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Viaje de novios (Cuatrimonio 2a parte)

en Transexuales

Me desperté con la cabeza embotada. A medida que iba recuperando la consciencia, notaba el fuerte olor a sexo que había en la habitación, los pelos del pecho de papá pegados a mi espalda, su glande todavía dentro de mi recién estrenado coño. Mi polla estaba entre las nalgas de Víctor, que envolvía con su cuerpo y sus brazos la maravillosa figura de Adriana.

Tenía la boca reseca, y necesitaba ir al baño, de modo que me moví con sigilo para no despertar a mis maridos, y me dirigí vacilante hacia la cocina, esperando encontrar algo fresco en la nevera. Ni se me ocurrió taparme.

Al entrar en la cocina, ¡sorpresa! Mi ex estaba preparando el desayuno mientras mamá la sodomizaba con un enorme strap-on de goma, completamente realista si no fuese por su imposible tamaño. En su frenesí de gozo, ni siquiera se dieron cuenta de que yo estaba allí, hasta que abrí la lata de refresco, que hizo un ruido muy sonoro.

Sólo de verlas a las dos tan calientes, con sus cuerpos femeninos llenos de redondeces y el sudor del deseo goteando, mi clítoris se puso erecto. Mamá me invitó entonces a participar:

-Hijo, soy la única de la familia que todavía no ha follado contigo. ¿Te parece normal?

-¡No! –contesté- ¡Hay que remediarlo enseguida!

Sin sacar el pene de goma del ano de mi ex, mamá empezó a darme furiosos besos con lengua y a meterme dedos en el coño y en el culo, que me estremecían de placer. Mi ex le dijo a mamá:

-¡Folla a tu hijita y la harás feliz! ¡Conmigo tienes ocasiones todos los días!

Entonces mamá me apoyó en la mesa y rápidamente me penetró con el gran dildo por el ano, dándome la sensación de que me estaba partiendo en dos. ¡Creo que nunca había albergado nada tan grande! Y mamá lo metía y sacaba a velocidad endemoniada, mientras yo iba encadenando orgasmos sin parar, que mi ex recibía en su boca de puta.

Fue acumulando en ella mis corridas encadenadas y, en el momento en que mamá se corría en mí, mi ex vertió desde su boca a la mía un litro de mi propia leche caliente.

-No creerías que me iba a tragar eso, ¿no? – Y yo relamiéndome de gusto...

-No se hizo la miel para la boca del cerdo – le contesté riendo -, pero gracias por la mamada. Y gracias también por la leche. ¡Me encanta! ¡Y tú no sabes lo que te pierdes!

Llevé el desayuno de mis maridos y de Adriana a la cama, y me los encontré haciendo una especie de rueda, como un 69 de tres personas. Pues sí, estaba empezando bien cachondo el día... Como todavía no me había recuperado del polvo de la cocina, deposité el desayuno en la mesita, me senté en un butacón, y me los quedé mirando con una amplia sonrisa hasta que se corrieron los tres entre un coro de gemidos y palabrotas de placer.

Después del desayuno, una ducha a cuatro fue la chispa que desencadenó una nueva orgía. Los cuatro hervíamos de deseo y de amor ardientes por los otros tres.

Un poco más y perdemos el avión que salía por la tarde, con destino a una isla perdida del Mar de China Meridional, vía Singapur. Empezaba un viaje de novios que iba a cambiar, de manera insospechada, nuestras vidas de cabo a rabo.

El primer viaje en avión se nos hizo eterno. Ya se sabe hasta qué punto son aburridos esos viajes intercontinentales, y lo sádicos que pueden llegar a ser los que eligen las películas para entretener al personal. Oscureció y apagaron las luces del avión, con lo que inmediatamente empezamos a sobarnos los cuatro, bajo unas mantas que nos habían facilitado las azafatas. Si han intentado follar en un avión, ya sabrán lo complicado que puede ser por lo angosto del espacio, de modo que, aprovechando que una azafata guapísima pasaba por allí, le comenté en voz baja:

-Perdona, me da mucho apuro lo que te voy a preguntar, pero ¿nos podrías encontrar algún sitio donde podamos follar los cuatro juntos? Es que nos acabamos de casar...

