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La Reme, de beata a choni, 3

en Sexo con maduras

LA REME, DE BEATA A CHONI 3

 

El ascenso me obligó a hacer un curso con prácticas de tres meses en la sede central de la empresa. Después, volvería a la sucursal con el nuevo cargo en el bolsillo y un aumento de sueldo. Así que decidí hacerme un buen regalo para el retorno.

Como ya he dicho, una de las principales virtudes físicas de la Reme era su tetamen, pero, claro, la edad no perdona y el volumen mamario, unido a la fuerza de la gravedad, ensombrecía algo su figura cuando la tenía despelotada. No es que la cuestión me preocupase especialmente. En realidad, ver meneándose sus tetazas colgantes cuando la estaba empalando a cuatro patas, me parecía un espectáculo de un morbazo impresionante. Pero a ella la cosa la tenía un poco acomplejada. Así que, tras consultar con un viejo conocido que trabajaba en una clínica estética, decidí regalarle a mi putilla un recauchutado y levantamiento del tetamen. La Reme, al principio reticente, cambió de idea tras tener una entrevista con el cirujano e incluso acordamos aumentar una talla más sus tetazas. Me hacía ilusión tener una megavixen. Como las chicas de las películas de Russ Meyer, vamos.

El cirujano, que tenía pocas oportunidades de tratar con un material de tan buena calidad estaba encantado y la Reme ilusionadísima. El único escollóo como de costumbre, era nuestro entrañable cornudo al que tuvimos que engañar. Le pedí a  Reme que le contase que tenía un bultito (benigno, tampoco había que asustar más de lo necesario) y que le habían aconsejado operarlo antes de que fuese a más. El Gus, se tragó la milonga y agradeció sumiso mi colaboración económica (que obviamente, pensaba recortar de los beneficios de la nómina del personal) para operarse en una clínica privada y no tener que sufrir la interminable lista de espera de la seguridad social.

Y, tras un apoteósico polvazo de hasta luego, dejé la ciudad para ir a hacer el curso y las prácticas a la central, con la ilusión de estrenar el nuevo tetamen de la Reme a la vuelta.

Justo tres meses después ya estaba de vuelta en casa, feliz como una lombriz. Lo primero que hice al llegar al llegar al aeropueto fue llamar a mi choni para que se acercase esa misma tarde para “limpiar un poco la casa, y esas cosas…”

 

Y en esas tareas domésticas estábamos, un poco más tarde de la hora habitual, cuando sonó el timbre. Justo entonces tenía a la Reme a cuatro patas y la estaba enculando, con una mano le sujetaba la cadera y con la otra le agarraba con fuerza su melena de hortera rubia de bote. Me la estaba follando con la furia habitual en la cama de la habitación más grande de casa, frente a las puertas de espejo del armario ropero. De ese modo podía contemplar su jeta de puerca y ver como berreaba de gusto con la tranca barrenándole el ojete. Ninguno hicimos caso. “¡Sigue, cabrón, que seguro que es propaganda!”, dijo ella.

Se notaba que los tres meses sin vernos no habían hecho otra cosa más que incrementar su deseo y las ganas de disfrutar de una buena polla. Yo, por mi parte, estaba ansioso por complacerla y disfrutar de mi jamona guarrilla y sobre todo de sus tetazas, recién recauchutadas y con extra de silicona, que se balanceaban como poderosas ubres ante las emboladas de mi rabo. Sin duda, la pasta pagada al cirujano plástico había sido la mejor inversión de mi vida.

En mis meses en la central aunque había ido follando con relativa asiduidad, tanto putas, como tías que me ligaba por internet o en algún bareto, no había encontrado ninguna que me pusiese tan cachondo como la Reme. La había echado mucho de menos, esta es la verdad.

Estaba demasiado concentrado en mi placer y me hice el sordo cuando sonó el timbre por segunda vez, pero a la tercera pensé que podía ser algo serio y saqué la polla del culo de la Reme, con un sonido de chapoteo que provocó que mi putilla exclamase un "¡Mierda, joder!" que denotaba su decepción. 

Cuando me acerqué a abrir la puerta, dejando a la guarra con la cabeza agachada y el culo abierto, refunfuñando quejosa, llevaba un cabreo de proporciones bíblicas.

Con muy mala leche y la polla todavía tiesa y pringosa, grité furibundo:

-¡Ya voy, joder, ya voy!

Abrí la puerta pensando en quién coño debía ser el pelmazo, esperando que se tratase de una situación de vida o muerte. Si no, el pringado intruso se iba a enterar.

Y, os engañaría si dijese que no me sorprendió ver la ridícula y canija figura del cornudo de Gustavo, medio asustado al ver mi cara de mala leche y mi aspecto en pelotas, con la polla semierecta reluciente y pringosa, todavía con restos del culo de la puta de su mujer.

-¡Joder, Gustavo! ¿Qué coño quieres ahora? ¿No ves que estoy ocupado? -le grité de la manera más agria y borde posible.

-Perdona... Javi, perdona. -me dijo, bajando la mirada- ¿Te estabas duchando...?

