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La habitación de los secretos

en Sexo con maduras

Cuando volví a Sevilla desde mi pueblo para hacer el máster, esperaba que todo siguiera igual que el año anterior: vivir en el mismo piso compartido y seguir con la misma novia de los dos últimos años. Pero antes de comenzar a relatar lo que me ocurrió, me presento. Me llamo Carlos y en ese momento tenía veinticuatro años. Soy de estatura media, moreno y una cara y un cuerpo bastante normalitos. Como decía, esperaba que todo siguiera igual que el año anterior, pero no fueron así las cosas.

Mi novia, Inmaculada, era una chica tímida y mona, no se podía decir guapa. Más bien delgadita, con muy pocas tetas y casi sin culo. Tampoco se podía decir que fuera simpática, sino más bien lo contrario, sin ningún sentido del humor, escasa capacidad para entender las ironías y nula para hacerlas. Además, decía que quería llegar virgen al matrimonio, con lo que todo lo más me dejaba sobarla un poquito por encima de la ropa, que por otra parte no sé el qué podía sobar, y muy de vez en cuando, pero muy de vez en cuando, me hacía una paja con cara de mucho asco y diciéndome todo el tiempo que era un cerdo y un vicioso. Yo estaba con Inmaculada porque entonces era de carácter tímido y blando, le había cogido cariño y me daba pena romper con ella.

El primer día que llegué para iniciar el máster, salimos por la noche de copas los cuatro compañeros del piso. No voy a decir sus nombres porque no merece la pena debido a lo que ocurrió días después. Estábamos en un pub del barrio ya a altas horas de la madrugada, todos bastante cocidos, cuando una de las camareras del local, que estaba tela de buena, empezó a hablar conmigo y a ponerme ojitos. Una cosa llevó a la otra y cuando nos echaron para cerrar, la chica se me agarró del brazo y empezamos a besarnos por los portales. Entre morreo y morreo me dijo:

-              ¿Sabes que te pareces mucho a Luke Skywalker?

-              ¿El tontito de la Guerra de las Galaxias? Pues nunca me lo habían dicho. ¿Y eso es bueno o malo?

-              Muy bueno, él tiene una espada láser que crece cuando se excita. –Me contestó mientras me echaba mano a la entrepierna-.

-              Pues entonces debe ser, porque a mí también me crece mucho mi espada láser cuando me excito –le contesté, empezando a tener una erección tremenda con su mano sobando mí entrepierna-.

-              ¿Quieres que te coma tu espada láser?

Yo me quedé sin habla. Era la primera vez que una chica me decía una cosa así y la primera vez que podía hacerse realidad una de mis grandes fantasías sexuales, que me comieran la polla. Me recuperé para decirle:

-              Claro que quiero que me comas mi espada láser. ¿Vamos a tu piso o al mío? –Le dije atreviéndome a sobarle sus grandes tetas por encima del niqui, que llevaba sin sujetador-.

-              Vamos mejor al tuyo, el mío está muy controlado –me contestó bajándome la bragueta y metiendo la mano-. Se te ha puesto muy grande la espada. ¿Te gusta que te la toque?

-              Me encanta, pero si sigues tocándomela, voy a tener una inundación.

No me podía creer lo que me estaba pasando. Había ligado con una tía buenísima y, al parecer, bastante cachonda.

Seguimos andando, haciendo muchas paradas para continuar con el lote que nos estábamos dando, por lo que perdí de vista a mis compañeros de piso.

En una de las paradas, una señora mayor que estaba paseando a un perro mierdoso a las tres de la madrugada, la tomó con nosotros:

-              ¡Asquerosos, fornicadores, pecadores! ¿No os da vergüenza estar así en la calle, para que os vea cualquier niño?

-              Señora que son las tres de la mañana, los niños están durmiendo y usted tendría que estarlo también y no dándonos la murga a nosotros y al perro. ¡Qué va a coger frío y se va a resfriar! –Le contesté-.

-              Sinvergüenza. ¡Federico atácale!

Miré a ver si iba con alguien, pero no. El tal Federico debía ser el perrucho, que la miró, nos miró y siguió cagándose en la acera.

-              Cuando termine Federico recoja la cosa, que mañana no se puede andar por la acera. –Le dije a la señora y cogiendo de la cintura a la camarera, nos fuimos acelerando el paso-.

Llegamos a mi piso compartido. Algunos de mis colegas estaban mirando la televisión. Cuando me vieron llegar con la camarera, que como he dicho estaba un rato, pero un rato, buena, se quedaron con la boca abierta. Saludamos y nos metimos en mi habitación. Con la luz del flexo pude observar mejor a mi acompañante. Morena, alta, guapa de cara, con unos grandes y bonitos ojos negros, tetas grandes con pezones que se notaban a través del niqui y unas largas piernas que dejaban ver la escueta minifalda que llevaba.

Mi experiencia con las mujeres se reducía a lo poco que hacía con mi novia y a dos calentorras no muy atractivas que me había follado en el coche durante la verbena de mi pueblo, naturalmente una por una en años distintos. Tenía un pollón que se evidenciaba en el bulto del pantalón.

-              Bueno Luke, ¿cómo tienes tu espada láser? –Me preguntó sentándose en la cama-.

-              En modo lucha y con la fuerza de su parte. –Le contesté sentándome a su lado en la cama y tratando de quitarle el niqui-.

-              Túmbate que quiero comprobarlo por mí misma.

Me dejé caer de espaldas en la cama, ella me abrió el pantalón y me lo quitó a tirones junto con los boxes. Tenía la polla como un palo. Ella se quitó el niqui, dejándome ver sus espléndidas tetas muy morenas, en forma de cono, terminadas en unas areolas medianas y unos pezones oscuros grandes y duros. Luego se puso de pié para quitarse la minifalda y el tanga negro que llevaba. Tenía el chocho depilado y un precioso culo también muy moreno. Se puso encima de mí para que hiciéramos un “69”, mucho más de lo que yo podría desear en mis sueños más calenturientos.

-              Cómeme el coño –me dijo un segundo antes de meterse mi polla en la boca-.

Tenía el coño empapado, olía a mujer y levemente a orines. Le agarré el culo y separándole las nalgas pasé mi lengua por todo él. Era la primera vez que me comía un chocho y que hacía un “69”. Estaba tan caliente que no creía poder durar mucho.

-              ¡No pares, no pares que me voy a correr! –Me dijo al rato de estarla lamiendo-.

-              ¡Yo también! –Le contesté.

Ella se corrió a gritos sin parar de sobarme el nabo y yo me corrí medio minuto después.

-              Uf, que calentón tenía –dijo dejándose caer a un lado-. ¿Descansamos y echamos otro?

-              Por mí perfecto –le contesté, pero el exceso de alcohol y la relajación después del polvo hizo que los dos nos quedáramos dormidos-.

Cuando desperté bien avanzada la mañana, ella ya no estaba y yo me acordaba vagamente de lo sucedido debido al alcohol de pésima calidad que había bebido.

Dos días después vino mi novia a verme al piso. Sin mayores explicaciones me dio una hostia de cuidado, me dijo que era un cabrón y que habíamos terminado. Le pedí una explicación y me soltó:

-              De sobra sabes tú por qué. Luis –uno de los compañeros de piso- me ha contado que anteanoche te subiste a un zorrón y estuvisteis follando en tu habitación.

Hijo de puta el Luis. Le había ido con el cuento a Inmaculada, para beneficiarse él de la ruptura y acogerla en su seno para consolarla. En un principio me cabreé bastante con él, pero luego pensé que era lo mejor que me podía haber pasado y le deseé mucho éxito con ella, porque en el pecado llevaba la penitencia. Al fin y al cabo en sólo una noche con la camarera había tenido más y mejor sexo que en dos años con ella.

Tras lo sucedido, por dignidad, no podía seguir viviendo bajo el mismo techo que Luis, así que recogí mis cosas y le pedí asilo a un amigo hasta que encontrara dónde vivir.

En fin, que me encontré sin novia y sin lugar en el que vivir. Volví al pub donde había conocido a la camarera, por ver si volvía a tener suerte con ella, pero ya no trabajaba allí y ninguna de sus compañeras pudo darme dato alguno de ella, salvo su nombre, Virtudes, ¡joder qué ironía!

Para colmo de males, mis padres me habían dicho que ellos, no sin mucho esfuerzo, me pagaban el máster, pero que no podían pagarme más gastos, así que estaba sin un duro y necesitaba encontrar un trabajo por chungo que fuera.

Empecé a buscar a la misma vez un trabajo y un sitio en el que vivir. Con lo del trabajo tuve una suerte relativa y encontré uno de repartidor, de esos que llevan una mochila del tamaño de un armario empotrado a la espalda. Como no tenía otro medio de desplazamiento, tendría que hacerlo a pié y con bicicletas del servicio de alquiler municipal. Se me iban a poner las piernas ese año como las de Rafa Nadal.

Lo del lugar en el que vivir estaba bastante más difícil, lo que encontraba o no lo podía pagar y comer a la misma vez o era inhabitable o los compañeros eran más guarros que los cochinos. Sin embargo, tras una semana de abusar de los amigos, el viernes vi un anuncio pegado en una farola que decía:

“Se alquila estudio independiente en chalet del Sector Sur. Precio 250 euros/mes, todo incluido. Interesados llamar al 666999666”

El anuncio estaba recién puesto y el precio en el límite de mi presupuesto para el alojamiento. Llamé por probar suerte. Me cogió el teléfono una mujer con acento extranjero, le dije que estaba interesado en el anuncio y tras un rato de espera, me contestó que acudiera la dirección que me dio, que por la zona debía ser la del chalet, a las cinco en punto de la tarde.

A las cinco menos diez estaba en la dirección que me habían dicho. Se trataba de un chalet como de los años sesenta, grande y feo como pegarle a un padre con un calcetín sudado y con una conservación sólo regular. Llamé, tardaron en abrirme unos minutos y finalmente lo hizo una mujer rubia vestida con uniforme del servicio.

-              Hola buenas tardes. He llamado esta mañana por lo del anuncio del estudio que se alquila.

La mujer me miró de arriba abajo, tenía aspecto de eslava y una bonita cara con ojos azul claro. Se hizo a un lado para que entrara y sin decir palabra me condujo a una salita, cerrando luego la puerta. Por dentro el chalet era como trasladarse cincuenta años atrás. El papel pintado, los muebles, las alfombras, los techos y todo lo demás debían ser los originales de cuando lo construyeron. Esperé de pié unos cinco minutos y cuando un reloj de pared dio las cinco de la tarde entró otra mujer que, por su aspecto, parecía ser la dueña de la casa.

-              Buenas tardes, siéntese soy Lucía Tondonia y Martínez-Lacuesta, cuarta marquesa del Coño Casposo. Por favor no se ría, fue una broma de muy mal gusto del rey Alfonso XIII a mi bisabuelo.

-              Encantado, mi nombre es Carlos. ¿Cómo debo llamarla?

La tal Lucía debía tener entre cuarenta y cinco y cincuenta años, de estatura media, morena, pelo lacio teñido con mechas rubias, guapa de cara y una bonita figura.

-              Lucía, por favor. Así que está usted interesado en alquilar el estudio.

-              Si señora, he tenido que dejar el piso de estudiantes en el que vivía.

-              El estudio es donde residía algunas temporadas un amigo de la familia, que ha tenido que trasladarse a otra ciudad y es una pena tenerlo cerrado. Tiene entrada independiente por la puerta de la zona de servicio. Es muy amplio y luminoso. ¿Quiere verlo?

-              Se lo agradecería.

Hizo sonar una campanita y apareció la mujer que me había abierto la puerta.

-              Caty, por favor, enséñele al señor el estudio. Yo esperaré aquí a que vuelva –me dijo-.

La mujer salió de la sala y yo la seguí. Volvimos a la entrada y desde allí fuimos por un pasillo que llevaba a la que debía ser la zona de servicio, subimos una escalera bastante estrecha y llegamos a un descansillo, abrió una puerta con llave y entramos al que debía ser el estudio. Era una habitación en efecto amplia y luminosa con un ventanal grande que daba hacia el que debía ser el jardín del chalet. Estaba dividido por una estantería entre la zona de estar con cocina integrada y la zona de dormir con una cama de matrimonio. Finalmente, me enseñó un amplio baño al que se accedía desde la zona de dormir. La cocina, el baño y los muebles eran modernos y de buena calidad. Después de darme un par de vueltas por el estudio, me dije que me había tocado el gordo de la lotería por el alquiler que pedían. Volvimos a bajar a la sala.

-              ¿Le interesa? –Me preguntó Lucia cuando volví a la sala-.

-              Por supuesto que me interesa –le contesté-.

-              Entonces le diré las normas de la casa. Caty le arreglará la habitación y le lavará la ropa una vez a la semana. Debe usted entrar y salir por la zona de servicio y no acceder al resto de la casa en ningún caso, salvo que sea invitado a hacerlo. No haga ruido. Aquí vivimos mi hija Clara, una amiga suya, Caty y yo misma. No debe traer a nadie y si alguna vez tiene que hacerlo, pida permiso primero. ¿Está conforme?

-              Sin ningún problema. ¿Cuándo podría mudarme?

-              Cuando quiera. El pago será en metálico, rellene el contrato y lo firmamos.

Me paso un tocho de páginas, que yo, por supuesto, no leí. Rellené mis datos personales en las dos copias y lo firmé. Ella lo firmó también y me devolvió una copia, entregándome a la misma vez un llavero con tres llaves, la de la cancela de acceso al chalet, la de la puerta de servicio y la de la puerta del estudio.

-              Si no desea nada más, puede usted mudarse cuando quiera. –Volvió a tocar la campanita y entró Caty-. Por favor Caty acompañe al señor a la puerta de servicio para que la conozca.

Lucía se levantó y salió de la sala. Yo seguí a Caty por el mismo pasillo de antes, llegamos a una puerta, la abrió, salimos al jardín y me acompañó hasta la cancela. Cuando la crucé me puse a dar botes de alegría y a correr para traerme cuanto antes mis cuatro cosas. ¡Joder, en todos los años que llevaba de estudiante nunca podría haber soñado vivir así y que además me hicieran la limpieza y la colada! Entre lo de la camarera que me había follado y lo del estudio había gastado toda mi suerte del año.

El amigo que me había dado asilo me ayudó a transportar mis cosas en su coche, creo que no tanto porque me hiciera falta, como por asegurarse de que no me fuera a arrepentir. A la hora y poco de haber firmado el contrato estaba instalándome en el estudio. Coloqué el ordenador sobre una mesa con cajones que había en la zona de estar, la ropa en el armario de la zona de dormir y me senté en el sofá a refocilarme en la suerte que había tenido y a darle cortes de manga a mi ex novia y a mi ex amigo Luis.

Luego decidí colocar las cosas más pequeñas en los cajones de la mesa de estudio. Al abrir el último cajón, vi que había varias cosas dentro: un cuaderno de pastas duras y una carpeta azul de cartón con gomas de las antiguas. Vaya, al amigo de la familia se le había olvidado sacar todas sus cosas, pensé. Dejé las cosas donde estaban y volví a salir para comprar algunas cosas de comer.

Al volver me encontré en la puerta con Virtudes, la camarera con la que me había enrollado días antes.

-              ¿Qué haces tú aquí? –Me preguntó muy mal encarada-.

-              Acabo de mudarme al estudio que alquilaban en esta casa. ¿Y tú?

-              Vivo aquí durante el curso con mi amiga Clara y su madre.

-              Así que somos vecinos.

-              No se te ocurra decir nada de lo de la otra noche. –Me advirtió-.

-              ¿Por qué iba yo a tener que decir algo y, además a quién se lo iba a decir?

-              Da igual, pero no digas nada.

-              ¿Quieres que salgamos alguna vez a tomar algo? –Le pregunté-.

-              No creo –dijo dándose la vuelta y marchándose-.

Pues sí que Virtudes se había puesto borde conmigo.

Cené cualquier cosa y me fui a la cama a dormir. No llevaba ni dos minutos en la cama cuando llamaron a la puerta. Debía ser Virtudes que se habría arrepentido de estar tan borde antes. Como suelo dormir desnudo, me puse el albornoz y fui a abrir. Era Caty.

-              Buenas noches señor Carlos. ¿Necesita algo? –Dijo entrando y cerrando la puerta tras si-.

Llevaba una bata corta de estar por casa. Sin el uniforme era una mujer muy atractiva. Me fijé en ella, tendría unos treinta y tantos años, una bonita figura con unas tetas grandes, unas caderas más grandes que pequeñas y unas bonitas piernas.

-              No muchas gracias, Caty, me he instalado estupendamente.

-              La señora no le informó de los privilegios de los ocupante de este estudio. –Hablaba con un fuerte acento de Europa del este-.

-              Bueno, me dijo que una vez a la semana lo limpiarían y me lavarían la ropa.

-              No me refiero a eso, sino a los privilegios carnales. –Dijo abriéndose la bata y mostrándose en ropa interior. Tenía, en efecto, un cuerpo muy bello y erótico-.

-              Caty, no sé de qué me habla –le respondí sin entender nada de aquello-.

-              El señor Antonio me llamaba cuando quería compañía femenina y yo subía cuando quería compañía masculina. –Me contestó dejando caer la bata al suelo-. Era el pacto que teníamos.

El tal señor Antonio, que sería el amigo de la familia que había mencionado Lucía, debía haberse beneficiado a la rusa o la rusa habérselo beneficiado a él o las dos cosas a la vez. Yo, con veinticuatro años y con ese pedazo de mujer delante en sujetador y tanga, comencé a empalmarme.

-              Me parece muy bien, pero yo no soy el señor Antonio.

La tentación de convertirme en el señor Antonio o al menos de gozar de sus privilegios, se fue agrandando conforme miraba el cuerpo de Caty, lo mismo que se iba agrandando mi polla, hasta hacerse evidente debajo del albornoz.

-              No, usted es el señor Carlos, más joven y más guapo que el señor Antonio. –Dijo acercándose a mí y metiendo la mano en el albornoz hasta cogerme la polla-. Y también mejor dotado y yo hoy quiero compañía masculina.

Me quedé paralizado. No sabía cómo actuar en aquella situación, era la primera vez que me pasaba que me asaltaran de esa manera.

-              ¿Es qué no le gustó? –Me preguntó sobándome el nabo-.

-              Claro que me gusta y si quiere compañía masculina estoy encantado en dársela, pero yo no tengo ningún privilegio carnal sobre usted, que quede claro.

