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Mi marido quiere mirar (2).

en Sexo con maduras

Si quieres saber cómo empezó esta historia te recomiendo leer el primer relato de la serie: Mi marido quiere mirar, aunque esta historia se puede leer de forma independiente.

Hola. Me llamo Jesús. Yo no esperaba que esta historia tuviese una segunda parte. El primer relato lo escribí varios meses después de mi encuentro con María y Antonio y no me habían vuelto a llamar, así que supuse que la experiencia, aunque en su momento  fue placentera, había sido demasiado para ellos dos y que no estaban dispuestos a repetir. La verdad es que lo sentí, porque me lo había pasado muy bien con ellos a pesar de que al principio me agobiara la idea de que Antonio mirase.

Por eso, me sorprendió recibir una llamada de María cinco meses después de nuestro encuentro.  Yo tenía en el móvil su número registrado como “María+Antonio, pero al verlo en la pantalla, tardé unos segundos en recordar quienes eran porque no los esperaba. Recordé que era María la que siempre me había llamado.

— ¡Dime, María!

— ¡Hola, Jesús! Supongo que te acuerdas de mí.

— ¡Claro que me acuerdo de ti! ¡Cómo podría olvidarte! ¡Tengo un recuerdo fantástico de ti!

— Perdona que no te hayamos llamado antes, pero nos quedamos tan impactados, que no sabíamos cómo reaccionar. La experiencia fue inolvidable, pero removió cosas contradictorias en nosotros que no sabíamos cómo afrontar.

— No te preocupes, María. No había ningún compromiso y no teníais ninguna obligación de llamarme. Todos lo pasamos bien y eso es suficiente. ¿En qué puedo ayudarte?

— Jesús, ¿te importaría tomar un café conmigo un día de estos, en el mismo bar donde nos conocimos? Me gustaría hablar contigo.

— ¿De qué quieres hablar?

— Preferiría no hablarlo por teléfono. ¿Nos tomamos el café?

— Estaré encantado. ¿Te apetece mañana a las seis?

— A las seis no puedo, Jesús, pero estoy libre a partir de las siete.

— Nos vemos a las siete entonces.

María se despidió y me colgó. Yo me quedé pensando que podía querer. Después de tanto tiempo no esperaba que quisiese repetir. Por fin, sin imaginar que querría, no tuve más remedio que esperar a que nos viésemos el día siguiente.

Yo estaba en el mismo bar donde nos vimos por primera vez antes de las siete. Ella llegó un poco tarde, sobre las siete y diez. Se disculpó al llegar.

— Perdona, pero tenía una cita a las seis y no he podido venir antes.

— No te preocupes. Sólo ha sido un momento. Bueno…  Cuéntame que quieres.

— La verdad, no sé por dónde empezar.  

— Pues empieza por el principio.

— Vale. Te lo explicaré desde el principio.

— La noche que estuvimos juntos fue algo espectacular. Cuando te fuiste, Antonio y yo hablamos sobre lo que había pasado. Yo estaba un poco avergonzada de haberme atrevido a acostarme contigo aunque fuese delante de mi marido. Temía que una vez pasado, él se pusiese celoso o me odiase, aunque él lo había deseado tanto como yo. Pero Antonio no se había enfadado. Me comentó que la experiencia había sido brutal. Que lo que había sentido al ver cómo me acostaba contigo era increíble. La sensación de ser un cornudo le había excitado y ver como otro se follaba a su mujer lo había llevado al cielo. Al principio había estado a punto de pedir que parasemos, pero cuanto más miraba más se excitaba. Me contó que nunca había tenido un orgasmo tan potente como este. Que le encantaba verme con otro. Que el gusanillo de los celos le servía para calentarse más aún. Que sentirse cornudo lo estimulaba. Y yo…

María calló un momento, como temiendo expresar sus sentimientos. Yo la animé a seguir:

— Sigue, María, no tienes de que avergonzarte.

— La verdad es que ahora me toca hablar de mí y me cuesta bastante. Pero vale… Mis sensaciones también fueron  increíbles. No es que me hicieras nada nuevo. Todo lo que me hiciste tú me lo había hecho ya antes Antonio, pero la sensación de estar en tus manos delante de él, de que tú me pudieses controlar a tu antojo mientras el sólo podía mirar, me excitó hasta tal punto que se multiplicaron las sensaciones por cien. Yo estaba muerta de vergüenza, pero me sentí caliente y dispuesta a lo que fuese cuando me pediste que me desnudara y llamaste cornudo a Antonio.  Luego, cuando me hiciste desnudarme y me diste la vuelta para sobarme mientras Antonio veía perfectamente como tus manos me poseían, sentí mis jugos derramarse por mis piernas.

