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Hikikomori

en Fantasías Eróticas

–¡Hayao-chan! Te he traído un bentō… ¿Puedes salir a comerlo con nosotros?

–Miya… déjalo ya. No deberías prepararle nada. ¡Que se muera de hambre si quiere!

La mujer golpea el suelo de madera con el pie y mira furiosa a su marido. Tetsuhiro encoge los hombros, hace una mueca leve y regresa, escaleras abajo, al comedor de la casa.

–Hayao… deberías salir. Te echo de menos. Y tu padre también, aunque no lo creas. Pero no quiero forzarte… te dejo el bentō en la puerta. Si te apetece, puedes bajar a cenártelo con nosotros.

Munetani Miya, apesadumbrada, deposita con cautela la caja con comida ante la puerta de la habitación de su hijo y sigue el camino que ha tomado su marido, que le da la bienvenida con un agrio:

–Si hace eso es porque lo malcrías, siempre lo has malcriado. Si no cambia, la semana que viene lo arrastraré de los pelos al 'ibasho’.

–Oh, claro, tu lo solucionas todo así, ¿verdad? ¿Te recuerdo qué pasó cuando lo intentaste la última vez?

–Hm.

Munetani Testubashi cuadra los hombros y gira la cabeza hacia la tele. Aún, cuando hace frío sobre todo, le duele el brazo que su hijo le rompió el año pasado, cuando intentó sacarlo a la fuerza de su habitación y este reaccionó violentamente.

Miya esconde una lágrima que amenaza con salir y empieza a comer lentamente. Se pone alerta al escuchar abrirse la cerradura de la habitación de Hayao –la misma cerradura que su hijo colocó al día siguiente de la pelea doméstica–; su corazón aún alberga la esperanza de verlo bajar por las escaleras. Pero esa ilusión se rompe al escuchar la caja del bentō siendo arrastrada por el suelo y, de nuevo, el doloroso sonido de la puerta cerrándose de nuevo bajo llave.

En su habitación, entre papeles, ropa sucia, envases de ramen vacíos... Hayao da las gracias a su madre por la cena antes de comenzar, como siempre, por el postre: unos sabrosos daifukus de colores que su progenitora sabe cocinar como nadie.

El segundo daifuku se le resbala de la mano y cae en su entrepierna, manchándole el pene. Munetani Hayao solo viste una camiseta a la que nada le queda de su blanco original, y unos calcetines raídos. No le es necesario nada más. Incluso a veces esta ropa le molesta. Pero en las pocas veces que conecta la webcam de su ordenador, no quiere que nadie vea su torso desnudo, ni siquiera sus amigos, si es que esas personas a las que nunca ha visto más que a través de la pantalla del ordenador, y casi todas ellas en la misma situación que él, pueden llamarse 'amigos’.

Él tenía amigos. Y salía a la calle. Y era feliz. Pero eso era antes. Hace tres años por lo menos, si es que en aquel zulo a rebosar de inmundicia y olor a sudor masculino tenía razón de ser el contar los días. Eso era antes, al menos, de la presión excesiva de las notas, del estudio, de la sociedad que exigía de él mucho más de lo que era capaz de ofrecerle a cambio. ¿Y todo para qué? ¿Para acabar siendo una hormiguita más en un océano destructor de sueños como el mercado laboral japonés, con más trabajadores que puestos a cubrir?

Con quince años Hayao comenzó a faltar a clases. La ira de su padre cuando se enteró solo hizo que quisiera recluirse más y más en sí mismo, y su habitación fue la extensión de su ser que le sirvió a tal efecto. En pocos meses, el unigénito de los Munetani dejó de salir más que al servicio que queda a un metro de su puerta. Y lo hace por la noche, cuando sabe que su madre y, sobre todo, su padre, duermen.

Su ordenador es la única ventana que necesita al mundo. Ahí están sus nuevos amigos. Los reales –el resto de hikikomoris como él–, y los imaginarios –como los personajes de los mangas y animes que lee y ve y que junto a los videojuegos son su única dosis de entretenimiento en aquella habitación cerrada al mundo–.

