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Se la clavé en el culazo a la viudita mirona

en Sexo con maduras

—La vieja es una mirona.

Se lo oí decir a dos chavales jovencitos en el pub donde paro por las noches. Yo estaba con una cerveza en la mano con mi amigo Bernardo. Los dos pasamos de los cincuenta y nos colocamos todas las noches en este local. Me quedé con la copla de los jovencitos y seguí expectante su conversación.

—Esa tía va por las tardes a pasear por el parquecito de las acacias y se fija en todas las parejas, a mí y a mi novia no nos quita el ojo. El otro día le dije: «¿Qué miras, vieja?». Y se marchó espantada.

—Eres un cabronazo. Déjala que mire lo que quiera. A ti que te importa — le respondió el amigo.

No pude evitar meterme en la conversación de los dos chavalitos.

—¿Y quién es esa vieja? –les pregunté.

—Una viuda. Se le murió el marido hace cinco años y debe estar cachonda perdida. Vive en el quinto piso de mi bloque.

—Podías hacerla un favor si está tan necesitada –les dije.

—¿Yo? No jodas. Donde estén las jovencitas que se quite esa veterana. Si debe acercarse a los sesenta.

—Pero tiene unas tetazas y un culazo…­—respondió el amigo.

—Al mudito sí que le gusta.

—¿Quién es el mudito? –les pregunté.

—Un colega que no se ha estrenado. Es medio lelo pero le hemos dicho que algún día pase por el parque y la entre. Mira, por ahí viene el mudito.

Por la puerta entraba un chico gordo y feo. Se unió a la reunión pero no abrió la boca. Sus amigos le vacilaban.

—Mudito, tienes que enseñarle la polla a la viudita —le decían—. Seguro que se cae de espaldas cuando te la vea.

—De…dejadme tran…tranquilo.

El chico tartamudeaba y tiraba perdigones. Menudo ejemplar.

—¿Y a qué hora pasa esa viudita por el `parque? –pregunté.

—A las diez de la noche. Da una vuelta y a veces se sienta en un banco, ya te digo que es una mirona. Nosotros hemos decidido ir a otro sitio. El único que la sigue vigilando es el mudito. ¿Cuándo te vas a decidir, mudito?

—So…sois tontos.

Invité a una cerveza a toda la banda y luego me marché con mi amigo Bernardo, que está más salido que el mudito. «Oye, tronco, tenemos que dar un paseíto por ese parque». «Eso mismo había pensado yo, pero vamos a echarle una mano al mudito». «¿Al mudito?». «Si él no se atreve, nosotros le daremos un empujón. Hay que ayudar a la juventud. Seguro que hay filete para todos».

Al día siguiente Bernardo y yo estábamos sentados en un banco en el parque de las acacias a las diez de la noche. Primero vimos al mudito. Yo tenía un plan.

—¿Ha venido tu novia? –le pregunté.

—No, no es mi novia. Mira, mira, por ahí llega.

Era una veterana, sí. Iba caminando por el parque. Vestía con una blusa entallada y una falda hasta la rodilla nada sexy. Destacaba su culo, un culazo que parecía estar pidiendo una buena polla. Tenía unas tetas gloriosas.

—Hoy tienes que enseñarle la polla, mudito –le dije.

—Yo me voy.

—No, no te vayas.

La viudita se sentó en un banco apartado después de dar una vuelta. No debió encontrar ninguna pareja que le interesase. A nosotros no nos había visto.

—Mudito, es tu oportunidad –le dije—. Tienes que quitarte ese pantalón de chándal que llevas y ponerte esto.

Le enseñé unos legings míos que seguro que le iban a estar estrechísimos. Los había traído para esta ocasión. Bernardo se descojonaba.

—No, yo no me pongo eso.

—¿Quieres follar, mudito?

—No sé, no sé.

—Ponte esto y siéntate en el banco que hay frente a la viudita, llévate el móvil y haz todo lo que yo te diga.

—Déjame en paz.

—Mudito, esa mujer te la va a chupar si te atreves.

—Hazlo tú.

—Yo se la voy a clavar en el culazo mientras te la chupa a ti.

—Tú estás loco.

—Venga, mudito, yo te dirijo.

Se puso los leggins sin calzoncillos. Era un espectáculo porque yo había traído unos leggins blancos, casi trasparentes. El mudito tenía un pedazo de pollón y además estaba empalmado.

—Bernardo, esa tía va a enloquecer en cuanto le vea.

—Menudo pollón se gasta el mudito. Si se le va a salir de los leggins.

—Yo no voy así a ninguna parte –se quejó el chico.

Pero no tuvimos que rogarle mucho. Se marchó caminando marcando pollón. Nosotros nos colocamos detrás de un seto desde el que veíamos todo. El mudito llevaba el móvil en la mano. El chico llegó hasta el banco que estaba frente a la viuda.