-¿Los cuatro? – la azafata nos miró con los ojos abiertos como platos, relucientes a pesar de la semioscuridad, y pasó la punta de la lengua por los labios para humedecerlos, antes de contestar- Venid a la parte de atrás, de uno en uno para no llamar tanto la atención. Hay una cabina para la tripulación. Pero me tenéis que dejar mirar. Si no, no hay trato.

No había pasado ni un cuarto de hora que ya estábamos los cinco dale que te pego trabajando nuestros sexos en todas las combinaciones posibles, y poco después, nos asustó la puerta al abrirse, a pesar de que la habíamos cerrado con llave. Entró el comandante del avión con una mirada lujuriosa, se dirigió directamente a mí, se arrodilló y empezó a mamar mi pija con gran maestría. En ese momento me di cuenta que había una pequeña cámara de video en una esquina del techo, que debía de estar conectada con la cabina de mando. Por eso el hombre vino tan decidido. Verlo arrodillado y tan aplicado en su tarea bucal, rezumando saliva por la boca, vestido todavía con el uniforme azul marino, claramente hinchado en su entrepierna, me puso a mil.

De repente, me asusté:

-Si usted está aquí chupándomela, ¿quién está pilotando este trasto?

Con la boca llena, medio se le entendió:

-Hay pilo...to automà...tico y un ... copi...loto al mando schurp...

Podéis imaginar cómo terminó aquella orgía. El sobrecargo y las azafatas se unieron a ella, y hasta el copiloto, cuando terminó el piloto en mi culito, vino a relevarle.

En Singapur nos esperaba un avioncito de hélice desvencijado, que nos iba a llevar hasta la isla de Futa. No volaba demasiado alto y pudimos disfrutar durante el viaje de unas vistas maravillosas. El piloto nos comentó que la isla se estaba abriendo un poco al turismo, después de permanecer completamente aislada del exterior desde tiempos inmemoriales. También nos avisó que la cultura de la isla era muy especial, y que nos iban a sorprender sus costumbres. Pero cuando le preguntamos por más detalles, nos dijo que ya lo descubriríamos.

El avión aterrizó en un prado verde abierto en la jungla junto a la capital de Futa, una pequeña ciudad de abigarrados edificios de colores, presidida por un gran templo o palacio construido sobre una colina. Cuatro rickshaws nos estaban esperando y salieron corriendo hacia el hotel en cuanto montamos en ellos. Por el camino observamos que la gente era humilde, pero no tenía aspecto de ser sucia ni demasiado pobre.

El hotel era una linda casona de madera, pintada con brillantes colores, junto a la playa de la capital. Bajo el sol del atardecer, el mar absolutamente plano y transparente se mostraba como una tentación irresistible, de modo que en seguida nos acercamos para darnos un chapuzón.

La playa estaba llena de familias y grupos mixtos de jóvenes, muchos de ellos cantando con guitarras y otros instrumentos. Algunas parejas o grupos hacían el amor en ella sin que pareciera que llamasen la atención de nadie. La mayoría de gente estaba completamente desnuda y los demás se protegían del sol con pareos multicolores.

Así que, sin dudarlo, me quité toda la ropa para dejar que el sol acariciara mi piel, y me tendí boca arriba y espatarrada, exponiendo mis tetas, mi polla y mi nuevo coño.

De repente, se hizo el silencio en toda la playa. La gente murmuraba, se giraba hacia mí y se quedaban callados mirándome con los ojos muy abiertos. Yo estaba adormilada y apenas me di cuenta, pero mus acompañantes se quedaron alucinados de ver la reacción de la gente. Entonces, un niño vino hacia mí, se arrodilló, tocó el suelo con su frente el suelo con los brazos estirados hacia mí, y gritó “¡Yonilinga! ¡Yonilinga!”… Pronto, toda la playa estaba en la misma posición y gritaba la misma palabra, mientras un chaval corría hacia el templo dorado.

