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Una sorpresa en la semana de pasión.

en Sexo con maduras

Mi pareja Antonia y yo estábamos deseando ir de vacaciones a Canarias y finalmente lo conseguimos esta pasada semana santa. Antonia tiene ahora algo más de cincuenta años y yo algo más de sesenta. Ella es una morena muy guapa con una figura como si tuviera quince años menos, unas bonitas tetas más grandes que pequeñas perfectamente puestas, que son mi perdición, un bonito culo y unas largas y torneadas piernas. Yo soy un tío del montón con algunos achaques, pero que todavía tiene cierto éxito con las mujeres.

Alquilamos un apartamento turístico en primera línea de playa en una zona naturista, ya que ambos somos nudistas. El apartamento tenía una magnifica terraza, desde la que se contemplaba una preciosa vista de la playa y del mar.

Llegamos a media mañana al aeropuerto de Gran Canaria, alquilamos un coche y fuimos al apartamento. Deshicimos el equipaje y nos fuimos a comer y a hacer la compra de comida y bebida para los días que íbamos a pasar. Cuando volvimos a casa, una mujer como de la edad de Antonia, acompañada de un hombre algo mayor que yo, estaba abriendo la puerta del apartamento de al lado. Nos saludamos dándonos las buenas tardes y cada uno entró en su apartamento.

-              Es guapa la vecina –me dijo Antonia mientras colocábamos la compra-.

-              Sí que está buenorra –le contesté-. Pero yo ya he venido con una madura buenorra-.

-              Y yo con un madurito interesante –me contestó rozando su culo contra mi paquete-.

-              ¿Te apetece algo de beber en la terraza? –Le pregunté-.

-              Sí, ponme una ginebra con tónica.

Preparé las bebidas y las puse en la terraza en una mesa entre las dos tumbonas que había. Me desnudé en el salón y me senté en una de las tumbonas. Al poco volvió Antonia ya desnuda y se sentó en la tumbona que estaba al sol. A ella le encanta tomar el sol denuda. Al poco escuchamos voces en la terraza de al lado. Un vidrio translúcido separaba las terrazas impidiendo la visión entre ambas, excepto que sacaras la cabeza, pero permitía oír perfectamente lo que se dijera.

-              ¿Quieres que te lea algo? –Preguntó la que parecía ser la vecina buenorra que nos habíamos cruzado-.

-              De acuerdo, pero que sea un relato erótico, que ya sabes que me ponen mucho. –Le contestó el hombre que la acompañaba-.

Antonia me miró sabiendo mi afición a escribir y leer ese tipo de relatos.

-              Uno de estos días te leo el último que he escrito. –Le dije a Antonia en voz baja-.

-              Lo estoy deseando, ya sabes que me caliento mucho cuando me lees mis andanzas en tus relatos.

Yo escribo relatos eróticos, que normalmente tienen como protagonista a Antonia, porque me entretiene hacerlo e incluso me divierte, pero cuando me divierto de verdad es cuando se los leo y ella se pone muy caliente oyéndolos.

-              “El masajista jubilado nos quita las contracturas.” –Debía ser el título del relato que la vecina iba a empezar a leer-.

“Hace unos días estaba sentada en una terraza con Elena, una de mis mejores amigas, tomando un café después de comer.

Ella, que es una mujer muy guapa y con muy buen cuerpo, se quejaba de que su marido hacía semanas que no la atendía como ella precisaba. Me extrañó porque hacía unos meses que, sin haberlo planeado, había disfrutado de un fantástico encuentro con su marido y follaba como los ángeles.

Rosa la abstinencia me tiene de los nervios, me contaba, incluso me ha producido una contractura en la espalda que me tiene baldada. Yo no quise contarle que yo tenía mi conejito escocido de follar con mis abueletes para no darte envidia a la pobre.

En esas estábamos cuando se nos acercó un hombre maduro muy atractivo que había llegado a la terraza poco antes. No he podido dejar de escuchar vuestra conversación, nos dijo, me llamo Jorge y soy masajista, aunque recientemente jubilado, y en efecto se ve que tiene usted una postura fruto de una contractura.

Era un hombre de sesenta y tantos años, con un abundante pelo blanco, una cara muy agradable y un cuerpo atlético muy atractivo.

Perdonen el atrevimiento, continuó, aunque esté jubilado todavía no he desmontado el gabinete de masajes que tengo en casa y me ofrezco a darle un masaje terapéutico que mejorará mucho su espalda.

Elena se le quedó mirando sin atreverse a aceptar el ofrecimiento de aquel atractivo masajista ya jubilado. Elena, mal no te puede hacer, yo me he dado alguno cuando tenía tu mismo problema y me ha sentado de maravilla, le dije para animarla a aceptarlo.

La verdad es que me duele mucho y aun cuando sea usted un desconocido voy a aceptar su ofrecimiento, dijo Elena mirando alternativamente a mí y al masajista jubilado.

Estupendo, es aquí muy cerca, contestó él. Pagamos y nos fuimos charlando animadamente los tres sobre el efecto de los masajes. En menos de cinco minutos llegamos a la casa-gabinete del jubilado masajista.

Nos hizo pasar a una habitación grande con una camilla, una mesa y unas sillas. La he observado y a usted también le vendría bien un masaje, me dijo, mientras me cambio, desnúdense, aquí tienen ustedes unas toallas.

El atractivo masajista salió de la habitación y nosotras, mientras nos quitábamos la ropa, comentamos la amabilidad del masajista y lo atractivo que era. Elena se quedó con el tanga blanco que llevaba puesto y se colocó boca abajo en la camilla, pidiéndome que le cubriera sus posaderas con la toalla. Tras hacerlo, yo terminé de desnudarme por completo y me lié en la toalla que resultó un poco pequeña para cubrir mi cuerpo, ya que soy una mujer alta, quedándome justo en medio de las nalgas.

Estoy un poco nerviosa, me comentó mi buena amiga a la que le desbordaban sus blancas tetas por los lados. Elena siempre ha sido una mujer con mucho pecho, pero con la madurez parecía que le había crecido todavía más.

El masajista llamó cortésmente a la puerta y le dijimos que ya podía pasar. Lo observe desde la silla en que me había sentado, se había vestido con un pantalón corto blanco amplio con cintura elástica y camiseta sin mangas, también blanca, que me permitía admirar su frondoso y canoso pecho. Noté como miraba mis tetas, que apretadas por la toalla, lucían espléndidas.

Aunque no quería, empecé a fantasear con el masaje que el jubilado me daría, después de dárselo a mi amiga. Él empezó a tocar la espalda de Elena, comentando que tenía una contractura importante y que iba a tardar un buen rato en quitársela.

Mientras la masajeaba comentó que su esposa estaba en la península visitando a su hija y nietas, que llevaba ya más de tres semanas sólo y que aunque se había comprometido con ella a desmontar el gabinete de masaje, le daba mucha pena hacerlo, pues era asumir su jubilación, estando él en una forma física estupenda. Eso último no hacía que lo dijera porque saltaba a la vista.

Seguimos charlando los tres, aunque Elena cada vez intervenía menos y suspiraba más cuando las expertas y fuertes manos del masajista se acercaban a sus desbordadas tetas, rozándolas por los lados.

Ver actuar a aquel hombretón estaba empezando a afectar a mi conejito que reaccionaba, notando yo como se iba mojando.”

-              ¿Te está gustando? –Le preguntó la vecina a su acompañante-.

-              Mucho Rosa, me estoy imaginando ser yo el masajista y fíjate que me estoy poniendo palote.

-              Para eso son estos relatos. –Le contestó la vecina riendo-.

-              Tú  también te estás empezando a poner palote. –Me susurró Antonia acariciándome el nabo-.

-              Creo que el relato es una autora de “Todorelatos” que firma como “rosaviuda”. Alguna vez hemos leído alguno de ella juntos, ¿te acuerdas?

-              Sí, recuerdo que me gustó bastante.

“No le quitaba ojo al masajista que parecía estar muy concentrado en la espalda de mi amiga. Una de las veces que se despegó de la camilla para cambiar de posición, percibí que se le había formado un buen bulto en su entrepierna, que empujaba su pantalón sin suspensorio y permitía calibrar un buen aparato debajo.

Te está mejorando el masaje, le pregunté a mi amiga que ya tenía toda la espalda aceitada, aunque yo ya sabía que sí por como suspiraba. De maravilla, dijo ella, si lo llego a saber hubiera venido hace tiempo.

Voy a tener que bajarte la toalla Elena, dijo el maduro masajista, creo que la contractura llega por debajo de la cintura. Claro, haz lo que sea necesario, estoy notando la mejoría por momentos, contestó ella.

Yo no podía quitar la vista del péndulo que se le movía al jubilado bajo el fino pantalón, con los movimientos del masaje. Él debió percibir que yo había deparado en su bulto y me miraba mientras yo admiraba semejante badajo.

El jubilado masajista apretaba ahora las nalgas de mi amiga, que ya estaba en un puro suspiro. Por favor, quítate el tanga porque si no te lo voy a manchar con el aceite, le dijo el atractivo masajista a Elena, respondiéndole ella que mejor lo quitara él mismo.

Quitarle el tanga y masajearle el culo a mi buena amiga debió animar más al jubilado porque por la pernera de su pantalón empezó a sobresalir un grueso cabezón cubierto por una fina piel. Sin duda el masajista era un hombre muy bien dotado por la naturaleza.

Aquel cabezón producía en mí un efecto hipnótico, pues no podía dejar de admirarlo y seguir su movimiento con los ojos. De su punta salía el líquido tranparente y brillante que les sale a los hombres cuando están muy excitados.

