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Reventando a Doña Carmina. 2ª parte

en Amor filial

UN PASADO TURBULENTO SE CEÑÍA SOBRE CARMINA, la íntima amiga de mi madre. Carmina tuvo que pasar por un proceso de divorcio largo y traumático, y eso resultó un nexo de unión anímica por empatía conmigo. Mi madre conectó enseguida con ella nada más llegar al colegio donde mi madre era la directora. Dos mujeres de edad similar rondando los 55 años, complexiones semejantes y vidas casi paralelas con matices…, ambas NO disfrutaban el del sexo en casa…mi madre por estar casada con un impotente sexual, y Carmina divorciada de la estafa de un marido suplantado, por ello se montaban sus fiestas de garito en garito. Cuando Carmina llegó a la ciudad 15 años atrás, se sentía desgajada de una familia que la había defraudado, engañado y violado… gracias a que pronto encontró un familiar acogimiento en mi madre y por elongación, en mi casa paterna con todos los miembros que la componíamos, no cayó en la locura. Tal era la confianza depositada en ambas, que entre mi madre y Carmina no había casi ningún secreto, excepto el por qué dejó su vida anterior… Nunca lo hubo contado por vergüenza pero un día se abrió a mi madre…

El detonante de la nueva vida de Carmina, una mujer de 40 años que pasa mucho tiempo en soledad, está en que se reencuentra con su hijo que estaba en prisión y lo pasa realmente duro. Por entonces era profesora de escuela en un pueblo de la sierra de Guadalajara donde ha sido destinada desde hace dos años. Su hijo Adrián no estuvo bien encaminado en su adolescencia y pronto cometió algunos delitos que le llevaron al reformatorio y finalmente a la cárcel con 18 años… apenas lleva cumplidos dos años de los 10 impuestos por el juez cuando apareció por casa de sus padres…

La casa estaba alejada del pueblo, por lo menos eran dos kilómetros atravesando partes boscosas. A Carmina no le gustaba mucho quedarse sola, pero entendía las largas ausencias de su marido como algo necesario… era representante de productos vinícolas. Así debía ser si querían tener lo suficiente para salir de la penuria a la que sus hijos les habían llevado, uno por las indemnizaciones por los delitos y la hija por una estafa en la cooperativa de viviendas donde fueron avales. Así era desde que abandonaron Ciudad Real rumbo al norte, con la esperanza de olvidar los duros años saliendo del mal trabo trabajando duro, se sentía culpable de no haber sabido educar a sus hijos. Aunque nunca lo habían verbalizado, el matrimonio sabía perfectamente que la cárcel, no solo era merecida, sino también un alivio familiar. Tan duro, pero tan cierto.

Carmina llevaba días intranquila, como si tuviera un mal presentimiento. A sus cuarenta años seguía llevando mal la soledad. Quedaba menos de una semana para que su marido regresara de Francia y empezaba, no solo a contar los días, sino también las horas. Sacaba del congelador unas chuletas en la cocina con la intención de pasarlos después por la sartén cuando una voz estremeció todo su cuerpo

— Buenos días. Se giró de golpe, evitando por poco colapsarse del susto.

— Martín, casi me da un infarto.

Su hijo la miraba atentamente desde la puerta de la cocina, con la cabeza rapada al cero y más corpulento que nunca parecía un cavernícola de épocas pretéritas. Sus ojos negros como el carbón se clavaban en ella como dos puñales.

— ¿Ahora me llamas Martín?

— ¿Cómo has entrado…Cómo has llegado hasta aquí…Cómo es que te han dejado salir…? Interrogó.

— Vaya, ya veo lo mucho que te alegras de verme.

— No es eso, titubeó. — es simplemente que no sabía que pudieras tener permisos penitenciarios. No te esperaba.

— Sorpresa. La buena conducta tiene sus recompensas.

Carmina se fijó en su ceja, decorada con una nueva y profunda cicatriz. Apenas podía mantenerle la mirada después de dos años. Siempre se culpó de su mala vida, de sus malas decisiones. Demasiado joven lo tuvo junto con su melliza, con dieciocho años apenas sabía nada de la vida. Tuvo que aprenderlo todo de golpe y por las malas. Ahora Martín tenía veintidós años y apenas lo reconocía. Su corazón empezó a bajar de pulsaciones, pero estas seguían siendo fuertes como martillazos. Incómoda, se apoyó contra la encimera observando como él se acercaba lentamente.

— Hijo… —Bueno, le interrumpió. — Por lo menos ya empiezas a recordar. Después de tanto tiempo sin venir a verme pensé que quizás se te había olvidado incluso quién soy. ¿No me vas a dar un beso? Sus fuertes manos agarraron la cara de la madre y la besó en la comisura de los labios.

