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En un día plomizo y oscuro

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En un día plomizo y oscuro

 

Grata y perturbadora imagen la que la mujer recibió al encontrar a su hija y al guapo moreno enganchados como perros en el baño del cuarto de Casandra. Realmente le hubiera apetecido tanto ser ella la que lo disfrutara…

 

 

Durante las primeras horas de la mañana, Casandra había sido una guía divertida y eficiente. Visitaron el pueblo y le mostró los más escondidos lugares que la joven conocía bien de cuando siendo pequeña los corría con la cuadrilla de amigos y amigas. Tiempos lejanos de infancia y adolescencia a partes iguales. Ambos rieron las ocurrencias de la guapa muchachita de ondulados y rubios cabellos por encima del hombro. Regresaron finalmente a la casa frente a la playa, cuando una llovizna fría y persistente teñía el día de un color plomizo oscuro otorgando el papel protagonista a las nubes que cubrían en esos momentos el cielo casi en su totalidad.

-          ¿Qué te ha parecido mi madre? –preguntó la joven con un deje claramente interesado en la respuesta.

Mario era plenamente consciente que aquella pregunta surgiría en algún momento. Aquello no le supuso ciertamente una sorpresa. La relación madre-hija sería buena y abierta, pero tratándose de mujeres, de mujeres hermosas como ambas lo eran, seguramente existiría un elemento de competencia que haría desequilibrar los mejores deseos. Las dos mujeres se sentían interesadas en su persona, de ello no le cabía la menos duda y no sabía bien cómo podía acabar todo aquello aunque no quiso pensar en ello. Al menos no de momento.

-          Una mujer hermosa sin duda –respondió Mario.

-          ¿Y qué más? ¿Solo eso? Cuéntame más… -volvió a interrogar insistente.

-          Turbadora e inquietante, exquisitamente atractiva y dueña de una tremenda sexualidad que se le escapa a través de ese brillo animal que inyecta su mirada.

-          Vaya, vaya, sí que la has observado con atención –comentó burlonamente la muchacha.

-          Bueno pequeña, fuiste tú quien pregustaste queriendo saber más. Piensa que al menos no pude observarla tan atentamente como ella lo hizo conmigo. Recuerda también que yo dormía profundamente y me encontraba completamente desnudo entre las sábanas. No sé cuánto tiempo hacia que me observaba, pero cuando abrí los ojos y la vi allí de pie junto al lecho me produjo una impresión muy agradable. Desde luego es hermosa como tú lo eres…

-          ¿Te gustaría hacer el amor con ella?

-          ¿Claro por qué no? Vuelvo a decirte que es una mujer bella y hermosa como tú lo eres. ¿Qué hombre podría resistirse a sus encantos?

-          Creo que a ella también le gustaría –comentó Casandra en un susurro y de forma lacónica pero directa.

-          Puede ser –contestó del mismo modo lacónico el hombre.

-          Bien, tiempo al tiempo. Dejemos que los acontecimientos se desarrollen si es que así debe ser –agregó la joven misteriosamente.

-          ¿Te parece que preparemos algo de comer? Me siento hambriento.

-          Yo también estoy hambrienta. Mira la cocina está por allí, es toda tuya. Ya sabes lo poco que me gusta pelearme con los cacharros –contestó ella con una risa sarcástica. Prepare usted lo que le apetezca, mientras aprovecharé para darme un baño caliente. Lo necesito… me siento algo cansada de tanto trotar toda la mañana.

-          De acuerdo, princesa. Luego nos reunimos abajo –exclamó acercándole peligrosamente los rosados y gruesos labios antes de terminar posándolos de manera suave en los de la chica.

Tras el leve beso que la hizo estremecer de emoción, Casandra se dirigió a su cuarto al tiempo que Mario encaminaba los pasos al laboratorio culinario donde poder dar rienda suelta a toda su creatividad.

Aquella residencia estaba bien abastecida de todo lo que podía fomentar su interés. Alimentos, bebidas y mujeres. Desde luego, todo ello de la más alta calidad.

Puesto en marcha, dispuso un almuerzo caliente con el que destapar el apetito voraz de la muchacha. Pequeños trozos de pavo aderezados con la mejor salsa de mostaza, cerveza y miel de su invención; combinado todo ello con una apetecible y refrescante ensalada de garbanzos y caballa que hizo acompañar por un huevo duro, varios tomates cherry partidos en cuatro partes, cebolleta fresca, un chorretón de aceite de oliva por encima, otro de vinagre de Módena y una pizca de sal.