No pude aguantar más, me levanté y sin hacer ruido, para que no se enterara mi amiga, me coloqué detrás de aquel semental y metí la mano por la cinturilla bajo su pantalón. Tenía su ofidio bastante más que morcillón, su longitud y su grosor me asombraron. Él suspiró cuando se lo cogí y le bajé el pantalón, para permitirle empalmar del todo, lo que no tardó en hacer.

Al oído le dije que mi amiga necesitaba algo más que un masaje en la espalda para que se le quitara la contractura. Él llevó sus fuertes manos al interior de los muslos de la masajeada, mientras yo, además de seguir con su ofidio en una mano, con la otra comprobaba el espléndido calibre de sus depósitos.

Los movimientos sobre el grueso y largo ofidio del masajista hicieron que se me soltara la toalla, quedándome desnuda tras él.

El riguroso trabajo del jubilado en el interior de los muslos de mi amiga y el roce con su peludo conejito, hicieron que sus gemidos fueran subiendo de volumen hasta poder escandalizar al vecindario.

Hazla tuya, le dije al oído al jubilado masajista, está muy necesitada del cariño de un semental como tú. Yo también estoy necesitado por la ausencia de mi esposa, me susurró él.

Cariñosamente tiré de él hasta ponerlo frente a mi amiga y con mi mano conduje su duro pollón a la boca de mi amiga que la tenía medio abierta para poder gemir mejor. Ella percibió inmediatamente lo que era y la abrió del todo hasta engullir semejante cabezón.

Dejé que entre ellos dos se manejaran y me puse en cuclillas detrás del maduro masajista para poder morder y lamer sus duras nalgas, mientras me rozaba suavemente mi conejito con una mano y sobaba sus depósitos con la otra.

El jubilado no pudo soportar escuchar como mi buena amiga tenía un primer orgasmo y comenzó a bufar mientras se corría en su boca, siendo ella incapaz de tragar todo lo que expulsó a chorros aquel pollón. Yo, al oír los bufidos y percibir como se le ponía el ofidio, aceleré mi mano y tuve un orgasmo a la misma vez que ellos.”

-              Rosa estoy como una moto. –Dijo el acompañante de la vecina-.

-              Ya te veo y me da mucha alegría que estés así, como si tuvieras veinte años menos. –Le contestó ella-.

-              ¿Por qué no me pajeas mientras lees?

-              Pero sólo un poquito, que si no, no te concentras en el relato.

Antonia y yo nos miramos y nos reímos por lo bajini. Dimos un trago a nuestras copas y luego ella se sentó sobre mi polla, que ya estaba dura con el relato, mirándome a los ojos con cara de estar ya muy cachonda. La vecina siguió leyendo:

“Tras tomarnos unos minutos de relax, nuestro caliente jubilado nos propuso darnos todos un baño para que mi amiga se quitase el aceite que tenía por toda la espalda y la crema pastelera que le había caído en la cara.

El atractivo masajista nos condujo a un baño al que se accedía desde el mismo gabinete en el que había una bañera de burbujas lo bastante grande como para los tres, según comentó era para determinadas terapias que precisaban del baño.

Mientras se llenaba la bañera nos sentamos en el borde y el atractivo maduro estuvo alabando nuestros cuerpos. Tenéis cuerpos de jovencitas, pero más bellos por vuestra espléndida madurez, nos dijo mirándonos. Lo mismo se puede decir de ti, contestamos ambas alagadas.

Mi amiga, que estaba en la gloria, le dijo que la contractura había desaparecido milagrosamente, no sabía si por el masaje o por la mediciona que le habíamos dado a probar.

El ofidio del masajista, ahora en relax, le llegaba casi a media pierna. Tu esposa debe ser una mujer muy feliz con el regalo del cielo que tienes entre las piernas, le dije cogiéndole sus hinchadas pelotas. Él me lo agradeció con un beso en los labios.

Nos metimos en la bañera y el atractivo maduro nos dijo que antes podía correrse tres veces sin sacarla, pero que ahora tendríamos que esperar un poco. Nos pidió que nos sentáramos en el borde de la bañera por dentro y él de rodillas empezó a lamernos nuestros ya satisfechos conejitos.

Lo hacía de maravilla, alternaba su experta lengua con sus fuertes manos para llevarnos a las dos al cielo. Nos dijo que para él lo más excitante era comerse un conejito y teniendo dos tan bellos a su alcance no tardaría en estar de nuevo preparado.

Mi amiga le pidió que se levantara y cogiendo su salamandra ya morcillona, la fue golpeando contra sus grandes tetas hasta que consiguió que volviera a estar en todo su esplendor. Entonces se la puso entre las tetas y apretándolas fue moviéndose arriba y abajo pajeándola, aprovechando para lamerla cuando el cabezón le alcanzaba la boca.

Le dije a mi amiga que no fuera egoísta y me dejara disfrutar a mí también de semejante pollón. Sentamos al caliente jubilado en la bañera y las dos de rodillas dentro se la fuimos comiendo, sin olvidar sus gruesas pelotas.

¿Por qué no nos la metes ya? Le preguntó mi amiga que aun seguía estando muy necesitada de atenciones. Él adorable jubilado se sentó en la bañera y le pidió a mi amiga que se sentara encima. Ella no esperó ni medio minuto y dándole la espalda se la metió hasta el fondo, empezando sin tardanza a subir y bajar sobre semejante palo.

Él de forma habilidosa y galante iba cambiando sus fuertes manos de sus tetas a su conejito. Mi amiga gritaba de placer y su cara se fue poniendo roja hasta que tuvo su segundo orgasmo, levantándose cuando pudo para dejarme a mí el sitio.

De cara al musculado masajista me puse su pollón en la entrada de mi conejito y lentamente fui descendiendo sintiendo como iba entrando y dilatando mi interior.

Él llevó su boca a mis tetas, mordiendo y lamiendo mis areolas y pezones, mientras yo le revolvía su canoso y abundante pelo, empujándolo hacia mis delicadas y sensibles tetas.

Noté que iba a correrse en poco tiempo y aceleré mis movimientos para tener mi segundo orgasmo a la misma vez. El esplendido amante comenzó a mugir como un toro y en pocos segundos me inundó el conejito a la misma vez que yo me volvía loca de placer con mi segundo orgasmo.

Cuando pudo se levantó y salió del baño, volviendo rápidamente con su móvil en la mano. Se sentó entre mi amiga y yo e hizo una foto de los tres desnudos, diciendo después que era para mandársela a su esposa, ya que se alegraría mucho por él de haber estado con semejantes bellezas.

Mi amiga le preguntó al maduro masajista si podría atenderla algún otro día, pese a estar ya jubilado y él le contestó que sin problemas, pues pensaba mantener un selecto grupo de clientas necesitadas de atenciones especiales.”

-              Ya está –le dijo la vecina a su acompañante-.

-              Apóyate en la barandilla que me gusta follarte mirando al mar.

-              Vaya como están los vecinos. –Me dijo Antonia besándome en la boca y aumentando el movimiento de su chochito contra mi polla-. Aunque no creo que más calientes que nosotros.

Yo tenía la polla encharcada entre mis líquidos y los de Antonia, lo que le permitía a ella resbalar suavemente. Levanté la vista y vi la cabeza de la vecina fuera de la barandilla, mientras la oíamos gritar:

-              Dame más fuerte que estoy a punto.

-              Y yo Rosa, ya noto como te viene.

-              No te corras todavía, deja que me corra yo primero, que quiero que te corras en mi cara y mis tetas.

-              Vale, haré lo que pueda, pero mirando tu culo me resulta casi imposible.

-              ¡Ya, ya, ya, sigue dentro, sigue, sigue, aaaggg, aaaggg!

Perdí su cabeza de vista y Antonia y yo escuchamos como el acompañante gritaba:

-              ¡Toma, toma, ahí tienes toda mi crema pastelera, uuuffff, uuufff!

Mientras el acompañante debía estar descargando a base de bien, Antonia me dijo al oído:

-              ¡Carlos me corro, me corro, córrete conmigo!

Me corrí creo que tanto como el acompañante, con un placer prolongado por los movimientos del empapado chocho de Antonia sobre mi polla.

-              Me he quedado en la gloria Rosa, lástima que tenga que irme al aeropuerto, que si no hoy te ibas a llevar otro.

-              Te echaré de menos estos días. –Le contestó ella-.

-              No me eches de menos, date alguna alegría, que ese cuerpo no merece pasar penas.

Antonia y yo quedamos exhaustos y cuando escuchamos que los vecinos entraban en el piso, nos reímos por la experiencia tan caliente que habíamos pasado los cuatro sin saberlo ellos o al menos eso creía yo.

Al día siguiente me levanté muy temprano y me puse a escribir este relato, no quería que se me olvidasen los detalles. Cuando se levantó Antonia desayunamos desnudos en la terraza y nos fuimos un rato a la playa. Me volví al apartamento antes que ella, no aguanto más de media hora al sol. Esperando el ascensor del apartamento coincidí con la vecina. Iba muy provocativa con una camiseta muy ajustada que permitía ver parte del top del biquini que llevaba debajo, un short mínimo vaquero y unas sandalias blancas de tacón.

-              Hola yo soy Rosa y creo que soy vuestra vecina de descansillo. –Dijo adelantando la mano para estrecharla-.

-              Hola Rosa, yo soy Carlos y creo que sí, que somos vecinos, aunque lamentablemente sólo por unos días. –Le contesté dándole la mano. La suya era pequeñita, pero muy bonita.-

-              ¿Sois una pareja, no?

-              Sí mi mujer, Antonia, se ha quedado un rato más en la playa.

Con esta conversación llegamos a nuestra planta.

-              Encantada y cualquier cosa que necesitéis no tenéis más que pedírmela. –Dijo despidiéndose-.

-              Gracias e igualmente. –Le contesté-.