—No te sientes todavía —le dije por el móvil—. Estírate un poco y que se fije en tu polla.

La viudita estaba sorprendida con aquel gordote frente a ella. El mudito estuvo un rato de pie sin que ella perdiera ojo a su paquete. Cuando se sentó en el banco seguí dándole instrucciones.

—Siéntate con las piernas abiertas y muy estiradas y no dejes de mirarle las tetas y el chocho.

Yo me fijaba en la viudita. Ella estaba con las piernas cruzadas frente al mudito.

—Acaríciate la polla, mudito, y sácatela un poco por arriba de los leggins.

—No, no me atrevo.

—Venga, no seas gilipollas.

Pero lo hizo. La viudita descruzó las piernas y se desabrochó un par de botones de su blusa. Creo que empezaba a ponerse nerviosa, pero no se levantaba ni decía nada. Solo miraba el pollón del mudito.

—Venga, mudito, bajate un poquito los leggins, que te vea más la polla.

El mudito obedeció. La viudita se subió un poco la falda para que el mudito pudiera ver sus muslos y se desabrochó más la blusa. La tía estaba poniéndose cachonda con el espectáculo.

—Acariciate bien la polla, mudito.

La viudita se acariciaba también las tetazas y se había subido tanto la falda que se le podían ver unas braguitas blancas.

—Hoy follas, mudito. Levántate y siéntate en el banco donde está ella y dile que quieres chuparle las tetas.

—Tú, tú estás loco.

—Venga, mudito, no ves que está cachonda. Si no quisiera, ya se habría ido.

El mudito se levantó acariciándose la polla y se sentó en el banco al lado de la viudita. Ella estaba alucinada y más cuando oyó lo que le decía.

—Déjame chuparte esas tetazas.

—Qué dices. No puede ser —Se hacía la recatada mientras su vista seguía fija en la polla del mudito.

—Yo te estoy enseñando la polla, enséñame esas tetazas. Nunca he chupado una tetas.

—¿Nunca? —preguntó muy alterada la viudita.

—Nunca, nunca, te lo juro.

—Solo un poquito —dijo la viudita y se quitó el sostén, se desabrochó del todo la blusa y le enseñó sus dos tetazas al mudito, que se volvió loco, sus ojos echaban chispas.

—Chúpaselas. ¿No ves que lo está deseando, capullo? —le dije al darme cuenta de que no se movía del sitio. Pero mi orden surtió efecto. Se acercó a la viudita y ella le llevó la cabeza hacia sus tetas y le puso el pezón en la boca, como si fuera un niño. El mudito lamía con desesperación y ella daba gemiditos hasta que le hizo separarse.

—No, no, puede ser, pareces muy jovencito y nos puede ver alguien –decía la tía, que hacía intentos de esconder sus tetas con la blusa pero su mano se iba hacia la polla durísima del mudito.

—¡Qué grande la tienes!

—Dale la mano y dile que vais a un sitio escondido y te la llevas en esa pequeña praderita, donde yo he puesto una manta. Ahí no os verá nadie –seguí dirigiendo al mudito.

Fue mi última orden porque el mudito se guardó el móvil. La viudita se estaba acariciando por encima de la falda.

—Aquí no puede ser, no puede ser —decía—. Eres muy jovencito.

—Vamos a un sitio que me sé, aquí detrás, muy escondidito, nadie nos verá.

—No sé. No sé.

El mudito se levantó y caminó hacia donde yo le había dicho. Ella parecía que iba a quedarse sentada.

—Vamos, vamos —le dijo al tiempo que se acariciaba el pollón.

—¿Dónde me llevas? —dijo mientras se levantaba y caminaba siguiendo los pasos del mudito.

Llegaron al sitio elegido por mí, la manta estaba en el suelo. El mudito no sabía qué hacer y cogió otra vez el móvil.

—Dile que se ponga a cuatro patas como un perrito y tu colócate delante para que te chupe la polla –le dije.

—No sé si querrá –me replicó.

—¿Con quién hablas? –le preguntó la viudita.

—Con nadie. Ya  cuelgo.

El mudito se arrodilló y se agarró el pollón con las dos manos.

—Ponte a cuatro patas como un perrito y chúpamela —le oí decir.

—Ay, ay, por qué me haces esto. No puede ser, no puede ser.

Pero la viudita se puso también de rodillas, estaba hipnotizada por lo que veía y empezó a acariciar la polla del mudito.

——Ay, ay, hace tanto que no toco una, y la tienes tan grande. Madre mía, que gusto.

La viudita estaba en éxtasis, se puso a cuatro patas como un perrito y se puso a chuparle la polla al mudito. Fue cuando le dije a Bernardo que teníamos que entrar en acción. Salimos de nuestro escondite y nos situamos detrás de la viudita. «Tú vas a comerle el coño mientras yo le clavó esta polla por el culete, lo estoy deseando».