-¿Duchando? ¡Qué cojones dices! ¿Tú te duchas con la polla como una estaca?-disfrutaba humillando a Gustavo, no nos engañemos. Él ya no sabía dónde meterse y bajaba la mirada, avergonzado- No, capullo, no me estaba duchando. Me estaba follando a una guarrilla... Y ahora, con tu puñetera interrupción, he tenido que dejarla a medias y con el culo en pompa.

-Perdona, lo... lo siento, yo no sabía...

-Venga, tío, déjate ya de rollos, ¿qué coño quieres?

-Lo siento... Mira, Javi, ya veo que mi mujer no está por aquí... Pero, no sé si tú sabes dónde puede haber ido... ¿Porque ha venido a hacerte las faenas de la casa, no?

"Las faenas de la casa y algunas más", pensé yo.

Allí, en pelotas, con la polla húmeda y el identificable olor del culo de la guarra de su mujer, disfrutaba viendo al acoquinado y tímido pichafloja, agachando la cornamenta y tratando de evitar mirar mi sudoroso cuerpo y, sobre todo, la pendulona polla que se balanceaba a escasos centímetros de su pequeño cuerpo.

Al fondo del pasillo, a través de la puerta abierta de mi habitación, podía ver a la Reme que se descojonaba con la situación. Seguía en pelotas y, no podía evitar sentirme orgulloso de la excelente inversión que había hecho pagándole el arreglo de tetas que tan espectacularmente lucia con orgullo. Con una sonrisa de oreja a oreja, contemplaba mi polla que solo ansiaba volver a tener dentro, mientras fumaba un cigarrillo y tomaba un trago de cerveza. 

Al mirar su cuerpo, volví a recordar las chicas de las películas de Russ Meyer a las que tanto se parecía y la polla me dio un respingo que no pasó desapercibido al maricón de Gustavo.

Le miré con indisimulado desprecio y decidí despacharlo, después de la soberbia recepción que me había dado la Reme, no se merecía que la hiciera esperar mucho.

-Mira, tío, tu mujer vino a su hora, hizo las tareas de la casa, tal y como tenía que hacer y se largó. No tengo ni puta idea de si se fue a tu casa, a dar una vuelta o a tomar por culo -ahí sí que sabía que había ido... ¡Ja, ja, ja!-. Yo que sé... Igual tiene un amante o está rezando en la Iglesia para que le toque la lotería de Navidad... –“y perderte de vista…” estuve a punto de añadir.

Mientras hablaba, me iba acercando a Gustavo y éste retrocedía hacia el descansillo de la escalera, cada vez más asustado.

-Ya, ya... Perdona, Javi, perdona... Ya me voy, es que es muy raro que tarde tanto... Normalmente...

-Bueno, pues no está... ¿Vale? Y, para que te quede claro, no vuelvas a molestarme con una gilipollez así... ¿De acuerdo?

-Sí, sí... Claro...

-Desde luego, no me extraña que la Reme se pierda. Sí lo que tiene que aguantar es un capullo como tú... Con lo que vale ella... -al tiempo que hablaba, me giré hacia Reme que me contemplaba pasando la lengua por los labios. Me sobé los huevos y me menee un momento la polla mirándola con deseo.  El cornudo, ignorante de quién era la destinataria de mis gestos, se fue alejando de la puerta, momento que aproveché para cerrarla sin despedirme, ni hacerle el menor caso.

Tras dejar con la puerta en las narices al magullado marido, encontré a la putilla de pie sobre los zapatos de tacón que le obligaba a llevar. Acababa de apagar el pitillo y me esperaba con los brazos abiertos, mostrándome sus tetazas recién operadas que, cada vez más, me parecían descomunales.

Reme, como su marido, era bastante bajita. Más o menos uno cincuenta y cinco. Con los zapatos de tacón debía rondar el metro setenta. Un tamaño ideal para estrujarla a fondo.

Eso es exactamente lo que hice al llegar a su lado.

-¡Joder, Reme, no entiendo cómo pudiste casarte con un gilipollas así...!

Ella soltó una risita y, sin contestar, se arrimó a mi cuerpo y me pegó un morreo de los que hacen época.

Yo le correspondí, restregando mi polla, ya completamente dura por su barriga y amasando su culazo.

-Jaaaavi, olvídate del pichafloja y vamos a recuperar el tiempo perdido... ¿No te apetece volver a petarme el culo o que te haga una buena cubana con estas tetazas que me has regalado?

Y yo,  claro está, ante la sugerencia de la golfa, no pude por menos que complacerla.

El polvo culminó con una espectacular cubana. Reme se tumbó, con la cabeza recostada en la almohada y la boca abierta. Me puse horcajadas sobre ella con la polla encajada entre las ensalivadas domingas de la furcia. Dediqué los siguientes minutos a empujar con fuerza y rabia, tratando de encajar el capullo en la boca anhelante de la guarra. De ese modo, no tardé nada en soltar una corrida épica, dejando toda la jeta de Reme pringosa. Después, ella se relamió orgullosa, mientras le hacía un par de fotos.

Un rato después, tumbados descansando, la miré sobando mis agotados y vacíos cojones y, mientras acariciaba su pelo, todavía pringoso de los churretones de semen que en lugar de la cara habían acabado en el cabello, empecé a celebrar lo bien que me estaban yendo las cosas. Yo todavía tenía intención de que mejorasen.

(Continuará…)