¡Joder que buena estaba la vecina! Pensé al cerrar la puerta y recordé su cara de la tarde de ayer, cuando su acompañante se la estaba follando mirando al mar, como dijo él. Primero repasé el depilado de mis genitales con una afeitadora y después me di una ducha para quitarme la arena.

Tras el aseo fui desnudo a la cocina para prepararme otro café. Desde la ventana de la cocina se veía lateralmente otra ventana que parecía ser de un baño. Mientras se hacía el café, Rosa, la vecina, entró en ese baño, encendiendo la luz. Se puso frente a un espejo de espaldas a la ventana. Primero se quitó la camiseta y debajo, en efecto, llevaba el top de un biquini bastante escueto para el tamaño de las tetas que tenía, luego se quitó el short vaquero. Debajo llevaba el tanga del mismo biquini. Se lió un pareo a la cintura, se peinó mínimamente, apagó la luz y salió del baño.

Acababa de subir de una playa en la que todo el mundo estaba en pelotas, sin que eso me produjera una gran excitación. Sin embargo, ver como la vecina se quitaba la camiseta y el short, quedándose en biquini, me había puesto como una moto, hasta el punto de que la polla se me había puesto bastante morcillona. Pensé que era un mirón o por lo menos que me excitaba bastante penetrar en la intimidad de esa mujer.

Cuando volvió Antonia, después de asearse salimos a tomar un vino y a comer algo. Para no coger el coche fuimos a una terraza próxima. Como pasa en las terrazas cerca de las playas naturistas, aquello era un cachondeo: gente vestida, gente a medio vestir y gente en pelotas. Nos sentamos en la última mesa libre y cuando estábamos mirando la carta vi a la vecina en biquini y con el pareo, que parecía buscar mesa.

-              Ahí está la vecina sola buscando mesa y no hay. ¿Le digo que se siente con nosotros? –Le pregunté a Antonia-.

-              Como quieras, me parece que la vecina te alegra las pajarillas ¿o es que quieres que te lea algo?

-              No te diría yo que no a ninguna de las dos cosas.

Me levanté y fui hacia ella.

-              Hola vecina, creo que hemos ocupado la última mesa libre, así que por favor siéntate con nosotros. Todavía no hemos pedido.

-              Muchas gracias, pero no quisiera molestaros.

-              No es ninguna molestia, así tomamos contacto con alguien local. Aquí no hay más que guiris hablando cada uno en su idioma.

-              De acuerdo y muchas gracias. ¿De dónde sois, tienes un acento muy particular?

-              Vivimos en Sevilla y como yo soy de allí, me imagino que debo tener bastante acento.

Nos acercamos a la mesa y las presenté entre ellas, que se saludaron con dos besos en las mejillas. Rosa se sentó al lado de Antonia y enfrente de mí. Yo sabía que Antonia se estaría acordando de la tarde anterior, del relato que Rosa le había leído a su acompañante y del polvo que echaron después y eso la tendría calentita. Rosa era mujer simpática y muy habladora con un fuerte acento de la isla, que hacía que pareciera caribeña. Rosa le dijo a Antonia que era mujer muy guapa y Antonia agradeció el cumplido diciéndole que ella era una mujer muy atractiva, cosa que era cierta y que yo podía constatar teniéndola enfrente.

Pedimos, comimos y bebimos todos, posiblemente algo más de la cuenta, ya que no teníamos que coger el coche. Cuando estábamos terminando se sentaron dos hombres rubios como de veinticinco años, muy morenos de tomar el sol y muy musculados y una mujer también muy morena como de la edad de Antonia o Rosa en una mesa que se había quedado libre cerca de la nuestra y a la vista de nosotros tres. Debían ser nórdicos, porque no se entendía nada de lo que hablaban. Ella tonteaba con los dos jóvenes de manera muy evidente.

-              No puede negarse que son guapos y que están muy buenos, pero yo prefiero a los hombres maduros, al menos de mi edad y si son mayores mejor. –Dijo Rosa a Antonia-.

-              A mí me pasa lo mismo, fíjate en mi marido. –Le contestó Antonia-.

-              ¿Qué te crees que no he fijado ya? –Dijo Rosa con mucha picardía, posiblemente por efecto del vino que habíamos trasegado-. Yo que tú no lo perdería de vista.

Nos reímos los tres.

-              Gracias por el cumplido a las dos, pero creo que mi atractivo está cada día más lejos. –Les dije-.

-              ¿A qué no, Rosa?

-              En absoluto, lo que pasará es que vas de suave y las matarás callando.

Pedimos la cuenta, Rosa se empeñó en pagar su parte, pero no la dejamos.

-              Entonces tenéis que venir a casa a tomar una copa. –Dijo cuando se dio por vencida-.

-              Estupendo –dijo Antonia, que se veía que estaba cómoda en la compañía de Rosa-.

De camino al apartamento observé el bonito culo de Rosa bajo el pareo casi transparente y el tanga del biquini que dejaba poco a la imaginación.

Su apartamento era parecido al nuestro. Nos sentamos en la terraza, ellas dos al sol y yo a la sombra.

-              ¿Te importa si me quito la camiseta? Si no me quedan marcas del sol y no me gustan nada. –Le dijo Antonia a Rosa-.

-              En absoluto, a mí me pasa lo mismo, pero no me gusta estar con las tetas al aire en los restaurantes.

Antonia se quitó la camiseta y el sujetador y Rosa el top del biquini. Tenía las tetas morenas, un poco más grandes que las de Antonia, con unas areolas oscuras grandes y unos pezones pequeñitos. Mi polla empezó a reaccionar ante aquellas dos maduras en todo su esplendor.

-              Lo que hablábamos antes, como lo hace un maduro no lo hace un jovencito. Muy atractivos a la vista, pero con muchas prisas, sin preámbulos, sin galantería, sin caricias, sino a terminar ellos cuanto antes. –Dijo Rosa-.

-              Yo con mi marido aquí delante no puedo afirmar ni negar que no sea así. –Dijo Antonia riéndose-.

-              Si queréis me voy y habláis con total libertad.

-              No te vayas mi amor, que vamos a hacer dos mujeres maduras solas sin un galán. –Dijo Rosa muy melosa-.

-              Tienes razón y que voy a hacer yo sólo sin poder admirar esas caras y esos pechos preciosos que tenéis las dos.

Seguimos conversando con mucho morbo hasta que dejó de entrar el sol en la terraza. Ellas dijeron que tenían frío, se pusieron algo de ropa en el torso y al poco rato Antonia y yo nos fuimos a nuestro apartamento, agradeciéndole a Rosa el buen rato que habíamos echado.

Ya en nuestro apartamento pusimos una toalla grande en el sofá y nos sentamos los dos desnudos, como nos gusta estar muchas veces.

-              Prepárame una copa –dijo Antonia al poco tiempo-.

Fui a la cocina y mientras las preparaba vi que Rosa volvía entrar en su baño y se desnudaba, quedándose frente al espejo mirándose. Fui a llamar a Antonia.

-              Antonia ven, verás lo buenorra que está la vecina.

Antonia no tardó en venir.

-              Tiene un culo para envidiar. –Comentó-.

Dejé a Antonia en primera fila y me puse detrás de ella encajándole la polla dura como una piedra entre las nalgas.

-              ¿Te pone verdad? –Me preguntó-.

-              Me pone mucho, mejorando lo presente. –Le susurré al oído, besándole el cuello-.

-              Me apetecería que nos lo montáramos entre los tres. ¿A ti no?

Antonia y yo somos bastante abiertos en materia sexual y habíamos tenido nuestras experiencias en tríos e intercambios.

-              Claro que me apetecería y parece que soy del tipo de maduros que le gustan.

Antonia abrió más las piernas y dijo:

-              Fóllame.

Rosa seguía desnuda de espaldas mirándose en el espejo, sin que ninguno de nosotros dos le quitáramos ojo a su espalda y su culo. Coloqué mi polla a la entrada del chocho de Antonia, que estaba empapado, y se la fui metiendo poco a poco.

-              ¡Aaaahhhh, lo necesitaba, la vecina me ha tenido toda la tarde caliente! –Exclamó Antonia-.

-              A mí también. Tiene mucho morbo esto de follar mirándola desnuda los dos.

-              Sí que lo tiene, no voy a tardar en correrme. Acaríciame la perlita.

Llevé una mano a su clítoris y la otra a sus tetas.

-              ¡Sigue Carlos, sigue que me voy a correr!

-              ¡Qué rapidez!

-              No te he dicho que he estado caliente toda la tarde. ¡Ahora calla y sigue!

Incrementé el ritmo del mete y saca y el de mi mano sobre su clítoris.

-              ¡Sigue, sigue, ahora, ahora, no pares, aaaaggg, uuufff!

Noté que las piernas le flojeaban y que estaba teniendo un fuerte orgasmo. Le saqué la polla del chocho y me corrí sobre su culo y su espalda. Nos quedamos los dos quietos un minuto recuperándonos. Rosa apagó la luz del baño y salió de él desnuda como estaba.

Al día siguiente ni nos cruzamos ni oímos a Rosa en su terraza. Pasé el día entre escribir y mirar por la ventana de la cocina a ver si tenía suerte y volvía a contemplar a la vecina en su baño. En la tarde del otro día estábamos Antonia y yo en la terraza, ella tomando el sol y yo sesteando, cuando ella me dijo:

-              Carlos, léeme algún relato guarro, que me apetece.

Fui por la tablet y busqué el último que había escrito y que estaba deseando leerle a Antonia, “La habitación de los secretos”, un relato que estaba bien, pero que tal vez me había salido demasiado largo. Se lo dije.

-              No Carlos, prefiero alguno de la autora del que leyó el otro día la vecina, que me gustan mucho y son menos enrevesados que los tuyos.

