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Secuestro consentido.

en Sadomaso

Todavía me cabreo cada vez que escucho a mis amigos cuando les da por recordar la época del instituto; lo peor no es cuando se ponen a contar sus batallitas sino cuando terminan con un “ojalá volviéramos a aquella época”. Como se nota que ellos no vivieron el infierno que me tocó sufrir a mí, o bueno, mejor dicho, el bullying que no le hacían a ellos los repetidores me lo hacían a mí.

Tampoco me diferenciaba mucho de ellos por aquel entonces, todos teníamos granos, llevábamos gafas con forma de tubo de vaso y nos consideraban los frikis de la clase, pero a lo mejor era el simple hecho de llevar braquets, o sea, los aparatos de metal en los dientes lo que me hacía diferente a ellos.

Los braquets antiguamente no eran como ahora, solían ser más gordos, gruesos y apestaban a hierro que echaba para atrás, por eso que alguien los llevase daba de qué hablar. Y por si no odiase ser el centro de atención de cualquier situación el primer día que llegué a clase con ellos me gané un par de motes que hasta a día de hoy como esas “batallitas”, me siguen recordando.

 Lo que más satisfacción me produce de toda esta situación no es que a día de hoy sea totalmente alguien diferente, si no la historia que nadie conoce de uno de aquellos días. Esa sí que sería la única vez por la que volvería al instituto.

Los lunes eran los peores días de la semana, y no porque empezasen las clases de nuevo, que también, sino porque los imbéciles de los repetidores parecía que aprovechaban los fines de semana para pensar en motes nuevos y en cómo meterse conmigo antes que usarlos para descansar como hacía la gente normal. Richi era el matón por excelencia, típico chico que va de guay por ser el mayor de todos nosotros y por estar saliendo con María José la tía más buena del instituto. No sé cuántas pajas me habré hecho pensando en esa mujer pero estoy seguro de que supera las tres cifras.

El culo de esa mujer no era normal, la curva que la hacía la falda del uniforme del instituto era espectacular, mis amigos y yo de vez en cuando incluso intentábamos agacharnos a lo lejos para ver si se le conseguía ver algo. Hasta aquel día después de las vacaciones de verano donde nos dimos cuenta que ya no hacía falta agacharse más, durante aquellas vacaciones había echado tal culo que la falda le venía pequeña.

La forma de andar dando pequeños botecitos a la que nos tenía acostumbrados se había convertido en la mayor danza de provocación. Con cada bote la falda se subía lo suficiente como para poder ver el perfil del color de las bragas que llevaba ese día y lo mejor de todo no era que ella sabía que todo el mundo la miraba, sino que le encantaba que la mirasen. Siendo así los mejores días los viernes, María José acostumbraba a venir con un tanga color carne el cual hacía parecer que no llevaba nada.

Me ponía de los nervios solo de pensar que aquel malnacido de Richi se habría pasado el verano entero tirándosela en todas las posturas habidas y por haber, pero pensándolo en frío no se podía hacer nada respecto a eso o…¿Tal vez sí?

Mi padre trabajaba a una hora de donde vivíamos por lo que tenía que coger el coche y para aprovechar el trayecto, me dejaba en el instituto. Por esa razón siempre llegaba de los primeros a clase, mi estrategia se basaba en comerme el bocadillo en la cafetería y luego encerrarme el baño hasta que sonase la campana y con un poco de suerte ya habría algún profesor por allí que evitase que Richi y sus amigos me hicieran algo.

Así que como otra mañana cualquiera me encontraba en el baño cuando de la parte de las chicas escuché unas voces. Lo bueno y malo que tenían los baños de aquel instituto era que estaban conectados por la parte de arriba así que todo lo que hicieras allí se escuchaba por suerte o por desgracia. Mi soledad y los veinte minutos que llevaba en aquellos cinco metros cuadrados me hicieron subirme al retrete y e intentar escuchar algo de aquella conversación por muy aburrida que fuese.

-¿Pero entonces cómo fue hacerlo con él?, ¿Folla tan bien como dicen? Se escuchó a lo lejos.

-No hemos follado todavía, es virgen…

-Cómo va a ser virgen Richi, eres tonta.

¿¡Cómo!? Richi, el matón del instituto y repetidor era virgen. Entonces las que estaban hablando en el baño tenían que ser María José y sus amigas. Casi me resbalo en ese momento y delato mi posición, pero conseguí apoyar en el último momento el pie en la repisa.