Y siguió contándome María:

— Cuando me indicaste que te la chupara, me dio mucha vergüenza de nuevo. No era la primera vez que lo hacía, aunque no es una cosa que me vuelva loca, pero saber que Antonio me veía me hizo excitarme aún más. Nunca me lo había tragado, lo consideraba humillante para mí, pero esa sensación precisamente fue la que hizo que quisiera hacerlo. Pensaba que si para mí resultaba humillante, cómo resultaría para Antonio que su mujer se tragara la leche de otro mientras nunca se había tragado la suya. Cuando explotaste en mi boca sentí que me ahogaba, pero esa misma sensación me hizo explotar de placer y tuve mi primer orgasmo. Luego, cuando me lamiste, no pude resistirlo de nuevo y tuve el segundo. Luego, mientras me follabas, cuando dijiste que se la chupara al cabrón y me llamaste guarra, sentí que el placer me reventaba por dentro. Por último, sentir que dos pollas me llenaban dos de mis agujeros de leche fue una experiencia tan intensa, que perdí el conocimiento en medio de una explosión de placer.

María vaciló un momento antes de seguir.

— Durante estos meses hemos estado rumiando los dos lo que pasó. Al principio fue una sensación de vértigo. No podíamos creernos lo que habíamos hecho. Yo apenas me atrevía a mirar a la cara a Antonio. Y Antonio apenas se atrevía a hablarme a mí. Pero poco a poco lo fuimos dejando salir y cuando empezamos a hablar descubrimos que la experiencia había sido brutal y placentera para ambos. Hablamos de llamarte el fin de semana siguiente, pero nos dio miedo habernos enganchado a una relación extraña y no nos atrevimos. Tampoco estábamos seguros de que a ti te hubiese gustado.

Una vez comenzado, pareció que María no tenía freno en su charla:

— Durante estos meses hemos analizado una y otra vez lo que pasó, por separado y juntos. Hemos tenido sexo muchas veces, recordando lo que pasó y excitándonos entre nosotros con el recuerdo de lo ocurrido contigo. Ahora, en la cama le llamo mi cornudo y eso lo excita sobremanera, y él me llama a mí guarra y puta y eso también me pone a mil. Pero en ningún caso llegamos al nivel que llegamos aquel día contigo.

María llegó por fin al meollo del asunto:

— Después de mucho hablar los dos, hemos decidido proponerte que repitamos nuestro encuentro de nuevo, e incluso que lo hagamos de vez en cuando, pero no más de tres o cuatro veces al año. No se trata de empezar una relación amorosa contigo, sino de renovar la experiencia de vez en cuando. Si tú estás de acuerdo, por supuesto.

Yo estaba bastante sorprendido, ya que no esperaba esta propuesta después de tantos meses, pero también había pensado muchas veces durante los primeros meses que me gustaría repetir. Y se me había ocurrido que quería introducir algunos cambios.

— Yo nunca había compartido una mujer con un hombre, y no sabía lo que podría pasar. Ahora, después de haberlo probado, me encantaría repetirlo, pero introduciendo algunos cambios. Quiero que Antonio también participe, por supuesto contigo. No quiero que tenga  nada conmigo, pero quiero el control absoluto de lo que se haga, tanto tú como él. Te doy la misma condición que te puse la primera vez. Tu tendrás derecho de veto. Si algo no te gusta, podrás negarte, pero él no. Él tendrá que entregarse por completo y confiar en que tu lo protegerás, parando cuando sea necesario, pero él, por su cuenta, no podrá negarse a nada. Sólo tú podrás negarte por él.  Si no cumple esa condición, se acabó esta historia.

María traía la respuesta preparada:

— Nos ponemos en tus manos. Lo hemos hablado y hemos decidido que dejarlo todo en tus manos nos dio satisfacciones como nunca habíamos tenido, así que estamos dispuestos a hacerlo de nuevo.

Quedamos para el sábado siguiente, en su casa, igual que la otra vez.