Acercó su boca a la mía y me besó. Mi cabeza bullía, no sólo había tenido la suerte de alquilar aquel sitio, sino que, además, el sitio iba con una rusa folladora, que estaba como un tranvía. La abracé y ella me abrió el albornoz mientras seguíamos besándonos. Se apretó contra mi polla y fue moviendo las caderas a un lado y al otro masturbándome. Pero cuando iba a lanzarme a quitarle el sujetador, sonó un timbre en la planta de abajo. Caty se separó de mí, se puso la bata y me dijo:

-              La señora Lucía me llama, tengo que irme.

-              ¿Volverá luego? –Le pregunté-.

-              No creo –me contestó saliendo del estudio-.

¡Joder que calentón me había dejado la rusa! Tuve que hacerme una paja de urgencia recordando su cuerpo para poder dormir.

Al día siguiente me levanté tarde y pensando en Caty. Desnudo como estaba me asomé al ventanal que daba al jardín. En unas tumbonas estaban Virtudes y otra chica más o menos de su misma edad, que debía ser la hija de mi casera, tomando el sol con unos biquinis mínimos. Del cuerpo de Virtudes me acordaba vagamente de la noche que nos liamos, pero la verdad es que estaba bastante más buena de lo que recordaba. La otra chica era un cañón, con unas tetas que le desbordaban el top y un cuerpo de modelo de pasarela, de cara se parecía mucho a Lucía. Como llevaban las dos gafas de sol, no sabía dónde estaban mirando, pero en un momento la otra chica le hizo un gesto a Virtudes y ambas miraron al ventanal en el que me encontraba. Me retiré corriendo porque debían haberme visto desnudo con la polla morcillona y haber pensado que era un exhibicionista o un mirón o ambas cosas a la vez.

Me puse el albornoz y me senté en la mesa de estudio a mirar el ordenador. Me acordé de los papeles que se habían dejado olvidados en el cajón de la mesa y los saqué, pensando en devolvérselos a Lucía. Me produjeron una cierta curiosidad y abrí el cuaderno. Parecía un diario, ya que estaba ordenado por fechas. La letra era difícil de entender, al menos en un primer vistazo. En una página al azar leí:

“24 de junio de 2012. He comenzado a experimentar con Julia. De principio no surtieron efecto mis palabras, pero tras repetirlas dos veces, empezó a respirar más fuerte y a ponerse nerviosa. Cuando se las repetí por tercera vez se abalanzó sobre mí besándome y pidiéndome que la follara. Creo que he dado con la fórmula, pero no lo sabré hasta que la muestra sea lo bastante numerosa”

La cosa me causó curiosidad y decidí empezar por la primera página.

“10 de enero de 2010. Ha llegado hasta mí un curioso cuaderno manuscrito, que venía con una pequeña biblioteca que compré en una librería de viejo. El cuaderno debe ser de mediados del siglo XIX y mantiene la peculiar teoría de que determinadas palabras dichas a cualquier mujer, las transforma en unas folladoras sin límites. En este cuaderno iré volcando los experimentos que realice sobre el particular”.

Pensé que valiente tío perturbado y aburrido, pero seguí leyendo. En distintas fechas iba cambiando algunas palabras de una frase que, más o menos, rezaba en su versión final: “No escondas tus deseos más íntimos, cúmplelos, libera tu mente y rinde culto a tu cuerpo y al mío”.

Durante dos años, el tal Antonio va anotando fracaso tras fracaso, pero sin darse por vencido, hasta que en una anotación dice:

“1 de febrero de 2012. Hoy he cosechado mi primer éxito, aunque haya sido de manera relativa. Cuando le dije varias veces la frase a Caty se puso muy nerviosa y le costaba respirar bien. Después follamos, pero no sé si por efecto de la frase o porque llevaba tiempo detrás de mí”.

Más adelante me llamó la atención otra nota:

“10 de septiembre de 2014. Hoy he experimentado con Lucía, pese a saber que ahora dice que es lesbiana. Cuando se la he repetido por segunda vez, ha saltado sobre mí, abriéndome la bragueta, comiéndome la polla y pidiendo que la follara por el culo”

No sabía si la Lucía de que hablaba sería mi casera, pero parecía bastante posible.

Además de las anotaciones de las experiencias, había algunas anotaciones sin fecha concreta, que parecían conclusiones sobre varias de ellas. Las que más llamaron mi atención, fueron las siguientes:

“He constatado que una vez dicho el conjuro y siendo aceptado por la receptora, es imprescindible culminar o las consecuencias pueden ser gravísimas. No es posible echarse atrás”.

“Los efectos de la propuesta sobre las receptoras tienen una duración imprevisible. De unas pocas horas hasta que la receptora se quedé pillada por un tiempo indefinido”.

El cuaderno terminaba abruptamente con la siguiente anotación:

“12 de abril de 2016. Tengo que terminar con mi investigación. Hoy ha fallecido mi amigo Luis, por abusar del uso de la frase. Su corazón no pudo resistir tal actividad sexual con tantas mujeres distintas. RIPA”

Me quedé boquiabierto con el contenido del cuaderno. O aquel tío era un perturbado y un mentiroso compulsivo o había dado con la panacea masculina. Cuando hube terminado de leerlo llamaron a la puerta. Era Caty, esta vez con el uniforme.

-              La señora Lucía desearía que comiera usted hoy con ella, Clara y Virtudes, para que se conozcan. –Me dijo-.

-              De acuerdo –le contesté-.

-              Después de comer puede que tenga la tarde libre. Ayer dejamos las cosas a medias y eso no está bien.

-              Estupendo, no tengo ningún plan. Por cierto, ¿a qué hora es la comida?

-              A las dos en punto.

Faltaba sólo media hora para las dos, así que recogí las cosas del perturbado otra vez en el cajón, me aseé y me arreglé y a las dos estaba llamando a la puerta principal, no quería andar por la casa sin dar aviso. Me abrió Caty y me acompañó al comedor, una estancia muy formal también decorada de los años sesenta. A los pocos minutos entraron Lucía, Clara y Virtudes.

-              Buenas tardes Carlos, le presento a mi hija Clara y a su amiga Virtudes.

-              Encantado de conoceros.

-              Igualmente -dijeron las dos dándome la mano-.

Clara, como Virtudes, sería más o menos de mi edad.

-              ¿Qué tal se ha instalado? –Me preguntó Lucía-.

-              Fantásticamente, la verdad es que estoy encantado con el estudio.

-              Y al parecer también con las vistas al jardín –dijo Virtudes, haciendo referencia a que me hubieran pillado desnudo mirándolas-.

-              Lamento si os he molestado, no era mi intención. –Me disculpé-.

-              No pasa nada, pero debes tener más cuidado la próxima vez.

Nos sentamos a comer ocupando sólo un extremo de la mesa. Lucía presidía, yo estaba a su izquierda y Clara y Virtudes a su derecha. Clara era una chica rubia, preciosa y muy desenvuelta, que estuvo hablando la mayor parte de la comida, hasta que tomó el relevo su madre.

-              Desde que murió Luis, mi marido, la casa se ha quedado muy triste, y más cuando se marchó Antonio, el anterior ocupante del estudio, espero que usted pueda alegrarla un poco. Una casa necesita de un hombre.

¡Coño, el tal Luis que había muerto por follador había sido el marido de la casera, entones la Lucía del cuaderno debía ser ella! Me intrigó todavía más la documentación olvidada en el cajón.

Terminamos la comida y nos despedimos, salieron primero del comedor Lucía y Clara, Virtudes y yo nos quedamos algo más atrás.

-              Ya sabes que no debes decir nada de lo que pasó. –Me insistió Virtudes-.

-              Ya has visto que me hecho el desconocido. No seas pesada con el tema.

Me volví al estudio por la zona de servicio. No vi a Caty por el camino. Cuando llegué volví a sacar las cosas del tal Antonio y esta vez me puse con la carpeta. ¡Vaya con Antonio! La carpeta estaba llena de fotos de mujeres desnudas en actitudes bastante salidas de tono, impresas todas ellas en hojas tamaño folio. Debía haber por lo menos un centenar de fotos. Detrás de cada foto estaban anotados un nombre y una fecha. Tenía que estar también la foto de Lucía, la busqué. En efecto, “Lucía, 10 de septiembre de 2014”, le di la vuelta a la foto y ¡bingo! Lucía estaba desnuda como todo el resto de las mujeres fotografiadas. Estaba tumbada en una cama, con las piernas muy abiertas luciendo el chocho depilado y sobándose sus fantásticas tetas, que debo decir eran bastante grandes y bonitas. Si que está buena la casera, pensé.

Le di un repaso al resto de fotos y también estaba Caty en una pose parecida a la de Lucía y otro montón de mujeres, todas ellas bastante atractivas ¡Pues iba a tener razón el tío con la jodienda de la frase o del conjuro o lo que carajo fuera! Hice memoria de la frase: “No escondas tus deseos más íntimos, cúmplelos, libera tu mente y rinde culto a tu cuerpo y al mío”.

La posible visita de Caty me tenía bastante caliente y expectante, pero mientras esta se producía o no, decidí mirar más a fondo las fotos y casarlas con las anotaciones del cuaderno. Me sorprendí cuando descubrí una foto con la anotación de “Carmen, 7 de marzo de 2013”. Carmen había sido profesora mía en la facultad y de lo buena que estaba nos había tenido a todos los estudiantes del género masculino y estudiantes lesbianas revueltos durante el curso. Miré la foto. Como todas las demás, Carmen estaba desnuda, esta vez de pié y de espaldas a la cámara, pero con el torso vuelto y sus brazos elevados con las manos sobre la cabeza. Su culo era extraordinario, sus tetas grandes y su cara preciosa con el pelo muy revuelto. Leí la anotación del cuaderno:

“7 de marzo de 2013. Creía que Carmen sería inmune a mis palabras, pero ha resultado todo lo contrario. Con decirlas una sola vez se ha transformado en una tigresa. Tiene un cuerpo de vicio y mucho vicio en el cuerpo. Es posible que repita con ella en el futuro”.

¡Vaya también con Carmen! La fecha indicada coincidía con el curso que nos dio clase, lo que me puso todavía más caliente, recordando lo tradicional que nos parecía. Seguí mirando las fotos, pero ya no conocía a ninguna mujer más. En el calendario del ordenador fui marcando las fechas de las anotaciones. Estas se producían en dos frecuencias, o bien tres anotaciones en días consecutivos o bien entre la última de una tanda y la primera de la otra transcurrían unos veinticinco o veintiséis días. Observando el calendario descubrí que los días señalados coincidían todos con los días de luna llena, el anterior y el posterior, o sea que el conjuro debía surtir efecto sólo combinado con la luna llena.

Sin darme cuenta se me había pasado la tarde y ya era completamente de noche. Estaba muy cansado de haber estado toda la tarde liado con el material, que se había dejado olvidado el anterior ocupante del estudio. Guardé el cuaderno y la carpeta y me senté en el sofá a descansar.

Al rato, decidí salir a tomar algo y ver si me encontraba con algunos amigos. Miré por la planta baja de la zona de servicio por si veía a Caty, pero estaba todo apagado y no di con nadie.

En la calle me encontré con unos amigos y después de tomar algo de comer, fuimos al pub donde había conocido a Virtudes. Ella no estaba, pero al otro lado del local vi a Clara. Estaba guapísima y rodeada de moscones vestidos de las Nuevas Generaciones del PP. Tomamos un par de copas de lo más barato y peorcito que había, ginebra “Lirios”, ron “Burgal”, whisky “Jim Daniels”,   …etc., y decidimos irnos a dormir, ya que aquello no tenía pinta de animarse. Nos despedimos en la puerta y me dirigí a mi nueva residencia. Cuando llevaba un minuto andando, oí que me llamaban por detrás. Me di la vuelta y era Clara que iba dando tumbos de un extremo a otro de la acera.

-              Hola Carlos, ¿qué haces por aquí? –Me preguntó con una voz que denotaba que se había cocido todavía más que yo-.

-              Hola Clara, tomando una copa con los amigos, pero ya me retiraba.

-              ¿Te apetece la penúltima? Aquí cerca hay un pub que ponen una bebida que no es demasiado de garrafón.

-              De acuerdo, total mañana es domingo.

Llevaba un vestido negro corto ceñido y bastante descotado. Era una chica preciosa y estaba como un tranvía. Seguimos andando y me condujo a un pub que yo no conocía, debía ser nuevo porque la zona me la tenía bastante trillada. Nos sentamos en una mesa baja y cuando nos trajeron las copas, me dijo:

-              ¿Qué tal te las apañas en casa?

-              Muy bien, estoy encantado con el sitio.

-              ¿Te ha asaltado ya Caty?

La pregunta me sorprendió, no tanto porque ella supiera la historia de los privilegios mutuos entre Caty y el tal Antonio, que podía ser perfectamente posible, sino porque pensara que se iban a repetir conmigo. Decidí hacerme el desentendido:

-              No entiendo lo que me preguntas.

-              ¡Venga ya Carlos, que en casa sabemos las aficiones de Caty y no creo que haya desaprovechado tu presencia para poder follarte!

-              Anoche vino a verme, pero se marchó enseguida –decidí decir algo, pero sin contar demasiado-.

-              Mira Carlos, creo que no sabes dónde te has metido. En general, mi casa supura sexo, pero el estudio no es que lo supure es que está sumergido en sexo. Mi madre se cree que los demás no sabemos nada, pero ella se tira a todo lo que se menea, sea del género masculino, femenino o neutro. Si te ha escogido como inquilino es porque piensa que se puede beneficiar de ti. Mi amiga Virtudes no le va a la zaga, ¿o te crees que no sé qué te folló? Caty es bisexual y unas veces folla con mi madre y otras con quien tenga a mano. Y yo, pues hago lo que puedo para no quedarme atrás.

Clara desde luego no tenía pelos en la lengua.

-              ¿Y tú cómo sabes que Virtudes y yo follamos?

-              Porque me lo ha dicho ella esta mañana cuando apareciste por el ventanal. Por cierto que nos regalaste una visión muy hermosa.

-              Gracias, pero no era mi intención, simplemente no me di cuenta.

-              ¿Sabes que se dice por ahí, que mi padre y su amigo Antonio, el anterior ocupante del estudio, habían descubierto un conjuro para follarse a cualquier mujer? Yo no sé si será cierto, pero lo que sí sé es que mi padre murió del corazón después de follar con seis mujeres en dos días.

Me asombraba el desparpajo con el que hablaba Clara sobre cosas bastante íntimas de su familia y de ella misma. Al parecer yo tenía las pruebas del descubrimiento de Antonio y del padre de Clara, pero decidí no entrar al trapo.

-              Eso será una leyenda urbana –le contesté-. No creo que exista tal conjuro, ni que todas las mujeres respondan de igual forma a un conjuro o lo que sea. ¿Y Virtudes cómo es que vive en tu casa?

-              Durante un par de años fuimos pareja, después se nos pasó el lesbianismo excluyente, optamos por la bisexualidad y dejamos de ser pareja. Seguimos siendo buenas amigas y mi madre le tiene algo más que cariño.

La falda de Clara se había ido subiendo poco a poco y ya prácticamente dejaba ver sus bragas. Tenía unas piernas largas, torneadas y preciosas.

-              ¿Te gustan mis piernas? –Me preguntó de sopetón tras sorprenderme mirándoselas-.

-              A mí y a cualquiera, tienes unas piernas preciosas. –Le contesté pensando que se bajaría la falda, pero no fue así. No era de las chicas que después de ponerse una minifalda, se pasan todo el día tirando de ella para abajo-.

-              Eres muy amable. ¿Cómo está tu espada láser?

-              Veo que Virtudes te ha contado el tema con pelos y señales.

-              Tenemos mucha confianza entre nosotras y nos gusta reírnos de lo simples que sois los hombres. Pero no has respondido a mi pregunta.

-              ¿Cómo quieres que esté con veinticuatro años y hablando de sexo con una chica preciosa? Pues lista para la batalla.

-              Vamos para casa, que ya es muy tarde y estoy un poco perjudicada.

Pagamos la copa y seguimos camino para la casa. Ella me pasó el brazo por la cintura y yo se lo pasé por encima de los hombros. Me pregunté qué hacía yo, que casi nunca me comía un colín, a las cuatro de la madrugada amartelado con una reina de la noche.

Cuando llegamos a la casa entramos por la puerta principal y Clara se vino conmigo por la zona de servicio. Al pasar por la puerta del dormitorio de Caty escuchamos un zumbido.

-              Caty no ha triunfado hoy. Habrá subido a buscarte, pero tú no estabas, pobre mujer. –Me dijo al oído Clara y me preguntó-. ¿Te apetece mirarla?

-              Tienes más vicio del que parece con tu carita de ángel.

-              Ven –me dijo y me cogió de la mano-.

Me llevó a la despensa, que estaba en la puerta de al lado, con mucho cuidado quitó una caja que parecía llevar mucho tiempo allí y apareció una pequeña ventana.

-              Es lo que tienen las casas antiguas con cuarto para el servicio, cuando los señores eran unos mirones. –Me susurró-. No te preocupes, está tapada con un espejo falso por el otro lado.

Nos pusimos los dos a mirar. Caty estaba desnuda tumbada en la cama boca arriba, con un consolador grande introducido en el chocho, mientras que con la otra mano se sobaba las tetas con saña. Era una mujer de formas muy atractivas, tetas grandes muy blancas y grandes areolas y un coño muy abierto, depilado y sólo con una pequeña línea de pelos rubios hacia el ombligo.

-              ¿Te gustaría follártela? –Me preguntó Clara-.

-              Claro que me gustaría, es una mujer muy atractiva, pero ahora no te cambiaría por ella.

-              A mí me apetece ahora más veros follar. -¡Vaya vicio que tenía Clara!- Llama a la puerta suavemente y verás que cariñosa está. –Dijo empujándome hacia la puerta-. Luego seguimos nosotros.

Yo tenía una evidente erección debajo del pantalón, que no le pasó desapercibida a Clara y que aprovechó para sobarme. Llamé a la puerta muy suavemente, tanto, que dude que pudiera escucharme con el ruido del vibrador. Me equivoqué:

-              Pase, la puerta está abierta –respondió Caty-.

Entré cerrando detrás de mí. Ella seguía a lo suyo con el vibrador dentro del chocho. Me miró y me preguntó:

-              ¿Necesita algo, señor Carlos?

-              Si, follarte –le dije a la misma vez que me desnudaba-.

-              Me gusta su polla, señor Carlos.