-Richi me ha dicho que todavía no la ha perdido porque quiere hacerlo con alguien que quiera de verdad, y lo mejor de todo es que le gustan las fantasías. Dice que en cuanto menos me lo espere me va a secuestrar y lo vamos a hacer en cualquier sitio. No os imagináis lo mucho que me pone que me traten como a una zorra.

En ese momento el sonido de la campana que anunciaba que empezaban las clases consiguió tapar el eco de mi risa en aquel baño. A secuestrarla y a hacerlo en cualquier parte pero será…ese hombre era un genio.

Los miércoles por la mañana yo siempre entraba después del descanso, las primeras horas teníamos gimnasia y el médico me había recomendado con la alergia no hacer deporte, sobre todo en primavera así que aquello me vino de lujo. El miércoles de la semana  siguiente, mi padre se extrañó al verme en el coche, le puse la excusa de que le profesor nos iba a hacer un examen sobre la materia que habíamos dado a lo largo del trimestre, así que una vez que me dejó en la puerta del instituto, aproveché para dejarlo todo preparado.

María José siempre solía ir al baño después de cambiarse, o por lo menos eso acostumbraba a ver yo hasta que me diagnosticaron la alergia y dejé de ir a educación física. Así que jugándomela a aquella costumbre, me metí en el cuarto de baño de las chicas cuando nadie miraba y me escondí detrás de la puerta.

Como si de un adivino me tratase, María José entró en el fallo. Fue entonces cuando me abalancé sobre ella y le tapé los ojos con mis manos. Ella empezó a gritar, Shhh dije con mis labios pegados a sus oídos.

-Richi, ¿Eres tú? Preguntó ella con la respiración entrecortada.

No contesté por motivos obvios, así que me limité a repetir el “Shhh” pero esta vez con un tono más calmado para que se diese por contestada. Mientras una de mis manos le seguía ocultando aquella realidad que se dibujaba en su mente, mi mano restante empezó a recorrer todo su cuerpo. Si cierro los ojos, a día de hoy todavía recuerdo la sensación que me produjo el pasar de mis dedos por entre sus labios, los cuales ella fue humedeciendo con el filo de su lengua viperina. Mis uñas se clavaron en su cuello hasta llegar a su pecho haciendo que esta jadease y exclamase un suspiro de placer al notar mis uñas sobre su garganta.

El momento en el que mi mano se detuvo en su corazón pude notar cómo le iba a mil por hora, su corazón parecía pedirle que parase pero su cuerpo y sobre todo su sexo la obligaban a seguir. Era el placer a cambio de la muerte, y en aquel momento ella estaba dispuesta a todo.

Cansado de solo poder disfrutar aquel cuerpo con una mano, la empujé contra la pared y ejerciendo fuerza con mi mano sobre su nuca, le hice entender que no quería que se diera la vuelta. Guié con mis manos a las suyas hasta colocarlas por encima de su cabeza y teniéndola en postura de cacheo policial, le separé aún más las piernas. María se excitaba por momentos, cada movimiento, cada contacto de su cuerpo con el mío parecía ponerla más cachona todavía.

Pegué mi nariz a su cuello y cuando estuve lo suficientemente cerca de ella inspiré su olor. Su aroma se clavaba como puñales conforme recorría cada parte de mi ser. Fue entonces cuando María José siendo consciente de que me encontraba tras ella, movió su cintura en forma de látigo hasta clavar su culo sobre mi paquete. Comenzó a restregarlo, subiendo de intensidad a medida que iba notando mi polla cada vez más y más dura. No me moví durante el tiempo que duró aquello, mis ojos perplejos por aquella situación contemplaban atónitos el movimiento de aquellos glúteos.

La única parte de mi cuerpo que pareció funcionar en aquel momento a parte de mi polla fue mi mano izquierda, la cual  de manera tímida pero decidida, comenzó a moverse hasta agarrar aquellos pantalones de deporte y sucumbida por el deseo comenzó a bajarlos. A los pocos segundos aquel trozo de tela calló deslizándose por entre las piernas de María José hasta impactar en el suelo. Como si de una niña se tratase, llevaba puesta unas braguitas de unos dibujos animados que reconocí nada más verlos, parece que María José y yo teníamos más en común de lo que pensábamos.

-¿Te gustan mis braguitas? Dijo mientras se dibujaba una sonrisa de maldad en su boca, sonrisa la cual se reflejó por un instante en uno de los azulejos del baño sobre los que tenía la cara apoyada.