— Martín, ¿crees que es buena idea que estés aquí? Tu padre…

— No veo al viejo por ninguna parte. No te preocupes, si oigo el coche desapareceré. Veo que estás cocinando, sigue, no quiero molestarte. Además, estoy hambriento.

Algo más distendido, Martín se sentó en la mesa de madera que había en el centro de la cocina, esperando llevarse algo a la boca. Carmina siguió preparando las chuletas añadiendo un par más y enseguida preparó la sartén con un poquito de aceite.

— ¿Cómo has llegado hasta aquí? A la casa no llega ni tren ni autobús.

— Querida madre, es una larga historia, contestó mientras le daba un buen mordisco a la hogaza de pan que ya había en la mesa. — ¿Tienes un poco de vino?

— No tengo, lo siento, mintió la madre a sabiendas lo mal que le sentaba el alcohol a su chico.

Durante la comida predominaron los silencios y los monosílabos. Carmina tenía muchos sentimientos encontrados. Quería a su hijo, pero también le temía. Deseaba que su marido apareciera en cualquier momento pero a su vez le daba pavor pensar en las consecuencias.

— ¿Dónde te vas a quedar? Martín la observó casi con rabia antes de contestar…

— ¿Crees que me puedo permitir una pensión en el quinto coño de esta mierda de pueblo más cercano a esta puta casa en medio de la nada? La madre bajó la cabeza y se concentró en el plato.

— Tenemos una habitación vacía pero, por favor, vete lo antes posible. No quiero que te vea tu padre y volverá muy pronto.

— ¿Está bien el viejo?

— Sí, Martín, estamos bien. Llevamos una vida muy humilde intentando salir del hoyo económico trabajando mucho…

— Lo sé mamá, no te preocupes, no he venido a por dinero.

— No, no es eso, se excusó ella. — Lo digo para que entiendas nuestras razones para no haber venido a visitarte a la cárcel. Para nosotros…

El hijo la cortó con un golpe en la mesa, contundente y con el puño cerrado. — No te he preguntado nada. La madre hizo un esfuerzo por no llorar y consciente de la situación, Martín, suavizó el tono… — Lo creas o no soy una persona nueva. No busco problemas. Ni los busco ni pretendo causártelos. Solo quería verte y descansar un poco. No es fácil matar al salvaje, pero hago todo lo que puedo para domarlo…la cárcel no ayuda mucho a ello.

La mañana siguiente Martín se despertó sobre las once, descansado y con el ánimo renovado. Buscó a su madre por toda la casa pero no fue hasta salir fuera dónde la encontró tendiendo la ropa.

— ¿Todo bien, mamá? He dormido como un bendito.

— Me alegro hijo, contestó ella mientras tendía una sábana con cierta dificultad. — Yo estoy un poco preocupada. Quería llamar a la tienda del pueblo para que Lorenzo me trajera unas cosas pero me he dado cuenta de que no va la línea telefónica. Sin poder arrancar el coche no sé cómo me las apañaré, en un par de días me quedaré sin comida. Hoy ya se ha terminado la leche.

— Ha habido una tormenta esta noche, seguro que ha caído un rayo o algo por el estilo. Lo arreglarán.

— Eso espero, porque no tengo piernas para andar tanto y menos cargada con bolsas.

— No te preocupes, yo mismo iré si no lo arreglan en las próximas horas. De espaldas a él a Carmina se le escapó una sonrisa. El nuevo y mejorado humor de su hijo le hizo tener esperanza. Ilusión en que realmente estuviera esforzándose por cambiar. — Por cierto, mamá…si alguien viene a casa…no les digas nada de mí, ¿entendido? Ni siquiera si preguntan directamente por mí.

La sonrisa se desvaneció como si nunca hubiera existido. Aquella siniestra petición no podía llevar nada bueno. A saber en qué lío estaría metido su hijo ahora. Quién sabe con cuánta gente tenía cuentas pendientes. — ¿Entendido, mamá? —Sí. — Muy bien, dulcificó de nuevo la voz. voy a ver si desayuno algo.

Carmina no pudo más que sentarse en el suelo, desesperada. Ahora no sabía si incluso su vida corría algún tipo de peligro. No fue hasta que el frío empezó a calarle los huesos cuándo entró en casa. En el salón pudo ver a su hijo comiéndose un bocadillo. Iba vestido solo con unos calzoncillos.

— Martín, ¿tienes algo para lavar?

— Solo lo que llevaba ayer. De hecho, te agradecería que me pudieras prestar alguna ropa de papá. Algo que le vaya grande, difícilmente usemos la misma talla.

