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El Roast de Adolf Hitler 1

en MicroRelatos

El Roast de Adolf Hitler

Prólogo

Hasta él sabe que es el final, ya nada puede salvar su Reich de los mil años. Los obuses de los rusos caen cada vez más cerca, haciéndose oír incluso en la profundidad del bunker de la cancillería, bajo varios metros de hormigón. Uno cae especialmente cerca, haciendo parpadear ligeramente las lámparas del techo. Se le ha acabado el tiempo.

Arrastrando los pies por el largo y estrecho pasillo se acerca a sus habitaciones. Las risas beodas y los ruidos de sexo provenientes de los niveles superiores le crispan los nervios. Son los últimos estertores de un imperio que debería haber durado mil años. Un guardia de las SS, un joven que no aparenta más de quince años se pone firme y abre la puerta de sus estancias intentando hacer el saludo hitleriano a la vez. Se lía y no termina por hacer ni una cosa ni la otra. Su ejército, hace poco el terror de Europa entera, ahora es un conjunto de patéticos retazos. Veteranos de la Primera Guerra Mundial y niños son los que tienen la misión de defender la capital del Reich de las hordas de untermench* provenientes del este.

Sin molestarse en abroncar al joven le dice que cierre la puerta y se retire. Eva Braun, bueno ahora Eva Hitler está sentada en el sofá, leyendo... mirando un libro de fotografías. En cuanto se percata de su presencia, levanta la cabeza y sonríe como si todo lo que está pasando no fuese con ella.

Le besa la frente y se dirige a su escritorio. No hace falta hablar. Esta mañana se han despedido y todo está en orden, solo queda terminar de una vez con todo. En el primer cajón está la ampolla de cianuro y la Walther PPK.

—Tranquila, la he probado con Blondi y no sufrió nada. Muerde con fuerza y todo habrá terminado en cuestión de segundos. —le dice a su esposa tendiéndole la ampolla.

Eva clava sus ojos en él con la misma adoración con lo que lo ha hecho su perra, haciéndole pensar si será igual de consciente, su ahora esposa murmura un Heil Hitler y muerde con una sonrisa. La agonía es corta. Un fino hilillo de baba espumosa corre por la comisura de sus bonitos labios. Sacando un pañuelo de su bolsillo, se lo limpia con manos temblorosas y la coloca en una postura un poco más natural, como si estuviese echando una siesta.

Mira el reloj, son las tres de la tarde, una hora tan buena como cualquier otra para morir. Coge la pistola, y observa hipnotizado unos instantes el brillo malévolo que despide el cañón. Quita el seguro y se lo acerca a la sien. Su maldito brazo tiembla tan endemoniadamente que tiene miedo de herirse solamente. Se lo piensa mejor y se mete el cañón en la boca. Ahí no hay fallo posible. Siente el sabor metálico y a grasa del arma. Duda un instante, pero sabe que no tiene otro remedio. Lo último que le apetece es caer en manos de esos untermench. Amartilla el arma, muerde el cañón con fuerza y poco a poco presiona el gatillo, pensando que en un par de segundos todo habrá terminado. El estruendo, el fogonazo y el vacio son instantáneos...

1. Feo, tuerto, negro y judío

¿Qué coños ocurre? Debería estar muerto, pero está despierto de nuevo, sentado en una silla, tan dura e incómoda que parece hecha de hierro. Pequeñas protuberancias se clavan en sus nalgas haciendo que ninguna postura le resulte cómoda. Masculla un juramento e intenta levantarse, pero algo mantiene pegado su culo al infernal asiento. De repente unos focos se encienden y apuntan a sus ojos deslumbrándole, Hitler bizquea y suelta otro juramento. Intenta hacerse visera con los ojos, pero sus manos tampoco responden las órdenes de su cerebro. Abre la boca para gritar exigiendo una explicación, pero justo en ese momento una voz, salida no sabe muy bien de dónde, resuena en la oscura estancia.

—¡Señoras y señores! Hoy, con nosotros, tenemos al dictador egomaníaco y loco por excelencia. ¡Bienvenidos todos al Roast de Adooolf Hitleeer!

