boca abajo sobre la cama.

  • Tranquila, me dijo mientras se acercaba a su maletín, sacaba algo de él y volvía hacia mí con aquel monstruo duro, enhiesto, buscando satisfacción.

Lo que llevaba en la mano era un frasco de lubricante, el cabrón iba bien preparado. Echó un buen chorro sobre mi culo y comenzó a masajearlo. Sus dedos, bien lubricados, comenzaron a jugar con mi esfínter, a relajarlo y dilatarlo.

Gemí. Estaba asustada, aunque puede que asustada no fuera la palabra correcta, y a la vez muy excitada.

Cogió una almohada, la dobló y la colocó bajo mi vientre para dejar mi trasero bien expuesto.

  • Separa las nalgas, me ordenó.

Lo dicho, asustada no era la palabra adecuada. Estaba excitada, mucho. Creo que el susto era más bien responsabilidad, no miedo a que aquel monstruo quisiera entrar en mi culo, era más bien miedo a no conseguirlo.

No lo dudé, mis manos fueron hacia ellas y las separé cuanto pude dejando vía libre a la entrada de mi culo. Acercó su pringosa polla a la entrada y presionó suavemente. En ese momento mis temores volvieron.

  • No, por favor.

  • Cállate puta, hemos hecho un trato, me dijo mientras su polla seguía presionando mi ojete y entrando despacio.

A medida que su polla avanzaba en mi interior el grosor crecía y mi culo se iba ensanchando. Pero lo que se le estaba exigiendo era demasiado y el dolor sustituyó al placer y la excitación.

Mordí las sábanas mientras era capaz de monitorizar el dolor en cada milímetro que mi culo se abría. Despacio pero sin pausa, aquella polla seguía entrando en mí, rompiéndome. Algunas lágrimas comenzaron a asomar en mis ojos mientras pedía que parara. No dijo nada, solo gemía mientras seguía empujando.

En un momento no pude soportar el dolor y grité mientras mi rostro se contraía en un tímido llanto.

Se paró, mi grito lo había asustado, pero no se salió, se limitó a permanecer en la postura sin abandonar ni un solo centímetro del espacio conquistado de mis entrañas.

Nos quedamos quietos, con la respiración alterada, pero quietos.

  • Ya queda muy poco, aguanta un poco más y tu cuenta bancaria recibirá un buen pellizco, ninguna zorra antes había tragado tanta polla.

Volví a sentir deseo y orgullo. El orgullo, cuántas imbecilidades hacemos por orgullo.

  • Yo no soy una zorra cualquiera.

Dije esto sin pensarlo, sin tener en cuenta las consecuencias y en él tuvo el efecto esperable, volvió a encenderse.

Sujetó firmemente mis caderas y empujó ya sin remilgos. Un dolor desconocido para mí hasta aquel momento me hizo gritar, las lágrimas volvieron a brotar y de repente todo cesó, Mis músculos se relajaron repentinamente, él dejó de empujar y su gemido se confundió con mi grito. Su polla, una vez que la parte más gruesa había superado la entrada, se clavó profundamente con toda facilidad. Quedó tumbado sobre mi espalda con la respiración muy agitada. Yo también permanecí inmóvil. Mi cuerpo se relajó intentando volver a su estado normal. El dolor empezó a disminuir pero muy poco a poco y mis lágrimas a aumentar. En aquella posición él empezó a besarme en el cuello y a morder los lóbulos de mi oreja.

Estuvimos así un tiempo, en silencio, él jugando con mi cuello y mi oreja y yo enjugando mis lágrimas mientras un montón de pensamientos contradictorios se agolpaban en mi cabeza. Por un lado me sentía humillada y enfadada con él por no haber parado cuando se lo pedí. Yo era una puta, pagaban por mis servicios y sabía que una vez acordado el precio el cliente no se atendría a razones. Pero era novata, creía que podía elegir. Por otro estaba enfadada conmigo misma por haberle pedido que parara cuando en realidad deseaba que continuara, deseaba que siguiera porque quería explorar mis límites, quería conseguir aquello. Dolor y orgullo, dos cosas que encajan mal.

  • Tienes razón, no eres una zorra cualquiera. He estado con multitud de putas, pero ninguna que aguantara lo que tú has aguantado, me dijo.

Al oír aquello mi vanidad creció y el dolor pasó a un segundo plano. Allí estaba, tumbada, con aquella enorme polla enterrada en mi culo. En ese momento me di cuenta de que no solo mi cabeza estaba empezando a disfrutar, también mi cuerpo, mi coño estaba muy mojado.

Bajé una mano y la metí entre mis piernas, la almohada que estaba entre ellas estaba empapada y no sólo de lubricante. Posé un dedo en mi clítoris y lo encontré hinchado. Al contacto de mi dedo mi cuerpo se estremeció en un latigazo de placer.

Él se dio cuenta y sé que sonrió.

  • Además disfrutas, puta.

