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Viaje de trabajo con mi Jefa I

en Sexo con maduras

Lo primero de todo, debo presentarme. Me llamo, diremos que Marcos. Durante mucho tiempo he disfrutado de multitud de los relatos aquí alojados. De su proverbial sensualidad. De los caminos que se transitan hasta ganar esa confianza, y generar la oportunidad, para llegar y vivir el sexo. En sus múltiples vertientes, como aquí se categorizan, siempre atravesado por el morbo y con ganas de disfrutar, y por qué no, revivir vuestras palabras.

En cuanto a mi físico, decir que soy bien parecido. Practico mucho deporte, desde mi infancia. Atletismo, fútbol, balonmano, para ya a los veinti tantos empezar con el gimnasio, salir en bici y descubrir el rugby. Por lo tanto tengo un físico cuidado, atlético. Mido 1'80 y peso 86 kg. Soy moreno, ojos marrones. Ahora con barba profusa y rebelde. Puedo decir, que con todo suelo gustar.

En cuanto a personalidad, me considero inteligente y culto. Me comporto de forma responsable y con mucha educación. Tengo un carácter fuerte, que es seguro mi mayor defecto. Soy ingenioso y divertido y eso siempre compone una de mis principales armas.

Lo que voy a relatar a continuación compone una de mis más gratas experiencias a nivel de sexo y también personales ya que disfrute muchísimo.

Sucedió en otoño de 2012. En ese momento trabajaba en una ciudad mediana, en un escalafón intermedio de una empresa de tamaño medio. Muy en la media todo. Llevaba ya 4 años. Nos dedicábamos al sector turístico, como una agencia de viajes por España que planificaba tareas y actividades, desde cursos de español, Erasmus, excursiones, rutas, campus deportivos, culturales, etc.

Era el programador web y webmaster. Llevaba una web multi idioma (14 idiomas) con más de 10.000 páginas únicas, y luego otras 48 webs adyacentes. Vamos que no me aburría. Conmigo trabajaba un técnico encargado de los sistemas, una diseñadora gráfica -que ya os hablaré de ella otro día- y un programador junior.

Para hacer el contenido contábamos con un equipo de chicos y chicas nativos cada uno o una, de un país, para escribir. Todo coordinado por un SEO de acuerdo a las directrices del departamento de marketing. Algunas de estas personas estaban conmigo en la oficina, pero el SEO y otras varias trabajaban desde Barcelona.

Para que todo funcionará en tiempo y forma me vi en la necesidad de crear un panel de control para automatizar todo el proceso de creación y actualización de contenidos. Aunque no tenía más complejidad de cara al usuario que un Wordpress, si que había que concretar dos o tres aspectos y era mejor dar esa formación en persona, por lo que tuve que marchar a Barcelona una semana. Así que, al poco tiempo marché con mi jefa unos días a Barcelona.

 

Después de esta introducción al relato, vamos al lío:

Ella tenía que ir por razones de su puesto, así que reservó dos plazas de tren para el martes y tras un lunes duro de dejar muchas cosas hechas para la semana, al día siguiente el despertador sonaba a las 5 de la mañana. 40 minutos después estaba en la estación, tras coger un taxi, y esperaba en la puerta a que mi jefa llegará como habíamos quedado el día anterior. Lo hizo enseguida, también bajándose de un taxi. Entramos a la estación tomamos un café rápido y fuimos hacia el anden para tomar asiento en nuestro vagón. Era martes a las 6 de la mañana y ya rumbo a Barcelona, sentados en esos asientos de dos en dos uno frente a otro con mesa en medio. Ambos nos sentamos juntos en sentido de la marcha.

 

Os hablaré de mi jefa. Su nombre es Elvira. En ese momento tenía 56 años. Es una mujer alta, 1'75, y delgada, sobre unos 63-65 kilos. Morena con media melena rizada. En su cara y su cuello se marcan arrugas, no es ninguna niña, y marcan un atractivo, distinto al que tenía de joven, pero igual de estimulante. Sus finos labios enmarcaban una boca alargada y amplía, con la que te desarmaba sonriendo o hacía  de implacable jefa. Siempre ha vestido elegante, muy acorde a su posición y edad, con buen gusto, pero también de manera conservadora. Su vida no había sido fácil. Después de la Universidad, Al poco tiempo de estar casada tuvo que hacerse cargo de su padre minusválido. Lo que llevó al fracaso su matrimonio.