-              Gracias y a mí me gustas tú entera.

Ella se incorporó un poco en la cama, yo me puse sobre ella y le metí la polla en la boca. Ella se agarró a mi culo y me empujaba para tragársela entera. Mientras ella me la comía, yo le sobaba las tetas con fuerza y miraba hacia el espejo, para que Clara me viera la cara de vicio que tenía. En medio de unas cosas y otras, me pregunté cómo me había dejado convencer por Clara para que le diéramos un espectáculo porno en vivo.

-              ¿Está mirando la señorita Clara? –Me preguntó Caty, yo no sabía que decirle y decidí decirle la verdad-.

-              Me imagino que sí.

-              Me gusta que me miren mientras follo, me pone todavía más caliente.

Ella volvió a meterse mi polla en la boca y yo a sobarle las tetas.

-              Señor Carlos, tenemos un problema. El vibrador ha hecho ventosa y no me lo puedo sacar, va a tener que darme por el culo, a ver si así es posible.

¿Qué coño era aquello de que el vibrador había hecho ventosa? Me desplacé hacia abajo y traté de tirar de él, pero en efecto no se podía sacar. O tenía unos músculos vaginales más fuertes que mi brazo o en efecto había hecho eso que ella llamaba el efecto ventosa. Le levanté las piernas, me agaché y le metí la lengua en el precioso ojete que tenía. Ella subió el volumen de los suspiros.

-              Métamela ya señor Carlos, estoy preparada –me dijo minutos después-.

-              Deja de llamarme señor Carlos, ¡coño que te voy a dar por el culo!

-              Métamela ya.

Me puse sus piernas en los hombros, elevándole el culo y se la fui introduciendo poco a poco hasta el final. Era la primera vez que la metía por el culo. Comencé a bombear, notaba el vibrador en su interior. Volví a intentar sacárselo, pero ella me dijo:

-              Ahora no, déjelo dentro que me gusta mucho tener llenos los dos agujeros.

Aquella era la casa del vicio. Volví a mirar al espejo. Clara debía haber encendido la luz de la despensa y ahora también se veía lo que ocurría al otro lado. Parecía que estaba desnuda, con la cara transida como un cuadro de Santa Teresa de Jesús en una de sus visiones y parecía que se estaba haciendo un dedo.

-              ¡Me voy a correr, dame más rápido y más fuerte! ¡Me corro, aaaggg, me corro!

Yo estaba también a punto de correrme, cuando de pronto me desperté en el sofá del estudio desnudo de cintura para arriba, debía haberme quitado el niqui por el calor sin darme cuenta. Había sido el sueño más caliente y más real que había tenido en mi vida. Tenía la polla a punto de reventar. Sin levantarme del sofá, me abrí los pantalones y en dos sube y baja me corrí entre gritos. Luego me desnudé y me acosté todavía muy nervioso por el sueño.

Dormí mal, no sé si por el hambre de no haber cenado o por el estado de calentura en que me había quedado. Con la luz del amanecer en el ventanal y medio adormilado todavía, escuché que metían la llave en la cerradura del estudio y abrían la puerta. Me pellizqué bajo las sábanas para cerciorarme de que no estaba soñando. Lo hice tan fuerte que me dolió, no estaba soñando. Mire hacia la entrada de la zona de noche y allí estaba Caty mirando con la misma bata corta de la otra noche. Volví a pellizcarme y volvió a dolerme.

-              Señor Carlos, tengo frío, quiero compañía y seguro que usted que es un hombre joven también –me dijo y yo eché hacia abajo un lado de la sábana, invitándola a entrar en la cama-.

Se soltó la bata y la dejó caer. Iba completamente desnuda, ¿cómo no iba a tener frío si estaba desnuda con el relente del amanecer? Era una mujer espectacular. Me quedé sorprendido de que en la realidad era exactamente igual que en el sueño que había tenido, hasta el mismo hilo de pelo rubio subiendo por su monte de Venus. Me volví a pellizcar porque me mosqueó mucho el detalle del hilo de pelo que yo no le había visto la otra noche.

La abracé cuando se metió en la cama, estaba helada y tenía una piel muy suave. Yo estaba emocionado y nervioso, por primera vez me iba a acostar con una mujer madura, con bastantes años más que yo y con un cuerpo lleno de sensualidad.

-              No me llames señor Carlos, que estamos los dos desnudos en la cama.

-              Lo siento, pero debo llamarle así por orden de la señora Lucía –me contestó, para luego besarme en la boca. Tenía una lengua muy suave y gustosa-.

-              ¿También te ha ordenado la señora Lucía acostarte conmigo?

-              No, ella no debe saberlo.

La puse boca abajo y me puse encima de ella también boca abajo. Puse la polla encajada entre sus nalgas y le cogí las manos, poniéndolas al lado de su cuerpo. Fui besándole el cuello y mordiéndole los lóbulos de las orejas. Ella suspiraba quedamente.

-              Señor Carlos, es usted mucho más tierno y cariñoso que la mayoría de los hombres.

-              Y tú eres más sensual que la mayoría de las mujeres.

Le solté las manos y metí las mías bajo sus tetas, amasándoselas. Sus tetas, que estaban ya calientes, eran suaves y tiernas. Luego me fui incorporando, besándole la espalda hasta llegar a su muy blanco e imponente culo. Después de besarlo y morderlo seguí por sus muslos hasta llegar a las corvas. Ella gemía bajito todo el tiempo.

-              Déjeme a mí ahora disfrutar de su cuerpo–me dijo-.

Me eché a un lado y me puse boca arriba, ella se incorporó y se puso de rodillas a mi lado, metí la mano entre sus piernas hasta llegar a su chocho para acariciarlo suavemente. Ella entonces lanzó un fuerte gemido, lo mismo que yo cuando ella empezó a lamerme el capullo y el frenillo y luego a pasar su lengua por todo el tronco de mi polla hasta las huevos. Estaba en la gloria con la mamada que me estaba dando. Cuando tenía ya la polla como una piedra, ella empezó a chuparme y morderme los pezones. Nunca me lo habían hecho y me produjo un enorme placer. Después se puso en cuclillas sobre mí y se fue metiendo mi polla muy lentamente. Mis manos iban de su clítoris a sus tetas. Mientras subía y bajaba con mi polla dentro, comenzó a apretar y soltar sus músculos vaginales lo que me hizo gemir por el placer que me proporcionaba. Caty follaba de maravilla.

-              Caty, no voy a poder aguantar mucho más, me voy a correr. –Le dije cuando noté que estaba a punto de eyacular-.

-              Córrase dentro señor Carlos, tomo anticonceptivos. Yo también estoy a punto.

Me incorporé, la abracé con fuerza y nos corrimos los dos a la vez. Se dejó caer a mi lado y estuvimos un rato en silencio, sólo roto por la fuerte respiración de los dos. Me picó la curiosidad y le pregunté:

-              ¿Cómo era el anterior inquilino?

-              ¿El señor Antonio?

-              Sí, creo que se llamaba así.

-              Era un hombre extraño, un poco hosco. No salía casi nunca y tenía siempre la puerta cerrada con llave. Sólo venía a verle casi a diario el señor Luis, el marido de la señora Lucía.

-              ¿A qué se dedicaban?

-              No lo sé, cuando entraba a limpiar y estaban los dos señores hablando entre ellos, comentaban cosas de unos experimentos, pero no sé a qué tipo de experimentos se referían.

En ese momento sonó el timbre de la zona de servicio y Caty se levantó inmediatamente.

-              La señora Lucía se ha despertado y debo ir a atenderla. –Dijo poniéndose la bata y saliendo del estudio-.

Me había encantado follar con Caty, me había dado mucho más placer que las otras mujeres con que había follado y su cuerpo maduro me había excitado mucho más que el de las chicas de mi edad. Me quedé en la cama pensando y dormitando, pero sobretodo reviviendo el placer que había sentido con ella. Entre sueños pensé en la suerte que había tenido al encontrar un estupendo sitio en el que vivir, que además lo limpiaban y me lavaban la ropa y encima los fines de semana podría echar un fantástico polvo con una madura espléndida. Mi educación judeo cristiana empezó a comerme la cabeza: tanta felicidad tendría que equilibrarse con alguna desgracia.

Me levanté, me aseé y me vestí para salir a desayunar. Tenía un hambre mayúscula al no haber cenado nada la noche pasada. Durante el desayuno en un bar del barrio, pensé otra vez cómo había sido posible que la Caty del sueño fuera exactamente igual a la Caty real en los más íntimos detalles. ¿Habría tenido el sueño un carácter premonitorio? Yo no creía en las premoniciones, pero tampoco en las casualidades de ese tipo.

Al volver al estudio tras desayunar seguía dándole vueltas a lo mismo. Cuando entré por la zona de servicio me acordé de la pequeña ventana entre la despensa y la habitación de Caty. No había nadie por allí y decidí salir de dudas. Entré en la despensa, la caja que en el sueño tapaba el ventanuco, estaba allí, la desplacé y también estaba el ventanuco, tal y como en el sueño. Dejé las cosas en su sitio y subí al estudio bastante acojonado. Si el cuerpo de Caty, la caja y el ventanuco eran reales, también podría serlo todo lo que en el sueño me había contado Clara sobre su familia.

Hacía un día soleado y cálido. Me asomé al ventanal, pero manteniendo cierta distancia para no ser visto. Lucía, Clara y Virtudes estaban desnudas tomando el sol en el jardín. ¡Qué tres cuerpazos, pero sobre todo que cuerpazo el de Lucía! Clara y Virtudes estaban boca abajo, la belleza de sus culos y de sus piernas era casi sobrehumana. Lucía estaba boca arriba, su cuerpo de cuarenta y tantos años era un auténtico pecado. Tetas grandes morenas del sol, con grandes areolas y unos pezones también grandes, que parecían duros como piedras, un poco de barriga que la hacía todavía más apetecible, un chochito completamente depilado y unas muy bonitas piernas. ¿Qué coño había ido a buscar su marido con frases, conjuros y tonterías, con lo que tenía en casa?

Me llamaron del trabajo, tenía que hacer unas entregas urgentes en el centro. Justo antes de salir miré de nuevo por el ventanal. Caty en sujetador y tanga les estaba sirviendo a las tres alguna bebida. ¡Joder que casa! ¿Dónde me he metido? Pensé al cerrar la puerta.

Tras del reparto compré una pizza para comer en casa. Después de echarme una breve siesta volví al tema del conjuro. Faltaban tres días para que hubiese luna llena, así que en dos días podría probar personalmente su efectividad. El tema me producía bastantes reparos, pero que chaval de veinticuatro años podría dejar pasar esa oportunidad. Decidí probar con alguna desconocida, todo lo que podría pasar es que me llevase una hostia. Recordé lo que había leído una vez, que había contado Camilo José Cela sobre su forma de ligar con las mujeres, algo así como: yo les pegunto a todas si quieren follar, diecinueve me dan un bofetón, pero la que hace veinte folla.

Los dos días siguientes pasaron rápido entre las clases y los repartos, durante esos días, curiosamente no me encontré con ninguno de los habitantes de casa. Todas las noches tenía sueños calientes. Me imagino que igual que el resto de mi vida desde la pubertad, la diferencia estaba en que ahora me acordaba de ellos casi con total exactitud. Iban desde que Lucía subía al estudio desnuda y follábamos como cosacos, a que iba al despacho de mi antigua profesora, Carmen, le decía la frase de marras y también follábamos como cosacos o a que me encontraba con Caty en el pasillo de la zona de servicio, me besaba y después me la chupaba hasta que me corría. Con los jodidos sueños empezó a pasarme lo que hacía años que no me pasaba, que me despertaba corriéndome sin tan siquiera habérmela tocado.

La noche previa a la luna llena salí para poner en práctica la efectividad del conjuro. Me fui a un pub que no frecuentaba normalmente y me senté en la barra. Había poca gente al ser un día entresemana. Atendía la barra una camarera que debía tener mi edad, más o menos, y que estaba muy buena. Detrás de mí estaban dos chicas también de mi misma edad o un poco más jóvenes, un poco rellenitas y no demasiado agraciadas, que estaban hablando sobre un chico que, al parecer, le gustaba a las dos, pero que no les hacía ni puto caso.

Tras un largo rato de nervios y de de dudas por el paso que iba a dar y después de un par de copas encima le eché valor, llamé a la camarera, me levanté, acerqué mi cabeza a su cabeza para que pudiera oírme y le dije: “Por favor, me pones lo mismo.” E inmediatamente: “No escondas tus deseos más íntimos, cúmplelos, libera tu mente y rinde culto a tu cuerpo y al mío”.

Ella me miró y me dijo:

-              ¿Qué has dicho? No te he entendido.

-              “No escondas tus deseos más íntimos, cúmplelos, libera tu mente y rinde culto a tu cuerpo y al mío” –le repetí.

-              ¡Pero tú qué dices boca chancla! ¡A que llamo a mi novio y te parte la cara de idiota esa que tienes!

-              Perdona, no he querido molestarte –le dije tratando de zanjar la cuestión-.

La camarera se retiró largando lo más grande y yo me quedé muerto de la vergüenza, tratando de digerir mi fracaso. Sin embargo, al momento noté como una mano por detrás apretaba mi entrepierna, me volví y era una de las chicas gorditas la que me había echado mano. Al oído me dijo:

-              ¡Vámonos, queremos follar contigo!

¡Hostia, el conjuro podía tener efectos colaterales! La tía buena se había cabreado conmigo, pero las gorditas que debían haber oído la frase de marras, habían caído de lleno en sus efectos. Recordé que el cuaderno decía que no era posible echarse atrás una vez dicho el conjuro y aceptado. Pagué y escoltado por las dos salimos del pub.

-              Vivimos las dos solas aquí al lado –dijo una de ellas-.

-              Vamos, date prisa –dijo la otra-.

Yo no puedo decir más que iba acojonado. Las miraba y empezaron a parecerme más atractivas, no sé si por hacer de la necesidad virtud o porque estaba empezando a verlas de otra manera. La espada láser la llevaba encogida del todo después de los apretones que le habían dado. La cabeza me bullía, vaya el lío en que me había metido. Llegamos al portal del edificio donde vivían, cogimos el ascensor en el que casi no cabíamos y las dos empezaron a achucharme nada más cerrarse la puerta. Tenía que tomar el control de aquello como fuera o no iba a poder rendir nada de nada. Cuando cruzamos la puerta de su piso les dije:

-              No me habéis dicho vuestros nombres, yo soy Carlos.

-              Yo me llamo Lourdes y ella Fátima –los nombres habían sido una premonición malvada de sus respectivos padres-.

-              Encantado preciosas. ¿Por qué no nos vamos desnudando? O mejor, porque no os desnudáis para que pueda admiraros.

En mi vida había follado con dos chicas a la vez, cosa que es la fantasía de cualquier hombre, pero aquella situación era un tanto violenta, acababa de conocerlas y no eran precisamente dos modelos. Ellas se miraron entre sí, me empujaron sobre un sillón para que me sentase y se distanciaron de mí. Lourdes era morena, mediría sobre un metro sesenta y cinco, parecía de tetas pequeñas o que estas quedaban anuladas por el tamaño de su barriga y de su culo. Fátima era también morena, un poco más alta que su amiga, parecía tener las tetas grandes, la barriga grande, el culo grande y las piernas grandes, vamos que todo en ella era grande. Sin embargo, la magnitud de sus cuerpos no las cohibía en el vestir. Lourdes llevaba embutido un short con medias negras debajo y una camiseta ajustada. Fátima llevaba una minifalda que dejaba ver las tiras del liguero que le sujetaba las medias y una camisa a punto de reventar por todos sus botones. Aunque la descripción que he hecho no parezca muy favorable, la verdad es que las dos empezaron a ponerme cachondo y mi espada láser a ponerse receptiva.

-              ¿Cómo quieres que lo hagamos, juntas o por separado? –Preguntó Fátima-.

-              Como vosotras queráis, pero a mí me pone más hacerlo con las dos juntas.

Empezaron a desnudarse, quedándose en ropa interior, bastante parecida en ambas. Sujetador negro, que en el caso de Fátima era incapaz de abarcar sus tetas, tanga de hilo también negro, que le quedaba a las dos por debajo de sus abultadas barrigas, liguero también negro y también por debajo de sus barrigas y medias negras. Me estaban empezando a poner y mucho. Pensé que el prejuicio de muchos hombres y mujeres con las personas gruesas, pero sobre todo con las mujeres gruesas, era una crueldad. Las dos eran bastante atractivas, sólo que con unos kilos de más para la moda que se había impuesto, creada por diseñadores a los que no les gustan las mujeres. Comprendí también que se vistieran de forma desinhibida. ¿Por qué no iban a poderse lucir y aumentar su atractivo, como el resto de mujeres y hombres? De verlas se me estaba poniendo un pollón de mucho cuidado.

-              ¿Te gustamos? –Me preguntó Lourdes-.

-              Mucho, mirad como me estoy poniendo –dije poniéndome de pié, desabrochándome el pantalón y dejándolo caer al suelo, quedándome con la polla fuera-.

-              ¡Qué bonita y que buena pinta tiene para follar! –Exclamó Fátima mirando a Lourdes-.

Me acerqué a ellas, las cogí por la cintura y nos besamos los tres en la boca. Ellas me echaron mano a la polla y los huevos y yo les solté los sujetadores para acariciar y sobar sus tetas. De ahí pasé a sus culos, daba mucho gusto sobárselos, grandes, cálidos y suaves. Seguimos besándonos los tres hasta que Lourdes se puso en cuclillas y se metió mi polla en la boca. Para facilitarles la tarea me subí a la mesa de centro y ellas dos de pié me comieron la polla con ansia, mientras yo trataba de sobar sus tetas con la misma ansia.

-              Fóllame –me dijo Fátima y se puso a cuatro patas sobre el sofá-.

Me bajé de la mesa y me puse detrás de ella, mientras Lourdes detrás de mí me terminaba de quitar la ropa. Le bajé el tanga a Fátima y antes de metérsela, le acaricié el chocho, que tenía depilado y empapado. Gemía fuertemente y sus enormes tetas le colgaban casi hasta rozar el sofá. Cuando le metí la polla gritó:

-              ¡Qué bueno, que gusto! Lourdes tienes que probarlo.

-              Qué no te quepa duda de eso –le contestó la aludida, sin dejar de sobarme y empujarme el culo contra su amiga-.

Estaba seducido por el movimiento de las nalgas de Fátima con los vaivenes y no pude resistirme a darle unos buenos azotes.