No puedo negar que me picó un poco que Antonia prefiriera un relato de otra autora al que yo mismo había escrito. Pero asumí que era lo que ella quería. Busque en la lista de “rosaviuda” y encontré uno nuevo “El reciente viudo de una amiga me transporta al más allá”. Le dije el título a Antonia y a ella le pareció sugerente. Comencé a leer en voz alta.

“Hace unos días me llamó una conocida para comentarme muy entristecida, que nuestra común amiga Marisa había fallecido en un accidente de automóvil. Entre lágrimas me comentó que ya había sido el sepelio, pero que dos días después sería la misa de funeral.

Ella se había separado durante un tiempo de su esposo, poco después de fallecer el mío. Durante ese trance para ambas, salimos varias veces a tomar café o a comer. Cuando ella volvió con su esposo dejamos de vernos, pensé entonces que igual se creía que se lo iba a quitar, aunque ganas no me faltaban, porque él era un atractivo maduro prejubilado diez años mayor que nosotras.

El día de la misa funeral me arreglé para la ocasión, poniéndome un ajustado vestido negro, medias negras y zapatos con bastante tacón. Al finalizar la ceremonia me acerqué al reciente viudo para transmitirle mis condolencias, siendo de las últimas personas en darle el pésame.

Rosa, me dijo el atractivo viudo, me alegra verte después de tanto tiempo, aunque sea en estas circunstancias. Quería pedirte un favor. Lo que precises Juan, le dije. ¿Podrías pasarte por casa mañana viernes por la tarde? Claro, le contesté y ahí quedó la conversación.

Esa noche, ya en la cama, estaba un poco nerviosa, pues no sabía que querría de mí el maduro viudo de mi difunta amiga. Juan había sido siempre un hombre muy atractivo, que había ido ganando encanto con la edad. Yo le hubiera hecho un favor desde siempre, si no hubiéramos estado ambos casados.

Después de comer fui en coche a su casa, una bonita vivienda en una lujosa urbanización. Me abrió la puerta en ropa deportiva, excusándose porque no le había dado tiempo a ducharse y cambiarse después de hacer un poco de deporte.

Me pidió por favor que lo esperara en el porche mientras él se aseaba. El jardín estaba muy bien cuidado y me di una vuelta para ver de cerca algunas de las flores y plantas que allí había.

No pude reprimir la curiosidad y miré por una de las ventanas que abrían al jardín. Debía ser el dormitorio principal, pues había en él una gran cama de matrimonio. De pronto salió de lo que debía ser el baño privado el reciente viudo. Llevaba una toalla liada a la cintura que se quitó inmediatamente, quedando yo prendada del tamaño y belleza de su flor pese a estar en situación relajada, pero sobre todo de sus depósitos, extraordinariamente grandes y depilados, que le colgaban casi como una cuarta de mi pequeña mano.

Se vistió rápidamente, imagino que para no hacerme esperar y yo volví al porche, bastante sofocada con aquella divina visión.”

Paré un momento de leer para beber un sorbo del vaso de whisky que me estaba tomando. Miré a Antonia desnuda tomando el sol con los ojos cerrados.

-              ¿Te está gustando o prefieres que te lea uno mío?

-              No seas pesado Carlos, los tuyos son tan largos que me pongo demasiado excitada antes de ir ni por la mitad.

-              De acuerdo, seguiré leyendo.

“Me ofreció algo de beber y finalmente se sentó junto a mí. Rosa, me dijo, te he pedido que vinieras, aunque hace tiempo que no nos vemos, porque necesito que me ayudes a comunicarme con Marisa.

Quedé bastante pasmada por su petición, pero continué escuchándolo. Marisa me dijo alguna vez que tú tienes dotes paranormales y por eso te lo pido. Yo no sabía lo que Marisa le habría dicho a su esposo y aunque no tengo ningunas dotes paranormales ni se de que va eso, estaba dispuesta a lo que fuera para que aquel maduro me poseyera con su encantador y gran estilete.

Tú dirás en que puedo ayudarte, le dije mirándolo a los ojos con cara de en qué me gustaría a mí auxiliarle. Necesito que me ayudes con la ouija, ya sabes el tablero para conectar con el más allá. Haré lo que pueda, aunque no sé demasiado de su funcionamiento, le contesté.

Se levantó y al momento volvió con el tablero y un vasito. Le pregunte qué quería decirle y él muy misterioso me contestó que ya me lo diría cuando estuviésemos en contacto con Marisa.

Pusimos nuestros dedos índices en el vasito sobre el tablero y él me pidió que la invocase. Así lo hice varias veces cambiando el tono de llamada, hasta que entendí que aquello era una mamarrachada.

Para terminar con la farsa lo antes posible y poder dedicarme a lo que yo pretendía, desplacé el vasito hasta el “SI” y di un golpe con la rodilla en la mesa. ¿Estamos ya en comunicación?, me preguntó el reciente viudo. Eso parece, le contesté con descaro, ¿quieres preguntarle algo? No exactamente preguntar, me respondió.

Me estremecí por la voluntad del viudo de conectarse con su querida difunta esposa. Él empezó a mover la mano tan rápidamente que me costaba trabajo componer las letras, pero al final pude entender: FUISTE UNA HIJA DE LA GRAN PUTA TODA TU VIDA, LO QUE NO SABÍA ES QUE ADEMÁS ERAS TAN ZORRA. QUE TE DEN MUCHO POR EL CULO EN EL MÁS ALLÁ Y QUÉDATE ALLÍ.

El enfadado viudo cogió el tablero y lo tiró al medio del jardín. Le pregunté qué le pasaba, qué por qué estaba tan enfadado con la difunta. Él se levantó y me pidió que lo siguiera a su dormitorio.

Entramos en el que debía ser el vestidor de Marisa. Abrió un cajón y dentro había una cantidad ingente de slip, calzoncillos y boxes. Ninguno de estos es mío, me dijo, la hija de puta, además de calzarse a todo el que podía, era fetichista de coleccionarlos. Viendo el cajón no cabía duda de que Marisa se había calzado a bastantes.

No sabías nada, le pregunté, nada de nada, me contestó y continuó: a los pocos días de fallecer la hija de puta, llorando vine al vestidor para recordarla y me encontré esta colección.

Pobre Juan, pensé. Miré otra vez el cajón y me pareció ver unos slips que yo le había comprado a mi difunto marido, él tenía la costumbre de usarlos de colores raros y de que le bordaran sus iniciales.

Zorra, así que también se folló a mi marido, estallé.”

-              ¡Vaya con la amiga! –Exclamó Antonia-.

-              Una buena pieza –dije bebiendo otro sorbo del whisky y continuando la lectura-.

“Rosa, me dijo el viudo, ella me decía que no quería que te viera porque nos gustábamos el uno al otro. Por mí parte desde luego que era así, le dije. Por la mía también, me dijo él y me besó en la boca con pasión. Me derretí al sentir aquel cuerpo maduro y fibroso tan deseado abrazándome.

Quiero que hagamos una cosa como venganza de nuestros respectivos cuernos, le pedí, ponte los slips de mi difunto que yo haré lo mismo con las bragas que más te gustara verle puestas. Él volvió a besarme y yo noté que su estilete había ganado en longitud, grosor y dureza al apretarse contra mí.

Deja que te desnude, le dije, luego harás tú lo mismo conmigo, como he soñado tantas veces. Le desabroché la camisa, acaricié su frondoso pecho y chupé sus duros pezones, luego le solté el pantalón, que cayó al suelo, me puse en cuclillas para ver bien el enorme bulto de su entrepierna, pues pareciera que llevara una linterna de grandes dimensiones dentro de sus boxes.

Le bajé sus boxes y ante mí apareció su ofidio sin un solo pelo de una belleza insuperable, duro como un palo, y unas pelotas que no me podrían caber en la boca, por mucho que lo intentase. Le quité los zapatos y el resto de su ropa, chupé su hermoso tronco y le puse los slips de mi difunto marido en los que no cabía su pollón, sobresaliéndole el cabezón y parte del tronco por la cinturilla.

Coge las bragas con las que más te gustara la zorra de tu difunta, le pedí. Ver a aquel musculado maduro sólo con los abultados slips, hizo que me mojara como una jovencita. Cogió un tanga de hilo rojo tan pequeño, que no podría cubrir el corto vello de mi abultado monte de Venus.

El viudo se colocó detrás de mí y mientras me besaba el cuello y los lóbulos de las orejas, lentamente fue bajando la cremallera de mi ajustado vestido, dejando que cayera al suelo. Soltó luego mi sujetador negro, dejándolo también caer al suelo.

Yo temblaba como un flan, sintiendo como al fin se producía aquel encuentro tan deseado. Él, sin dejar de besarme el cuello, encajó su dura herramienta entre mis prietas nalgas y posó sus manos sobre mis tetas, masajeándomelas.

Rosa, desde que te conocí estaba deseando tenerte así entre mis brazos. Aquellas pasionales palabras me derritieron ya totalmente. Eché mis brazos hacia atrás para apretar más su pollón contra mi culo. Pasados unos minutos de abrazo, el portentoso maduro se arrodilló y me bajó el tanga, poniendo su cara entre mis nalgas, que sobó sabiamente.

No he visto otro culo como este, me dijo, adelantando sus manos con picardía para pasar a sobarme mi ya hinchado clítoris. Si continuaba así un minuto más tendría mi primer orgasmo. Ponme el tanga de Marisa, le pedí con un susurro, quiero correrme con él.

No se hizo de rogar y no sin esfuerzo logró ponerme el tanga, pues Marisa siempre había sido de culo escurrido. ¿Vamos a la cama? Me preguntó y yo le respondí que esperara, que quería tener mi primer orgasmo en aquel vestidor, que debió ser el templo privado de la zorra que se había calzado a mi difunto.