Desde entonces lo más normal eran trajes de chaqueta con un zapato de tacón bajo. Cómodo. A veces cuando se quitaba la parte de arriba y quedaba en blusa, se podían adivinar, o mejor dicho, imaginar dos buenas tetas, pero el recato era su norma.

 

A veces llegaba con una falda de tubo, por debajo de la rodilla y nos dejaba ver sus gemelos, prominentes y que se intuían duros con unas medias oscuras. O venía con unos vaqueros que le quedaban de maravilla dibujando sus muslos y un culo en su sitio, a las que acompañaba con unas juveniles Vans.

 

El caso es que estábamos en camino, nos quedaban unas cuantas horas para llegar a nuestro destino, y os aseguro, que en aquel momento, por mi cabeza no pasaba el tener nada con ella. Pasamos el viaje, tranquilos, primero dormitando -yo me quede como un tronco- y luego conversando, sobre el trabajo, lo que íbamos a hacer esos días (pensábamos quedarnos hasta el jueves y volver el viernes por la mañana).

 

Mi intención era conocer la ciudad ya que era mi primera visita y hacer algo de deporye, y así se lo comente a Elvira, que rápidamente me dijo que le parecía bien. No dijo nada de acompañarme en mis presuntos paseos, ni nada por el estilo.

 

Llegamos a Barcelona sobre las 10:00, a la estación de Sants, y desde allí en taxi, fuimos al hotel en el que había reservado un par de habitaciones individuales y que resultaron ser contiguas. Mi habitación era amplia, con baño, ducha, también un buen armario. La cama era cómoda, de 1'30, y disponía de mesa de escritorio y una silla, además de la típica mecedora de la marca de muebles sueca por autonomasía. Lo mejor era que tenía un muy buen surtido buffet de desayuno hasta las 11:00, donde aprovechamos para avituallar, y salir para la oficina que además estaba a unos 300 metros y se podía ir y venir andando. Todo un acierto.

 

Fue entrar en la oficina y ponerse ya manos a la obra. Nos estaban esperando a cada uno para la reunión que motivaba el por qué habíamos tenido que venir hasta aquí. Me senté con el SEO y los seis redactores de contenido, cinco mujeres y un hombre. Rápidamente enganche el pincho al ordenador, encendí el proyector y empecé a explicarles la presentación con el manual que había preparado y con algunos ejemplos. Fueron un par de horas intensas hasta la hora de comer, donde paramos, y fuimos hasta un restaurante también cercano de menú del día para volver y estar hasta las 6 sin parar.

 

Por su parte, Elvira también tenía reunión con los jefes de la oficina y los dueños de la empresa. No la vi en todo el día, y a las 6, seguían reunidos, por lo que le puse un whatsapp y le dije que iba para el hotel.

 

Me cambié y salí a correr por un parque cercano. Me dio tiempo a volver y a ducharme cuando marcaron en la puerta. Era Elvira quien llamaba al llegar en ese momento a su habitación. Le abrí con el pantalón del pijama y una camiseta. Se rió al ver mi guisa, -¿Vas ya a dormir?- me preguntó, para después decirme que si me parecía bien esperar a que se duchará y que saliéramos a cenar y dar una vuelta por los alrededores.

 

Me vestí con el mismo vaquero y las zapatillas con las que llevaba todo el día. Arriba me puse una camiseta marcona, y una chupa. Aunque ya era otoño, había hecho un día de moderado calor, y por la noche, no iba a bajar mucho la temperatura. Esperaba a Elvira sentado, ojeando el móvil y con la puerta de la habitación abierta. Tardo unos veinte minutos y cuando apareció, estaba sonriente, con su vaquero juvenil como segunda piel, sus Vans, y un abrigo negro que no se lo había visto por la mañana de la destacaba un colorido, por lo granate, fular que se anudaba su cuello. Se había maquillado sutilmente, pero sus labios en carmín destacaban. Me pregunto sonriente si ya estaba listo, y enseguida ambos enfilábamos calle abajo hasta llegar a una zona de tapas y bares por el barrio de El Born.