-              ¡Me voy a correr! –Grito Fátima-. ¡No pares por Dios, no pares! ¡Aaaggg me corrro! –Exclamó finalmente y se dejó caer en el sofá-.

Me volví hacia Lourdes y la besé en la boca mientras ella me sobaba el nabo, que estaba cubierto por los jugos de Fátima. Me cogió de la mano y me llevó hacia una mesa alta en la que se tumbó boca arriba dejando sus caderas fuera. Me puse entre sus piernas, le quité el tanga, tenía una buena mata de pelo en el chocho, y se la metí hasta el fondo.

-              ¡Dame con fuerza, aprieta hasta el fondo! –Me decía, mientras su barriga se movía al ritmo de mis embestidas-. Fátima y tú no querías salir esta noche, te das cuenta como tienes que hacerme caso siempre.

-              Tienes razón Lourdes, lo que nos hubiéramos perdido. –Le contestó Fátima, que se había incorporado en el sofá y se estaba haciendo un dedo-.

-              ¡Carlos sigue qué me corro! –Incrementé el ritmo y la fuerza contra ella, así como sobre sus tetas-. ¡Me voy, me voy, me voy! –Gritó perdiendo el control sobre sus piernas-.

Esperé un poco a que se recuperase Lourdes y a que yo también recuperase el aliento. Luego me volví a subir a la mesa de centro y las llame a las dos. Sabían lo que yo quería, así que comenzaron a chuparme la polla y los huevos y luego a menearme la polla a cuatro manos, hasta que me corrí sobre sus cuerpos y sus caras, a la misma vez que Fátima, que no había parado de sobarse el chocho, volvía a correrse.

Nos quedamos un rato los tres descansando, hasta que después de besar y fotografiar a ambas, me vestí, me despedí y me fui, dejándolas desnudas recostadas en el sofá. Había sido una experiencia inesperada, pero fantástica. Gracias a los efectos colaterales del conjuro, en vez de follarme a la estirada de la camarera me había follado a dos adorables chicas, que me habían descubierto dos placeres a la misma vez, el de follar con dos mujeres al mismo tiempo y el de follar con mujeres grandes, vamos gordas.

Esa noche y la siguiente soñé con Carmen, mi profesora, en los dos sueños le decía el conjuro y follábamos en su despacho, en el aula, en los aseos o en los pasillos. Cuando me levantaba, buscaba su foto desnuda y la miraba, poniéndome todavía más caliente.

El día de luna llena no salí. No tenía nada claro eso de usar el conjuro, tenía muchos reparos sobre su ética. El viernes por la tarde me llamaron mis amigos para salir a tomar algo. Cada uno cenó por su cuenta y nos encontramos a las once en el pub de siempre, nos debía gustar que nos envenenaran.

Pese a ser viernes el sitio estaba desierto, por lo que empezamos a pensar en movernos a ver si encontrábamos a algunas chicas. Íbamos a pagar cuando entró un grupo de mujeres. Serían cinco o seis y parecía que venían de fiesta. Cuando se aposentaron alrededor de una mesa alta, miré hacia ellas y la vi. ¡Hostia, mi antigua profesora, Carmen, con la que soñaba todos los días, iba con ellas! Me quedé paralizado. Estaba guapísima, media melena de pelo lacio negro, un jersey de cuello alto sin mangas de color beige claro, muy ajustado, lo que permitía comprobar el tamaño de sus hermosas tetas, una corta y ajustada falda negra, medias negras que cubrían sus bonitas piernas y unos botines negros de piel vuelta. Era auténticamente una diosa. Exceptuando ella que debía tener unos cuarenta y cinco años, aunque aparentase menos, el resto de las chicas deberían tener mi edad y la de mis amigos. En cuanto las chicas pidieron las copas, mis amigos se lanzaron sobre ellas. Yo me quedé en la barra admirando a Carmen, que también se quedó sola en su mesa, mientras el resto de chicas empezaban a charlar con mis amigos. Le eché valor y me acerqué a ella.

-              Hola Carmen, no sé si se acuerda de mí. Me dio clase hace unos años.

Carmen me miró, me imagino que tratando de acordarse.

-              Me acuerdo de tu cara, pero no de tu nombre.

-              Carlos –le respondí-.

-              Es verdad, hiciste un curso bastante bueno.

-              Gracias, pero es que usted es muy buena profesora.

-              Tutéame, ya debes haber terminado el grado. ¿Qué haces ahora?

-              He vuelto para cursar un máster.

Mientras más la miraba, más guapa me parecía. Era una mujer impresionante, que no sé porqué perdía el tiempo hablando conmigo. Seguimos charlando sobre los estudios, hasta que se acercó una de las chicas con las que venía y le dijo que iban a cambiar de sitio.

-              Seguid vosotras, yo os alcanzo más tarde, todavía ni he probado mi copa. –Le contestó-.

Miré a mis amigos y estaban pagando para irse con las chicas. Uno de ellos se me acercó para decirme donde se iban. Le despedí diciéndole que iría luego. Finalmente, nos quedamos Carmen y yo solos charlando. Al rato Carmen me dijo:

-              Esto no hay quien se lo beba, es garrafón del malo. Si quieres vamos a otro sitio que conozco aquí cerca, en el que al menos no te envenenan. –Estaba claro que Carmen no pensaba seguir con las chicas, cosa de la que me alegré enormemente-.

-              Por supuesto –le contesté, pagué mi copa, la de Carmen ya estaba pagada, y salimos del antro-.

-              ¿Qué hacías con ese grupo de chicas? –Le pregunté-.

-              Son el grupo de becarias del pasado año y era la reunión de despedida. Me han invitado, pero yo ya no estoy para esas fiestas. ¿Pero tú, por qué no te has ido con ellas y tus amigos?

-              Ya me conozco el plan y me aburre bastante. Me gusta más hablar contigo.

-              Gracias por el cumplido.

Seguimos andando y charlando hasta que Carmen comentó:

-              Este es el sitio que te decía.

Resultará increíble, pero era el mismo pub al que me había llevado Clara en mi sueño, del que yo desconocía su existencia. Cada vez me tenía más sorprendido ese sueño, pero no era el momento de pensar en él. Le abrí la puerta exterior a Carmen para que entrase, ella tiró de la interior y nada más entrar hizo el gesto de volver a salir.

-              ¿Está lleno? –Le pregunté extrañado-.

-              Si, lleno de hijos de puta -me contestó-.

Se quedó parada en medio de las dos puertas casi un minuto. Yo no sabía lo que pasaba, pero me pareció mejor callarme y esperar que ella resolviera lo que fuera. Finalmente me cogió de la muñeca y entramos. Más de la mitad de las mesas estaba vacía y sólo una pareja muy amartelada en la barra. Nos sentamos en una mesa lejos de la pareja.

-              ¿Te pasa algo? –Le pregunté-.

-              Nada importante. Ahí está mi ex pareja con la hija de puta de mi ex amiga Paula. –Dijo señalando con la cabeza a la pareja de la barra-.

-              ¿Estabas casada con él?

-              No, hemos estado un par de años largos liados en una relación tóxica, que afortunadamente ya ha terminado.

-              Lo siento.

-              Tú no tienes nada que sentir y realmente yo tampoco, la que lo tendría que sentir es ella, porqué se lleva un prenda de cuidado.

Yo no tenía ninguna experiencia en ese tipo de situaciones y no sabía cómo debía actuar. Cuando pedimos las copas a la camarera, Carmen continuó hablando y yo escuchando.

-              Mi vida sentimental ha sido un fracaso. Primero esperando que llegase el hombre perfecto, el príncipe azul, que por cierto no existe, pero que te das cuenta de eso cuando ya has pasado los treinta y tus amigas y amigos se han casado, liado o lo que sea y tú sigues sola. Después bajas el listón tanto, que empiezas a conocer escoria y te parecen majos. ¿Sabes lo que me gusta de que estemos aquí tú y yo?

-              No, pero sé que a mí me gusta también que estemos aquí tú y yo.

-              Verás, tú no engañas a nadie. Yo sé que lo que tú quieres es follar conmigo. Es claro, no tiene dobleces e incluso puedo sentirme halagada doblándote la edad.

-              Carmen, si te lo niego mentiría, pero no es sólo eso. Me gustas físicamente, pero también como eres y cómo me tratas. Me lo estoy pasando muy bien contigo.

-              Gracias, pero déjame seguir con mis historias de mujer madura. ¿Sabes cuál es la parafilia de ese prenda? No, claro, pues el tío no se empalma si no finge que te asalta y te lo hace a la fuerza. Cada vez que entraba en mi casa tenía la misma sensación que el inspector Clousaeu con su criado karateka. En cualquier momento podía ser asaltada por el que consideraba mi pareja, hasta que me harté de sus tonterías y lo planté. Ahora la asaltada debe ser esa hija de puta, a la que le ha faltado tiempo para echarse en sus brazos.

Me sentía bastante inútil. Ni entendía muy bien la historia que me estaba contando Carmen ni mucho menos sabía que decirle.

-              Bueno, vamos a dejarlo ya, que lo estaba pasando muy bien contigo, hasta que he visto a esos. –Dijo Carmen. Al poco tiempo se levantaron de la barra los ex y se fueron-.

-              Se han ido ya –le dije-.

-              Pues tanta paz lleven como descanso dejan. ¿Tomamos otra?

-              Claro, pero te invito yo.

-              Como quieras. Te voy a contar una historia que me ocurrió hace algunos años, antes de conocer al parafílico, para que veas lo rara que se vuelve la gente con la edad. Un día había quedado a cenar con un grupo de amigos y conocidos. Entre ellos había uno al que no conocía de nada, era un hombre atractivo, algunos años mayor que yo. Al final nos quedamos los dos solos, como tú y yo hoy. Tomando una copa en un pub, de pronto me suelta una frase más o menos como esta: “No escondas tus deseos más íntimos, cúmplelos, libera tu mente y rinde culto a tu cuerpo y al mío”. Me quedé mirándolo y pensando, otro tío tonto, y le contesté que si lo que quería era follar, que me lo dijera directamente, que ya teníamos muchos años para andarnos con idioteces.

La historia de Carmen me dejó sin habla. Así que ni efectos del conjuro ni hostias.

-              Y follar, follamos a base de bien, pero lo curioso de la historia es que el tío siguió creyendo que con una frase las mujeres caían rendidas a sus pies. Sería tonto, cuando no hay mejor conjuro que un buen beso deseado.

A esas alturas de la noche se había creado una atmósfera de confianza entre los dos, que me tenía en la luna.

-              Curiosa historia –le dije-. ¿Pero por qué me la cuentas?

-              Para que sepas que no hay que inventarse cuentos, conjuros o historias para follar, sólo hay que decirlo si crees que va a haber receptividad.

-              Te voy a decir una cosa, yo ya sabía esa historia.

-              ¿Qué?

-              Resulta que por casualidad he encontrado unos papeles de ese tío con el conjuro y con sus experiencias.

-              ¡Venga ya!

-              No me crees, pues tu historia fue el 7 de marzo de 2013 y puedo asegurarte que estás bellísima en la foto que te hizo.

-              Del día exacto no me acuerdo, pero puede que sí fuera más o menos esa fecha. ¿Y el tío guardó la foto?

-              La tuya y la de muchas mujeres más. ¿Puedo preguntarte una cosa?

-              Claro.

-              ¿Te apetece que nos vayamos a follar?

-              Lo estoy deseando hace un buen rato –me contestó y me dio un beso en los labios-.

Pagamos y nos fuimos andando abrazados y en silencio hacia su casa. Cuando subíamos en el ascensor me preguntó:

-              ¿Por qué te apetece follar con una mujer que te dobla la edad?

-              Porque me gustas mucho por dentro y por fuera y voy a cumplir uno de mis más ansiadas fantasías desde que me diste clase.

-              ¡Qué bien, una pervertida historia de profesora-alumno!

Al cerrar la puerta del piso nos quedamos en el pasillo besándonos en la boca con auténtica saña, casi haciéndonos daño. Empecé a sobarle el culo y luego las tetas por encima de la ropa. Tenía una erección que me dolía.

-              Espera Carlos, no seas impaciente. Vamos a disfrutar del momento. ¿Te apetece una botella de champán mientras nos damos un baño?

La propuesta me pareció el colmo de la sofisticación para un chaval de veinticuatro años, acostumbrado a pocos lujos.

-              Me parece perfecto –le contesté-.

Me dejó en el salón y fue al frigorífico por la botella, que trajo en una enfriadora. Cogió dos copas y me ofreció la mano para que la siguiera.

-              Déjame que te desnude –me dijo-.

Se puso frente a mí, me fue desabrochando la camisa y me la quitó. Después me soltó el pantalón y lo bajó.

-              Siéntate en la cama –me dijo para quitarme los zapatos y los pantalones. Yo tenía una auténtica tienda de campaña bajo los boxes-. Qué alegría que estés así, sin necesidad de asaltarme o de recitarme conjuros. Cómo me gusta disfrutar de desnudarte. –Dijo mientras me sobaba el nabo metiendo la mano bajo los boxes-.

No podía creer estar así con Carmen. Yo estaba casi desnudo mientras ella seguía vestida. Me quitó los boxes y tiró de mí hacia el baño, en el que había una bañera grande, capaz de albergar a dos personas cómodamente, y   rodeada de espejos. Abrió los grifos y me dijo:

-              Descorcha el champán.

Yo con el nabo como el asta de una bandera, traté de quitarle el tapón a la botella con bastante torpeza, por lo nervioso que estaba con toda la situación. Miré al espejo grande la bañera, me gustó verme desnudo al lado de Carmen todavía vestida. Finalmente logré descorcharla y serví en las dos copas. Brindamos y bebimos un sorbo. Para entonces la bañera se había llenado.

-              Métete en la bañera y mírame.

La obedecí sin decir palabra y me acomodé en la bañera sin quitarle ojo de encima. Yo creo que no había estado más caliente en mi vida. Carmen se separó de la bañera, se miró al espejo y luego me miró a mí a los ojos. Muy lentamente bajó la cremallera de la falda y la dejó caer al suelo. Llevaba un tanga negro y un liguero, también negro, que le sujetaba las medias. Se dio la vuelta y pude admirar su bellísimo culo respingón, que parecía duro como una piedra. De espaldas a mí se bajó la cremallera que el jersey tenía en la espalda, quitándoselo después. Llevaba un sujetador negro. Se dio otra vez la vuelta, mirándome de nuevo a los ojos. En ropa interior era una imagen sobrenatural, la mujer más atractiva que había visto nunca.

-              ¿Te gusto todavía? –Me preguntó-.

-              ¿Cómo todavía? Me gustas cada vez más. Carmen, estoy muy, muy caliente.

-              Me encanta tenerte así de caliente.

Llevó sus manos al centro del sujetador. Era de esos que se sueltan por delante. Maniobró y lo soltó sin quitárselo todavía. Se puso de nuevo de espaldas a mí y dejó caer el sujetador. Su espalda, su culo y sus piernas eran bellísimos. Estaba morena sin ninguna marca de bañador o biquini. Se cubrió las tetas con las manos y girándose por la cintura volvió a mirarme a los ojos. La posición que adoptó era casi la misma que en la foto. No pude más con la calentura y sin tocarme y sin querer, me corrí a chorros que saltaron sobre mi pecho y sobre el agua de la bañera. Carmen se rió.

-              Perdóname Carmen ha sido sin querer, pero no he podido resistir más.

-              No tengo nada que perdonar, me encanta haberte producido esa excitación. Yo también estoy muy caliente, además, la noche no ha hecho más que empezar.

Durante mi corrida y la pequeña conversación ella había seguido en la misma postura, cubriéndose las tetas.

-              ¿Quieres verme las tetas? Las tengo grandes y bonitas. Es la parte de mi cuerpo que más me gusta.

La polla no se me había bajado ni un milímetro y seguía dura como una piedra de la excitación que Carmen me producía.

-              Claro que quiero verlas, sobarlas, chuparlas y morderlas.

-              ¿Todo eso quieres hacerles?

Se giró de nuevo hacia mí y muy lentamente apartó sus manos. Eran dos maravillas de la naturaleza. Grandes, en su sitio, con unas areolas rosa oscuro y unos pezones duros y grandes.

-              ¡Joder Carmen, que maravilla, son las más bonitas que he visto nunca!

-              Gracias Carlos, pero no te creo, habrás visto otras más juveniles y más duras, incluso contraviniendo la ley de la gravedad.

-              Te lo juro que son las más bonitas.

Carmen sabía perfectamente como excitarme o mejor dicho como mantenerme excitado. Puso una pierna sobre el borde de la bañera y bebió un sorbo de champán, luego soltó la media del liguero. La imagen me recordó a la película de “El Graduado”, sólo que Carmen era todavía más atractiva que la señora Robinson. Se quitó la media, después se soltó y se quitó la otra media, quitándose por último el liguero, quedándose sólo con el tanga.

-              ¿Te gustan los chochos depilados? –Me preguntó-.

Estaba jugando conmigo, manteniendo mi excitación, dándome un máster de seducción femenina.

-              Creo que sí –acerté a contestar-.

-              ¿Y cómo crees que lo llevo?

-              Carmen te aseguro que no puedo más. No es que me tengas caliente, es que me tienes enfermo.

-              ¿Estoy siendo mala contigo? Pobrecito, pero no me has contestado todavía.

Más que mirar, escruté el triangulito negro de su tanga. No se veía ningún pelo por fuera, ni abultamiento por que hubiera pelo bajo la tela.

-              Creo que no llevas un solo pelo, que vas como una impúber.

-              Ahora veremos. –Dijo y se puso de nuevo de espaldas con el culo en pompa para quitarse el tanga-.

¡Qué culo! Tenía forma de pera, con las nalgas grandes y respingonas. Cuando se bajó el tanga pude ver que tenía el chocho depilado, con los labios bastante abiertos y brillante por los jugos que segregaba. Al darse de nuevo la vuelta pude ver su chocho con un monte de Venus carnoso, de lo más apetecible para chupar y morder.

-              Has acertado y eso debe tener un premio. –Me dijo y continuó:- ¿Qué sabes hacer con la boca, además de hablar?

-              Tengo una lengua muy larga y juguetona, que está deseando lamerte el coño.

Se sentó en el borde de la bañera en frente de mí con las piernas muy abiertas.

-              Vamos a ver si es verdad –me dijo y se abrió el chocho con los dedos-.

