miprimita.com

En el metro de regreso a casa.

en MicroRelatos

El  calor sofocante en el vagón del metro, de las sensaciones que acompañan a toda persona citadina. De ese día en  particular, me recuerdo ir agarrada de la parte superior del pasamanos, aprovechando para estirar un poco los brazos con la mochila en el piso, entre las piernas. En la proximidad de la gente a veces resultaba difícil sostenerme en pie mientras empujaban para un lado o el otro.

 

Volvía de la escuela a casa, y vestía lo más cómoda: unos mayones, calcetines, tenis, una playera, y la estorbosa mochila. Había sido un día largo, desde muy temprano entre un salón y otro para entregar trabajos finales. Así que la cabeza no daba para cumplir con los deberes y volver a casa a descansar.

 

Era el horario en que muchas personas transitan en esta misma dirección, así que apostaba pensar que pasaría tranquilos los largos minutos de la travesía. Y mientras distraía mi vista en los detalles, en los gestos y me apuntaba a emitir juicios en voz baja sobre las pláticas que escuchaba a mi alrededor. Adormecida entre en el vaivén de los bruscos enfrenados y avances que acompasaban los cuerpos alrededor mío en ese horno humano.

 

En una de las estaciones lo vi entrar: moreno, de una piel que se antojaba tersa y brillante, joven, esbelto, un poco más alto que yo, cabello chino. Muy de mi agrado, y si me lo preguntan, pienso que yo no habría sido de su tipo... hasta que sucedió:

 

Quise prevenir mi descenso, un par de estaciones más adelante, y avancé con torpeza entre las personas para acercarme a la puerta de salida. Cuál piezas que se mueven en un tablero de ajedrez, para completar una jugada, ese moreno de deleitable piel y yo, quedamos a poca distancia, entre algunas señoras de amplias caderas.

 

Así que, sólo por mirarle un poco más, le sugerí que intercambiamos nuestros lugares puesto que él estaba mucho más cercano a puerta, pero en el intento, otras personas también hicieron movimientos, con lo que quedamos detenidos, sin posibilidad de cambiar de posición fácilmente.

 

Recuerdo la sensación de su vientre al respirar en mi espalda y sobre mis nalgas pude sentir la hebilla de su cinturón. Mis piernas estaban abiertas pues había intentado dar un paso largo antes de quedar atorados así.

En una mano a mi costado izquierdo sostenía la pesada mochila y con la otra mano había intentado asirme a la puerta para no perder el equilibrio.

 

No pude contener una carcajada nerviosa. Era difícil alcanzar la puerta para sujetarme, no conseguí retroceder yi tampoco mantener el equilibrio. Estaba estancada, y sin pretenderlo  había puesto mis nalgas abiertas recargadas a altura de la entrepierna del moreno de mi agrado. De esos planes que salen sin siquiera pretenderlos.

 

El muchacho en cuestión, para mí fortuna, tomó iniciativa y pretendió recorrerse aunque sin  éxito: puso mano derecha en mi cadera, y tomó impulso para pasar por detrás mío. Logrando solo la sensación de embestirme entre mis nalgas un par de veces.

 

Creo que hasta entonces él tomó conciencia de sus movimientos pues, aflojó la mano que tenía puesta en mi cadera, y no hizo ningún otro intento por moverse de lugar.

 

No sé si fue el esfuerzo en vano o la pesadez del aire caliente, más en mi espalda fue perceptible el incremento de su respiración, y un par de minutos más tarde, la anelada sensación de  una polla caliente creciendo entre mis nalgas.

 

Reí nuevamente, por lo bajo, y girando un poco la cabeza para encontrar su rostro, emití un breve gemido:

-umm… sí que estamos apretados.

-y que lo digas- respondió él, -en un momento me recorro para que puedas pasar-.

Le agradecí con una sonrisa por encima de mi hombro, y admiré nuevamente con el color de su piel, saboreando ahora el sonido de sus palabras cercanas a mi oído, imaginándome cómo podría comerme sus labios y cómo deseaba no perderme el gozo en sus ojos.

 

Dicho esto el metro volvió a hacer un frenado abrupto, y la mano que antes apretaba mi cadera hacia su cuerpo busco un nuevo sitio del cual sujetarme para que no perdiera el equilibrio encontrando buen lugar en uno de mis pechos, que, sin sujetador, irguió mi pezón, localizado a tientas, y pronto aprisionado entre sus dedos.

 

Fue delicioso experimentar su aliento en mi nuca, su pecho y su vientre en mi espalda. Mi cuerpo presionado por su abrazo, a placer contra el suyo... Y yo que al verlo de lejos pensaría que mi cuerpo podría no serle de su agrado.

 

Seguimos un par de minutos más, así, con el vaivén corto y firme que su cadera marcaba hacia mis nalgas abiertas. Su mano extendida amasando mi pecho, mientras yo, mojadisima agradecía que las telas que vestía fueran delgadas.

 

Por fugaces momentos pensé que quizá más de una persona se daba cuenta de nuestro disfrute, puesto que compartíamos casí la totalidad de nuestros movimientos entre tanta cercanía con otros. Aunque también imploraba por al menos 15 segundos de oscuridad,  para abrirle la bragueta de su pantalón, sacar su miembro, bajar mis mayones y apuntar su pene en mi ano, para que pudiera penetrarme, bajo el mismo ritmo, sin importarme nada más.

 

Poco tiempo después llegamos a la siguiente estación en la cuál, otra horda de gente amenazaba con entrar, así que sin más, entre las sacudidas de la masa, desacoplamos nuestros cuerpos para continuar los diferentes caminos.

 

Pude salir en la estación en la que quería, y ya libre de la multitud, me detuve a buscar por la ventanilla buscar esa fugaz mirada cómplice, esa piel morena y esos chinos. Recuerdos con los cuales entretenerme una y otra vez en mi intimidad.