 

Recuerdo muchísima gente. La calle llena de personas que iban y venían, y entraban y salían de los bares de la zona. Había extranjeros, parejas y grupos de todas las edades, pero sobretodo jóvenes. Muchos de ellos y ellas, se notaban universitarios. Aquel ajetreo hacía difícil caminar, por lo que íbamos juntos, quizás pienso ahora, que "demasiado", casi brazo con brazo. Y también hacían complicada la tarea de encontrar donde cenar. Así que decidimos hacer algo de tapeo, y entramos en un bar, con una barra amplia de tostas y demás pinchos, y mesas altas.

 

Como pudimos pedimos dos cervezas entre la multitud. Estábamos de pie, uno junto al otro. A nuestro lado había un grupo de seis chicas y dos chicos que se notaba ya llevaban un buen rato. El bar era estrecho y había bastante alboroto. Elvira y yo estábamos juntos, hombro con hombro. Se había desanudado el pañuelo y quitado el abrigo que estaba junto a mi chaqueta en la banqueta que habíamos dejado entre nosotros y la barra. Ahora veía su top. Una camiseta negra, con manga cortísima y un escote, escueto, que por primera vez en cuatro años me dejaba verle dos centímetros de canalillo. La palabra "Evil" en caracteres góticos destacaba, inflamada por el volumen de sus pechos. Sentía su aliento junto a sus palabras en mi oído, en mi cuello, por lo próximos que nos encontrábamos para hablar. Elvira reía, mientras yo me embriaga con su perfume, y su aroma de mujer.

 

Tres o cuatro cañas pasaban las tostas, y un par de raciones que pedimos. Reíamos con una charla muy animada. La sentía jovial y próxima, tan encima, que posó en varias ocasiones su pecho izquierdo contra mi antebrazo. Incluso me rodeo con su brazo ante una ocurrencia del camarero.

 

Me estaba despertando los instintos, pero en ese momento lo que tenía ganas era de mear. Llegué como pude al baño, y me sorprendí al sopesar mi polla, morcillona y abultada. Mi jefa me estaba calentando, creo que inconscientemente, y nos estábamos animando con el ambiente, las cervezas y los roces fortuitos o buscados. Guarde mi rabo en su sitio, me lave las manos y me moje la cara, mientras me miraba al espejo, y pensaba "¡Qué gilipolleces!".

 

Volvía a mi sitio al lado de Elvira y lo que vi me dejo helado:

Uno de los chicos del grupo de universitarios estaba junto a ella, hablando, ocupando el mismo espacio físico que yo tenía anteriormente, y que en ese momento ansiaba por recuperar. En el grupito seguían hablando entre ellos como si tal cosa, aunque note las miradas de alguna de las chicas cuando iba hacia mi jefa y el maromo que se le había adosado. Me coloque detrás de ellos, no oí nada de lo que hablaban, pero por fortuna en cuanto Elvira me vio, se giró para abrazarme.

-"¡Aquí está mi chico!". Y me besó.

Un pico rápido y certero sobre mis desconcertados labios.

 

Miro al fulano, que seguidamente se mostró cortés, pese al rechazo y volvió con su grupo. Yo me quede al lado de Elvira que pasaba su mano por mi cintura y me pedía disculpas.

 

Seguía turbado. En unos pocos segundos, me había sentido excitado; había comprendido que mejor mantener la calma; me había puesto celoso; y me había vuelto a encender. Y en ese momento Elvira me decía que ese tío en cuanto me fui se acercó a ver si podía ligar con ella, y le dijo que yo era su pareja, hasta el desenlace que he sentido en mi boca.

 

Continuamos bebiendo, hablándonos al oído. La situación era cómica, porque Elvira no hacía más que pedirme perdón y reírse. Yo también trataba de quitarle hierro al asunto, sobretodo en mi cabeza, porque en realidad no tenía importancia. Pero haberla visto, con su culazo juvenil de madura, al lado de un pipiolo, más el posterior beso impostado, había despertado al cachondo que soy.

 

Le decía que si no le había gustado el chico, y dijo que no estaba mal, pero que iban a pensar, las del grupo si se iba con él y pasaba de mi, "que estas muchísimo más bueno".