Acabado todo de preparar, abrió la mesa de la amplia cocina. El mantel de hule ajedrezado cubriéndola en su totalidad, la botella de vino blanco que descansaba en la repisa junto al frigorífico así como los necesarios cubiertos, platos y copas permitieron ver todo dispuesto para el feliz almuerzo. Mirando a su alrededor disfrutó de la apagada claridad de la estancia. Le encantaba aquella habitación de amplios ventanales y muebles lacados en blanco. Perfecto para una comida romántica junto a Casandra, su última conquista.

-          Bien, en una hora más o menos estará listo el pavo y podremos ver en qué termina esta sugerente experiencia otoñal -pensó para sí mientras buscaba sitio en el frigorífico al bol de la ensalada.

Ascendiendo despacio los peldaños de la escalera escuchó a la joven canturreando en el interior del dormitorio. Ajena a su presencia, la escuchó tararear en el cuarto de baño y pudo ver a través de la puerta entreabierta el vapor de agua que colmaba la estancia empañando los cristales. Entonces entró al cuarto de baño, traspasando el umbral sin decir palabra.

Casandra acababa de terminar de bañarse y se encontraba desnuda y de pie frente al espejo cepillándose los dientes.

-          Eres preciosa –dijo Mario abrumado ante tanta belleza.

-          Gracias, mi hombre –respondió la joven con un gracioso guiño de ojo con el que coquetear abiertamente.

De pie frente al espejo, completamente desnuda y pequeñas gotas de agua cubriéndole aún la espalda, el cuerpo de Casandra desprendía una lujuria incontrolable. Las nalgas prietas y duras, los muslos largos, las pantorrillas perfectamente torneadas y la espalda suave y levemente encorvada constituían un espectáculo increíble y devastador. Pese a su mucha experiencia, Mario se vio obligado a tragar saliva ante la belleza felina de la muchacha.

Dejándola cepillándose los dientes, Mario se desvistió y se duchó rápidamente. Necesitaba una ducha fría ante lo muy inquieto que se encontraba. No quiso enjabonar ni jugar con su sexo, reconociendo tan solo las manos el resto de su cuerpo musculoso y negro como el carbón. Al salir, Casandra continuaba en la misma posición, tarareando una tonada desconocida para él. Continuando con su débil tarareo y mirándole fijamente a través de la luna del espejo, removió provocativa la cintura, contoneando las caderas y ofreciendo las nalgas lustrosas a la vez que apetecibles.

-          Ten cuidado o te acabarás quemando, pequeña. ¿Acaso estás coqueteando conmigo? –preguntó aproximándose por detrás a la joven.

-          Sí –respondió ella con desvergüenza, volviendo a remover las caderas de forma lasciva y voluptuosa.

Mario sintió una punzada en las ingles y el miembro alerta comenzó a desplegarse sin remedio, logrando en pocos segundos una apariencia terrible e inflamada. Negro y brillante por la humedad reciente, todavía  medio tapado por la piel que lo cubría en su creciente desarrollo el aspecto que presentaba resultaba espantoso y amenazante.

Casandra, inmóvil y enmudecida, observaba aquel crecimiento excitante e irrefrenable por el espejo. Entrecerró levemente los ojos poniéndolos en blanco a continuación, conteniendo el aliento ante el calor que entre las piernas le subía. Se sentía sofocada por el vaho del baño empañado y por la imagen del miembro negro y medio en ristre que el espejo enturbiado a duras penas reflejaba. Gimió débilmente su deseo, echando la cabeza atrás al morderse ligeramente el labio inferior. Todo en ella ardía, el cachondeo por el hombre se apoderaba a marchas forzadas de su sinuosa y bien formada figura.

Mario la deseaba igualmente de ese modo vicioso que en ella se descubría, y notó la respiración agitada de la joven que continuaba dándole la espalda aferrada al lavatorio. Las manos firmemente apoyadas en la pila, la mirada felina se mantenía clavada en los oscuros ojos del hombre. Contuvo la respiración, tirando las nalgas atrás en clara invitación a la copula. Un nuevo pinchazo se dio en el moreno, sabiéndose por entero esclavo de lo que aquella gatita le pidiera. Y ahora fue él quien clavó la mirada en los glúteos femeninos, para bajarla con rapidez a los torneados isquiotibiales que se veían tensos y tonificados.

