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Medievo III - La noticia -

en Sexo Anal

Bajé con mi Señora a la capilla, todo era nuevo para mí. Me preguntaba si la audiencia exclusivamente femenina entendería la misa en latín de aquel sacerdote que oraba de espaldas a su público absorto en un rumiar de palabras adormecedoras a horas tan intempestivas.

Al salir nos topamos de frente con un caballero de mediana edad, alto, fornido y bien parecido del que no me cupo duda sería Don Roque el padre de mi señora Mensía, en compañía de la abadesa.

Él inclinó ligeramente la cabeza y ella le hizo una reverencia antes de seguir nuestro camino como el resto de las hermanas hacia el comedor. Mi señora, nerviosamente jugaba con el exiguo desayuno del que no probó bocado cuando fue llamada a la sala capitular. Donde me ordenó acompañarla.

Allí, la abadesa le comunicó que su estimado padre tenía una buena nueva para ella. Pero por la índole de la noticia habían acordado que él personalmente se la diera en privado en sus aposentos. Mi señora se giró en redondo y abandonó la sala algo más ligera que de costumbre pero guardando la compostura.

Yo la seguía a cualquier lado, como la perrita faldera en la que sin saber cómo me había convertido. Abrí la puerta de la cámara que compartíamos y le cedí el paso. Ella se quedó quieta a unos metros de su padre que miraba por la ventana.

-          Criada, cierra la puerta y retírate a tu cuarto.

Fui a la sala contigua, que no tenía puertas y me esperé sentada en una silla.

El padre se giró, era un hombre apuesto de pelo castaño con incipientes entradas y cano en los lados, mirada inteligente y rasgos varoniles.

-          ¿quién es? – preguntó

-          Mi sirvienta padre

-          ¿es de fiar?

-          Si, hemos tenido algunos “contactos” y me inspira confianza.

En el ambiente flotaba una tensión contenida. ¡Qué extraño resultaba que hablasen de mí como si fuera un objeto!.

Se acercó a ella, le sacaba una cabeza de altura, cuando sin más comentarios la atrajo por la cintura. Ella se estremeció al sentir su mordida en el cuello, pegando los cuerpos en un apretado abrazo.

El pecho de mi Señora  subía y bajaba acelerado al notar la boca de su padre lamiéndola, besándola, mordisqueándola en ascenso hasta llegar a la boca, que devoró con ansiedad.

-          Padre cuanto te he echado de menos – Gemía

-          Y yo Mensía, pero tu madre insistió en que debías de permanecer aquí hasta que arreglásemos el matrimonio.

Ella mordió los labios de su padre, tirando un poco con los dientes antes de besarlo, esta vez con más ganas.

-          ¿Quién es? – preguntó mi dueña

-          Es tu primo Hugo, no te incordiará mucho… ya sabes – añadió don Roque con tono burlón.- En el momento que le concibas un heredero estoy seguro que te dejará en el olvido.

-          Qué alegría padre, no veo el momento.

La charla se entrecortaba por los pasionales y desinhibidos besos en una mezcla de lenguas perfecta. Ella saltó como una gata salvaje anclándose en la cintura y él agarrandole el culo la balanceaba sobándose la polla con su chochito y lamiéndole las tetas que sobresalían del limitado escote.

-          Padre no tenemos mucho tiempo, fóllame.

Sentí unos extraños celos que me corroían por dentro, viendo  que Don Roque bajaba a su hija girándola y haciendo que se doblase hasta apoyar las manos en el arcón a los pies de la cama.

A pesar de llevar unas calzas holgadas, un tremendo bulto se le marcaba bajo ellas, que empezó a masturbar, por encima de la tela. Doña Mensía hija suspiraba anhelando la embestida.

 Don Roque subió el vestido por detrás e hizo algo que me sorprendió, sacó de la parte interna de su jubón un extraño artefacto, como un palo de unos 18 centímetros de largo y dos dedos de grueso, cubierto de cuero, del que colgaban unas cintas.

 Subió la mano desde la suave piel de los muslos hasta las nalgas que apretó, masajeó y abrió exponiendo el sexo de su hija.

-          Que ganas tengo de metértela.

-          Hazlo padre.

Desde mi posición podía ver el coño brillante de flujo. Él se lo acarició con aquel objeto por mitad de la vulva, los labios vaginales parecían lamerlo y lubricarlo con sus jugos.

-          Ohhh, padre ¿qué es?

-          Ya sabes – le dijo mostrándose con una sonrisa socarrona.