 

Llevábamos una hora y media en el bar, y ya era momento de recogernos, alegres. Estábamos cansados tras un día muy largo, Pagamos la cuenta. Nos pusimos nuestros abrigos, y al marchar, para seguir nuestra farsa de pareja ante el grupo vecino, Elvira me cogió de la mano y salimos del bar.

 

Caminamos hacia el hotel, juntos, ya sin cogernos de la mano, pero brazo con brazo. Próximos. Tocándonos. Seguíamos con la broma, y trate un par de veces de meterla en otro bar, porque en ese momento, pensaba con la parte baja, y sabía que un poco más de alcohol y cachondeo jugaría a mi favor.

 

Pero no fue posible. Elvira alegó cansancio y que tenía ya ganas de dormir, que mañana iba a ser otro día duro y entramos en el hotel. Recogimos cada uno su tarjeta-llave. En el ascensor la cosa estaba tensa. Creo que ella se dio cuenta de lo que había; de que habíamos filtreado y habíamos jugado con nuestros sentidos en un primer baile, hasta casi quemarnos. Me pidió perdón una vez más por lo del beso, y me dijo que descansara, que se lo había pasado fenomenal esta noche. -"Buenas noches" dijo cuando cerró la puerta de su habitación.

 

Era mi jefa, pero ya no la veía con los mismos ojos.

 

Con todo componía una mujer recia, segura de si misma

 

Ahí estaba yo, frente al espejo del baño de mi habitación de hotel. Apoyado sobre el lavabo. Confundido. Excitado. Y cabreado. Cabreado porque no había sabido manejar la situación para llevármela a la cama, o para lo que hubiera sido mejor, que me llevara ella.

 

Salí del baño y me senté en la cama. Atraje en mis manos el móvil. Quería ver una señal, un mensaje que me invitara a sus aposentos. Quería si no, escribirla yo. Pero me veía incapaz, cobarde. No sabía que hacer. La deseaba. Estaba cachondo como hacía tiempo. Y no podía. No sabía como meterme en su cama; bajarle las bragas; verla una vez más esa misma noche. Pared con pared no la sentía. Permanecía sentado en silencio y mire hacia el muro que compartíamos. No oía nada. Me levante y acerque a la pared; no se percibía ningún ruido.

 

Me quite las zapatillas y los pantalones. Me quede descalzo. Me saque la camiseta. Tenía calor. Me tumbe en la cama, con la única luz de la lámpara de la mesita de noche. Miraba al techo, con los brazos en mi cabeza. Quería dejar mi mente en blanco, pero me era imposible. No quería cagarla, siendo impetuoso y saliendo a llamar a su puerta, pero no era capaz de quitármela de la cabeza. Mi calentura por momentos se apoderaba de todo mi ser.

 

Apague la luz para ver si con la oscuridad me entraba sueño, bajaba mi calentura, conseguía dormir y mañana era otro día. Pero era imposible. Toda la sangre la tenía concentrada en dos únicos puntos. Mi entrepierna y mis oídos para ver si captaban algo, al otro lado de la pared. Deseaba sentirla. Que gimiera. Que se tocara tras el tabique para salir afuera, llamar a la puerta y darle al desenfreno.

 

Pero no. No hubo ningún ruido. No se oía nada. Ni siquiera mi caliente mente me jugó una mala pasada engañando a mis sentidos para que creyeran oír lo que quieran oír. Me era imposible dormirme en tal quietud, y con el panorama de la hinchadez de mi falo, no tuve más que levantarme y masturbarme.

 

Mirándome en el espejo del baño acariciaba mi rabo, pasando el dedo gordo por el capullo, echando hacia atrás la piel. En mi mente pasaban las imágenes de mi jefa, y sus tetas diciéndome Evil. Volvía a sentir su aliento en mi cuello, su aroma en mi nariz; Sentía como me rozo varias veces, como me amarro por la cintura un par de ellas, su corto beso sobre mis labios. Me fue subiendo al máximo hasta que paso por mi cabeza el momento en el que vi el culo de mi madura jefa en sus vaqueros al lado de otro macho, al que le había parecido una jamona de campeonato. Descargue varios lechazos sobre el lavabo y conseguí bajar mi calentura lo suficiente, como para tras recomponer el estropicio, poder acostarme y dormirme unas buenas horas.