¿Para qué necesita más? Tenía comida, que su madre le facilitaba. Tenía amigos, a través de su ordenador. ¿Novia? ¿Para qué? Musume fue la primera en abandonarle y renegar de él cuando más la necesitaba. Sus personajes de ficción no lo abandonarían nunca, y eran más hermosos que Musu-chan.

Con la tripa ya llena, pensar en sus personajes de ficción pone a Hayao de buen humor y con predisposición a una nueva tanda de onanismo.

Con una sonrisa, saca el ordenador de su estado de hibernación y busca, en la carpeta H de sus favoritos, el listado de sus webs ecchi preferidas, todas convenientemente etiquetadas y catalogadas según diferentes grados de dureza, morbo, calidad…

Entre esas páginas no se encuentra ninguna que cuente con vídeos de personas reales. Hayao ha llegado a detestar el porno 'al uso’. Y aunque al principio sí que veía algunos vídeos con actrices nacionales, su desprecio fue creciendo a medida que notaba que hasta los vídeos más amateurs iban occidentalizándose. Japón iba perdiendo poco a poco la singularidad de sus actrices porno, que cada vez se parecían más a esas gaijin de pechos operados, orgasmos falsos y gritos largos y atronadores que no tenían recato alguno ni honor que proteger y se lanzaban como posesas a la primera polla que veían.

El hentai, sin embargo, le sigue ofreciendo esa peculiaridad nipona que le hace sentir en casa. Cierto es que huye de las bakunyuu de desmesurados pechos irreales, y ha encontrado en el lolicon y el pettanko unos pechos más parecidos a las pequeñas dunas que Musume le dejaba sobar y besar antes de desaparecer de su vida.

Una de las páginas llama su atención. “Eroge ka genjitsu”. Juego erótico o realidad. No recuerda haber entrado nunca en esa web, mucho menos haberla agregado a sus favoritos.

Curioso, pincha en el nombre.

Una descarga eléctrica recorre su cuerpo, entrando por el dedo corazón que aún presiona el botón izquierdo del ratón, y haciéndole tensar involuntariamente todos los músculos de su cuerpo durante un instante y articular un desgarrador grito de dolor. Al segundo posterior, una extraña explosión azul surge de la computadora y Hayao se ve violentamente propulsado hacia la puerta, donde su cabeza choca con la madera con tal fuerza que la astilla.

Luego, todo se vuelve negro.

Hayao abre los ojos, adolorido. Se palpa la parte posterior de su cráneo y sisea del dolor. Mira sus dedos y no ve rastro de sangre. Al menos, no precisa sutura, eso es bueno. Solo le va a quedar un chichón de recuerdo.

El joven mira a su alrededor. Su habitación sigue igual de sucia y desordenada que siempre; nada ha cambiado un ápice.

–¡Konichi-Wa, Hayao-kun! ¿Ya has despertado?

–¡Aaaahhh!

Hayao, sobresaltado, se incorpora en un brinco, mirando asustado al ser que, de pronto, hay a su izquierda.

–¿Qué…? ¿Quién…? ¿Cómo…?

Ahora ante él, hay una mujer. Bueno, no exactamente una mujer. Es el dibujo de una mujer. O su anime. O lo que quiera que sea cuando un personaje de manga se vuelve real y cobra las tres dimensiones necesarias para interactuar con personas de carne y hueso.

–¿Te hiciste daño, Hayao-kun? El golpe ha debido ser muy fuerte ¡Mira cómo dejaste la puerta!

La voz del personaje es aguda y con soniquete infantil. Viste con un precioso y preciso –dibujo de– uniforme de instituto japonés, sus gestos son exagerados y, cuando se inclina para tocar al joven, este se aleja aterrorizado, huyendo de esa alucinación. Sí, no puede ser otra cosa que una alucinación.

–Espera un momento ¿Quién er…? –Hayao no termina la pregunta porque sabe la respuesta. La reconoce. Es imposible, pero la reconoce, ¿Cómo no reconocer esos trazos, esos guantes, cola y orejas felinos, esa sonrisa eterna...?–. ¿Hima-chan?

Nakagaichi Himayuki, protagonista del anime favorito de Hayao años atrás. Era a partes iguales gata, humana y robot, y se enfrentaba a los típicos problemas de adolescentes por las mañanas mientras salvaba al mundo por las tardes. Todo un típico tópico de las series anime.