Me incorporé y luego me puse de rodillas en la bañera entre sus piernas. Tenía un chocho rosado y grande que olía fuertemente a mujer debido a los jugos que había segregado. Acerqué mi cabeza y con la lengua le fui lamiendo desde el clítoris hasta el ojete, su sabor me volvía loco, incrementando todavía más mi excitación. Al rato de estarla lamiendo me volvía a doler la polla de la erección que tenía. Ella fue subiendo el volumen y la cadencia de los gemidos. Cambió sus manos a mi cabeza y revolviéndome el pelo la fue apretando contra su chocho.

-              No lo haces mal, me gusta el trabajo de tu lengua larga y juguetona en mi chocho. Lámeme el clítoris y méteme dos dedos.

Me encendía que me dirigiese, que me ordenara lo que le apetecía en cada momento para incrementar su placer.

-              No pares Carlos, mueve más rápido los dedos y sigue chupando mi perlita. Me voy a correr, ¡sigue, sigue, sigue! Aaaaggg, aaaggg,…

Me lleno los dedos y la mano de unos jugos espesos y blanquecinos. Saqué los dedos de su chocho y se los metí en la boca, a la misma vez que le sorbía el resto que había quedado en su raja.

-              Bueno, estamos empatados a uno, vamos a ver si esto es un partido de la liga o de patio de colegio. –Dijo cuando recuperó el aliento-. Siéntate que me voy a sentar yo también-.

Volví al lugar en que me había sentado al principio y ella en lugar de sentarse se puso de rodillas sobre mí, rodeándome con sus piernas. Nos besamos en la boca jugando con nuestras lenguas. Llevé mis manos a su culo, suave, durísimo y carnoso. Ella llevó sus manos a mi polla a la vez que se erguía y metía mi cabeza entre sus tetas.

-              Cómetelas –me ordenó-.

Me metí sus pezones alternativamente en la boca, traté de darles bocaditos, pero la dureza de sus tetas me lo impedía. Ella me estaba trabajando el nabo con fuerza, apretándome la polla y los huevos casi hasta hacerme daño. Estaba otra vez a punto de correrme, se lo dije:

-              Carmen me voy a correr otra vez.

-              Pues córrete, no te voy a soltar la polla, quiero sentir como te corres.

-              ¡Me voy, me voy, me voy,…!

Y vaya que si me fui. Me corrí con grandes chorros que salían del agua de la bañera y le llegaban hasta su vientre.

-              Carmen creo que me he muerto y estoy en la gloria.

-              No te pongas cursi que no te pega. Sólo te has corrido con muchas ganas y mucha fuerza y te has quedado muy relajado.

Ella seguía sobándome el nabo, ya con menos fuerza, lo que me producía un placer enorme.

-              ¿Crees qué podrás follarme? –Me preguntó-.

-              ¿Cuántas veces quieres?

-              ¡Huy que gallito! Te advierto que yo me puedo correr varias veces en una noche.

Se levantó y salió de la bañera, llenó las copas y me pasó la mía. Chocamos las copas y bebimos un buen trago.

-              Anda, sal de la bañera que te vas a poner arrugado. –Me dijo-.

Salí de la bañera y todavía tenía la misma erección que al principio. Ella cogió una toalla y me fue secando. Cuando terminó de secarme, se sentó en el borde la bañera y se metió mi polla en la boca, sobándome los huevos con las manos. Unas veces jugaba con su lengua sobre el capullo y el frenillo y otras se la metía en la boca casi entera y con la lengua me lamía la base. Era la mejor mamada que me habían hecho nunca.

-              Carmen me estás matando del gusto –le dije-.

-              Te estoy preparando para que me folles con la polla como un palo, estoy harta de tíos con la polla morcillona.

Se levantó y por la polla me llevó al dormitorio. Me apetecía enormemente follármela a cuatro patas.

-              Ponte de rodillas en el borde la cama –le pedí y ella lo hizo-.

La miré de lado. Su culo respingón sobresalía de sus muslos y las tetas le colgaban muy apeteciblemente. Ella mirándome a los ojos, dijo:

-              Me calienta ver tu cara de deseo por mí.

Me coloqué detrás de ella y le fui metiendo la polla poco a poco. Cuando la tuve dentro entera y le di con los huevos en el clítoris, ella gimió sonoramente y dijo:

-              ¡Qué gusto, qué palo! No te muevas.

Apoyó un hombro y la cabeza en la cama y movió su brazo hacia atrás por en medio de sus piernas, hasta llegar a cogerme los huevos, bien agarrados empezó a sobarse el clítoris con ellos.

-              Pégame en el culo. –Me dijo. Sin mucha fuerza empecé a darle cachetes en las nalgas, ella protestó:- ¡Más fuerte, más fuerte, quiero que me duela.

El culo se le fue poniendo rojo mientras ella seguía dándose con mis huevos en el clítoris. Al rato me soltó los huevos y se llevó la mano a su perlita, como ella llamaba a su clítoris.

-              Muévete, bombea con fuerza. –Me dijo entre gemidos-.

Empezamos el mete y saca. Nos movíamos los dos a un ritmo que casi la sacaba del todo, para luego golpear mis caderas contra su culo. Le cogí las tetas desde detrás y se las apreté con fuerza. Luego le solté una y cogí su pelo, tirando para atrás de su cabeza.

-              Carlos estoy casi lista, acelera, que me corro.

Yo también estaba otra vez casi listo. La solté para poder golpearle el culo con las dos manos.

-              ¡Fuerte, más fuerte, me corro, aaggg, qué placer, qué largo y que intenso!

Se echó hacia delante sacándose mi polla. La agarré por la cintura acercándome su culo y me corrí sobre él, cayendo luego exhausto.

-              Tres-dos, no está mal para un comienzo. –Dijo sin moverse de cómo había quedado-.

Nos quedamos dormidos abrazándola yo por detrás con la polla encajada en su culo. En los dos días siguientes no paramos de follar ni para comer. Me enseñó y probamos sus juguetes sexuales y puedo decir que conocía sex-shops con menos variedad. Cuando el domingo por la noche me despedí de ella, tenía la polla en carne viva. Quedamos en volver a vernos cuando nos apeteciera, sin compromisos. ¡Qué barbaridad de mujer, qué manera de follar! Había aprendido montones de cosas en dos días, pero sobre todo había aprendido que la juventud no es un grado necesariamente y la esplendida madurez de una mujer, sí.

Cuando volví al estudio esa noche, decidí cambiar el cuaderno y la carpeta de sitio, había demasiada gente que conocía su existencia y no era nada seguro tenerlo en un sitio tan accesible.

Durante la siguiente semana tuve mucho trabajo, tanto en el máster, como repartiendo paquetes. Salía temprano de la casa y volvía tarde. Durante todos esos días no vi a ninguna del resto de moradoras de la casa. Pensaba mucho en el extraño sueño premonitorio que había tenido, pero no lograba explicármelo. Todos los días seguía soñando con distintas mujeres, pero ya no les decía la monserga del conjuro, sino que como me había dicho Carmen las besaba y follábamos. No tanto como con Carmen, porque los sueños no eran tan largos.

El sábado por fin pude dormir un poco más. A media mañana llamaron a la puerta, era Caty:

-              La señora Lucía desea que baje usted a comer hoy a las dos de la tarde.

-              Dile que sin problemas. ¿No te apetece pasar un rato?

-              No me es posible, tengo que preparar la comida. Tal vez luego o mañana. -Me dijo y se fue-.

Miré por el ventanal, no había nadie en el jardín. Estuve perreando hasta que me aseé y me vestí para bajar a comer. Como siempre, salí por la puerta de servicio y llamé a la puerta principal. Me abrió Caty, que me acompañó hasta el comedor. Sólo había dos servicios, así que comeríamos solos Lucía y yo. Lucía entró a las dos en punto, me dio la mano e hizo el gesto de que nos sentáramos. Venía muy atractiva con un vestido sin mangas, corto y ajustado y unas medias y unos zapatos rojos.

-              ¿Qué tal Carlos, cómo le van las cosas?

-              Muy bien, sigo encantado con mi alojamiento y Caty me cuida de maravilla.

En ese momento entró Caty con la comida.

-              He seleccionado un primero con ostras y carabineros y de segundo entrecot de buey. ¿Le parece bien? –Me preguntó Lucía-.

-              Perfecto –le contesté pensando que me iba a tener dos pajas esa tarde con tanta comida afrodisiaca-.

Fuimos dando cuenta de las ostras y los carabineros, acompañados por un excelente Albariño. Me preocupó que no teniendo un céntimo, me estaba acostumbrando a una vida que no podía permitirme entonces ni podría en años, eso si alguna vez podía.

-              ¿Y Clara y Virtudes no están hoy en la casa? –Le pregunté-.

-              No, se han ido de fin de semana con unos amigos, dejándome sola.

Cuando habíamos terminado con el primero, entró Caty con dos entrecots que daban miedo, pero que estaban buenísimos. Lucía me pasó una botella de Villa Tondonia para que la descorchara, debía haberlo escogido en honor de su primer apellido. Con una conversación intrascendente dimos cuenta de la comida y de la bebida. Yo con dos medias botellas y sin costumbre de beber vino estaba bastante achispado a final de la comida.

-              ¿Le apetece un digestivo? –Me preguntó-.

-              No sé si debo después del vino.

-              No se preocupe por eso. Caty, por favor, sirva dos whiskys.

Caty los sirvió y se retiró. Lucía no dejaba de mirarme, yo la miraba de vez en cuando, pero no me atrevía a mirarla fijamente.

-              ¿Tiene novia o amiga fuerte o como se diga ahora?

-              No, la tuve durante un tiempo pero terminamos poco antes de mudarme aquí.

-              ¿Le gustan las mujeres? –Me sorprendió la pregunta, acababa de decirle que había tenido novia hasta hacía poco tiempo-.

-              Si, por supuesto, lo que pasa es que estoy muy liado y no puedo salir mucho a ver si encuentro algo.

-              ¿Le gusta mi hija? –No tenía ni idea de por dónde saldría aquella mujer-.

-              Es una chica muy guapa y muy simpática. –Le contesté prudentemente-.

-              Ella me ha contado que se encontraron una noche hace un par de semanas, que estuvieron tomando una copa y charlando y que era usted muy simpático.

Me quedé helado. Yo no me había encontrado con Clara, había soñado que me encontraba con ella o al menos de eso estaba convencido, aunque cada vez tenía más dudas sobre el jodido sueño.

-              Es posible, creo que esa noche bebí demasiado y no tengo los recuerdos muy claros. –Preferí quedar por beodo que por idiota y le di un buen trago al whisky-.

-              Los jóvenes tienen ahora demasiada libertad, en mi tiempo era distinto.

-              Lucía, no creo que pueda usted hablar de su tiempo, como si fuera distinto a este.

-              Gracias Carlos, pero fíjese que tengo una hija de su edad. ¿Le parezco todavía atractiva?

La conversación estaba tomando un derrotero que no entendía. ¿A qué venía preguntarme primero por la hija y después si ella me resultaba atractiva? Aproveché su pregunta para mirarla fijamente de arriba abajo.

-              Es usted muy atractiva, sin el todavía.

-              Es usted un encanto de joven, que sabe cómo adular a las mujeres maduras. Déjeme que le diga una cosa: “No escondas tus deseos más íntimos, cúmplelos, libera tu mente y rinde culto a tu cuerpo y al mío”.

¡Hostia puta! Lucía me había soltado la frase de marras. A toda velocidad pensé varias cosas: primera, que se sabía el conjuro y lo más seguro, también su historia; segunda, que debía saber o creer que el conjuro podía ser utilizado con mujeres y con hombres, indistintamente; tercera, que no debía saber qué yo también sabía la martingala; cuarta, que había elegido la comida para ponerme como un semental; y quinta y más importante, ¡qué pretendía follarme! Traté de tranquilizarme. A mí el conjuro no me había hecho el más mínimo efecto, me apetecía follar con ella igual que antes de que me lo dijera.

-              Perdón, ¿cómo ha dicho? –Dije tratando de ganar tiempo para pensar-.

-              “No escondas tus deseos más íntimos, cúmplelos, libera tu mente y rinde culto a tu cuerpo y al mío”.

El conjuro seguía sin surtirme efecto, pero la verdad es que no quería desaprovechar la oportunidad de que echáramos un polvo. Lo malo del asunto, era si luego me pondría de patitas en la calle, tanto por follar, como por no follar.

-              ¿Me estás diciendo eso en serio? –Le pregunté pasando al tuteo-.

-              Completamente –dijo levantándose, colocándose detrás de mí y pasando sus manos por mi pecho por debajo de la camisa-. ¿Es qué no te apetece Carlos?

Me giré y la miré a los ojos. Después me levante y me puse frente a ella, la abracé y la besé en la boca.

-              ¿No te parece que esto es mejor que una paparrucha de frase hecha? –Le dije recordando lo que me había dicho Carmen-.

-              Es posible, pero es que a mi marido le había dado por ella y se la soltaba a la que tuviera a mano. Creía que su éxito era infalible.

-              Lucía eres muy atractiva y apetecible para cualquier hombre. ¿Quieres qué follemos?

-              ¡Claro, sino para que te he dicho la jodía frase!

Volví a besarla largamente en la boca y comencé a empalmarme con el beso y con la comida para sementales que me había endiñado la muy zorra. Me cogió de la mano y se dirigió a la zona de servicio. Entró en la habitación de Caty, que estaba desnuda tumbada en la cama. No hizo falta que le dijera nada, Caty se levantó, se acercó a la espalda de Lucía, le bajó la cremallera del vestido y se lo quitó, luego Lucía le dijo:

-              Caty, ayude al señor Carlos a desnudarse.

Caty se puso delante de mí, me soltó el pantalón, me desabrochó la camisa y me la quitó. Después se puso en cuclillas, me quitó los zapatos, los pantalones y los boxes. Tenía la polla a reventar.

-              Veo que tienes la polla muy hermosa y muy dura. -Me dijo Lucía acercándose a mí-.

Caty salió de su habitación cerrando la puerta. A los pocos segundos estaba mirando por el ventanuco con la luz de la despensa encendida, para que pudiéramos verla. Lucía estaba tremenda con un corsé rojo, que le sujetaba las medias. No llevaba bragas y tenía el coño bastante poblado de pelo oscuro. Pensé que con el título nobiliario que tenía no podía ir depilada.

-              Tú eres un poquito pervertida, ¿no? –Le dije antes de volver a besarla-.

-              Te equivocas, no soy un poquito pervertida, soy muy pervertida. –Contestó, empezando a sobarme el nabo con una mano-.

¡Vaya con la cuarta marquesa del Coño Casposo!

-              Túmbate en la cama –me dijo empujándome para que cayera boca arriba-.

Vi entonces que sobre la cama había un espejo en el techo, aquella debía ser la habitación del vicio. Lucía se sentó sobre mi cabeza, metiéndome su coño en la boca. Rodeé su cuerpo con mis brazos llevando mis manos a su coño para abrirlo y poder llegar a ella en medio del pelucón que tenía. Suspiraba cuando le pasaba la lengua desde el clítoris hasta el ojete. Al rato se dobló hacia delante hasta adoptar la posición de un “69” y se metió mi polla en la boca. La mamaba de escándalo, lo mismo lamía que succionaba o se la comía. Yo seguía con mi trabajo en su coño. Lo tenía muy grande debajo del matorral de pelo, tanto que de vez en cuando tenía que sacarme alguno de la boca. Cuando miraba al espejo del techo veía su esplendido culo moviéndose para recibir más placer.

-              Lo haces muy bien para ser tan joven –me dijo volviendo a incorporarse-.

-              Gracias, tu también la chupas divinamente.

Le eché mano a sus tetas metiendo las manos por los lados del corsé. Ella me facilitó la tarea soltándose parte de los gafetes. Oí como se abría la puerta, pero no podía ver, miré hacia el ventanuco y Caty no estaba, debía ser ella quien había entrado. Lucía se desplazó poniéndose de rodillas a mi lado, entonces pude ver a Caty a los pies de la cama con un arnés con una polla monstruosa.

-              Chúpale su polla a Caty. –Dijo Lucía y yo pensé que vaya si eran pervertidas, pero a mí me apeteció muchísimo chupar aquel pollón falso-.

Me incorporé, sentándome en la cama con la espalda apoyada en el cabecero. Caty estaba impresionante desnuda y sobándose el pollón como si fuera suyo de verdad. Se subió a la cama y dejándome entre sus piernas me metió el pollón en la boca. Casi no me cabía, pero hice lo que pude. Lucía volvió a comerme la polla y los huevos, que se metía en la boca y tiraba de ellos casi hasta hacerme daño. Yo tenía a Caty cogida por el culo, pasándole los dedos por su raja por en medio de las correas del arnés.

-              Métame los dedos señor Carlos –me pidió-.

Mientras yo trataba de meter los dedos en el coño de Caty, noté que Lucía había dejado de comerme la polla, se había puesto en cuclillas sobre mí y cogiéndomela con la mano trataba de metérsela. Poco a poco fue entrando, el agujero parecía muy estrecho, debía estar metiéndosela por el culo.

-              ¡Aaaggg, que gusto! –Gritó cuando había terminado de metérsela, para luego decir:- Caty ven aquí.

Caty la obedeció, se puso delante de ella y le metió el pollón en la boca. Sin Caty delante podía ver en el espejo del techo la escena. Me puso cardiaco ver con el ansia que Lucía le comía el pollón a Caty y como esta le cogía la cabeza y la apretaba contra ella. ¡Joder que dos leonas! Al rato Caty cambió de posición, se puso de rodillas entre nuestras piernas y empezó a lamernos desde mis huevos hasta el clítoris de Lucía.

-              Métemelo Caty, que no voy a tardar en correrme –Le dijo Lucia. Caty incorporándose y acercándose le puso el pollón a la entrada del coño a Lucia y se lo fue metiendo, notando yo en mi polla como iba entrando-.

Estaba también a punto de correrme, pero se adelantó Lucía.

-              ¡Más fuerte Caty, que me corro! ¡Aaaaggg, aaaggg, ya, ya,ya!

Lucía perdió el control de su cuerpo y cayó de espaldas sobre mi pecho, sacándose mi polla del culo. Caty la empujó a un lado y sin quitarse el arnés se puso encima de mí y se metió mi polla en su coño. Me miraba a los ojos de forma desafiante, mientras se sobaba el pollón falso, parecía que le estaba por el culo a un tío. Le cogí sus espléndidas tetas y se las apreté con fuerza. Ella gemía, sin parar de moverse de arriba abajo. Lucía se incorporó, se colocó sobre mi pecho y empezó a morder los labios de Caty.