Mi respuesta la obtuvo cuando colocando una de mis manos sobre su hombre, la agarré con la mano restante por la cintura y le restregué todo mi miembro erecto por la raja que creaba la unión de aquellos caparazones que tenía por culo. Por un instante el grueso de mi sexo coincidió con la comisura de sus labios inferiores, haciendo que las piernas de María José se temblasen.

Ella comenzó a reírse debido a la excitación, pero no sé si fue la costumbre de que no me gustaba que la gente se riera de mí lo que me hizo asestarle una bofetada en una de sus nalgas. Aunque esto consiguió justamente lo contrario de lo que yo quería.

-Dame más decía María José al mismo tiempo que abría más las piernas y seguía en la misma postura de delincuente detenida por la policía.

Haciendo caso a su petición, seguí asestándole cachetadas en el culo hasta que noté sus bragas lo suficientemente mojadas como para arrancárselas e introducírselas en la boca. Fue entonces cuando le subí los pantalones y teniendo la vista y la boca tapadas, la secuestré de verdad.

Ser un friki tenía ventajas como conocer los lugares del instituto a los que no iba nadie y sobre todo el llevarte bien con los profesores, gozando así de privilegios como saber dónde guardaban la llave del ascensor. Cuando estuve seguro de que no había nadie merodeando por los pasillos a parte de nosotros, empujé a María José al ascensor y una vez que las puertas se cerraron pulsé el botón de la última planta.

El ático era el lugar donde todos los profesores aprovechaban para subir a fumar o incluso para follar entre ellos, muchas veces se les ha escuchado, pero después de que la directora pillase a dos de ellos, la cosa cambió bastante. Ahora nadie sube, nadie a parte de mí, y sabiendo eso tenía que aprovecharlo al máximo.

Desde que el lunes pasado me enteré de las intenciones de Richi, me había pasado la semana haciendo dos cosas, una preparando el desván para la ocasión, y dos, rezando para que aquel gilipollas no le echase un par de huevos a la vida y decidiese follarse a María José.

Permanecí callado el tiempo que estuvimos en el ascensor, a diferencia de María José la cual había conseguido escupir las bragas, dejando ver su punto más humano al ponerse nerviosa.

-¿Adónde vamos Richi? Dímelo. Seguía ella preguntando mientras yo miraba con impaciencia el pasar de los números del ascensor e intentaba calmarme oliendo el aroma de aquellas bragas recién escupidas.

María José pareció tranquilizarse al salir del ascensor.

-¿Dónde me has traído? ¿Estamos en el ático verdad?

Volví a contestarla clavando un “Shhhhhh” en sus oídos.

En ese momento la lancé sobre una silla que se encontraba anclada al suelo de aquel ático atándola de pies y manos. Fue entonces cuando me puse frente a ella y habiéndome bajado los pantalones le coloqué el pene delante de ella.

El ser humano es muy curioso, dicen que cuando te privan de un sentido, el resto se te desarrolla; como el caso de los ciegos los cuales desarrollan el sentido auditivo. En este caso la ceguera de María José le acentuó el olfato, guiándose ella misma hasta mi sexo e introduciéndoselo por completo en la boca.

Se ayudaba de la presión que ejercía con sus manos sobre los reposabrazos de la silla para chupármela cada vez más rápido.

-Nunca imaginé que la llegarás a tener tan grande, llegaba a vocalizar al mismo tiempo que me la seguía chupando.

Quise correrme en su boca y que se tragase lo que tantas veces he tirado sobre mis sábanas pensando en ella, pero pensándolo en frío llegué a la conclusión de que la situación se merecía correrme dentro de ella, y así lo hice.

Saqué mi pene de su boca y restregándoselo por la cara y por todo su cuerpo, le quité los pantalones y  poniéndome de cuclillas, comencé a comerle el coño al mismo tiempo que notaba como la punta de mi capullo tocaba el suelo. Para mi sorpresa María José tenía un piercing en su clítoris, de normal me hubiera puesto más a cien de lo que ya estaba pero el único problema fue cuando mis braquets entraron en contacto con el imán de su pendiente y ambos quedaron pegados. En ese momento a María José se le calló la venda de los ojos, al mismo tiempo que yo echaba la cabeza para atrás con la intención de separar aquellos imanes.

Fue entonces cuando mi aparato se separó de su piercing y María José gritó del placer.

Desnudo de cintura para abajo y todavía empalmado, me encontraba sentado frente a aquella mujer la cual jadeaba y me miraba con odio.