A Hayao nunca le importó que le dijesen que era una serie para niñas. A él le gustaba ver las correrías de Hima-chan.

–Claro, baka. He venido a jugar contigo. ¿Tú quieres jugar con Hima-chan?

El tono extremada y deliberadamente provocador de Hima es suficiente para sacar la polla de Hayao de su aturdimiento y conseguir que dé una cabezada.

–Espera, espera, espera… ¿Cuántos años tienes? –Hayao no entiende por qué ha hecho esa pregunta. ¿Un dibujo animado tiene derechos más allá del copyright?

–Humm… –Hima coloca su dedo índice en la barbilla y mira al infinito, pensativa, antes de decir–: Pues si estamos en 2019, y mi primera aparición en un manga fue en 2001… ¡18! Tengo dieciocho años.

Hima-chan palmotea excitada y sonriente, como si hubiera hecho un gran descubrimiento. Da un pequeño saltito alegre y el vuelo de su faldita azul de instituto deja ver el destello de unas pulcras braguitas blancas. La mente del joven se paraliza en el retazo blanco que se ha intuido durante menos de un segundo y se queda flotando allí hasta que, con una sacudida de cabeza de su dueño, regresa a su sitio inicial.

–No, no me refiero a eso… ¿Qué edad se supone que tenías en la serie?

«¡Maldita sea!», piensa Hayao, «¿Por qué sigo insistiendo en el tema de la edad?»

–Hummm –Hima repite el proceso de tocarse el labio inferior con la punta del índice, como si eso la ayudase a pensar mejor–. No estoy segura. ¿En algún momento de la serie decían mi edad?

–No… nunca lo dijeron. El autor era listo. Se cuidaban mucho de eso… –suspira el joven, recordando de pronto los implícitos desnudos del personaje dentro del anime, siempre intuidos pero nunca explícitos, lo que hace que su polla vuelva a encabritarse un poco.

–¡Oh, vaya! Parece que tu ochinchi se alegra de que esté aquí –cascabelea la vocecita de la joven dibujada.

–Esto… esto no puede ser real… estoy flipando. Mi… mi padre. Eso es. Mi padre ha puesto droga en el bentō para hacerme salir huyendo de mi cuarto…

Hayao habla pero nadie, ni siquiera él, escucha. Hima se coloca a cuatro patas y gatea con gracia felina hacia él.

El joven no se mueve ya. Poco a poco ha ido arrinconándose y ya no tiene sitio por donde huir, aunque la idea de huir se le empieza a hacer extraña y pésima. ¿Por qué iba a querer huir de la preciosa nekomimi que avanza ronroneando hacia su polla con ánimo sexual?

Las manos o, mejor dicho, las zarpas gatunas de Hima arriban finalmente a su objetivo. La suavidad del pelo negro y su calidez arrancan un escalofrío de placer a Hayao. El joven parece paralizado, sus miembros están tensos, como cables de acero, y entre sus piernas algo comienza a tomar también consistencia de acero.

Lentamente, bajo caricias suaves y peludas, su polla crece entre las zarpas de Hima.

Nyan –maúlla satisfecha la chica–. Parece deliciosa. ¡Qué kawaii!

Sin más, abre la boca, donde los colmillos asoman largos y puntiagudos de forma casi vampírica, y devora la polla ya casi completamente erecta de Hayao, cuya parálisis toma nueva forma. La tensión de sus músculos se desvanece y casi le parece notar que sus piernas se vuelven gelatina. La boca de Hima es más cálida que sus zarpas, y la extraña lengua rasposa le hace ver el cielo cada vez que roza, suavemente, con su frenillo.

–Agg… ¡Qué maravilla!

Es la segunda felación que el chaval recibe, por lo que no tiene demasiado donde comparar, pero debe reconocer que esa boca es mucho más sabia y hábil que la de Musume, hasta el momento, única e inexperta felatriz que había probado el sabor de su miembro enhiesto.

Las piernas de Hayao tiemblan de placer, tanto, que se deja resbalar apoyado en la puerta corrediza del armario hasta que su culo toca el suelo, todo esto sin que Hima sacase la verga de su cavidad bucal.