No lo pude evitar, sonreí también a la vez que empezaba a masturbarme. Eso lo excitó. Se incorporó apoyándose en sus brazos y empezó a mover su polla dentro de mi cuerpo. Cuando la intentaba sacar, la parte más gruesa presionaba la entrada y el dolor volvía con fuerza para desaparecer cuando su polla se estrechaba y mis músculos volvían a una situación normal. Sentí que volvía a echar lubricante y a presionar. El dolor regresó pero ya mitigado, mi culo se estaba adaptando a aquella polla. Mi mano continuó sobre mi clítoris y sus caricias fueron ganando más fuerza.

  • Antes suplicabas que parara y ahora deseas que te rompa el culo, zorra. Vas a saber lo que es eso.

Sus movimientos comenzaron a ser más rítmicos, metiendo y sacando su polla despacio pero sin interrupción. Yo gemí, empecé a hacerlo sin descanso mientras acompasaba el movimiento de mi culo y mis caderas a sus embestidas. Cada vez le resultaba más fácil moverse dentro de mí y con ello la velocidad de sus penetraciones era también más alta. Mis gemidos lo excitaron aún más. Comenzó a bombear con fuerza. En cada acometida yo notaba cómo aquel monstruo me llenaba, como tomaba posesión de mí.

  • Te gusta, ¿eh zorra?

No pude contestar pero mi quejidofue una respuesta suficientemente contundente. De repente, de un tirón que me hizo gritar de dolor, sacó su polla dejándola apoyada en mis nalgas. Creí que había terminado y aceleré mi paja.

  • ¿Te gusta mi polla en tu culo, eh?

  • Sí, fue todo lo que pude articular.

  • Pues pídeme que te lo folle, pídemelo.

El cabrón sabía leer mi mente y los deseos de mi cuerpo.

  • Por favor, no pares ahora, fóllame el culo, llénamelo de polla, supliqué.

Aquello sí era una súplica convincente y no la que le había hecho cuando le pedí que parase. No se hizo de rogar, me cogió por las caderas y me acomodó sobre mis rodillas. Separé mis nalgas y de un solo empujón consiguió meter toda su herramienta en mi culo.

  • Síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, grité.

Empezó a follar , su polla entraba firme en mi culo y yo recibía cada arremetida deseando que su polla nunca parase de entrar.

Gemidos, suspiros, sollozos, el sonido de su pubis golpeando mis nalgas cada vez que su polla llegaba al fondo, el sonido de mis dedos masturbando mi encharcado coño.

No sé cuánto duró aquello. Yo no quería que terminase. Su respiración se hizo más y más agitada. En un momento sentí como me tiraba del pelo y empujaba su polla hasta el fondo, queriendo llegar más profundo de lo que era posible. Un rugido salvaje de triunfo salió de su boca. Se estaba corriendo, llenando mis entrañas de leche. Sentí sus espasmos y lo acompañé. Mis dedos trabajaron más fuerte y rápido y en unos segundos yo también me corrí, yo también lancé un grito de triunfo.

Los dos acabamos tumbados sobre la cama, él sobre mí con su polla aún dentro. Nuestras respiraciones se fueron haciendo más rítmicas y regulares. Noté como su polla iba dejando de presionar mi culo al deshincharse.

Cuando su vergaestuvo completamente flácida la sacó y comenzó a besarme por todo el cuerpo. Miró entre mis nalgas y vio como parte del semen que había depositado en mi interior asomaba y empezaba a arrollar. Recogió un poco con un dedo y lo introdujo de nuevo en mis entrañas mientras me miraba. Estaba emocionado y algunas lágrimas asomaron a sus ojos.

  • Gracias. Sé que eres una puta, que haces esto por dinero, pero gracias.

No supe qué contestar y me limité a sonreír.

  • Dúchate y vístete.

Me levanté para dirigirme al baño y en ese momento volví a sentir un enorme dolor en mi culo. No podía caminar recta. Me metí bajo la ducha mientras intentaba masajear mi culo y relajarlo. Aunque pudiera parecer lo contrario, el dolor que sentía era el recuerdo de unos momentos que habían sido fabulosos. Eso me hizo mojarme de nuevo y me masturbé de nuevo bajo la ducha.

Cuando me vestí y salí, él estaba esperándome con dos sobres en la mano. Me tendió uno.

  • Esto cubre la tarifa básica, dáselo a Daniela.

Lo cogí y lo guardé en mi bolso. A continuación me tendió otro sobre, más grueso.

  • Esto es para ti, lo que acordamos y una propina.

Sé que fue de mala educación, pero no pude evitar abrir el sobre y mirar en su interior. Quedé sin palabras, con aquello tenía para mantenerme todo un mes.

  • Gracias, dije un poco azorada.

  • Gracias a ti. No es fácil encontrar a putas que quieran explorar los límites de los clientes y que además disfruten haciéndolo. A putas como tú hay que cuidarlas y valorar sus servicios.

Me puse muy colorada. Guardé el sobre, me acerqué a él y le dí un beso. Me giré y salí de aquel piso.

Cuando iba por el pasillo del edificio en busca del ascensor, caminando de una forma muy extraña, con dolor en cada músculo de mi culo, saqué el sobre de la tarifa básica y anoté en él “tarifa por escuchar” y recordé lo que Daniela me había dicho, “es dinero fácil”.

  • Dinero fácil, qué sabrá esa hija de puta lo que es dinero fácil.