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Mi profesor, parte 1.

en Hetero: General

Soy una chica bajita de cabello largo, todos dicen que tengo pocas tetas, pero muy buen culo, así que no me quejo. No tengo una manera de vestir definida, porque, así como puedo vestirme de mojigata, al día siguiente me veo como la reina de las zorras. Lo cual, a ciencia cierta, a todos les confunde.

No era un secreto que mis notas en universidad estaban más que bien, a pesar de que solía ser una chica “desmadrosa” (como muchos me habían catalogado), nunca confundía mis obligaciones con el disfrute de la vida, pero todo cambió cuando entré a cuarto semestre de la carrera. Se llamaba Sergio, fue mi profesor de diseño y cada que lo veía no podía evitar imaginarme a esos brazos levantándome del suelo y aprisionándome contra las paredes del aula.

Los profesores nunca habían sido mi tipo, pero aquel tenía algo en especial que hacía que quisiera lanzarme sobre de él y chupársela como si no hubiera mañana. Ya era todo un hombre, con barba, brazos fuertes, panza chelera y alto. Me recordaba a los personajes nórdicos de los que tanto leía y eso sólo lograba prenderme más, imaginando si sería tan salvaje como ellos.

—¿Qué es lo que no entiendes, Victoria? —dijo detrás de mí, posiblemente observando que en mi computador Photoshop se encontraba teniendo un colapso de tantas capas con efecto y cosas al azar que había puesto.

Claramente entendía lo que tenía que hacer, era el mejor puto promedio de mi generación, pero fingía no hacerlo sólo para obtener un poco de su atención. Los primeros días del semestre siempre vestía faldas o shorts los días de su clase, en ocasiones me ponía blusas pegadas sin sujetador sólo para que pudiera ver lo duro que ponía mis pezones sólo con estar ahí parado, explicando algo, pero a pesar de que siempre tenía efecto en él, nunca pasaba a más.

—Me perdí al inicio, profe —dije pasando mi mano por mi cuello, fingiendo estar avergonzada—. ¿Será qué pueda quedarme después de clase? Porque me perdí desde el inicio.

Me giré para verlo y pude notar como el paso rápidamente su mirada por mis tetas y la quito con rapidez, casi con miedo. No me sorprendía, en mi universidad acusaban de acosador a cualquiera sólo por una mirada.

—Está bien —dijo dirigiéndose con mi compañero.

Lo que sobraba de clase pasó muy rápido. A pesar de que siempre había querido una oportunidad así, estaba nerviosa. Que, si mi plan fallaba, saldría y me cogería a todos los chicos o chicas que se me cruzaran sólo de las ganas con las que me dejaría.

—Pasa, Di… —Antes de que pudiera seguir, lo interrumpí.

—Victoria, me primer nombre no me gusta —dije acercándome hasta su escritorio.

Asintió y miró la pantalla de su computadora.

—Abre el programa —me ordenó, a lo que asentí.

Me incliné sabiendo que mis shorts en aquella posición no tapaban mucho de mis bragas y que con facilidad él las vería. Agradecía que me decisión fueran aquellos shorts de mezclilla y la blusa suelta que caía en mis pechos sin descaro alguno. Sabía que él me veía el trasero, podía sentir su mirada y de sólo pensarlo mi vagina palpitaba deseosa de él.

—¿Dónde te perdiste? —preguntó desde su asiento.

—Desde el inicio —me giré para comprobar que en efecto estaba viendo mis nalgas. Mi mirada se dirigió hasta su miembro y pude ver que estaba un poco abultado.

Carraspeó y asintió.

—Ve por una silla para que te sientes —no sabía si era el clima, los nervios o la excitación, pero había comenzado a sudar.

Decidí dar un gran paso, un paso que si salía mal yo podría tener problemas. Me armé de valor y tras morder mi labio casi con miedo, me giré y me senté en el hueco que había entre sus piernas y la silla.

—¿Qué haces? —me dijo. Pude escuchar como trago saliva, pero no se movió.

—Sentándome, como dijo —dije inclinándome hacia la computadora y de inmediato mis nalgas pudieron sentir la dura erección que creía debajo de esos pantalones.

Intenté concentrarme en lo que hacía con el mouse, pero en lo único que podía concentrarme segundo después fue en sus manos las cuales habían tomado mis caderas. Mi profesor se había inclinado para tomar el mouse y explicarme algunas cosas, pero yo no prestaba atención a sus palabras.

“¡Cierra ya esa boca!” Pensé ya cansada de que no hiciera nada al respecto. Comencé con un movimiento de caderas suave contra él a lo que de inmediato guardo silencio y lo escuché suspirar.

—Victoria... —

—Sergio… —le hablé por primera vez de “tú” y no era para menos, le estaba restregando todo el culo en su pene, no hacían falta las formalidades.

—Me lleva la… —suspiro y de un momento a otro me levantó, postrándome contra el escritorio.

Repegó su cuerpo al mío y sentí como movía su bulto contra mí. No tardó mucho en pasar sus manos delante de mí y desabrochar mis shorts para bajarlos, dejándome sólo es unas bragas de encaje que me llegaban a la mitad de las nalgas y mi blusa, la cual se había levantado.