-              ¡Me voy a correr! –Les grité-.

-              ¡Yo también señor Carlos! –Me contestó Caty-. ¡Aaaaaggg! –Gritó cuando notó los chorros de mi corrida en el interior de su coño-.

Quedamos los tres como muertos. ¡Qué follada me habían dado entre las dos! Me dormí y entre sueños percibí que las dos salían de la habitación y en la puerta hablaban con una tercera persona.

-              Tienes que probarlo –decía Lucía-. No tiene una polla, tiene un palo de caoba.

Desperté y estaba solo en el cuarto de Caty. Cogí mi ropa, subí al estudio y me tumbé, desnudo como estaba, en el sofá. ¡Joder con la marquesa y la sirvienta! Desde luego no era la primera vez que lo hacían juntas. Al cabo del rato recordé lo que Lucía me había contado de mi encuentro con Clara. No podía ser, yo había soñado todo aquello o, al menos, estaba convencido de que lo había soñado. Tenía que preguntárselo a Clara en cuanto tuviera oportunidad. Oportunidad que se produjo la tarde siguiente, cuando al volver de comer me la encontré en la cancela.

-              Hola Clara. Buenas tardes. ¿Ya de vuelta?

-              Hola Carlos. Pues sí, de vuelta a casa.

-              ¿Tienes un minuto para hablar?

-              Sí claro. ¿Lo hacemos tomando una copa?

-              Por mí perfecto. ¿Me llevas al pub de la otra noche? –Le pregunté por ver si en efecto nos habíamos encontrado-.

-              Vale.

La cosa tenía toda la pinta de que no había sido un sueño. Entonces, ¿por qué estaba yo empeñado en que sí lo había sido? Andamos un rato en silencio hasta que llegamos al pub de marras. Pedimos y Clara me preguntó:

-              ¿De qué querías hablar?

-              Pues de la otra noche, en la que al parecer nos encontramos y tomamos una copa. Yo estaba convencido de que había sido un sueño, pero las evidencias me indican otra cosa.

-              De esa noche quería hablar yo contigo también. Es cierto que nos encontramos y estuvimos aquí tomando una copa y hablando, pero desde que salimos del pub no recuerdo nada y estoy preocupada por lo que pudo haber pasado.

-              Yo recuerdo un poco más, pero como te he dicho lo había confundido con un sueño.

-              ¿Qué más recuerdas tú?

-              Es un poco embarazoso contártelo.

-              ¿Me forzaste?

-              ¡No, en absoluto! ¿Cómo me crees capaz de eso? –Le dije bastante molesto con ella, por poder pensar eso-.

-              Pues entonces cuéntame que pasó cuando salimos de aquí.

-              Verás, los dos íbamos bastante cargados,..

-              Eso ya lo sé, si no me acordaría de lo que pasó.

-              Nos fuimos andando para tu casa, cuando llegamos dijiste de subir conmigo al estudio, pero al entrar en la zona del servicio, oímos un zumbido en el cuarto de Caty. Me dijiste que podíamos ver lo que hacía y me enseñaste el ventanuco de la despensa. Caty se estaba masturbando con un vibrador y a ti no se te ocurrió otra cosa que yo entrara en su habitación y me la follara, mientras tu mirabas. Yo traté de resistirme, diciéndote que prefería estar contigo, pero me dijiste que primero me follara a Caty mientras tú mirabas y que luego seguiríamos nosotros. Entre en su habitación y empecé a follar con ella, mientras te veía a ti mirándonos. Ahí se acaban mis recuerdos. Me desperté en mi cuarto creyendo que lo había soñado.

-              Tengo que beber menos, bueno y tú también. O sea, ¿qué no sabemos si follamos o no?

-              Yo desde luego no lo sé. ¿Y tú cómo te despertaste?

-              En mi habitación a la mañana siguiente, con el coño y el culo doloridos.

-              Pues sería una pena que lo hubiéramos hecho y no me acordara.

-              Lo mismo digo por lo que me contó primero Virtudes y ayer mi madre.

¡Anda que a la familia se le podía confiar un secreto! Me dio bastante vergüenza que Clara supiera lo que había pasado ayer con su madre. Ella debió notármelo porque me dijo:

-              Oye, que yo no tengo ningún problema con lo que hagáis mi madre y tú, que ya somos las dos mayorcitas y sabemos de qué pié cojeamos cada una. –Vaya desparpajo que tenía Clara, pensé-. Volviendo a lo anterior, quien tiene que saberlo todo es Caty.

-              Seguramente, porque ella parecía no haber bebido. –Le contesté-.

-              Habrá que preguntárselo directamente –dijo Clara y continuó:- Hoy tiene la tarde libre, voy a llamarla, a ver si puede venir a tomar una copa y nos saca de dudas.

-              ¡Tiene cojones que no nos acordemos si hemos follado! –Exclamé, bastante enfadado conmigo mismo-.

Clara seleccionó el contacto de Caty en el teléfono y la llamó.

-              Hola Caty. Estoy tomando una copa con Carlos y nos preguntábamos si te apetecía tomar algo y sacarnos de dudas sobre lo que pasó la otra noche.

Caty debió contestarle afirmativamente y Clara concluyó:

-              Venga, te esperamos en el pub de siempre.

Al rato, echándole cara al asunto, le dije a Clara:

-              De todas formas Clara, si follamos y no nos acordamos es cómo si no lo hubiéramos hecho, con lo cual, si a ti te apetece, deberíamos hacerlo en cualquier caso.

-              Estás tú saliendo muy espabilado –me contestó-.

Llegó Caty, venía muy atractiva con un pantalón blanco muy ajustado y una camiseta roja bastante descotada.

-              ¿Qué quieres beber? –Le pregunté cuando se sentó-.

-              Vodka. –Muy ruso, pensé-. Entonces, ¿qué les pasa con lo de la otra noche?

-              Habíamos bebido algo más de la cuenta y cada uno se ha quedado en blanco en un momento distinto. –Le contestó Clara-. La cuestión es que no nos acordamos cómo terminó la noche y nos gustaría saberlo.

-              Deberían tener más cuidado con la bebida –nos recomendó, a la misma vez que ella se tomaba un buen vaso de vodka de una vez y sin respirar-. Bueno, yo había ido a cenar con un amigo que también bebió más de la cuenta y que me dejó caliente y sola sobre las dos de la madrugada. Volví a la casa y decidí aliviarme por mi cuenta. Soy una mujer muy pasional y un sábado no es un sábado si no se tiene un buen orgasmo. Cuando estaba a lo mío, oí ruidos y al poco el señor Carlos entró en mi cuarto. Vi el cielo abierto, al final la noche iba a terminar bien. Traté de sacarme el vibrador del coño, pero no había manera, mis músculos se habían cerrado sobre él, los ejercito mucho para prevenir problemas de incontinencia cuando sea mayor.

-              Vale Caty, ¿pero qué pasó? –Le apremió Clara antes de que nos contara lo que hacía o dejaba de hacer con los músculos de su coño-

-              Entre el vibrador en el chocho y la polla del señor Carlos en el culo no tardé nada en correrme por primera vez, quedándome semiinconsciente. El señor Carlos fue muy atento y me dejó descansar. Cuando salí del letargo, usted señorita Clara, estaba en la cama desnuda con mi vibrador, que había logrado expulsar finalmente con la relajación del orgasmo, en la entrada de su culo. El señor Carlos la miraba fijamente sobándose su polla dura como una barra de hierro. La situación me puso todavía más caliente de lo que estaba. Busqué un consolador doble que me regaló la señora Lucía para hacer nuestras cosas. Cuando usted lo vio me pidió que se lo metiera y que yo también me lo metiera.

Estaba claro que yo tenía que beber menos o dejar de beber. ¿Cómo era posible que no me acordase de eso? Estaba a un tris de darme chocazos con la cabeza contra la mesa. Caty continuó su narración:

-              Ya sabe usted señorita Clara que soy incapaz de negarle cualquier cosa que me pida, así que la obedecí y empezamos un mete-saca muy apasionado, sin que usted en ningún momento dejara de meterse el vibrador por el culo. El señor Carlos cada vez se jalaba más fuerte su polla, que se le había puesto roja como un tomate, pero no lograba correrse. Se enfadó tanto consigo mismo por no correrse que empezó a vestirse y al final se fue sólo con los pantalones puestos y diciendo que tenía un insoportable dolor de huevos. Usted y yo nos corrimos después de un buen rato. Yo me quedé dormida encima de las sábanas tras la segunda corrida y usted debió irse después, me imagino que a su habitación y bastante escocida.

Por fin se había aclarado lo del jodido sueño, que no había sido tal, sino los efectos sobre el cuerpo y la mente de mucho garrafón. Cuando Caty terminó su narración Clara dijo que tenía ir que al aseo, no sé si para orinar o para hacerse un dedo, porque se había soliviantado bastante escuchando a Caty.

-              Señor Carlos estuvo usted muy bien ayer. Nos dio mucho placer a la señora Lucía y a mí. Tenemos que repetir.

-              Muchas gracias Caty, pero creo que yo no hice nada, que fuisteis vosotras las que animasteis la tarde.

Cuando volvió Clara del aseo, Caty dijo que tenía que marcharse para preparar la cena de Lucía. Nos quedamos Clara y yo en silencio un rato, hasta que ella dijo:

-              Tendremos que hacer algo, algún día, para enmendar esa puta noche.

-              No puedo estar más de acuerdo contigo, además, no pienso beber más garrafón en toda mi vida.

-              Yo tampoco –concluyó Clara-.

Nos marchamos y decidimos buscar una ocasión más adelante para vernos y hacer lo que surgiera, con la tranquilidad que la cosa se merecía.

Nuevamente tuve una semana agobiante con el máster y los repartos. Llevaba el máster bastante mal, trabajaba poco, dormía normalmente mal con los sueños tórridos y los fines de semana no podía echarle ni un rato con tanto folleteo y tanto cachondeo. Echaba de menos un poco de tranquilidad y una novia de las de toda la vida con la que charlar, ir al cine, tomar una copa y de ven en cuando echar un polvo normalito, en vez de estar de follador de la pradera.

Casi me había olvidado del cuaderno y la carpeta de las experiencias del conjuro, cuando el jueves recibí un correo electrónico de una dirección de esas imposibles de entender, que decía: “Tiene usted algo que me pertenece y es necesario que me lo devuelva. Entréguelo en el apartado de correos 41-10221 antes del sábado o aténgase a las consecuencias.” Pese a lo misterioso del mensaje, no tenía más remedio que referirse al cuaderno y la carpeta de marras. Al parecer, su auténtico propietario, el tal Antonio, quería recuperarlos. A mí me daba igual, como he dicho prácticamente los tenía olvidados, pero me jodió el tono amenazante del mensaje. Decidí fotografiar las páginas del cuaderno y las fotos de la carpeta, para devolverlos, pero quedarme con una copia.

El viernes por la noche quedé con los amigos para salir de copas, me negué a ir al pub del garrafón y al final ellos accedieron a que nos viéramos en otro sitio, lo malo es que en el que ellos propusieron, nos podían dar la misma mierda o peor. Llegué antes de la hora a la que habíamos quedado. El pub estaba todavía muerto. En la barra estaba Virtudes, tan guapa como siempre.

-              ¿Cómo tú por aquí? –Me preguntó-.

-              Eso mismo podía preguntarte yo. He quedado aquí con los amigos.

-              ¿Hoy no te toca con Caty?

-              No creo que eso sea asunto tuyo. –Le respondí un poquito, bastante desagradable-.

-              No te enfades hombre.

-              No, si no me enfado, lo que pasa es que estoy harto de que seas tan borde conmigo.

En ese momento llegaron mis amigos, que venían de cenar juntos, y con ellos un grupo de chicas que habían conocido en el antro donde habían quedado para cenar. Yo, en mi situación económica, tenía que elegir entre cena o copas, no tenía para las dos cosas. Las chicas eran bastante atractivas en general, pero había una especialmente guapa que era el centro de la atención de todos ellos. Me presentaron a las chicas, el pibón se llamaba Antonia, tendría unos veinte años, alta, morena, guapa, pelo lacio más bien largo, tipo de modelo, tetas que parecían grandes, un culo bien puesto y unas piernas preciosas que dejaban ver en toda su magnitud la escueta minifalda que llevaba. Como soy un hombre consciente de sus limitaciones para ligar, la saludé y dejé que mis amigos siguieran dándole la murga.

Después de una copa las chicas propusieron ir a otro sitio más de moda. Fuimos a pagar cada uno lo suyo y cuando me tocó a mí, Virtudes me dijo:

-              ¿Ya te vas? ¿No me esperas a que termine el turno?

-              ¿Tú de qué vas? –Le contesté y continué:- Ah sí, de calientapollas, que se me había olvidado de la última vez.

-              ¡Vete a la mierda!

-              Ya estoy en ella. Adiós mona, que te vaya bonito.

La muy hija de puta había conseguido cabrearme. Cuando me volví para irme Antonia estaba detrás de mí y seguro que había escuchado toda mi conversación, por llamarla de alguna manera, con Virtudes. Ya en la calle y empezando a andar hacia el otro sitio, Antonia se puso a mi lado y me dijo:

-              Parece que tienes algún problema con la camarera.

-              No, problema ninguno, sólo que es una tía muy borde y me tiene ya un poco harto. De todas formas, perdona por haber tenido que escucharnos.

-              No hay nada que perdonar, pero me ha extrañado que le dijeras esas cosas a una chica tan guapa.

-              Vuelvo a pedirte perdón. Normalmente no soy así, pero es que esa mujer, que además vive en el mismo sitio que yo, me tiene muy quemado.

-              Bueno, olvídala ya y vamos a pasarlo bien –me dijo colgándose de mi brazo o yo del suyo porque con los zapatos de plataforma que llevaba me sacaba media cabeza-.

En ese momento miré hacia el cielo y reparé que había luna llena, no pude evitar que el conjuro se me viniera a la cabeza, pero también se me vino a la cabeza el consejo de Carmen, que un beso podía mucho más que cualquier conjuro. La noche fue bastante agradable y Antonia y yo estuvimos hablando de los estudios, de lo difícil que lo tendríamos para trabajar luego, de la posibilidad de salir al extranjero, en fin de las cosas que preocupan a los jóvenes que estamos estudiando y no tenemos muchos recursos.

El grupo se fue fragmentado y diluyendo, como suele ocurrir, a las tres de la madrugada nos quedamos solos Antonia y yo.

-              Si quieres te acompaño a tu casa –le dije en plan galante-. ¿Por dónde vives?

-              Aquí cerca, en el piso de una amiga que he venido a ver este fin de semana.

-              ¿No vives en Sevilla?

-              No, estoy estudiando en Granada.

Comenzamos a andar y ella volvió a colgarse de mi brazo. Me gustaba hablar con Antonia, empecé a pensar que era el tipo de chica que me gustaría tener como novia y poder compartir con ella las inquietudes y las preocupaciones que se tienen a esa edad y, cómo no, también los ratos de intimidad.

Llegamos al portal en el que vivía, no quería despedirme de ella. Me volvió a la cabeza el conjuro, pero decidí que hiciera efecto o no, no iba a hacerle a Antonia semejante charranada. Le dije:

-              Antonia, encantado de haberte conocido, me lo he pasado muy bien. Cuando vaya por Granada te llamo y nos vemos o cuando vuelvas por Sevilla, llámame y tomamos algo.

-              Igualmente, ¿tienes prisa?

-              No, he imaginado que querrías descansar.

-              Te invito a un café arriba, mi amiga ha tenido que irse, su madre se ha puesto enferma, y me he quedado sola.

¡No podía creer mi suerte otra vez!

-              Por mí encantado, mañana es sábado, no tengo que levantarme temprano y además estoy muy a gusto contigo.

-              Gracias y de nuevo igualmente.

Subimos tres pisos por las escaleras, la casa no tenía ascensor, y entramos en un piso bastante pequeño, pero muy acogedor. Antonia se quitó la chaqueta y sus tetas destacaron debajo de la blusa que llevaba.

-              ¿Qué quieres tomar? –Me preguntó-.

-              Yo prefiero una copa a un café.

-              Te apetece una copa de cava extremeño, mi amiga es de Badajoz y se empeña en hacer patria.

-              ¿Por qué no? De acuerdo.

El piso tenía la cocina integrada en el salón. Antonia se acercó por la botella y las copas. Sacó la botella del frigorífico y me la pasó para que la descorchase, recordé la primera noche con Carmen y pensé que iba a poder dedicarme al descorche. Al agacharse para coger las copas la falda se le subió y me dejó ver íntegramente sus preciosos muslos por detrás y parte de su culo. Llevaba un tanga rojo de hilo, que con gran dificultad lograba cubrirle el chocho, y mi espada láser empezó a animarse ante esa visión divina. Volvió con las copas, las llené y nos sentamos en el sofá.

-              Por este fantástico encuentro –propuse de brindis y chocamos las copas-.

-              ¿Qué edad tienes? –Me pregunto-.

-              Veinticuatro, ¿y tú?

-              Diecinueve. ¿Tienes novia?

-              No, hace unos meses que me dejó la que tenía, ¿y tú?

-              Tampoco. No me apetece, prefiero no tener compromisos.

Antonia me tenía encandilado. Simpática, guapa, atractiva. Con una cabeza muy bien amueblada para tener diecinueve años. Vamos que tenía todo lo que se podía pedir. Deseé besarla, pero no me atreví todavía. Si a ella no le apetecía se terminaría la noche y yo no quería que eso ocurriese. Cuando nos bebimos un par de copas, Antonia me dijo:

-              ¿Te importa si me pongo cómoda? Aunque esto no lo dice una chica nunca, pero los zapatos me están matando.

-              Claro que no me importa. –Ella se levantó y se entró en una habitación. Yo seguí hablando:- Hay que ver los sacrificios que hacéis las mujeres para estar más atractivas, lo que en tu caso además es imposible.

-              Me voy a poner colorada con el piropo.

Cuando me contestó miré hacia la puerta por la que había salido de la sala. Estaba entornada y pude ver que se había quedado en sujetador y tanga. Estaba preciosa. Deje de mirar, pero la imagen no se me iba de la cabeza y estaba afectando gravemente a mi polla, que no paraba de crecer y había empezado a segregar líquido preseminal como una manguera de los bomberos. Empecé a preocuparme. Decidí ir al servicio en ese momento que ella no estaba y así no se percataría de mi erección  y limpiarme la polla en la medida de lo posible. Tenía los boxes mojados y la inundación estaba traspasando peligrosamente al pantalón. Hice lo que pude y volví al salón. Antonia ya estaba sentada en el sofá con una bata como de seda roja, tan corta que permitía admirar sus preciosas piernas.

