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Ella sabe todo de mi (Parte 3)

en Lésbicos

“Te regalo un pedacito de cielo.

Sí, para que sea tuyo,

para que lo miremos juntas,

para que lo sintamos cerca,

para que abracemos su oscuridad,

y nos dejemos amanecer en él”.

-       Mind of Brando.

Ésta frase la dejó Elia escrita en un papel, al lado de mi almohada después de la primera noche apasionada que pasamos juntas. Recuerdo que ese fin de semana toqué el cielo con las manos varias veces.

Mi amiga del alma me enseñó muchas formas de dar placer y recibirlo, y al final del domingo en la noche, antes de que mis padres llegaran a casa en la mañana, me hizo un masaje muy estimulante, y cuando ya me tenía totalmente excitada con el toque de sus manos por todo mi cuerpo, me detuvo y dijo que quería dejarme con las ganas de más.

Así, Elia partió de mi casa dejándome el coño inflamado de tanto placer recibido y de deseo reprimido.

A partir de allí nos haríamos totalmente inseparables, compartíamos las cosas buenas y malas de la vida, y el sexo era increíble. Cada vez que estábamos juntas me enamoraba más de ella, y sentirla dentro de mi era en todo lo que pensaba. Había valido la pena esperar para que fuera ella mi primera vez.

Por el contrario, ella sólo parecía querer experimentar más y más, pero su desapego seguía intacto. Yo disfrutaba de cualquier cosa, una caricia suya o un beso, ella en cambio siempre encontraba la manera de tornarlo sexual, y aunque no me molestaba, yo quería que ella sintiera lo mismo que yo.

Por supuesto, ella tenía más experiencia, y como conocía mi alma dulce, decidió darnos exclusividad a ambas, a menos de que quisiéramos incluir a alguien más en nuestros encuentros. Así, Elia era mi amante, y yo era la suya.

A la semana siguiente de Elia haberme desvirgado, llegó a mi casa con un aire de travesura imposible de ocultar:

-       ¿Adivina qué? Mi querida Leia – y pasó uno de sus dedos por mis labios.

-       Imposible adivinar lo que piensas, así que cuéntame – Le respondí con una sonrisa tímida.

-       Mis padres me han dado la llave de la casa de campo que tenemos, y me han dicho que lleve a todos mis amigos para pasar el fin de semana de mi cumpleaños. ¿Adivina quién será mi invitada de honor? – Elia me miró con sus ojos negros brillando en picardía.

Yo no cabía de la dicha, y la abracé con afecto sincero. Ella pasó sus manos por toda mi espalda hasta mis glúteos, los apretó fuerte y me besó el cuello y luego los labios. Me perdí en sus besos de nuevo.

Por fin llegó le fin de semana del cumpleaños de Elia. Decidimos que íbamos a partir el viernes en la madrugada para pasar todo el día juntas, y el sábado llegarían sus demás amigos para hacer una fiesta como ésas que ella también gozaba. Yo no era muy amante de las fiestas, pero sólo por el hecho de pensar que estaría con ella, todo valía la pena.

Alisté mi ropa para el fin de semana. Mis típicos vestidos blancos con estampados de flores, con la falda un poco alta, para resaltar mis voluptuosas piernas, que aun así proyectaban la imagen de niña buena y bien portada. Pero por otro lado estaba empacando mi ropa interior de encaje, porque quería sorprenderla. También tenía lubricante y un consolador, por si la fiesta se tornaba muy aburrida. Elia pasó por mí en su auto a las 6:00 AM, y me subí con emoción intensa. El viaje era como de unas 3 horas, y nos la pasamos riéndonos de todo y de nada, escuchando música, mientras que, en algunos momentos, Elia ponía su mano en mi rodilla y la iba subiendo lentamente por mi pierna hasta casi rozar mi sexo. Cada caricia suya me transmitía vibraciones deliciosas e indescriptibles. Yo cerraba los ojos y me dejaba hacer.

-       Nos vamos a matar si sigues haciéndome eso y no dejas tus manos en el volante – Le dije entre gemidos y risas, mientras ella estaba casi masturbándome.

-       Tú me vas a matar a mi si no abres más las piernas para que pueda sentir tu lindo coño – Me dijo apretándome más y obligándome a sentarme más descaradamente en la silla.

A eso de las 9:00AM llegamos a la casa de campo, una pequeña cabaña escondida en un bosque de cuento de hadas, donde no había nadie en varios kilómetros a la redonda. Sacamos las maletas y entramos a la casa.

Decidimos tomarnos la habitación principal con una espectacular cama doble, de la cual caían cortinas rojas de sus tres lados, para mayor privacidad. Tomamos un desayuno generoso a pesar de que queríamos comer otras cosas en realidad.

-       ¿Traes tu traje de baño? – Me dijo Elia antes de morder una fresa con lujuria.

-       Me dijiste que lo trajera puesto – Le dije curiosa.

-       Me parece muy bien que seas tan obediente. Ven, vamos, quiero enseñarte algo – Se levantó de un salto de la silla y corrió hacia la puerta trasera de la casa.