Cuando la multitud, que ha aparecido de repente, deja de aplaudir, silbar y abuchear, la voz continua:

—Y para presentar esta gala, no podíamos haber elegido a nadie mejor. Es feo, tuerto, negro, judío y le encanta follarse muchachas arias... Con todos ustedes... uno de los miembros del Rat Pack... Saammy Davis Juuunior.

Por fin los focos se desvían de su cara y se dirigen a la derecha para enfocar a un negro bajito y esmirriado que baja unas escaleras,  viste un smoking negro y una camisa rosa con abundantes chorreras y completa su atuendo con unos zapatos negros, una pajarita enorme del mismo color y unos calcetines blancos. Sonriendo, se acerca al atril que domina el escenario, con un cigarrillo en una mano y un micrófono en la otra. Cuando Adolf se recupera de la impresión que le produce el esperpéntico personaje, se fija en su cara. Le suena vagamente como uno de esos intérpretes de esa música degenerada; el Jazz.

Buenos días, señoras y señores... o lo que quede deustedes. Hoy estamos aquí para someter a la afilada lengua de sus amiguetes a un tipo interesante. —dice Sammy acercándose y apoyando el codo en  el atril que domina el escenario principal mientras que, con el cigarrillo en la comisura de la boca, se sirve un buen lingotazo de bourbon.

—Empezó empeñado en ser artista, en mejorar la realidad con su pincel y terminó pintando Europa entera con la sangre de sesenta millones de personas. Sus amigos podrían decir que es un tipo en el que se puede confiar... para llevar a todos a la catástrofe y sus enemigos opinan que es la definición misma de la catástrofe. Pero por lo que todos lo conocemos bien, es por ser un poco exagerado; Este es el  hombre que nos hizo creer que su Reich iba a durar mil años y apenas duro una docena. El que dijo que iba a dominar el mundo y terminó sin poder dominar siquiera el temblor de sus manos. ¡Si señores! Hoy nos acompaña en el Roast el mismísimo Adooolf Hiiiitler... Un aplauso para el mayor asesino en serie de todos los tiempos.

El aplauso atronador reverbera por toda la estancia y hace que Hitler deseé poder tener libres las manos para evitar que le estallen los oídos. Intenta abrir la boca para soltar un discurso y quejarse de esta mala opereta, pero Sammy, con un gesto, cierra su laringe impidiendo que salga ningún sonido de ella.

—Vemos que nuestro invitado está loco por echar uno de esos discursitos de cabra mentanfetamínica, y tendrá el momento de cubrirnos con su saliva y su mala uva, pero primero conozcamos a los invitados a tu Roast, querido Adolf.

—El primero de tus invitados, —continua el presentador— es tú alma gemela. Es bajito y tiene bigote, como tú y como tú, se podría llenar la presa Hoover un par de veces con las sangre de los amigos y enemigos que ha derramado. Sé que ahora os odiáis a muerte, pero hubo un tiempo en que fuisteis amantes cariñosos. Con todos vosotros, el georgiano más amado por todos los masoquistas, el amante camarada de Trotsky... hasta que dejó de serlo, el padrecito amado de todos los prisioneros de los gulags siberianos, con ustedes el mismísimo Pepeeee Staliiiin.

Los focos abandonan la cara oscura del presentador y se fijan en el hombre bajito de uniforme que se levanta y saluda antes de volver a sentarse. Su cara está pálida y llena de marcas de viruela, pero aparte de eso, parece estar entero.

Adolf no puede evitarlo, desea agarrar a ese hijoputa por el cuello y estrangularlo. Intenta levantarse, dispuesto acabar con ese mono subhumano, pero sigue soldado a su asiento, impotente, mientras los focos se vuelven a fijar en el presentador.

—Rubia, guapa y cabeza hueca, de haberla tenido a tiro yo también me hubiese follado ese conejito ario. Fiel y tonta como un perrito, consiguió llevar a nuestro asesino de masas al altar y este de luna de miel la envió a un tour con todos los gastos pagados por el  infierno... ¡Con ustedes Evaaa Braun!