Ella seguía chupándole la polla con frenesí al mudito, que tenía los ojos en blanco. Ella ni siquiera se había dado cuenta de nuestra presencia. Solo descubrió que estábamos allí cuando empecé a acariciarla el culo y le subí la falda hasta la cintura,

—Qué es esto, qué hacéis. ¿Quiénes sois vosotros?

—Dos buenos amigos, tú sigue a lo tuyo.

  Bernardo se había tumbado debajo de ella y había metido la cabeza entre las piernas. Entre los dos le quitamos las bragas.

—Ay, ay, que me hacéis.

—Verás que bien lo vas a pasar, mejor que nunca, tres pollones para ti.

—No, no, dejadme tranquila.

El mudito empezaba a enfadarse porque la viudita había dejado de chuparle la polla.

—Sigue, sigue, guapa –le dijo.

Yo había apoyado la polla en su rabadilla y la empezaba a restregar contra su ojete. La lengua de Bernardo empezaba a hacer estragos, se movía por su chochete como una serpiente ansiosa por devorar a su presa.

—¿Qué me vas a hacer? –me preguntó.

—Estoy deseando meterte la polla en ese culazo.

—No, no, me vas a hacer daño, por favor.

—No me creo que tu marido no se follase muchas veces ese extraordinario culazo.

—Sí, sí, pero hace mucho tiempo.

—Veras como te gusta.

Bernardo daba lamentones por todo el chocho de la viudita. Estaba enloquecido. Debía llevar mucho tiempo sin comerse un coño y disfrutaba como un enano. La viudita empezó a gemir.

—Ay, ay, sois unos cabrones, ay, ay, que ganas tenía.

Volvió a coger la polla del mudito con desesperación, enloquecida, entregada ya a la orgia que le habíamos preparado. Yo le había metido dos dedos en el culo y los movía adentro y afuera, uno, dos. Después me arrodillé y le comí todo el ojete. Mi lengua la recorría por detrás y la de Bernardo por delante. Ella gritaba.

—Ay, ay, vais a hacer que me corra.

Quien había explotado era el mudito. Se corrió en la boca de la viudita y yo le dije a Bernardo que ocupara su puesto

—Sustitúyele —le dije.

  Y Bernardo corrió raudo a ponerle la polla en la boca. Yo creí llegado el momento de meterle el pollón, pero decidí chavársela por el chocho y dejarle el culete para cuando el mudito se  recuperase.

Había  puesto de lado a la viudita. Mi polla estaba en la puerta de su vagina, la restregué por todo el chocho, la moví como si fuera un dedo. Ella se volvía loca, quería más.

—Ay, ay, métemela, métemela.

No la hice esperar. Mi polla estaba encabritada, cabalgué y cabalgué. Ella se movía para que llegase más profundo

—Toma, toma, toma polla.

—Así, así, dame más, dame más.

No había llegado a correrme cuando escuché la voz del mudito.

—Déjame, déjame, que yo también quiero follar.

—Pero ya estás listo otra vez, chaval.

—Sí, sí.

Obedecí y le dejé mi puesto. Yo prefería acabar en el culo de la viudita. Ella dio un gemido muy largo e intenso cuando el mudito le clavó la polla. Era como dos veces la mía. El tío se movía como un orangután y ella debía de estar viendo las estrellas. Pero lo del mudito eran fuegos artificiales. Se corrió enseguida. Mucha polla y poca resistencia, así son los jovencitos. Bernardo también se había corrido en la boca de la viudita.

Yo la hice darse la vuelta tumbada en el suelo. Puse una almohadillita que había traído en una mochila debajo de ella para que levantase un poquito el culete.

—Ha llegado la hora de ese culazo –le avisé.

—Sí, sí. Fóllame también el culo.

Tenía tres dedos metidos en su culete para que dilatase si llevaba tanto tiempo sin actividad. Después coloqué la punta de la polla en su ano y la moví alrededor. Con mis manos le acariciaba el coño.

—Metemela, métemela, cabrón.

Se la metí despacito, primero la puntita, después un poquito más, después empujé con todas mis fuerzas y me moví frenéticamente. Fue impresionante. Llevaba muchos años sin echar un polvo tan salvaje.

—Esto tenemos que repetirlo en tu casa –le dije a la viudita al oído—. Tengo un amigo negro que te va a encantar.

—Ay, ay, qué le pasa al negrito.

—Ya lo verás. Y lo pasaremos mucho mejor si traes a alguna amiga que esté tan necesitada como tú.

—Ay, ay, no sé, Teresita lleva mucho tiempo sin nada.

—En tu casa, el viernes, y que no falte Teresita —le dije cuando se despedía.

Se vistió y se marchó. Seguro que el viernes nos espera. Ya os contaré. Y se admiten sugerencias para futuros relatos.