No solo su hijo “no estaba allí”, sino que había venido “con lo puesto”. Mucha prisa en refugiarse en aquella perdida casa había tenido, eso estaba claro. El resto del día pasó lento, con miradas inquisitivas pero pocas palabras. Mucho menos algún tipo de explicación. A media tarde la madre se refugió en la cocina para pelar unas judías con la sola compañía de un viejo transistor. Una hora después apareció Martín con la voz algo achispada.

— Vaya, vaya. Mira quién no decía ayer la verdad. Carmina se giró extrañada con aquel comentario y vio a su hijo amorrado a una botella de vino. —Me he encontrado un pequeño refugio de lo más interesante, dijo él aludiendo a la improvisada bodega que tenían sus padres en el desván. —Martín…

— No te preocupes mamá, lo entiendo perfectamente, contestó mientras se sentaba en la mesa de la cocina y seguía bebiendo a morro.

— Aquí hay poco que hacer, tu padre no bebe alcohol y yo menos, guardamos el vino solo para las celebraciones. Es peligroso que abuses, ya lo sabes…

— Sí, sí, ya. Oye madre, dime… ¿hay algún bar en el pueblo?

— Uno, pero cierra muy temprano y lo visitan solo ancianos para echarse la partida del dominó.

— Muy bien. ¿Y discoteca?

— Hijo, ¿tiene pinta de haber alguna discoteca por aquí?

— Tienes razón, pero seguro que hay un puticlub. Hasta los viejos necesitan follar.

— Si lo hay te juro que nunca lo he visto, respondió la madre cada vez más incómoda.

— ¡Joder! Pero en algún lugar se tendrán que esconder las chicas, ¿no? ¡¿O es que las sortean junto a un vino y una cabra?! Hubo un largo silencio antes de que Carmina intentara calmarlo…

— Las cosas por aquí son muy distintas a la ciudad.

— Sí, sí, ya lo veo…ya lo veo… se resignó cada vez más ebrio. — No me prepares cena para mí, con la botella tengo suficiente por hoy.

La madre siguió pelando unas patatas cuando pudo oír como Martín se levantaba de la silla. El hijo la observó. A los cuarenta años conservaba una figura envidiable. La camiseta de tirantes blanca y la larga falda marrón no escondían unas curvas más que apetecibles. Se acercó a ella por detrás y le retiró su larga y castaña melena del cuello y los hombros. Carmina sintió un escalofrío y se quedó completamente quieta. Pasó sus rudos dedos por la nuca, con suavidad, siguiendo por el cuello y la clavícula hasta tropezarse con uno de los tirantes del top. Con el mismo dedo lo agarró y lo deslizó hasta descubrirle el hombro y dejarlo caer por el brazo. Siguió acariciándole este y cuando llegó a la altura del codo retiró la mano. La madre pensó que había pasado todo en el preciso instante en el que notó una sonora palmada en su glúteo. Al momento pudo oír a su hijo alejarse de nuevo entre risas. Cuando por fin estuvo sola, se derrumbó sobre la encimera agotada por la tensión del momento. Martín se despertó por la tarde, resacoso y de mal humor. Su madre le había dejado preparada una ensalada pero apenas la probó. Llevaba solo un par de días y las paredes empezaban a caérsele encima. El exterior no era mejor, solo había árboles y monte, ni rastro de civilización… se sentía como un lobo salvaje encarcelado.

Carmina salió a barrer un poco la entrada de la casa cuando se fijó en que la caja del teléfono del exterior de la casa parecía haber sido manipulada. Cerciorándose bien de que su hijo no estuviera cerca se acercó y, con solo tocar la tapa, esta cayó junto a sus maltrechos tornillos. Dentro pudo ver lo que, sin duda, eran los cables telefónicos saboteados. Tardó un poco en volverlo a dejar de manera que fuera imperceptible cuando el ruido de unos neumáticos acercándose a la casa llamó su atención. Una furgoneta de la Guardia Civil aparcó justo delante y bajaron dos educados agentes gorra en mano.

— Buenas tardes señora, ¿es usted la señora Casalduero?

— Sí, soy yo, ¿ha ocurrido algo?

— No se alarme, la tranquilizó el que parecía tener más rango, con espesa barba y cejas exageradamente pobladas. ¿Está sola en casa? La hemos llamado varias veces pero no nos da línea.

— Sí, mi marido está haciendo negocios en el sur de Francia. Es representante de vinos de crianza de esta zona, suelen pagar mejor que por aquí. El teléfono por lo visto se averío con la tormenta del otro día.

