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Tía Mery

en Sexo con maduras

No visitaba el pueblo de los veranos desde que tenía catorce años o así, pero aquel verano se estropearon todos mis planes y decidí irme con mis padres y mi hermana. Esta vez con diecinueve años lo viviría de forma diferente, ¡y tanto!

 

Llegamos tarde, casi para la cena. Aún recordaba que era de las últimas casas del pueblo. Tía Mery salió a recibirnos, siempre fue muy amable y hospitalaria, aunque no era tía mía de verdad. Ella había sido como una hermana para mi madre en su infancia, y su nombre real era María Mercedes pero todos la llamaban tía Mery.

 

Tía Mery no era una mujer de bandera pero tenía unos ojos verdes grandes y profundos. Era una señora normal de pueblo con los cincuenta más que sobrepasados, y era más bien bajita y tirando a regordeta. Todo esto no impedía que todavía se ganara algún que otro piropo en el pueblo y como era la única peluquera era muy conocida, todo hombre, mujer y cotilleo pasaba por ella.

 

Ya en el coche, antes de llegar, con la mirada perdida por la ventana, me vino a la mente el recuerdo más íntimo que tenía de ella. Fue unos seis veranos atrás cuando salí a buscarla al patio de la casa, no recuerdo para qué, y ella estaba arreglando sus plantas. Estaba inclinada hacia adelante ofreciendo su culo grande a cualquiera que entrara discretamente como yo.

 

Recuerdo perfectamente que llevaba un vestido floreado muy suelto. Tanto era así, que los remolinos de viento del patio lo levantaban ligeramente de forma intermitente. Uno de esos fuertes soplos de viento dejó ver una especie de saya blanca con encaje debajo del vestido. La saya era muy fina, casi transparente, y a su vez jugaba con el viento para dejar entrever unas bragas, también blancas, que apenas cubrían el centro de su culo y marcaban bien su sexo.

 

Con catorce años disfruté mucho de aquel momento. Por aquel entonces me gustaban algunas chicas de clase y otras del barrio de mi edad pero, por alguna razón, aquel instante se grabó en mi retina como un antojo sexual por encima de los demás. Desde entonces se convirtió en un recuerdo íntimo y personal jamás contado que siempre me pareció muy pervertido ya que despertó en mí un deseo sobre tía Mery.

 

La cena y la noche transcurrieron con normalidad, una bienvenida familiar y mucha calma y tranquilidad típicas de aquel pueblo pequeño. Cuando fui a dormir pensé en las pajas que me había hecho en aquella misma habitación hacia años pensando en ella. Intenté disuadirme pensando que sería mejor intentar conocer a las jóvenes veraneantes y creciditas del pueblo.

 

*

 

La mañana siguiente decidí salir a hacer algo de deporte temprano y correr por los caminos de las afueras, así recordaría también todo aquello. Después de sudar unos cuantos kilómetros, al volver conseguí encontrar lo que andaba buscando. Era un pequeño lago que recordaba poco frecuentado al que me habían llevado cuando era más pequeño.

 

Efectivamente no había nadie y decidí darme un chapuzón a modo de refresco y ducha, y para no mojar la ropa nadé desnudo. Cuál fue mi sorpresa cuando después de unos pocos chapuzones vi llegar a la tía Mery. Se sentó en una gran piedra con un barreño de ropa y se puso a lavarla allí en el lago.

 

Aquello cortó de repente mi disfrute del agua. Ya me había visto, así que la saludé con la mano desde dentro del agua. ¿Cómo iba a salir desnudo? Ella estaba cerca de mi ropa y si terminaba de lavar seguro que me iba a esperar. Intenté hacer tiempo pero lo notó.

 

-Puedes salir, avísame que no miro -me dijo sonriendo burlonamente.

 

Me dio mucha vergüenza pero avisé que salía y salí. Tía Mery seguía con su tarea pero mintió y no dudó en mirarme. Mi pene temeroso y encogido de frio era una vergüenza que llegara a verlo. Me vestí lo más rápido que pude, de tal forma que casi me caigo de espaldas. Aquello era casi cómico y vergonzoso al mismo tiempo.

 

-No pasa nada, te he visto desde pequeño y hasta te he duchado, ¿te acuerdas? -preguntó con una gran sonrisa.

-No me acuerdo, pero ya no soy pequeño, tía -respondí a la vez que me subía el calor y el color.

-Sí que se nota que ya no eres pequeño -hizo una pausa larga- y también he notado que habría que hacer algunos recortes por ahí abajo –rió de forma picara.

-¡Pero tía! -quería que la tierra me tragara.