El musculado maduro me tumbó boca arriba en una banqueta que allí había y poniéndose de rodillas entre mis piernas y subiéndoselas a sus hombros, desplazó el tanga y puso su lengua a la entrada de mi conejito, utilizándola con tal sapiencia que tuve de inmediato un sonoro orgasmo, que hizo que los jugos desbordaran mi cueva y terminaran en su ansiosa boca.

Me incorporé cuando pude y le pedí que se pusiera de pié para poder saborear su hermosa virilidad. Le puse los slips por debajo de sus depósitos del placer y volver a ver aquel pollón en toda su dimensión, me volvió loca de pasión.

Chupé, lamí, tragué, sobé y mordí cuanto pude, mientras el viudo acariciaba mi cabeza, apretándola algunas veces pícaramente para que su cabezón llegara hasta mi campanilla.

Me vas a volver loco de placer, me dijo, nunca me la habían comido con tanta pasión y sabiduría. Noté como le faltaba poco para correrse, entonces me levanté y tiré de él hasta el fetichista cajón de mi amiga y pajeándolo y besando sus labios hice que se corriera sobre su colección, con tal cantidad de potentes chorros que lo dejó entero cubierto de su crema.

Juan, ya hemos tomado venganza de nuestros cuernos, ahora disfrutemos el uno del otro. Me quité el tanga y le quité los slips y los dejé en aquel cajón que tan cremoso había quedado.”

-              ¡Joder que caliente me está poniendo el relato! –Le comenté a Antonia, sobándome ligeramente mi ya dura polla-.

-              Y a mí –contestó Antonia-.

-              ¿Follamos ya? –Le pregunté-.

-              Espera, quiero oír el resto.

Tomé otro sorbo del vaso y continué leyendo.

“A mí atractivo maduro no se le bajó un milímetro su enhiesto estilete después de correrse. Se lo comenté, admirando su vigor sexual. No te creas, hace tiempo que no me pasa, lo que ocurre es que estar contigo me ha quitado treinta años, me contestó volviendo a besarme en la boca.

Salimos al salón desnudos los dos y él me dijo que esperara un minuto, pues iba a abrir una botella de champán para celebrar nuestro encuentro. Lo seguí a la cocina, no quería perder de vista semejante pollón.

Abrió la botella y sirvió las copas. Lo abracé, atrapando su pollón entre nuestros dos vientres, mientras tomábamos un primer sorbo. Dejó la copa en la encimera para poner sus manos en mi culo y apretarme más todavía contra él.

Me separé ligeramente para poner su ofidio de hierro entre mis piernas, justo a la entrada de mi conejito y comencé a moverme adelante y atrás pajeándolo. Él bajó su cabeza para llegar con su boca a mis pequeños pezones, que tenía como dos piedras. Sabiamente los fue lamiendo y mordiendo, haciendo renacer en mí otra vez la pasión infernal por ese maduro que me había poseído hacía unos minutos.

El justo tamaño y la dureza de sus nalgas me tenían seducida. Le pedí que se tumbara de espaldas en la mesa de la cocina y que subiera las piernas lo que pudiese. Me sorprendió la agilidad y flexibilidad que tenía para su edad, llegando a pasar las piernas casi por encima de su cabeza.

Su postura dejó ante mis ojos desde sus grandes depósitos hasta su precioso ojete. Me incliné y fui lamiéndole toda la zona a la misma vez que tomaba y movía el tronco de su gran miembro. Él, ante tantas atenciones empezó otra vez a bufar como un toro.

¿Rosa qué me haces? ¡Qué me vas a matar del gusto! Decía sin parar de bufar. Lo que se merece este culo y estas pelotas, le contesté, sin parar mis atenciones con él. Me puso tan caliente la maniobra que le estaba haciendo, que tuve que llevar mi mano a mi conejito para calmarlo.

¡Rosa me voy a correr! Córrete le respondí, acelerando mis dedos sobre mi conejito. Pareció que llevara un año sin correrse, en vez de escasos quince minutos, soltó chorros que llegaron a todos los extremos de la cocina, para eso tenía los depósitos que tenía y que yo tan hábilmente había sabido excitar. Tuve mi segundo orgasmo a la misma vez que él, dejándome caer como desmayada sobre su ahora empastado pecho.”

-              Antonia hace tiempo que no me haces eso a mí.

-              No te habrás portado bien.

-              ¿Lo hacemos ya?

-              ¿Queda mucho del relato?

-              No, casi nada.

-              Entonces termina, puedo aguantar.

“Mi maduro y yo pasamos nuestro primer fin de semana juntos, perdiendo los dos la cuenta de las veces y de los sitios de la casa o del jardín en que lo hicimos. Pero lo mejor es que empezamos una larga racha de fines de semana, que tienen a mi conejito transportado al más allá”.

-              Está muy bien -dijo Antonia poniéndose a cuatro patas sobre la tumbona-. Me ha puesto como una antorcha.

Me levanté de la tumbona en la que estaba y de pie a su lado le puse la polla en la boca.

-              ¿Quieres que te la coma?

-              Pues claro, si no para qué me he puesto aquí.

-              Pero no te corras, que quiero que me folles por detrás.

Antonia me cogió la polla y después de lamerme el capullo durante un rato se la metió en la boca.

-              ¡Qué me gusta Antonia! Tendríamos que inventar un artilugio para que pudiéramos estar así todo el día.

-              Vale ya caprichoso, que mi chochito está esperando.

Me puse detrás de ella y se la metí hasta el fondo, tenía el coño hecho un lago. Me encanta follar así con Antonia y darle cachetes en su culo. Con la calentura que teníamos los dos el bombeo era muy intenso. Noté que se iba a correr y aceleré todavía más para que lo hiciéramos juntos. En el momento de corrernos escuché ruidos en la terraza de la vecina, nosotros seguimos a lo nuestro, ya después la saludaríamos, pensé, si es que estaba para pensar algo en ese trance.

Después de un merecido descanso preparamos algo para cenar en casa y Antonia propuso que invitáramos a la vecina. Fue a decírselo, pero volvió al momento diciendo que no estaba.

A la mañana siguiente fuimos un rato a la playa. Nos sentamos desnudos más o menos donde los días anteriores. Después de unos minutos de charla entre nosotros vimos a Rosa, que paseaba en toples por la playa. Nos vio y se acercó a saludarnos.

-              Buenos días, da gusto veros tomando el sol y descansando.

-              Buenos días Rosa, siéntate si te apetece –le dijo Antonia-.

-              Sólo un minuto, tengo que volver a casa.

Se sentó medio enfrente de los dos. Tiene unas tetas divinas, pensé. Durante la conversación la pillé varias veces mirando como distraída el chocho de Antonia y mi polla.

Al rato dije que me iba al apartamento, que para mí ya estaba bien de sol y de playa.  Me puse el bañador y la camiseta, cogí las llaves y me fui, dejándolas a ellas hablando animadamente.

Me senté desnudo en la terraza a la sombra, al rato desde allí vi como la vecina volvía de la playa en dirección al apartamento. A los pocos minutos llamaron a la puerta. Me lié una toalla a la cintura y fui a abrir. Era Rosa.

-              Perdona que te moleste Carlos, pero resulta que creo que me he dejado las llaves dentro de mi apartamento.

-              Pasa, pero no creo que sea nada prudente saltarse de uno a otro.

-              Ni lo pensaba, iba a llamar a un cerrajero.

-              Estaba en la terraza, siéntate conmigo mientras lo esperas.

Se había puesto el top del biquini y unos pantalones muy cortos y muy ajustados, tanto que, en mi opinión, le marcaban el chocho con toda claridad y lo de marcarle el culo no era opinable.

-              ¿Quieres tomar algo? –Le pregunté-.

-              Una cerveza o un vino, lo que tengas, me da igual.

Fui a la nevera por una botella de vino blanco. Mientras la abría me di cuenta que la polla se me había puesto morcillona al verla dentro del apartamento, mientras que en la playa pese a ir sólo con el tanga del biquini, no me había producido el mismo efecto. Era como lo que me había pasado el otro día al verla por la ventana.

Volví a la terraza con el vino y serví las copas. Me di cuenta que iba sólo con la toalla y pensé que sería mejor vestirme.

-              Me has pillado desnudo y me he liado la toalla. Espera un minuto que voy a vestirme.

-              En absoluto, estás en tu casa y somos los invitados los que debemos ajustarnos a tus modos.

No me dio tiempo a sentarme, cuando ya se había quitado el top del biquini, mostrando sus preciosas, morenas y grandes tetas. Después se puso de pie, se soltó el ajustado pantalón y se lo quitó. No llevaba nada debajo, salvo una cuidada mata de pelo negro. Ver como se había quitado la poca ropa y quedarse desnuda me excitó tanto que empecé a empalmarme.

-              Ahora eres tú el que tiene que desnudarse. –Me dijo tirando de la toalla, quedándose con ella en la mano-.

Me quedé paralizado ante el movimiento de la vecina, tanto que casi cometo la idiotez de taparme la polla con las manos, cuando acababa de estar desnudo ante ella en la playa.

-              La tienes muy bonita, no grande, pero si resultona. Sabes, a mí me gustan tanto con pelo como depiladas, reconociendo que depiladas se ven como más grandes. –Me dijo mirándome la polla-.

-              Gracias por el cumplido. Rosa tu eres una mujer espectacular. No te lo he dicho antes porque ahora cualquier piropo puede malinterpretarse y terminar en el juzgado.

-              Por mí no te prives, me encanta que me digan cosas bonitas. Parece que la situación te ha excitado. –Dijo señalando mi polla algo más que morcillona-.