Cuando por fin se aleja, dejando la verga latente y mojada, un hilo de saliva uno sus labios y el falo, que brilla, erecto y poderoso, ansioso de más.

–¡Es enorme! –exclama alegre Hima–. Creo que voy a necesitar ayuda…

–¿A… ayuda?

–Baba-sama, ¡creo que tienes que venir a ver esto! –dice la neko volviendo la cabeza hacia atrás.

Hayao no tarda en comprender que se lo está diciendo al ordenador, que lleva, desde el momento de la explosión, con una especie de pantallazo verde.

De pronto, del fondo verde de la pantalla surge, como de la nada, una cabellera rubia cubierta por un sombrero apuntado, como de bruja occidental, igual de real –o irreal– que Himayuki.

A esa cabellera le sigue una cabeza, un cuello, y el resto del cuerpo de una preciosa loli completamente desnuda a excepción del sombrero, y armada con un largo bastón tan alto como ella.

–¿Nani?

Hayao no sale de su asombro al ver surgir a un nuevo personaje de anime de su ordenador, y se pone nuevamente de pie, entre asustado y curioso por la nueva entrada.

–Hmmm… Nakagaichi, debes dejar de llamarme para que vea a todos los jóvenes que te vas a follar –dice con tono de fastidio la recién llegada–. Oh, vaya, este no está nada mal… ¿pero no es un poco shota para ti?

–¡Eh, no soy ningún niño! –replica el joven Munetani a la nueva compañera de Hima.

La rubia no mide más de metro y medio, tal vez bastantes centímetros menos, y le llega al joven por debajo de la barbilla. Ni siquiera sumándole la altura de su extraño sombrero es más alta que Hayao. Su torso plano y sus proporciones aniñan su cuerpo, aunque el rictus de su cara y su mirada de ojos grandes pero sin asomo de brillo dejan bien a las claras que ha vivido mucho.

–Ya veo por qué necesitas mi ayuda con eso. –dice señalando el erecto pene con su bastón.

La loli no expresa sentimientos ni con la cara ni con la voz, que a pesar de su apariencia, es bastante más baja y grave que la de Himayuki.

–¿Quién… quién eres tú? –inquiere Hayao.

–Es Loli-baba, baka. Una amiga mía de otro anime.

–No. Loli-baba es un tipo de loli. Una anciana con muchos años, normalmente cientos, que tiene aspecto de loli normal. –responde, docto, el joven.

–¿En serio te interesa mi nombre o mi edad? Creí a los hombres solo les interesaba esto.

Loli-baba se lleva la mano a la entrepierna y abre los labios de su sexo sin vello.

Hayao bizquea al ver el coñito abriéndose ante sí. Musume jamás le dejó ver con sus ojos más allá de su ropa interior. Solo sus torpes dedos pudieron propasar esa barrera un par de veces, pero nunca llegó más allá de tocamientos.

–Hm… ya veo que te interesa más esto que mi nombre o mi edad, así que túmbate en el suelo… si es que encuentras un sitio suficientemente grande para tumbarte en esta pocilga. –espeta la pequeña rubia con una ligera mueca de desaprobación al mirar a su alrededor.

Hayao, que por primera vez realmente cae en la cuenta de que va a perder su virginidad a manos de dos personajes de anime, asiente y aparta toda la basura de su futón y los alrededores en un santiamén, antes de tumbarse, con la polla aún mirando al cielo.

–Hima, quítale esa sucia camiseta… me da asco verla. –ordena Loli-baba.

La chica obedece y despoja a Hayao de su camiseta, y también de sus calcetines, dejándolo completamente desnudo.

Loli-baba se acerca al muchacho y, con el pie, comienza a masajear la dura entrepierna que late bajo cada roce.

Hayao nunca pensó que un masaje con tan rara parte del cuerpo podría resultar tan placentero, pero el pequeño pie de Loli-baba parece conocer el trabajo a la perfección. Usa la planta para masajear suavemente el tronco de la verga mientras su pequeño pulgar traza círculos anatómicamente imposibles sobre su frenillo.

El joven suspira de placer. Hima-chan lo mira extasiada, y se coloca junto a él para besarle mientras Loli-baba sigue masajeándole la polla.