— Ya veo. Mire, debemos preguntarle, ¿ha visto recientemente a su hijo?

— Cumple condena en Alcalá-Meco, ¿es que le ha pasado algo? La distancia no me permite ir a verlo con regularidad.

— Lo último que sabemos de él es que aprovechó un programa de reinserción laboral para escaparse, hiriendo a un agente. Pensamos que podría estar por aquí.

— Dios bendito… dijo con la voz temblorosa. — Dios bendito. Hace años que no veo a Martín, espero que el agente esté bien.

— Es leve. Señora, perdone que seamos así pero, ¿le importaría que echáramos un vistazo en la casa?

La mujer volvió a dudar. ¿Qué era lo correcto? ¿Hacerles algún tipo de señal indicándoles que ese animal se escondía en casa o por el contrario seguir haciéndose la tonta? Y por otro lado, quizás advertirles podía complicar aún más la situación.

— Por supuesto agentes, miren dónde vean conveniente. Uno de ellos se adelantó pero el de la barba lo paró con el brazo diciendo…

— Bueno, creo que no será necesario que la molestemos más. Por favor, si sabe algo del muchacho, háganoslo saber. Cuánto menos tiempo pase mejor para todos. Y hágase mirar ese teléfono para que podamos informarla.

— Descuide agente, así lo haré.

Los agentes se despidieron con un gesto y abandonaron los dominios. Carmina entró en casa dónde, detrás de la puerta de la cocina, le esperaba su hijo armado con un cuchillo de grandes dimensiones.

— Lo has hecho muy bien mamá, si llegan a entrar a la cocina tendría que haber acabado con esos putos picoletos. Ella le miró asustada, pero sabía que cualquier palabra suya podría empeorar aún más su humor. — No me mires así, no pienso volver a vivir nunca más en esa mierda de trullo, antes me corto el cuello.

Martín clavó el cuchillo en una madera de la pared y abandonó el recibidor a paso firme. Su madre se dejó caer lentamente en el suelo, dónde estuvo largo rato encogida, agarrándose las rodillas con los brazos. Horas después cenaron en absoluto silencio y Carmina se fue a la cama tan pronto que aún no había oscurecido del todo. Lo único que quería es que la almohada le hiciera olvidar aquel tenso día. Solo deseaba que todo el miedo se lo llevase el primer rayo de sol de la mañana siguiente. Pero no fue así. Sobre las tres de la madrugada pudo oír como su hijo entraba en la habitación a hurtadillas. Ella aún no había conciliado el sueño, no podía dándole a la cabeza sin cesar o por el miedo a su propio hijo… pero se hizo la dormida. Martín se acercó muy lentamente y, con extremo cuidado, la destapó. Dejando a los pies la sábana y la manta. Vio a su madre vestida solo con el camisón. Bastante casto la parte de arriba, abotonado hasta el cuello, y algo corto por la de abajo, llegando solo palmo y medio pasada la cintura.

Observó sus espectaculares piernas y su respiración empezó a hacerse más profunda. Carmina sintió pánico, ganas de gritar, huir, moverse, pero se obligó a quedarse completamente petrificada. El hijo siguió observándola, casi como si fuese la primera vez que veía a una mujer. Como si aquel cuerpo no fuera el de su progenitora. Con sumo cuidado le subió un poco la prenda descubriendo el resto de los muslos hasta que se asomaron las braguitas, blancas a juego con el camisón. No contento con eso acercó sus manos hasta la parte de arriba y, lenta y controladamente, desabrochó hasta cuatro de los botones. Lo abrió un poco dejando ver el canalillo, mostrando parte de lo que eran unos generosos y deseables tetas que un día le alimentaron. La madre casi tuvo que morderse la lengua para no hacer un gesto sospechoso, pero aguantó. Notó como las manos de su hijo ya no merodeaban su cuerpo pero entonces pudo oír el discreto sonido de los calzoncillos de su vástago bajando. Martín liberó una extraordinaria erección y comenzó a acariciarse con suavidad remangándose el prepucio y dejando su enorme cabeza en forma de champiñón totalmente liberada. Miraba las piernas, el culo caprichosamente redondeado y respingón de su madre, para acabar su mirada en el escote… se sentía completamente excitado. Enseguida aumentó el ritmo, masturbándose por primera vez en mucho tiempo sin tirar solo de imaginación.