El sábado, cuando me acercaba a su casa iba pensando en lo que podía hacer. Había decidido sacar mi lado más dominante y ver qué pasaba. Lo peor que podía pasar es que María me parase y se acabó. María me abrió la puerta. Estaba muy guapa, aunque no iba elegante. Más bien parecía una buscona, con un vestido corto y muy ceñido. Se diría que se había comprado tres tallas menos de la suya y que la había elegido en un “todo a un euro”. Su aspecto era vulgar pero excitante. Antonio vestía un pantalón y una camisa. Yo me había puesto otra vez vaquero, pero con camiseta y cazadora de cuero.

Nada más entrar cerré la puerta tras de mí y rodeando la cintura de María con mis brazos, la besé con un beso fuerte e intenso en el que recorrí toda su boca por dentro, mientras recorría su trasero con mis manos: fuerte, un poco bruto, que me pareció apropiado para la ropa que llevaba. Antonio había desorbitado los ojos al ver ese saludo. Me acerqué a él y le di la mano.

—¿Quieres una copa de vino? — me preguntó él.

—Sí —le contesté.

Mientras Antonio iba a por las copas, me senté en el sofá e hice señas a María para que se sentara conmigo, pero cuando llegó junto a mí, no la dejé sentarse, sino que la cogí del brazo, la acerqué, le subí la falda, que ya era de por sí bastante corta, y le quité las bragas de un tirón hacia abajo. María dio un respingo porque no lo esperaba, pero yo no le di tiempo a reaccionar. Recogí las bragas del suelo y las escondí entre los cojines del sofá. Cuando Antonio volvió, yo había sentado a María directamente sobre mi bragueta, y le mantenía la falda levantada para que él viese que estaba sin bragas. Antonio nos dio una copa a cada uno y se quedó con la suya. Estoy seguro de que Antonio veía brillar la entrepierna de su esposa por la excitación. Yo le bajé los tirantes del vestido y le bajé la parte de arriba hasta la cintura, quedando todo el vestido enrollado en la cintura. Como me había parecido, no llevaba sujetador. Entonces le comenté a Antonio:

—¿ Has visto a la zorra de tu mujer, que se presenta sin bragas y sin sujetador y se deja toquetear por un casi desconocido? ¿Qué le dirías a ella cuando la ves así?

Antonio contestó sin dudar:

— Diría que es muy puta.

— ¿Y qué dirías de un hombre que consiente que su mujer esté así delante de otro hombre?

Antonio se calló.

— ¡Contesta! —le espeté con firmeza.

—¡Qué es un cabrón consentido! —exclamó él.

— ¡Efectivamente! —le repliqué yo—. Solo un cabrón integral consentiría que otro tío le sobara a su hembra, por muy puta que sea, en su propia cara.

Antonio se sonrojó, pero no contestó.

Me dirigí a continuación a María.

— Busca un cinturón por ahí y ata las manos del cornudo a la espalda para que no pueda arrepentirse.

Antonio seguía con la cabeza gacha, mientras María iba al dormitorio y volvía con el cinturón de una bata en las manos.

— Date la vuelta y pon las manos atrás como un buen cabrón —le dijo a su marido.

El se dio la vuelta sin rechistar y puso las manos atrás. María lo ató con una habilidad haciendo nudos que yo no esperaba. Yo le ordené a ella:

—Ahora hazle darse la vuelta y ponerse de pie delante del sillón. Bájale los pantalones. Vamos a ver cómo está.

María le agarró la cintura del pantalón y de un solo tirón le bajó la ropa dejándole con todo al aire,  le hizo dar la vuelta con un tirón brusco del brazo y lo dejó frente a mí. Ella se vino a mi lado y nos quedamos mirando los dos a Antonio. Tenía una erección de caballo. María exclamó:

— Nunca la había visto tan grande y tan gorda. Parece que te pone que te levanten la hembra en tu cara. 

Entonces le pregunté a Antonio:

—¿Es verdad lo que dice tu mujer? ¿Se te empina al saber que voy a hacer con ella lo que quiera sin que tú puedas evitarlo?

Antonio movió la cabeza afirmando sin decir nada. Ella se le acercó:

— Mi nuevo dueño te está preguntando si eso es lo que te la levanta. ¡Contéstale!

— ¡Sí! —contestó Antonio con rabia.

—¡Siéntalo! —le dije a María.