-Lo siento, ya sabes que soy la única peluquera en muchos kilometros -reimos los dos, yo más nervioso.

 

Volvimos a casa con una charla más mundana. Al parecer iba al lago a lavar la ropa, en parte por tradición y en parte porque el suministro de agua no estaba bien. No le contó nuestro incómodo encuentro a nadie de la familia pero a partir de ese día empezó a llamarme, bueno, a llamarle: "bichito peludito", "monstruito peludito" o simplemente "peludito".

 

En los días siguientes yo sabía que seguía yendo al lago pero ya no me atreví a bañarme más. Todas las noches dormía con el recuerdo de las bragas de tía Mery y la rabia que me daba que me hubiera visto desnudo con el pene tan encogido que daba vergüenza. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué no podía echarle más valor? ¿Por su edad superior? ¿por ser casi de la familia? ¿o por ambas cosas?

 

*

 

Pocos días después, durante la cena, tía Mery llevaba una blusa bastante floja y yo me había podido recrear plenamente en el escote y en lo grandes que debían ser sus tetas sin sujetador. En como sería follar sus tetas y a ella. Me la imaginé gritando de placer y pensé que aquello se estaba yendo de madre en mi cabeza, hasta que más tarde en un momento que nos quedamos solos en la cocina, me pidió si podía alcanzarle un tarro.

 

El tarro estaba bastante alto. "Casi se te ve el peludito" me dijo al estirarme para cogerlo. Ahí me pasó por la cabeza bajarme los pantalones, en modo locura, para que viera bien mi pene. Sería una buena ocasión, ya que estaba bastante gordito por culpa de sus tetas, pero no lo hice, la locura se calmó. Sin embargo ella se atrevió a invitarme a bañarme de nuevo en el lago ya que le daba pena que no fuera más por allí si era por su culpa.

 

Hablamos animadamente sobre "nuestro secreto" y acepté ir de nuevo. Parecía un desafío. Esa noche no dormí bien ya que, por alguna razón, me sentía ansioso con los detalles cada vez más directos de la tía Mery. Sus miradas, sus vestidos, sus gestos durante días y esta última invitación...

 

Al día siguiente me bañé en el lago después de correr, pero esta vez con el pantalón de deporte puesto y allí estaba tía Mery. Vestía una blusa de tirantes demasiado bonita para ir a lavar ropa, así como unos pantalones muy cortos y apretados que marcaban bien sus muslos. Salí del agua para saludarla y charlar un poco.

 

-¡Vaya! Si es mi sobrino favorito -dijo en cuanto salí- no te reconocía con pantalones -el sarcasmo era evidente.

 

Era lo que necesitaba para desatar el punto de locura que no salía de mi cabeza. Y así fue como con su sarcasmo commo pretexto, me quité los pantalones, "¿Y ahora?" pregunté sin obtener respuesta. Había conseguido sacar mi locura interior, me sentía bien. Ella me miró detenidamente y mostrándole el culo me volví al agua. No me quitó ojo hasta que volví a salir, esta vez sin tapujos.

 

Mi pene no estaba duro, pero se había puesto algo morcillón por toda la situación. El morbo en mí ya no tenía vuelta atrás y salí despacio dejando que viera todo mi cuerpo. Mi pene caía regordete a un lado, dejando ver mis huevos mojados y peluditos. Me acerqué lentamente hasta tía Mery y ella siguió lavando ropa pero sin dejar de mirarme.

 

Se detuvo para señalar sin tocar. "Hay que recortar un poquito" dijo levantando la mirada hacia mi. Yo solamente miraba sus grandes ojos verdes, y además allí de pie tenía una buena vista de su escote. ¡No llevaba sujetador! Pareció nerviosa ahora ella más que yo, sus manos frotaron su cuello sudado y la parte superior de sus pechos durante unos segundos.

 

Estiró levemente la blusa hasta que uno de sus pezones quedó casi fuera. No dejaba de mirarme frotándose de nuevo desde el cuello hasta su canalillo. Mi pene latió con vida propia empezando a querer crecer. Quise hacer lo propio con mis manos y tocarla, deseaba sentir sus tetas y descubrir más de su cuerpo. La situación y el momento lo requerían en mi cabeza pero ella me hizo un gesto de negación y me detuve.

 

Me sentí incómodo por haberlo intentado, pero ella parecía más tranquila que antes, como si hubiera controlado a la fiera. Me dio la ropa, y volvimos al pueblo hablando como si nada hubiera ocurrido, aunque mi cabeza decía que sí había sido algo.