Hitler se gira y ve como los focos iluminan a Eva. Su esposa se levanta y se alisa su traje típico de Baviera saludando al público y lanzándole un beso. La palidez de la muerte la hace aun más atractiva y Adolf no puede evitar que una erección destaque en sus pantalones de campaña.

—El siguiente invitado fue héroe en la Primera Guerra Mundial, tan gordo como bocazas, con un gran sentido del arte y unos amplios conocimientos en la cata de morfina, el gordo pomposo, el ideólogo de la solución final,  ¡El reichmarshall... Hermannnnn Göriiiing!

Se necesitan tres focos para iluminar la totalidad de la inmensa corpulencia de ese gordo inútil y traidor. Se levanta sacando pecho y luciendo un uniforme de color azul cielo cargado de estrambóticas medallas y charreteras. El muy hijoputa le saluda con su bastón de mariscal y se vuelve a sentar con una sonrisa autosuficiente.

—El siguiente invitado tiene muchos apodos, el Verdugo, el Carnicero de Praga, la Bestia Rubia... Nuestro querido Adolf le llamaba el hombre con el corazón de hierro, pero a mí me gusta llamarle el segundo hijoputa más detestable de la historia de la humanidad y todo judío que se precie debería limpiarse el culo con su efigie cada vezque sufra una crisis gastrointestinal. Con ustedes el nazi perfecto, el  obergruppenführer Reinhaaaard Heydrich.

Adolf mira a su amigo, ahora iluminado por los focos. Sus miradas se cruzan y esos fríos ojos grises hacen que sienta un escalofrío de placer. Reinhard se levanta despacio, con todo su costado izquierdo supurando y le hace el saludo hitleriano.

—¡Heil Hitler! —grita Heydrich con todas sus fuerzas dando un fuerte taconazo antes de que el presentador retome de nuevo los mandos del programa.

—A continuación, con todos ustedes, el Krusty de los fascistas, amigo, mentor, lastre y bufón, todo en uno. Calvo, gordo y fanfarrón, el creador del nacionalsocialismo, el creador del nuevo Imperio Romano, el Duce, el incomparable... Benitoooo Mussoliniiii.

Benito se levanta y saluda imperial, como siempre, pero cuando intenta adelantarse para recibir los aplausos y levantar los brazos como una diva agradecida,  tropieza y cae de morros entre las piernas de una de las espectadoras. El público ríe y aplaude mientras Adolf se tapa la cara preguntándose cómo puñetas pudo llegar a admirar a ese mamón.

Sammy no le permite divagar mucho más porque vuelve a tomar la palabra:

—Gracias, Benito, pero creo que te has confundido, esas no son las ancas de Clara Petacci, vuelve a tu sitio mientras presento al siguiente participante.

—Con nosotros, el más discreto y siniestro de nuestros invitados. Tras esas gafas redondas con montura de acero, se esconden unos ojos fríos, capaces de ordenar con desdén el asesinato a sangre fría de millones de personas. El sicario de Hitler, su heredero, el inefable... Heeeeinrich Himmleeeer.

El aludido se levanta, intentando no deslumbrarse por los focos. Viste un largo gabán de cuero negro, echado descuidadamente sin abotonar sobre sus hombros y levanta por la abertura un antebrazo haciendo un apresurado saludo nazi acompañándolo con un discreto ¡Sieg Heil!

Adolf resopla y ni se molesta en mirar a aquella sabandija traidora, que incluso antes de haber muerto, intentó arrogarse el poder y negociar la paz con los aliados.