-Tú…tú…intentaba articular mientras se quitaba el pelo que cubría su cara.

-Sigue…

No daba crédito de lo que estaban escuchando mis oídos.

-¿Cómo? pregunté para estar seguro.

-Te he dicho que sigas…repitió ella.

Temeroso de que fuese una trampa me acerqué lentamente a ella y le empecé a dar besos de manera tímida por entre los muslos. Una de sus rodillas impacto sobre mi cabeza, haciéndome retroceder de nuevo.

-Te he dicho que me comas el coño, no que me des besos friki de mierda.

Cabreado por el golpe y por haber tocado mi orgullo. Me abalancé sobre aquel coño y sobre aquel pendiente con intención de arrancárselo si hiciese falta.

María José se volvía loca cada vez que su piercing se volvía a enganchar con mi aparato. Sus piernas ejercían presión sobre mi cabeza y sobre todo en mis oídos, evadiéndome por completo de la realidad. Siendo víctima del placer, el demonio que llevaba en su interior ejerció tanta fuerza sobre ella que le dio el poder suficiente para romper sus ataduras y conseguir soltarse de aquel paraíso que estaba viviendo, usando así sus manos ahora libres para intentar ahogarme entre sus piernas.

Presa del agobio por la falta de aire, volví a retroceder, siendo así el momento que María José aprovechó para escapar. Pero tal acción fue en vano, ya que el placer le había afectado por completo a las piernas, haciendo que esta no pudiera ni si quiera andar.

Aprovechando que me había recuperado y que María José todavía se encontraba tirada en el suelo, me acerqué a mi mochila y rebusqué en sus adentros hasta encontrar lo que necesitaba.

María José se había portado muy mal y necesitaba un poco de clases de educación. Después de un par de lubricantes y apuntes del curso encontré la correa de perro que tanto ansiaba; pero en este caso no era la típica correa. Era una correa que yo mismo había diseñado en casa para la ocasión.

Se trataba de un trozo de cuerda atada a una especie de septum gigante, lo que me permitía meterle cada una de las esferas por un orificio distinto. Una bola por el ano de María José, la otra bola por la vagina y así podría pasearla como la perra que era.

María José intentó escapar llamando al ascensor al mismo tiempo que yo estiraba de aquella cuerda, la cual le producía la misma cantidad de dolor que de placer, pero cuando las puertas de este se abrieron y se vio reflejada en el espejo del ascensor a punto de pulsar el botón de alarma, pensó que no era tan mala idea quedarse en aquel desván.

Sin ni siquiera mirarme, María José comenzó, no a pasear sino a exhibirse como si de un animal se tratase, hasta que cansada de dar vueltas se postró ante mí en posición de a cuatro patas. Sin ningún preámbulo más, me escupí en la mano restregándolo de inmediato sobre el coño de María José, y una vez situado mi capullo en la boca de su coño y siendo consciente de que aquello estaría lo suficientemente lubricado, me la empecé a follar. Su culo revotaba a un ritmo vertiginoso sobre mi cintura, sonaba maravillosamente. María José intentaba disimular su agrado pero se le notaba a kilómetros.

Una de las bolas seguía introducida en su ano, mientras la otra votaba libremente golpeando con sus carnes.

-No me extraña que mi novio se ría de ti, ¿No sabes follar o qué?

Fue ese comentario lo que me hizo aprovechar el trozo de correa para pasarlo alrededor de su cuello y guiarla como un caballo en las antiguas corridas del coliseo romano. El problema estuvo en que conforme más fuerte follábamos, más presión ejercía sobre su cuello la cuerda, hasta tal punto de que en el momento en el que ambos nos corrimos, María José se desmayó frente a mí por la falta de oxígeno.

La historia podría haber terminado ahí, pero teniendo en cuenta de que se había estado riendo siempre de mí con su novio y me había dado un rodillazo en la cabeza, decidí vestirla y dejarla en el ascensor como si de un mal sueño se tratase. Con la diferencia de que esta vez le había dejado la correa atada a la barra del ascensor  y las dos bolas introducidas en sus cavidades.

Ahora el tiempo jugaba en su contra o en su favor, ¿Conseguiría María José despertarse antes de que alguien la encontrase? O la pillarían con las bolas en la masa y tendría que dar explicaciones.  Yo sé la respuesta y solo os diré que esa misma tarde tuve una mascota nueva y sin necesidad de ir a la perrera.