Se puso detrás de su madre acariciando el glande en la raja excelsa del culo materno, aumentando la dureza y rigidez del flamante falo… continuaba pelándose produciendo roces en cada tirada del prepucio…Siguió intentando controlar los gemidos y, sin que hubieran pasado ni tres minutos, eyaculó unos copiosos chorros de leche como no recordaba el animal, apuntando intencionadamente contra las nalgas, la lefa las cubría todas fielmente salpicadas, además de grandes chorretones se escurría por la raja del culo hasta la vulva su madre que se apreciaba desde atrás. Quedó satisfecho habiendo regado todo su culo y parte del coño. Se cercioró de que ella no se hubiera despertado y, sin volverla a tapar colocándole las bragas en su sitio, salió de su habitación. Carmina se acurrucó colocándose en posición fetal y completamente abatida por lo que acababa de pasar. Se dio cuenta que la necesidad de hembra de su hijo no iba a tener límites… notaba la humedad del esperma de su hijo impregnando las bragas pegadas a su cuerpo.

Después de aquella noche hubo algunos días buenos dentro de la normalidad. Martín parecía mucho más relajado y de buen humor y ella se convenció a sí misma de que no tenía tanta importancia haber sentido la leche de su hijo o que él se hubiera excitado con ella pese a ser su madre, al fin y al cabo un hombre es un hombre y cuando la testosterona comanda su mente no hace distingos. ¡Aquel desahogo no había sido nada más que algo fisiológico! Mejor eso que no que deambulara por el pueblo a la caza de alguna pobre chica inocente a la que no dudaría de acosarla e incluso violarla. No podía ni imaginarse lo que era llevar seis dos encerrado, y en parte se sentía culpable por no haberle conseguido educar mejor. Por no haber sabido protegerle de las malas compañías. A fin de cuentas, ¿qué no haría una madre por un hijo? Él se sentía tan bien que incluso, con cuidado de no ser reconocido, había hecho el largo camino hasta el pueblo en busca de víveres. Los dos cenaban de manera distendida cuando Carmina, hizo de tripas corazón, y le entregó un sobre. — ¿Qué es esto?

— Hijo, cariño, son dos mil euros. Te prometo que no tengo nada más disponible. Mañana vendrá tu padre, ya sabes lo puntual que es en todo. Dijo que vendría antes de comer y aquí estará. Eso si no adelanta su regreso preocupado por la “avería” de la línea telefónica. Además la guardia civil no dudo que volverá a buscarte por aquí… tienes que hacer algo o entregarte. Cerró los ojos esperando una mala reacción pero esta no tuvo lugar. Martín se guardó el sobre diciendo…

— Te lo agradezco. No te preocupes, papá nunca me encontrará en la casa, te lo prometo… y lo picoletos lo tendrá difícil para dar conmigo. Carmina sonrió aliviada.

A la mañana siguiente el hijo preparaba un improvisado petate con algo de comida, ropa y utensilios de aseo mientras la madre limpiaba a conciencia toda la casa. Estaba dispuesta a no dejar ni rastro de aquella improvisada visita. Limpió la habitación donde se había hospedado como si se tratara de la escena de un crimen. En su cabeza solo había un lema… “aquí no ha pasado nada”. Martín mataba el poco tiempo que le quedaba observando a su progenitora. Se había vestido cómoda para el trabajo, y cómoda para un reo fugado significaba sexy. Llevaba un vestido amarillo de andar por casa que al susodicho le parecía, cuanto menos, sacado de un sex shop. Escotado y corto, poco más que describir. Cada vez que se agachaba podía ver como se asomaban sus braguitas blancas, o incluso sus frondosas tetas si se encontraba de frente. Intentó pensar en otra cosa, pero su cipote pareció no recibir la información actualizada, multiplicando su tamaño a cada segundo. Su erección era tan descomunal ya que ni siquiera sentado en el sofá del salón se sentía cómodo. Desaparecida momentáneamente del salón decidió ir en su encuentro y la sorprendió revisando la jamba de la puerta. En concreto aplicando una pequeña pátina de barniz con un fino pincel a la marca que días antes había hecho en la madera con el cuchillo. Estaba tan concentrada que ni siquiera reparó en su presencia por detrás, sudaba y ese olor a hembra impregnaba la papilas del macho depredador.

Se acercó lentamente y arrimó su cuerpo, presionando su bulto contra su trasero, separados solo por la ropa. Carmina se quedó paralizada al momento, pero decidió seguir con el trabajo, disimulando.

— ¿Te he dicho que te conservas muy bien, mamá? Cuando Martín le puso las manos en la cintura a ella se le escurrió el pincel de entre los dedos.

— Hijo, deberías irte ya.

— Sí, lo sé.

La madre se quedó observando la marca disimulada del cuchillo, como repasando el trabajo, pero Martín no se detuvo. Subió las manos hasta llegar a las globulares tetas maternas, y las estrujó desde atrás, apretando aún más su apreciado falo contra el culo de su madre.