-          Me vas a hacer enloquecer brujilla –declaró su deseo sin ocultarle ya nada.

-          Eso quiero, ven hazme el amor… lo deseo tanto –el culillo removiéndose en pequeños círculos como mejor llamada a la fusión de los cuerpos.

Las manos masculinas tomaron los hombros de la mujer y la obligaron a agacharse, de modo que aquellas nalgas maravillosas se proyectaran hacia atrás en dirección al falo ansioso. Redonditas y apretadas, los cachetes a los lados recogiendo la ranura que entre ambas se ofrecía a la vista del hombre. Mario enganchó el miembro entre sus dedos, llevando la piel atrás para dejar ver el glande brillante y amoratado por la furia que le consumía.

Casandra sintió la dura presencia de aquella polla monumental que apartaba sus redondeces, abriéndose paso y apretándose contra el pequeño orificio anal. La muchacha contuvo una vez más la respiración, adivinando lo que su amante se proponía. El bello rostro femenino, de suaves y angulosas facciones, se congestionó todo él en una mueca de puro terror. Murmurando en voz baja, sabía bien lo que le esperaba y aunque quiso no pudo gritar y resistirse.

-          No, Mario, no por favor… nunca lo he hecho por ahí, me despedazarás, Mario, por favor…

-          Déjame hacer a mí pequeña, ya verás que te gustará, no te haré daño alguno –exclamó él con voz ronca y segura, lanzado ya a por su objetivo sin posible marcha atrás.

La idea de ser penetrada por detrás siempre había sugestionado a la joven, pero nunca nadie la había obligado a hacerlo. Ninguno de sus jóvenes e inexpertos amantes la había excitado del modo que Mario lo hacía. Ella se resistía a la primera insinuación y ellos no insistían más en ello.

Ahora todo era bien diferente. Mario sabía lo que quería y ella, muy a su pesar y tremendamente atemorizada por el tamaño horrible, se encontraba dispuesta a hacer la prueba.

Ambos amantes en total silencio, el falo enorme se había instalado tras ella entre los cachetes duros y bien formados con su presencia hinchada y caliente. Mario alargó la mano hacia el lavabo y enganchó la pastilla de jabón que allí reposaba. Enjabonó sus dedos y lentamente masajeó la entrada del recto introduciendo suavemente por el ano estrecho y apretado la punta de un dedo. Luego otro más igual de despacio, acompañando la entrada leve al abrir el anillo algo más receptivo.

Casandra ronroneó su placer débilmente echando el trasero atrás al elevarlo orgulloso. Quieta e inmóvil sentía aquella presión suave y acariciadora que la trastornaba y con los ojos cerrados, arqueada con la cabeza echada hacía atrás removía la cadera en círculos alrededor del par de dedos poderosos y lubricados que se introducían cada vez con mayor audacia dentro del ano. Volvió a ronronear esta vez más fuerte, aguantando la respiración ante lo profundo del empuje. Gemía, jadeaba pidiendo más, removiendo el culillo para favorecer la acción de los dedos en su interior. Nadie le había enseñado antes pero ella misma supo cómo prodigarse placer.

-          ¿Te gusta mi niña? –la voz hecha susurro del hombre le golpeó el oído.

-          ¡Me encanta, sigue! ¡Son malvados pero encantadores mi amor! –exclamó removiendo nuevamente los cachetes apretados y firmes.

Jadeaba, jadeaba entrecortada, los ojos en blanco y la mirada perdida por un placer nuevo y distinto para una jovencita como ella.

-          Fóllame, fóllame… mételos hasta el fondo… me encanta.

Mario estiró en ese instante la otra mano y con ella recorrió la entrepierna húmeda de la muchacha hasta que aferró los labios tensos de la vulva. Casandra se contorsionó lanzando un largo suspiro satisfecho, abriéndose los labios vaginales bajo el roce de los dedos, aquellos dedos maravillosos que la hacían vibrar toda ella. El hombre acarició el botón endurecido del clítoris, realizando un contrapunto de caricias enloquecedoras entre el masaje al que sometía el ano y la turbadora presión con la que manoseaba el clítoris.

-          ¡Oh Dios, es increíble! ¡Me co… rro, me corro… sigue, sigue haciéndolo!

