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La iniciación de Sara (CAPITULO 1)

en Autosatisfacción

__Sara. ¡Sara! Eo, ¿estás ahí?

Sara dio un respingo en el sitio y se giró hacia su amiga Laura, que la estaba llamando con insistencia. Estaban en su casa, junto con unas cuantas amigas más, haciendo una de sus famosas fiestas de pijama.

__Perdona, tenía la cabeza en otro sitio __se disculpó. Laura esbozó una pícara sonrisa.

__Seguro que estabas pensando en tu querido Ricardo otra vez, con esa camiseta ceñida y mojada, esta mañana, en clase de gimnasia __se burló. Sara bajó la cabeza, avergonzada, sobre todo porque su amiga había acertado de lleno. Las demás chicas rieron junto con Laura. Estaban todas en secundaria y tenían entre 17 y 18 años de edad. Ricardo, como no podía ser de otra forma, era el chico más popular de la escuela. Atlético, alto, bueno en los estudios y, sobre todo, terriblemente guapo. Sara siempre lo había considerado un muchacho muy apuesto, pero desde hacía unas semanas no podía sacárselo de la cabeza. Tenía ganas de acercarse a él, tocarlo, besarlo y hacer toda clase de cosas que la hacían enrojecer hasta la punta de las orejas. Se preguntó si aquello tendría que ver con la entrada en la pubertad. Todavía no estaba muy desarrollada, apenas tenía algo de vello en el pubis. Sus amigas le sacaban un buen trecho en este aspecto, ya usaban sujetador se tenían que depilar.

__Me parece que has acertado, Laura, se ha puesto roja como un tomate __intervino Sofía, otra de las chicas.

__Si llegas a estar en casa seguro que te tocas un poco, para aliviar toda esa tensión __añadió Laura, cada vez más atrevida. Sara negó fuertemente con la cabeza.

__¡Yo no hago esas cosas! __replicó. Lo cierto es que sabía algo del tema, detalles aprendidos en medio de las conversaciones entre cuchicheos que tenían sus amigas, pero siempre había sentido demasiada vergüenza como para intervenir.

__No es nada de lo que avergonzarse __Laura agitó la mano de un lado a otro, como restándole importancia al asunto__. Lo hace todo el mundo. La de dedos que me he hecho fantaseando con el buenorro de Ricardo. Solo de pensar en él noto como me mojo. Si os digo la verdad, de no ser porque estáis aquí delante, me haría uno ahora mismo.

__¡Mira que eres vulgar! __exclamó Cristina, la última de las chicas, fingiéndose escandalizada. Laura acercó su rostro al de ella.

__Venga, Cris, no me digas que tú no lo has hecho. Estamos todas en edad. Os voy a enseñar una cosa __dicho esto, salió deprisa del salón de la casa, donde habían dispuesto los sacos de dormir, y regresó en un momento portando un cepillo de dientes en la mano__. Adivinad lo que hago con esto.

__¡Puaj! __replicó, esta vez Sofía, pero en su mirada había un rastro de curiosidad morbosa_. No me digas que después lo usas para...

__Es un cepillo viejo, tengo uno nuevo para lavar los dientes. Lo mejor es esto __Laura pulsó un pequeño botón en el mango y el cepillo empezó a vibrar con fuerza__. No os imaginás la gozada que se siente con esto, muchísimo mejor que los dedos, no hay punto de comparación.

__¿Pero tú... tú te metes... todo eso? __ se atrevió a preguntar Sara. El mango del cepillo eléctrico era grueso como tres de sus dedos juntos. La joven nunca había probado a introducir nada en el interior de su pequeña vagina, ni siquiera un tampón, ya que todavía no había empezado a menstruar, y no podía imaginar que algo tan grande pudiese caber en su interior.

__¡Pues claro, esto no es nada, en realidad! El pene de un hombre es mucho más grande. Pero la vibración de esta cosa es una pasada. ¡La primera vez que tuve un orgasmo con el pensé que me moría!

__Yo hasta ahora solo había probado a frotarme el clítoris __confesó Sofía, animada por la descarada charla de su amiga__. Una vez me metí los dedos con la otra mano, y fue espectacular, pero me da miedo romperme el himen. Quiero reservarlo para mi primera vez, además que no quiero hacerme daño.

__Es cuestión de ir poco a poco __contestó Laura__. Incluso aunque le des al clítoris y los dedos al mismo tiempo, la vibración no tiene ni punto de comparación. Casi es mejor que follar.

__No me digas que tu ya has... __empezó Cristina, sin llegar a terminar la frase. Laura se encogió de hombros con una sonrisa, pero sin llegar a responder.