— Y tienes las mejores tetas que he visto nunca, y hablo incluso de antes de que me encerraran.

— Martín por favor… Siguió magreándole las tetas ante la pasividad de la progenitora.

— Mamá por favor, quién sabe cuánto tiempo pasará sin que me cruce con una mujer estando tan cerca de ella…, o si siquiera saldré vivo de todo esto. ¡Tienes que ayudarme a aliviar mi necesidad también! Hueles tan bien que no podido remediar que se pusiera así de dura… Presionó su polla.

Mientras le sobaba las ubres lecheras de mamá, le restregaba la dureza de su verga por los glúteos, notando como estos estaban bien formados y eran absolutamente deseables. Le subió un poco el vestido ante los tímidos forcejeos de la madre, atrapándolo en la cintura y descubriendo el trasero tapado solo por unas finas braguitas blancas.

— ¡Tienes el mejor culo que he visto nunca! Y seguro que tienes un coño muy bien arregladito.

—Basta, ¡Por favor!

No obedeció, le agarró las bragas bajándolas hasta dejarlas caer a sus tobillos…ella se las quitó por los pies liberándose de la prenda atrapada en argolla. El animal salvaje totalmente empitonado no atendía a ningún estímulo, habiendo perdido el raciocinio, buscando desovar dentro de una hembra para liberar sus condolidos cojones atenazados de testosterona, y poco importaba que esa hembra fuese su propia madre. Sin pensar más se bajó él mismos el bóxer hasta las rodillas, y ahora Carmina pudo notar como el pollón erecto casi horizontal de su hijo se restregaba desnudo contra su anatomía buscando la entrada a su cueva prohibida.

— ¡Qué buena que estás joder! ¡Y qué buen trabajo me vas hacer en mi verga!

Carmina intensificó un poco la resistencia pero era consciente que físicamente no podía pararle. Con una mano la atenazaba del cuelo a punto de ahogarla y con la otra enfiló su polla en ristre al coño de su madre… cuando encontró la bocana del coño materno, sin previo aviso la penetró vaginalmente desde detrás, embistiéndola con tanta fuerza que casi tira la puerta abajo.

— ¡¡Mmm!!, ¡¡ohh!!, ¡mmm síii! ¡Cuánto tiempo sin sentir un coño! ¡Joder que apretado lo tienes mamá…!

Carmina se sintió como un pincho moruno ensartada por aquel pedazo de carne…dura, larga y venosa, pero aliviada al no sentir demasiado dolor por no tener una polla con un grosor excelso, tan solo incomodidad de saber que era su propio hijo quien la follaba y de no estar lo suficientemente lubricada para recibir el pollazo que le llegó hasta el cérvix…, fue tan profundo que notó las pelotas golpear su coño, lo que denotaba que le había clavado entera de un solo envión.

—No, no, susurraba ella. vete, ¡¡vete! Suplicaba al sentir emociones contradictorias de deseo y rechazo.

— Solo será un momento mamá, joder, ¡¡ohh!!, ¡¡ohhh!! Estoy muy excitado y terminaré enseguida…Me duelen mucho las pelotas por la presión de leche. En cuanto las vacíe acabaremos.

Siguió penetrándola con tanta fuerza que podía notar como sus testículos rebotaban contra el culo, ahora la tenía agarrada con fuerza por las ingles para intensificar el movimiento. — ¡¡¡Ohhh síii!!!, ¡¡ohh síi!! ¡Mira qué bien se traga la polla tu conejo hambriento…! ¿Seguro que a papá no se le pone tan dura?

Continuaba perforándola sin mesura, la cadencia de su cintura era endiablada dejando entrar toda la verga desde el glande hasta  la raíz de manera vertiginosa. Carmina se dejó llevar, forzar la huida sería contraproducente, porque su hijo le dejaría marcas que tendría que justificar ante su esposo…mejor que acabase, aunque la llenase el útero de esperma. De pronto todo se precipitó, en ese preciso instante el ruido de un coche se oyó en el exterior.

— Martín, vamos, ¡vete! ¡Es papá! ¡¡Corre!!

Pero el semental ya no podía parar, le separó un poco las piernas y arreció sus acometidas con mayor contundencia golpeando con su pelvis las masas de las enormes nalgas de su madre, estas ofrecían un soniquete atronador muy sexy. El padre y marido ya había aparcado, comprobaba que estuviera todo en orden. El intermitente, la llave del contacto, todo debía estar perfecto antes de abandonar el vehículo. Difícil se imaginaba que a pocos metros su hijo se follaba a su mujer como un animal en celo.