María le dio un empujón que lo sentó de golpe en el sillón que tenía detrás. Soltó un gemido. Seguramente se había hecho daño en las manos al caer. Hice señas a María para que se acercara a mí.

Le saqué el vestido por la cabeza de un tirón dejándola completamente desnuda. Luego la puse de rodillas sobre el sofá en el que estaba yo sentado y, escupiendo sobre mis dedos, unté con mucho cuidado toda la zona de su ano. Luego escupí directamente sobre él. A continuación la levanté y la acerqué, dejándola de pie delante de su marido. Hice que le acercara el trasero a la cara y le dije a ella al oído:

— Dile que te lama el culo hasta que tú y yo nos corramos. Mientras él te lo hace, tú me la vas a chupar.

María puso dos ojos como platos. Para mí que estaba a punto de levantarse y decir que ya bastaba, pero esa impresión solo duró un instante y luego la sustituyó una sonrisa pícara. Se volvió hacia su marido, y, apoyando las dos manos sobre el pene de éste sin conseguir siquiera bajarlo con su peso, se acercó a su cara y le dijo:

— Mi amo quiere que me lamas el culo hasta que nos corramos los dos. Tú verás que haces —y dicho esto, se volvió y puso su ano al alcance del marido, al tiempo que se agachaba hasta llegar a la altura de mi polla.

La postura no era cómoda para ninguno de los tres, pero yo creo que precisamente por eso nos excitó tanto a todos. Desde arriba yo veía su nuca que subía y bajaba mientras ella se agarraba a mis caderas para no caerse, pero también veía los ojos de su marido que subían y bajaban a medida que le iba dando lametones. Yo tenía las manos libres, así que aproveché para pellizcarle los pechos en distintos sitios. También toqué su vulva para ver su grado de excitación y me sorprendió descubrir que ya estaba chorreando, literalmente, que mis dedos se deslizaban dentro de ella sin ninguna presión. Yo diría que los estaba succionando.

De vez en cuando María se paraba y soltaba un gemido, presionando con las caderas en dirección a la cara de su esposo, como si le exigiera más fuerza.

Él respondía a estas presiones moviéndose con más entusiasmo aún. Después de estas breves paradas, ella seguía chupando más profundamente.

La agarré del pelo y le  pregunté:

— ¿Te has corrido?

María me soltó un instante y me dijo:

— ¡Sí! ¡Cómo una fuente!

Entonces me dejé ir y vacié mis testículos en su boca. Después de la primera vez, sabía que no iba a haber problemas, pero le advertí:

— No te lo tragues todo.

María paró de tragar y se quedó mirándome.

— Sigue sin tragártelo. Mira a ver si el cornudo se ha corrido viendo como la chupa su mujercita.

Se dio la vuelta y toco la polla de su marido. Efectivamente, se había vaciado completo solo con ver como María me la chupaba mientras él le chupaba el culo.

Se me ocurrió una idea diabólica. Iba a poner a prueba definitivamente a esos dos.

— María. Eres una zorra. Has hecho que tu marido derrame la leche que tanto trabajo le costó acumular y eso no es justo.

Ella me miró con cara de asombro. Todavía tenía la boca llena de lo que yo no le permití tragar.  Seguí hablándole.

— Has dejado a tu cornudo seco. Tienes que devolverle lo que le has quitado. ¡Quiero que le des un beso y le pases la leche que tienes en la boca. Así recuperará las proteínas que ha perdido.

Mi cara dibujaba una sonrisa sardónica. María me miraba alucinada. Antonio dijo:

— Ni hablar.

Yo le contesté seco y cortante.

— ¡Cállate, Antonio! Te recuerdo que tú no puedes negarte a nada, como corresponde a un buen cornudo.

Y luego, volviéndome a María, le dije:

— Tú si decides. O lo haces, o nuestra aventura acaba aquí.

María paró unos instantes mirándome alucinada, como si todo aquello fuese una broma.  Luego, ese brillo que ya había visto antes en sus ojos volvió. Se dirigió hacia Antonio lentamente, entreabriendo la boca para que viese lo que contenía.  Pese a lo que habíamos acordado, yo sabía que si él decía que no, ella no lo haría, pero Antonio parecía haber asumido su papel y no dijo nada, mirando cómo se acercaba su mujer lentamente a su boca. Finalmente maría cogió sus labios con la mano y le abrió la boca presionando por ambos lados, y a continuación lo besó, pasando el contenido de su boca a la de Antonio.  Él no se apartó, aunque sus ojos se enrojecieron. Respondió al beso de su esposa y sus lenguas se entrelazaron.