Sara se sentía demasiado sorprendida por todo lo que estaba oyendo como para volver a intervenir en la conversación. Ella todavía no se había masturbado nunca, a pesar de que el resto de sus amigas habían sido bastante precoces en ese aspecto. No era aquella la primera ocasión que las escuchaba mientras comentaban las distintas técnicas que usaban para darse placer. Cristina le había confesado en una ocasión que ella lo había descubierto en la piscina municipal, cuando uno de los chorros de agua le dio accidentalmente justo sobre la vagina. Desde entonces había experimentado otras formas de darse placer, una de sus favoritas era frotar su vagina desnuda sobre la almohada de su cama, aunque siempre ponía una toalla encima desde la primera vez que había probado aquella novedosa técnica, ya que, tras el orgasmo, la había dejado empapada. No era la primera vez que Sara notaba aquella humedad de la que tanto hablaban sus amigas, cuando se excitaban y, sobre todo, cuando tenían aquel inmenso placer que llamaban orgasmo. Últimamente mojaba sus bragas más de lo normal, especialmente cuando coincidía con el apuesto Ricardo en clase de gimnasia.

__El otro día puse la base sobre el clítoris, ya sabéis, como hacen las actrices porno con esos masajeadores eléctricos, mientras con la otra mano metía dos dedos hasta el fondo de todo. No tarde ni dos minutos en correrme. Creo que fue de los orgasmos más intensos de mi vida, casi como el primero __Laura soltó una carcajada__. Las contracciones me dieron tan fuerte que hasta me dolían los dedos.

Las demás chicas rieron junto con su amiga, desinhibidas ya en aquel punto de la conversación. Sara forzó una sonrisa y asistió, a su pesar, con interés, al resto de la charla.

Al día siguiente, Sara entraba en su habitación, cerrando la puerta tras de sí. Acababa de darse el baño de todos los días antes de acostarse. La última noche, entre la fiesta de sus amigas y la intensa conversación que habían tenido, no había podido pegar ojo. Sin embargo, no estaba cansada. Llevaba con una sensación extraña en la boca del estómago todo el día, y aquello tenía que ver, una vez más, con Ricardo. A la mañana habían tenido la segunda clase de gimnasia de la semana y había podido contemplar, una vez más, el atractivo cuerpo del muchacho. Sin embargo, lo que verdaderamente había acelerado el corazón de la muchacha pasó unos instantes después.

Estaban jugando un pequeño partido de balón mano cuando, al iniciar una carrera, Sara tropezó y cayó al suelo. El golpe le había dejado las rodillas doloridas, pero no le había hecho daño realmente. En aquel momento, Ricardo, que había coincidido en su mismo equipo, se acercó a ella y le ofreció la mano.

__¿Te encuentras bien? __había preguntado. Sara, que apenas había intercambiado unas pocas palabras con el apuesto joven en todo el curso, se quedó sin saber qué decir, al tiempo que notaba su rostro ruborizarse. Ricardo malinterpretó su silencio como que se había hecho más daño del que parecía en un principio.

__Vamos, te llevaré hasta los bancos para que puedas sentarte un poco. Pon tu brazo alrededor de mi cuello __dijo. Entonces pasó uno de sus brazos por la cintura de Sara y la ayudó a levantarse. La joven dejó caer su peso contra el muchacho, notando su cuerpo caliente a través de la camiseta, su respiración sobre su oreja. Casi al instante sintió humedecerse entre las piernas, al tiempo que un agradable calor se extendía por todo su cuerpo.

__Gracias, Ricardo, creo que no ha sido nada grave __fue lo único que acertó a decir en ese momento. El joven giró el rostro hacia ella, mostrando una encantadora sonrisa, y Sara se sintió derretir.

No habían hablado nada más y, tras descansar un poco, Sara pudo continuar la clase con normalidad. Sin embargo, el recuerdo de aquel contacto tan próximo con el chico la había mantenido en una nube todo el día.

Sara se colocó frente al espejo de su habitación, cubierta tan solo por la toalla que había usado para secarse, y contempló su reflejo durante unos instantes. El pelo rubio le caía en cascada por la espalda hasta los omóplatos. El cristal le devolvió un reflejo de ojos azules sobre un rostro pálido, surcado de pequeñas pecas. Dejó caer la toalla al suelo y a la vista quedaron dos pequeños senos que, para su disgusto, aun comenzaban a despuntar, creciendo ligeramente a la altura de los pezones, pequeños y rosáceos. Bajando por su fina cintura quedaba su vagina, coronada por unos diminutos pelos rubios, justo antes de comenzar la hendidura de su vulva. Una vez más, la muchacha recordó el momento en el que su cuerpo había rozado al de Ricardo y, tal como venía sintiendo durante todo el día de forma intermitente, la humedad comenzó a surgir entre sus piernas.