-              ¡Qué barbaridad, qué guapa Antonia! Yo creo que si quieres ir más atractiva deberías salir así.

Llené las copas de nuevo, me senté y finalmente decidí besarla. Estábamos los dos con las cabezas giradas mirándonos uno al otro, me fui acercando a su boca temiendo que ella se retirara, pero en lugar de eso, acercó sus labios a los míos, hasta que nos besamos. La gloria bendita no le llegaba a la suela del zapato a aquel beso. Nos separamos y nos miramos a los ojos sin hablarnos.

-              Creí que no te ibas a decidir nunca –me dijo rompiendo el silencio-.

-              Las cosas importantes hay que pensárselas y esta es muy importante para mí.

Me miró de arriba abajo, luego me cogió una mano y dijo:

-              ¿Tienes problemas de eyaculación precoz?

-              No, ¿por qué?

Señaló mi entrepierna y hostia, tenía un humedal en el pantalón que además,  con la erección que tenía, hacía que destacase como la cima de una montaña nevada. Me puse rojo como un tomate.

-              ¡Joder, que vergüenza Antonia! No tengo eyaculación precoz, más bien lo contrario. Lo que pasa es que cuando estoy caliente y empalmado segrego litros de líquido preseminal y eso que ya he ido antes al aseo a tratar de limpiarme.

-              A mí me pasa lo mismo. Cuando estoy caliente mi chocho es una máquina de segregar jugos. Antes no me molestaban los zapatos, lo que pasaba es que tenía el tanga empapado y tenía que cambiarme para que los jugos no me bajaran por las piernas.

Diciendo esto se abrió la bata y ya no llevaba el tanga de antes, sino unas bragas con una entrepierna bastante grande. Con bragas o con tanga la visión de Antonia con la bata abierta fue una de las más bellas de las que he disfrutado en mi vida.

-              Bueno, después de esta charla sobre los humedales, creo que no tiene mucho sentido seguir disimulando las ganas que nos tenemos. –Dijo poniéndose con las piernas abiertas sobre mis piernas y besándome en la boca-.

-              No, no creo que tenga mucho sentido –le dije, quitándole la bata, abrazándola y devolviéndole el beso-.

-              Quítate los pantalones, que los vas a echar a perder –dijo levantándose de mis piernas y ejerciendo de madre-.

-              Es la peor excusa que han utilizado nunca conmigo para que me quite los pantalones –le dije y ella se empezó a reír-. ¿Los boxes también?

-              Claro, si están para tenderlos y ya que estás puesto quítate también la camisa, vamos, que te quedes en pelotas.

Me levanté del sofá para desnudarme y ella se sentó a mirarme. Cuando me bajé los pantalones tenía la polla fuera de los boxes y cayeron varias gotas de líquido preseminal al suelo.

-              ¿Voy por la fregona? –Me dijo con mucha sorna-.

-              Depende de cómo tengas tú el chocho.

-              Pues con muchas ganas de guasa –contestó sin dejar de mirarme-.

-              Estás tú muy suelta para tener diecinueve años.

-              Es que me ponen mucho los hombres mayores.

Decidí no seguir porque estaba viendo que me iba a ganar. Cuando estuve completamente desnudo me puse encima de ella para besarla. Tenía las tetas tan duras, que me hacían daño en el pecho cuando me apretaba contra ella.

-              Ahora te toca a ti, que vas a mancharle el sofá a tu amiga –le dije echándome a un lado-.

Antonia se levantó y se puso de espaldas a mí. Se soltó el sujetador, lo dejó caer y luego se quitó las bragas doblándose por la cintura todo lo que pudo para que admirase su culo y su chocho desde detrás. Se dio la vuelta tapándose como el cuadro del nacimiento de Venus. No podía ser que ahora le diese pudor que la viera desnuda. Al momento supe que, en efecto no era pudor, estaba jugando conmigo. Fue bajando lentamente el brazo con el que se tapaba las tetas hasta llevarlo también a su chocho. Me estaba poniendo caliente como una brasa. Sus tetas eran grandes, como había supuesto, estaban tan duras que parecía que me miraran desafiándome, las areolas eran rosadas y grandes y los pezones también grandes y erectos. Luego apartó primero una mano de su chocho y después la otra. Tenía un gran triángulo de vello, muy corto, casi rapado. Su chocho estaba abierto, rosado y brillante.

-              ¡Por Dios Antonia! ¿Pero a ti con qué te han criado para que estés tan buena? –Le dije mientras notaba cómo me iba brotando líquido preseminal del nabo-.

Me levanté, me acerqué a ella y la abracé besándola de nuevo.

-              Me estás pringando la barriga con tus líquidos –me dijo moviéndose de un lado a otro contra mi polla-.

-              Eso no es nada para lo que te voy a pringar.

-              Parole, parole, parole,… -tarareó-.

La apreté contra mí sobándole el culo, luego bajé la cabeza para llegar a sus tetas y poder besárselas y chupárselas. Por último me puse de rodillas para besar su chocho, pero ella se retiró.

-              ¿No te gusta el sexo oral? –Le pregunté-.

-              A mí me gusta el sexo sin apellidos, pero acabamos de conocernos y no creo que debamos gastar toda la munición a la primera.

Bajó su mano hasta mis huevos y empezó a amasármelos. Gemí profundamente con su contacto. Le correspondí llevando una mano a su chocho. Lo tenía empapado, mis dedos corrían sobre él sin ninguna dificultad.

-              Me gusta que estés así por mí. Vamos a tener que beber líquidos para no deshidratarnos. –Le dije al oído-.

-              Yo aguanto mucho tiempo sin beber, no ves que soy del desierto.

Subió su mano, me cogió la polla y empezó a meneármela.

-              ¿Te apetece follar? –Le susurré-.

-              No, me apetece más ver la teletienda. ¿Tú eres tonto? Si no, ¿qué estoy haciendo aquí en pelotas, besándote y acariciándote el nabo?

Tiró de mí hacia la habitación en la que se había cambiado y se puso de rodillas en el borde de la cama. Me quedé mirándola no sé cuánto tiempo, hasta que ella me dijo:

-              Carlos, no estoy así para cambiar las sábanas, ¿vas a hacer algo o hago pasar al siguiente?

-              Eres tú muy chula, pero con ese cuerpo que tienes puedes ser cómo te de la gana.

Me puse detrás de ella y encajé la polla entre sus nalgas, tirando de sus caderas hacia mí para apretar más. Doblé la cintura y fui besando y lamiendo su espalda. Finalmente, coloqué la punta de la polla en su chocho y fui empujando lentamente hasta meterla entera. Ella empezó a moverse adelante y atrás y yo llevé mis manos a su clítoris para acariciárselo.

-              Follas bien –me dijo-.

-              Tú también –le contesté-.

-              ¿Tienes mucha práctica?

-              Igual hasta menos que tú, pero últimamente me han dado varias magistrales.

-              ¡Sigue que me voy a correr! ¡Cógeme las tetas!

-              ¿Me puedo correr dentro?

-              Prefiero que te corras luego en mis tetas. ¡Aaaagggg, no pares, más fuerte, aaaggg, uuuffff, sigue, sigue, sigue, ahora, ahora, ahora!

Cuando no pudo más se dejo caer en la cama y se volvió para ponerse boca arriba. Me subí sobre ella, que me cogió la polla y la jaló sin dejar de mirarme a los ojos. Me corrí sobre sus tetas tanto como para llenar un vaso de tubo y me dejé caer sobre ella.

Cuando conseguimos recuperar el aliento. Le dije:

-              ¡Joder Antonia cómo me has puesto!

-              ¿Por qué hablas en pasado, es que ya no te pongo? –Me dijo volviendo a cogerme la polla, que estaba dura como antes de correrme-. Ah no, ya noto que todavía te pongo.

Follar con Antonia había sido tan maravilloso como pasar la noche hablando con ella.

-              Vamos a dormir que son las seis de la mañana y yo me tengo que levantar temprano. -Me dijo. Nos abrazamos y nos quedamos dormidos-.

Me despertó Antonia trayéndome un café a la cama. Iba desnuda, como nos habíamos dormido la noche anterior. Yo estaba empalmado, no sé si se me habría bajado en algún momento a lo largo de la noche.

-              Despierta dormilón, que son más de la diez y tengo que coger el tren. –Me dijo pasándome el café-.

-              Gracias, necesito este café más que respirar.

-              Pues tómatelo rapidito que vamos a la ducha.

Me bebí el café casi de un trago y la seguí a la ducha. Mientras esperábamos que saliera el agua caliente nos estuvimos besando. Ya debajo del agua nos fuimos enjabonando mutuamente. El cuerpo de Antonia era impresionante, no se podía estar más buena. Enjabonarla me había puesto caliente a reventar. Se lo dije:

-              Antonia, estoy tan caliente que me duele la polla.

-              Te vas a tener que conformar con una paja, porque voy tarde para el tren.

-              Por esta vez vale, pero tenemos que vernos otra vez sin prisas.

Me agarró la polla y bastó que me la meneara un par de veces para que me corriera a chorros sobre su barriga.

La acompañé a la estación y nos despedimos con un beso rápido porque ella perdía el tren. Andando de regreso al barrio pensé que había conocido a una chica maravillosa con la que no me importaría pasar parte o todo el resto de mi vida. Cuando estuve con Carmen me había convencido de que me gustaban más las maduras, pero esa mañana me estaba convenciendo de lo contrario. Concluí que me gustaban algunas mujeres, dando igual que fueran maduras o jóvenes, dependía de cómo fueran ellas.

Me llamaron del trabajo, tenía que repartir varios paquetes. Me cagué en todo lo cagable porque había dormido muy poco y el alcohol de la noche anterior estaba empezando a pasarme factura, pero no me quedó más remedio que ir tenía que comer y pagar el alquiler. Afortunadamente los paquetes eran pequeños y no tenía que cargar con el armario empotrado. Cuando me quedaba un solo paquete que entregar iba más muerto que vivo, dejé la bicicleta y llamé a la dirección que ponía en el paquete.

-              Mercedes Parpajo.

-              ¿Sí? –Contestó una voz de mujer-.

-              Mensajero.

Me abrió. Cogí el ascensor a la última planta. Volví a llamar a la puerta del piso, contestaron desde dentro que esperara un momento, el momento fueron dos minutos y al final abrieron. Era una mujer como de cincuenta años alta y de muy buen ver. Llevaba un albornoz corto por encima de la rodilla, pensé que a las horas que eran ya le había dado tiempo de arreglarse.

-              Perdona, pero es que estaba en la terraza tomando el sol.

-              ¿Es usted Mercedes Parpajo?

-              Sí, entra por favor.

Pasé, debía llevar una cara horrorosa porque la tal Mercedes me dijo:

-              ¿Quieres agua o una cerveza? Llevas una cara de agotado que da pena y yo suelo revisar los paquetes antes de aceptarlos.

Me pareció que iba a ser mucha cara, pero ella tenía razón, estaba agotado y tenía una sed infernal.

-              Una cerveza, por favor.

-              Pasa a la terraza –me dijo indicándome el camino-. Siéntate y ahora te la llevo.

El piso era grande, pasamos por el salón hacia una terraza enorme y me senté a la sombra en una de las sillas que rodeaban una mesa de madera. Al momento volvió ella con una cerveza helada, una copa también helada y unas patatas fritas de paquete en un plato. La boca se me hizo agua.

-              Espérame aquí un minuto. Mientras te tomas la cerveza, voy a abrir el paquete.

En teoría yo no tenía que esperar nada, pero la cerveza me estaba sabiendo como la mejor que me hubiera tomado en toda mi vida y además así podía sentarme y descansar un poco. A los pocos minutos apareció Mercedes por la puerta de la terraza.

-              Sí, era lo que había pedido. –Dijo, vio que la cerveza había desaparecido y me preguntó indicando el botellín vacío:- ¿Quieres otra?

Me pareció de nuevo que iba a ser mucha cara, pero seguía teniendo una sed tremenda.

-              No debería, pero sí gracias.

Se fue y regresó al minuto con dos botellines y otra copa.

-              Te voy a acompañar, ¿si no te importa?

-              Cómo me va a importar, además, está usted en su casa.

-              Tutéame, por favor, me hace muy mayor que me llames de usted.

-              Como quieras.

Se sentó en frente de mí cruzando sus bonitas piernas, que ahora podía ver casi en su integridad.

-              Debe ser muy cansado estar todo el día andando repartiendo paquetes. –Me dijo-.

-              Bueno yo estoy estudiando y me dedico a esto lo justo para pagarme los gastos.

-              ¡Ah muy bien! Tus padres deben estar muy contentos contigo.

-              Generalmente sí. Ellos ya hacen bastante pagándome los estudios.

Era una mujer muy guapa. Rubia, ojos verdes, una boca de labios carnosos y una bonita sonrisa. Cuando se movía se podía ver un gran y bonito canalillo por la abertura del albornoz. Estaba muy morena, me imaginé que debía pasarse mucho tiempo tomando el sol. Mercedes estaba empezando a gustarme y a ponerme cachondo. Pensé que era un salido, había pasado la noche con un cañón de chica y ya estaba otra vez poniéndome cachondo. Seguimos charlando de naderías, hasta que ella me dijo:

-              ¿Puedo pedirte un favor?

-              Claro, si está en mi mano.

-              Es que mi marido se ha ido el fin de semana de montería y siempre tengo dudas con las tallas, si no importara darme tu opinión.

-              Bueno no soy especialmente habilidoso con esas cosas, pero con que no te tomes muy en serio mi opinión, vale.

Se puso de pié y creí que iría a buscar algo, pero en lugar de eso, se abrió el albornoz y lo dejó caer. Los ojos se me salieron de las órbitas, llevaba la cosa más guarra que yo había visto en mi vida y digo cosa porqué realmente yo no sabía lo que era. Una especie de micro biquini blanco compuesto por unas cuerdecitas que sujetaban tres mini triángulos que muy escasamente le cubrían la raja del chocho y los pezones. El trago de cerveza que tenía en la boca salió expulsado de la impresión. Se dio la vuelta y el culo lo llevaba entero al descubierto, solo con las dos cuerdecitas que iban a juntarse en los costados con las otras dos que le salían del triangulito que a duras penas le cubría la raja. La tía estaba buenísima, unas tetas grandes, una figura preciosa con las formas propias de una mujer madura y un culo de gimnasio impresionante.

-              ¿Crees que mi talla?

¡Pero qué talla, cojones! Aquello se lo podía poner cualquiera, bastaba con darle más o menos longitud a las cuerdecitas. Por la cabeza se me pasaron unas historias que me habían contado los compañeros de reparto, sobre que los mensajeros habían sustituido a los butaneros, tras la generalización del gas canalizado. Yo no les había echado ni cuenta, creyendo que no era más que una leyenda de la profesión, pero yo estaba viendo con mis propios ojos que no era una leyenda.

-              Creo que te queda muy bien –balbuceé como pude, mientras que ella no dejaba de colocarse los triangulitos en su sitio, pero eran demasiado pequeños para cumplir con su supuesta función-.

Me empalmé en menos de diez segundos después de que ella se quitara el albornoz.

-              ¿No te parece un poquito indecente?

-              Pues depende para donde te lo pongas. Si es para tomar el sol aquí, pues no, pero si es para tomarlo en la playa de Chipiona, pues sí.

-              No sé, no termina de convencerme.

Mercedes no paraba de darse vueltas y de ajustarse la cosa esa. Me estaba zorreando a base de bien y yo estaba cayendo en su zorreo al vacío y sin red. Tenía el nabo ya como un leño, empujándome el pantalón y empezando a babear.

-              ¿Te importa acompañarme para darme tu opinión mientras me lo veo en el espejo?

-              Verás Mercedes no me importa, pero estoy en una situación un poco embarazosa. –Le dije señalándome el bulto del pantalón-.

-              No te preocupes, son las cosas que os pasan a los jóvenes con cualquier motivo.

¡Joder con cualquier motivo! Como si la buena señora no supiera el espectáculo que me estaba dando. Me levanté y la seguí al interior del piso. Por un pasillo llegamos al que debía ser el dormitorio principal. A ambos lados de la cama había sendos armarios empotrados con las puertas de espejo. Ya no la veía por delante o por detrás, la veía por todos lados como en una atracción de feria de las antiguas. Nos quedamos los dos de pie.

-              No sé, por detrás me gusta, pero por delante tengo dudas. –Dijo sin dejar de mirarse y de ajustarse los jodidos triangulitos.-.

-              Por detrás es difícil que no te guste, porque no llevas nada que no sea tuyo –le contesté-.

-              Vamos a hacer una cosa, ¿te lo pruebas tú y así puedo verlo con más tranquilidad?

Esa mujer se había vuelto loca. ¿Qué iba a hacer yo con eso puesto? ¿Qué pretendía que me tapara con el triangulito del chocho con el pollón que tenía?

-              No me parece que esa prenda esté hecha para los hombres –le contesté-.

-              Venga, anda. –Me dijo con entonación de niña caprichosa, quitándose la cosa y quedándose en pelotas.-

Tenía las areolas oscuras y del tamaño de dos galletas maría, ¿cómo pretendía tapárselas con eso? El chocho lo tenía completamente depilado y la raja, muy grande, le llegaba a la mitad del monte de Venus.

-              Venga, si te da vergüenza cámbiate en el baño –me dijo pasándome aquello-.

-              Pero Mercedes que esto no está pensado para hombres.

Le daba igual lo que le dijera, me empujó hacia el baño del dormitorio, endosándome aquello. Dentro del baño pensé que aquello era una tomadura de pelo, pero empezó a hacerme gracia verme con aquello y que ella me viera. Si había suerte me iba a follar a una madura que estaba como un queso. Me desnudé y con mucha dificultad logré poner la cosa en su sitio, pero no me tapaba ni los huevos.

-              ¿Estás ya? –Me preguntó-.

-              Sí, más o menos.

Me miré en el espejo del baño, llevaba un pollón como el asta de una bandera y los pelos me salían por todos lados. Aquello era ridículo. Decidí salir, que me viera un segundo y quitármelo después. Conforme volví al dormitorio, Mercedes me hizo una foto con el móvil.

-              ¡Mercedes, por favor, crees que estoy para fotos!