Al muchacho le importa más bien poco que la boca de Hima aún sepa a su polla. Abandona su boca en el lúbrico beso de la misma manera que abandona su polla en manos –mejor dicho “en pies”– de Loli-baba.

Las manos de Hayao despiertan por fin de su letargo y comienzan a acariciar el cuerpo de Himayuki. Primero sobre la ropa y, luego, tras abrirse paso a través de un par de botones rebeldes, por debajo de la blusa.

Hima comienza a gemir. Sus pechos, sus pequeños pechos del tamaño de pequeñas naranjas, son muy sensibles, aún con el sujetador por medio.

Envalentonado, Hayao quita el pañuelo rojo del cuello y termina de desabrochar la blanca blusa de Himayuki, que para ese momento ya está entregada por completo a la pasión. La respiración de ambos es ya un vaivén continuo y acelerado, y cuando Hima es despojada finalmente del sostén, dejando a la vista esos pechos redondos y de pezoncitos sobreabultados, Hayao ya dirige sus manos hacia la entrepierna de la joven personaje de anime.

Loli-baba se sienta entre las piernas semiabiertas del chico y comienza a pajearlo con ambos pies. La polla de Hayao parece enorme entre esos dos piececitos.

-Aaahhh… -gime Hima cuando los dedos del chico acarician sus bragas ya empapadas.

-Siéntate encima. -ordena Lolibaba, y Hima-chan no se lo piensa.

Completamente ruborizada, se levanta y se quita las braguitas, quedando únicamente vestida con su faldita azul.

Coloca una pierna a cada lado de la cabeza de Hayao, dando la espalda a Loli-baba, y desciende hasta que su coñito gatuno queda al alcance de la boca del joven, que no tarda en comenzar con los primeros lametones a su punto más sensible. La falda oculta a la vista todo lo que ocurre allí debajo, donde la lengua de Hayao comienza a recorrer el camino desde el perineo hasta el clítoris, extasiando en el camino los carnosos labios de Hima.

-Hayao-kun… no… no deberías… está sucio…

El chico no contesta. Tampoco podría de querer hacerlo, pues el coño de Hima-chan se tragaría todas sus palabras en esa posición. Nota que su polla está a punto de estallar entre los sabios pies de Loli-baba y quiere, a ser posible, conseguir que Hima se corra antes que él.

Lleva sus manos bajo la falda que oculta sus movimientos. Soba el culo con fruición y, en uno de los movimientos, contacta con una masa dura, caliente y peluda.

Hayao simplemente la agarra, y no es hasta que la tiene rodeada con su mano que recuerda que Hima tiene cola. La chica tiembla cuando su apéndice es cogido, como si fuera un punto igual o más erógeno que su clítoris. Sus zarpas negras y suaves apresan con fuerza la cabeza de Hayao, como si quisieran introducirlo en el interior de su coño.

-Ah… no, Hayao-kun. Mi… mi cola es mi punto débil.

Hayao ya lo sabe. Recuerda que una de las maneras de inmovilizar a Nakagaichi Himayuki era agarrarla de su cola. El joven la aprieta con suavidad con una mano mientras la otra busca un punto entre sus nalgas.

El placer que reciben su polla y sus huevos le hacen temblar, pero hace uso de toda su fuerza de voluntad y concentración para llevar a Hima al clímax antes que él.

-Hayao-kun… me gusta mucho lo que haces. No… eso no… eso es mi culito…

El dedo de Hayao ha encontrado por fin la vedada cueva de Hima, y se introduce en ella sin contemplaciones. Sus negativas, sin embargo, pronto se ven transformadas en gemidos e interjecciones de goce.

Gime la chica, extasiada ahora desde tres puntos. Uno, su cola suavemente agarrada por una mano. Otro, su coño lamido con perseverancia por la lengua vivaracha de Hayao. El tercero, su culo atravesado por el dedo travieso del chaval.

-Hayao-kun… si haces eso… si haces eso me voy a…

El propio Hayao está al límite de su aguante, con los pies de Loli-baba machacando placenteramente su polla, así que redobla esfuerzos para, si al menos no ganar en la carrera al orgasmo, acabar en tablas con Hima-chan.