 

*

 

Un nuevo día, nuevo baño y tía Mery allí. Era gracioso, empezaba a parecer una pareja en la rutina y al mismo tiempo para mí era un morbo especial. Ahora tenía ganas de que me viera, sentía que ya no le tenía vergüenza, ni ella a mi, como si lo hubiéramos hecho durante años, pero no daría tiempo para mucho más.

 

Aquel día tía Mery me enseñó un estuche negro que había traído. Yo salí del agua completamente desnudo mostrando todo mi sexo, ofreciendo a sus grandes ojos verdes el deleite de recorrer mi pene y mis huevos. Pensar que un día ella lo desearía, hacía que nunca más se presentara como un pene ante ella, sino como una polla con todas las letras.

 

Me senté en una piedra enorme a su lado apoyando el pie enfrente, levantando el muslo y ofreciéndole una visión más clara y cercana de mi entrepierna aún goteando agua del lago. Su forma de mirarme me resultaba diferente, más pícara y lasciva.

 

-He traído herramientas, ¿qué te parece? -dijo mostrando el estuche que contenía sus utensilios de peluquera.

-Yo me dejo -reí levemente sintiéndome extraño y excitado por la situación.

 

Me recosté hacia atrás sobre la misma gran piedra, mirando las nubes, invitando a que ella hiciera algo y así lo hizo. Dejó de lavar ropa y cogió una toalla. Con mucho cuidado sostuvo mi pene entre sus dedos y empezó a secar la zona. Sentía el tacto suave de sus manos y mi pene crecía cada vez más. Para cuando empezó a recortar mi pubis yo ya estaba duro y ella sin ningún pudor, sus movimientos de sujección me masturbaban muy lentamente mientras recortaba con la otra mano.

 

-Si se pone durita es mejor para recortarte -dijo suavemente. Parecía verdad y sonaba a excusa.

 

Mi polla estaba más dura que la piedra. "¡Cómetela ya!" decía mi cabeza totalmente sucia. Empezó a recortar por un lateral y sujetó mis huevos con toda su mano para apartarlos un poco y yo no podía resistir más aquello. Parecía que ella lo sabía y apretó un poco más mis huevos. Gemí como un animal herido y mi polla, libre y torcida, se corrió por todo el lateral de la roca dando espasmos de placer hasta mojar mi muslo y toda la mano de tía Mery.

 

-Anda, vuelve al agua y te veo en casa -dijo secándose la mano.

 

No había terminado de recortar pero recogió y me dejó allí exhausto con la que fue una de las pajas más extraña, excitante y sobretodo memorable.

 

*

 

Ese mismo día por la noche era la fiesta grande del pueblo. Después de la cena todos se estaban duchando y arreglando para irnos. Yo hice tiempo hasta que todos estuvieron abajo esperando, con la esperanza de que tía Mery no hubiera bajado aún y poder hablar con ella.

 

Su habitación estaba cerrada pero me creí con el derecho de abrir sin llamar. Tía Mery estaba de pie frente al espejo que había al lado de la puerta. Lo único que llevaba puesto era un sujetador que desafiaba toda física aguantando aquellas enormes tetas. Además pude ver el coño de tía Mery de labios gruesos y perfectamente nítido y rasurado.

 

-¡¿Qué haces?! ¡¿Estás loco?! -gritó sin levantar la voz al tiempo que se tapaba avergonzada.

-Yo... quería hablar... esta mañana... -acerté a decir nervioso y excitado.

-¡No hay nada que hablar! ¡Cierra la puerta y baja con los demás! -su mirada era de enfado.

 

Cerré nervioso y me tomé un minuto para disfrutar en mi cabeza de lo que vi pero también para que se me pasara antes de volver con los demás.

 

Fuimos a la fiesta y la noche transcurría aburrida. Lo cierto es que la fiesta grande del pueblo era poca cosa y más animada para gente mayor que de mi edad. Además no volví a tener un momento asolas con tía Mery y estuvo muy distante. Aunque mi cabeza se alegraba por haber grabado su desnudez como un recuerdo más entre los recuerdos morbosos de tía Mery, me sentí mal porque pareció enfadarse de verdad.

 

No era muy tarde cuando me pareció verla despedirse de alguien y marcharse por el camino a casa. Pensé que podía ser mi momento de hablar con ella, así que busqué la forma de desaparecer discretamente de la familia y la gente, y volver a casa también para ver si la encontraba despierta.

 

Llegué a la casa pero no parecía haber nadie, quizá se había acostado a dormir pero si volvía a entrar a su habitación podría empeorar las cosas. Indeciso me fui a tomar el aire al porche de atrás de la casa y allí la encontré. Estaba apoyada en el balcón que rodeaba el porche, con las luces apagadas, mirando las montañas lejanas y ¡fumando!.