Cuando terminó aquel beso, María se levantó, esperó a que él terminara de tragar y luego abrió su boca y me la mostró vacía. A continuación hizo que el abriese la suya y me mostrase que allí tampoco quedaba nada.

Yo estaba alucinado, viendo el grado de sumisión que presentaba el marido. Seguí improvisando.  Me fijé en que Antonio se había quedado “en reposo”.

— María, busca una toalla y limpia la verga del cabrón. 

María me obedeció.  Trajo una toalla húmeda y restregó bien a su marido, pero aquello no se levantó. Se ve que se había vaciado bien. Yo seguí dando órdenes.

— No tiene gracia que yo te haga nada si el cabrón no sufre, así que quiero que uses tu boca para levantársela. Te pongo dos condiciones. No podrás metértela dentro de la boca y no permitirás que se corra. Cuando veas que está bien caliente paras.

María no dudó ni un momento. Se agachó hacia el pene de su marido y empezó a besar su superficie, pasando los labios sobre la superficie, sin meterlo en la boca, como yo le había dicho. Al principio a Antonio le costó que reaccionara, pero al cabo de cinco minutos, la lanza volvía a estar enhiesta.  Mientras ella lo besaba en el glande y el pene, yo la acariciaba el trasero y la espalda, sobre todo para que él me viese.

En un momento determinado, María notó que él estaba a punto de correrse otra vez. Paro y me miró con mirada interrogante.

La cogí del pelo, acerqué su oreja a mis labios, y le susurré.

—¡Apriétale los huevos con fuerza y luego vuelve a empezar!

Luego la empujé hacia abajo como si tuviese que seguir besándola, pero ella había comprendido el mensaje y apoyando una mano en la pierna, con la otra de dio un apretón en los testículos que hizo que Antonio soltara un grito.  Inmediatamente María volvió a acariciar, y cuando volvió a estar a punto, un nuevo estrujón, y otro después.  Antonio lloraba de dolor y de impotencia, pero no decía nada. Por fin le dije que lo dejara.  La atraje hacia mí, levantándola un poco, y sin ningún aviso, la empalé por la vagina con mi verga. No necesitaba mucho aviso. Entró sin ningún problema, suave y dulcemente. La cogí por las caderas y empecé a bombear dentro de ella. Por la postura en la que la había cogido, seguía inclinada hacia su marido. Con cada uno de mis empujones, su pelo azotaba la cara de su marido. Cuando vi que estaba a punto de correrse, a mi todavía me faltaba un rato, porque acababa de hacerlo. Pero le ordené.

— Besa a tu marido mientras te corres.

No lo dudó ni un instante. Empezó un morreo con su marido mientras no podía aguantar los gemidos que se escapaban de su boca.

Cuando comprendí que ya se había corrido del todo porque su vagina dejó de contraerse, la levanté y le pregunté al oído.

— ¿Te la ha metido el cornudo alguna vez por el culo?

Ella negó con la cabeza. Entonces le di nuevas instrucciones.

— Levántalo, desátalo, desnúdalo del todo y llévalo hasta la cama.

María me obedeció al punto. Antonio preguntó:

— ¿Qué me vais a hacer?

Ninguno de los dos contestamos. Antonio pareció resignado.  Yo consideraba que ya había sentido bastante dolor, pero que todavía podía humillarlo un poco más.

María lo desató y lo tumbó en la cama.

Me dirigía a él, dándole un frasco de lubricante que había traído para la ocasión.

— Ahora me voy a follar el culito de esta puta, pero antes quiero que el cabrón de su esposo me lo prepare para que entre bien y disfrutemos los dos completando los cuernos del cornudo.

Hice que María se pusiera de rodillas sobre la cama y Antonio empezó a untarle lubricante. Lo iba acariciando con el dedo, empujando en cada pasada un poco más. María empezó a jadear un poco. Aquel roce en el culo la estaba excitando. Entonces Antonio empujó más y metió el dedo hasta la mitad. Ella soltó un quejido.

— Lubrícalo más, le dije a él.

Sacó el dedo y lo volvió a mojar en lubricante, metiéndolo y sacándolo varias veces y añadiendo lubricante cada vez. Pronto el dedo entraba sin problema.