Casandra había perdido totalmente el control de su sexualidad y se corrió convulsivamente con las caricias interminables del hombre que no se detuvo cuando comprendió que la muchacha había alcanzado el éxtasis.

La rubita se sentía totalmente enajenada, retorciéndose bajo el poder de las manos masculinas que la fascinaban con su continuo roce a lo largo de las nalgas y los muslos. Gritando y sollozando su placer creciente, miles de estrellas llenándole la cabeza en forma de orgasmo concentrado y agotador.

-          Me estás matando, estoy ardiendo de placer, ardiendo…  -repetía sin cesar la mujer transida de deseo.

-          Córrete muñeca, córrete... lo estás haciendo muy bien –los dedos negros y largos hundiéndose en lo más hondo de su estrecho agujero.

Los ojos le brillaban de un modo especial y desconocido hasta entonces para su apuesto acompañante, reclamando mayores atenciones, clavada la mirada en la del hombre a través de la luna del espejo. Los cabellos alborotados y el rostro descompuesto la hacían todavía más bella para Mario. Gimoteaba, respiraba afanosa, se retorcía bajo el poder de aquel éxtasis prolongado e intenso.

Fue cuando Mario sacó el dedo que había hundido en el recto y eso la hizo gimotear quejándose abiertamente. Necesitaba más, su culito estrecho se había acostumbrado a la presión y ya no quería que la abandonase. Sin decir palabra y cogiéndose el miembro entre los dedos, lo acercó a la entrada cerrada y poco a poco empujó introduciendo con fuerza el glande oscuro y lubricado. Centímetro a centímetro, hundiéndose con evidente dificultad para entrarle primero la cabeza y luego algo del tallo sin dar lugar a la súplica.

La mujer se quedó sin respiración, aquella presencia la ahogaba. El muchacho siguió acariciando el clítoris mientras por atrás hundía más y más el miembro en el recto relajado y cada vez más dilatado de su joven conquista, sintiendo al tiempo las convulsas sacudidas involuntarias con que el cuerpo femenino se hacía a la penetración devastadora.

-          ¡Me quema, me quema el culo! ¡Con cuidado, con cuidado! –el rostro en tensión por el que resbalaban las primeras lágrimas de intenso dolor.

-          Tranquila pequeña, tranquila… deja que yo lo haga… tú solo relájate… -le escuchó decir, pensando para sí que era más fácil decirlo que hacerlo.

Su pobre culito le dolía horrores, el miembro grueso y de grandes dimensiones empezó a resbalar hundiéndose tímidamente en su interior, Lento muy lento, parecía barrenarla por dentro. Casandra contenía el aliento para gozar totalmente de aquella penetración enloquecedora, en realidad no podía hacer otra cosa notándose empotrada contra el baño que le servía de necesario apoyo. Suspiró varias veces tratando de acomodarse a la invasión que la trastornaba y volvió a contener el aliento. La mataba, aquella terrible y gruesa lanza la estaba matando, su pobre culito no podría resistirlo mucho más.

Mario se movía dentro de ella con suavidad y firmeza al tiempo, resbalando adentro y afuera, tomada de las caderas como la tenía. Apoyándole esta vez la mano en el hombro, bufando y entrándole con descaro, el delicado anillo se abría con el lento percutir al que lo sometía. Bufaba sudoroso ante lo poderoso del coito, poseyéndola sin descanso, entregada por entero a lo que quisiera hacer con ella. Arqueándose la muchacha, mostrándose como la diosa que era, la espalda curvilínea y sensual a la que el hombre prestó atención cayendo sobre ella para llenarla de besos delicados y llenos de amor. Le besó la espalda, el hombro para una vez más caer sobre la espalda que lamió ufano y con un punto de malicia haciéndola gimotear escandalizada.

-          Me vas a partir en dos… - dijo la joven con voz temblorosa, mostrándose crispada sobre el lavatorio.

-          Entonces tendré dos hermosas mujeres para sodomizar –respondíó Mario.

-          Maldito sádico, me vas a  matar… - exclamó ella, enardecida por la pasión que la consumía.

…………………………………………………………………………………………….

Rosa regresó de su paseo por la playa con el cuerpo helado y la mente despejada, al fin parecía tener las idease mínimamente claras en relación a todo aquello que la atormentaba.