 

-No sabía que fumaras -dije apoyándome en el mismo balcón a su lado.

-Porque lo hago asolas aquí afuera en las noches -dijo sin dejar de mirar las montañas. Dio una nueva calada y exhaló el humo con fuerza- y solamente de vez en cuando -añadió, y su voz parecía tranquila. Seguía sin mirarme.

 

No me atreví a romper el momento volviendo a intentar hablar de lo ocurrido por la mañana y simplemente me quedé en silencio allí a su lado. A pesar de que ella no tenía una figura de bandera, en aquella pose, apoyada, con el culo respingón, fumando como si olvidara el mundo y su cabello mecido por la brisa, desprendía un aire sensual que parecía digno del mismo Hollywood.

 

-¿Estás bien? -me atreví a decir finalmente, reflexionando sobre lo que había dicho antes.

-Yo tampoco dejo de pensar en lo de hoy -apagó el cigarrillo y exhaló humo hacia arriba- pero es culpa mía y ya no hay vuelta atrás -dijo mirando hacia arriba. Entonces intenté decir algo pero un gesto suyo bastó para detenerme. -Los dos sabemos qué hacemos aquí -dijo con firmeza y entonces me miró directamente.

 

Sus ojos verdes se volvieron tan penetrantes como el deseo que tenía yo de estar dentro de ella. Lentamente cogió mi mano y la puso sobre uno de sus pechos acompañando el movimiento que ella quiso sentir. Sin dejar de mirarnos fijamente hice lo mismo con la otra mano sin ayuda.

 

Sus dos grandes pechos eran presos míos ahora y entonces ella cerró los ojos. Entendí que se estaba dejando llevar por lo inevitable y aproveché para liberar aquellas grandes tetas sin desabrochar el sujetador. Conn aquella situación mi pene se volvió duro casi automáticamente.

 

Tía Mery volvió a abrir los ojos y sus manos fueron directamente a desabrochar mi pantalón. El bulto era más que notable, pero sin compasión bajó mis bóxer. A pesar de lo evidente, miró con sorpresa como saltaba mi polla apuntando hacia arriba. La acarició unas pocas veces, moviendo suavemente la piel, como si verificara que realmente estaba dura, y empujando ligeramente mis hombros hacia abajo susurró un "siéntate" que me pareció celestial.

 

No había asiento cercano y me senté en el suelo sin pensar. Era lo que ella quería, porque inmediatamente se puso a horcajadas sobre mí. Se agarró de los barrotes que yo tenía detrás y frotó sus bragas con fuerza contra mi polla desnuda varias veces. No tardaron en mojarse sus bragas con los roces.

 

Con un gesto rápido apartó sus bragas y dejó libre su coño. La fricción se convirtió en algo mucho más húmedo. En unos segundos mi polla se había colado en el interior de su coño. Yo quería disfrutar de su coño mojado y calentito por mucho tiempo pero mi polla avisaba que aquello sería rápido.

 

Con una mano agarrada a uno de los barrotes y la otra estirando el pelo de mi cabeza, tía Mery empezó a respirar muy entrecortada y pesada. Parecía cansada pero aumentaba el ritmo al que se sentaba sobre mí. Apoyado en el suelo movía mi culo contra ella, intentando penetrarla más profundo, y los huevos me dolían por lo salvajes que se habían vuelto sus movimientos.

 

Yo iba a explotar. "Tía Mery" dije como pude para avisarla, pero ella estaba fuera de sí. Abandonó mi pelo y se agarró de los barrotes con las dos manos aprisionándome completamente sin parar y no pude más. Me corrí salvajemente dentro de ella pero ella continuó igualmente metiéndosela tantas veces como podía.

 

No paró de brotar semen y con cada culazo aquello era más y más húmedo hasta que unos pequeños gritos ahogados, mordiéndose su propio antebrazo, me indicaron que ella también había llegado al orgasmo y entonces se detuvo. A pesar de ello, y de que tenía las piernas temblorosas, no se movió de encima mío hasta que mi pene perdió asi todo su tamaño y resbaló afuera derramando lo que quedaba.

 

Lo que sucedió después fue algo totalmente inesperado y lo resumiré rápidamente. La luz de dentro de la casa estaba encendida y no nos habíamos dado cuenta. Mi madre nos pilló pero esperó hasta que tía Mery se arregló y entró en casa para empezar una enorme discusión. Hubo muchas opiniones al respecto en la familia pero era tarde y al día siguiente nos fuimos sin desayunar y nunca volvimos de vacaciones a casa de tía Mery.