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Relatos de juventud (Final)

en Grandes Series

Quiero agradecer enormemente a todos los que durante el último año y medio me habéias acompañado en este viaje junto a Dani.

Pero a pesar del apoyo recibido, pero voy a dejar de subirla puesto que algunos indeseables han estado usando los relatos que he escrito de esta serie como propios.

Espero poder solucionar esta situación y algún día compartirla de nuevo para vosotros. Seguiré con la obra, pero no publicaré más en ningún sitio web.

Lamento que por unos aprovechados paguéis los que apoyaís la serie. 

Vosotros érais la razón principal para seguir con ella.

Un saludo y mis más sinceras disculpas.

Crom

Os adjunto un fragmento de uno de mis capitulos favoritos a modo de despedida. Despedida que espero sea temporal.

Gracias a todos y todas.

De pronto noté como algo me golpeaba en la frente y me sacaba de mis pensamientos. Miré mi libreta y vi un trozo de tiza seguida de algunas risas de mis compañeros. Miré al profesor Ignacio. Era un hombre de unos cuarenta años con el pelo canoso y rizado. Llevaba unas gafas de pasta de un verde oscuro y siempre llevaba el mismo tipo de ropa. Camisa abotonada de cuadros y pantalones de color caqui o marrones. No tenía un gran físico ni estilo, pero era un gran profesor de Literatura. Ambos compartíamos la pasión por los grandes libros, los únicos que importan, y por eso le respetaba sinceramente.

-Vaya, vaya –dijo, mientras se sentaba sobre su mesa y apoyaba la mano en la que llevaba las notas resumidas de su clase de hoy en una de sus rodillas–. Nunca me habría imaginado que  mi alumno estrella habría decidido irse de mi clase para pasear por la luna de Valencia.

Me fijé en que algunos de mis compañeros me observaban con aire burlón. Deseé mirar a Gabriela pero no cometería dos errores seguidos.

-Lo lamento profesor.  Me he distraído.

-¿Podemos saber qué era lo que te tenía tan absorto? Dudo que fuera los capítulos del Quijote que leíamos hace apenas unos días y que estaba tratando de haceros recordar.

En aquel momento el propio profesor me había dado una salida a aquella situación que me permitiría redimirme y recuperar mi orgullo herido.

-Eso no es verdad –repuse, mostrándome todo lo ofendido que era capaz de fingir–. Estaba pensando acerca de la locura que el protagonista de la obra vivió.

-¿Qué te llama la atención sobre su locura?

Le miré fijamente antes de responder.

-El propio Alonso Quijano. O Don Quijote si lo prefiere –cogí la tiza que me había tirado y me levanté. Me dirigí al profesor y se la devolví ante su mirada de asombro. Cuando te humillan tienes dos opciones: callar y que ellos ganen o plantar cara y tener la posibilidad de que los humillados sean ellos. Ya tenía la atención de Don Ignacio. Ahora quedaba asombrar a la clase. Me quedé allí a su lado, frente a todos ellos que me miraban sin perder detalle–. Verán. La historia del libro dice que era un hombre cuerdo que perdió el juicio para convertirse en caballero andante –balanceaba la mirada por toda la clase para asegurarme que mis compañeros escuchaban mis palabras. Miraba a todos menos a Gabriela y Maite. No podía distraerme–. Pero, ¿no parece más lógico pensar que la vida que vivía el llamado caballero de la triste figura antes de irse en busca de aventuras, siendo un hombre sin importancia, era su auténtica locura?

Mi profesor emitió un sonido que llamó mi atención.

-Es un punto de vista interesante Daniel. Continua.

Asentí y proseguí.