-Oh, Hayao-kun… mi coño… y mi culo… me voy a… me voy a… me voy…

El grito de ambos llega al mismo tiempo. La polla de Hayao escupe chorros de semen con la misma potencia que el coñito de Hima explota en jugos encima de su boca abierta.

Los trallazos de esperma caen sobre Hima, que se arquea víctima del placer, manchándole la espalda y la falda azul, pero también los pies de Lolibaba, que alza milimétricamente una de las comisuras de sus labios en lo más parecido posible que puede haber en su rostro a una sonrisa.

-Mmmmmpppffff… -masculla algo el joven japonés, prácticamente amordazado por el pubis de Hima-chan.

-¿Qué?

La neko levanta su faldita para verle la cara al chico y, aunque solo le ve la mitad, entiende al instante que el color amoratado que presenta no es muy normal.

-¡Oh, gomennassai, Hayao-kun! ¡Qué tonta soy! -pide perdón al momento Hima, saltando y dejando que Hayao tome aire desesperadamente.

Loli-baba, por su parte, parece ajena a todo, tumbada ahora de espaldas y con los pies en alto, mirando con expresión perdida los chorretones de semen de sus pies.

–Hmmm… ¿Y quién va a limpiarme ahora esto? –musita, más para sí misma que para la pareja que recupera el aliento por varias razones junto a ella.

Loli-baba alcanza su bastón y, sin siquiera girarse a mirar ni cambiar su postura, da dos golpecitos con su extremo en el ordenador, con su extraña pantalla verde.

Al momento, un resplandor violáceo empieza a hacerse presente en el centro de la pantalla, y va ampliándose hasta que, súbitamente, una figura hace aparición en la estancia.

Ohayo, ¿me llamaste, Baba?

La nueva incorporación del mundo anime a la realidad surge de la pantalla de un salto y da un par de volteretas en el aire antes de caer grácilmente de pie en el suelo.

Su cuerpo parece brillar con un tono entre rojo y morado, y Hayao traga saliva al verla. Es voluptuosa. A pesar de ser más bien bajita (tal vez unos pocos centímetros más que Loli-baba), sus curvas son acentuadas y voluptuosas, y resaltan aún más en ese atractivo biquini de cuero negro que porta como única vestimenta. Pero eso no es lo que más inquieta a Hayao. Ni siquiera el tono ciertamente más oscuro de su piel, al menos en comparación con las pálidas Hima y Baba. Lo que realmente preocupa al joven son los dos cuernos que decoran su cabeza y los colmillos grandes y sobresalientes que surgen de entre sus labios.

–U… ¡Un demonio! –chilla aterrado Hayao, aunque su cuerpo no responde del mismo modo que su boca. Es más, se queda tan paralizado como la diabólica criatura en cuanto se fija en los pies de Loli-baba.

Los chorretones de semen aún manchan los pies de la anciana, y una lengua larga y animal surge de la boca del demonio para humedecer sus labios.

Konichi-wa, Sakyubasu-sama. -dice Baba moviendo ligeramente los pies en alto, como jugueteando con la blanca sustancia que los decora.

–Sa… Sakyubasu… ¿Eres un súcubo? –inquiere Hayao, aunque sin variar su postura, tumbado en el suelo junto a Hima.

–¡Sakyu-chan! ¡Qué de tiempo sin verte! –cascabelea alegremente la voz de la nekomimi.

Sin responder, Sakyubasu se arrodilla ante Baba y comienza a lamer desesperada los pies de la anciana, devorando y degustando el semen con su gran lengua.

A Hayao no le pasa desapercibido el leve sonrojo que comienza a cubrir el rostro de Loli-baba a medida que la lengua de Sakyu se interna entre los pequeños deditos de sus pies. La recién llegada no deja milímetro de piel manchada sin saborear y, cuando termina y se vuelve hacia Hayao, sus ojos granates brillan con intensidad.

–Más… –gruñe, más que dice, el súcubo, y gatea agresivamente hasta el hombre, con la vista fija en las gotas de su corrida que le cayeron en la plana tripa.

La lengua de Sakyu pende fuera de su boca, como la de un perro cansado, pero en su rostro enloquecido toma un significado mucho más sexual.