-              La verdad es que sí y mucho. Antonia debe estar al llegar.

-              Tranquilo Carlos, sé perfectamente que tú no harías nada conmigo sin que lo apruebe Antonia, lo mismo que yo no lo haría contigo sin esa condición. Pero me gusta que un hombre maduro y atractivo esté así, tan nervioso, por mi culpa. ¿Te importa que me dé una ducha? Creo que tengo arena por todas partes.

-              Por supuesto que no me importa. Te indico donde está el baño.

-              No te preocupes, el apartamento es casi como el mío.

Se levantó y fue caminando hacia el baño. Disfrutar del movimiento de su desnudo culo mientras se alejaba era una visión estremecedora para cualquier hombre y posiblemente también para cualquier mujer. Traté de relajarme, no era normal que me hubiese empalmado como un chaval de veinte años por ver a una mujer desnuda.

-              Este apartamento tiene el baño un poco más grande que el mío. –Dijo al entrar en él-.

Cogí la copa de vino y entré al salón para escuchar lo que decía. Había dejado la puerta abierta, cosa que me pareció normal, no iba a ver más de lo que ya había visto. Entró en la ducha, cerró la mampara transparente y abrió los grifos. Observar cómo caía el agua sobre aquel cuerpo y cómo ella se la extendía no me tranquilizó nada, sino todo lo contrario.

Decidí mandarle un mensaje a Antonia:

“Hola preciosa. Ven pronto, la vecina se ha dejado las llaves dentro de su apartamento y ahora está tomando una ducha en el nuestro con la puerta abierta. No respondo de mí. Besos.”

Me contestó inmediatamente.

“No dejes que se vaya, tardo un minuto.”

Sé que debía haber dejado de mirarla, pero era como si una fuerza superior me lo impidiese. Se fue enjabonando su cuerpo cuidadosamente, tetas, vientre, chocho, culo, piernas, en fin todo, y yo me fui excitando cada vez más. No dejaba de ser una ducha normal y corriente, pero a mí me parecía el espectáculo más erótico que había disfrutado en los últimos años.

Mientras Rosa seguía en la ducha llegó Antonia vestida sólo con un pareo medio transparente. Cerró la puerta despacio para no hacer ruido y con un gesto me preguntó dónde estaba Rosa. Con un gesto también le indiqué que se acercara.

-              Parece que te gusta la vecina. –Me susurró, agarrándome la polla que estaba a reventar, mirando a Rosa en la ducha-.

-              No toques que te va a dar calambre. –Le susurré-.

-              Es una mujer espléndida, comprendo que te haga este efecto.

Antonia fue hacia el sofá en el que Rosa había dejado su bolsa de playa, rebuscó un poco en él y sacó un juego de llaves que me mostró con cara como de decir “¡fíjate que sorpresa!” Devolvió las llaves a la bolsa y vino otra vez hacia mí.

-              Me parece que la vecina quiere diversión para adultos.

Rosa terminó de ducharse y debió darse cuenta que no había cogido una toalla.

-              Carlos, puedes pasarme una toalla, que se me ha olvidado cogerla.

Cuando iba a empezar a caminar hacia el baño, Antonia me paró con la mano y fue ella la que se acercó. Cogió una toalla de la estantería del baño y dejó caer el pareo.

-              Viéndote en la ducha me han entrado ganas de ducharme también. –Le dijo Antonia a Rosa-.

-              Claro, una ducha es lo mejor al subir de la playa –le contestó Rosa haciéndose a un lado para dejarle sitio a Antonia-.

-              Rosa eres una mujer muy atractiva, tal vez demasiado. –Le dijo Antonia-.

-              Lo dices por cómo está tu marido.

-              No, lo digo por cómo estoy yo.

Me había acercado a la puerta del baño para verlas mejor y para escuchar su conversación. Antonia se me había adelantado, pero yo no estaba dispuesto a quedarme al margen y entré también en la ducha.

-              ¡Qué bien que estemos todos aquí! –Dijo Rosa cogiéndome la polla-.

-              ¿Te gusta la polla de mi marido?

-              Mucho, parece muy juguetona.

-              Lo es. ¿Y yo te gusto?

-              Mucho, también pareces muy juguetona. –Le contestó Rosa besando a Antonia en la boca-.

Puse mis manos en el final de las espaldas de ambas y las fui bajando lentamente sobando sus hermosos culos. Rosa seguía con mi polla en la mano y Antonia le sobaba las tetas a ella.

-              Me apetece mucho follar con tu marido –Le dijo Rosa a Antonia-.

-              Creo que a él también le apetece mucho.

Rosa se puso en cuclillas, se metió mi polla en la boca y me cogió los huevos tirando de ellos hacia abajo. Antonia me besaba en la boca. Yo estaba en la gloria.

-              Vamos a secarnos que nos vamos a arrugar con el agua. –Dijo Antonia-.

Cerramos el agua, Antonia y yo cogimos cada uno una toalla y empezamos a secar a Rosa. Cuando tocó secarle el chocho, me puse en cuclillas y se lo fui secando con la boca, mientras Antonia me secaba a mí. Rosa gemía sonoramente con el trabajo de mi boca.

-              Tienes una boca deliciosa con una lengua muy pícara. –Me dijo Rosa-.

-              Gracias, pero no es mérito mío sino de tu chochito.

Terminamos de secarnos y fuimos al dormitorio. Rosa se tendió boca arriba en la cama, yo me puse entre sus piernas para seguir comiéndole el coño y Antonia se sentó sobre su boca mirando cómo yo se lo comía a Rosa. Antonia se sumó a los gemidos de Rosa.

-              Soy una mujer muy pasional y tengo orgasmos con mucha facilidad, sobre todo cuando me lo hacen tan bien como ahora. –Dijo Rosa-.

-              Tú tampoco lo haces nada mal. –Dijo Antonia, que le estaba sobando las tetas a Rosa-.

-              ¡Carlos sigue que estoy sintiendo un fuerte orgasmo, sigue, aaahhh! –Exclamó Rosa llenándome la boca con el fruto de su orgasmo-.

-              Lo mismo te digo Rosa, ¡por Dios no pares ahora, que me voy a correr! –Dijo Antonia que no pudo contenerse ante el orgasmo de Rosa-.

Antonia se dejó caer sobre Rosa y puso su cabeza para que la besara en la boca, junto al chocho de Rosa.

-              ¡Qué bueno! –Exclamaron las dos a la vez-.

Las dejé descansar. Sabía que por lo menos Antonia necesitaba un tiempo de recuperación antes de continuar, lo que no sabía es que Rosa era de recuperación inmediata.

-              Ven Carlos, déjame disfrutar un rato más de ese pollón. –Me dijo Rosa sin moverse-.

Antonia se echó a un lado y yo me coloqué sobre las tetas de Rosa, metiéndole la polla en la boca.

-              Espera, ponla primero entre mis tetas. Me encanta sentirla entre ellas.

Antes de ponerla entre sus hermosas tetas, le golpeé los pezones con la polla. Ella suspiraba a cada golpe, pidiendo más. Mi liquido preseminal había impregnado todas sus tetas, cuando le coloqué la polla en medio deslizaba sobre ellas como si le hubiera puesto vaselina. Antonia se incorporó y se puso detrás de mí sobre la barriga de Rosa. Sentía la presión de sus tetas en mi espalda y sus caricias en mi pecho.

-              ¿Qué pasa hoy, no te vas a correr? -Me dijo al oído-.

-              Estoy tan caliente que no me puedo correr, creo que podría estar follando todo el día.

-              ¡Qué maravilla! –Exclamó Rosa, que debía haberme oído-.

Era cierto lo que decía. No era frecuente, pero algunas veces podía estar horas con una erección sin correrme. Eso tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes cuando se está con dos mujeres tan pasionales, podía acabar fundido. Antonia siguió pegada a mi espalda pero echó los brazos hacia atrás para hacerle un dedo a Rosa, que lo agradeció con un sonoro “aaaggg”.

-              Tienes unas tetas deliciosas para hacer una cubana. –Le dije a Rosa-

-              Me encanta el Caribe –me contestó-.

Antonia cambió de posición para colocarse entre las piernas se Rosa y poner sus chochitos pegados.

-              Esto no me lo habían hecho nunca. ¡Antonia me encanta!

Saqué la polla de entre las tetas de Rosa y se la metí en la boca. Ella la agarró con una mano, mientras que con la otra me sobaba los huevos.

-              Antonia voy a tener otro orgasmo, sigue. Noto los labios de tu conejito en los míos y no me voy a poder aguantar. ¡AAAAGGGG! –Gritó Rosa-.

Aquella mujer era un portento. No se sacó mi polla de la boca durante su orgasmo, sino que siguió jugando con su lengua en mi capullo. Pese al orgasmo de Rosa, Antonia siguió con el roce hasta que se corrió también, dejándose caer sobre la cama.

-              Carlos me da pena por ti, nosotras dos cada una y tú en blanco. –Dijo Rosa-.

-              Fóllatela Carlos. –Fue el único comentario de Antonia-.

Puse dos almohadas bajo su culo para subir su chochito y poniendo sus piernas sobre mis hombros le metí la polla hasta el fondo. Creo que nunca había estado dentro de un coño tan encharcado. Antonia se movió para besar a Rosa en la boca, mientras yo le sobaba su clítoris y le pellizcaba sus pezones.

-              ¡Qué bueno Carlos, que gusto, si sigues así me vas a matar!

Miraba a Rosa y su cara tenía un gesto de placer y de vicio que me encantaba. Subí todavía más el ritmo del bombeo y noté como Rosa iba a tener otro orgasmo.

-              ¡Castiga más mi clítoris, no lo dejes, no pares, siento tu polla dentro de mí como un palo, así, así, aaaggg!