-              Te queda bien, aunque tienes razón, no está hecho para los hombres, sobre si tienen este pollón. –Dijo cogiéndome el nabo-. ¿Te importa si te lo cómo?

-              No, no, haz lo que te apetezca –le dije cogiéndole el culo-.

Se puso en cuclillas y empezó a lamerme la polla y a sobarme los huevos. Yo no estaba para pensar mucho, pero no pude dejar de preguntarme cómo habíamos llegado a estar así. De pronto se escuchó un portazo, ella se levantó y dijo:

-              ¡Mi marido, escóndete, si te ve nos mata, es coronel de la Guardia Civil!

Cogió mi ropa del baño, me la pasó y con la cosa puesta me empujó dentro de un armario entre trajes que debían ser de ella.

-              Te dejo la puerta un poco abierta para que puedas respirar. No vayas a hacer ruido. Trato de quitármelo de encima cuanto antes. No se te ocurra moverte.

Lógicamente se me había bajado el mandado por completo, tanto que ya casi me cabía dentro del triangulito. Una voz de hombre dijo:

-              Hola preciosa, que me gusta que me recibas así.

-              ¿Qué ha pasado, no volvías mañana?

-              La montería era una mierda y el resto de cazadores unos rojos insoportables, así que me dije que sería mejor que pasáramos la tarde juntos, haciendo lo que más nos gusta: follar. ¿Y tú que estabas tomando el sol en la terraza?

-              Sí, he venido a refrescarme un poco, el sol pica todavía.

Durante un rato no escuché nada. Por la raja que me había dejado entreabierta Mercedes en la puerta del armario, podía ver lo que pasaba en la habitación reflejado en las puertas de espejo del otro lado. Se estaban besando y él, un hombre como de cincuenta y tantos años, la estaba cogiendo el culo y apretándola contra él.

-              ¿Te apetece chupármela un ratito? –Le dijo-.

-              Claro cariño, me encanta tu palo de caramelo.

¡Tenía cojones que el tío viniera calentito! Todavía iba a tener que ver cómo se la comían al tío. Ella se volvió a poner en cuclillas, de esos ejercicios debía tener el culo que tenía, fue a abrirle el pantalón, pero él le dijo:

-              Espera cariño que me quite el arma.

El tío se sacó de una funda que llevaba colgada del cinturón un pistolón como el de “Harry el sucio” y lo dejó sobre la mesilla de noche. Yo estaba cada vez más acojonado, volvía a tener la boca seca como el esparto. Durante el tiempo que él tardó en quitarse el pistolón, Mercedes le estuvo sobando la entrepierna por encima del pantalón. Luego ella volvió a ponerse en cuclillas, podía ver su chocho completamente abierto por la postura, rosado, grande y ya con los labios por fuera. Le abrió el pantalón y se lo bajó junto a los calzoncillos. El tío tenía un pollón que podía ser casi el doble del mío y todavía no estaba empalmado del todo. Mercedes empezó a chuparle el cabezón y a pasar la lengua por el tronco hasta los huevos.

-              ¿Te gusta? –Le preguntó al guardia civil-.

-              Me encanta, tienes una lengua que me vuelve loco.

Mercedes seguía dale que te pego hasta que el pollón del marido se puso como un leño. ¡Joder aquello debía medir más de veinticinco centímetros y tan gorda que ella no podía cerrar la mano alrededor.

-              Mercedes, ¿has pensado en lo que te propuse? –Le preguntó él-.

-              Sí, pero me da un poco de vergüenza, no lo veo claro.

-              Venga mujer, concédeme esa fantasía.

-              Paco, ¿qué empeño tienes en verme follar con otro?

¡Cojones con el guardia civil! Así que el tío era un vicioso, que quería ver cómo se follaban al bombón de mujer que tenía.

-              No sé, hace años que sueño en ver cómo se la comes a otro tío y después verte y oírte mientras te la mete. –Le dijo el tal Paco-.

-              Me estas poniendo muy caliente. ¿Y tú qué harías?

-              Me sentaría a observaros sobándome el nabo.

¡Vaya con el matrimonio lo moderno que era! Mi polla había empezado a revivir entre ver la mamada y la conversación que mantenían.

-              ¿Y por qué no hacemos mejor un intercambio? Y así veo yo también como taladras a otra con este pollón.

-              Puede ser, ¿pero dónde buscamos a la otra pareja?

Mercedes había empezado a sobarse el chocho, sin parar de chuparle la polla al marido.

-              Seguro que por internet hay otras parejas tan calientes como nosotros, deseando que las contacten. –Dijo Mercedes-.

-              ¡Qué bien la chupas, putita!

-              Dímelo otra vez.

-              ¿Qué, lo de chupar o lo de putita? –Le preguntó Paco agarrándole las tetas-.

-              Lo de putita, me pone muy caliente.

Pensé qué cojones estaba haciendo yo allí y también que el tal Paco no sabía que yo estaba viendo y escuchando, pero Mercedes sí y no se cortaba un pelo, sino todo lo contrario. El guardia civil se quitó la camisa y sacó las piernas de los pantalones.

-              Te voy a comer ese coño grande de putita que tienes y que tanto me gusta.

Levantó a Mercedes y la puso boca arriba en la cama.

-              Espera, mejor hacemos un “69” que quiero seguir comiéndote la polla.

Qué pareja tan habladora en la cama, pensé. De pronto se me vino a la cabeza que me había dejado el móvil en la terraza y además lo tenía a todo volumen para escucharlo en la bicicleta. Me acojoné del todo, como sonara me iba a llevar dos tiros, sin comerlo ni beberlo, bueno un poco sí que me lo había buscado. La pareja se puso en posición y empezaron a oírse chupetones y lametones. Veía cómo Mercedes se metía en la boca hasta el fondo el pollón de su marido. ¿Cómo le podía  caber aquello entero?

-              A mí me pondría más que otro mirara como me follas – dijo Mercedes en uno de los poco momento que no tenía  la boca llena-.

-              Tienes razón, a mí también me pondría mucho que un pánfilo nos mirara mientras follamos. Me pondría muy caliente hacerte de todo, mientras que el tío nos mira sin poder hacer nada, pero babeando por tu cuerpo.

-              Imagínate que nos estuvieran mirando ahora.

-              De sólo imaginármelo se me pone la polla todavía más dura.

Qué hija de puta Mercedes, se estaba calentado a costa mía y encima se cachondeaba del marido. Sí que era bastante zorra la tía.

-              ¡No pares ahora Paco, sigue chupando, cómete mi garbanzo, que me voy a correr!

-              ¿Tan caliente estás?

-              Me estoy imaginando que nos miran y me he puesto a mil. ¡Sigue, sigue, sigue, me corro, me corro, me…!

¡Vaya forma de correrse tenía Mercedes! Empezó a soltar jugos de una manera, que el marido no daba abasto a tragárselos. Se dejó caer boca arriba hacia el lado.

-              Dame un minuto Paco, que me recupere y voy por el segundo.

La que se lo iba a quitar de en medio rápido, resulta que quería varios, ¿es que no se acordaba que yo estaba en el armario, peor que en pelotas?

-              Descansa amor, que debes estar reventada con la cantidad de jugos que te han salido. Hacía tiempo que no te corrías de esa manera y tan rápido. ¿Qué estabas haciendo cuando he llegado? ¿Haciéndote una paja con tus juguetitos o tienes a tu amante en el armario?

Rogué a Dios que Mercedes se animara pronto, antes de que marido siguiera pensando y con las tonterías le diera por mirar dentro del armario.

-              No es eso, es que imaginarme follando con otro mientras me miras o mirarte mientras que te follas a otra con ese pollón o que nos estuvieran mirando ahora, me ha puesto fuera de control. Eres muy cochino Paco y eso me encanta.

-              Y tú muy puta y también me encanta. Quédate así.

Paco se colocó sobre Mercedes de rodillas, llevó una mano a su chocho, le cogió parte de los jugos que todavía tenía, se embadurno el pollón con ellos y se la metió entre las tetas. Ella se las apretó con fuerza hasta rodearle el pollón y él empezó a moverse adelante y atrás.

-              Échate más adelante para que te la coma también. –Le dijo Mercedes-.

-              ¡Qué guarra eres!

-              Calla y méteme las manos en la boca.

A Mercedes no le iba a faltar nada por hacer o por decir, pensé, pero me equivoqué.

-              ¿No te corres Paco?

-              Estoy tan caliente que no puedo.

-              ¿Te apetece metérmela por el culo?

-              Ya sabes que normalmente por ahí te hago daño.

-              Hoy creo que no, sigo tan caliente que tengo todos los agujeros dilatados.

Paco se puso a un lado, ella se puso de rodillas con las piernas abiertas y sobándose el coño. Él se puso también de rodillas detrás de Mercedes, se cogió el pollón y se lo fue metiendo por el culo hasta que lo tuvo entero dentro y empezó el mete y saca. Relejada en el espejo podía ver la cara de viciosa que tenía Mercedes, mirando fijamente a la abertura de las puertas del armario donde yo estaba. Me estaba dedicando el espectáculo, la muy hija de puta.

-              ¡Mercedes me voy a correr, me encanta follarte el culo, me aprieta mucho la polla!

-              Córrete, yo también me voy a correr otra vez.

-              ¡Toma leche, toma leche, aaagg, espera que me queda más todavía!

-              ¡Dámela toda, lléname las tripas, la siento como se estrella en mi culo, aaaggg, aaaggg!

Debieron correrse los dos. Desde luego no se podía negar que tenían una vida sexual intensa.

-              Vamos a la ducha Paco, que necesito relajarme.

-              Primero devuélveme lo que es mío.

El tío guarro se puso boca arriba en la cama y Mercedes en cuclillas le puso el culo en la boca, para que le cayeran los chorros de lefa, que el tío se tragó. Cuando terminó se levantaron y se fueron al baño. Al rato de escuchar caer el agua salí del armario, literalmente no metafóricamente, corrí a la terraza a recoger mi móvil y salí de la casa como alma lleva el diablo. Cuando cerré la puerta podía oír cómo Mercedes y Paco se partían de la risa en el baño. Menos mal que en la planta no había más pisos y me pude vestir más o menos, pero sin quitarme la cosa de los triangulitos.

¡Joder, tenía que echar algo de cabeza, porque había pasado uno de los peores ratos de mi vida, viéndome más muerto que vivo!

De camino al estudio estuve pensando en que valiente zorra hija de puta era Mercedes, pasándoselo en grande mientras yo me acojonaba en el armario.

Pero el sábado no había terminado para mí, ni mucho menos. Cuando llegue al estudio la puerta estaba abierta y el interior todo revuelto. El ordenador y el resto de las cosas estaban por allí, pero no el cuaderno ni la carpeta donde los había escondido. El cabrón que me había pedido que se los devolviera, había decidido recuperarlos él por su cuenta. Me jodió la intrusión en mi intimidad, no tanto la pérdida del cuaderno y la carpeta. La verdad es que ya no me interesaban tanto y, además, los tenía fotografiados.

Ordené el estudio y decidí darme una ducha antes de salir a comer algo. Eran las seis de la tarde y yo estaba sólo con unas pocas patatas fritas en el estómago.

Estando en la ducha oí el ruido de la puerta del estudio abrirse.

-              ¿Quién es? –Pregunté, pero no me contestaron, cogí la toalla y salí del baño-.

-              Hola Carlos –era Clara, que estaba sentada en el sofá-.

-              Hola Clara. No sé si sabes que se llama antes de entrar en la habitación de otra persona.

-              Como hace tiempo que no te he visto, he pensado que tú y yo tenemos una cosa pendiente.

-              Tienes razón, pero yo antes tengo que comer algo, estoy en ayunas desde ayer noche.

-              Sí no te importa te acompaño.

-              Por mí perfecto.

Yo no tenía muchas más ganas de lío y lo que de verdad me hubiera apetecido era comer algo e irme al cine a descansar y dejar de pensar o dar una vuelta con Antonia, pero Clara era mucha Clara para decirle que no.

Terminé de arreglarme sin que Clara me quitara ojo mientras me vestía, y nos fuimos a comer algo. Nos sentamos en una especie de pizzería. Pedimos una pizza y dos copas de vino. Estuvimos charlando un rato de tonterías. Clara y yo nos entendíamos bien. Decidí preguntarle:

-              Oye Clara, ¿ha estado hoy alguien en tu casa?

-              ¿Por qué?

-              Pues porque me han entrado en el estudio, me lo han desordenado y me faltan algunas cosas.

-              Vaya, lo siento. Hoy nadie, pero ayer noche estuvo cenando Antonio, el anterior ocupante del estudio. -¡Joder con el tal Antonio!-

-              ¿Sabes dónde podría encontrarlo? –Le pregunté-.

-              Yo no, quizás lo sepa mi madre. ¿Qué es lo que te falta?

-              Realmente lo que me falta no era mío, sino del tal Antonio. Un cuaderno y una carpeta con los experimentos que hacían él y tu padre, con el conjuro de marras.

-              ¡No me jodas! ¿Cómo es que lo tenías tú?

-              Me los encontré en el estudio, los miré y los guardé, tampoco sabía qué hacer con ellos. Sin identificarse, me los reclamó hace poco por un correo electrónico, yo ya no los quería, pero me lié y no se los pude devolver.

-              En buen lío te has metido. Antonio es un hombre muy raro y no es nada de fiar.

-              ¡Joder, voy de lío en lío!

-              Sí, Virtudes está contigo que echa chispas. Dice que la insultaste anoche.

-              Bah, nada del otro mundo, se puso a vacilarme y la llamé calientapollas, ahí quedó el tema. Hoy si que he tenido un lío y gordo.

-              ¿Qué te ha pasado?

-              Anoche tuve una noche movida estupenda, me dormí tarde y esta mañana me he tenido que levantar temprano y encima tenía reparto. Al terminar el reparto estaba muerto, le acepté un par de cervezas a una clienta, la tía me zorreó, yo caí en el zorreo y en medio del tema apareció el marido, un guardia civil. Me he pasado media tarde escondido en el armario, mientras que ellos follaban como descosidos.

-              ¿Ella no se llamaría Mercedes Parpajo?

-              Sí, no se me va a olvidar el nombrecito. ¿Cómo lo sabes?

Clara empezó a desternillarse de la risa.

-              ¿Qué te resulta tan divertido? –Le pregunté un poco molesto, después del mal rato que había pasado-.

-              Has caído como un pardillo –me contestó sin poder parar reírse-.

-              ¿Qué he caído en qué?

-              Son famosos en el mundo de las perversiones de Sevilla. Él ni es guardia civil ni leches, es un tío que vende seguros. Lo que les pone es follar delante de otros. Ella, Mercedes, se ha especializado ahora en los mensajeros. Los zorrea y cuando los tiene en el lío, se presenta el marido, que por supuesto sabe que el otro está en el armario mirando, y se ponen a follar a base de bien.

¡No me lo podía creer, pero que hijos de puta, así se estaban riendo cuando salí del piso con la cosa esa puesta!

-              ¡Pero qué gilipollas soy! Pues yo estaba acojonado, ella me dijo que me escondiera y que el marido era guardia civil, luego el tío puso un pistolón en la mesilla de noche como el de Harry el sucio.

-              Pobre, ¿pero cómo no sabes esas cosas?

-              Yo soy un tío muy normalito. ¿Qué iba a saber yo de perversiones hasta que entré en tu casa?

-              Tampoco te pases. En casa somos calientes y tenemos nuestros vicios, pero nada de perversiones, como los Parpajo. –Dijo volviendo a reírse hasta partirse-. Me lo paso estupendamente contigo y tus historias.

-              Pues eso que no te he contado lo mejor. La tía me hizo ponerme una cosa, porque no sé cómo llamarlo, una especie de micro biquini con cuerdecitas, con el que me pasé todo el tiempo que estuve en el armario y encima antes me hizo una foto con la cosa puesta y todo el mandado al aire.

-              Déjalo ya porque me voy a poner mala de tanto reírme. Anda vámonos, que ya estarás más repuesto.

-              ¿Te apetece que vayamos al cine? –Le pregunté-.

-              Vale, como si fuéramos unos novios a la antigua. Eres el primer tío al que le propongo follar y me da largas.

-              Estoy deseando follar contigo, pero también me apetece hacer otras cosas –le dije dándole un pico en los labios-.

-              Espera, una curiosidad morbosa.

-              No me vayas a hablar otra vez de los Parpajo.

-              No, no quiero volver a partirme de la risa contigo. ¿El conjuro funciona?

-              A mí me parece una paparrucha. Yo lo he utilizado una sola vez. A la chica que se lo solté me mandó al carajo, pero dos chicas gorditas que estaban al lado me follaron a base de bien. Al principio creí que eran efectos colaterales, pero luego he pensado que no, que simplemente lo oyeron, dedujeron que yo quería follar y yo deduzco ahora que ellas también querían follar fuera conmigo o con el conductor del tranvía.

-              ¿Otra de tus historias?

-              Que va, es completamente cierto. Una profesora mía, y ahora también amiga, que yo había visto en los papeles de marras, me contó cómo fue que se la largara el tal Antonio y me aseguró que no le había hecho el mínimo efecto, aunque él creyera que sí. También me dio un buen consejo, no hay mejor conjuro que un beso.

-              Me parece muy inteligente y muy cierto.

-              ¿Sabes que tú madre me lo largó?

-              ¡No me lo puedo creer! ¿Y te hizo efecto?

-              Ni el más mínimo. Follamos porque a ella se le había metido entre ceja y ceja y a mí me apetecía.

-              Pobre de mí madre, eso demuestra que ya no se fía de sus armas de seducción.

-              Pues se equivoca, porque está buenísima y es muy atractiva. Vámonos que llegamos tarde al cine.

-              Espera un poco, si no llegamos vamos a la siguiente sesión. Dime a mí el conjuro, a ver qué pasa.

-              ¡Anda ya y no digas más tonterías! Para qué te lo voy a decir, si tú ya quieres follar conmigo.

-              Venga, por probar.

-              Vale, pero luego nos vamos. “No escondas tus deseos más íntimos, cúmplelos, libera tu mente y rinde culto a tu cuerpo y al mío”.

-              ¡Fóllame aquí mismo! –Me dijo llevando su mano a mi entrepierna-.

-              ¡Tú estás loca!

-              ¡Pardillo, que eres un pardillo! Te las tragas todas, mira que creerme. –Y volvió a partirse de la risa. Me gustaba cuando se reía-. Vámonos, pero después del cine no bebemos garrafón.

Continuará si a vosotros lectores os apetece. Decídmelo en vuestros comentarios.