Había decidido esperar el regreso de Octavio y luego reflexionar sobre su matrimonio teniendo en cuenta lo que su marido le dijera. De momento era inútil formular hipótesis y tratar de adivinar qué se proponía Octavio.

Mario la había conmovido, era todo un hombre, todo aquello que una mujer como ella podía desear. Discreto, amable, delicado en cada uno de sus gestos, hermoso y bien formado. Más alto que ella, cerca del metro ochenta y de complexión atlética y con poca o ninguna grasa, el intenso chispazo producido en ella al conocerle la habían hecho pensar en que tarde o temprano algo habría entre ellos. Ya se había masturbado pensando en el guapo moreno y de ahí a lo demás un insignificante paso quedaba por dar. Le había imaginado con ella en el asiento trasero del coche, montándole y dejándose montar por la fuerza incansable del macho.

Al principio se había asustado del impacto sexual que le provocara, pero luego pensó que desde el momento en que había sentido aquel impacto debía asumir su responsabilidad en él. Tenía que reconocer que era una mujer ávida, caliente, apasionada, una mujer exigente y todavía  necesitada de grandes dosis de sexo.

Rosa sentía una urgencia sexual constante que brotaba incontenible al primer estímulo. Bella y hermosa a sus cuarenta y seis años, la disputa con Casandra resultaría inevitable siendo ambas atractivas y ardientes y buscando aprovechar la compañía de semejante hombre.

Mario había sido el primer estímulo total que había sentido desde que su cuerpo se convirtió en aquella hoguera constante que la consumía de angustia. Se miraban con deseo inconfesado, sin necesidad de palabras que les descubriesen al otro. Un deseo irrefrenable por el guapo moreno que no sabía ni quería que la abandonase.

Caminando por la playa solitaria sentía en su sexo una presión cálida y urgente que la atenazaba y respondía a sus pensamientos, a su reflexión, a su imaginación referidas a Mario, a Mario desnudo y fuerte sobre el lecho de su hija. La imagen había resultado demasiado vívida incluso para ella, el recio aparato traspasando el sexo lubricado y abierto de su hija mientras ella le cabalgaba cual amazona sedienta de mucho más. Enlazada por la cintura, los pechos de la joven botaban arriba y abajo cada vez que el miembro viril le alcanzaba lo más hondo de su ser.

No sabía qué ocurriría pero lo que sí tenía claro es que no pensaba marchar de Llanes. La compañía del hombre la hacía bien y también se lo hacía a Casandra, tal como había podido comprobar de primera mano. La puerta entreabierta del dormitorio de su hija y ajenos a su presencia, retozaban como perros lo que la hizo crecer aún más el deseo por el chico. No quiso pensar más en ello. Los acontecimientos traerían por sí solos la respuesta que ella ni se animaba a estructurar.

-          ¿Mario, dónde estás maldito? –un ramalazo de pasión le corrió entre las piernas.

…………………………………………………………………………………………….

Entró en la casa y, tras colgar la cazadora en la percha, se dirigió a la cocina. Aspirando con fuerza sintió el rico aroma del pavo al horno. Todavía faltaba una media hora para que terminara de asarse. Vio la mesa lista y ordenada. Cogiendo una botella de la bodega, la abrió y se sirvió una copa de vino tinto bebiéndolo de un sorbo. Aquella caminata le había provocado una sed terrible. El líquido fuerte y espeso recorrió su cuerpo como una llamarada y la liberó inmediatamente de la opresión que le habían producido tantas reflexiones contradictorias así como tantos sentimientos confusos.

Salió de la cocina y tomó la baranda, comenzando a subir uno a uno los escalones camino del piso superior. Alcanzó el primer piso y se disponía a entrar a su cuarto cuando le llamó la atención un largo gemido que provenía de la habitación de su hija.

Rosa continuó escalón tras escalón para, al fin, alcanzar la segunda planta. Así llegó hasta la puerta del cuarto de Casandra. La puerta se encontraba entreabierta ofreciendo paso libre a la mujer. En ese instante, Rosa sintió que la acometía el mismo temblor vergonzoso que había experimentado aquella vez en que, siendo niña, había espiado la desnudez de su padre. Pensó en volver a bajar sin ver lo que pasaba, pero la curiosidad malsana se apoderó de ella haciéndola buscar conocer el motivo de aquel prolongado gemido.