Por fin noté que iba a correrme. Le saqué la polla a Rosa de su chochito y me puse sobre sus tetas para correrme sobre ellas y sobre su cara, como le había oído pedir el otro día a su acompañante. Empecé a soltar chorros como un chaval que la llenaron de mi mejor crema. Cuando terminé, ella levantó la cabeza y con su lengua me limpió el capullo.

-              Creo que deberíamos ir a comer para reponer fuerzas. –Dijo Antonia al rato-.

Pasamos un resto de las vacaciones tórrido. Nos dio pena despedirnos de Rosa y ella quedó en hacernos una visita. Menos mal que volvimos el sábado santo y pudimos descansar algo el domingo.

A los pocos días de esta aventura, una tarde que estábamos Antonia y yo perreando, abrí la página de “todorelatos” por si había algo interesante para leerle a Antonia.

-              Hay un nuevo relato de “rosaviuda”. ¿Quieres que te lo lea?

-              Sí, por favor, tengo ganas de juerga. ¿Cómo se llama?

-              “Una sorpresa en la semana de pasión”

“Desde que la viuda de mi vecino convirtió su apartamento en un apartamento turístico, habían pasado por allí montones de familias nórdicas e inglesas con hijos o sin hijos que no hablaban nada de español y que su diversión se limitaba a coger unas cogorzas de campeonato desde medio día hasta la noche.

Sin embargo, el viernes antes de la semana santa me crucé en el descansillo con una pareja madura española. Ella una mujer muy guapetona como de mi edad, cincuenta y algo años, y él un maduro muy atractivo unos diez años mayor que ella.

Iba yo acompañada de un varonil marino jubilado, que le ha dado muchas alegrías a mi conejito. Salimos a la terraza y como Dios, entre otras gracias me ha dotado de un estupendo oído, supe que ellos estaban también en su terraza.

Cómo no puedo dejar de ser pícara le propuse a mi varonil marino leerle alguno de mis relatos, así mataba dos pájaros de un tiro, calentaba a mi marino y escandalizaba un poquito a la pareja vecina.

Durante la lectura del relato oí en algunos momentos que los vecinos no sólo no se escandalizaban, sino que disfrutaban de mi erótica lectura.

Cuando concluí la lectura mi jubilado y yo estábamos desnudos y él adorablemente empalmado. Me propuso follar mirando al mar, pues decía que eso le recordaba los años que había estado embarcado. No me pude negar y me coloqué con el pecho fuera de la barandilla, ofreciéndole al abuelo una irresistible visión de mi culito.

Como tenía cierta curiosidad por los vecinos me ubiqué próxima a la separación de las terrazas. Mi marino no tardó ni un minuto en ensartarme para su placer y el mío. En medio de los  embates del marino con su gruesa herramienta, miré de soslayo a la terraza de los vecinos.

Estaban los dos desnudos y ella subida en él no paraba de moverse sobre su aparato, que entonces no pude dimensionar bien, aunque sí dimensioné el buen tamaño de sus depósitos. En algún momento me pareció que él pudo verme, pero estábamos todos a lo que estábamos.

Cuando mi viril marino me llevó a la cumbre del placer, dejé que descargara sus depósitos sobre mis tetas y mi cara, que sé que le gusta mucho. Poco después se despidió, pues tenía que salir de viaje.

Al quedarme sola empecé a llamar a mis maduros amantes, para quedar con ellos algún día de la semana de pasión. Lamentablemente estaban todos fuera, mi inglés visitando a sus hijos, mi invidente viendo procesiones en Zamora, mi ciclista haciendo el camino de Santiago, mi atractivo viudo en un viaje del INSERSO y así hasta completar mi lista de maduros folladores. En fin, llegué a la conclusión de que tendría que pasar una semana en secano.

A la mañana siguiente me crucé con el maduro vecino temporal en el ascensor. Carlos me dijo llamarse. Yo iba un poco  provocativa vestida y noté como el admiraba mi cuerpo, no más de lo que yo admiré el suyo.

Cómo quería bajar a la playa, al ir al dormitorio a prepararme vi de refilón en el espejo de baño, que el guapo maduro estaba desnudo en su cocina. Llevaba depilado su estilete de muy buen tamaño, aun en estado de relax.

Decidí jugar un poquito, pues sabía que desde la ventana de la cocina podía verme frente al espejo del baño, sin saber que yo también lo vería reflejado. Sólo me quité la camiseta y el short y vi como su estilete se alegraba de verme con mi pequeño biquini, pues alcanzó una buena longitud y un interesante grosor.

Después de estar un rato en la playa, decidí comer en una terraza próxima, pues no tenía ganas de hacer comida para mí sola, ya que no tendría la compañía de alguno de mis abueletes. Estuve buscando mesa, pero todas estaban ocupadas. Vi entonces acercarse al maduro y gentil vecino, invitándome a sentarme con él y con su guapa esposa, Antonia. Aunque lo estaba deseando después de saber la tarde anterior que eran bastante animados, me hice un poco la tímida.”

-              ¿Antonia no se te parece demasiado el relato a nuestra semana de vacaciones?

-              Un poco sí, además es curioso que la pareja se llame como nosotros y la protagonista como la vecina.

-              Voy a seguir leyendo, a ver qué pasa. Estoy intrigado

“Antonia era muy guapa y muy simpática y de Carlos me subyugó su espléndida madurez. Lancé algunas puyas pícaras a las que ellos respondieron sin problemas y dejé bien claro mí gusto por los maduros.

Al no dejarme pagar mi parte en el restaurante los invité a mi apartamento a tomar una copa, con intención de intimar con ellos. Antonia no se cortó un pelo y se quedó en toples en mi terraza para tomar el sol, lo que me permitió hacerlo a mí también. Sentí los ojos de Carlos acariciando mis tetas y me fui mojando como una adolescente.

Cuando se fueron estaba segura de que se iban los dos bien calientes. Cada cierto tiempo me asomaba al baño para ver si alguno entraba en la cocina. No tardó mucho el vecino maduro en hacerlo y yo volví a hacer mi entrada en el baño. Me quité el pareo y el biquini, viendo como era observada por él. Al poco vi que también aparecía la vecina y como el maduro terminaba de armar su bella herramienta.

Yo estaba caliente a más no poder de saberme observada y creo que admirada por esa pareja. El poderoso maduro se colocó detrás de ella, primero rozándose y luego penetrándola con aquel sable que en ese momento era mi envidia. Vi cómo ella tenía un orgasmo y luego él se corría sobre su precioso culo.

Tuve que hacerme un apaño de urgencia ante la temperatura que había alcanzado mi conejito con la situación.”

-              ¡Esto ya no tiene duda! –Exclamé-.

-              Pues no. Parece que nuestra pasional vecina es “rosaviuda” o ella le ha contado lo sucedido con pelos y señales. Sigue, que falta lo mejor y yo ya estoy encendida.

“Lamentablemente, todo el día siguiente y la mañana del otro día estuve muy liada y no pude disfrutar de la compañía de mis atractivos y calientes vecinos.

Cuando llegué a casa después de comer, como hago siempre que el tiempo lo permite, me desnudé y salí a tomar el sol en la terraza. Oí voces en la terraza de los vecinos. Iba a saludarlos cuando reparé en que él estaba leyendo en voz alta uno de mis últimos relatos: “El reciente viudo de una amiga me transporta al más allá”. La historia era real, aun cuando adornada para el relato, y me había sucedido unas semanas antes.

Oír mí relato en la voz del vecino, que se lo leía a su bella esposa para hacer subir su temperatura, tuvo en mí un efecto inmediato. Acerqué la tumbona silenciosamente junto a la separación entre las terrazas y me tumbé para acariciarme mientras escuchaba.

El vecino terminó de leer y oí como movían las tumbonas. Decidí mirar, si me sorprendían diría que quería saludarlos. Antonia estaba a cuatro patas sobre la tumbona y Carlos, de pié, se la estaba follando. El culo del vecino y el movimiento de balanceo desenfrenado de sus hermosos depósitos, chocando con el conejito de su esposa, me desarmaron y tuve un fabuloso orgasmo antes de que ellos terminaran.

Me fui a mi dormitorio a serenarme y me quedé profundamente dormida hasta la mañana siguiente.

A la mañana siguiente vi como los vecinos bajaban temprano a la playa. Tenía que hacer algo para poder gozar con aquella pasional pareja de maduros.

Me aseé y bajé a la playa a hacerme la encontradiza con ellos. A los cinco minutos de andar por la playa los vi desnudos tomando el sol. Me acerqué a saludarlos y Antonia me invitó a sentarme con ellos. Los dos tenían sus genitales sin un solo pelito. No podía evitar mirarlos, pues me tenían subyugada la belleza de sus genitales.

Al poco el maduro y atractivo vecino dijo que se iba. Al ponerse en pié admiré su hermoso estilete y sus grandes depósitos, que le colgaban seductoramente. Debí ser muy indiscreta con mis miradas, porque cuando él se fue, su adorable esposa me preguntó si me gustaba su marido.

No pude negar lo que había quedado evidente y le contesté que sí, que era un hombre muy atractivo y varonil y que le gustaría a cualquier mujer con ojos en la cara. Ella se lo tomó muy bien y se rió.

Le dije que se les veía muy felices y compenetrados y le confesé que la tarde anterior los había visto en la terraza en una situación muy íntima y que había sentido cierta envidia de no ser ella en ese momento.”

-              Esto último es inventado, ¿no? –Le pregunté a Antonia-.

-              No exactamente. No te conté que Rosa y yo tuvimos una conversación en la playa de mujer a mujer. Sigue a ver que cuenta.

“La atractiva vecina se puso de pié un momento para coger la crema de su bolsa y pude admirar su bella rajita, ya que no se le podía llamar conejito al no tener ni un pelo.