-Imaginen que son Alonso Quijano por un instante. Tienen una casa; una familia; tierras y buenos vecinos a los que poder llamar amigos. Y también una gran biblioteca repleta de libros de caballería. Libros en los que descubre a valientes guerreros que viven aventuras, realizan hazañas imposibles y dejan su huella en la historia para siempre. Mientras que él, que a pesar de tener una buena vida, no es más que un simple hombre de pueblo; destinado a convertirse en una mota de polvo que el tiempo acabará arrastrando al olvido, como a la mayoría de personas. Esa vida que llevaba y que para nosotros sería normal considero que era la auténtica locura del personaje.

Me detuve un instante para tomar aliento y observar a mi público. Algunos seguían los hilos de mis argumentos, mientras otros parecían no saber a dónde pretendía llegar.

-En algún momento ese hombre se cansó de leer libros, de ver los logros y  méritos de otros y algo en él despertó. Un deseo de ser más; alguien más. Quiso ser un caballero andante… un caballero que desgraciadamente nació en una época en la que ya no existían.

En ese momento clavé la mirada en Gabriela. Quería que mis siguientes palabras las oyera sintiendo fijamente sus ojos en mí.

-La escritora Françoise Sagan escribió: “He amado hasta alcanzar la locura; y eso a lo que otros llaman locura, para mí, es la única forma sensata de amar” –Agachó su cabeza y luego volvió a mirarme, pero yo volví a centrarme en la clase. En mi público–. Para Alonso Quijano, la única manera sensata que tenía de escapar de esa cárcel que era su vida, de su locura diaria, y así poder ser feliz, era perdiendo la cordura de nuestro mundo. Prefirió la cordura de la locura.

>>En cierta manera, ¿no les parece algo sabio descubrir que la única manera que tienes de ser tú mismo es volverte loco a ojos del mundo? ¿Podemos decir que es realmente una locura querer hacer realidad un sueño; querer ser felices hasta el final sin importar en lo que la gente a nuestro alrededor piense de nosotros? Sí, el Quijote estaba loco, pero la suya era una locura que valía la pena sentir.

>>Por último solo quiero terminar diciendo una frase del escritor André Gidé que creo resume lo que he tratado de explicar aquí: “Es mejor ser odiado por lo que eres que ser amado por lo que no eres”.

Allí dejé de hablar durante un instante y miré a mis compañeros que no sabían que decir.

Aquella era justo la reacción que buscaba. Me sentía bien al dejarles en aquel estado, pero a veces prefería estar con personas que fueran capaces de ver las cosas como yo, ir más allá de lo que nos enseñan y cuestionar lo incuestionable, a los profesores, todo. Odiaba aquel lugar. Miré a Don Ignacio que me contemplaba lleno de curiosidad.

-Siento haberme distraído con tonterías que sé no llevan a nada –respondí con falso pesar.

El profesor pareció despertar y volver a la realidad.

-Tranquilo. Ha sido un punto de vista de lo más interesante. Pero debes profundizar en esa idea que tienes del Quijote. Tal vez descubras algo más que te sorprenda. Puedes volver a tu puesto. Bien chicos. Vamos a comenzar con la lectura del capítulo treinta. ¿Quién quiere empezar?

No necesitaba profundizar para saber que todo lo que había dicho era erróneo. Alonso Quijano era un hombre atormentado por no ser nadie y que encontró una excusa en libros de caballería para tratar de ser alguien. Si no hubieran sido libros de caballería lo hubiera sido de cualquier otra cosa.  No ser nadie lo volvió loco por querer ser alguien. No había más.

El discurso que les había lanzado a mis compañeros eran pensamientos que tuve a los catorce años cuando acabe de leer el Quijote. Me llevó tiempo darme cuenta que mis ideas eran una quimera sin sentido. Pero, ¿cuántos de todos los que estaban en la clase se darían cuenta de eso al momento? Ninguno.

Plantándome frente a ellos recuperé mi dignidad por mi estúpida distracción e incluso puede que también ganase el interés de algunas chicas. No era atracción ni deseo lo que veía. Solo curiosidad. Era normal que me miraran así después de hablar en público con la confianza y la soltura que demostré.