— ¡¡Ohh!!, ¡¡ohh!!, ¡¡ohhh!!, ¡¡¡ohhhh!!! El chico le hincaba el cipote a su madre intentando reventarle el coño a pollazos.Martín subió de nuevo las manos para manosear con furia las ubres de su madre en el momento que decidió cambiar de postura. Salió de su interior y dándole la vuelta le dijo… — No sufras mamá, ya estoy, ya casi estoy.

Le agarró por las nalgas y la elevó empotrándola contra la madera de la puerta. Sus piernas estaban abiertas, una a cada lado de la cintura de su hijo cuando este volvió a penetrarla manteniéndola en suspensión… ella se sujetaba con un brazo alrededor del fuerte cuello del animal y con la otra mano agarró el pesado escroto para aligerar la carga del semental… le manoseaba los huevos estimulándolos lo mejor que sabía para que acabara pronto todo aquel sin sentido, a costa de llenarla de espesa lefa filial y acabar preñada… Poco importaba el riesgo de quedarse bien preñada, porque esto no era lo peor que podía pasar en tales circunstancias… el encontronazo de dos machos eufóricos podría ser brutal.

— ¡¡¡Ohhh síii!!!, ¡¡ohh síi!!, ¡¡¡ohhhhhhhhhh!!! Balbuceaba el muchacho insertando más hondo en tal postura…

La accesibilidad producía que lasacometidas fueran más profundas, y en verdad eran tan fuertes que la madre golpeaba continuamente la barbilla del hijo con el hombro, pero no le atañía demasiado…, estaba tan excitado que lo único que sentía era placer mientras se tornaba entre dos aguas… el placer y la angustia de la presencia inminente de su esposo en aquel salón donde fornicaba con su propio hijo… su único hijo primogénito.

— ¡Oh!, ¡¡oh!!, ¡ohh! Hijo, ¡hijo! ¡¡Tienes que irte o tu padre nos matará…!!

El padre empezaba a descargar el maletero y dejaba pequeños montoncitos de trastos frente a la puerta, evitando así tener que hacer luego más viajes y algo extrañado de que su esposa no hubiera salido a recibirlo. A pesar de la vibración de la puerta causada por las embestidas, parecía estar ajeno a todo. —¡¡¡Ohhh, ohhhh, ohhhhh!!! ¡¡Síii, síiii, síiiii, mmm!! Joder mamá un poco más… ¡Estoy a punto de correrme!

La mujer apenas le oía, seguía abrazándole mientras le restregaba su coño cual una gata en celo. Se subió el vestido, enseñando el pubis rasurado en forma de triangulito, húmedo, caliente y desprovista de recato alguno ya, se lo restregaba contra la polla henchida de su hijo en medio de su entrepierna suplicante…

— ¡Cállate y fóllame duro! ¡Vamos cabrón, lléname de leche y acaba de una vez! Es lo que quieres…lo que has venido a buscar. ¡Venga Hijo de puta a ver si eres capaz de preñar a tu madre!

Lo incitaba para acelerar el acto interminable y agobiante ante el abismo al que se acercaban. El chaval se amorró a la boca de su madre para callarla y a la vez sentir lo más gozoso… ¡Correrse besándola! Finalmente Martín eyaculó con la fuerza de un torrente, atestando a su progenitora con simiente fértil y joven. Al menos fueron cinco o seis aldabonazos de rica lefa que se atoraban en el fondo vaginal materno, colmando de dopamina la cabeza y extremidades del inseminador. Aún no se había recuperado percibiendo las últimas convulsiones de la eyaculación, sin haber dejado aún en el en el suelo a su madre, apareció en el salón el padre con un maletín en la mano y otro colgando de su hombro. Martín no había recuperado una pizca de cordura, y se sentía completamente extasiado sin saber qué pasaba, aún con su madre empalada, la cara de la señora buscaba un gesto que diese explicación a la situación de tener a su hijo follándola, ahí montada sobre la verga de este con toda dentro fielmente acoplados por los genitales. Martín se percató de la realidad, apenas podía hablar pero reunió las fuerzas suficientes para vestirse, encontrar su petate y salir por una ventana en tanto su padre buscaba una explicación completamente petrificado.

Carmina también estaba agotada pero consiguió adecentarse el vestido ante la atenta mirada de su esposo e intentar disimular su estado de euforia. Miró a su alrededor y justo cuando oía la voz de él pidiéndole explicaciones, se percató de que sus bragas estaban a medio metro, en el suelo.