— Ahora dos —le dije.

Antonio sacó el dedo, lubricó dos y volvió a empezar.  Cuando pensé que ya estaba preparado,

Le dije a Antonio que lo dejara y se tumbara. Le pedí a ella que le atase las manos al cabecero.

Mire la polla de Antonio. A pesar de todos los estrujones de testículos, seguía con un buen empalme después de la sesión en el trasero. Me dirigí a María.

— ¡Quiero que te lo folles! ¡Despacio! ¡No quiero que se  corra demasiado pronto!

María se puso encima y se metió la polla de Antonio de un tirón. Estaba loca de excitación. Empezó un movimiento frenético.  Si seguía así iba a correrse en poco tiempo, y no era eso lo que yo quería. Le di una palmada fuerte en el trasero y le dije:

— Así no, puta. He dicho despacio.

Ella intentó seguir. Nueva palmada muy fuerte en la nalga.

- ¡Despacio! ¡Zorra!

Por fin entendió que no le iba a permitir correrse tan rápido. Empezó a moverse muy despacio. En ese momento aproveché para cogerla por las caderas y meterle mi polla en el culo. Soltó un grito. Pese al trabajo que había hecho su marido, le sorprendió sentir eso. Yo notaba las paredes de su ano y la presión del pene de su marido que entraba por la vagina. Decidí quedarme quieto y mover sus caderas para acompasar el movimiento de los dos. Le dije a Antonio que se estuviera quieto y seguí moviéndola a ella sola, cada vez con más rapidez.

Por fin explotamos los tres en un orgasmo tremendo. No sé si fue simultáneo, pero desde luego estuvieron muy cerca. Yo nunca había sentido una explosión tan intensa, pero tanto María como Antonio jadeaban como si les estuviese dando un infarto.  Yo apenas podía moverme.  Me salí del trasero de María y la empujé para separarla de Antonio. Por sus dos agujeros chorreaba líquido sin parar.  Me acerqué para darle un último morreo y me despedí.

- Antes de irme os voy a poner deberes si queréis volver a quedar conmigo. Vais a escribir los dos un relato de lo ocurrido contando cada uno como se ha sentido durante esta noche.  Mejor hoy que mañana. Y con mucho detalle —les dejé un papelito que traía preparado con mi e-mail de contacto— Me mandáis una copia de cada uno a este correo. A partir de ahora, antes de tener sexo entre vosotros, cada uno leerá el relato del otro para motivarse. Si esto no se cumple, no volváis a llamarme para quedar salvo que queráis que tomemos un café o algo así. Hasta la vista. Cuando queráis, tenéis mi número.

Los dos me miraban asombrados.

— ¡Ah!, ¡Por cierto…! A partir de ahora quiero el control absoluto de nuestros encuentros. Los dos podréis pararme cuando queráis, pero en cuanto uno de los dos me pare, me iré para siempre.  Si no os interesan las nuevas condiciones, no hay problema. No volvemos a quedar y tan amigos.

Me despedí con un besito en la frente de cada uno y me marché dejándolos estupefactos.  Para seguir les había puesto dos condiciones que a priori yo pensaba que no iban a aceptar, pero creía que al final acabarían cediendo por el morbo que les daría la situación.

Como esperaba, al día siguiente, recibí los dos relatos de cómo habían vivido cada uno de ellos la situación. No voy a repetirlos aquí, porque vuelven a contar lo que ya os he relatado a vosotros, peor si quisiera destacar un párrafo de cada uno de los relatos. María escribe:

— Las sensaciones han sido increíbles. Mas que lo que he hecho es lo que he sentido. Me veía a la vez esclava de uno y dueña absoluta del otro. Y sobre todo, meterme la polla de mi marido mientras estaba atado y sentir luego como me metían otra por el trasero fue increíble. Nunca había sentido nada igual.

De Antonio, por su parte, destacaré este párrafo:

— Me sentí humillado durante toda la sesión y a pesar de esto, disfruté una barbaridad, pero esto no fue una sorpresa porque ya lo había comprobado la vez anterior, pero cuando le ordenaste a mi mujer que me pasara el semen que tenía en la boca sentí arcadas, pero al obligarme, en lugar de vomitar, tuve un orgasmo increíble. Ni yo mismo comprendo por qué.

Y aquí acaba mi segundo encuentro con María y Antonio. Si estos encuentros se repiten os iré informando.