Mientras Hitler rechina los dientes,  el presentador, vuelve a tomar la palabra:

—El siguiente invitado tiene un carácter explosivo, en realidad tengo bastante en común con él; también es tuerto y guapo. —dice el presentador mostrando su dentadura en una amplia sonrisa— Fue el único que consiguió quitarle los pantalones al Führer, aunque necesitó dinamita para conseguirlo... con ustedes el traidor, el héroe, el asesino frustrado, el coronel Claus von Stauffenbeeeeerg

Esta vez Adolf apenas puede contenerse, ¿Qué hace allí ese traidor? Su cara se pone roja como la grana y siente como se le revuelven las tripas de furia. Se gira cubriendo de insultos y amenazas a aquel tipo tuerto y manco, con la cara llena de cicatrices y una cuerda de piano colgando del cuello. Aun recuerda con placer como le colgaba la lengua grande y morada fuera de la boca el día que le ajusticiaron. El coronel le sonríe con descaro, sin inmutarse ante las  amenazadoras miradas del dictador.

Sammy interrumpe la sarta de insultos que como un torrente brotan de la boca del dictador, apoyándose en el atril le pega otro lingotazo a su vaso de whisky y presenta a la siguiente invitada.

—La siguiente participante es la dueña de los más íntimos y oscuros secretos del Führer, su sobrinita querida y quizás algo más, ¿Verdad, viejo verde? —pregunta Sammy guiñando su ojo bueno— Con todos ustedes, la sobrina preferida de Hitler, ¡La angelical Geli Rauuubal!

Hitler mira a sus sobrina, ni siquiera la fea herida que empapa de sangre su jersey impide que un escalofrío de placer recorra el cuerpo del dictador. Desea besarla, lamer su coño y saborear su culo. Desea que aquella joven le pateé los dientes con una sonrisa grabada en esos labios rojos como la sangre...

—Tampoco podemos olvidarnos de su mariscal más admirado. El trepa perfecto, se casó con una noble rumana para medrar, después, lamiendo culos y repartiendo adulaciones, llegó a comandar un ejército entero sin haber guiado antes nada mayor que un batallón y se metió de cabeza en la batalla más sangrienta de la historia. Bombardeó, ametralló y exterminó hasta convertir Stalingrado en un cementerio y cuando los rusos le rodearon, sin tener en cuenta el bienestar de sus soldados, acató las estúpidas órdenes de su amo negándose a escapar de la ratonera en la que había caído y no se rindió hasta que nuestro querido Adolf le nombró mariscal. Como ya no podía escalar más en la jerarquía, se entregó a los rusos y se dedicó a propagar a los cuatro vientos lo malos que eran los nazis que le habían encumbrado. Con ustedes, el trepa, el creído, el traidor por excelencia, el mariscal Friederich Pauluuuus.

—Un hombre delgado y de rosto hierático se levanta y saluda rápidamente intentando evitar mirar a los ojos a ninguno de los presentes. Hitler tampoco se molesta en lanzar una mirada al hombre que causó la mayor decepción de su vida. Simplemente se limita a escupir en el suelo para expresar el profundo desprecio que le inspira.

—Finalmente, —interviene el presentador interrumpiendo el hilo de sus pensamientos— nuestro último invitado es el pelota por excelencia, el encargado de cumplir las órdenes del Führer y decirle todos los días que era el nuevo Napoleón, el nuevo Federico, no, no... el nuevo Alejandro. El jefe de estado mayor que "solo cumplía órdenes", participando activamente en la muerte de sesenta millones de personas... ¡Con ustedes el mariscal Wilheeem Keitel!

El mariscal se levanta y bizquea deslumbrado por los focos. Es evidente que se encuentra a disgusto y la mirada que lanza a su exjefe está cargada de temor. Colocándose el monóculo se alisa con las manos el uniforme de campaña de la Whermacht. Envarado, hace el saludo militar y vuelve a sentarse inmediatamente, intentando disimular con la guerrera el grueso trozo de cuerda que pende de su cuello.

*Subhombres era el apelativo que se los nazis daban a las personas pertenecientes a razas no arias. Principalmente los habitantes de los países del Este.

Esta nueva serie consta de 12 capítulos. Publicaré uno más o menos cada 5 días. Si no queréis esperar o deseáis tenerla en un formato más cómodo, podéis obtenerla en el siguiente enlace de Amazón:

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Un saludo y espero que disfrutéis de ella.

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