Cuando sentí como hacia las bragas a un lado y a su lengua pasando por mi coño, mis labios soltaron un gemido. Iba de abajo hacia arriba, a veces la metía o jugaba con mi clítoris, sentía su bello facial picarme por doquier, pero no me importaba. Estaba por perderme en sus movimientos.

—No sabes cuantas veces tuve que masturbarme pensando en esto —dije bajito, entre la respiración agitada y los gemidos.

—¿Y crees qué yo no? —escuché su cierre bajar y pronto su verga se situó en mis nalgas, se inclinó sobre el escritorio y pude ver que tomó su cartera.  “¿Para qué…? ¡Ah!”

Escuché un paquetito abrirse y cuando me giré se estaba poniendo el condón. Su verga ya estaba totalmente parada y lista para entrar. Se volvió a acercar y me volvió a someter contra el escritorio.

—Verte llegar a mi clase con falditas diminutas, con blusas casi transparentes y moviendo ese culo que te cargas como si tu vida dependiera de ello —lo escuché decir mientras frotaba su pene contra mi entrada, escuché como escupió y sentí su saliva escurrir por todas mis nalgas y deslizarse por mi entrada. Su verga se encargó de esparcirla por toda mi entrada y de un momento a otro paró.

 Se encargó de quitarme las bragas por totalidad y me penetró; despacio, sin prisa alguna y disfrutando cada milímetro de aquella cavidad tan estrecha. Fue delicado, como si de pronto fuera a romperme o como si mi pequeño cuerpo fuera a partirse antes sus embestidas.

No podía negar que dolía más de esa manera. Siempre había sido estrecha y aunque aquello le encantaba a los hombres, a mí al principio me era incómodo. Sino estaba lo bastante húmedo y dilatado, estaba asegurado que alguna lagrima saldría y ese día así fue. Claro que estaba mojada, pero aún mi coño no se dilataba lo suficiente para dejar entrar a su verga sin problema.

—Mierda —gemí de dolor. Una lagrima ya había caído sobre el escritorio en el cual ya estaba sometida a él y pudo escucharse en mi voz que me estaba lastimando.

Cuando las embestidas comenzaron a tener un ritmo más acelerado, sentí como mi blusa se subía de poco a poco y mis tetas desnudas se frotaban contra en escrito frío gracias al movimiento. Lo frío de la madera ya había puesto duros mis pezones.

—Que cerrada estás, amor —dijo con la respiración agitada y la voz ronca.

Mis labios no podían evitar dejar salir un montón de gemidos, una combinación de dolor y placer invadía mi cuerpo, pero pronto fue interrumpido cuando me tomó por el cabello y comenzó a penetrarme con más fuera y hasta el fondo.

Estaba privada, no podía ni siquiera respirar con claridad y él lo sabía, pero no le importó. Siguió penetrándome hasta que mi coño fue moldeándose a su verga. Pronto el dolor cesó y el placer se apoderó de mis gemidos. Sentía como mis pequeñas tetas daban saltos con cada penetrada y como sus bolas golpeaban mi culo sin cesar.

—No pares papi, más —gemí como pude, pues i cabeza aún estaba inclinada por el jaloneo de cabello.

—Así que ya no te duele, eh, muñequita —dijo y sentí como se sacó su verga de golpe—. A ver que tanto aguantas.

Escupió y antes de que pudiera averiguar de que hablaba, sentí aquel pedazo de carne abrirse pasó por mi ano. De inmediato intenté detenerlo, pero soltó m cabello y se encargó de sujetar mis manos y poner mi rostro sobre el escritorio. Si por la penetración vaginal había soltado una lagrima, en este momento si iba a llorar. Mis ojos se humedecieron de dolor y el pareció disfrutarlo.

Tuve que morderme los labios para no gritar y sus gemidos me indicaban que él y su verga lo estaban pasando de lo lindo. “¡Cabrón!” dije para mis adentros, mientras sentía todo su pito recorrer mi cavidad anal.

No me costó mucho acostumbrarme a aquel dolor, pues pronto comencé a sentir placer, pero para mala mía, él no tardó en venirse. Lo supe cuando sacó su verga, escuché un elástico y luego sentí un liquido caliente y viscoso bajar por todas mis nalgas, seguido de un suspiro largo.

Me dejó ahí, postrada sobre un escritorio, con la respiración entrecortada, las nalgas llenas de semen y el culo destrozado.

Fue tan poco caballero, que ni siquiera un orgasmo me dio.

—Cabrón —esta vez susurré, mientras me limpiaba.

Sabría que mis dedos, mi vibrador o el mango de mi cepillo tendrían trabajo esa misma tarde.

Holaaaaa, este es mi segundo relato y tiene continuación, pero en clasificación “autosatisfacción” jajajaja

Espero que sea de su agrado y que logre motivarlos, aunque sea un poquito; voten, comenten y manden correos para cualquier sugerencia, duda o charla.

Besos. 😉