Entró en el cuarto de su hija y escuchó un jadeo conocido que provenía del baño. Se acercó sigilosamente a la puerta abierta y sin poder ni querer evitarlo espió el interior. Lo que vio estuvo a punto de hacerla gritar de desesperación.

Mario tenía aferrada a Casandra desde atrás y su polla enorme entraba y salía del ano inflamado y juvenil, mientras las manos masculinas acariciaban frenéticamente el clítoris irritado y los senos enrojecidos. Bajándolas y subiéndolas por las bellas formas de la muchacha, le acariciaba el pecho al tiempo que apoyaba la otra mano en el cuello para bajarla por el costado y resbalar cadera abajo y más allá dejándola caer con firmeza en el muslo.

Las piernas de ella cedieron un poco al ataque y la mano del moreno resbaló hacia el interior de los muslos, volviendo a encontrar el sexo encharcado de la chica. Casandra se contorsionaba como una posesa y Mario incrementaba sus masajes cada vez que el orgasmo atravesaba el cuerpo inflamado de la joven que no paraba de gimotear y sollozar débilmente.

La muchacha había perdido la cuenta de las veces que se había corrido. Sólo le interesaba que aquel inmenso placer que sentía no terminara jamás. Mario, mientras, musitaba en el oído de la joven frases cortas y encendidas que enloquecían todavía más a aquella muchachita fresca y doblada por la excitación.

-          Ábrete pequeña, ábrete –enterrándose en ella y levantándola del suelo con un fuerte golpe de riñones.

Rosa había quedado fascinada por la escena y su cuerpo recibía aquella imagen, que no podía dejar de observar, como un golpe hirviente que recorría sus ingles y sus senos y la invadía provocándole un deseo frenético del que no se podía desprender. Cerró los ojos para volverlos a abrir sin querer perder detalle del siniestro cuadro. La tersura de la piel joven de su hija mezclada con la negra y muy oscura de su amante que la envolvía empequeñeciéndola con su terrible humanidad.

Las manos de Rosa abrazaron con impaciencia su sexo por encima del tejano, procurando llevar algo de alivio a la incandescencia que experimentaba en su vulva, en su vagina. Todo su sexo ardía, haciéndola apretar las piernas apoyada tras el quicio de la puerta para no ser descubierta. Sin duda le hubiera gustado ser ella quien se encontrara ahora de espaldas al chico, recibiéndole y siendo sodomizada del modo salvaje en que su hija lo disfrutaba. Aguantó la respiración, aplacando el suspiro que buscaba escapar de entre sus temblorosos labios. Se los humedeció con nervio uno con otro y así consiguió no darse a conocer a la joven pareja que tan enfrascada estaba en sus juegos.

-          Fóllame, fó… llame Mario, clávamela toda con fuerza… más fuerte, más fuerte –reclamaba la desvalida rubita entre grititos sonoros y recogida sobre sí misma.

El joven macho, en una de esas, empujó descontrolado y con tal fuerza que escapó de ella arrancándole un grito desesperado. Acallado al instante al hacerla girar la cara, besándola y reventándole esta vez el coño del mismo modo violento. Moviéndose uno y otra acompasados unos segundos para enseguida volver a endiñársela por el estrecho canal trasero. Los bellos ojos de la joven quedaron en blanco, cerrándolos con fuerza e hipando entrecortada al sentirse llena de él.

Los huevos golpeándola una y otra vez, formándose entre ambos aquel reconocible chof chof para cualquiera que haya tenido la fortuna de experimentarlo alguna vez. Sacudiéndola de forma brusca y seca, desgarrándola las entrañas sin compasión y de manera algo desconsiderada. Ella jadeaba sollozando ahogada por lo intenso de la follada, los ojos bañados en un continuo llorar dolorido. Le quemaba, se sentía abrir por completo bajo el empuje terrible. Por suerte, el roce de los dedos sobre su rosada vulva la hizo relajar, disfrutando como por arte de magia la tierna y delicada caricia. Su compañero, impetuoso y de bruscos modales, también sabía ser, por otra parte, atento y considerado lo que la hacía vibrar complacida.

-          ¡Acaríciamelo, acaríciamelo con tus dedos y juega con él, vamos! –exclamó sonriéndole al echar la mirada atrás buscando la del joven.