Sin poder siquiera responderle, tuve que seguirla antes de perderle la pista. Así era ella, un torbellino salvaje.

Salimos al bosque que quedaba atrás de la casa, y ella comenzó a correr, cada vez más rápido, yo intentaba seguirle el paso.

-       Vamos princesa, no te quedes atrás.

Yo la seguía, sin dejar de notar la belleza de ese lugar, en el que las hojas de los altos árboles dejaban filtrar su luz por entre las ramas.

Después de correr unos 5 minutos, Elia se detuvo de repente. Yo paré unos segundos después jadeando y con las mejillas sonrojadas por la actividad. Cuando levanté la vista después de respirar un poco, miré hacia el frente y me encontré con la más espectacular cascada de agua dulce que hubiera visto en la vida.

Miré a la cascada con agua cayendo desde una altura razonable hacia un lago azul, y luego crucé una mirada con Elia, quien había estado observando mi reacción todo el tiempo.

-       ¿Te gusta, Leia? Es el verdadero atractivo de esta casa de campo, y es solo nuestra.

-       Es maravillosa. Sabes cuánto amo el agua.

-       Lo sé todo de ti. Y veo que estás sonrojada y jadeando – Pasó una mano por mi mejilla – Dicen que el ejercicio es uno de los mejores métodos para excitar a una mujer. Por eso vinimos corriendo.

Sin que pasaran dos segundos, Elia se comenzó a desnudar. Se quitó su blusa sin mangas y se bajó sus shorts negros hasta los tobillos, dejando a mi vista su piel morena, con un trasero extraordinario, solo cubierto por un bikini negro de dos piezas, bastante sugerente.

-       Ven, quiero darme un baño, el agua al medio día es deliciosa y tiene la temperatura perfecta – Mientras lo decía, se quitó el sostén del bikini sin dejar de mirarme a los ojos.

Sus senos con unos preciosos y pequeños pezones quedaron a mi vista y un segundo después se tiró al lago de espaldas, con un clavado perfecto.

Para entonces, yo ya estaba supremamente mojada, y era cierto, haber corrido me había puesto cachonda a morir.

Empecé a desnudarme yo también, bajé la cremallera del vestido de flores y éste empezó a descender por mis curvas bien marcadas. Me quité las sandalias, y me solté el cabello para que cayera por la mitad de mi espalda. Quedé en mi bikini blanco marfil, un poco más recatado que el de ella.  

-       ¡Vamos Elia! ¡Lánzate! El agua está deliciosa.

Salté desde la roca que estaba allí y caí como “bala de cañón” al agua. Mi mejor amiga me estaba esperando abajo, con una sonrisa llena de deseo.

Elia y yo nadamos un buen rato, era algo que nos gustaba hacer, un amor que compartíamos. El agua helada ponía nuestros pezones duros como rocas, y en el caso de ella, que estaba desnuda a excepción de su tanga negra, su piel estaba totalmente erizada, lo cual era un espectáculo para mis ojos.

A veces nos rozábamos más de la cuenta, pero nada que no fuera soportable.

-       Me encanta compartir esto contigo, Elia – Dije con verdadera alegría.

-       A mí también Leia, es una delicia tenerte aquí para mi cumpleaños. Pero hablando de eso, quiero que me des mi regalo por adelantado, mañana tendremos compañía.

Sin decir más palabra se abalanzó sobre mí y me estampó un beso en los labios. Sin pensarlo dos veces, y al ser ella muy esbelta, se subió con sus piernas a mis caderas, y nuestros sexos quedaron en contacto. Empecé a introducir mi lengua en su boca mientras ella jadeaba radiante. No lo pude evitar y comencé a masajear sus senos y a ir de sus labios a sus pezones con hambre.

Fuimos moviendo nuestros cuerpos al ritmo del agua, hasta que quedamos justo debajo de la cascada. Nuestras manos y nuestros labios no podían estarse quietos. Teníamos ansias incontenibles de estar juntas.

Ella me arrebató el brassier de un solo tirón, y ambas quedamos en la tanga del bikini. El agua helada bajaba por nuestros cuerpos, estimulando los pezones y haciéndolos vibrar.

Mi vagina estaba totalmente empapada para el momento en que Elia decidió quitarme mi tanga blanca y empezar a introducir un dedo en mi rajadura.

No sabía si alguien podía pasar por ahí en ese momento, pero el morbo de pensar que alguien nos podía estar viendo me hizo calentar más.

Elia comenzó a poner su dedo corazón en mi clítoris, y presionaba con un ritmo delicioso. El agua hacía lo suyo y me proporcionaba otras sensaciones increíbles.

-       Espera – Le dije apartando su mano y dándole un beso corto en los labios – Es tu cumpleaños, eres tú la que debe recibir el regalo y gozar.

Ella asintió con la cabeza y se pasó la lengua por los labios.

Detrás de la cascada había unas cuantas rocas gigantes, y con el agua cubriéndonos, parecía una cortina de privacidad hecha solo para nosotras.