— Cariño, ¿qué tal? ¿No te he oído llegar? Rápida las cogió y las escondió dentro de su puño. — Lo que has visto tiene un explicación, Martín lleg…

No le dejó terminar la explicación cuando su marido por fin despabiló y entró a saco en su monólogo de injurias contra ella, Carmina solo supo dedicarle la mejor de sus sonrisas aliviado la enorme tensión que todo aquello hubo generado. Mientras le preguntaba el porqué, su esposo entraba la primera maleta y seguía poniendo cara de extrañado cuando creía que siempre la había sido fiel, ahora no lo tenía tan claro. La indignación se acrecentaba a medida que Carmina no daba respuestas aclaratorias ni convincentes. Ella se sentía completamente acalorada balbuceando que la culpa era de su hijo acosador y no pudo hacer nada ante su fortaleza, solo pudo seguir sonriendo apelando a la compresión de su marido. Cuando por fin se cruzaron las miradas le abrazó con fuerza, con mucha fuerza.

— ¡Mi amor, tú siempre has sido mi hombre! Todo ha pasado y todo está bien…Martín no volverá nunca más. Carmina apretujó su cuerpo contra él susurrándole… —Mi amor te he echado mucho de menos.

El esposo lejos de sentirse feliz por las palabras de su esposa, se sentía extrañado, no le devolvía el abrazo contestando… — Y yo a ti, pero lo que he visto no tiene perdón alguno… durante días he intentado llamar pero no daba línea la casa.

— Lo sé, nuestro hijo cortó los cables y ya sabes que no tenemos cobertura de móvil…  

— Pero ese no es motivo para llegar y encontrarte follando como una perra con tu propio hijo.

— Me forzó, tienes que creerme, yo no quería… me violó.

— Yo no he visto lo mismo… a saber con cuantos me has puesto los cuernos. Voy a darme una ducha y me marcharé de esta casa enseguida…

Su esposo cumplió lo que dijo, poco le costó hacer las maletas de nuevo y nunca más se vieron hasta el día de firmar el divorcio tras años de aquella separación. Carmina se quedó sola en aquel paraje casi desierto, un pueblo abandonado de la mano de Dios que pronto plantaría tras haber pedido año tras año el traslado y finalmente lo consiguió para el curso siguiente una vez acabado aquel perturbador verano de duras vacaciones donde su familia se desmembró definitivamente. Durante años analizó la reacción de su esposo tras ser cazada follando con su hijo, ella hubiera jurado que la reacción de su ex fue demasiado generosa y la imposibilidad de una conciliación le hicieron sospechar que tras su actitud había algo más… años después se le confirmaron, cuando descubrió por casualidad que tenía otra familia con un hijo de más de doce años… durante años la engañó con sus viajes, unos verdaderos y otro supuestos. Ahora se sentía defraudada, engañada y violada por su propia familia, carne de su carne y el amor de su vida.

Cuando Carmina llegó al nuevo destino, mi madre era la directora del colegio…pronto hicieron buenas migas y la señora encontró una familia de acogida tras el abandonarla por todos los miembros de la suya. Volvió a empezar de cero que no era fácil, pero mi madre es única haciendo que las personas se valoren… salían juntas de marcha, buscaban momentos que compartir en la cocina y charlaban mucho en sus ratos libres dentro y fuera del trabajo. Dentro de sus confesiones a mamá, Carmina le contaba cuanto había follado al principio de su carrera profesional recién casada… por entonces alternaba la cama con compañeros de trabajo del mismo colegio y su marido, cuando este llegaba a casa tras sus largos viajes como representante de ventas de su empresa. Después le fue más fiel y de aquellas aventuras nunca se enteró gracias a que cambiaba de colegio con frecuencia, pero lo de su hijo no lo pudo evitar, esconder ni disimular al ser pillada en pleno acto. Si bien ella hubo sido muy discreta en sus aventuras, más lo fue su esposo que fue capaz de tener dos familias en paralelo, mermando las arcas familiares a un ritmo tan rápido que Carmina siempre lo achacaba al continuo saqueo por parte de sus dos hijos…uno en la cárcel y su hija por ser una supuesta víctima de una estafa inmobiliaria a la había que hacer frente como avalistas o perderían todo lo entregado hasta el momento. Ni un hijo, ni el otro eran la única causa de tal agujero económico, sino también el desvío de gran parte de ambos sueldos en mantener a la segunda familia del esposo. Pero toda esa mala vida dio un giro de 180º cuando encontró a mi madre. No obstante aún guardaba otro secreto que nos confesó para que compartiéramos con ella la aventura de gozar de los manjares que nos darían en un camping nudista muy particular, contándonos como se pasó el verano que lo descubrió con otra amiga…

CONTINUARÁ...

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