Sus padres debían de estar viendo la televisión en el salón antes de acostarse. No creía que fueran a entrar a su habitación a aquellas horas. Sara recordó también la conversación junto con sus amigas el día anterior, y tomó una decisión. La muchacha, todavía desnuda, se metió en la cama, dejando las sábanas por debajo de las rodillas. El corazón retumbaba en su pecho con fuerza. Sus manos temblaban, sin creerse aún lo que estaba a punto de intentar. Su cabeza estaba llena de dudas. ¿De verdad sería tan placentero como lo pintaban las demás chicas? Estaba segura de que no era nada malo, pero sentía que estaba a punto de comenzar algo importante que cambiaría su vida para siempre.

Temblorosa, bajo la mano izquierda lentamente hacia su sexo. Usó el dedo índice y corazón para separar los labios mayores, suaves, carnosos, y húmedos por su excitación. A la vista quedó el pequeño clítoris de Sara. Usando la mano que le quedaba libre, la chica apoyó el dedo índice sobre la punta de la protuberancia y, recordando todavía las experiencias compartidas de sus amigas, comenzó a frotar en pequeños círculos. La respuesta de su cuerpo fue inmediata. La sensación electrizante fue tan repentina que apartó la mano como si le hubiese quemado. Era tan sensible... pero había sido placentero. Cada vez más nerviosa, pero decidida a continuar, Sara volvió a bajar la mano, todavía separando los labios de su vagina con la otra. Esta vez bajó su dedo un poco más, descendiendo por debajo de la cabeza del clítoris, demasiado sensible todavía. Volvió a frotarse en círculos, y la maravillosa sensación se repitió, empezando por la vulva y subiendo por las ingles, extendiéndose por todo su cuerpo. Sara jadeó, sin poder contenerse. Aquello era mucho mejor de lo que había esperado. Casi sin darse cuenta, aceleró el movimiento de sus dedos bajo el clítoris. Su vagina estaba más húmeda que nunca. Sentía sus fluidos resbalar desde su pequeña apertura hasta el ano, llegando a manchar las sábanas, pero Sara estaba demasiado excitada como para que eso le importase. Ni siquiera llevaba medio minuto masturbándose, pero ya notaba sus orificios contraerse al ir aumentando la tensión sexual de su cuerpo. El placer crecía hasta límites insospechados. Aunque no lo había sentido nunca antes, sabía que estaba a punto de correrse, a punto de tener el primer orgasmo de su vida. Ya no podría parar aunque quisiese.

Unos repentinos golpes sonaron en la puerta de su habitación.

__¿Sara? __preguntó la voz familiar de su madre, al tiempo que abría la puerta. Sara dio un bote en el sitio y, contrariamente a lo que pensaba, si fue capaz de taparse dando un tirón de las sábanas de su cama, ocultando por completo su cuerpo desnudo. La puerta terminó de abrirse y su madre apareció en el umbral__. Hija, te has vuelto a dejar la ropa sucia en el baño. ¿Cuantas veces tengo que decirte que la lleves al cesto antes de acostarte? No voy a estar toda la vida para hacerte la colada.

__Lo siento mamá, lo olvidé por completo __logró contestar Sara, algo agitada. Su madre se dio cuenta de ello y se aproximó unos pasos hacia ella.

__Cielo, tienes la cara roja como un tomate. ¿Te encuentras bien? No irás a pillar ahora un resfriado.

__Quizás me haya cogido algo de frio a la mañana, pero no es nada. Solo necesito dormir un poco, mañana estaré mejor. __mintió la niña, deseando que su madre no insistiese más en el asunto. La mujer permaneció en el sitio durante unos instantes, pero finalmente volvió a retroceder por la puerta del dormitorio.

__Bueno, descansa entonces. Pero mañana abrígate, eh.

Dicho esto, la madre de Sara abandonó la habitación, cerrando la puerta tras de sí. La joven exhaló un suspiro de alivio. Su vulva todavía palpitaba de placer. Había sentido un gusto inmenso, pero sospechaba que, pese a no haber tenido ninguno antes, todavía no había alcanzado el famoso orgasmo, la muerte dulce de la que tanto hablaban sus amigas. Su primera masturbación y casi la atrapan. Ahora estaba demasiado nerviosa como para echarse a dormir, pero la repentina aparición de su madre la había asustado demasiado como para volver a intentarlo. Tendría que ser otro día porque, eso sí lo había decidido, aquella no era la última vez que se tocaba en busca de placer. Había descubierto un gran tesoro aquel día.