-          No,  por favor, quiero sentirte.

-          Llevas dos meses sin que te la meta y no deseo dañarte pequeña.

Dicho esto bajó sus manos, enjugó sus hábiles dedos en flujos y se entretuvo jugando con el clítoris, pellizcándolo, estirándolo. Ella alzaba las caderas abriendo las piernas, ofreciéndole su coño caliente y húmedo.

-          ¡Uuuummmm! – más, más.

-          Joder, había olvidado lo putita que eres. ¡Estás chorreando!

Ella se giro mirándolo con cara de zorra y Don Roque supo que ya estaba más que lista.

Escupió en su ano y sin muchos miramientos le introdujo la barra de cuero de un solo empellón, hasta el  tope

-            ¡AAAAAhhhhhh!, ssssiiiii… necesitaba que me llenases – Gritó con los dientes apretados aguantando el dolor.

Por unos segundos don Roque mantuvo el dildo apretado con su dedo, hasta que dejó de notar el temblar de las piernas en su hija. Al relajarse comenzó a follarle el culo, acelerando  paulatinamente. El consolador entraba y salía de su latente ano, de vez en cuando lo sacaba completamente quedando un agujero abierto y oscuro donde él escupía de nuevo, para de seguido seguir follándolo. Doña Mensía parecía una perra encelada, curvando su columna, empujando atrás para clavarse más y más profundo aquel objeto que la estaba volviendo loca. Su padre la empezó a pegar en las nalgas, zas, zas…

-          Aprieta ese culo zorrita – zas

-          Aaaahhhh, aaaahhhh, sssiii, soy tu zorra, como me gusta – decía en gritos ahogados por sus gemidos. – Zas.

En un momento dado cogió su coño y se lo apretó cerrando su amplia mano en un pellizco. Que la hizo volverse loca por completo, moviéndose adelante y atrás

-          Siiiii, siiii, siiiii… que bueno.

-          Perra, córrete para mí.

-          Aaahhhh, ya viene, yaaaa, yaaaaaaaaaaa…… aaaaaahhhhhh.

El orgasmo fue tan brutal que de su coño salieron pequeños chorros que salpicaron el suelo, dejando un charco de un líquido transparente entre medias de las piernas.

-          Así me gusta pequeña -

Susurró don Roque, mientras se dedicaba a atándole las cinchas de piel a la cintura para fijarlo.

-          Te lo dejaré puesto.

La respiración de mi Señora aun era acelerada por el orgasmo reciente, se arrodilló para mamarle la abultada polla que se marcaba bajo las calzas. Él la detuvo acariciándole la cara.

-          Tengo que irme, he quedado con el prior, para hacer un donativo por tu estancia entre las hermanas.

-          Uuuummmm - ronroneó mi Señora, acariciándole la polla de su padre -¿cuándo volveré a verte?

-          Estaré aquí en dos horas, prepara todas las cosas, un carruaje nos llevará al palacete de tu tita. No quiero que te saques la vara, entiendes.

-          Si padre.

Dicho eso se marchó, dejándola arrodillada con una sonrisa de satisfacción. Me miró y…

-          Criada, ya has oído hay que recoger pronto.

Yo no salía de mi asombro, tras el espectáculo que me ofrecieron.

Ella se levantó, estirándose la falda con las manos, para quitar las arrugas. Me ordenaba lo que debía o no guardar en el arcón. Mi señora se movía de un lado a otro con pasos cortos, precisos, parando de vez en cuando entre suspiros, apretando las manos en el pubis, gimiendo en pequeños espasmos de placer.

 Mi pensamiento estaba atenazado por la idea de cómo buscarme la vida a partir de entonces y sobre todo por sentirme como una tonta que había sido usada como juguete de una caprichosa noble.

Don Roque fue puntual. Acarreé el equipaje escaleras abajo tras ella, donde unos criados lo cargaron en el carruaje. La abadesa lo acompañaba.

-           Doña Mensia, ha sido un placer poder custodiarle estos meses, espero que su casamiento sea bendecido por el creador con muchos hijos.

Ella correspondió con una pequeña mueca a las huecas palabras escuchadas.

-          ¿Todo listo hija?

-          Si padre, me permitirías traer a mi criada, es una criatura huérfana que quedará en la calle cuando parte y me ha servido bien.

Me miró de soslayo, calibrando lo prudente de mi conducta.

-          Sea.

Dicho esto los tres nos acoplamos en el interior del landó tirado por 4 caballos y partimos.