La polla de Hayao no ha decaído un milímetro ni tan siquiera después de la anterior corrida. Se mantiene erecta, grande y caliente, pero a Sakyu no le es difícil rodearla incluso con un par de vueltas con su larga lengua para limpiarla con dedicación.

Hayao gime sin control. Si la lengua rasposa de Hima-chan le había parecido la Gloria, era porque no había tomado contacto con la de Sakyubasu-sama. El calor de esa mojada serpiente que parece querer envolver su falo es infernal pero, al mismo tiempo, más que placentero. Está tan caliente que por un momento le parece que su polla vaya a estallar en llamas, pero no puede negar que el goce es inmenso, más que ninguno que haya notado en su vida, a mucha diferencia de cualquier otro.

Pero Sakyu no se detiene ahí, libera su polla y sigue avanzando por su vientre, haciendo suya cada gota de semen que lo perla. Cada toque de la lengua del súcubo con su piel, Hayao lo nota como un orgasmo independiente, su cabeza embotada no puede pensar en nada más que no sea en sexo, y hasta la piel de los pechos del demonio, que le rozan en su escalada por el cuerpo, parece capaz de hacerle correrse una y mil veces por sí sola.

–Ummm… delicioso… Sabe… sabe a virgen –musita, enloquecida por su comida, Sakyubasu, antes de añadir, con una diabólica sonrisa–: Pero no por mucho tiempo...  

La quilométrica lengua de Sakyu entra en la boca entreabierta de Hayao al mismo tiempo que, haciendo a un lado sus braguitas de cuero, se introduce la polla en el hambriento e infernal coño.

Hayao está a punto de desmayarse de placer en ese momento. Cada acto de Sakyu es más extático que el anterior, y el notar el fuego infernal de esa vagina engullir su pene es lo más superlativo que pudiera existir en este o cualquier otro mundo posible.

Las manos del joven se agarran a lo que más cerca tiene. La derecha a un trozo de papel que se rasga al instante a causa de la fuerza con que aprieta, y la izquierda, al culo desnudo de Hima, que gime eróticamente.

Loli-baba lo observa todo con una sonrisa, y pasea por la habitación para ver la acción lo más cerca que puede.

Se acuclilla junto a Hayao para observar con detenimiento los lentos y expertos movimientos de Sakyu, dejando su coñito, pequeña rajita rosada y abierta, completamente expuesto a la vista cercana de Hayao, que no se lo piensa dos veces –y quizá ni tan siquiera una–.

Mientras la lengua de Sakyu acaricia su cuello, y ese coño infernal apresa su polla en una vorágine de fuego y éxtasis, al mismo tiempo que su mano izquierda encuentra a ciegas tras las redondas y prietas nalgas de Hima la entrada a su coño, metiendo dos dedos en la empapada vagina; Hayao suelta el papel y lleva su mano derecha a la suave vagina sin vello de la loli anciana, que primero pega un respingo pero, al notar que la lengua del joven sale de su boca e intenta llegar a su pie –cosa que no podría conseguir desde esa posición a menos que poseyese una lengua como la del súcubo–, se deja hacer y se sienta en el suelo, exponiendo su pequeño coñito a los ágiles dedos de Hayao.

Lolibaba responde con un suspiro al primer dedo que se introduce en su prietísimo coño, y aunque su expresión sigue inmutable, el tono cada vez más sonrosado de su rostro deja bien a las claras que las caricias de Hayao no caen en saco roto.

Los movimientos de Sakyu comienzan a acelerar al mismo tiempo que sus gemidos, si es que no se pueden considerar gritos ya. La súcubo se arquea mientras hace que esa polla barrene sus infernales entrañas. Su cara está descompuesta por el placer y el vicio, y los ojos amenazan con quedársele en blanco. Hima-chan, por su parte, ha preferido incorporarse y arrodillarse sobre la otra mano de Hayao, para que pueda masturbarla más fácilmente.

El pie de Loli-baba viaja hasta la boca de Hayao, donde los labios apresan el dedo más gordo y lo lamen y succionan como si de un enorme pezón se tratase.

Gime Baba, gime Hima, gime Sakyu, gime también Hayao.