Se lo admiré y le dije que yo nunca me lo había depilado del todo y que al ver lo bien que le quedaba, estaba pensando en hacérmelo. Ella me contestó que le gustaba ir así, pero que lo mejor era cuando su esposo se lo hacía.

Alabé la suerte que tenía al tener un esposo tan cariñoso y tan mañoso. Ella, muy pícara, me preguntó si me gustaría que me lo hiciera, a lo que yo le respondí que por supuesto que sí. Luego, siguiendo con la picardía, me preguntó si a mí me importaría que ella estuviese presente, a lo que le respondí que en absoluto, que comprendía que tuviera que vigilar a semejante maduro, en un trabajo tan íntimo.

La conversación con Antonia me había puesto muy caliente y estaba mojando el tanguita de mi biquini con mis jugos.

Ella me dijo si podía hacerme una pregunta íntima y yo le contesté que claro. Me preguntó entonces si me gustaba hacer tríos. Recordé los últimos que había hecho con mi pareja de calientes abuelos y con su pareja amiga. Y le contesté que, si era con ellos, claro que me gustaría.

Ella me confesó que a su esposo no había que tocarle mucho las palmas para que se animase, pero que le haría gracia que fuese yo a calentarlo previamente. Me encanta que seas tan pícara, le dije. Pues ya estás tardando, dijo finalmente.”

-              ¿De verdad le dijiste eso?

-              Palabra por palabra.

-              Para que le dijiste que me calentara, si yo ya estaba más que caliente con la vecina.

-              Quería hacerte pasar un mal rato antes de qué nos lo montáramos los tres. Deja de hablar y lee, que quiero saber cómo termina.

“Me quité el tanga del biquini y me puse un pantaloncito tan ajustado que me marca mi conejito y me resalta mi bonito culo y el mini top del biquini y subí al apartamento pensando cómo caldear al atractivo esposo de mi nueva amiga.

Iba tan caliente pensando en el trío que podría hacer con aquella pareja, que mi cabeza era incapaz de centrarse en cómo calentar al bien dotado maduro.”

-              Vaya favor que está haciendo “rosaviuda”. –Me dijo Antonia-.

-              ¿Tú tienes alguna queja? –Le respondí quitándome los pantalones y los boxes, dejando al aire mi ya dura polla-.

-              No, pero vamos, que bien dotado es un poco exagerado por su parte.

-              ¡Qué poca gracia tienes cuando quieres!

“Cuando llegué al descansillo de los apartamentos iba tan nerviosa que no encontré mis llaves en la bolsa, por lo que decidí pedirle refugio temporal al vecino.

Me abrió la puerta con una toalla liada a la cintura y su canoso y velludo pecho al descubierto. Tuve que hacer un esfuerzo para no tirarme sobre él y comerle sus pezones.

Me invitó a pasar a la terraza, donde me dijo que estaba sentado. Sentí su mirada acariciando mi rajita marcada en los pantalones y saboreando la perfección de mi culito.

El caballeroso y atractivo esposo de mi nueva amiga me invitó a tomar un vino y después de servir las copas dijo que iría a vestirse, pues al llamar a la puerta lo había sorprendido desnudo leyendo.

Vi la ocasión y le dije que de ninguna manera, que debíamos adoptar las costumbres de la casa. En medio segundo me deshice del top del biquini y del escueto pantaloncito, quedando desnuda frente a él, y luego tiré de su toalla dejando a mi vista su más que morcillón estilete y sus hinchados depósitos.

Alabé sus partes íntimas hasta conseguir que se pusiera como un flan. Tan azorado lo vi y tan caliente estaba yo, que decidí tomar una ducha, sabiendo que esa visión tan íntima de mi cuerpo terminaría de destruir sus ya mermadas defensas.

Lógicamente dejé la puerta del baño abierta y le dije alguna tontería para que tuviera que acercarse y admirar mi cuerpo maduro en todo su esplendor.

La estratagema fue todo un éxito y pude observar que su hermoso estilete se había convertido en un pollón glorioso.”

-              ¡Hala, hala! ¿Te pusiste de acuerdo con ella para que escribiera semejante exageración?

-              Tú sigue, que verás donde va a terminar ese pollón.

-              No te enfades y sigue leyendo ese imaginativo relato.

“Cuando ya lo tenía como un semental, le pedí una toalla y para mi sorpresa me la trajo Antonia totalmente desnuda, con Carlos detrás algo más que empalmado.

Antonia me secó cuidadosamente y después le dijo a Carlos que yo le había pedido que él me depilara mi conejito. El atractivo esposo cayó en la cuenta de que allí iba a haber un trío sí o sí y su pollón reaccionó hinchando una preciosa y gorda vena en su centro.

A Antonia unas veces la depilo con cuchillas y otras con maquinilla, dijo con su varonil pero ahora temblorosa voz, te lo voy a hacer con maquinilla, porque estoy un poco nervioso y no querría hacerte daño en tu bonito chochito.

Saber que ese hombre tan atractivo iba a manosear mi conejito, hizo que mi producción de jugos se disparase. Antonia puso una toalla en la cama y se sentó apoyada en el cabecero, indicándome luego que me sentara apoyada en su pecho, con las piernas muy abiertas.

Creí que iba a tener mi primer orgasmo antes de que el poseedor del pollón ni siquiera me hubiese rozado. El viril esposo de la bella mujer sobre la que ahora estaba recostada, se puso entre mis despatarradas piernas y con mucha dulzura y sapiencia fue depilando primero mi monte de Venus, mientras su bella y caliente esposa acariciaba mis tetas, con especial ahínco en mis pezones.”

-              ¡Joder Antonia qué caliente me estoy poniendo! ¿Cómo no se nos ocurrió hacer esto?

-              Pues porque tú te encelaste comiéndole el conejo. ¿Es que no te acuerdas?

-              Claro que me acuerdo, pero primero se lo podía haber comido con pelo y luego sin pelo.

-              ¿Y qué más? Anda sigue leyendo que yo también estoy burra perdida. –Antonia se echó a un lado el tanga que llevaba y empezó a pasarse dos dedos por su chochito-.

-              ¿Follamos ya?

-              Termina de leer primero.

“Después comenzó a maniobrar con sus dedos en mi cada vez menos peludo conejito. No pude soportarlo más y tuve mi primer orgasmo, obligándolo a detener su tarea hasta que mis piernas volvieron a estar quietas.

Rosa, que pasional eres, me susurró Antonia al oído. Preguntándome luego: ¿Puedes tener más orgasmos? La vez que más he tenido han sido cuatro con un abuelo inglés que poseía una larga serpiente entre sus piernas.

Carlos siguió cuando pudo con su tarea, sin detenerse hasta que me dejó como una niña impúber. Cortésmente se levantó con el pollón pegado a su vientre y trajo del baño un espejo de mano y un bote de crema hidratante.

Me pasó el espejo con el que pude admirar el delicado trabajo que me había hecho. Me gustó mi chochito sin un solo pelo, con mis labios menores fuera y con mi hinchado clítoris brillando. Tenía el monte de Venus muy blanco, tendría que tomar el sol bastante hasta igualarlo con el resto de mi cuerpo.

Voy a ponerte crema para protegerte ese imberbe coñito, dijo el maduro del pollón brillante. Pero el muy pérfido no sólo quería protegerme mi coñito, como él lo había llamado, sino excitarme para mi segundo orgasmo.

Cogió una buena cantidad de crema y empezó a untarme todo mi chochito. Luego le pasó la crema a su esposa y le dijo: Antonia ayúdame, tiene un chocho tan grande que solo no voy a terminar nunca.

Las manos del experto peluquero y las de su pícara esposa fueron sobándome todo mi depilado chocho con tanta pasión como sabiduría hasta que consiguieron que tuviera un largo, intenso y sonoro segundo orgasmo.

El maduro estaba tremendamente excitado y se puso de pié en la cama en tal posición que mientras su adorable esposa le comía el pollón, yo le lamía y chupaba sus hermosos depósitos depilados.

Puse mis brazos hacia atrás, llegando con mis manos al delicado chochito de la esposa de quién tan bien nos estaba alimentando. Debía estar la esposa tan excitada que no tardó ni dos minutos en tener un tremendo orgasmo, sin dejar de comerse el duro miembro de su esposo.

Mi experto en peluquería íntima debía tener un aguante sobrehumano, porque pese a que nosotras sumábamos ya tres orgasmos, él seguía empalmado y sin correrse.”

-              Esta mujer delira, a ver si de verdad duras tanto cuando termine el relato. –Dijo Antonia-.

-              ¿A ver si duras tú?

“Colocó sus piernas debajo de mí y la punta de su pollón en la entrada de mi ya trabajada cueva y me ensartó hasta que sus depósitos chocaron con mi ojete.

Me sentía llena con aquel duro estoque en mi interior. Su bombeo fue creciendo en intensidad, ayudándose tirando de mí hacia él y soltándome después.

No pude resistir mucho y tuve un esplendido tercer orgasmo, con el que él ya no pudo y sacándola de mi cueva, nos llenó a su esposa y a mí las tetas y la cara de una espesa crema que soltaba a grandes chorros.

La atractiva pareja que finalmente reconocí como los que escribían en la misma página que yo bajo el seudónimo de “porecharelrato”, consiguió que la ausencia de mis amantes fuera menos dura de lo esperado. Pasamos un resto de semana que otro día os relataré, porque merece ser contado.

Un beso para ellos desde estas páginas y hasta pronto.”

-              Pues no me había dado cuenta que nos hubiera reconocido. –Le dije a Antonia-.

-              No te distraigas y vamos a lo que vamos y a ver si emulas al fiera del relato.

Un saludo para “rosaviuda” de un admirador de sus relatos.