En pocos minutos, una procesión de monjes y monjas jóvenes, apenas vestidos con minitúnicas color azafrán, salía del templo y se dirigía directamente hacia mí, que había quedado desvelada de golpe. Traían un baldaquín con un trono dorado que incluía en el asiento dos pequeños dildos de oro.

Cuando llegaron a mí, la que debía ser la suma sacerdotisa, una chica preciosa de cuerpo firme y generoso, se adelantó, me saludó con las manos unidas frente a su cara, y se puso a hablar en un inglés claro con mucho acento extranjero. Su voz era tan sensual como su cuerpo y sus grandes ojos negros.

-“¡Sabíamos que volverías, Yonilinga, y que esta vez sería para cambiar el mundo entero! ¡Sé bienvenida, oh diosa, y concédenos el don de besar tu santo coño y tu santa polla!

La miré sonriendo, sin entender apenas nada, e hice una señal con la cabeza que ella interpretó como un permiso. Inmediatamente estaba besando con dulzura y sin prisas tanto mi glande como mis labios mayores. Y detrás de ella, ordenados por jerarquías, todos los presentes formaban una gran cola con el objeto de poder entrar en contacto con mis genitales.

Era una situación cómica e inesperada, pero cedí y les dejé hacer a todos, ya que me estaba haciendo sentir un placer nuevo y desconocido. Nunca había sido exhibicionista, pero aquello me encantaba.

Después de más de una hora de devoción popular, cuando ya atardecía, nos subieron a los cuatro en una especie de palanquines dorados y nos llevaron a hombros hasta el templo, donde nos esperaba una cena magnífica. 

Fue entonces cuando me contaron la historia del lugar y pude empezar a entender qué estaba pasando.

El estado de Futa, según sus leyendas, fue fundado en el siglo IV aC por la primera Yonilinga, una persona que nació con ambos sexos plenamente funcionales. Si habéis leído el Kama Sutra ya os habréis dado cuenta que Yonilinga es el resultado de unir los nombres sánscritos del sexo femenino, Yoni, y el masculino, Linga.

Desde entonces Futa había sido un paraíso de libertad sexual, cerrado a los extranjeros para evitar la propagación de enfermedades en una población que practicaba la promiscuidad continua y generalizada, si ningún temor, vergüenza ni sentimiento negativo o de asco. La religión futanari mandaba dar a todo el mundo el máximo placer posible e inmediato, como vía para alcanzar la felicidad, la iluminación personal y la paz social.

Y al parecer lo habían conseguido, manteniéndose aislados del exterior y unidos en torno a su religión y sus sumos sacerdotes. Cuando alguna potencia extranjera les había amenazado, las embajadas de Futa daban una fiesta inolvidable a los mandatarios extranjeros, y regresaban con tratados de paz que les protegían.

El libro de Futa, escrito por la primera Yonilinga, daba las reglas de funcionamiento de la sociedad, decretaba que los orgasmos son un derecho humano desde la primera regla o la primera eyaculación hasta la muerte, y anunciaba que algún día muy lejano llegaría a la isla la segunda Yonilinga, que se encargaría de hacer de Futa la capital del mundo, y de su religión, la religión universal, llevando el futanarismo a todos los pueblos de la Tierra.

Después de la cena y de las explicaciones, nos desnudamos todos, nosotros cuatro y la veintena de sacerdotes y sacerdotisas que nos acompañaban, para empezar una orgía increíble en la que perdí la cuenta del número de orgasmos que llegué a experimentar. La fiesta no terminó hasta el amanecer, cuando terminamos todos dormidos sobre los cojines y divanes, en un inmenso revoltijo de cuerpos recubiertos de sudor y semen.