Puse mis manos en su trasero y la subí con una facilidad sorprendente a las rocas. Quedó con sus espectaculares piernas abiertas mirando hacia mí, y se quitó la tanga negra que hace rato estorbaba.

Quedó Elia entonces totalmente expuesta hacia mí, con su cuerpo maravilloso invitándome a entrar. Le tomé las piernas por los tobillos y la acerqué a mí, para que su trasero quedara en el filo de las rocas y yo pudiera hacer lo mío.

Lamí mi dedo pulgar y del corazón, y con sumo cuidado comencé a introducir mis dedos entre sus labios mayores, mientras ella cerraba los ojos e intentaba mantener la compostura.

Masajear su clítoris era un verdadero placer, y con la otra mano intentaba retorcer un poco su pezón derecho mientras ella ponía sus dos manos en la roca. Abrió más las piernas y arqueó la parte baja de la espalda.

-       ¡Ay! ¡Ay! Princesa. Princesa. Eres maravillosaaaa… - Elia estaba entrando en un éxtasis. Se mordía el labio inferior para intentar no gemir y contener el momento del orgasmo.

-       ¿Quieres ya tu regalo? – Le dije con mis dedos empapados en su miel.

-       ¡No! Aún no. Sólo cuando yo lo diga, por favor… - Me dijo con un gesto entre el placer y el dolor.

Bajé mi otra mano de su pezón sin soltar el clítoris, a veces alternaba con un chupetazo de mi boca, y comencé a hacerle “cosquillas” en la parte baja del abdomen. Habíamos descubierto que ella llegaba más al éxtasis de esa forma. Mis 5 dedos de la mano derecha no se cansaban de masajear en círculos su clítoris. Era bastante grande y por eso estimularlo la hacía sentir más placer.

-       Princesa… Princesa… Ahh… Ahhh… Mmmm…

Yo mojaba mis dedos con los fluidos de Elia, y aunque ella arqueaba la espalda para tratar de escapar de mi toque, a su vez abría las piernas porque quería más placer. La cascada seguía cayendo a mis espaldas, mojándome el cabello y el culo. Elia me acariciaba delicadamente mis rizos, pero de un momento a otro sintió tanto placer que presionó mi cabeza hacia abajo, quería que me comiera su coño.

-       Leia, quiero mi regalo, dámelo yaaa… Ah… Aahh… Ahh… - Elia cerró los ojos de nuevo mientras se reía.

-       Ya lo tendrás, Elia – Y apreté un pezón por última vez.

Bajé lentamente la cabeza, haciéndome esperar, y ella se posicionó mejor en la roca, para quedar totalmente dispuesta hacia mí. Noté que las piernas le están temblando.

-       ¡Te deseo! ¡Fóllame el coño ahora! – Dijo ella en forma de súplica.

Abrí sus labios con mi mano y me entregué al sabor de su clítoris. Mi lengua comenzó a succionar con avidez tan deliciosas curvas.

Sin decir palabra, pero entendiéndonos totalmente, Elia puso sus piernas sobre mis hombros, y yo pude entrar con mayor facilidad a su interior.

Mi lengua recorrió hasta el último de sus caminos, y su vagina estaba totalmente empapada. Eché un vistazo hacia arriba y noté lo excitada que estaba Elia por la expresión en su rostro. Tenía la cara sonrojada y estaba absolutamente desinhibida, aun así, regia en su papel de chica que nunca se deja someter.

Me arriesgué un poco y de succionar con la lengua, pasé a darle un pequeño mordisco a su clítoris. Elia dio un brinco.

-       Ahh… Mmm… ¡Hazlo otra vez!

Le obedecí.

-       Ahh… Ahhh… ¡Hazlo de nuevo!

Le obedecí.

-       ¡Me voy a correr, el orgasmo está allí, Leiaaa!

No esperé un segundo más e introduje mi dedo índice, empapado de sus fluidos, en su vagina, mientras que con el dedo medio y anular de la otra mano seguía haciendo sufrir a su clítoris. Entré y salí, entré y salí, solo unos segundos hasta que…

-       Ahhhhh… Ahhhhhhhhhhh… Ahhhhhhhhhhhhh… Mmmmm…

Elia arqueó su espalda hasta que no pudo más y comenzó a reírse de lo placentera que se sentía.

Le di un último beso rápido en el monte de Venus y la dejé libre de mi abrazo, luego me subí a la roca para acostarme a su lado. Las dos estábamos completamente desnudas y pensé que tendríamos que nadar otro rato para encontrar nuestra ropa interior.

-       El mejor regalo de cumpleaños que he recibido en mucho tiempo – Me dijo mirándome con ternura y éxtasis.

-       Me alegra que lo hayas disfrutado, linda – Le dije acercándome hacia ella.

-       Nadie pensaría que hace una semana eras una virgencita – Y se rio con una carcajada.

-       Eso es porque aprendí de la mejor – Y le apreté un pezón con un pellizco que la hizo saltar.

-       ¿Qué hice para merecerme el amor de una princesa?

Pasó una pierna por encima de las mías hasta juntar nuestros sexos húmedos y comenzó a besarme hasta el alma.