La súcubo se aprieta los pechos con fuerza, empalada por la polla juvenil del joven. Himayuki, que ya se ha deshecho de su faldita, quedando completamente desnuda como Hayao, agarra el brazo de la mano que le masturba como si temiese que se escapase. Loli-baba tiembla y, aunque trata de que su cara no muestre el placer que recibe, su voz la delata con gemiditos agudos y crecientes.

Finalmente, como si todo el placer concentrado en la habitación se hubiera ido condensando y tensando en una invisible cuerda que, de pronto, alguien corta, los cuatro –Hayao, Hima, Sakyu y Baba– se corren al unísono en un orgasmo de gritos y chillidos que es imposible que nadie más en la casa escuche. Es más, es difícil que nadie más en la prefectura no lo haya oído.

Los cuatro, resoplando y sudando, caen al suelo desvencijados, como marionetas a las que le han cortado los hilos.

Hayao aún está intentando recuperar la respiración cuando abre los ojos y se ve rodeado. Y no solo por las tres hembras a las que acaba de hacerse correr. Está rodeado por, al menos, una veintena de nuevos jóvenes personajes femeninos.

Una otemba, o tomboy, vestida con el uniforme completo de un equipo de béisbol; una futanari, cuya verga nada tiene que envidiar en tamaño y erección a la suya propia; una embarazada de grandes pechos y pezones hinchados que dejan caer gotas de leche de vez en cuando; una estudiante universitaria agarrada a un colgador como los que hay en el metro, aunque en este caso, el colgador parecía pender directamente de la nada, y por cuyo muslo descendía un hilo de flujos vaginales; también una dispar pareja de mujeres, al menos en edad, pero cuyo parecido indica una relación madre-hija; otra chica, amordazada con un bocado rojo, completamente desnuda a excepción de las cuerdas que la rodean y atan por cada sitio posible y de la venda que cubre sus ojos, inmovilizándola... y así hasta completar una plétora de hembras, jóvenes y todas ellas mirando con ánimo sexual la aún enhiesta polla de Hayao.

Los minutos siguientes pasan como flashes por los ojos de Hayao. Se ve sodomizando a la tomboy, mientras esta se corre gritando “No, no, no…”. Se ve follando con la hija mientras la madre le introduce la lengua en su varonil culo, llevándolo al paroxismo del placer. Se ve masturbando a la universitaria con variedad de artefactos, desde el vibrador más discreto hasta el consolador más enorme, ayudado por otras cuatro de las jóvenes. Se ve obligando a la chica atada a la manera kinbaku a rogar por que le metiese la polla, aunque fuese por el culo, tras dejarla al borde del orgasmo una y otra vez con esos mismos vibradores. Se ve penetrando doblemente a la embarazada, ayudado por la pequeña futa, antes de ser él mismo el penetrado analmente por la hermafrodita polla. Se ve ordenando a dos adolescentes hipnotizadas a follarse mutuamente para su placer visual. Se ve corriéndose una y otra vez, sin que su polla deje de estar erecta en ningún momento, y se ve haciendo correrse a todas y cada una de la horda de hembras que ruegan por su verga poderosa.

Se ve haciendo de todo, desde lo más inocente a lo más macabro, desde lo más mundano a lo más imposible, hasta que, en algún momento dado, deja de ver y todo se vuelve negro.

 

–Hayao-chan… No… no has recogido hoy tampoco la cena –dice, en voz más alta y alarmada de lo habitual, Munetani Miya, pegando la oreja a la puerta de la habitación de su hijo.

No recibe respuesta.

–¿Puedes… puedes abrir la puerta para que limpie tu habitación? Hace ya casi dos semanas que no lo hago.

Nada. Solo silencio.

Miya, al borde de la lágrima, se apoya casi sin querer en la manivela de la puerta y, por sorpresa, nota cómo esta cede y la puerta se abre lentamente.

Los ojos de la madre de Hayao muestran el miedo más absoluto, más visceral que pueda mostrar el ser humano, hasta que la puerta se abre por completo y el miedo se transforma en horror.

El chillido de Miya alerta a todo el vecindario.

En su habitación, oscilando casi como un péndulo, colgado del cuello con el cable de alimentación de su ordenador, el cadáver de Munetani Hayao parece mirar, con los ojos abiertos y sin vida y una sonrisa macabra en la boca, a la puerta. Su verga sigue erecta.