Mario se hundió totalmente en el recto de Casandra y la joven se sintió prácticamente elevada en el aire por aquel eje enorme y enfebrecido que la colmaba hasta el delirio. Los dos frente al espejo, le veía empujándola con el ceño fruncido y la frente perlada en sudor. Casandra mientras, aparecía ahora con los ojos cerrados y apretados, mordiéndose los labios para no gritar su placer, removiendo las caderas de manera sensual. Era claro lo mucho que gozaba el momento.

Los pies firmemente apoyados en las zapatillas rosas de plumas de marabú y mínimo tacón, ambos quedaban a la altura perfecta para que el hombre la embistiese a su antojo. Echada hacia delante sobre el lavabo y tomada por la cintura, el vientre masculino quedaba completamente pegado a su redondo trasero. De puntillas y empujando sin descanso, follándola y arrancándole ayes de queja y satisfacción al tiempo. Con una mano le estrujaba fuertemente el pecho izquierdo y con la otra jugaba de forma perversa con el endurecido botón del placer femenino. La muchacha mantenía las piernas abiertas y el culillo elevado, martilleándolo con lascivia el miembro que no cejaba en hundirse y escapar buscando el placer completo para ambos.

Rosa tragó saliva, lo necesitaba, Notaba la garganta reseca por lo ardiente del momento y fue entonces cuando tomó plena conciencia de que el hombre iba a explotar.

Casandra lo supo igualmente, comprendiendo que aquellos estertores que amenazaban con reventar sus entrañas se correspondían con la culminación de una sesión sexual inigualable y sincera. Fue entonces cuando escuchándole bramar, se agachó cuanto pudo y tomándole los colgantes entre sus piernas le notó descargar dentro del recto corriéndole la abundante savia inundándola de forma inagotable.

Gritaron ambos su orgasmo, extenuados pero dichosos por el estupendo encuentro vivido. Mario cayó sobre ella cubriéndola con su torso poderoso y velludo, recuperando poco a poco el resuello mientras le besaba agradecido la espalda, subiendo y bajando la lengua y los labios por la misma. La joven se incorporó elevando tímidamente la cabeza para cruzar la mirada un breve instante con la de su amante. Le sonrió de forma aviesa, humedeciéndose los labios con suavidad infinita. Un beso de completa gratitud le lanzó mostrando así lo mucho que le había gustado.

-          ¡Dios, cómo le hubiese gustado ser ella quien notara aquel torrente cálido correrle por dentro! –desde su posición lo imaginó la mujer madura viendo a la pareja retorcerse bajo los efectos del orgasmo.

En el momento en que el último espasmo del hombre se fundía con el clímax explosivo de Casandra, Mario levantó la vista hacia la luna medio empañada del espejo y, más allá de su expresión descompuesta por el placer, pudo divisar la imagen bella y serena del rostro de Rosa, los ojos muy abiertos y los labios caídos y húmedos por la emoción…

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Es estupenda mi tía Mónica

Juegos femeninos

Incesto con mi padre y mi hermano

Quitándole el novio a mi hermana

Una tarde en el cine

Acabando con la virginidad de mi sobrina

Encuentro amistoso

Sintiéndome puta con el negro

Me cepillé a mi tía

Violación fallida

Follando con el novio de mi nieta

Polvo antológico con mi hijo

El profesor universitario

Trío con mi mujer en un restaurante

Conversación entre dos amigas

Seduciendo a una mujer madura (2)

Seduciendo a una mujer madura (1)

Un día de playa (2)

Un día de playa (1)

Mi adorable Yolanda

Una noche loca junto a mi hijo

Madre e hijo

Intensas vacaciones con la familia

Navidades junto a mi sobrino

Mi tía Maribel

Tres mujeres para mi hijo

Me follé a mi propio hijo

Con Emilio en el aeropuerto

En el baño con mi amante argelino

Un buen polvo en los probadores del Corte Inglés

Disfrutando del cumpleaños de mi joven yerno

Cálidas vacaciones de verano

Volviendo a la playa nudista

En la playa nudista

Jodiendo con el cachondo de mi sobrino

Daniela, la madre de mi amigo

Conociendo íntimamente a mi hijastro

Mi querídisimo sobrino Eduardo

Un maravilloso día con mi futuro yerno

Deliciosa despedida de soltera

Kareem, nuestro masajista preferido

Mi clienta favorita

Bruno

Follando con la madre de mi mejor amigo

Con mi vecino Carlos

Aquella noche en la discoteca

Mi primer trio con dos maduras

El negro y su amigo